Terence Casey
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Violador
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 13 de julio de 1943
  • Perfil de la víctima: Bridget Nora Milton, de 45 años
  • Método del crimen: Estrangulación
  • Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Fue ejecutado en la horca en Wandsworth el 19 de noviembre de 1943
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Terence Casey

Norman Lucas – Los asesinos sexuales

La explicación que dio Terence Casey, un miembro de veintidós años del personal de la RAMC que mató a una mujer en Putney, South West, Londres, en verano de 1943, fue escueta.

– Me desairó tajantemente y la golpeé – dijo.

Nunca hubo ninguna duda en cuanto a su culpabilidad debido a que fue visto en el momento de atacar a su víctima y porque no hizo ningún intento de huir.

Dos guardianes de refugios antiaéreos que hacían su ronda oyeron gemidos y quejidos en el jardín de una casa en Gwendolen Road. Al iluminar el sitio con sus lámparas eléctricas vieron a un hombre y a una mujer sobre el suelo aparentemente en el momento de tener una relación sexual. Como pensaron que probablemente la pareja estaba borracha hicieron señas a una patrulla de la policía que pasaba por ahí. La señora Bridget Nora Milton, una irlandesa de cuarenta y cinco años, había sido violada y estrangulada y estaba casi muerta cuando los agentes entraron al jardín.

Terence Casey fue encarcelado y los detectives reconstruyeron la historia que llevó al asesinato. El joven soldado, que tenía un permiso de nueve días, estaba hospedado con su hermano Albert en Hannell Road, Fulbam. La tarde del 13 de julio los dos hermanos y otro hombre visitaron varías tabernas. Terence Casey había bebido alrededor de doce vasos de cerveza ya cuando estando en la taberna Quill de Quill Lane, Putney, entró al lugar la señora Milten, que vivía en Cambalt Road, Putney, y era conocida en la localidad como «la mujercita irlandesa», a comprar una botella de cerveza. La mujer abandonó el lugar unos minutos después.

Terence Casey dijo a una de las camareras, la señora Freda Gibbons, de Fanthorpe Road, Putney, con quien charlaba, que la estaría esperando en el momento en que ella terminara su trabajo. La señora Gibbons no le hizo caso, pero al salir, a las once de la noche, se dio cuenta de que ahí había un soldado que rondaba. Decidió tomar un camino diferente para llegar a su casa y apuró el paso en medio de la oscuridad obligatoria con objeto de no ser identificada.

Minutos después la señora Gibbons vio a Bridget Milton y tras de ella, muy cerca, a un soldado. Nadie sabe exactamente qué fue lo que pasó después. En el juicio se sugirió la posibilidad de que Terence Casey, aturdido por la borrachera, hubiera pensado que la señora Milton era la camarera y hubiera decidido tener una relación sexual con ella.

Casey declaró al detective inspector A. Phillpott que la mujer había comenzado a gritar y que él había puesto sus manos alrededor de su cuello para callarla.

En un intento por probar que el acusado no era responsable de sus acciones durante el momento del asesinato, se mostró al jurado reunido en el Old Bailey, en septiembre de 1943, gráficas de las «ondas cerebrales» de Terence Casey tomadas mediante un electroencefalograma ya estando detenido.

El doctor J. D. N. Hill, jefe de un centro de neurosis de un consejo de distrito de Londres dijo que como las primeras pruebas de las ondas cerebrales mostraban una anormalidad en su ritmo, se había decidido llevar a cabo otra prueba para examinar el cerebro de Terence Casey en condiciones aproximadamente similares a las de la noche del asesinato, cuando había bebido doce vasos de cerveza.

Considerando que el consumo de grandes cantidades de líquido induce a la gente anormal a tener un comportamiento del tipo de los epilépticos, se le dieron a Terence Casey doce vasos de agua a un ritmo de cuatro vasos por hora, aproximadamente el ritmo al que había consumido la cerveza. Al término de cada hora fue llevado a dar un paseo de unos minutos para simular el ejercicio que había representado la vida de taberna a taberna.

Después de la primera hora, dijo el doctor Hill, el cerebro del acusado había mostrado inestabilidad con tres minutos de ejercicios de respiración profunda. Después de haber tomado los doce vasos la inestabilidad había sido aparente con sólo un minuto y quince segundos de ejercicios.

El doctor Hill concluyó que Terence Casey tenía una anormalidad cerebral que lo predisponía a estados tipo epiléptico de una especie que con frecuencia lleva a crímenes agresivos y que el automatismo comenzó en el momento en que el hombre entró al jardín en el que murió la mujer y terminó cuando fue encontrado a un lado de ella.

– Sin embargo – agregó -, estas pruebas no ofrecen ninguna evidencia de que no sabía lo que hacía o que era malo.

En cuanto a las «ondas cerebrales» el juez Singleton dijo en su resumen:

– No tengo la menor duda de que muestra un gran avance en cierta forma, pero si el testigo médico que hizo el examen piensa que el hombre sabía lo que hacía… ¿hemos avanzado mucho?

El jurado de diez hombres y dos mujeres decidió que Casey había sabido lo que hacía cuando violó y mató a la irlandesa y lo encontró culpable de asesinato. Presentaron una recomendación de clemencia.

En noviembre, el juez Charles de la Corte de Apelaciones dijo que el crimen era claro – asesinato cabal – y el veredicto justo. Casey fue ahorcado en Wandsworth tres semanas después.

La evidencia médica apoyó el ahorcamiento de Terence Casey debido a que el electroencefalograma aunque anormal no mostró ningún defecto de razonamiento. Sin duda alguna, el examen reveló que el asesino sufría de una falta de control considerable. En todas las épocas de su vida había sido propenso a dar rienda suelta a impulsos sexuales y agresivos. En esta ocasión, como en tantas otras, el alcohol había activado sus impulsos.

Las excusas dadas por Terence Casey no tenían más valor que aquellas dadas por Kemp y Davidson. Para los asesinos sexuales es muy fácil decir después de que han cometido su asesinato que en realidad no intentaban matar.

En Gran Bretaña, la mayoría de los asesinatos son muertes «familiares» no premeditadas que ocurren durante discusiones acaloradas. Con frecuencia quien comete el asesinato en estas circunstancias se suicida antes de ser arrestado o se entrega a la policía de inmediato y confiesa su crimen o, al ser finalmente acusado y procesado, vive atormentándose internamente durante el resto de su vida.

En el asesinato sexual, sin embargo, la muerte misma resulta de un acto que desde el principio es agresivo, de la misma forma en que lo es el de un hombre que entra a un banco con una pistola cargada para realizar un atraco.

Únicamente en muy contados casos es posible convencer al jurado con evidencias médicas legítimas de que en tales asesinatos – los cometidos por los delincuentes sexuales, los asaltantes o los pistoleros – hubo un estado de demencia que provocó la acción del acusado.

Es muy de lamentarse el hecho de que muchos abogados que se encuentran sin bases para elaborar la defensa de su cliente culpable busquen algún médico que pueda ser seducido y llevado hasta el banquillo de los testimonios para que presente argumentos complejos sobre el estado mental del prisionero que puedan confundir al jurado.

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