
- Clasificación: Homicida
- Características: Parricida
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 12 de agosto de 1951
- Fecha de detención: 12 de agosto de 1951
- Fecha de nacimiento: 1911
- Perfil de la víctima: Pierre Chevallier, su marido de 42 años
- Método del crimen: Arma de fuego (pistola Mab 7'65 mm.)
- Lugar: Orleans, Francia
- Estado: Fue absuelta el 5 de noviembre de 1952
Índice
Yvonne Chevallier
Última actualización: 18 de marzo de 2015
Mujer sencilla y hogareña, de 40 años, acusada en 1951 del asesinato de su esposo, Dr. Pierre Chevalier, miembro del gabinete francés. Alojadas en el cadáver (hallado en la residencia de los Chevalier en Orleáns) fueron encontradas cinco balas de grueso calibre.
Entre el cuarto y el quinto disparo. Mme. Chevalier había pedido a una sirvienta que cuidase del pequeño Mathieu, hijo del matrimonio, de 4 años de edad, que mostraba una natural curiosidad por enterarse de lo que en la habitación de su padre provocaba tal estruendo.
Este rasgo de solicitud maternal no logró conmover los ánimos de los vecinos de Orleáns, quienes, además de tener una idea muy diferente de lo que era un «crimen pasional», profesaban una gran estimación hacia la víctima. La hostilidad alcanzó tan alto grado que el proceso tuvo que ser celebrado en Reims.
El motivo del crimen resultó ser los celos que sentía Mme. Chevalier de Mme. Jeanette Perreau, amante de su esposo. Mr. Perreau, con un espíritu mucho más amplio y tolerante que el de la acusada, declaró en el juicio que había sentido un gran aprecio por su rival: «Nos llevábamos muy bien». Los silbidos sustituyeron a las carcajadas cuando la atractiva Jeanette Perreau avanzó hacia la tribuna de los testigos. Sin embargo, la insolencia con que contestó al interrogatorio inclinó la opinión pública de parte de la acusada.
Cuando el jurado pronunció su veredicto de inocencia, la sala entera demostró su regocijo. La prensa francesa no se mostró tan tolerante; un periodista calificó el veredicto de «sorprendente» y otro llamó abiertamente a Mme. Chevalier «asesina», aunque el sector femenino pareció satisfecho de la decisión del jurado, considerándolo como una victoria moral para su sexo.
Una mujer enamorada
Última actualización: 18 de marzo de 2015
En los años inmediatamente posteriores a la guerra, Pierre Chevallier era un héroe y una prometedora figura de la política francesa. Pero tras aquel respetable personaje público se ocultaba una vida privada de mentiras y fraudes que amenazaban con acabar con su brillante carrera
Poco después de las nueve de la mañana del sábado 12 de agosto de 1951, un coche con chófer se detuvo a la puerta de la casa de los Chevallier, en Orleans, al sureste de París, y el doctor Pierre Chevallier, el comandante más joven de la ciudad, salió de él.
Estaba de un humor excelente. A sus cuarenta y dos años acababa de ser nombrado secretario de Estado de Enseñanza Laboral, Sanidad y Deportes. Era un éxito considerable, simbolizado por el resplandeciente Citroën negro con el banderín oficial rojo, blanco y azul en la parte delantera.
Chevallier entró rápidamente en la casa, donde su hijo pequeño, Mathieu, le recibió diciendo: «Buenos días, señor ministro». Pierre, encantado, estrechó al niño entre sus brazos antes de subir a su dormitorio. Yvonne, su esposa, quiso hablarle, pero el político no tenía tiempo que perder. Sólo se había detenido en Orleans para cambiarse de ropa antes de dirigirse a Châtillon-sur-Loire, donde se le esperaba en un congreso de agricultura.
Impávida, Yvonne siguió a su marido hasta el dormitorio. Mientras él se desnudaba, surgió una agria discusión y, de repente, sonaron cuatro disparos. Mathieu corrió hacia el dormitorio y se encontró con un terrible espectáculo. «Papá -gritó-, ¿qué te pasa en el pecho?» Serenamente, la madre condujo al niño al piso de abajo, donde una muchacha se encargó de él. Entonces volvió a su habitación y, al cabo de un momento, el sonido de un quinto disparo resonó en toda la casa.
