El triple crimen de Burgos

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  • Clasificación: Crimen sin resolver
  • Características: Móvil desconocido
  • Número de víctimas: 3
  • Fecha del crimen: 7 de junio de 2004
  • Perfil de la víctima: Salvador Crisanto Barrio Espinosa, de 53 años; su esposa, Julia Dos Ramos Santamarina, de 47; y el hijo de ambos, Álvaro, de 12 años
  • Método del crimen: Apuñalamiento - El asesino dio 50 cuchilladas al padre de familia, 17 a la madre y 32 al hijo menor del matrimonio
  • Lugar: Burgos, España
  • Estado: Rodrigo Barrio Dos Ramos, el hijo mayor de la familia asesinada, fue detenido el 12 de junio de 2007 como posible autor del crimen. El Juzgado de Menores de Burgos decretó su libertad 72 horas más tarde ante la inexistencia de pruebas concluyentes. Posteriormente, en 2014 y 2015, el caso se reactivó con un nuevo sospechoso: Ángel Ruiz Pérez, vecino de La Parte de Bureba (Burgos)
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Asesinados a cuchilladas en su casa de Burgos un matrimonio y su hijo de 12 años

Pedro Sedano – El País

9 de junio de 2004

Un matrimonio de mediana edad y su hijo de 12 años fueron encontrados la pasada madrugada acuchillados en su domicilio de la capital burgalesa, en el quinto piso del número 14 de la calle de Jesús María Ordoño. Fueron familiares de los fallecidos quienes hallaron los cadáveres tras abrir el piso, al que habían acudido alarmados porque no respondían a sus llamadas telefónicas. Las primeras pistas apuntan a que las muertes pudieron producirse a última hora del pasado domingo o en la madrugada del lunes. Aún se desconoce el móvil del triple crimen.

Una primera hipótesis de investigación fue la de un crimen cometido por alguno de ellos que después se habría suicidado. Sin embargo, esta posibilidad quedó casi totalmente descartada al comprobar que todos los cadáveres presentaban heridas por arma blanca. Tanto el número de agresores como el arma o armas utilizadas serán determinadas por el resultado de la autopsia practicada ayer a las tres víctimas y de la que nada ha trascendido, dado que sobre el asunto pesa el secreto sumarial decretado por el Juzgado número 2 de Burgos.

Mientras tanto, los familiares de las víctimas se han hecho cargo del otro hijo de matrimonio, que se encontraba en régimen de internado en el colegio privado no concertado de los Gabrielistas de La Aguilera, una localidad del sur de la provincia.

El joven llegó ayer por la mañana a la capital burgalesa acompañado por dos miembros de la comunidad educativa. Los mismos familiares que encontraron los cadáveres, que residen justo en el piso de debajo de los fallecidos, se hicieron cargo del chaval, que tuvo que ser atendido tras sufrir un ataque de nervios cuando accedía al piso donde ocurrieron los hechos.

Los fallecidos son Salvador Crisanto Barrio Espinosa, de 53 años; su esposa, Julia dos Ramos Santamarina, de 47; y el hijo de ambos, Álvaro, de 12 años. Los tres residían habitualmente en La Parte de Bureba, una pequeña localidad del norte de la provincia, donde el cabeza de familia regentaba una cooperativa y estaba considerado como «un agricultor de los más importantes», según varios vecinos. Sin embargo, desde hace unos años permanecían a temporadas o algunos fines de semana en el piso que tenían en propiedad en la capital burgalesa. Los vecinos de su calle apenas les conocían.

Los vecinos de La Parte de Bureba conocían bien a Salvador Crisanto Espinosa. Era el alcalde pedáneo de esta localidad dependiente del Ayuntamiento de Oña.

Un hombre adinerado

A pesar de que se desconocen las líneas de investigación de la policía, ninguna fuente cercana a la familia apuesta por la posibilidad de que se trate de un caso de violencia doméstica. Todos se refieren a Salvador como «un trabajador normal» e insisten en que tenía muchas propiedades y mucha maquinaria: le consideran un hombre adinerado. De hecho, varios apuntan que el móvil pudo ser económico.

Uno de los vecinos del pueblo, que prefirió no facilitar su identidad, reside también habitualmente en la calle de la capital burgalesa donde se encontraron los cadáveres. Ayer por la mañana se encontraba cerca del portal número 14. «No puedo dar crédito a lo que ha pasado», insistía; «lo que está claro es que Salvador no tenía enemigos y sólo se me ocurre que alguien quisiera robarles».

También la subdelegada del Gobierno en Burgos, Berta Tricio, dio testimonio del plano humano del triple asesinato. Salvador Crisanto Barrio compartió con ella la candidatura municipal de Oña en las elecciones de 1999. «Era un hombre tranquilo y bonachón al que yo no conocía enemigos», comentó.

«Ensañamiento»

Apenas han trascendido algunos detalles del escenario. El padre, un hombre de gran corpulencia dedicado desde niño a la agricultura, era quien presentaba mayores signos de ensañamiento. Se encontraba prácticamente cubierto de sangre y con múltiples heridas por arma blanca.

Otro detalle importante es que el hijo estaba tendido en el pasillo, muy cerca de la puerta del piso, lo que hace pensar a los investigadores que pudo ser él quien abriera la puerta -ésta no presentaba signos de haber sido forzada- y fuera agredido en primer lugar. De hecho, fue su cuerpo sin vida el primero que vieron los familiares que accedieron a la vivienda la madrugada de ayer. Vecinos del inmueble donde se produjeron los hechos aseguraron que no escucharon ningún ruido extraño, dato que también fue confirmado por la subdelegada del Gobierno y por las investigaciones policiales.

Sin embargo, serán los resultados de la autopsia practicada ayer a los tres cadáveres, la que aporte más datos para determinar el número de armas que se usaron y quizás el orden en el que sucedieron los asesinatos.

La primera aproximación al momento del crimen apunta al espacio de tiempo que separa la salida del hijo mayor del domicilio para acudir a su colegio en La Aguilera, la tarde del domingo, y el lunes por la mañana, cuando el matrimonio tenía previsto desplazarse a La Parte de Bureba, donde tenían trabajos pendientes y donde residen el padre y un hermano del cabeza de familia.


Las pisadas del asesino

Jesús Duva – El País

29 de octubre de 2006

«El piso era un mar de sangre. ¡Un auténtico mar de sangre!» Novecientos días después de ver aquella escena, el policía la tiene grabada a fuego en su cabeza: Salvador Barrio, de 53 años, cosido a cuchilladas en la cocina; su esposa, Julia, de 47 años, exangüe, junto a la cama del dormitorio conyugal; y su hijo Álvaro, de 12 años, con el cuerpo agujereado en el pasillo de la vivienda. Tres cadáveres, tres enigmas. ¿Quién los mató? ¿Por qué? ¿Para qué? Si Truman Capote no hubiera escrito A sangre fría hace ya cincuenta años, habría tenido aquí, en Burgos, un buen argumento para su famosa novela.

Capote se inspiró en el crimen protagonizado por dos ex convictos que asesinaron a tiros en 1959 a la familia Clutter -los padres y dos de sus hijos adolescentes- en su granja de Holcomb (Kansas). La matanza sacudió a la sociedad norteamericana de aquella época y enloqueció a los detectives encargados de resolverlo. Era un misterio sin sentido, ante la aparente falta de móvil para semejante carnicería. En ese mismo punto se hallan hoy los agentes que se enfrentan al caso de Burgos: despistados, pero empeñados en obtener tarde o temprano el mismo éxito que sus antiguos compañeros de Kansas. «Estoy obsesionado. Me he pasado muchas noches sin dormir desde que ocurrió el triple homicidio. Y encima pasó a sólo unos pasos de la comisaría», confiesa un policía burgalés.

Ocurrió en la madrugada del 7 de junio de 2004. Los vecinos de la calle de Jesús María Ordoño oyeron gritos y ruidos. Pero no le dieron importancia. Sin embargo, 20 horas después se vería qué había originado aquellos gritos y aquellos ruidos.

Los familiares, extrañados por que nadie diera señales de vida, acabaron entrando en el quinto piso ocupado por los Barrio. Y al hacerlo descubrieron con espanto que Salvador Barrio Espinosa, el cabeza de familia, yacía sin vida junto a la mesa de la cocina con más de 50 cuchilladas en el cuerpo; que su esposa, Julia dos Santos Santamarina, estaba caída cerca de la cama conyugal con 17 agujeros en la piel; y que el pequeño Álvaro permanecía caído en el pasillo con 17 navajazos. Los tres cadáveres presentaban un tajo en el cuello, como si el criminal hubiera querido asegurarse de arrancar el último soplo de vida de las víctimas. ¿Por qué tanta vesania? ¿Por qué tanto ensañamiento con unas personas indefensas? ¿Por qué el asesino había asestado más de una docena de cuchilladas a Salvador cuando ya estaba muerto? Nadie lo sabe, pero parece evidente que la mano que empuñaba el cuchillo estaba movida por un odio irrefrenable.

La policía burgalesa rastreó el piso sin encontrar ningún indicio útil. El criminal, que había entrado en la vivienda sin forzar la puerta acorazada, utilizó guantes y, por tanto, la policía no halló ni una sola huella dactilar. En cambio, el agresor no había logrado evitar que sus pisadas quedaran en el suelo de la vivienda: varias marcas sanguinolentas, correspondientes a una zapatilla deportiva Dunlop, de la talla 42, quedaron impresas en el parqué y en los mosaicos del domicilio de los Barrio. Es la única pista. Pero las investigaciones no han logrado aclarar hasta ahora quién era el hombre que aquella madrugada caminaba sobre esas zapatillas.

La Policía Judicial de Burgos se hizo cargo de las pesquisas, comprobando que el asesino había entrado en la casa sin forzar la puerta, aunque antes de hacerlo había subido las escaleras que conducen al ático, posiblemente con la intención de comprobar si podía entrar por allí en el piso de los Barrio. Las pisadas sobre el polvo de los peldaños así lo demostraban.

