
- Clasificación: Asesino
- Características: Según su versión, el asesinato fue una dramática forma de protestar la decisión de la universidad de Stanford de no concederle un doctorado después de 16 años de estudio
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 18 de agosto de 1978
- Fecha de detención: 18 de agosto de 1978
- Fecha de nacimiento: 1936
- Perfil de la víctima: El profesor Karel de Leeuw (su ex tutor en la facultad)
- Método del crimen: Golpes en la cabeza con un martillo
- Lugar: Stanford, Estados Unidos (California)
- Estado: Culpable de asesinato en segundo grado. Condenado a siete años de prisión en 1978. Liberado en septiembre de 1985
Theodore Streleski. Un asesino implacable queda libre después de siete años y se niega a prometer que no volverá a matar
Dianna Waggoner – People.com
23 de septiembre de 1985
Educado, paciente y con la misma calma de velatorio con la que actuó hace siete años y 20 días antes, Theodore Streleski abandonó la semana pasada el Servicio Médico de California, en Vacaville, y se dispuso a reanudar una vida nada excepcional en el exterior. Como todos, el Estado de California tiene la esperanza de que todo salga bien, pero Streleski, de 49 años, no ha hecho promesas. Es un hombre proclive a la ira.
El 18 de agosto de 1978, harto de los años de silenciosa desesperación a la que, al parecer, se había resignado como estudiante de posgrado, Streleski guardó un martillo de algo menos de un kilo de peso en una pequeña bolsa de viaje, salió de su apartamento en San Francisco hacia el campus de la Universidad de Stanford y allí asesinó a un profesor de matemáticas por el que se había sentido menospreciado. Creía entonces, y lo cree ahora, que así hacía una crítica moralmente justificable. «Lo lamento, pero no me arrepiento», dice. «Si te lamentas de algo, quiere decir que ves las consecuencias trágicas de algo, pero si estuviera en la misma situación, volvería a hacer lo mismo. Esto es lo que siento».
Ciertamente, Streleski no puede ser acusado de inconsistente. Pasó ocho años reflexionando sobre sus quejas contra Stanford y maquinando un asesinato, elaborando de forma sistemática una corta lista de candidatos. En su mente parecía claro que no tuvo más remedio que hacer lo que hizo. «Lo esencial era poder quejarme de Stanford y hacerlo con alguna repercusión», afirma. «Consideré otras alternativas. Pensé en acudir a la asociación de antiguos alumnos o de estudiantes. Pensé en destrozar la facultad. Consideré ir directamente a los medios de comunicación.» Rechazó la última opción como simplemente imposible. «Me di cuenta de que no tenía ninguna influencia», explica. «La televisión y los medios de comunicación no cubren los casos de estudiantes de posgrado con problemas. Pero sí los de asesinos.» Para el profesor Karel W. DeLeeuw, de 48 años de edad, un ex becario Fulbright y padre de tres hijos, ese frío razonamiento fue una sentencia de muerte.
Para su asesino, sin embargo, significaría un periodo en la cárcel sin grandes problemas. Debido que un jurado determinó que en el momento del crimen tenía una «capacidad mental disminuida», Streleski fue condenado a una modesta pena de ocho años de prisión. Cuando le ofrecieron la libertad condicional tres veces el año pasado [1984], en un primer momento Streleski prometió que violaría las condiciones, y después simplemente se negó a aceptarlas. Su sentencia se iba cumpliendo y él quería la libertad sin condiciones. Solamente ofrece garantías limitadas de que no va a matar de nuevo: «No tengo ninguna intención de hacerlo, pero no lo prometo», afirma. «No prometo nada acerca del futuro». Tal franqueza no tranquilizó al fiscal Alan Nudelman, quien presentó el caso del Estado contra Streleski, y dice sin rodeos que es “una bomba de relojería».
La forma de explotar de Streleski fue escalofriantemente deliberada. En la mañana del asesinato del profesor DeLeeuw, Streleski fue al campus de Stanford, se dirigió al departamento de matemáticas y le esperó. Cuando el profesor llegó a su oficina, el asesino solo vaciló un momento ante su puerta, tomó aire profundamente para mantener la compostura y entró. «[DeLeeuw] estaba sentado de espaldas a la puerta», recuerda Streleski sin aparente emoción. «Me puse detrás de él. Lo golpeé de lleno con el martillo en la parte superior de la cabeza y luego le di dos o tres de lo que yo llamo «golpes de seguridad», a la derecha de la sien. No hubo nada en absoluto violento en la acción. Retrocedió hacia la estantería con un movimiento bastante elegante. En algún momento escuché lo que supuse su último aliento. Le cubrí con una bolsa de basura limpia, como un sudario, por deferencia al bedel que probablemente lo encontraría.»
La rendición del asesino también fue cuidadosamente planificada. Después de tomar un tren a San Francisco, donde telefoneó a la familia de su ex esposa para advertirles de que podría haber «algunos problemas legales», volvió a Palo Alto, donde se tomó una cerveza y un trozo de pizza, y esperó en una parada de autobús leyendo una novela del Oeste, hasta las 3 de la mañana siguiente. Luego se dirigió a la comisaría de policía y se entregó, llevando el martillo ensangrentado en una bolsa de plástico transparente.