A continuación, madame Chevallier telefoneó al jefe de policía de Orleans diciendo: «Venga inmediatamente a casa del comandante. Le necesita urgentemente.» Cuando el comisario Gazano llegó a la casa, ella le comunicó fríamente que había matado a su marido. Interrogó a Yvonne allí mismo durante varias horas antes de conducirla, cuidadosamente oculta por un velo, a un coche de policía estacionado ante la puerta y encerrarla en la cárcel de la localidad. Por una ironía del destino, la detenida la había visitado una vez con anterioridad en calidad de esposa del comandante.
La reacción inicial ante el crimen fue de indignación. Pierre Chevallier era una respetada personalidad pública: un héroe de guerra, un líder de la Resistencia, un hombre que había colaborado activamente en la reconstrucción de la ciudad.
La prensa no tardó en presentar una imagen sensacionalista de Yvonne, la asesina. Era una neurótico, una mujer egoísta atormentada por unos celos enfermizos. Ciertamente, la locura figuraba extensamente en los documentos y los periodistas subrayaron rápidamente el hecho de que se hubiera citado a los psiquiatras para examinar a la agresora.
Se filtraron las noticias sobre el modo en que Yvonne había comprado el arma asesina. La semana anterior rellenó un impreso solicitando una licencia y la recibió inmediatamente (el desdichado oficial encargado de los permisos fue degradado poco después). Luego, el martes 9 de agosto, estuvo en una tienda de deportes de Orleans, mirando una serie de armas de fuego. El propietario recordó más tarde que le había preguntado: «¿Cuál es la más peligrosa, la más segura para matar?» El escogió una Mab automática de 7,65 mm que Yvonne compró a la mañana siguiente. Las personas que leyeron tales informaciones no dudaron de que la mujer del político había planeado un frío asesinato.
Pero si el procedimiento para llevar a cabo el asesinato era patente, los motivos parecían inciertos. En días sucesivos el juez de Instrucción monsieur Berigault interrogó a Yvonne Chevallier intensamente y, cuando las noticias de los resultados se filtraron a la prensa, el asunto cambió de rumbo de un modo radical.
Pronto se habló de ciertas cartas anónimas que Yvonne había recibido en los meses anteriores al asesinato. Al parecer, procedían de adversarios políticos de Chevallier y en ellas la incitaban a enterarse de las actividades nocturnas de su marido en París.
Las maliciosas insinuaciones que contenían las cartas la hirieron en lo vivo. A Yvonne le había resultado extremadamente difícil adaptarse a los cambios producidos como consecuencia de la fulgurante carrera de Pierre. Como dijo a los periodistas la muchacha al poco tiempo del crimen, «madame era muy devota de su marido. Cuando estaba fuera, hablaba continuamente con él, pero cada vez le resultaba más dfflcil acostumbrarse a sus largas ausencias». Sus peores sospechas se confirmaron al descubrir una carta que comenzaba por «Pierre, querido mío» e iba firmada por «Jeannette». Aunque no estaba segura, sospechaba que la misteriosa mujer era Jeanne Perreau, una amiga de la familia.
Yvonne se enfrentó con Pierre, Jeanne y el último marido de ésta manifestándoles sus sospechas, pero los tres las rechazaron. Hasta Léon Perreau, el marido de Jeanne, que tendría que haber sido el más comprensivo del trío, se limitó a decirle: «Mira, tienes los nervios destrozados. ¿Por qué no vas a ver a un médico, a un psiquiatra?»
Realmente aquella situación perjudicaba la salud de Yvonne. Tomaba pastillas para dormir y estimulantes para mantenerse despierta durante el día. Además, fumaba incesantemente y bebía taza tras taza de café negro y solo. Con este cóctel tan dañino no era de extrañar que llegara a tratar de suicidarse, aunque fracasó en su propósito al no ingerir el número suficiente de pastillas.
La mente de Yvonne no había abandonado la idea del suicidio. Así se lo confesó a una amiga, sor Françoise, pero la monja la convenció para que desistiera.
En aquella época su sentimiento de autodestrucción se alternaba con la idea del asesinato. Pierre no hacía ningún esfuerzo por tranquilizarla y ahora hablaba abiertamente de divorcio. Además, la esposa había hecho un importante descubrimiento. Dispuesta a conocer la verdad, marchó a París para ver a su marido en la Asamblea Nacional. El se negó a reunirse con ella y entonces Yvonne decidió ir a esperarle a su apartamento de la rue Cambronne. Pero Pierre no volvió en toda la noche, lo que la convenció de la existencia de otra mujer. Dando vueltas por el piso encontró las pruebas que buscaba: un horario de trenes con el servicio París-Châtelguyon marcado con lápiz. Fue un descubrimiento crucial que le rompió el corazón, porque Yvonne sabía que Jeanne Perreau pasaba allí las vacaciones.