Llegados a ese punto, la única posibilidad es que el criminal entrara en la casa mediante un duplicado de las llaves o bien que llamara a la puerta y que ésta le fuera abierta por Salvador sin la menor desconfianza. Si fue así, eso quiere decir que el asesino y su víctima se conocían: nadie franquea el paso a un desconocido que toca el timbre a altas horas de la madrugada.

Sea como fuere, el intruso la emprendió a cuchilladas contra Salvador que, pese a ser un hombre fuerte, no pudo evitar que el acero entrara una y otra vez en su cuerpo, hasta caer casi sin vida junto a la mesa de la cocina. A continuación, el asesino fue en busca de Julia y la apuñaló una y otra vez, una y otra vez, hasta morir desangrada (tomaba el anticoagulante Sintrón por una dolencia coronaria y eso pudo facilitar una hemorragia masiva). Después, el enfurecido criminal se dirigió al cuarto del pequeño Álvaro, que había echado el pestillo de su cuarto al oír el terrible griterío. El atacante derribó de una patada la puerta -la marca de su zapatilla Dunlop quedó allí grabada en sangre- y, tras localizar al chiquillo escondido bajo la cama, lo arrastró enfurecido al pasillo y allí le cosió a cuchilladas, además de asestarle un tremendo tajo en la yugular.

El único que se salvó de la matanza fue el joven Rodrigo, entonces de 16 años, hijo primogénito de los Barrio, que apenas unas horas antes de la salvaje matanza había ingresado en el internado de los hermanos gabrielistas de La Aguilera, en Aranda de Duero.

La policía empezó a buscar pistas. Pero, por desgracia, nadie había visto ni oído nada. En el piso inmediatamente inferior al de las víctimas vivían Domitila y Pepe, tíos carnales de Salvador, pero el día de autos estaban ausentes. En el piso quinto colindante al de la familia Barrio residían una pareja de ancianos sordos que declararon a los investigadores que la noche del triple crimen no habían escuchado nada anormal.

Lo más extraño del caso es que, pese a la enorme sangría existente en la casa, el criminal hubiese podido salir de la vivienda sin dejar el menor rastro. El piso estaba plagado de pisadas ensangrentadas, pero inexplicablemente en el descansillo y en la escalera no había ni una gota de sangre. ¿Se cambió el homicida de calzado antes de abandonar el escenario del triple crimen? ¿Cómo pudo salir a la calle sin que nadie apreciara que iba con las manos y las ropas teñidas de sangre? Posiblemente porque se cambió de atuendo antes de salir del portal. Los policías buscaron en todos los cubos de basura de la zona -incluso removieron decenas de toneladas en el vertedero municipal- pero no encontraron ninguna prenda ni ninguna zapatilla teñida de sangre.

Salvador era un hombre dedicado por entero a la labranza y a la cosecha de sus tierras del pueblito de La Parte de Bureba (Burgos). Era un hombre tan apegado a su terruño que su cadáver reposa hoy en un panteón del recoleto cementerio de La Parte, mientras que los restos de su esposa, Julia, y su hijo Álvaro están en una tumba de la parroquia orensana de Queirugás, en Verín.

Alcalde pedáneo de La Parte -apenas 150 vecinos dependientes del Ayuntamiento de Oña-, Salvador tenía una pequeña fortuna en campos de cereal y girasol. Si no hubiera muerto de forma tan vil, ese mismo día tenía proyectado ir a recoger una cosechadora que había comprado en Burgos por más de 25 millones de pesetas. Esa máquina le permitiría trabajar sus propias tierras y las de los demás y, en consecuencia, aumentaría sus ganacias.

Según su cuñado Benito, Salvador había pagado mediante una transferencia bancaria parte del coste de la gigantesca máquina, pero tenía pendiente abonar el resto. ¿Podría ser que alguien supiera este detalle y que pensase que Salvador guardaba en su casa el resto del dinero? ¿Explicaría eso el hecho de que asesino volviese del revés los bolsillos del pijama de Salvador y que vaciara el bolso de mano de su esposa, Julia? ¿O eso fue una simple maniobra de distracción para inducir a la policía a creer que el asesino era un ladrón que sólo buscaba un puñado de billetes? Preguntas sin respuesta.

Otra hipótesis: si no fue un vulgar ladrón de pisos el que mató a Salvador, a su esposa, Julia, y a su hijo Álvaro, ¿quién lo hizo?, ¿por qué lo hizo?, ¿para qué lo hizo? «Él era un hombre tranquilo, transparente, honesto y legal. Su defecto era que dedicaba todo el día a trabajar, trabajar y trabajar. Nosotros le decíamos: «déjate en paz de tantas tierras y dedícate a vivir la vida». Pero no hacía caso», recuerda su cuñado Benito dos Santos en su chalé de Queirugás, junto al que Salvador y Julia se hicieron construir con tejado de pizarra.

Y su hermana Conchita dos Santos remacha: «Desde hace más de dos años nos levantamos y nos acostamos haciéndonos siempre las mismas preguntas: ¿quién los mató? ¿por qué? ¿para qué? Nosotros tenemos la sospecha de que todo esto viene del pueblo de Salvador, de que el asesino es alguien del pueblo… Creemos que la explicación de esto hay que buscarla en La Parte de Bureba. Así que vemos a todo el mundo con desconfianza. Pero, claro, no tenemos pruebas».

Sin duda, la familia no puede quitarse de la cabeza lo que pasó la misma noche en que Salvador fue enterrado en el pequeño cementerio de La Parte de Bureba, a tiro de piedra del desfiladero de Pancorbo. ¿Qué ocurrió? Lo cuenta Domitila, la tía de Salvador, mientras intenta resguardarse del frío viento norteño que azota el pueblín: «El mismo día del entierro de Salvador, cuando todavía no habían puesto la lápida, uno del pueblo fue por la noche y pintó en el panteón todo tipo de insultos y palabras feas». Cuesta que Domitila, una mujer de bata colorida y pañuelo en la cabeza, acabe por dar más detalles: «Palabrotas como «te lo mereces», «cabrón», «hijo de puta»», dice. El autor de aquella pintada de tiza fue posteriormente identificado y detenido. «Es un individuo medio trastornado. Tenemos comprobado que el día del triple crimen estaba en el pueblo, no en Burgos», asegura un mando policial.

Las pesquisas del triple homicidio son responsabilidad de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV), que dirige el comisario Ángel Galán. El equipo policial va a trillar ahora todo el entorno de las víctimas (familiares, amigos, conocidos, empleados y cualquiera que pudiera haber tenido relación con las víctimas). «No podemos investigar a alguien que no conocemos. Así que vamos a analizar a la gente que sí conocemos, para ver si alguna persona tenía algo en contra de Salvador Barrio y su familia», explica el comisario Galán. Un círculo relativamente pequeño, dado que los Barrio tenían una escasa vida social.

El ensañamiento con que fueron atacadas las víctimas -entre ellas un niño de sólo 12 años- permite suponer que la mano que empuñaba el cuchillo actuaba movida por el odio. Un odio irracional propio de un psicópata.

Pero parece dificil de creer que un campesino con ánimo de venganza hubiera decidido ir a Burgos, entrar en un piso y liquidar a toda la familia. Teniendo en cuenta que Salvador Barrio pasaba casi toda la semana trabajando sus tierras, ¿no le habría resultado a éste más fácil atacarle en mitad del campo? ¿O es que su intención era acabar con Salvador, su esposa y sus hijos?

La policía tiene indicios que hacen pensar que el asesino de Burgos fue un ladrón, pero también hay otros que apuntan a que el criminal sólo actuó movido por el deseo de venganza. Ninguna hipótesis es perfecta. «Pero vamos a empezar desde el principio y a trabajar sin descanso hasta que aclaremos este caso», afirma el comisario Galán.

«Queremos saber quién y por qué hizo esto»

«¡Nos piden paciencia! ¡Pero llevamos así más de dos años! Nos cuesta trabajo acostumbrarnos a la pérdida de tres personas. Tenemos que luchar para que esto se aclare». Benito dos Santos, hermano de la difunta Julia, es quien encabeza la reivindicación familiar en demanda de justicia.

Tras el crimen, la familia ha convocado ya dos manifestaciones en el corazón de Burgos para expresar su desesperanza y su deseo de que la policía aclare el triple homicidio, a la vez que solicita la colaboración ciudadana.

Rodrigo, el hijo mayor de las víctimas, el único que sobrevivió a la matanza, dirigió hace cuatro meses una carta al Ayuntamiento burgalés en la que relataba cómo ha cambiado su vida desde aquel día en que le arrebataron «de forma cruel lo que más quería» (sus padres y su hermano Álvaro). Rodrigo, que hoy tiene 19 años, estudia en un internado de Ourense.

«Este misterio va a acabar con nosotros. Nos levantamos y nos acostamos cada día con la misma zozobra. No se puede vivir desconfiando de todo el mundo», confiesa Conchita dos Santos, hermana de la fallecida Julia. «No vemos motivo para que alguien hiciera una cosa tan terrible. Estamos desconcertados. Pero éramos ocho hermanos y ahora sólo somos siete», agrega.

«Salvador tenía un entorno muy reducido. Cuatro amistades. No creemos que tuviera ningún enemigo porque él se dedicaba a trabajar. Era un hombre trabajador, con el dinero ahorrado con su esfuerzo», señala Benito dos Santos.

¿El hecho de que Salvador fuera alcalde pedáneo de La Parte de Bureba podría tener algo que ver con su muerte y la de su esposa y su hijo Álvaro? «Hombre, ya sabe usted que en los pueblos siempre hay rencillas. Pero…», responde Benito. Éste asegura que Salvador tampoco había tenido enfrentamientos con ningún vecino a causa de las lindes de sus tierras o por la propiedad de las mismas.

