Ramón Lozano Arias

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Ramón Lozano Arias

Arruza

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Mató al primer marido de su mujer en 1951 y a ésta en 2005
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 1951 / 2005
  • Fecha de detención: 5 de junio de 2005
  • Fecha de nacimiento: 1926
  • Perfil de la víctima: Juan Miguel Hernández Mateos / Rosaura Casquero Mateos, de 82
  • Método del crimen: Golpes con una piedra / Apuñalamiento
  • Lugar: Piedrabuena, Ciudad Real, España
  • Estado: Condenado a 30 años de prisión el 2 de abril de 1952. Puesto en libertad en 1972.
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Ramón Lozano Arias – El presunto asesino de Piedrabuena mató al primer marido de su mujer hace 54 años

Carmen del Campo / Fernando Rojo – ABC.es

8 de junio de 2005

Rosaura Casquero indujo en 1951 a su amante, Ramón Lozano, a matar a su primer marido. Fueron condenados a 30 años de cárcel y después se casaron. El lunes Ramón presuntamente volvió a matar, pero ésta vez la víctima fue Rosaura.

Cuando el pasado lunes presuntamente degolló a su esposa y se intentó quitar la vida, Ramón Lozano Arias quiso terminar definitivamente con los dos últimos lados de un turbulento triángulo amoroso teñido de sangre y que ha durado más de medio siglo.

No lo consiguió, pues aún queda él para dar fe de los dos asesinatos: el cometido esta semana y el que le llevó a la cárcel en 1951 por matar valiéndose de una piedra a Juan Miguel Hernández Mateos, primo carnal y entonces esposo de Rosaura Casquero Mateos, la mujer que ayer reposaba en el tanatorio de Piedrabuena tras ser al parecer asesinada por su segundo marido.

Junto a Ramón Lozano Arias, que en 1952 era conocido con el alias de Arruza -el nombre de un famoso torero mexicano de la época, y que ayer confesó los detalles de su segundo crimen ante la juez de Ciudad Real-, Rosaura tuvo que afrontar el 26 de marzo de 1952 un juicio en esa misma Audiencia Provincial en el cual el fiscal pidió la pena capital para ambos, uno por ser autor material del crimen y la otra por inducir a su entonces amante a matar a su marido.

Finalmente, ninguno de los dos pasó por el garrote, pues el juez decidió condenarles a 30 años de prisión y a indemnizar con 100.000 pesetas a los herederos de la víctima.

En aquel juicio quedó probado que Ramón había acabado con la vida de Juan Miguel el 18 de julio de 1951 valiéndose de una piedra en la finca «Santa Bola» del término de Corral de Calatrava.

Su abogado, que debutaba en estas lides, sostuvo que los hechos constituyeron delito de homicidio con eximente de legítima defensa, por no haber tenido intención de causar un mal de tanta de gravedad y haber sido precedido de provocación por parte de la víctima.

Y el defensor de Rosaura negó las acusaciones por estimar que su defendida no intervino en los hechos ni indujo a su realización.

Al final pesaron más los razonamientos de la acusación, promovida por la madre del asesinado y tía carnal de su entonces esposa, que acusó a «Arruza» de asesinato y parricidio con agravantes de premeditación, despoblado y alevosía.

Desmayos en el funeral

Más de medio siglo después, Rosaura volvía a ser el pasado lunes, a sus 82 años, protagonista de las crónicas de sucesos. Pero esta vez, en lugar de inductora, ella fue la víctima.

Ayer, cientos de vecinos se dieron cita en la iglesia parroquial Nuestra Señora de la Asunción de Piedrabuena para asistir a su funeral, durante el cual se vivieron momentos de impresionante dolor entre los familiares de la víctima. Tres de ellos sufrieron desmayos y fueron presa de la ansiedad, sobre todo la hija de la mujer asesinada, Juana Miguela Hernández Casquero, al parecer fruto de su primer matrimonio, que ayer tuvo que ser asistida por el médico de guardia.

Tras el funeral, el cadáver de Rosaura retornó a las instalaciones del tanatorio del municipio, debido a que los familiares, a esa hora, aún no habían recibido el permiso del forense que le practicó la autopsia para proceder a su incineración.

El caso ha provocado un fuerte impacto en Piedrabuena. Varios vecinos corroboraron que la pareja estuvo en prisión por los hechos mencionados y que cuando cumplieron la condena se instalaron en Piedrabuena.

Advertían que Rosaura y Ramón se conocieron en una finca de Corral. Se enamoraron, ella se quedó embarazada y planearon dar muerte al entonces marido, Juan Miguel Hernández y Mateos.

