
El Pozolero
- Clasificación: Asesino
- Características: Se hizo famoso por haber disuelto 300 cadáveres en ácido en diez años para el cártel de Tijuana.
- Número de víctimas: 0 - 5 +
- Fecha del crimen: 1990s - 2000s
- Fecha de detención: 22 de enero de 2009
- Fecha de nacimiento: 1963
- Perfil de la víctima: Hombres (los violadores de su hermana)
- Método del crimen: Arma de fuego
- Lugar: Tijuana, Baja California, México
- Estado: En prisión. Sentencia desconocida
Índice
- 1 Capturado Santiago Meza, un sicario mexicano que se «deshizo» de 300 cuerpos
- 2 La vida del hombre que disolvió 300 cadáveres en ácido es ya una película
- 3 En la colina del Pozolero
- 3.0.0.1 La detención de El Pozolero
- 3.0.0.2 Conocido como El Chago
- 3.0.0.3 Un rancho conocido como Los Licuados
- 3.0.0.4 El control de la plaza
- 3.0.0.5 La batalla de Guaycura
- 3.0.0.6 Una nueva videograbación
- 3.0.0.7 La Quinta Encuesta Nacional sobre Inseguridad
- 3.0.0.8 Asociación Ciudadana contra la Impunidad
- 4 México: el hombre que disolvió en ácido a 300 personas
- 5 El Pozolero, un albañil que acabó disolviendo en sosa cáustica 300 cadáveres
Capturado Santiago Meza, un sicario mexicano que se «deshizo» de 300 cuerpos
Santiago Meza – ElPaís.com
24 de enero de 2009
Santiago Meza López, uno de los 20 narcotraficantes más buscados por el FBI, disolvía los cadáveres de sus víctimas en ácido.
Santiago Meza López, conocido como El Pozolero del Teo, es además uno de los más sanguinarios. Arrestado el pasado jueves por el Ejército mexicano en el Estado de Baja California, el detenido ha confesado que se encargaba de deshacerse de los cuerpos de las personas que le llevaban, pero que éstas ya estaban muertas, y por ese trabajo recibía un pago de «600 dólares por semana».
Hacía desaparecer sus cadáveres en ácido. Casi todas sus víctimas eran deudores o enemigos del narcotraficante Teodoro Eduardo García Simental, alias El Teo, miembro del cártel de los hermanos Arellano Félix.
En una comparecencia ante la prensa, Meza mostró al personal militar y a los periodistas el sitio donde durante varios años se ha encargado de desintegrar los cadáveres, ubicado en un barrio de Tijuana.
Lo hacía solo, después de muertas las víctimas, y por ese trabajo recibía un pago de 600 dólares por semana. «Las echaba en un tambo [barril] y ahí se desintegraban», confesó el sicario, y añadió que los restos que quedaban los enterraba en una fosa.
Meza, de 45 años, fue detenido en un complejo turístico de Ensenada, a unos ochenta kilómetros de la frontera con Estados Unidos, junto a otros dos sicarios: Héctor Manuel Valenzuela, de 45 años, que ha dicho ser «cocinero personal» del primero, y Fernando López Alarcón, de 49 años, asistente de cocina, además de una menor que no ha sido identificada ni presentada públicamente.
En la operación fueron intervenidos cuatro vehículos y cuatro armas largas, tres chalecos antibalas, cargadores y cartuchos de diversos calibres y dos granadas de fragmentación. Antes de que comenzara el despliegue, un grupo de personas logró escapar en coches de lujo.
La vida del hombre que disolvió 300 cadáveres en ácido es ya una película
Mario Valle – El Mundo
10 de noviembre de 2009
Se hizo famoso -si se le puede decir así- por haber disuelto 300 cadáveres en ácido en diez años para el cartel de Tijuana.
Su ‘trabajo’ cocinando los restos de las víctimas le valió el apodo por el que se le conoce: ‘El Pozolero’, en honor al tradicional platillo de la gastronomía mexicana, el pozole.
En enero cayó y ahora está en prisión. La mística alrededor del narcotráfico figuró enseguida corridos en su honor, y ahora llega la película.
La ocupación de Santiago Meza, antiguo albañil, ha sido tomada como inspiración para un film que puede verse en Youtube, una producción de bajo presupuesto, de casi dos horas, con el lenguaje del pueblo (norteño), al estilo de las que pueden encontrarse amontonadas en algunas tiendas y que recorren el submundo de sombreros rancheros, mansiones lujosas, ‘cuernos de chivo’, traiciones y droga.
Un subgénero del cine de acción, equivalente a las producciones estadounidenses para televisión donde el guión es mero cliché y las explosiones poco vistosas pero hecha en México, con la cultura de los cárteles como fondo.
‘Yo no los maté, ya estaban muertos’
El protagonista de ‘El Pozolero’ es Gerardo, un campesino de Sinaloa a quien las circunstancias de la vida ponen a sueldo de un cártel. Para vengar la violación de su hermana, se convierte en un asesino que acaba con los culpables a balazos. Y hace desaparecer los cadáveres en sosa cáustica, como hacía en el rancho con el ganado enfermo.
De ahí, huye a comenzar una nueva vida, pero se ve envuelto con el crimen organizado, al servicio del cual aplicará su talento recién aprendido.
«Yo no los maté, ya estaban muertos», se justifica, «después de los doscientos, como que perdí la cuenta, la guerra entre los cárteles es feroz y hay muchos enemigos que estorbaban a mi patrón».
La primera escena remite poderosamente al que fuera casi el día a día del verdadero ‘Pozolero’: un barril, lleno de un burbujeante líquido rojizo de donde sobresale una mano.
«Esto es una historia que ocurrió en Tijuana, la frontera más importante del país», reza el comentario de quien subió el film, dirigido por Alfonso O. Lara.
«No queda otra cosa que malandrinear»
A lo largo de la película se manejan los consabidos tópicos del género y de la nota roja, tocando también la actualidad: la crisis económica, la desigualdad social y la guerra entre los cárteles y el Gobierno que ha dejado más de 15.000 muertos en tres años, y que ha hecho a algunos plantearse la conveniencia de negociar con el crimen organizado.
«Con eso que no hay empleo, no queda otra cosa que malandrinear», le dice un policía un policía gordo y corrupto a otro igual.
«Estoy de acuerdo, por eso mismo deberían de arreglarse con la autoridad, para que no haya problema y todos salimos ganando», le responde éste.
«Ojalá pensaran todos como tú, así no habría tantas ejecuciones», replica el primero.
