
- Clasificación: Parridicio
- Características: Parricidio - Mató a su exesposa en el bar El Puente de La Coruña delante de sus clientes, que no hicieron nada por impedirlo
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 1 de diciembre de 1982
- Fecha de detención: 1 de diciembre de 1982
- Fecha de nacimiento: 1941
- Perfil de la víctima: Ana María Martín Vázquez, de 36 años, auxiliar de clínica, con dos hijos, ex esposa de Roberto Goyanes Fernández
- Método del crimen: Arma blanca
- Lugar: A Coruña, España
- Estado: El 7 de noviembre de 1983, la Audiencia Provincial de la Coruña condenó a Roberto Goyanes Fernández como autor de un delito de parricidio consumado y de otro de homicidio en grado de tentativa a la pena de veintinueve años de reclusión mayor, así como a una indemnización de 4 millones de pesetas a sus hijos, además de suspensión de todo cargo público durante el tiempo de condena, derecho de sufragio, etc., junto con el pago de las costas procesales
Índice
Roberto Goyanes Fernández: De marino irascible, a esposo asesino
Carlos Fernández
29 de enero de 2018
Roberto Goyanes Fernández, de 41 años en octubre de 1983, había nacido en Palma de Mallorca, aunque su familia se vino pronto para La Coruña en cuya Comandancia de Marina estaba destinado su padre, capitán de corbeta de la Reserva Naval Activa. Quizás fue por la profesión de su padre –que procedía de la Marina Civil– por lo que Roberto se decidió a estudiar Náutica, para la que existía escuela oficial en la ciudad coruñesa y en la que, se supone, su progenitor tenía amistades a las que. si llegase el caso, pudiese recomendarle, lo que así ocurrió.
Desde que en los años sesenta salió piloto, Roberto se dedicó a recorrer los mares, mayormente en navegación que tocaba puertos españoles. No era una lumbrera corno marino, pero era hábil, sobre todo discutiendo, tanto con sus superiores como inferiores. Su carácter se fue tornando irascible y, dada la dureza –incluso violencia– del medio en el que se desenvolvía, le originó numerosos problemas.
Algunos de estos fueron saldados favorablemente gracias a las amistades de su padre. Había precedentes de estos casos, pues en los años sesenta se cuenta el caso del hijo de un comandante de Marina de un puerto gallego que vivió de gorra en un buque de la Trasatlántica gracias a su parentesco.
Resulta que el joven piloto era de una nulidad tal que el capitán le rogó que no subiera al puente de navegación, pues todo lo que tocaba lo estropeaba, siendo más seguro para el buque que se dedicase a pasear por cubierta con las turistas o a bailar en el salón. Y como el joven marino tenía un rostro de cemento tal, que a su lado el acero al tungsteno era mantequilla de Soria, pues en vez de desembarcarse e irse a su casa, se quedó en el barco de turista con sueldo.
Roberto Goyanes comenzó a «quemar» hojas de su libreta de navegación. A las primeras de cambio se desembarcaba de un buque y se iba a otro. Eran tiempos de escasez de titulados y siempre había plazas disponibles.
Roberto Goyanes se casa en 1966 con Ana María Martín Vázquez, una joven agradable, auxiliar de clínica, que, como otras muchas chicas, no pudo ver en el noviazgo los defectos de su marido.
Del matrimonio nacerían dos hijos varones, en 1967 y 1968. Parecía que ello iba a contribuir a la estabilidad del matrimonio, pero pronto comenzaron las desavenencias. Roberto, además, bebía cada vez más. «En el barco las bebidas están libres de impuestos y cuestan poco», decía a su familia cuando alguien se lo recriminaba.
La cosa fue adquiriendo cierta gravedad y en 1972 su esposa logra convencerle para que se interne en un centro médico y sea examinado convenientemente. El psiquiatra, Leopoldo Fernández Vicente, le diagnostica un proceso psicótico, esquizofrenia paranoide y episodios de embriaguez patológica, añadiendo que era la bebida la que desencadenaba tal situación.
A pesar de ello, Goyanes seguía bebiendo y los problemas que tenía en los barcos eran cada vez mayores. Sus reacciones eran inesperadas. Una vez, a mitad de la década de los setenta, estando de capitán en el carguero Rey Fruela de la naviera Astur Andaluza, navegando del canal de la Mancha hacia el norte de España, Roberto detuvo su buque a la altura de Cherburgo y lo fondeó porque dijo que había mucha mar de proa. Otros barcos no lo hicieron, lo cual, comprobado por los armadores, le valió una buena reprimenda.