«¿Cómo puede alguien entrar en un piso y matar a toda una familia? ¿Cómo puede ser que nadie lo aclare? Nosotros no podemos perder la esperanza. La policía lo tiene que aclarar, cueste lo que cueste. Se lo debemos a mi hermana y a mi cuñado», proclama Benito.

A lo largo de los dos años transcurridos, la familia Dos Santos ha criticado más de una vez a la policía. Sin embargo, ahora está más contenta con la forma en que se están llevando las pesquisas.

Ni Benito ni Conchita quieren comentar los presuntos errores habidos en los primeros momentos de la investigación. Por ejemplo, el hecho de que el médico forense envolviera en plástico las manos del difunto Salvador, lo que hizo que se pudrieran los restos de piel o sangre que pudo arrancar al asesino durante el agónico forcejeo que mantuvo con él.


El hijo de una familia asesinada en Burgos hace tres años, presunto autor del crimen

Efe – Elmundo.es

13 de junio de 2007

El único hijo vivo de la familia compuesta por Salvador Crisanto Barrio Espinosa y Julia Dos Ramos Santamarina, que junto a otro de sus hijos, Álvaro Barrio Santamaría, de 12 años, aparecieron muertos en su domicilio de la capital burgalesa el pasado 8 de junio de 2004, ha sido detenido en la ciudad de Orense.

El joven, que deberá declarar en relación con la muerte de sus padres y su hermano en Burgos en 2004 fue detenido en una residencia estudiantil de Orense, según han informado fuentes de la Xunta.

Agentes policiales detuvieron a las 21.30 horas del martes al joven Rodrigo B.D., de 19 años, cuando estaba en la residencia estudiantil en la que vive desde el comienzo del curso 2006-2007, indicó el delegado en Orense de la Consellería de Educación, Gonzalo Iglesias Sueiro. Y expresó su deseo de no hacer declaraciones de este tema «por no ser del ámbito académico».

Fuentes de la residencia estudiantil indicaron que el joven avisó a las 21:30 horas a su tutor indicándole que tenía que salir para responder a preguntas de la Policía y que luego no volvió.

Las mismas fuentes señalaron que el joven era el primer año que se alojaba en el citado centro estudiantil para cursar estudios y que era una persona introvertida pero siempre correcta.

Las muertes con las que se le relaciona ocurrieron el 8 de junio de 2004, cuando unos familiares descubrieron en un piso del centro de Burgos los cadáveres de Julia Dos Ramos, natural de Verín (Orense), y su marido Salvador Crisanto Barrio, alcalde pedáneo de La Parte de Brueba (Burgos). Además de al hijo de ambos, Alvaro Barrio, de 12 años, todos ellos con heridas de arma blanca.

Reconstrucción de los hechos

El asesino no forzó la puerta de entrada a la vivienda, no dejó rastro de su presencia en el lugar, ni fue visto por ningún vecino del inmueble. Su ensañamiento fue brutal. El padre presentaba 50 puñaladas y fue hallado bajo la mesa de la cocina, según la investigación pudo ser el primer objetivo del asesino. La madre fue degollada en el dormitorio y presentaba 17 heridas de arma blanca. El hijo pequeño fue el último en morir. Su cuerpo tenía 32 puñaladas, según la investigación policial.

El joven no se encontraba en el domicilio ya que esa misma noche, como todos los domingos, su padre le había dejado en la estación de autobuses. Allí tomaba un autocar que lo trasladaba hasta el Colegio de los Gabrielistas de La Aguilera, cerca de Aranda de Duero, donde estudiaba en régimen de internado.

El martes, tras una ardua investigación, era detenido finalmente el hijo mayor de la familia, R.B.D.R., presunto autor del triple crimen. Un año después de su muerte un millar de personas se concentraron en la plaza mayor de Burgos para reclamar a las autoridades datos sobre lo ocurrido y solicitar la detención del autor de las muertes.

El detenido asistió a los entierros de sus padres e incluso a la concentración en Burgos, donde hizo público un comunicado a través del Ayuntamiento para pedir la solidaridad de la población.

Luego se trasladó a Verín, donde reside la familia de su madre y al inicio del curso escolar 2006-2007, se matriculó en Orense para cursar estudios de Bachillerato Artístico, según fuentes familiares.


Un triple crimen por celos

C. Morcillo / P. Muñoz / EP – Lasprovincias.es

15 de junio de 2007

El director del Instituto Taboada Chivite de Verín (Ourense), Juan Guerra, donde estudiaba el joven presunto asesino de sus padres y hermano en 2004 en Burgos, manifestó ayer que le «parece imposible» que lo «acusen» del asesinato y aseguró que su comportamiento siempre fue «impecable» con profesores y alumnos. Así, Guerra comentó que el chico detenido hace dos días en Ourense «no daba ningún problema disciplinario». Además resaltó que los profesores del centro están «sorprendidos» por su detención y «no pueden imaginárselo».

Pero el presunto asesino Rodrigo Barrio, no era tan normal como aparentara y al parecer sufría unos celos enfermizos contra su hermano pequeño, Álvaro, que nació antes de tiempo, de forma que sus padres Salvador y Julia se volcaron con la criatura, primero en el hospital, donde pasó varios meses, y más tarde en su casa. Rodrigo, con una personalidad que ya apuntaba maneras, se sintió desplazado, abandonado, y se rebeló desde el primer día contra una imposición, la de uno más en casa, que detestaba.

Carácter reservado

Pasaron los años y, según los testimonios de allegados, el arrebato de Rodrigo no se diluyó: los celos de infante fueron dando paso a un carácter reservado, reconcentrado en sí mismo. Pronto surgieron los primeros problemas escolares. La familia vivía en Burgos capital, con una posición desahogada pero sin hacer ningún alarde, más bien al contrario. Rodrigo era un crío inteligente y despierto, pero su capacidad no revertía en rendimientos. Salvador y Julia querían un buen futuro para sus hijos, con estudios; el mayor no respondía. Los enfrentamientos empezaron pronto y fueron subiendo grados. Hay quien dice que Rodrigo trataba a su madre con auténtico desprecio, que la insultaba -sobre todo si no estaba el padre- y que incluso le había levantado la mano o al menos amenazado con hacerlo.

Amaneció un día que cambiaría la vida de la familia: el que se decidió que Rodrigo estudiaría interno en un colegio, el de los Hermanos Gabrielistas. Fuera de casa, y fuera de la ciudad. Tenía que dar un giro en los estudios y tenía que cambiar su comportamiento, cada vez más oblicuo. El niño no debió de acoger la decisión con ningún entusiasmo; mucho más porque su hermano Álvaro se quedaba en casa. «Soy diferente», debía de pensar en sus horas de soledad, y acabó comportándose más que diferente, como un psicópata de manual movido por unos celos enfermizos y asesinos. Terminó con todo y apareció en las fechas posteriores al crimen sin grandes aspavientos, desgarbado y con un punto de chulería, sin fingir dolor ni manifestarlo.

Suela de las zapatillas

El crimen estaba por resolver. Uno de los indicios que manejó desde el principio la Policía era la marca y el modelo de zapatillas deportivas que calzaba el asesino, unas Dunlop cuyo dibujo de la suela quedó estampado en sangre por varias partes del domicilio. La Policía Científica cuenta con una base de datos informatizada que es alimentada continuamente con los distintos modelos que se van sacando al mercado.

La base de datos, denominada Sicar 5, reúne miles de modelos de zapatillas, que vienen siendo almacenados desde hace años. Las firmas colaboran con la Policía y en el archivo se encuentra la marca del calzado, el modelo y los colores en los que se puede encontrar en las tiendas. Si de ese mismo modelo aparecen en los sucesivos años diferentes versiones, éstas son incorporadas igualmente a la base de datos policial.

En el caso del crimen de Burgos, las zapatillas que llevaba el presunto asesino nunca han sido recuperadas, al igual que el resto de la ropa ensangrentada. Sin embargo, el estudio de la huella permitió conocer el número de pie del autor de los asesinatos, el mismo que el del presunto homicida, y también para que la Policía investigase si los padres de Rodrigo Barrio le habían comprado unas zapatillas de la marca Dunlop antes de que en la madrugada del 7 de junio de 2004 su hijo decidiese matarlos a puñaladas, lo que repitió inmediatamente después con su hermano pequeño.

Una de las huellas que Rodrigo Barrios [Barrio] dejó presuntamente en la casa quedó estampada en la puerta de la habitación de su hermano pequeño, que tiró de una patada para entrar, sacarlo de debajo de la cama y asestarle 32 puñaladas.

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Nota de los creadores de Criminalia

Los autores Vicente Garrido y Patricia López recogen en el libro Crímenes sin resolver (Ariel, 2014) que fue Rodrigo Barrio Dos Ramos quien pidió a sus padres entrar en el internado de los Hermanos Gabrielistas ante la tensión existente en su domicilio.

A continuación reproducimos el fragmento:

«Tanto los cercanos a Salvador como a Julia confirman que, al llegar a la adolescencia, el chaval desarrolló un carácter complicado, todo eran peleas y gritos. Salvador intentará atar en corto a su primogénito, animándole a estudiar si no quería acabar conduciendo una cosechadora. Pero R. les había pedido que le enviaran al internado: no soportaba más vivir con ellos, les había dicho. El internado parecía una manera de poner tierra de por medio ante la situación de odio que R. les estaba demostrando. Julia, Salvador y Álvaro empezaron a conocer la paz.

»A mitad del curso 2003-2004, R. choca con los profesores de La Aguilera y su padre tiene que acudir dos veces al centro, reclamado por la dirección, para intentar enmendar su mal comportamiento. […] El adolescente no aguantaba la disciplina del centro e insistía en que le sacaran. Sin embargo, contó Teresa, como R. era muy mal estudiante, Julia había pensado que cuando compraran la cosechadora, ésa podía ser una posible salida profesional para su hijo. Le preguntó a su hermana por qué R. estaba interno y ella contestó tajante: «porque él lo había querido así -en contra de su opinión- y que ahora, que él quería salirse, que se fastidiara allí hasta que terminase el curso». De hecho, el verano de 2004, Julia y Álvaro lo pasarían, como siempre, en Queirugas, pero R. se iba a quedar en La Parte de Bureba para ayudar a su padre en el campo con la nueva cosechadora.»