En otro momento, cuando el capo le da ‘trabajo’ al protagonista, le suelta: «Mira, en este país, con esta pinche crisis que estamos viviendo, nada más los chingones vamos a sobrevivir».
Un ofrecimiento que no queda lejos de lo que atrae a muchos jóvenes a convertirse en sicarios o colaboradores del crimen organizado: una semana de ‘trabajo’ les va a dejar mucho más dinero que un año, o cinco, en una ocupación legal.
«¿Sabe cuánto gana un campesino? ¿Y lo que gana un diputado», le espeta ‘El Pozolero’ a un sacerdote mientras se confiesa.
«Pues sí, pero así son las cosas», le responde el cura.
«Y por eso sigue creciendo la delincuencia, a todo nos acostumbramos», responde el protagonista.
Por momentos recuerda a la visión satírica de México que llevó al cine ‘La ley de Herodes’ en 1999, el relato de un Don Nadie que llega a lo más alto y que triunfó por su descarnada visión de la corrupción en todos los estamentos de la vida mexicana.
«El Pozolero» tiene otro marco, pero desbroza, en clave narco, el drama de violencia, inseguridad y poder del crimen organizado que atraviesa ahora el país. Uno que no se puede disolver en un barril.
En la colina del Pozolero
Lamafiamexicana.blogspot.com.es
29 de diciembre de 2009
La metáfora de 300 cuerpos disueltos en ácido ayuda a definir el clima de la vida diaria en una de las ciudades más violentas de México.
Un escritor tijuanense me dijo: «Si quieres saber de qué se trata Tijuana debes ir alla». Allá era el ejido Ojo de Agua, un valle polvoriento a las afueras de la ciudad al que se llega luego de atravesar los cerros sembrados de casas que aparecen en todas las crónicas de Tijuana. En lo alto de una loma —un castillo de Drácula región cuatro— se encuentra el rancho de Santiago Meza López, El Pozolero del cártel de los Arellano Félix. Un hombre que disolvió los cuerpos de 300 personas en tambos de sosa cáustica.
Mitad rural, mitad urbano, el ejido Ojo de Agua es todo menos un lugar. Hilillos de aguas negras bajan por las cuestas. En las calles, de tierra apisonada, aparecen casas levantadas con materiales de desecho: láminas, llantas, tablones. Para donde se mire, sólo existen piedras, sólo existe polvo.
El rancho es una construcción pequeña, de tabique, con muros de dos metros de alto. Adentro hay agujeros cavados en la tierra, tambos industriales con residuos líquidos y una mesa de madera con varios instrumentos de trabajo: guantes de carnaza, cuchillos, recipientes, cucharas de albañil. Unas 200 latas de cerveza, aplastadas, están diseminadas por el terreno. A El Pozolero le gustaba refrescarse la garganta mientras llevaba a cabo su labor.
En la parte alta del rancho hay una habitación sin puertas. Meza López dormía en el suelo, envuelto sólo con una cobija. Los 600 dólares que cada semana le entregaba el narcotraficante Teodoro García Simental no le permitieron nunca el lujo de colocar un catre en su lugar de trabajo.
La detención de El Pozolero
El 22 de enero de 2009, elementos del ejército adscritos a la II Zona Militar recibieron una denuncia ciudadana: en una casa de la colonia Baja Season’s, hombres armados llevaban días enteros de fiesta. Había música norteña, vehículos sin placas y sexoservidoras que entraban y salían.
Un convoy militar cayó sobre el lugar. Cinco minutos antes, corriendo por la playa, habían escapado Teodoro García Simental y 30 de sus allegados. «Cuando el ejército solicitó el apoyo del Ministerio Público, alguien de la PGR les dio el pitazo», cuenta la directora del semanario Zeta, Adela Navarro.
Meza López estaba tan intoxicado que no se dio cuenta de lo que ocurría. Cuando los militares lo tendieron con las manos en la nuca sobre la arena de la playa, les dijo:
—No saben con quién se meten. Yo soy El Pozolero de El Teo.
Antes de regresar a la tierra había entregado nombres, domicilios, el patrón sorprendente de sus actividades. Fue presentado como uno de los 20 criminales más buscados por el FBI. El ejército lo exhibió ante la prensa como un trofeo. Recuerda el reportero Luis Alonso Pérez:
—Nos llevaron en tres camiones militares hasta el rancho del ejido Ojo de Agua. El Pozolero iba en una Hummer, tapado con una cobija. Toda la colonia salió a mirar el desfile. Los militares lo bajaron de la camioneta, lo llevaron al centro de la finca y le ordenaron que hiciera la reconstrucción de los hechos.
—¿A quiénes deshacías aquí?
—No sé quiénes eran. A mí sólo me los daban.
—¿Los despedazabas?
—No, los echaba enteros en los tambos.
—¿Cuánto tardaban en deshacerse?
—Catorce o quince horas.
—¿Qué hacías con lo que quedaba?
—Lo enterraba.
—¿En dónde?
—Aquí (mientras apuntaba con los ojos al suelo, bajo sus pies).
Agrega Luis Alonso Pérez:
—Los reporteros de Tijuana nos hemos acostumbrado a ver de todo. Pero esto nos dejó congelados. De algunos cuerpos sólo quedaban los dientes. Lo peor es que, de algún modo, él se sentía inocente. Era como un carnicero diciendo: «Yo no mato a las reses, nomás las destazo».
Conocido como El Chago
Meza López era conocido en el cártel como El Chago. Se había dedicado durante muchos años a la elaboración de ladrillos. «Entré al crimen organizado por el lado de la construcción», dijo después. A principios de los noventa fue reclutado por Ramón Arellano.
A la muerte de éste, ocurrida en 2002, quedó bajo las órdenes de Marco Antonio García Simental, El Cris, quien le encargó la desaparición de los primeros cuerpos. «Aprendí a hacer ‘pozole’ con una pierna de res, la cual puse en una cubeta, le eché un líquido y se deshizo. Comencé a hacer experimentos y me convertí (en pozolero), agarrándole la movida, y ese fue mi error. Le puse más interés y por eso me quedé», declaró, la noche de su detención, ante agentes de la SIEDO.
Desde 2005 la PGR estaba al tanto de sus actividades. Regimiro Silva Pereida, un secuestrador detenido en Mexicali, había asentado en la averiguación previa 3694/05/208:
Recibí instrucciones de El Cris para que yo y otro, de apodo El Flama, priváramos de la vida a tres personas por las que ya se había pedido rescate. Entre El Flama y yo les colocamos cinta adhesiva color canela en la cara para que dejaran de respirar y murieran por asfixia, hasta que dejaron de moverse.