En ese mismo buque, y cuando iba a desembarcarse, Goyanes se enfadó con las autoridades de Aduana porque querían cobrarle derechos por un voluminoso radio-cassette y, aunque la cantidad no era mucha, quiso tirarlo al agua, aunque luego se arrepintió y lo dejó en el puente para que oyesen música los marineros de guardia durante la navegación.
Seguían los embarques y los desembarques, los follones e incluso los consejos de guerra, como uno que se le incoa por haber proferido amenazas a otro oficial. Los tripulantes le tenían verdadero pánico.
Parecida suerte fue la corrida en su vida familiar. Su esposa Ana María era incapaz de controlarle su afición a la bebida dado su carácter irascible. Además, y al igual que otros marinos, Goyanes creía que su mujer le engañaba con otros hombres, «se cree el ladrón que todos son…», cuando llevaba una vida de ermitaña, dedicada a su trabajo como enfermera y al cuidado de sus dos hijos y labores propias del hogar.
La situación matrimonial, no obstante, acabó haciéndose insostenible y se produjo la separación, legal, quedando su esposa Ana María al cargo de los dos hijos. Goyanes vivía en su domicilio de la plaza del Maestro Mateo, 21.
A pesar de ello, Roberto seguía incordiando y cuando desembarcaba, o incluso estando embarcado, hacía objeto de llamadas a su esposa, amenazándole de muerte, acusándola de que la había visto con otros hombres y diciendo a sus hijos que tenían que abandonarla.
La familia de Goyanes siempre se inhibió de estas amenazas a la mujer y a los hijos, pareciendo dar a entender que «si se casó con él, que lo aguante». Por el contrario, la familia de Ana María, especialmente su padre, Rafael Martín Llanos, estaban temerosos de que estas amenazas verbales, pudiesen degenerar en una agresión física violenta, dado el carácter irascible del alcohólico marino, yendo muchas veces a buscarla al ambulatorio San José de la Seguridad Social donde trabajaba.
Y así se llega al día de autos.
A finales de noviembre de 1982, Roberto Goyanes se había desembarcado de uno de sus periplos marineros. Lo primero que hizo fue llamar a su exmujer a su domicilio en la torre 2 de Ronda de Outeiro para proferir las amenazas de rigor.
Sin embargo, y como se temía, decide pasar del dicho al hecho, por lo que se aposta junto al domicilio de Ana María. Eran las ocho y media de la noche del 1 de diciembre cuando Ana María, acompañada de su padre, sale de su domicilio.
Fuerte discusión
A la altura de la parada de taxis de Ronda de Outeiro, se produce una fuerte discusión y ante las amenazas de Goyanes de que la va a matar, el padre se interpone y recibe varias cuchilladas en el vientre. Ana María, tras protegerse con un bolso, escapa en dirección a la calle Villa de Negreira, perseguida a corta distancia por el capitán y su exsuegro.
Ana María se refugia en el primer lugar que encuentra abierto, el bar El Puente, sito en el número 60 de la citada calle. La joven entra en el bar, en el que se encontraba un camarero y nueve clientes, gritando: «Parénlo, parénlo», yéndose a proteger en una esquina, llegando inmediatamente Goyanes. Sin mediar palabra, le asesta varias puñaladas en la cara y en el pecho, cuello y otras partes del cuerpo. Ana María, entonces, dejando emitir un pequeño suspiro quejoso, se desploma en el suelo.
Los clientes del bar, ante la entrada del irascible Goyanes, y en una actitud muy acorde con los tiempos de indiferencia ante la tragedia ajena que vivimos, salen inmediatamente a la calle, dejando en el bar al homicida que continúa asestando puñaladas al cuerpo, ya probablemente sin vida de su exmujer.
Momentos después llega al bar, malherido, el padre de la joven que, al encontrarse con aquel panorama, gritó a los clientes: «¡Cobardes, sois unos cobardes!», y se abalanza sobre su ex yerno. Hay un forcejeo, hasta que diversas personas, que no eran los que antes estaban en el bar, entran en el establecimiento y ayudan a Rafael Martín a reducir al homicida. El cuchillo de monte, arma del crimen, aparece clavado en la espalda de Ana María y su padre tiene una fuerte herida en el vientre que le había dejado las tripas casi fuera.