Dos paquetes de tabaco y una bolsa de aseo quiebran la versión del joven de Burgos

Cruz Morcillo / Pablo Muñoz – ABC.es

15 de junio de 2007

Seis horas de interrogatorio el miércoles y otra ayer en la Fiscalía de Menores de Burgos acabaron por disipar las pocas dudas que quedaban sobre Rodrigo Barrio, detenido el martes, y el triple crimen de su familia. La juez de menores se inclinaba tras esta declaración porque el sospechoso pasara ya la noche en un centro de internamiento -tenía 16 años cuando ocurrieron los hechos-, pero antes el joven tuvo que ver cómo los agentes ponían su casa del revés.

Pasada la una de la tarde, fue trasladado por los agentes de la UDEV Central, acompañados por dos fiscales, desde los juzgados de Burgos hasta la casa familiar de la parroquia de Queirugás (Orense) para llevar a cabo dos registros (otro en casa de su tía) en busca de nuevas pruebas. Esa casona, de piedra y pizarra, ha sido el refugio preferido de Rodrigo desde el asesinato de sus padres y su hermano, el 7 de junio de 2004.

Ahí, se encerraba las horas muertas sin dejar entrar a nadie. ¿Dibujaba, oía música, escribía?… Desde luego guardaba objetos preciados para él, como el sello de su comunión con las iniciales R.B. que fue hallado en una pequeña caja fuerte por la Policía (él aseguró que no sabía dónde estaba) junto a una lista manuscrita del joven. Ese anillo solía llevarlo su madre colgado de una fina cadena. Los investigadores están convencidos de que él lo puso bajo llave, así que quizá podría haber escondido otras cosas, por ejemplo algunas de las que se echaron en falta en la escena del crimen -el DNI de la mujer, su monedero o las tarjetas sanitarias-.

Casi una decena de registros

Los registros (casi una decena) han aportado claves imprescindibles a los policías, piezas que han permitido ir encajando el puzle y estrechar el cerco en torno al criminal, sobre todo desde septiembre pasado cuando el comisario responsable del caso decidió darle la vuelta a la investigación.

Para la Policía, Rodrigo es el «autor material» del crimen y actuó solo, movido por unos celos enfermizos hacia su hermano pequeño que se trocaron en obsesión. El «príncipe destronado» nunca aceptó su segundo plano, se rebeló contra él, primero en forma de fracasos en el colegio y, con el paso del tiempo, alardeando de un comportamiento agresivo e indisciplinado en casa.

El hijo mayor de los Barrio Dos Ramos ha vivido parapetado tras una coartada casi perfecta. En el colegio de Los Hermanos Gabrielistas donde estudiaba interno en La Guardia, a unos 80 km de Burgos, se le vio a las 10.30 de la noche del día 6 de junio y en clase a las ocho y media del día siguiente. Esa era su baza, pero no contaba con las que habían ido tejiendo los agentes para desmontar una tras otra sus evasivas respuestas unas veces y sus abiertas mentiras, las más. Declaró reiteradamente que nunca había tenido llaves del piso familiar, pero una prima suya y él volvieron un año antes de la verbena a altas horas de la madrugada y abrió el chico. No sólo las tuvo antes, sino también después.

La Policía encontró en una de las inspecciones recientes dos paquetes de tabaco de la marca «Chester» ocultos en el bidé del baño. Podían haber estado ahí siempre y haber pasado desapercibidos a los investigadores, pero el olfato policial les dijo que no y acertaron. En una prueba con escasos precedentes, una pirueta más de las pesquisas, se logró averiguar a través de la serie de números que figuran en el papel timbrado de los paquetes la fecha en la que se habían empaquetado (la información la aportó Alemania), y la fecha en la que se habían vendido en España: la segunda quincena de junio de 2004, al menos una semana después de que se cometiera el triple asesinato.

Rodrigo no tenía llaves de su casa, nunca las había tenido, según él, pero había entrado en el piso de la calle Jesús María Ordoño después de las muertes y después del precinto judicial. Otra mentira para sumar a la lista.

No se sabe con certeza si volvió a su casa en una o en más ocasiones porque, además del tabaco, el ojo clínico de los policías encontró más rastros. En uno de los registros había una pequeña bolsa de aseo sobre la cisterna del váter; en el siguiente reconocimiento la bolsa estaba metida en un armario del baño.

El sanitario había sido utilizado en fechas recientes, es decir, más de dos años después del crimen. El nivel del agua no había bajado, como es habitual por falta de uso, y estaba transparente. Sólo era una mentira, un precinto roto, aunque un embuste innecesario que también escamó a los agentes.

Ya antes se había encontrado otro paquete de tabaco, éste de la marca «Lucky», con unos cuantos cigarros, entre ellos uno de marihuana, escondido en el altillo de un armario de su dormitorio. Ese paquete se vendió un año antes de los crímenes, de forma que pudo pasar desapercibido en los primeros registros, o quizá también fue colocado a posteriori.

Rodrigo ha sido sorprendido en más renuncios, pese a su capacidad de enredo, de anticiparse a los investigadores, pese a su imponente frialdad que le ha permitido vivir bajo el techo de las hermanas de su madre en Orense, seguir estudiando (con suspensos) e inventar alternativas. En una de ellas intentó culpar del crimen a un religioso del colegio y tuvo el arrojo de detallar a los agentes cómo podría haber actuado el presunto autor. Habría cogido un coche del centro (todo el mundo sabía dónde estaban las llaves), conducido hasta la casa de los Barrio, asesinado a tres personas y vuelta al colegio. Más o menos, como se cree que lo hizo él. Rodrigo no tenía carné, pero sabía conducir perfectamente como cualquier chico criado en el campo.

Según declaró en su día, rememorando hechos previos al crimen, el viernes del fin de semana de las muertes volvió a casa directamente desde el autobús que le traía del internado. Un compañero que bajó con él del vehículo explicó, en cambio, que lo dejó a mitad de camino porque iba a comprar balines para una escopeta.

La Policía ha ido viendo luz día a día en este complejo caso. Ha sabido de la afición de Rodrigo por los dibujos macabros con personas decapitadas; ha averiguado que las relaciones con sus padres eran más que malas, debido al rechazo que sentía por su hermano de 12 años; ha ido acotando su carácter e incluso oyendo lo que decía, más bien poco. Con este convencimiento, para los investigadores no hay duda de que el autor de las 99 puñaladas fue «el príncipe destronado».


El juez deja en libertad al joven acusado del triple crimen de Burgos

ABC.es 

18 de junio de 2007

El joven de 19 años R.B.D.R., detenido como supuesto autor de la muerte a puñaladas de sus padres y su hermano de 12 años, ha sido puesto hoy en libertad por decisión del juez.

El joven ingresó el pasado viernes a las 15,00 horas en el Centro de Menores Zambrana de Valladolid y salió esta tarde tras recibirse en el centro un auto judicial en el que se decreta su libertad, informaron a Efe fuentes del Gobierno regional.

R.B.D.R. estaba en la unidad de ingresos de dicha institución, dependiente de la Junta de Castilla y León, sometido a valoración por parte de médicos, psicólogos y educadores, antes de ser ubicado definitivamente en las instalaciones.

El gerente de Servicios Sociales del Gobierno regional, Antonio María Sáez, explicó a Efe que, desde el Ejecutivo autonómico, del que depende el centro Zambrana, «nos limitamos a dar cumplimiento a las resoluciones de los juzgados». Precisó que, durante el tiempo que el joven ha permanecido internado en el centro, «su comportamiento ha sido correcto», sin problemas.

Triple crimen en Burgos en 2004

Fue el pasado 12 de junio cuando la Policía detuvo a R.B.D.R. en el lugar donde este año empezó a cursar Bachillerato Artístico, en Orense, como presunto autor de la muerte de sus padres y su hermano menor, hallados en su domicilio de la capital burgalesa el 8 de junio de hace tres años con más de un centenar de puñaladas en total en sus cuerpos, según fuentes policiales.

Familiares de las víctimas encontraron a los tres muertos en el domicilio ubicado en la céntrica calle Jesús María Ordoño de la capital burgalesa. Tras el hallazgo de los cadáveres, las primeras investigaciones determinaron que las muertes violentas se produjeron durante la madrugada del 7 de junio de 2004, sin que en la vivienda hubiera señales de que la puerta hubiera sido forzada.

Este dato hizo pensar a los investigadores que el autor tenía llave o era conocido de los miembros de esta familia, muertos por un arma blanca que no se encontró, sin que ningún vecino oyera nada. El Juzgado Número 2 de Burgos decidió en junio del año pasado archivar la causa de forma provisional al no existir pruebas sobre quién cometió los apuñalamientos, aunque la Policía continuó las investigaciones para intentar esclarecer el suceso, al haber obtenido autorización judicial.

Tres días de internamiento

El arrestado como supuesto autor de la muerte de sus padres y de su hermano pequeño pasó a disposición del Juzgado de Instrucción número 2 de Burgos el pasado 13 de junio, informaron a Efe fuentes jurídicas, que precisaron que el joven fue interrogado en las mismas condiciones que un menor de edad, dado que cuando ocurrieron los hechos tenía 16 años.

Tras permanecer más de tres días en el centro de Menores Zambrana de Valladolid -ingresó el viernes sobre las 15.00 horas y ha sido puesto en libertad hoy por la tarde-, el Juzgado de Menores de Burgos ha decidido el fin de la medida cautelar de internamiento y su puesta en libertad.