Después, otra persona a la que conozco como Chago se llevó los cuerpos a un lugar que desconozco, pero me enteré que los hicieron «pozole», utilizando unos tambos de agua, de los cuales se pegan uno encima de otro con soldadura, se agregan casi doscientos litros de agua y se vierten dos sacos de sosa cáustica.
Luego se arroja el cuerpo humano, sin ropa de vestir, y después de permanecer aproximadamente catorce o quince horas que tarda el cuerpo en desintegrarse, pero no completo, sino que quedan restos óseos, es arrojado el «pozole» al drenaje o en cerros.
Un rancho conocido como Los Licuados
Un segundo secuestrador, Iván Aarón Loaiza Espinoza, había declarado en la misma averiguación:
Al llegar a Tijuana conocí a una persona de nombre Luis, alias El Sombrero. Me invitó a trabajar para que le cuidara unas galleras pero con el tiempo me gané su confianza y me invitó para que yo le cuidara casas de seguridad en las cuales tenían personas secuestradas.
Me llevó a un rancho conocido como Los Licuados, ya que en ese rancho «pozolean» a las personas, desintegran los cuerpos de las personas secuestradas. Mi primera función fue la de ayudar a soldar los tambos, ya que se requieren de dos para que quepan los cuerpos completos.
Miro aquel panorama gris. Las fosas cavadas en el rancho de El Pozolero. Todo luce como el día de su detención. En un rincón aparece incluso un pantalón de mezclilla manchado de sangre. La propietaria de la casa vecina corre a encerrarse en cuanto me ve. Toco la puerta. No la abre.
Los vecinos del ejido Ojo de Agua dicen que por las noches llegaban hasta este sitio camionetas cerradas y pipas de agua. «Aquí hacemos gelatinas», les decía Meza López, empuñando su lata de cerveza. El olor de los cuerpos sumergidos en ácido solía confundirse con el de un criadero de chivos ubicado a unos metros.
Transcribo las palabras del escritor tijuanense que me recomendó venir: «Esto no es inseguridad, sino algo distinto. Algo que tendría que tener otro nombre, porque es más terrorífico: no se trata sólo de ser robado, secuestrado, golpeado, asesinado. Y a la vez, es algo menos, porque ese terror ya se hizo cotidiano, te terminas acostumbrando».
El control de la plaza
En agosto de 2006 la detención del último de los hermanos Arellano Félix —Francisco Javier, El Tigrillo—, provocó un reacomodo en la estructura del Cártel de Tijuana. Al frente de la organización quedó un sobrino de los líderes históricos: Eduardo Sánchez Arellano, alias El Ingeniero.
—El desmembramiento del grupo provocó una pugna por el control de la plaza —dice el delegado de la PGR, Martín Rubio Millán.
El control de la plaza no significa sólo tener un corredor para el trasiego de drogas. El cártel controla también el tráfico de personas, los secuestros, la venta de autos robados, los asaltos de alto impacto, las máquinas tragamonedas, las apuestas, la prostitución, el juego clandestino y la «piratería».
Un antiguo sicario de los Arellano, Teodoro García Simental, conocido como El Teo o El Tres Letras, ocupó la dirección de una de las células más violentas. El poder que acumuló en poco tiempo le permitió violar de modo sistemático las reglas impuestas por El Ingeniero: se limitaba a enviar su cuota al líder del cártel, pero «llegó el momento en que ya ni el teléfono le contestaba».
El 25 de abril de 2007 El Tres Letras fue llamado a cuentas. Eduardo Sánchez Arellano le exigió una reunión para discutir los secuestros «no autorizados» que su grupo estaba cometiendo. Según una investigación del semanario Zeta, esa noche los teléfonos de la policía comenzaron a sonar para advertir a los agentes que se mantuvieran lejos de la calle «porque el asunto entre ellos se va a poner feo». Los gatilleros de ambos grupos fueron requeridos por radio. «Vamos a escoltar a un jefe», les dijeron. Era viernes y la mayor parte de los sicarios (algunos de ellos, policías municipales y ministeriales) estaban «enfiestados».
La cita fue concertada en la madrugada, en el paseo conocido como el Guaycura. 22 vehículos con hombres armados hasta los dientes, y drogados a morir, llegaron hasta ese sitio. La policía había desaparecido de las calles. No sólo la municipal: también «se habían abierto de la zona» las patrullas de las policías federal y estatal.
El Ingeniero envió como avanzada a su lugarteniente, El 7-7. Éste le informó por radio que El Teo no se había presentado. En los autos sólo había personajes de segunda línea: «puros claves R», que dijeron que tenían la orden de recibir el recado. «Acaben con ellos», ordenó Sánchez Arellano.
El 7-7 le disparó en la cara a Alfredo Delgadillo Solís, conocido como La Máquina. Se desató una cruenta balacera que dejó 15 muertos (entre ellos El 7-7) y 22 heridos. Más de mil 500 cartuchos fueron percutidos. La guerra que se decretó esa noche dejó 337 muertos en 2007 y 880 en 2008.
—Existen indicios de que Teodoro García Simental se había cobijado en el Cártel de Sinaloa, una organización que encontró en esta pugna la oportunidad de infiltrarse en Tijuana —afirma el delegado Rubio Millán.
El resultado: una estela de decapitados, encobijados, estrangulados y acribillados, que en ese tiempo convirtió a Tijuana en la tercera ciudad con mayor número de ejecuciones, luego de Culiacán y Ciudad Juárez.
La batalla de Guaycura
En los días que siguieron a la batalla del Guaycura, un viejo escolta del ex gobernador Ernesto Ruffo Appel, el ex comandante de la Policía Ministerial del estado, José Ramón Velásquez Molina, fue secuestrado por sicarios al servicio de los Arellano.
El ex comandante fue golpeado y torturado. Luego, sus verdugos lo sentaron frente a una cámara de video. El interrogatorio al que lo sometieron fue entregado en un disco compacto a diversos medios de comunicación. Velásquez Molina aparece golpeado y sudoroso, con la mansedumbre de un cordero que desea agradar en todo a sus verdugos.
—¿Para quién trabajas?
—Trabajo para una célula de El Chapo Guzmán y Mayo Zambada. Antes trabajaba para El Mayel. Hace tiempo, El Mayel, por medio de su abogado en Almoloya, me habló para decir que me fuera a Culiacán, que me iba a encontrar con su hermano El Gil, para ir a ver a estas personas, los dos fuimos, estuvimos allá.