Después de este descubrimiento comprendió las distintas consecuencias del triunfo político de Pierre. Naturalmente Yvonne estaba aún orgullosa del éxito de su marido, pero su promoción significaba más tiempo fuera de casa, más ocasiones de prolongar su aventura con Jeanne. La noche del sábado 11 de agosto no durmió, sino que la pasó en pie bebiendo café. Se presentía el enfrentamiento. Lo que tenía que decidir ahora el jurado era si la esposa que había recibido a su marido el sábado por la mañana con los nervios destrozados era incapaz de controlar sus acciones.
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Un héroe de guerra
Hijo de un industrial, Pierre Chevallier nació el 30 de enero de 1909. Se hizo médico y cuando trabajaba en el hospital de Orleans conoció a Yvonne. Durante la ocupación se unió a la Resistencia, organizando comités de recepción para los paracaidistas procedentes de Inglaterra.
Después de la guerra, Chevallier desempeñó un prominente papel en la reconstrucción de la ciudad y llegó a ser alcalde de Orleans. En 1946 entró en la Asamblea Nacional y los comentaristas políticos lo señalaron enseguida como un personaje de altos vuelos. Con su promoción al rango de ministro en 1951, parecía que sus ambiciones se habían cumplido.
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Una chica del campo
Aunque no eran humildes, como algunas críticas sugerían, los orígenes de Yvonne Chevallier eran muy distintos a los de su marido. Nacida Yvonne Rousseau, era hija de un próspero granjero del distrito del Loira. A pesar de no estar titulada académicamente, se la consideraba una comadrona cualificada y trabajaba en este ámbito cuando en 1935 conoció al doctor Chevallier.
La familia del novio no aprobó la boda y se negó a asistir a la ceremonia, celebrada en 1939.
Si Pierre hubiera continuado en la medicina en 1945, las primitivas diferencias podrían haberse suavizado. Pero Yvonne se sentía incómoda en el brillo de la vida pública y las grietas en su matrimonio se hicieron más profundas.
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La otra mujer
Jeanne Perreau conoció a Pierre Chevallier en 1947 y se convirtió en su amante tres años después. El asunto comenzó con una invitación a cenar después de que ambos coincidieran en un viaje a París. Las obligaciones políticas de Pierre le obligaban a permanecer en París varios días a la semana, lo cual favorecía la traición contra su mujer. La pareja comenzó a pasar junta las noche de los martes y los miércoles.
Cuando Yvonne se enteró del asunto, se sintió absolutamente incapaz de competir con la atractiva Jeanne, de 34 años, y su inseguridad creció. Así lo confesaba a una vecina: «Madamme Perreau viste mejor que yo. Gasta dinero a manos llenas. Ha introducido a mi esposo en círculos literarios y a él le gusta eso».
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La mujer desdeñada
Yvonne Chevallier fue víctima del éxito de su marido. Pagó un alto precio en su intimidad a cambio del brillo, de una vida privilegiada a los ojos de los demás. Finalmente, la tensión llegó al límite y se produjo la tragedia.
Su vida privada e esposa de político prominente era objeto con frecuencia de las miradas de la prensa y del público. Monsieur Lindon, el fiscal del caso Chevallier, preciso el dilema: «Los personajes públicos pertenecen a la nación. Si era necesario sacrificar a alguien, ella debía haber sacrificado sus sentimientos, y no al hombre, que era una promesa de futuro».
Pero resultaba más fácil decirlo que hacerlo. Especialmente en el caso de Yvonne, donde el mismo trabajo era una parte importante del problema. Aunque no se trataba de la provinciana que describió parte de la prensa, su entorno no la había preparado para vivir ante los ojos de los demás. Ni cuando se casó con el joven doctor sospechaba que llegaría a tener que hacerlo. La carrera política de su marido se inició accidentalmente como consecuencia de la guerra, e Yvonne sin duda hubiera preferido que él continuara ejerciendo la medicina.
Durante el juicio, una de sus amigas la describió como una mujer serena y amable que prefería quedarse en casa y cuidar de sus hijos antes que ocuparse de las obligaciones oficiales. Otras personas, sin embargo, la calificaban de gruñona y desaliñada y la acusaban de ser «fría, suspicaz, poco accesible y deseosa de hacer el vacío en torno a su marido».
Los informes psiquiátricos sobre Yvonne confirmaban algunas de aquellas tendencias, achacándolas a un profundo complejo de inferioridad. En el juicio el doctor Gourion testificó: «Ella desesperaba de alcanzar el nivel de la persona a la que no había dejado de amar.»