Los excesos del triple crimen de Burgos

Francisco Pérez Abellán – Libertaddigital.com

22 de junio de 2007

Hace tres años asesinaron en Burgos a tres personas de una misma familia: los padres y uno de los hijos. El otro vástago fue detenido -se supone que con la aquiescencia de la Fiscalía de Menores- hace unos días como principal sospechoso de la matanza. Tras ser ingresado en un centro de reclusión, fue, sorprendentemente, puesto en libertad. El abogado de la familia, el propio joven y la sociedad entera alucinan por un tubo.

En España hay que vigilar a la justicia. En la misma semana en que se sopesa separar a una juez de su oficio por haber olvidado que debía poner en libertad a un preso al que ella misma había absuelto y que se pasó 437 días entre rejas, por la cara, sin merecerlo, otro juez admite las diligencias policiales como suficientes para detener y encarcelar -en un centro de menores- a un chico de 19 años que, cuando tenía 16, vivió la tragedia de un crimen en su familia. Ahora es todavía peor, porque esta vez es el imputado.

Los hechos se produjeron la madrugada del 8 de junio de 2004 en una vivienda ocupada por Salvador, alcalde pedáneo de La Partida de Bureba, su esposa y su hijo de 12 años. Su otro hijo se supone que estaba en el internado donde estudiaba, en Aranda de Duero. El asesino entró en el domicilio con una llave o porque le abrieron sin recelar, dio 50 cuchilladas al padre, 17 a la madre y 32 al niño. Dejó huellas de pisadas ensangrentadas en el suelo y, al parecer, en la hoja de la puerta que echó abajo. Sin embargo, en el lugar no se hallaron huellas dactilares ni se encontró el arma del crimen, un cuchillo.

El asunto es de los más misteriosos y tremendos que tiene entre manos la policía, que lo acogió con especial empeño. Sobre todo, desde el nombramiento de un nuevo comisario que se encarga del delito especializado y violento.

Tres años después de los hechos, parecía que todo quedaba resuelto. Se filtró que había sido detenido e imputado el hijo mayor de Salvador, aunque no se revelaron los motivos. Un nuevo éxito de la labor policial, que en este caso nos dejó boquiabiertos. Sin duda, los agentes especializados destinados a este enigma han reunido indicios y sospechas bastantes para llevar al imputado a comisaría y someterlo a un interrogatorio. Otra cosa es que ese material sea suficiente para llevarlo a juicio.

Entre otras cosas, el chico negó a los agentes que tuviera llave del domicilio paterno, cosa que se supone quedó desmentida por un testigo de la investigación. También dispone de una coartada: aquella noche estaba en Aranda de Duero, a 40 kilómetros del lugar de la matanza; pero se cree que sabe dónde se guardan las llaves de un vehículo del centro escolar que pudo ser utilizado aquel día. Y poco más ha trascendido. Entre ese poco está el hecho de que las manchas de sangre no siguen más allá de la puerta de entrada de la vivienda. En la escalera no hay ninguna, lo que supone que el asesino se cambió de ropa, y tal vez de calzado, dentro. Una de dos: o lo llevaba dispuesto o lo tenía allí. Muy sospechoso: un crimen de odio.

A todo lo anterior hay que añadir que los investigadores piensan que alguien entró en la escena del crimen una vez precintada por la policía, seguramente porque había olvidado algo. Con todos estos elementos, la investigación estudia varios móviles, y uno de ellos es el crimen familiar. Lo que pasa es que la cosa pasa a mayores cuando interviene la justicia.

Se supone, y me llegan noticias en este sentido, que los encargados de la investigación han estado en contacto durante estos meses con la Fiscalía de Menores; esto es, que para no meter la pata han consultado a la acusación. Y es posible que decidieran el arresto tras recibir el visto bueno. Luego aquí empieza el contrasentido.

Puede entenderse que el fiscal valore mal unas pruebas, pero no se entiende en absoluto que haga lo mismo el juez. Una vez en sus manos el atestado policial, el juez debe decidir si sigue adelante o no con el procedimiento, y aquí estima suficiente lo aportado como para recluir al chico, que ya es mayor, en un centro de menores, lo que no deja de ser sorprendente. En segundo lugar, lo mantiene allí durante muchas horas para, finalmente, ponerlo en libertad.

Aquí es donde empieza el alucine: ¿puede un juez valorar de dos formas contradictorias las mismas pruebas en el transcurso de unas horas? ¿Pueden los policías, en contacto con los fiscales, sobreestimar lo que tienen al cabo de tres años de investigación?

Si el imputado es culpable, hay que probarlo. Los medios de prueba y la valoración de los mismos no son tan complicados. A ver: ¿tienen el arma del crimen? ¿Hay un testigo de cargo? ¿Tienen huellas o restos de ADN? ¿Han recuperado las zapatillas ensangrentadas? Pues si no tienen nada de esto, igual no tienen nada.

La subdelegada del Gobierno ya estaba tentándose la ropa días antes. Repetía a los periodistas: «Tengan prudencia y paciencia». Pues ténganla ustedes primero. ¿Quién es el imprudente que ha confundido un indicio con una prueba? Cualquiera que haya sido, quien tiene la última palabra es el juez. A su señoría le tocaba valorar. Y frente a la expectación creada, metió al chico en reclusión. Eso embraveció el oleaje mediático: hubo un periodista de televisión que dijo haber adelantado la noticia y que luego, con el «síndrome del guardabarreras» -ya saben, cuando les echaban la culpa de los accidentes ferroviarios y ellos mismos lo aceptaban, entre lloros de desesperación-, decía en directo: «¡El daño que le hemos hecho!». Pues habrá sido él.

No me gusta la Ley del Menor, pero mientras esté vigente hay que respetarla. Cualquiera puede cometer un error, pero en este caso se veía todo muy confuso. ¿Por qué declaraban el secreto del sumario, si tenían el gato en la talega? A causa de todo esto, el imputado sigue siendo sospechoso, las actuaciones no están archivadas, pero está claro que la acusación ha perdido mucho gas. Además, está la sacrosanta presunción de inocencia.

El periodismo de sucesos también ha perdido mucho, y está lleno de aficionados. Gente que ha visto pocos muertos, ningún asesino y sólo algunos casos. En esta situación, cualquier error es posible. Aunque en este asunto toda la culpa es de quien se ha querido poner la medalla antes de haber terminado la cacería. Tampoco ha funcionado la red judicial, que últimamente presenta grandes fallos. El juez era nuestra última esperanza. Ahora tendremos que reinventar el periodismo de investigación.


Un amigo de Rodrigo Barrio contradice en el juzgado afirmaciones sobre el crimen

Ical – Elmundo.es

30 de noviembre de 2008

Un amigo íntimo de Rodrigo Barrio cuando se produjo el triple crimen de Burgos en el que murieron cosidos a cuchilladas sus padres y su hermano pequeño en junio de 2004 prestó declaración ante el Juzgado de Menores de Burgos en relación a los hechos y explicó que en aquella época el joven calzaba un 44, fumaba cigarrillos de la marca Chersterfield, sabía conducir y tenía llaves del domicilio familiar en Burgos, extremos todos ellos negados por el joven en reiteradas ocasiones y que constituyen algunos de los principales indicios que llevaron a la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) del Cuerpo Nacional de Policía a detenerle el 12 de junio de 2007 como posible autor del brutal crimen, según confirmaron a Ical fuentes de una de las acusaciones particulares.

De hecho, Rodrigo Barrio tras prestar declaración ante el fiscal de Menores de Burgos permaneció durante 72 horas interno en el centro de menores Zambrana de Valladolid, porque -a pesar de ser mayor de edad en la actualidad- cuando se produjeron los hechos contaban con 16 años.

No obstante, fuentes policiales confirmaron a Ical que el caso sigue abierto y, por tanto, la investigación por parte de la UDEV para el esclarecimiento de los hechos. Esta Unidad, que relanzó la investigación en 2007, tiene al frente desde este verano a un nuevo comisario, Serafín Castro.

Estas mismas fuentes recuerdan que España, cuenta con uno de los mayores índices de resolución de delitos. Es más, en los homicidios el porcentaje roza el 98 por ciento porque siempre hay un móvil y al menos una prueba que permite llegar al autor del crimen.

En este caso, el arma -con el que el cabeza de familia recibió más de 50 puñaladas- nunca apareció y los únicos rastros que dejó el asesino fue una huella de una zapatilla de deporte correspondiente al número 44, el mismo que, supuestamente y siempre según la versión de la parte acusadora, usaba el joven en aquella época.

A esto hay que unir, según apuntan estas mismas fuentes, que en el piso donde se produjo el fatal crimen no apareció ningún calzado de mayor número que el 45, cuando el joven ha mantenido en reiteradas declaraciones que ya en 2003 usaba el número 47. De hecho y para dar mayor credibilidad a su versión, Rodrigo Barrio presentó un certificado de una tienda de Verín (localidad donde no residía por aquellas fechas) en el que se asegura que un año antes del trágico suceso ya calzaba un 47.

Cuando se van a cumplir cuatro años y medio de aquel trágico suceso, no hay ninguna persona detenida y Rodrigo, el único miembro vivo de la familia, se ha convertido en el único sospechoso hasta la fecha, a pesar de que él ha inculpado a varias personas. Piden respuestas

Sin embargo, una parte de la familia de Rodrigo -cuatro hermanos del padre- que durante estos años le arropó, vive ahora asaltada por las dudas y quiere que el joven se siente en el banquillo de los acusados para que responda a algunas preguntas sobre las que, hasta el momento, ha sido incapaz de arrojar luz. «Sólo queremos que se conozca la verdad y que responda a algunas preguntas», apuntan. Y sostienen que no están diciendo que Rodrigo sea culpable, sino que necesitan tener respuestas y aclarar lo sucedido.

El papel de la Fiscalía

Por eso, insisten en la relevancia del papel de la Fiscalía porque es la que «tiene la voz para valorar si hay que llevar a juicio al joven o no», ya que, esta parte está haciendo todo lo que está en su mano y ha solicitado la práctica de nuevas pruebas, cuyos resultados tendrán que ser analizados por el fiscal para considerar si hay indicios suficientes para que Rodrigo Barrio tenga que comparecer ante un Juzgado de Menores como acusado de la muerte de sus padres y su hermano.