—¡Más fuerte!
stuvimos en Culiacán… platicando con El Chapo y El Mayo Zambada… Estuvimos ahí como unas cuatro horas platicando… El Gil se comprometió para trabajar con ellos… estuvo sosteniendo relaciones con estas personas hasta que lo detuvieron.
—¿Y qué está pasando ahorita?
—La relación de El Chapo se quedó conmigo. Y el año pasado (con) una persona de nombre Humberto Valdez, le dicen El Pato Valdez.
—¿Él quién es?
—El Pato Valdez es, me dijeron en ese tiempo, un asesor del procurador.
—¿Qué procurador?
—Antonio Martínez Luna.
—¡Hable más fuerte!
—Antonio Martínez Luna, el procurador. En ese tiempo me dijeron que el procurador Antonio Martínez Luna quería trabajar tanto con El Mayo como con El Chapo para combatir a la gente de Tijuana… y que querían formar un grupo de agentes ministeriales, 10 agentes ministeriales ya dados de baja, para conformar una célula para combatir a la gente de Tijuana… Yo llevé a El Pato Valdez a Culiacán, se entrevistó con El Chapo y con El Mayo… se tomaron acuerdos como que el asesor del procurador quedó de darles información, toda la información de Tijuana…
—Pérate, pérate. ¿Quién dirige esa célula?
—La célula que se formó en Mexicali la dirijo yo.
—¿Y quién más?
—Apoyado por El Pato Valdez.
[…]
—¿Tú y él dirigen esa célula?
—El grupo de la Procuraduría lo dirige él, él dirige a los agentes.
—¿Qué grupo?
—Sé que están en el grupo especial ese de inteligencia que el procurador formó con ese nombre.
[…]
—¿Cómo operan y quién los protege, cómo operan y quién los protege?
—¿Cómo se opera? Pues se opera de la forma en que todo el mundo sabe, o sea, cuando se va a levantar a una víctima, lo protegen a uno los agentes, el que nos protege es el licenciado Pato Valdez, él tiene pleno conocimiento de los operativos, a la vez él le comunica a El Blindado de todos los operativos.
—¿Y el procurador?
—El Blindado en este caso, es la clave que él utiliza.
—¿Quién es El Blindado, dónde, cómo se llama?
—El Blindado es el procurador.
[…]
—¿De dónde está agarrado el procurador?
—El procurador está agarrado del gobernador.
—¿Cómo se llama el gobernador?
—El gobernador se llama Eugenio Elorduy Walther. Pero yo no creo que el gobernador esté metido en esto. Pero sí lo apoya. Incondicionalmente lo ha apoyado. Ya van a ser los seis años y lo sigue sosteniendo igual.
El interrogatorio sigue, implacable: ¿Cómo es ese cabrón? ¿Qué edad tiene? Acuérdate, acuérdate, tienes que acordarte. ¿Te molesta la luz? Háblame de los trabajos que han hecho. A ver, de uno por uno. ¿Quién es la gente de El Chapo aquí? Di nombres y apodos. No te equivoques. ¡Nombres! Cárgate para acá, por favor. Veme a la cámara. ¿Cómo planearon las cosas, cómo fue el jale? ¿A qué más ministeriales les pagaron? ¿Están bien cuajados o qué onda? ¿Están cuajados? Y los municipales… ¿qué me dices de la municipal?
José Ramón Velásquez fue asesinado en cuanto terminó el interrogatorio. Abandonaron su cadáver frente a la casa donde vivía la novia del procurador. La tormenta que desataron 20 minutos de grabación no bastó para que el funcionario fuera removido del cargo. Martínez Luna declaró que no conocía, ni había oído hablar jamás de El Pato Valdez.
Una nueva videograbación
Al poco tiempo, una nueva videograbación reveló una extraña conversación sostenida en las oficinas de la Procuraduría estatal. Los protagonistas eran El Pato Valdez, el secretario particular del procurador, Julio Lamas, y el titular de la Unidad Especializada contra el Crimen Organizado, Víctor Felipe de la Garza Herrada.
Valdez detallaba ante los funcionarios una posible estrategia para lograr la captura de un miembro del grupo de los Arellano. No sólo eso: les pedía la entrega de «viáticos» para montar el operativo.
El huracán en que se vio envuelta la Procuraduría estatal cuando la videograbación fue entregada a los medios, tampoco hizo en mella en el procurador. Martínez Luna fue sostenido en el puesto hasta que terminó el sexenio del gobernador Elorduy (2001-2007).
El entonces titular de la Unidad Especializada contra el Crimen Organizado, Víctor Felipe de la Garza, no consideró que el nuevo video constituyera una prueba de nada. Se encogió de hombros: «Yo recibía a muchas personas que aportaban información o presentaban denuncias. El objetivo de esa reunión fue recibir la denuncia de ese señor, que es un abogado de aquí de Tijuana. Yo lo conozco nada más de eso. Ha habido resultados muy importantes en las investigaciones, y la realidad obedece precisamente a esta confianza que tiene en nosotros la ciudadanía».
—La única realidad de Tijuana es la impunidad —dice la directora de Zeta, Adela Navarro—. Se trata de una impunidad sin remedio, sin salida, porque es proveída por el mismo estado. En Tijuana, prácticamente todas las policías han sido compradas: de la municipal a la PGR, los agentes obedecen al cártel antes que al estado.
A fines de marzo de 2009, 18 oficiales de la Policía Municipal de Tijuana, entre los cuales se encontraba un jefe de Inteligencia, fueron detenidos por fuerzas federales. Cada uno de ellos cobraba entre 500 y 800 dólares al mes a cambio de colaborar con el crimen organizado. El dinero era enviado a los mismos cuarteles de la policía. Un oficial de alto rango era el encargado de repartirlo.
—El cártel controla a la fuerza pública, y controla también al poder judicial —prosigue Navarro—. Zeta lo ha documentado sistemáticamente durante 30 años. En los archivos del semanario no sólo está el organigrama del cártel, sino también los vínculos que éste ha establecido con las autoridades desde los tiempos en que comenzó a operar. Zeta ha documentado el modo en que nuestra sociedad se fue quedando en la orfandad, y perdió el asombro.
El presidente de la Coparmex, Roberto Quijano, asegura que Tijuana es víctima de una leyenda negra tejida por los afanes sensacionalistas de la prensa:
—La gente vive con normalidad. Hay una guerra entre grupos criminales, pero los ciudadanos no forman parte de esa pugna. Los muertos, los ejecutados, son los propios criminales. Aunque el tejido social fue dañado por las omisiones cometidas durante la administración de Elorduy, en Tijuana la mayor parte de los ciudadanos hacemos nuestra vida con tranquilidad.