Cuando la policía, que fue avisada posteriormente, llega al bar y esposa a Goyanes, su suegro aun malherido tiene fuerzas para propinarle un puñetazo en la cara. Rafael Martín, además de la grave herida en el vientre, tiene también lesiones en la cara.
El capitán es trasladado a la Casa de Socorro para ser asistido de las heridas producidas en la lucha y a continuación llevado a la Jefatura de Policía. El cadáver de Ana María será trasladado en camilla a una ambulancia, que posteriormente lleva el cuerpo al depósito del cementerio municipal coruñés.
Por su parte, Rafael Martín fue trasladado en una ambulancia a la Ciudad Sanitaria Juan Canalejo, en donde inmediatamente entra en el quirófano para ser intervenido. Mientras tanto, y en otra actitud muy hispánica, un gran gentío se aglomera a la puerta del bar El Puente para curiosear y dar su opinión de los hechos.
Los hijos de la víctima, tras los hechos, fueron recogidos por unos familiares. Los dos chicos, que vivirán un trauma horripilante, adoraban a su madre por el sacrificio que estaba haciendo para sacarlos adelante. De su ex padre quisieron olvidarlo totalmente, tanto que hasta manifestaron su deseo de quitar su apellido de sus señas de identidad.
El juicio tiene lugar el 20 de octubre, jueves, de 1983 en la sección primera de la Audiencia coruñesa en sesiones de mañana y tarde, registrándose una buena asistencia de público.
En sus conclusiones definitivas el fiscal, señor Couceiro Tovar, que lo es de la Audiencia Territorial, solicita treinta años de reclusión mayor por el delito de parricidio y nueve años de prisión mayor por el de homicidio en grado de frustración, así como una indemnización de 4 millones de pesetas para sus propios hijos. La acusación particular, llevada por el abogado coruñés Ignacio Bejerano, solicita las mismas penas de prisión, pero aumenta las indemnizaciones a 27 millones de pesetas.
La defensa está a cargo del letrado Spiegelberg Buissen, quien, al considerar al acusado un enajenado mental y por tanto eximido de toda responsabilidad, solicita la absolución.
En el establecimiento de los hechos se determina que Roberto Goyanes venía haciendo objeto de constantes amenazas de muerte a su exesposa, hasta el punto de que su padre, de 66 años, solía dormir en el domicilio de su hija por miedo a una agresión.
En la mañana del 1 de diciembre, Goyanes alquiló un taxi, retirando cien mil pesetas de un Banco y yendo a esperar a Ana María al ambulatorio en donde trabajaba. Le dijo que si seguía sin querer hablar con él le daría muerte. Por la tarde se traslada a Sada, en donde efectuó diversas consumiciones alcohólicas, regresando luego a La Coruña, en donde compró un cuchillo de monte de 15 centímetros y estuvo esperando a su mujer en las inmediaciones del domicilio de esta.
En el relato de la agresión se especifica que el padre de la víctima recibió un navajazo en el vientre que le produjo perforaciones intestinales con salida del paquete, y que aun así tuvo arrestos para salir en persecución del ex yerno y, localizado en el bar, logró detenerlo con ayuda de otra persona.
Nadie, en realidad, discutía los hechos, sino cómo el procesado llegó a la determinación de cometerlos, por lo que todo gira en torno al estudio de la personalidad de Goyanes.
El interrogatorio del marino por parte del fiscal y del acusador privado fue una verdadera carrera de obstáculos. Goyanes contesta atropelladamente, pocas veces responde a lo que se le pregunta, tartamudea y, sobre todo, miente. En su delirio persecutorio llega a decir que es su mujer la que le perseguía.
A la hora de analizar su vida profesional, es cuando más se altera. Los acusadores intentan demostrar que el constante embarque de Goyanes, desempeñando el puesto de capitán, el máximo escalafón de su carrera, demuestra que se trata de una persona responsable.
Goyanes se enfurece cuando se toca el tema y varias veces dice: «Esto no tiene nada que ver con los hechos por los que se me está juzgando». En otro momento dice que la misión de un oficial de la Marina Mercante no entraña grandes dosis de responsabilidad. «Nos limitamos simplemente –dice– a hacer la guardia.»