Theodore Landon Streleski nació en Breese, Illinois, y creció en la cercana Carlyle como hijo único de una madre que era maestra de escuela y un padre que, después de su divorcio, se fue a trabajar para la Caterpillar Tractor Co. «Me fui de casa cuando tenía diecinueve años», dice Streleski, «y no he vuelto desde entonces. No he visto a mi madre desde 1959. En general no nos llevamos bien». Se sentía más cercano a su padre («Siempre he dicho que era la única persona que he conocido que pudiera leerme la mente»), pero el hombre, ya mayor, murió por un tumor cerebral en 1956. Después de graduarse en la Universidad de Illinois, en 1959 Streleski fue admitido en Stanford y tres años más tarde terminó un master en ingeniería eléctrica. Entonces comenzó la traumática persecución de su doctorado, 16 años de frustración y desprecios personales, durante los cuales Streleski trabajó como un esclavo en sus estudios, luchó por sobrevivir económicamente y buscó durante años en vano a un profesor dispuesto a ser su director de tesis.
En medio de todo esto, el Prof. DeLeeuw, sin aparentemente darse cuenta del efecto que estaba teniendo, comenzó a surgir como la roca contra la que se estrellaban repetidamente las esperanzas de Streleski. Al principio, dice Streleski, el profesor le dijo que tendría que renunciar a su puesto de trabajo a tiempo parcial en la Lockheed Corporación, ya que iba contra la política del departamento. Más adelante, dice, DeLeeuw respondió a una de sus preguntas durante un examen de álgebra de una forma cortante; otra vez se burló de los brillantísimos mocasines Florsheim de Streleski (DeLeeuw prefería las sandalias) y reaccionó con desdén cuando el estudiante le pidió ayuda. Cuando Streleski se quejó de la dificultad en encontrar un director de tesis, a DeLeeuw supuestamente lo llamó «colegial», con tanta vehemencia que le roció la cara de saliva.
Temporalmente desalentado, Streleski se tomó un año sabático en 1967, pasó algún tiempo en San Francisco y se casó con una azafata aérea y secretaria a tiempo parcial llamada Merrily Merwin. Con optimismo, Streleski regresó a Stanford al año siguiente. «¿Todavía por aquí?», le preguntó un día DeLeeuw al encontrarse a su antiguo alumno en los pasillos. Para Streleski fue un reproche destructivo. «Por primera vez», dice, «se me ocurrió que había dudas sobre mi doctorado en Stanford. El incidente me preocupó. Pensé que haría bien en prestar más atención a algunas personas y menos a las ecuaciones.»
En 1970 las cosas comenzaron a mejorar. Streleski fue galardonado con una beca de 2.000 dólares después de quejarse al decano. Pero él y Merrily siempre parecían vivir al límite, apenas subsistían con los ingresos esporádicos de ella y lo que Streleski pudiera ganar por su lado. Merrily declaró en el juicio que «Nos apuntamos a la asistencia social y pedimos cupones de alimentos, pero él no creía en pedir ayuda a nadie. A medida que la presión aumentaba sentía que no podía dejar el doctorado. Había pasado demasiados años [tratando de hacerlo]».
A principios de 1973, según dijo Merrily, Streleski ya no era el hombre con el que se había casado. Él la golpeaba a veces, y en una ocasión tuvo que ir a la sala de urgencias de un hospital. Él le prohibió contestar el teléfono y se la llevaba a dar paseos para que pudieran hablar, decía, sin ser oídos. «[Theodore] comenzó a sentir que tal vez había una conspiración en su contra», dijo Merrily, «y que tendría que trabajar más duro… Hacia el final estaba muy nervioso. Rompía cosas de vez en cuando. No entendía por qué Stanford le ignoraba. Seguía diciendo que terminaría pronto. Sería solo un poco más de tiempo. Pero no era así. Seguía y seguía». Merrily lo abandonó en 1974, y casi cuatro años después llegó el divorcio. Por esa época Streleski había perdido su último trabajo y llevaba viviendo una semana con un ligue. Finalmente estaba listo para actuar.
En su juicio, en marzo de 1979, Streleski se negó a que su abogado pidiera la inimputabilidad por razones de demencia. Sin embargo, un psiquiatra de la defensa lo caracterizó como un paranoico psicótico, y el jurado, convencido de que el asesinato no fue el acto fríamente racional que afirmaba Streleski, encontró al acusado culpable de asesinato en segundo grado. Bajo la ley actual de California, la condena de Streleski podría haber de entre 15 años a cadena perpetua. Pero una ley estatal vigente en aquel momento y derogada ocho meses después, establecía la pena máxima por asesinato en segundo grado a solo siete años de prisión (Streleski recibió un año adicional por el uso de un arma). El asesino no estaba disgustado: «Mis sentimientos hacia el jurado son dulces», dijo, «porque me otorgaron la palabra «asesino» al coste más bajo posible. Yo quería esa palabra tan llamativa para tener atención. Otros estudiantes han sido tratados igual que yo, pero ¿quién ha oído hablar de ellos? La publicidad se ha utilizado como un arma contra Stanford. Creo que he conseguido del asesinato lo que quería».
Puede que sea así, pero otros tener una visión más racional. «El problema fue la ley, no el veredicto», dice el fiscal Nudelman. «La ley que teníamos entonces era una expresión inconcebible de un proceso legislativo inepto. Fue un escándalo.» La viuda de DeLeeuw, Sita, sigue angustiada, pero dice no guardar rencor. «Sólo sé que las cosas suceden por razones de las que nada sabemos», explica. «No sé si el perdón es la palabra correcta o simplemente elegir no ceder a la ira, porque la ira destruye a la gente.» En cuanto al hombre que más podría beneficiarse de ese credo, Theodore Streleski, planea regresar a San Francisco y buscarse un empleo. «Probablemente alguna cosa introvertida normal», dice en voz baja. «Tengo una incorregible personalidad técnica.» Aunque muchos californianos no están tan seguros, él no se considera a sí mismo una amenaza. «Maté por notoriedad», explica una vez más. «Si matara de nuevo, debilitaría mi argumento.»