La Quinta Encuesta Nacional sobre Inseguridad
La Quinta Encuesta Nacional sobre Inseguridad, realizada por el ICESI (Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad) coloca, sin embargo, a Tijuana como la cuarta ciudad más peligrosa del país (después del Distrito Federal, la zona conurbada del Estado de México y Acapulco), y la tercera donde la población se siente más insegura (luego del DF y el estado de Tabasco).
Aunque en las calles no parece agitarse ni una hoja, y a primera vista la ciudad luce tan inofensiva como un domingo en la playa, en sus pliegues hay grietas, manchas de sangre, agujeros de bala. Taxistas, vendedores de chicles, boleros, meseros, repartidores de diarios, forman una red social asociada al narcotráfico.
La PGR los conoce como «halcones»; la gente de Tijuana los denomina «punteros». Su trabajo consiste en reportar la llegada de convoyes, de autos sospechosos, de visitantes extraños. Todo movimiento ocurrido en las oficinas gubernamentales es reportado de inmediato a los operadores del cártel.
—Al narco no lo ves venir, pero te sale al paso en todas partes. No es una construcción imaginaria. Está metido en la vida cotidiana. Forma parte de nosotros. El narco es ya nuestra cultura —dice el reportero Luis Alonso Pérez.
Beatriz Angélica Pérez Galindo, tampoco lo vio venir. Acababa de separarse, tenía un hijo de 10 años, necesitaba trabajo con urgencia. Una noche salió a comer tacos con una amiga.
Esa amiga le presentó a un hombre. «Mira, este es Leonardo». Leonardo traía una placa metálica encajada en el cinturón. Dijo que era «comandante de Inteligencia de la Procuraduría General de la República”. Le preguntó a Beatriz Angélica a qué se dedicaba. «A nada», dijo ella. El hombre le sugirió: «Ya que no tiene trabajo, debería dedicarse a la correduría de bienes raíces. Usted busca casas en renta, las contrata para mí y yo le doy un mes de renta de comisión». Beatriz Angélica le dio su número telefónico. Leonardo se negó a darle el suyo: «Como soy de la policía no se lo puedo dar».
La llamó al día siguiente: «Búsqueme una casa grande, que tenga cochera». Beatriz Angélica se puso a revisar los anuncios del periódico. Encontró una casa de 800 dólares al mes. Cuando Leonardo volvió a llamarle, se pusieron de acuerdo para que él le enviara el dinero del depósito. Se firmó el contrato. Le pagó su comisión.
Al poco tiempo el comandante volvió a buscarla para que consiguiera otra casa. «Va a llegar gente de la ciudad de México», le dijo. Beatriz Angélica llamó a la inmobiliaria y consiguió una casa con tres recámaras y portón eléctrico. 800 dólares de renta. Leonardo le mandó una credencial de elector: pertenecía a una tal Liliana Ortiz. «Sáqueme a nombre de ella el contrato».
Durante varios meses la mujer anduvo rentando casas a lo largo de la ciudad. A veces, porque iba a llegar de visita la familia de Leonardo; otras, porque éste estaba esperando «más gente de México». Casi todos los contratos salieron a nombre de Liliana Ortiz, y en algunas ocasiones a nombre de Gustavo Guajardo.
Cuando se hicieron de confianza, el comandante comenzó a pedirle que llevara comida a las casas que había rentado. En ellas encontraba siempre a hombres armados que miraban la televisión. Unos parecían policías efectivos, otros tenían aspecto de «madrinas». Todos llevaban ropas de calidad.
No se dio cuenta de cómo el narcotráfico se había metido en su vida. No lo vio venir, hasta la tarde en que la detuvieron llevando una bolsa de comida a una casa de seguridad del crimen organizado. No supo que en Tijuana el narco te sale al paso, hasta que, previa lectura de su dicho, lo ratificó, firmó y estampó su huella dactilar. No lo supo hasta que le dijeron que había pasado a formar parte de una averiguación. La PGR/UEDO/087/2000.
El presidente de la Coparmex, Roberto Quijano, comprendió en el sexenio del gobernador Elorduy que el crimen había tocado nuevas esferas. El secuestro de un empresario le reveló el nivel de la infiltración.
—Acababan de secuestrarlo. Llamé a la Procuraduría para decirles: «Se lo están llevando». A las dos horas, el empresario fue liberado. Me pregunté: «¿De veras la cosa es así? ¿Existen secuestros autorizados y no autorizados?».
Agrega Quijano:
—Cualquier gobierno tiene prioridades. Para Elorduy la seguridad no fue una de ellas. No dimensionó el problema, y cuando quiso tomar cartas en el asunto era demasiado tarde. El agua le había llegado a los tobillos, la dinámica delincuencial había enfermado a Baja California. Esa es la lucha que ahora se está dando: cómo sanar a un cuerpo que lleva tantos años enfermo.
Afuera, en la calle, hay patrullas con las sirenas encendidas, operativos policíacos con encapuchados, convoyes repletos de hombres armados que al mediodía transitan a vuelta de rueda por Sánchez Taboada y el Paseo de los Héroes. Todos los días hay primeras planas que anuncian en las esquinas nuevas ejecuciones. Noticiarios de televisión que exhiben cuerpos ensangrentados. Tijuana es una balacera.
Asociación Ciudadana contra la Impunidad
Un registro de la Asociación Ciudadana contra la Impunidad señala que, de 2007 a la fecha, 488 personas han desaparecido después de ser levantadas por comandos que portaban uniformes, credenciales, armas largas y logos de la policía.
—En el 40 por ciento de los casos se trató de secuestros de comerciantes, tianguistas y pequeños empresarios. Ellos forman el grupo más vulnerable de la sociedad, pues los narcotraficantes no acostumbran secuestrar a la gente pudiente. Prefieren secuestrar a los dueños de farmacias, de tiendas, de carnicerías: aquellos que no tienen influencia ni contactos. Algunos secuestrados regresan a sus casas; otros no vuelven a aparecer jamás —explica el secretario general de la asociación, Fernando Ocegueda.
En su escritorio, Ocegueda tiene un álbum que contiene los rostros de los desaparecidos. Son fotos tomadas en festejos, reuniones familiares, ocasiones solemnes y días de campo. Cada una de esas sonrisas ha sido borrada por un cuento de terror.
