La extraña vida de Enriqueta Martí, la «vampira del Raval»
Enriqueta Martí
¿Cruel asesina de niños? ¿O una víctima del sistema? Un siglo después de producirse uno de los casos más extraños de la crónica negra española, queda en el aire la respuesta sobre si Enriqueta Martí Ripoll secuestró o asesinó a diez niños de corta edad o, en cambio, fue protagonista de lo que no pasó de ser una leyenda urbana.
Barcelona, 17 de febrero de 1912. Entresuelo del número 29 de la calle de Poniente. Una niña se asoma a un gran ventanal que da al patio interior. Tendrá unos seis años. Está muy seria, se diría que triste. Su imagen impresiona; lleva la cabeza rapada y viste harapos. Permanece inmóvil hasta que se encuentra con la mirada incrédula de Claudia Elías, la vecina, y entonces retrocede asustada.
Aparece Enriqueta Martí, y la señora Elías, que jamás ha visto a esa niña antes, le pregunta por ella, a lo que Enriqueta responde cerrando la ventana de un portazo. La vecina no se da por vencida y lo que va comentando por el barrio llega a oídos de un agente de la municipal.
Diez días más tarde, la policía descubre que en el piso de Enriqueta se encuentra secuestrada Teresita Guitart, a la que toda Barcelona buscaba desde hacía dos semanas. El caso no acaba ahí ya que aparece una segunda niña, Angelita, de padres desconocidos. La niña, que ni siquiera conoce sus apellidos, es depositada en el domicilio del conserje del palacio de Justicia para que se hagan cargo de ella.
Al ser llevada a comisaría, la secuestradora inicia un reguero de versiones extrañas, incoherentes y contradictorias. No se inmuta al escuchar los gritos de alegría de los padres y hermanos de la pequeña Teresa en un cuarto contiguo al encontrarse con ella.
La policía da con el nombre de la detenida en sus archivos, en los que además de varias condenas antiguas, figura como sospechosa de ir en malas compañías y moverse entre mendigos y maleantes. Enriqueta es recelosa y parca en palabras. Tiene los ojos inertes y en el rostro una permanente expresión de querer enterarse de lo que no sabe. Y dice no saber nada. De sus palabras se desprende la inverosímil idea de que había recogido a Teresita ese mismo día al encontrarla sola por la calle. Pero la realidad, aquello a lo que Enriqueta se niega, es bien distinta y no va a ayudar a su inocencia.