Pierre Chevallier se merecía toda clase de reproches por su comportamiento. No hizo el menor esfuerzo por ayudar a Yvonne a adaptarse a las nuevas circunstancias y dejó que se las arreglara sola. Según se manifestó más tarde, en una ocasión la hizo vestirse elegantemente para llevarla a una fiesta importante, pero se le «olvidó» pasar por casa para recogerla.
Posteriormente, según se profundizaba su relación con Jeanne, aquel desdén comenzó a ser más calculado, En la recepción electoral de junio de 1951, ignoró a su esposa deliberadamente y coqueteó a la vista de todo el mundo con madame Perreau.
La ascensión de Pierre fue también un factor esencial en la tragedia. Cuanto más progresaba en el mundo político, más desesperada y aislada se tenía que sentir Yvonne Chevallier.
Aun antes de que lo nombrara ministro, Pierre pasaba mucho tiempo durante la semana en París con amante. Su posición actual lo mantenía alejado períodos aún más largos. Al final, los Chevallier fueron víctimas de su propio triunfo y es difícil decir cuál de los dos pagó un precio más alto por él.
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EL JUICIO – Un alma atormentada
Yvonne Chevallier apareció en el banquillo como una mujer destrozada de ojos oscuros y hundidos, hinchados por las noches de angustia y el remordimiento; una mujer desquiciada por años de humillación y desprecio.
El juicio de Yvonne Chevallier se inició en el Palacio de Justicia de Reims el 5 de noviembre de 1952.
El caso se había trasladado de Orleans a Reims, ya que en el distrito electoral de la víctima los ánimos continuaban muy encrespados.
No obstante, el juicio aún despertaba un gran interés en el público, que comenzó a agolparse en el exterior del edificio tres horas antes de que diera comienzo el esperado proceso.
La misma Yvonne provocaba toda aquella expectación. Tenía el rostro pálido y desencajado, con oscuras sombras bajo los ojos, y las manos le temblaban sin cesar o jugueteaban nerviosamente con un pañuelo.
El juez Jadin comenzó por situar el crimen en su contexto, revelando los distintos orígenes de los Chevallier y la progresiva ruptura del matrimonio. De este modo, la imagen del héroe de guerra aparecía bajo una luz patentemente desfavorable. Había hecho muy pocos esfuerzos por ayudar a Yvonne a adaptarse a su nuevo papel y, cuando su propia relación amorosa tomaba auge, animó a su esposa a que se buscara un amante con estas palabras: «Haz lo que quieras. Por lo que a mi respecta, eres una mujer libre.»
El sábado fatal Pierre fue aún más lejos. Cuando Yvonne sacó el tema de Jeanne Perreau, él la calló diciendo: «No te consiento que insultes a esa mujer. Nos vamos a divorciar y tú te vas a ir a la mierda.» Luego, cuando su mujer le amenazó con matarse, replicó: «Adelante. Será la única cosa sensata que hagas en tu vida.» Chevallier acompañó su sarcasmo con un gesto tan obsceno que ella, furiosa, tomó el revólver (Yvonne se desmayó cuando le mandaron describir el gesto y no la presionaron más. Posteriormente, cuando un miembro del jurado pidió aclaraciones, las autoridades le proporcionaron una detallada descripción).
El psiquiatra que reconoció a Yvonne después del asesinato, el doctor Gourin, subrayó el efecto letal que aquellas palabras ejercieron sobre la acusada. Afirmó que ella sentía un respeto casi patológico hacia el matrimonio. «Para ella el adulterio era un pecado de otro mundo… lo consideraba una especie de monstruosidad, una clase de enfermedad que no padecía la gente normal».
Los asistentes al juicio escuchaban pacientemente, pero era obvio que lo que esperaban en realidad era oír a Jeanne y a Léon Perreau.
El primero en subir al estrado fue Léon Perreau: un tipo delgado con cara de ratón que coincidía perfectamente con la imagen popular de un cornudo.
El testigo confesó que su mujer le había puesto al tanto de su aventura con Chevallier desde el comienzo, añadiendo que él no había mostrado una auténtica objeción al hecho: «Parecerá raro, pero a mí me resultaba un tipo agradable. Me llevaba muy bien con él.»
La sorprendente tolerancia de Léon convirtió su intervención en el juicio en una especie de intermedio cómico. El juez Jadin trató de avergonzarlo con sus preguntas, pero Perreau se mostraba jovialmente desafiante al tratar el asunto. Sencillamente, su vanidad se sentía satisfecha ante el status del amante de su mujer.