«Entraron por él a su casa», «lo levantaron al salir del trabajo», «descuartizaron al chofer y lo fueron a tirar en la puerta para que la familia pagara el rescate». Casi 500 personas en sólo dos años. Unas se habían metido en las redes del crimen organizado. Otras no. Fueron simplemente víctimas.
Cuando El Pozolero cayó en Baja Season’s, los miembros de la Asociación llevaron el álbum a las oficinas de la SIEDO.
—Teníamos esperanza de que él nos aclarara el destino de nuestros familiares —dice Ocegueda—. Pero El Pozolero contestó que nunca vio a las caras de los muertos. Que se los entregaban enteipeados, con la cabeza envuelta en cinta canela, y que de ese modo los metía en los tambos.
La directora de Zeta afirma que Tijuana es un cementerio. Que por cada muerto que aparece posiblemente hay otro enterrado en narcofosas o en casas de seguridad.
—Si tienes suerte, encuentran tu cuerpo por ahí tirado. Si no la tienes, posiblemente es porque te mandaron allá.
Allá. Un perro ladra en el ejido Ojo de Agua, cerca de la tapia tras la cual Meza López encendía fogatas para que los cuerpos metidos en tambos desaparecieran más pronto. El viento pega en las cuestas, levanta remolinos de polvo, agita los montoncillos de tierra que descansan junto a las fosas sembradas de huesos y dientes.
México: el hombre que disolvió en ácido a 300 personas
Alberto Nájar – BBC.com
22 de agosto de 2014
A primera vista parecen trozos de roca marrón. Pero el polvo y arena que las cubren esconden su terrible origen: lo que parecen piedras son restos de grasa humana, huesos y dientes de un número desconocido de personas que fueron disueltas en barriles con ácido, sosa y otras sustancias químicas.
Pertenecen a personas desaparecidas en Tijuana, Baja California, durante los primeros años de la guerra contra el narcotráfico en México. Quedaron convertidos en una mezcla líquida que se depositó en aljibes, donde permanecieron varios años hasta que los encontraron familiares de las víctimas.
La mayor parte está bajo tierra, pero desde 2012 algunos restos se quedaron en la superficie después de las revisiones de la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR).
Desde entonces permanecen abandonados en una pequeña finca conocida como Ojo de Agua, en la zona oeste de esta ciudad fronteriza con Estados Unidos.
El autor de este horror es Santiago Meza López, un exalbañil detenido en 2009 quien confesó haberse deshecho de al menos 300 cuerpos.
Junto con otros jóvenes se encargaba de hacer desaparecer los cadáveres que le entregaba una banda vinculada con el Cartel de Sinaloa.
A Meza López le dicen El Pozolero, en referencia a un platillo que se prepara con granos de maíz y carne de cerdo. El sobrenombre, sin embargo, nada tiene que ver con la comida, sino con la habilidad del albañil para deshacerse por completo de cuerpos humanos.
Las fosas clandestinas
Además de Ojo de Agua sólo han sido localizadas otras dos fosas clandestinas, conocidas como La Gallera y Loma Bonita.
BBC Mundo las visitó con familiares de desaparecidos. Muchos creen que pueden haber decenas más que todavía no se han descubierto.
Las autoridades dicen que muchos de quienes terminaron en las fincas son víctimas de la guerra por controlar una ruta de narcotráfico en la región.
Pero en las fosas también existen personas ajenas por completo al narcotráfico y la delincuencia organizada: fueron secuestradas para pedir rescate, se encontraban en un sitio atacado por delincuentes o simplemente les asesinaron por problemas menores, como incidentes viales.
La historia de El Pozolero es una de las más crueles sobre un tema pendiente en México: la desaparición de miles de personas durante la guerra contra el narcotráfico que emprendió el expresidente Felipe Calderón.
La Secretaría de Gobernación aseguró el jueves que la cifra de personas «no localizadas», como denomina a los desaparecidos, es de 22.322 hasta el 31 de julio.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha dicho que la cifra es de 24.000.
Detrás de las cifras hay muchas personas que desde hace años buscan a sus familiares. Pero también personajes que se encargaron de desaparecerlos.
Historia
Por lo menos desde 1990 Tijuana ha sido una de las trincheras históricas de la disputa entre el cartel de Sinaloa y el que fundaron los hermanos Arellano Félix, el cual según analistas y agencias de seguridad estadounidense, ha perdido casi toda su influencia en Baja California.
Uno de los jefes de este último grupo era Teodoro García Simental, conocido como El Teo o El Tres Letras, quien a partir de 2008 se separó de la organización y se alió con sus antiguos rivales. Así inició una batalla que en pocos años causó la muerte a más de 3.000 personas y la desaparición de otras 900.
A muchos de ellos los disolvió El Pozolero, empleado de García Simental. No se conoce el número exacto de las víctimas pese a la confesión del albañil originario de Guamúchil, Sinaloa.
La identidad de quienes pudieran encontrarse en las fosas se desconoce y probablemente no se sabrá porque según la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR), la forma como los cuerpos fueron disueltos impide realizar exámenes de ADN.
Meza López no ha aportado más información. Cuando los fiscales le mostraron fotos de desaparecidos, dijo que no reconoció a ninguno. Él, insiste, sólo recibió cadáveres. A cientos de ellos.
Violencia
Hace 7 años desapareció Fernando Ocegueda Ruelas, estudiante de ingeniería de 23 años de edad. Se lo llevó un grupo de hombres que dijeron ser policías y desde entonces su padre no ha dejado de buscarlo.
Fue él, Fernando Ocegueda Flores, quien descubrió las fincas donde trabajaba Meza López en los suburbios de Tijuana gracias a informes enviados anónimamente a los correos electrónicos del grupo que creó, la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California. Los datos de los mensajes fueron tan precisos que le permitieron ubicar el sitio donde se encuentran las fosas.
En un primer momento pensó que su hijo pudo ser una víctima de El Pozolero, pero luego hizo a un lado el tema. «Yo no sé si esté aquí en esta fosa, y no quiero pensar en eso», le dice a BBC Mundo mientras señala a una de las fosas en la finca La Gallera.
«Pero hay posibilidades: puede estar en Ojo de Agua, o puede estar en el predio de Loma Bonita. La lógica me dice que probablemente sí, aquí es donde normalmente los traían pero mientras no tenga información fidedigna, una investigación científica o muestras de ADN que me demuestren que está aquí, voy a seguir buscándolo, no puedo darme por vencido».
La Asociación, junto con la PGR, ha revisado al menos 80 terrenos para buscar más restos humanos, y aún tienen pendientes la visita a otros 50.