El panorama de respuestas ambiguas y de carácter irascible de Goyanes cambia como por ensalmo cuando comienza el interrogatorio por el abogado defensor. Tranquilo, con aplomo, contesta incluso a preguntas que hacía unos minutos había dicho que no se acordaba. Sólo hubo una vez en que Goyanes rompe a llorar y el presidente de la Sala le permite sentarse hasta que se calma.
Prueba pericial
Spiegelberg trata de demostrar en el interrogatorio de Goyanes que los desequilibrios de este eran muy anteriores a su matrimonio, pues a empezaron en su infancia, en la familia con sus hermanos y que después de casarse se agravaron. «En casa me decían que yo no era normal», responde el marino. Incluso se saca a relucir el Consejo de Guerra que había tenido por haber amenazado de muerte a otro oficial mercante.
La prueba pericial se convierte en un debate entre acusación y psiquiatras. El doctor Leopoldo Fernández Vicente recuerda el tratamiento al que fue sometido Goyanes en 1972, debido a un proceso psicótico, esquizofrenia paranoide y episodios de embriaguez patológica.
Interesaba saber si Goyanes era o no responsable de sus actos, estableciéndose la diferencia que hay entre un psicópata y un esquizofrénico. Dice el doctor Fernández Vicente que cuando trató al marino, este tenía un brote de esquizofrenia, pero que se recuperó a los diecisiete días, aunque lo cierto es que le avisó varias veces de que la bebida era lo que desencadenaba tal situación. Añadió el doctor que Goyanes «era un sujeto plenamente consciente para discernir el bien del mal y no se atrevió a determinar si era o no responsable de sus actos cuando se manifestaban una serie de condicionantes».
Para el propio García Pardo, médico militar, Goyanes es un enfermo, pero sólo en momentos críticos, de forma incidental, y la psicosis que padece puede dar pie a un trastorno mental transitorio, aunque no se puede considerar un enfermo mental en sentido estricto.
Por su parte, la psicóloga Graciela Moyano dice que Goyanes tiene «una personalidad psicopática, escasa capacidad de autocrítica y con consideración aparente hacia las normas sociales».
Entre los testigos destaca la comparecencia del padre de la víctima Rafael Martín y dos hermanos del procesado.
El interrogatorio de todos fue tenso y emocional, especialmente en el caso del padre que incidió en la tesis de que su hija le tenía miedo a Goyanes y que tanto ella como él mismo habían puesto de su parte todo lo que pudieron para restablecer la convivencia, pero que todo fue inútil ante el carácter agresivo y violento del marino, lo que desembocó en la separación definitiva de ambos.
Uno de los hermanos de Goyanes, así como otro testigo que dijo ser amigo de aquél, intentaron maliciosamente involucrar a la víctima en sus respuestas, pero fueron cortados en el acto por el acusador privado, señor Bejerano, que solicitó que no constase en acta tales manifestaciones.
La sesión de la tarde comenzó con el informe del fiscal Couceiro Tovar. Señala este la inteligencia del procesado hasta el punto de que estuvo intentando engañar con sus manifestaciones a la sala, ya que no existe la más mínima sospecha o prueba de la infidelidad de su mujer hasta el punto de que es ella la que en el 72 lo interna para su tratamiento en un centro médico.
–A lo largo de su vida –dice el señor Couceiro– hay pruebas numerosas de su carácter irascible, pero nunca a causa de su esposa, sino a causa de él mismo, hasta el punto de que en el expediente de separación es condenado por «sevicias y abandono de hogar».
»No me explico –añade el fiscal– cómo una persona que ha llegado en su carrera profesional a lo máximo, cual es ser capitán, puede ser considerado un irresponsable. Estamos ante un caso claro de inteligencia superior, ya que, a preguntas de las acusaciones, el procesado dice que no se acuerda, porque teme cometer algún fallo, pero a las preguntas de su defensor, como sabe que este no le va a hacer incurrir en tal circunstancia, contesta de otra manera coherente y lógica. Coherencia que se pone de manifiesto en el interrogatorio ante la Policía, cuyos inspectores encargados del mismo no descubren ningún rasgo de anormalidad ni de que estuviera embriagado.
Finaliza diciendo el fiscal:
–Los médicos no pueden determinar el estado mental del procesado porque uno no le veía desde hace diez años y el otro le vio ocho meses después de haber ocurrido los hechos.
Interviene a continuación el representante de la acusación privada, señor Bejerano, quien señala tajantemente:
–El acusado nos quiere tomar por tontos. No se explican si no sus declaraciones sobre la responsabilidad que lleva inherente el desempeño de un cargo como el de oficial o capitán de la Marina Mercante.