Léon abandonó el estrado y el eco de las carcajadas en la sala se convirtió en silbidos en cuanto apareció Jeanne Perreau.
Difícilmente podía encontrarse un contraste tan marcado entre esta mujer y la atormentada apariencia de Yvonne. Con sus bucles rojizos, un sombrero verde graciosamente ladeado y sus gafas oscuras, resultaba fácil comprender el atractivo que había ejercido sobre Pierre Chevallier. Era todo aplomo y elegancia cuando ocupó el escaño, mientras la acusada se mostraba desgarbado y taciturna.
Igual que su marido, la testigo no manifestó el menor remordimiento por aquel asunto. Aunque confesó sentir compasión por Yvonne, nunca tuvo la menor intención de romper con su amante. El amor de ambos era mutuo y ella lo consideraba un asunto último que solamente les concernía a ellos dos.
La presencia de Jeanne en el estrado de los testigos provocó una dramática explosión por parte de Acquaviva, el abogado defensor, en la que clamaba asegurando que era ella quien debía ocupar el banquillo de los acusados.
Este comentario fue recibido con un estruendoso aplauso por parte de los espectadores y, cuando cesaron las aclamaciones, Jeanne respondió con dignidad: «Estoy segura de que nunca se ha castigado a nadie por estar enamorado.»
En cierto modo, la intervención de la defensa era inútil, ya que el jurado tenía la impresión de estar asistiendo al juicio póstumo de la víctima. Sin embargo, el equilibrio se recuperó levemente cuando el abogado Mirat llamó a dos antiguos amigos de Pierre Chevallier al estrado de los testigos.
Los testimonios semejantes de monsieur Bouilhaguet y monsieur Carré insistían en la dificultad de vivir con Yvonne a causa de sus celos obsesivos y de su temperamento neurótico. Subrayaron también el temor que sentía Chevallier por si el comportamiento de su esposa podía influir en los niños: «Ya sabes que mis hijos están medio locos -le había dicho a Bouilhaguet-. Es absolutamente vital que los libre de la influencia de su madre.»
Estos argumentos podrían haber sido convincentes fuera del contexto, pero el jurado ya había oído a Yvonne decir que, cuando rogó a Pierre que salvaran su matrimonio por el bien de los hijos, éste le había dicho que le importaban un bledo y que, por él, podía meterlos en un internado.
A lo largo de la lectura del sumario flotaba un ambiente de hostilidad hacia el difunto. El fiscal, monsieur Linden, admitió libremente que consideraba a Pierre y a Jeanne como los auténticos autores de la tragedia y pidió para la acusada una condena de dos años en lugar de la máxima pena de veinte. Y se quedó sorprendido cuando, después de cuarenta y cinco minutos de deliberaciones, el jurado votó la absolución de todos los cargos. El veredicto fue recibido en la sala con una explosión de entusiasmo y aplausos, pero la expresión de Yvonne Chevallier seguía siendo seria y abatida.
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Conclusiones
Inmediatamente después de la absolución de Yvonne Chevallier hubo muchas personas que se preguntaban si el tribunal no habría sido demasiado benévolo.
También se comparó este juicio con otro recién celebrado en Lyon, donde una joven fue condenada a veinte años de trabajos forzados por un crimen relacionado con un robo.
Poco después del juicio, Yvonne Chevallier abandonó Francia para ir a trabajar a la maternidad del hospital St. Laurent de MaronI. Este había sido la sede de una colonia penal en los pantanos asediados de mosquitos de la Guayana francesa.
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Fechas clave
- 1939 – Matrimonio de Yvonne Rousseau y Pierre Chevallier
- 1947 – Chevallier conoce a Jeanne Perreau.
- 1950 – Se vuelven a encontrar en un tren e inician relaciones.
- 10/8/51 – Yvonne Chevallier compra una pistola.
- 11/8/51 – Pierre Chevallier accede al cargo de ministro de Estado de Educación, Juventud y Deportes.
- 12/8/51 – Yvonne Chevallier dispara contra su marido.
- 5/11/52 – Comienza el juicio.
- 21/11/52 – El jurado delibera y declara a la acusada inocente de todos los cargos.
- 1/53 – Yvonne Chevallier recibe la absolución oficial de manos del obispo de Orleans.
- 3/53 – Yvonne abandona Francia con sus dos hijos para instalarse en St. Laurent de Maroni, una antigua colonia penal de la Guayana francesa, donde dirige el ala de maternidad de un hospital.