A pesar de que Meza López está detenido, las desapariciones aún siguen en Tijuana. «La semana pasada supimos de 5 secuestros. Si ya no hay pozoleros, ¿en dónde están?», cuestiona Ocegueda.
«Pozoleado»
Cuando se supo que algunas fosas de El Pozolero habían sido encontradas, muchos familiares de desaparecidos revisaron metro a metro el terreno de las fincas con la esperanza de encontrar algo que les ayudara a iniciar su duelo.
No hubo éxito. Algunos abandonaron la búsqueda pero otros todavía la mantienen a pesar de los obstáculos que suelen presentar las autoridades.
Marta Alicia Ochoa es un ejemplo. En octubre de 2006 su esposo fue secuestrado en un centro comercial por personas vestidas como policías, y desde entonces nada sabe de su pareja.
Ha preguntado a las autoridades sobre el caso, pero la respuesta se parece a la que han escuchado muchos familiares de desaparecidos: «Me dicen: señora, ya olvídese. Su marido está pozoleado, no lo van a encontrar».
El Pozolero, un albañil que acabó disolviendo en sosa cáustica 300 cadáveres
Por Marcela Turati – Proceso.com.mx
5 de junio de 2015
Aunque la práctica de disolver cuerpos humanos en sosa cáustica es antigua, fue Santiago Meza López quien le puso rostro a ese oficio cuando, luego de ejercerlo durante 10 años al servicio de los hermanos Arellano Félix, se le aprehendió y presentó como El Pozolero. Recluido en el penal del Altiplano desde 2009, confesó haber disuelto 300 cadáveres. Entrevistada en Tecate, su esposa repudia el sobrenombre que le adjudicaron…
Tal es uno de los perfiles, elaborado por la reportera Marcela Turati, de 14 siniestros personajes latinoamericanos vivos incluidos en el libro Los malos, que, editado y antologado por la periodista argentina Leila Guerriero, se publicó hace unos días en Chile bajo el sello de Ediciones Universidad Diego Portales. He aquí un adelanto de este trabajo…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- –¿Y él qué explicaciones da acerca de eso?
–Me creerá que de eso no me ha dicho. Cuando le digo, sólo me responde: «Tú mejor que nadie sabes cómo soy yo».
Irma es una mujer de más de 50 años, cara redonda, pelo al hombro teñido de rubio cobrizo. Es robusta. Viste una camiseta gris, sencilla. Vive en una casa a la que se llega cruzando la cochera techada de una casa vecina, un tanque de gas, un tendedero de ropa y una lavadora, en un barrio del pueblo de Tecate, ubicado en el desierto mexicano, en la línea fronteriza con Estados Unidos.
A Irma se le traban las palabras cuando quiere referirse al empleo de Santiago Meza López, su marido. Habla de «ese trabajo», da rodeos («¿cómo le puedo decir…?»), hasta que termina por llamarlo «eso». La conversación se llena de obstáculos, pero no la interrumpe. Parece deseosa de hablar sobre su esposo preso, aunque hasta ahora, y desde hace cinco años, no ha tocado con extraños este tema.
Dos horas antes, cuando golpeé la puerta de su casa para entrevistarla, parecía asustada, pero me invitó a pasar y, apenas entré a su vivienda color rosa pastel, de dos pisos y pocos muebles, empezó a hablar.
En la planta baja están la cocina y el comedor, donde hay una cómoda con espejo y un altar a San Judas Tadeo (el santo de las causas difíciles), un televisor de pantalla plana y un sillón donde permanece, como una estatua, Irene, su hija de 30 años, con los ojos clavados en el piso. Es la mayor de sus cuatro hijos y parece dopada. Pero no lo está: hace cinco años dejaron de usar medicamentos para domarle la conducta y esta tarde, simplemente, está cansada.
Una niña de cinco años, cabellos rubios, ojos color verde intenso, baila y canta alrededor hasta que su mamá –nuera de Irma– la llama a jugar al piso de arriba. Es la «cachorrita», como le dice su abuelo cuando habla con ella por teléfono desde el penal de máxima seguridad de Almoloya, en el centro del país, donde son encerrados los criminales más peligrosos de México.
Enrolado en el narcotráfico
Irma dice que su esposo está en la cárcel porque fue enrolado en el narcotráfico cuando migró a Tijuana a buscar trabajo como albañil. Ella no lo dirá, pero está probado que se inició con el cártel de Tijuana, comandado por los hermanos Arellano Félix, amos de esa ciudad fronteriza, y terminó en el de Sinaloa.
Santiago Meza López trabajaba para el narco, pero Irma se rehúsa a creer que dentro de la cadena productiva del crimen organizado «su viejito», su marido, su Santiago, haya hecho el trabajo que dicen que hizo. El que ella no puede pronunciar. Eso.
–Le ofrecieron el trabajo ese de… de… de… Porque él decía: «Yo prefiero mi trabajo a que ustedes se mueran de hambre».
Irma tartamudea. A unos metros, Irene, su hija, se reactiva como un muñeco con resorte, alza el rostro y grita:
–¡Que no dicen que ya no pudo caminar y aceptó!
Irma se da vuelta para mirarla. Está acostumbrada a esas intervenciones de la chica, que nació enferma.
–Él, mi viejito, aceptó el trabajo de… ¿cómo le puedo decir?, si hasta se me hace feo.
Era mandadero y amante de los gatos
–¿Empezó como vendedor?
–No, como mandadero. «Mueve esto, trae a mi familia, pasa por mí». El mal trabajo lo ofrecían así, y la mera necesidad lo empujó a aceptar.
Irma y su familia no son de Tecate. Se mudaron a esta frontera 20 años atrás, para ahuyentar la miseria, dejando Sinaloa: un caluroso estado junto al océano Pacífico, famoso por su pesca, sus playas, su producción de vegetales, de mariguana y de capos del narcotráfico.
Irma y Santiago fueron novios desde la infancia. Cuando se conocieron en la ciudad de Guamúchil, Sinaloa, ella tenía nueve y él 11. Vivían en el mismo barrio pobre y periférico, donde mucha gente se dedicaba a buscar lodo colorado para hacer ladrillos y venderlos.
Al describir a su «viejito» y defender su inocencia, Irma recurre a una anécdota del día en que, ya casados, ella se enfadó porque su casa estaba invadida por gatos recién nacidos, y pidió a unos niños que los abandonaran en un basurero cercano. Cuando Santiago llegó a casa y no los encontró, quiso saber qué había ocurrido.
–Los mandé tirar porque yo no quiero tanto cochinero –lo retó ella.