A la espera del resultado de más pruebas

Y, en este punto están las cosas, a la espera de los resultados de algunas de estas nuevas pruebas solicitadas, de las que forma parte la declaración de este joven, así como las de los tres tíos del joven. Estas declaraciones tienen por objeto contribuir a esclarecer las circunstancias de este triple crimen que conmovió a los vecinos de Burgos y al resto del país la mañana del martes, 8 de junio, tras hallarse los cadáveres en el domicilio de la familia, en el número 14 de la calle Jesús María Ordoño.

Algunas coincidencias

Además de la posibilidad de que usara el mismo número de pie que el asesino y que fumara Chester, sus tíos han declarado también que aunque no tenía carné sabía conducir perfectamente, lo que supuestamente le hubiera permitido trasladarse la noche del domingo desde el colegio en el que estaba internado hasta el piso de Burgos y volver a dormir al centro, en que el estaba la mañana siguiente.

Es más, uno de los hermanos del padre sostiene haberle visto conducir, tal y como expuso ante el juez cuando esta acusación particular solicitó la práctica de nuevas pruebas.

Estas declaraciones han servido -según mantiene esta parte- para aclarar la aparición de un anillo, con la inscripción RB, que llevaba su madre encima habitualmente y que Rodrigo había echado de menos. Sin embargo, esta pieza apareció posteriormente junto con otras en una caja de caudales que tenía el joven en su posesión.

Además, las tías en su declaración en el juzgado aseguraron que esa caja la habían visto y esta joya no estaba en su interior, luego se la llevó al chalé de Queirugás (Verín, Orense), donde la encontró la Policía cuando entró y realizó una inspección ocular, coincidiendo con la detención de Rodrigo. Esta caja se encontraba dentro de otra de zapatos y en el interior de un arcón. En su interior, había una nota manuscrita por él con una relación de las joyas que había en su interior y en ella había escrito anillo RB.

Una personas ambidiestra

Esta parte, también pone sobre la mesa el hecho de que la persona que acabó con los tres miembros de una misma familia era ambidiestro porque las puñaladas que presentaba el padre fueron causadas por un zurdo, mientras que las que presentaban la madre y el hijo correspondían a un diestro. En este punto, sostienen que está acreditado que Rodrigo es también ambidiestro.

A la espera de resultados

En estos momentos, están a la espera de que el Instituto de Consumo del Ministerio de Sanidad y Consumo analice unas colillas de Chester que aparecieron en la azotea de la vivienda de las que no se pudo obtener ninguna muestra de ADN para saber si se fumaron con boquilla o se encendieron y dejaron consumir a través de los restos de alquitrán y nicotina.

La acusación particular se encuentra ahora a la espera de que, con los resultados de estas pruebas, el fiscal disponga de más medios para poder determinar si puede llevar a juicio al que, hasta el momento, ha sido el único sospechoso de la muerte de sus padres y hermano. Con el objetivo, insiste esta parte, de que Rodrigo aclare las contradicciones en las que ha incurrido.


Barrio: «No sé por qué dicen que soy el asesino»

Laregion.es

1 de junio de 2011

Rodrigo Barrio, el hijo del matrimonio brutalmente asesinado, en junio de 2004, junto con su hermano de 12 años, en Burgos no entiende por qué dos hermanas de su madre, los maridos de éstas, además de un tío y un primo, insisten en que él es el autor del crimen. «La Audiencia de Burgos, la Fiscalía de Menores y la Policía no llegaron a demostrar que soy el asesino. Todo son falsedades, elucubraciones y no sé porque [por qué] ese empeño en que yo soy el asesino», aseguró ayer durante una vista oral por amenazas en el Juzgado de Instrucción de Verín.

Barrio denunció a sus familiares, sus dos tías Teresa y Concepción dos Ramos, sus maridos, Ramón Sandoval y Pedro Solé, además de otro tío suyo, Benito dos Ramos y un primo Daniel Sole, por presuntamente amenazarlo el pasado 23 de abril cuando estaba limpiando el jardín de la casa paterna en Queirugás (Verín). «Hacía un año que no iba a mi casa. Fui para abrir las ventanas, airear las habitaciones y revisar por si había goteras», explicó Rodrigo Barrio durante la vista oral, recalcando que estaba acompañado de las dos personas que le suelen cuidar el jardín. «Cuando estaba trabajando, mis tíos se acercaron y me llamaron asesino, me decían que no me tenían miedo y que me iban a cortar el cuello. Me gritaban que les había arruinado la vida».

Rodrigo Barrio grabó el enfrentamiento con una cámara, cuya cinta fue aceptada como prueba de cargo, llegando a proyectarse durante la vista oral. El hijo del matrimonio asesinado acudió al juicio sin abogado, pero sus tíos encomendaron su defensa al letrado Antonio Taboada, que inicialmente anunció la impugnación de la prueba mostrando documentos de forenses y psicólogos que examinaron a Rodrigo Barrio durante la instrucción de sumario del triple crimen, «que acreditan que tienen una inteligencia superior, que tiende a aumentar las cosas y manipulador». Rodrigo Barrio se defendió asegurando que tenía informes que demostraban todo lo contrario.

Antonio Taboada, finalmente, aceptó la prueba y, tras su proyección, alegó que no se observa ningún tipo de amenazas. «Lo que si se aprecia es la reacción desesperada de una familia que perdió a tres seres queridos», explicó el letrado.

Barrio aseguró que tenía miedo de sus tíos le hicieran algo, mientras estos, que negaron durante su comparecencia en el estrado las amenazas, recalcaban que los que tenían miedo eran ellos. «Cada vez que viene al pueblo, no dormimos de noche, pasamos miedo», explicó Benito dos Ramos, que fue durante años tutor del denunciante.

El juicio, que duró una hora y media, quedó visto para sentencia. Rodrigo Barrio abandonó el juzgado sin hacer declaraciones, mientras sus tíos solicitaban justicia para que la muerte de sus padres y hermano no queden impunes. «Si no fue él, porque [por qué] no se interesa en buscar al asesino de sus padres y hermano», afirmaban.


El triple crimen de Burgos, reabierto nueve años después

Cruz Morcillo – ABC.es

2 de febrero de 2014

Un jurado declaró el miércoles culpable por unanimidad a Ángel Ruiz Pérez, juzgado por el asesinato de Rosalía Martínez el 25 de agosto de 2011 en el pueblo burgalés de La Parte de Bureba. El acusado atropelló con un Peugeot (robado un mes antes) a la anciana de 85 años y ocultó el vehículo en un garaje que no se utilizaba de otro vecino y que fue quien lo encontró allí un año después.

El individuo, según sostienen el fiscal y la acusación, estaba enfrentado con la familia de la víctima. Su ADN fue recogido en el turismo, que presentaba daños en un foco coincidentes con los encontrados en el lugar del atropello. Pero los parientes de la anciana no eran los únicos enemigos de Ángel, obsesionado con medio pueblo por motivos tan dispares como una linde o la colocación de una alcantarilla.

Su enfrentamiento con el alcalde Salvador Barrio era conocido por todos. Había discutido con él a cuenta de una linde de tierras y Salvador le había recriminado que se metiera en las propiedades de otros agricultores o causara destrozos. El 7 de junio de 2004 Salvador, su esposa Julia Dos Ramos y su hijo pequeño de 11 años fueron asesinados con saña en su piso de la capital burgalesa. Les asestaron casi un centenar de puñaladas.

Poco después sobre su tumba alguien escribió pintadas insultantes como «cerdo, cabrón, hijo de puta». En marzo de 2005 fue detenido Ángel Ruiz como autor de esas pintadas, tras un exhaustivo informe grafoscópico. La Policía, encargada de la investigación del triple crimen, registró su casa y le tomó declaración con los escasos indicios recabados hasta entonces.

Detenido y exculpado el hijo

A los tres días quedó en libertad. Tenía coartada y, en teoría, ni siquiera conocía el domicilio de los Barrio en Burgos donde el asesino no forzó la puerta y solo dejó una huella de zapatilla del 44, un número que tampoco se correspondía con el del arrestado. Fue condenado por las pintadas en el mausoleo, pero no se pudo avanzar más.

En junio de 2007 los agentes detuvieron al hijo mayor del matrimonio Barrio, interno en Aranda de Duero en la fecha del crimen, por el triple asesinato, si bien los indicios aportados no convencieron a la Fiscalía de Menores que decretó su libertad a las 72 horas. La causa contra él fue archivada, aunque parte de su familia sigue acusándolo.

Desde entonces no ha habido avances en la investigación, pero la Policía tiene intención de reabrir el caso orientando las pesquisas hacia la persona que ya estuvo bajo sospecha: Ángel Ruiz, cuya sentencia condenatoria por el atropello de la anciana se conocerá en los próximos días, tras el veredicto de culpabilidad.

Usó el coche de la víctima

No es la única acusación que pesa contra él. Un juzgado de Briviesca lo imputó en marzo del año pasado por la desaparición de Sharil A.S., un joven búlgaro desaparecido el 17 de enero de 2013 en esa localidad. Su novia denunció ante la Guardia Civil los hechos y la búsqueda se intensificó tras aparecer semanas después el coche del joven, quemado en un monte del Valle de Tobalina. Las investigaciones destaparon que Ángel Ruiz lo había utilizado días antes.

Los padres del desaparecido señalaron desde el principio a este hombre. Contaron a los agentes que habló por teléfono con él el mismo día en que se perdió su rastro; varios compatriotas declararon que Ruiz buscaba un sicario y un pasaporte falso, dado que ya estaba acusado por el homicidio de su vecina e incluso salió a relucir una supuesta deuda de 10.000 euros.

La Guardia Civil ha rastreado varias zonas próximas, frecuentadas por el imputado, pero un año después no han hallado ni rastro del búlgaro. Ruiz, que niega los hechos, había quebrantado además una orden de alejamiento en La Parte de Bureba.