Dice el señor Bejerano que el procesado no merecía piedad, porque llega incluso a vituperar y calumniar a la víctima y en el acto del juicio no se puede decir que la bebida le alteraba porque, que sepamos, no ha bebido sino agua, y en cambio no mostró arrepentimiento alguno.
–Las pruebas –remarca el acusador– desvirtúan un posible proceso esquizofrénico.
Al hacer repaso de su vida profesional, Goyanes interrumpe al señor Bejerano para, en tono excitado, decirle que «no sabe lo que dice», por lo que es reprendido por el presidente de la Sala quien le advierte que de insistir en su actitud tendrá que expulsarlo de la misma. Indica Bejerano que los hechos «responden a un acto reflexivo y no impulsivo», cuestionando la afirmación del doctor García Pardo sobre un posible delirium tremens de Goyanes, unido a una embriaguez patológica por contradictorio con el informe del mismo doctor.
Intervino a continuación el defensor, señor Spiegelberg, quien, agarrándose a su única alternativa, dice que su patrocinado «es un clásico caso de enajenación mental total», añadiendo:
–No es un ser normal, porque si no se pueden comprender los hechos que realizó. El hecho de atravesar una calle con un cuchillo en la mano en busca de su esposa así lo demuestra.
Posteriormente dice:
–Sobran los estudios psiquiátricos, pues los propios hechos hablan por sí mismos. Mi patrocinado es un ser enfermo que debe de ser tratado médicamente y nunca ser recluido ni castigado.
Hace referencia Spiegelberg a que en la sentencia de separación se dice que era un hombre «inestable y violento» debido a una dolencia, al parecer, patógena, la cual le acarreó numerosas dificultades, tanto en su ámbito profesional de marino como en el seno familiar.
Cuando estaba finalizando el informe de la defensa, el presidente del Tribunal, Emilio Celorio, sufre una indisposición por lo que el juicio tiene que ser suspendido. Posteriormente será internado en un centro médico para su observación.
El juicio será reanudado el jueves 3 de noviembre de 1983. Al no haberse recuperado en el tiempo previsto fue necesario formar la sala de nuevo y celebrar el juicio que, en síntesis, fue repetición del anterior ya que, salvo alguna matización, no se variaron las posturas de las partes intervinientes.
No obstante, Goyanes parecía más calmado, respondiendo de forma coherente y sin rehuir a las preguntas, excepto en los momentos en que se le preguntaba por lo ocurrido el día de autos en que, con gran cinismo, decía: «No me acuerdo de nada».
La parte que consumió más tiempo fue la prueba pericial. Se trataba de analizar la personalidad del procesado y los médicos volvieron a abundar en las tesis ya conocidas.
No obstante, se produjo un interesante debate entre el acusador privado y el doctor García Pardo, al señalar el primero cómo era posible que en el informe no se hubiera indicado que el procesado era bebedor y que podía tener delirios. García Pardo contestó diciendo que desde el punto de vista médico era innecesario hacer constar esa circunstancia para la realización de su informe.
La sentencia
El juicio, que comenzó a las cinco de la tarde, concluyó cerca de las diez de la noche y tanto el fiscal como el acusador privado solicitaron un total de 39 años de reclusión mayor. La defensa pide la absolución por considerar a Goyanes «un enajenado mental» y por tanto eximido de cualquier responsabilidad.
Al final, el presidente de la Sala preguntó a Goyanes si tenía algo que alegar a lo que este, con calculada precisión, dijo:
–Yo lo único que quiero es curarme.
Días después se hace pública la sentencia que condena al capitán de la Marina Mercante Roberto Goyanes Fernández como autor de un delito de parricidio consumado y de otro de homicidio en grado de tentativa a la pena de veintinueve años de reclusión mayor, así como a una indemnización de 4 millones de pesetas a sus hijos, además de suspensión de todo cargo público durante el tiempo de condena, derecho de sufragio, etc., junto con el pago de las costas procesales.
Concluía así el primer acto del largo calvario de una familia rota por el carácter irascible de un padre para el que su profesión marinera no fue bálsamo sino antes al contrario detonante de una crisis agresiva que llevó a la muerte a una mujer ejemplar y casi al padre que valientemente la quiso defender. Por medio, unos hijos a los que los hechos no dieron opción a otra cosa que no fuese repudiar a su propio padre.