–¿Y qué si te hubieran tirado a ti? –preguntó el esposo, molesto, antes de mandar a los niños a rescatar a los animales.
Así era el hombre con el que se casó hace 30 años: un hombre que, dice, no merece el horrendo apodo con el que se le conoce.
El apodo de El Pozolero
–Si él no se animaba porque le daban lástima los animales, ¿cree que le va a quitar la vida a las personas? A mí hasta la fecha me da coraje. A él siempre, siempre le decían por su nombre. Nunca de otra forma. No sé ese nombre que dicen de dónde lo sacaron.
Irma se enreda para referirse al apodo con el que el Ejército presentó a su marido ante la prensa, el sobrenombre que lo hizo famoso y se quedó clavado en las pesadillas de los mexicanos: El Pozolero.
El pozole es un caldo típico mexicano, hecho a base de granos de maíz, al que se le agrega carne de pollo o de cerdo. Pozolero se le llama al cocinero de ese alimento. Pero en el lenguaje del narco el pozolero es quien disuelve los cadáveres. Santiago Meza López le puso su rostro a ese oficio. Ese oficio tuvo, en él, su encarnación.
Eso es lo que Irma no se atreve a mencionar: que durante mucho tiempo su esposo, el papá de Irene y el abuelo de la cachorrita, «cocinó» cadáveres con ácido hasta hacerlos desaparecer.
Cada 18 días, Santiago Meza López habla con Irma. Cada nueve, tiene permiso para una llamada telefónica de 10 minutos. Casi siempre a las 8:00 de la mañana, una semana el teléfono timbra en casa de doña Rita López, la madre de Santiago, en Guamúchil, Sinaloa; a los nueve días el teléfono suena en casa de Irma y sus hijos, en Tecate, Baja California.
La vida en la cárcel
En esas llamadas de no más de 10 minutos, Santiago Meza trata de saber qué ocurre fuera de Almoloya. Pasa lista y pregunta por su esposa, sus hijos, sus nietos, su madre, sus nueve hermanos, sus suegros, sus amigos, sus vecinos, hasta que se le agota el tiempo.
Aunque siempre fue un hombre reservado y de pocas palabras, le ha contado a Irma que en Almoloya está por terminar la educación primaria; que a veces lo sacan al patio a jugar voleibol; que ya se aprendió la Biblia de tanto leerla y que empezó a tomar clases de pintura; que le sobra tiempo, que extraña trabajar y que le gustaría que en el penal enseñaran carpintería.
La mesa de la cocina, donde Irma tiene los brazos apoyados mientras refiere que Santiago cenó pavo en Navidad y que está preocupado porque la cárcel lo haga engordar, se encuentra cubierta con un plástico transparente estampado de frutas.
Sobre la mesa hay dos cuadros que Santiago Meza envió de regalo para Navidad. El primero es un retrato al óleo de sus tres nietos; el otro es una pintura de las princesas y heroínas de Walt Disney.
Hay un tercer cuadro, que Irma describe pero que no está en la sala. Representa el conflicto entre el bien y el mal con un angelito y un diablo. Irma cree que Santiago contrató a otro reo para que los pintara, porque su marido todavía no sabe hacer trazos finos.
En esta casa, Irma vive con dos de sus hijos (Irene y un varón joven que tiene un negocio en el centro), la esposa de su hijo y la hija de ambos, «la cachorrita». En la planta baja no se ven fotos de Santiago, e Irma no quiere mostrar las que guarda, para respetar la obsesión de su marido por la privacidad, aun cuando ya es demasiado famoso.
Aparición en televisión
Santiago Meza López apareció el domingo 25 de enero de 2009 en la televisión. Vestía un pantalón de mezclilla y una sudadera gris deslavada, en un terreno baldío de Ojo de Agua, Tijuana. Un hombre bajo, de pelo corto color negro azabache, cejas espesas, facciones abigarradas y barriga protuberante.
Llevaba las manos entrelazadas tras la nuca, los ojos bajos y estaba rodeado por militares con el rostro cubierto con máscaras negras. Las mismas que usan cuando presentan al público a un personaje «pesado” del narcotráfico. Un periodista le preguntó:
–¿Cuántas personas deshiciste?
Con el ojo izquierdo casi cerrado por una inflamación, raspones en el rostro y un chichón en la cabeza, Santiago Meza respondió:
–Unas 300.
Siguió una lluvia de preguntas de los reporteros presentes:
–¿A qué tipo de personas deshacías?
–A los que me traían.
–¿Tú los matabas?
–Me los traían muertos.
–¿Los despedazabas?
–No, enteros.
–¿Cómo lo hacías?
–Yo los echaba en un tambo con ácido y ahí se desintegraban.
–¿Qué tiempo se tardaba en deshacer un cuerpo?
–Veinticuatro horas.
–¿Qué hacías con lo demás, con lo que te quedaba cuando estaba deshecho?
–Lo echaba en una fosa.
–¿En qué fosa?
–Aquí, en esta casa.
El método de «trabajo»
Santiago Meza López hizo entonces un gesto con la cabeza, con el que señaló el suelo que pisaban él, los militares y los reporteros: un terreno baldío bardado con bloques de cemento. El interrogatorio duró menos de cinco minutos y, aunque cortante y escueto, Meza López respondió todo lo que le preguntaron.
Así, se supo que entre sus víctimas no había niños ni mujeres y que por su trabajo recibía 600 dólares al mes. Dijo primero que disolvió a 300 personas en un solo año, aunque después aclaró que 300 era, en realidad, el número total de víctimas que había deshecho durante los 10 años que practicó el oficio.
Dio detalles a la prensa sobre su modo de trabajo, con una naturalidad que sorprendió a todos. El principal componente era la sosa cáustica. El método de cocción, a fuego alto durante un día entero. La capacidad por semana, de tres cuerpos.
Aquel 25 de enero, al presentarlo a la prensa, los militares lo identificaron con el sobrenombre que tanto enoja a Irma: El Pozolero. El apodo con el que desde entonces aparecería en las revistas, el que dio nombre a una película y motivó un narcocorrido.
Su método de trabajo no tardó en aparecer en series de televisión estadounidenses como Breaking Bad. Aunque Santiago Meza no inauguró este oficio (antes hubo otros), él le puso rostro.
–A veces le digo: «M’ijo, ¿por qué lo hiciste?» –cuenta Irma, con la mirada perdida, rememorando las charlas que han tenido en la cárcel–. Él dice que no sabe.
Irene revive y grita desde el sofá:
–¡Le inventaron!