Durante el juicio por el asesinato de Rosalía han salido a relucir algunas claves de su personalidad, esa en la que la Policía tiene previsto rebuscar de nuevo en busca de una posible relación con el triple crimen de la familia Barrio. Ruiz es una persona «hipersensible a las ofensas, vengativo y carente de cualquier empatía hacia los demas», según la pericial psicológica exhibida en Sala.

El vecino conflictivo tiene reconocida una incapacidad desde 1990. Sufre trastorno psicótico paranoide, pero según el veredicto «no influyó en las capacidades de querer y conocer cuando produjo la muerte a Rosalía Martínez». Es revelador el alegato del fiscal al instar a los miembros del jurado a considerar culpable a Ruiz para «cortar la escalada de violencia del acusado, castigar sus acciones y proteger a sus futuras víctimas». Esa personalidad podría encerrar claves que se pasaron por alto en su día o establecer nexos con otro caso también sin resolver, según los investigadores.


Intercambio de papeles en el triple crimen

Ikaki Elices – Diariodeburgos.es

7 de junio de 2014

Rodrigo Barrio Dos Ramos se ha afiliado recientemente a Jóvenes Agricultores (Asaja). Pasa largas temporadas en La Parte de Bureba, en la casa que heredó de su familia asesinada y trabaja con su tío Félix -hermano de Salvador- en las tierras de cereal que su progenitor cultivaba antes del 8 de junio de 2004. En esa fecha el resto de su familia -padre, madre y hermano menor- aparecían muertos cosidos a puñaladas (en torno a 100) en el 5º A del número 14 de la calle Jesús María Ordoño, el piso que poseían en la capital. Una tragedia que la crónica negra de la ciudad bautizó como el triple crimen de Burgos, denominación que adquiere tintes aún más dramáticos por cuanto 10 años después aún nadie ha dado con el autor.

Ya con 26 años de edad, su aspecto esmirriado propio de la adolescencia ha dado paso a una figura más robusta, característica de quienes se dedican a las labores agrícolas. Su semblante, nunca demasiado alegre antes de la muerte de su familia pero de gestos más amables pese a su apatía congénita, se ha tornado hosco y ceñudo, una evolución típica de quien ha sufrido una desgracia como la que él padeció y además ha sido señalado como el principal culpable. Quienes le conocen le describen ahora como una persona «evasiva, esquiva, desconfiada».

De 2007 a 2010 la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Policía Nacional le consideró el principal sospechoso de asesinar a sus padres, Salvador, Julia y su hermano Álvaro, de 12 años. Hasta el punto de que con 19 años fue detenido e internado en el centro Zambrana de Valladolid como medida cautelar.

Saldría a los tres días

Tres años más tarde la argumentación que los investigadores construyeron en torno a su culpabilidad se desmoronaría. El «castillo» de supuestos indicios levantados en esos 36 meses de pesquisas «tenía los cimientos de barro», en palabras del fiscal delegado de Menores, José Fernández. Junto a su compañero Luis Delgado solicitó a la jueza Blanca Subiñas el archivo de la causa en un auto que tachaba de «meras hipótesis y conjeturas» las conclusiones de la Policía.
La propia magistrada no era más benévola que ellos con la investigación policial, que tildó de «auto de fe, como una necesidad ciega de buscar respuestas». Así que el recelo y la suspicacia que caracterizan ahora el comportamiento de Rodrigo parecen justificados. Máxime cuando parte de la familia de su madre, residentes en Queirugás (Orense), le cree culpable todavía hoy.

Ahora tiene coche nuevo, un Opel Insignia. Ya jubiló el Audi blanco de su padre. Con él va y viene de la Bureba a Santiago de Compostela, donde también tiene casa. Mientras el joven trata de hacer una vida normal, Ángel Ruiz (52 años), un vecino de La Parte al que Rodrigo conocía, está en prisión. Es el hombre que cubrió de pintadas ofensivas el panteón de su familia paterna la misma noche del entierro de Salvador. El mismo individuo que interrumpió el sepelio de «Salvi» con acelerones de su tractor en una finca junto al cementerio. El mismo que coleccionaba recortes de prensa del triple crimen. El mismo que se enfrentó al padre de Rodrigo porque un camino vecinal invadía una propiedad suya. El mismo al que Pepe, tío abuelo del único superviviente de la matanza, apuntaba cuando la Policía Nacional acudía al pueblo preguntando por posibles sospechosos.

Dos crímenes más

Pero «Angelillo» está en la cárcel no por el triple asesinato de la calle Jesús María Ordoño. Lo está por haber matado a su vecina Rosalía Martínez Gandía el 25 de agosto de 2011. La atropelló con un coche que había robado. ¿El motivo? Que ella le había denunciado ante la Guardia Civil por haberse colado en su casa y haberla amenazado de muerte. Ha sido condenado en 2014 a 18 años de prisión. La Benemérita le considera también responsable de la desaparición de un joven búlgaro, Shibil Angelov Shibilov, a quien habría contratado a finales de 2012 para buscar unos sicarios que matasen a un pariente suyo en Bilbao. Solo por estos dos crímenes ya podría ser considerado un asesino en serie.

Con estos antecedentes y los efectos que hallaron en el registro de su casa, entre ellos la llave del despacho de la Alcaldía de La Parte que ocupaba Salvador en 2004, la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Benemérita no tardó en situarle como sospechoso del triple crimen. Pedro Torres, abogado que lleva la acusación particular que encarna Félix Barrio, considera que «hay más indicios de peso contra Ángel que los que había en su día contra Rodrigo». Y, aunque no lo dicen, sus gestos denotan que los fiscales y la jueza de Menores piensan que al menos hay los mismos. Hasta el punto de que el Juzgado de Instrucción número 2 de Burgos reabrió el caso el 5 de marzo pasado para seguir esta línea de investigación.

Un mes después de que la magistrada tomara esta decisión, Rodrigo Barrio cambiaba de principal imputado a acusador, al personarse como parte en el proceso. Y Ángel Ruiz, que no había pasado de ser considerado el loco del pueblo, el tío raro y violento que quebraba la paz de la tranquila pedanía perteneciente a Oña quemando montones de pacas y amenazando a sus convecinos, se convierte ahora en el foco de atención de los investigadores.

Los dos únicos sospechosos con nombre y apellidos que ha tenido el triple crimen en esta década curiosamente no fueron considerados tales en 2004. Ángel Galán, excomisario principal de la UDEV, asegura que Rodrigo Barrio le pareció desde un principio «una víctima». Es dos años y medio después de los asesinatos, elaborado ya de «forma minuciosa un perfil del autor», cuando la Policía «piensa en él». De todos modos, sí que le pincharon el móvil a los pocos días de los hechos, pero las conversaciones que mantenía «eran banales», señalan fuentes de la investigación. De hecho, vigilaban su teléfono más por si recibía llamadas del asesino que por su implicación en los hechos.

Ángel Ruiz, asegura Galán, «no fue sospechoso de asesinato en ningún caso», solo de las pintadas en el panteón. La UDEV lo descartó «por su personalidad, porque no se sabía que tuviera coche y pudiera ir de un lado a otro y porque la gente» con que habló la Policía «decía que Angelillo no tenía ni idea de dónde vivía Salvador en la capital». No obstante, fue interrogado por los crímenes, pero no cantó. Justificó las pintadas alegando que lo había hecho porque la familia de Salvador, el día antes de su entierro, había cortado una rama del árbol que su padre -que fuera guardia civil- había plantado en mitad del cementerio años atrás. Ese tallo invadía el panteón de los Barrio y Ángel se tomó su tala como una afrenta que merecía un escarmiento. Y se desquitó escribiendo en su tumba las palabras «cabrón e hijo de puta». Todos coinciden en el pueblo al calificarle de «vengativo».

La labor de la jueza

¿El ansia de venganza que conduce sus actos le convierte en asesino? Sí, en el caso de Rosalía Martínez Gandía así fue. ¿Le convierte en el autor del triple crimen? Por ahora no. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la investigación. Saber si los indicios hallados por la Guardia Civil hace dos años, unidos a algunos de los datos que reunió sobre él la Policía Nacional entre 2004 y 2005, encajan sin chirriar en un argumentario que la titular del juzgado de instrucción 2, María Dolores Fresco, habrá de fiscalizar antes de decidir si archiva de nuevo o dicta auto de apertura de juicio oral.

Mientras tanto Ángel Ruiz permanece en la cárcel de Burgos. No pasa desapercibido, «porque su foto ha salido mucho en la prensa y es un tío extraño, pero va a lo suyo y nadie se mete con él». Si nadie censura en la prisión la entrada de los periódicos que relatan las sospechas que se ciernen sobre él -entre ellos Diario de Burgos– a buen seguro que está devorando todo lo que se escribe de su persona.

Su madre, Pilar, relató a la Guardia Civil -así aparece en el atestado que remitió al juzgado- que su hijo le pedía «que consiguiera las noticias en las que él saliera o le fueran de interés». Así que no se trata de una persona ajena al afán de notoriedad.

Ángel nació en Baracaldo en 1962, pero la mayor parte de su infancia y juventud transcurrieron en Burgos capital, viviendo con sus padres y su hermana María Sagrario en el barrio de Gamonal, en Lavaderos, y en el cuartel de la calle de El Morco. A principios de los años 80, la familia regresó a La Parte de Bureba, el pueblo del que era oriundo su progenitor. Sus habitantes no olvidan «las palizas» que propinaba a sus padres. Cobra una pensión por incapacidad intelectual desde los 90, gracias a un diagnóstico realizado en esos años que le atribuía un trastorno psicótico paranoide que en realidad no sufre. Así lo dijeron las forenses que en 2012 y 2013 estudiaron su personalidad. En su opinión padece un desorden de conducta de tipo «esquizoide y paranoide, que no es ninguna enfermedad mental psicótica». Se trata de un patrón de comportamiento que destaca por el «desinterés, la escasa empatía hacia los demás y la suspicacia». Era el raro del pueblo, sí. ¿El loco? Puede que se lo hiciera, pero no lo está. Los investigadores de la Guardia Civil que le interrogaron y siguieron sus movimientos antes de «cazarle» por el asesinato de Rosalía Martínez dicen de él que «es listo y sabe salir de los apuros».

Huidas

Cuando Rodrigo era pequeño y jugaba en el barrio alto de La Parte, a buen seguro que más de una vez se topó con la mirada torva de Ángel Ruiz, quien habitaba en el barrio bajo, el más alejado de la N-232. Quién sabe. Quizás fue testigo incluso de algunos de los arrebatos de violencia que solía protagonizar y que su padre neutralizaba prometiendo a sus víctimas que él lo solucionaría. Y Ángel senior lo intentaba, hasta el punto de internarlo en el Divino Valles, en la unidad de psiquiatría, pero se escapaba. «Tras una de sus huidas, en una ocasión dos helicópteros sobrevolaron el pueblo buscándolo», recuerda el actual alcalde pedáneo, Ignacio Ruiz.

De ser el asesino, Ángel Ruiz seguro que se frotaría las manos cuando Rodrigo se convirtió en el principal sospechoso. Ahora cambian las tornas y es el único superviviente de la familia Barrio Dos Ramos el que está en posición de levantar el dedo acusador. Ya tuvo que tragar lo suyo cuando supo que este habitante de La Parte era quien había injuriado a su padre realizando pintadas en el panteón familiar. ¿Era culpable de algo más que de un delito de ofensas a la memoria de los difuntos? El devenir de la investigación lo dirá.

¿Logró engañar a los investigadores? ¿Su primer crimen fue el crimen perfecto y después perdió facultades como lo demuestra el hecho de que fuera descubierto por el asesinato de Rosalía Martínez? Los expertos opinan que los criminales, y más los asesinos en serie, no desaprenden sino que mejoran sus métodos. ¿Cómo encaja este patrón en la evolución delictiva de Ángel Ruiz? Aunque policías y guardias civiles están de acuerdo en que es extraño que en un espacio tan reducido como La Parte de Bureba conviva más de un asesino, no lo es menos que el crimen de los Barrio se produjo en Burgos y que en la localidad ya fue condenado otro vecino en 2011 por matar a su hermano.

Tampoco se olvidan de recordar que no es lo mismo asestar 100 puñaladas a tres personas, entre ellas un niño, que atropellar de forma intencionada a una mujer. Fue capaz de asesinar a Rosalía, de eso no hay duda, pero no tuvo contacto físico con ella. ¿O es que con el tiempo ha aprendido a tomar distancia para dejar menos rastros? No se sabe. Además, el cadáver de Shibil Angelov Shibilov -de cuya muerte los investigadores de la Guardia Civil se muestran totalmente seguros- no aparece, por lo que desconocen de qué manera pudo matarlo. Su hallazgo podría ayudar a determinar sin Ángel Ruiz se atreve con sus víctimas en el cuerpo a cuerpo.

Así las cosas, ya solo resta esperar a ver si todos los indicios que apuntan a Ángel Ruiz adquieren la consistencia suficiente para procesarle. Al acecho está el único superviviente de la matanza. Pero cuidado, pues hay quienes piensan que no erraron el tiro al apuntar a Rodrigo. El archivo de la causa contra él no significa que esté totalmente libre de sospecha. Todas las líneas de investigación siguen abiertas.


Archivan la causa contra Ángel Ruiz por su presunta implicación en el triple crimen

I. Elices – Diariodeburgos.es

30 de diciembre de 2015

La titular del juzgado de Instrucción 2 ha archivado la causa abierta contra Ángel Ruiz, vecino de La Parte de Bureba, por su presunta implicación en el crimen de la familia Barrio, acaecido el 7 de junio del año 2004. En un escueto auto la magistrada señala que no se ha descubierto ningún indicio que apunte a un autor del triple asesinato de la calle Jesús María Ordoño, por lo que declara el sobreseimiento provisional de un caso que fue reabierto en febrero de 2014 tras un informe que redactó la Guardia Civil. Ángel Ruiz fue condenado a 18 años de cárcel por matar a su vecina Rosalía Martínez Gandía, vecina de La Parte de Bureba, en 2011. En otoño de 2012 la Benemérita le investigó por estos hechos, una vez apareció el coche con el que la atropelló, y reunió distintas evidencias que plasmó en una documentación que envió al juzgado instructor.

Uno de los descubrimientos más sorprendentes fue que Ángel Ruiz tenía en su poder la llave del despacho del alcalde pedáneo de La Parte de Bureba en la época en que ocupaba tal cargo Salvador Barrio, asesinado junto a su mujer, Julia Dos Ramos, y su hijo Álvaro. Los agentes del Instituto Armado la hallaron entre una multitud de llaves que guardaba en su casa. De ahí que una de las diligencias que ordenó el juzgado fue la de buscar entre todas ellas una que coincidiera con la de la vivienda de la familia en la capital en el momento del asesinato. Pero no se obtuvo ninguna coincidencia.

El juzgado ordenó otra diligencia. Envió un oficio a 11 compañías de telefonía móvil -todas las que operan en España- con el fin de que informaran de los contratos que el sospechoso y sus tres parientes más cercanos tenían con dichas empresas hace 11 años. La magistrada quería saber qué llamadas hizo Ángel Ruiz el día del triple crimen y a quién, por si tuvieran relevancia para determinar su relación con los hechos. Asimismo, la IP de su teléfono móvil, si lo tenía, podría haber establecido en dónde se encontraba la noche del 6 de junio de 2004 y la madrugada del día siguiente. Si recibió o hizo alguna llamada los repetidores de las distintas compañías fijarían su posición en el mapa en ese momento. Pero estos trámites tampoco han surtido efecto.

Hay que recordar que la Guardia Civil aludía a otros indicios «perimetrales» que hacían a Ángel Ruiz sospechoso del triple crimen. Uno de ellos, su «predilección» por las zapatillas Dunlop. En su casa fue hallado un par de esta marca, aunque con una suela diferente a las huellas de pisadas impregnadas de sangre que dejó el asesino en el piso de Jesús María Ordoño, una de ellas en la puerta del dormitorio del hijo pequeño. Dichos vestigios se correspondían con calzado Dunlop de una talla entre el 42 y el 44. El sospechoso usa el número 43.

Uno de los hechos más sorprendentes del triple crimen es que el autor, tras salir de la casa, no dejó ningún rastro en el descansillo ni en el portal. Una circunstancia esta que hizo pensar a la Benemérita que acudió «bien equipado» a la escena del crimen con otra ropa y calzado, para cambiarse «en una operación que debió realizar con gran premura», ya que sin duda los gritos de las víctimas «debieron alertar al vecindario». En este sentido, en la detención de Ángel Ruiz en 2013, los agentes de la Guardia Civil constataron que iba pertrechado con varias capas de ropa y zapatillas deportivas, «lo cual facilita un cambio muy rápido» de apariencia, afirmaban.


Reactivan la causa del triple crimen de Burgos ante nuevos indicios

ABC.es

2 de julio de 2016

La Audiencia Provincial de Burgos ha pedido al Juzgado de Instrucción número 2 que continúe con la causa contra Ángel Ruiz, archivada en diciembre de 2015, al encontrarse nuevos indicios que le vincularían con el asesinato de Salvador Barrio, Julia Dos Ramos y Álvaro Barrio, ocurrido en Burgos en 2004.

El Juzgado de Instrucción decidió en diciembre archivar de manera provisional la causa, tras la reapertura del caso del triple crimen en 2014, al no encontrar indicios de su implicación en las muertes. Ahora, según ha informado Diario de Burgos en su edición de hoy, la Audiencia Provincial ha ordenado que se interrogue a Ángel Ruiz en calidad de investigado.

La decisión se ha tomado tras hallarse coincidencias entre un cuchillo propiedad del sospechoso y las heridas que presentaban el matrimonio y su hijo menor.

Cuchillo bicortante

Los forenses han analizado tres armas blancas incautadas a Ruiz y, una de ellas, un cuchillo bicortante, «sí permite explicar la mayor parte de las lesiones que presentaban los tres cadáveres».

En el informe forense se recoge que, con las características del cuchillo, «es posible explicar la morfología de arma bicortante que exhibían muchas de las lesiones en forma de oja». Igualmente, «también es posible reproducir las grandes heridas de degüello», las lesiones incisas de defensa que presentaban padre e hijo e «incluso» la lesión punzante en la cabeza de la mujer.

De este modo, Ángel Ruiz tendrá que declarar, previsiblemente en diciembre, sometiéndose al interrogatorio que no tuvo que afrontar mientras estuvo investigado como sospechoso del crimen.

Ruiz permanece en prisión desde que fuese condenado en febrero de 2014 por el asesinato por atropello de Rosalía Martínez, ocurrido en agosto de 2011, vecina como él de La Parte de Bureba (Burgos). A raíz de la investigación realizada para esclarecer la muerte de Martínez, la Guardia Civil halló indicios de una posible implicación de Ruiz en el triple crimen, reabriéndose el caso.

Ángel Ruiz fue uno de los sospechosos de las muertes de los Barrio, dada la mala relación que tenía con el padre, alcalde pedáneo de La Parte de Bureba cuando fue asesinado.

Además, Ruiz fue el responsable de las pintadas insultantes que aparecieron días después del entierro en el panteón familiar.

Sin embargo, la justicia no ha conseguido pruebas que demuestren que Ruiz estuvo implicado de algún modo en los crímenes, y el caso sigue sin resolverse más de diez años después.

Cabe recordar que el hijo mayor del matrimonio, Rodrigo Barrio, que se encontraba interno en Aranda de Duero (Burgos) cuando ocurrieron los hechos, fue investigado como sospechoso, pero su causa también acabó archivada.

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