Mientras tanto, en la capital de la provincia, la titular del juzgado de instrucción número 1 de Ciudad Real tomaba declaración a Ramón Lozano Arias, el único superviviente del triángulo amoroso y presunto autor material de ambos asesinatos.

Tras haber sido ingresado en un primer momento en la planta psiquiátrica del Hospital del Carmen para ser atendido de las heridas que se causó en la muñeca al intentar cortarse las venas, ayer permaneció custodiado en los calabozos de la Policía Local de Ciudad Real, a la espera de volver hoy a declarar ante la juez, que previsiblemente ordenará la reconstrucción de los hechos.


Asesinó por ella y 54 años después la mató

Patricia Ortega Dolz – El País

12 de junio de 2005

La historia de Arruza y Rosaura, dos amantes condenados por el mismo crimen, acabó el lunes con el asesinato de la mujer.

Los pies muertos con las botas puestas colgaban de aquella carreta tapada con mayos, las flores amarillas que cubren los campos manchegos de Ciudad Real ese mes de primavera. La imagen sigue nítida en la memoria de los vecinos de Los Pozuelos de Calatrava, un pueblo a 18 kilómetros de Piedrabuena.

Esa carreta primaveral llena de muerte cruzando los campos, camino del pueblo, aquella tarde del 18 de julio de 1951. Horas antes, Arruza, como conocían en Los Pozuelos al que ahora ha sido reconocido como Ramón Lozano, el presunto asesino de 79 años que apuñaló a su compañera, Rosaura Casquero, de 82, el lunes en Piedrabuena, había entrado en el bar España muy agitado.

-Ha pasado una cosa muy grave. ¿Está don Ambrosio? La yegua ha matado al señor Juan Miguel.

-A ver, Arruza, ¿quién ha matado a Juan Miguel, la yegua o tú? -respondió desde la barra don Ambrosio Contreras, el juez de paz del pueblo.

-Hombre, don Ambrosio, no le digo… -contestó Arruza, que se había ganado el apodo por su demostrada valentía con los toros y en recuerdo del torero mexicano Carlos Arruza, que compartió grandes plazas con Manolete.

Y allá que fueron, ellos y medio pueblo, en busca del muerto a la finca de Santa Bola, a cuatro kilómetros, ya en el término municipal de Corral de Calatrava. Allí yacía el cuerpo del joven Juan Miguel Hernández Mateos. Atado a la yegua, ensangrentado y con un tremendo golpe en la cabeza.

Lo recogieron, lo subieron a una carreta, lo cubrieron de mayos y emprendieron el camino de regreso hacia su casa, donde su madre, Rosa Mateos, y su prima hermana y esposa, Rosaura Casquero Mateos, embarazada de nueve meses, seguían con sus tareas, ajenas a la tragedia. La carreta recorrió todo el pueblo y se detuvo a la puerta de la casa. Rosa, la madre, salió al oír el gentío y reconoció primero los pies y luego el cuerpo de su único hijo varón. Muerto.

-¡Que no se entere mi nuera Rosaura, que está a punto de dar a luz! -gemía en silencio.

El entierro fue sonado y acudió todo el pueblo. Pero no tanto por el difunto como por todas las sospechas que se cernían sobre aquella muerte.

Feliciano Contreras, conocido como Chano, sobrino del juez de paz y cuñado del difunto, sería quien desenmascararía al asesino y aclararía, con la ayuda de su amigo el capitán Andarias, de la comandancia de Ciudad Real, el móvil del asesinato.

Fue él quien había pillado in fraganti en el pajar a Rosaura y Arruza, que trabajaba para el difunto desde hacía años con un arado y una mula en la finca de Santa Bola, casi desde que la familia Hernández Mateos llegó al pueblo desde Salamanca y arrendó esas tierras.

Rosaura, huérfana de padre y madre, había sido adoptada por su tía Rosa y criada junto a Juan Miguel y otras dos hermanas. Y, al quedar embarazada, fue casada con quien hasta entonces era su primo hermano.

Fruto de aquel matrimonio nacieron los tres primeros hijos de Rosaura: un varón (Manolo), ya fallecido; una mujer (Carmen), que vive hoy en Valencia, y otra (Rosita) que vive, pero nadie sabe dónde. Ninguna fue al entierro de su madre el pasado miércoles en Piedrabuena.

Feliciano, «el investigador», aseguró a miembros de la familia que hoy reviven esta historia que había oído a Rosaura decirle a Arruza en la intimidad: «¿Cuándo vas a hacerlo? Date prisa. A ver si va a salir bizco».

Aquel detalle era la clave de la angustia de los amantes. Arruza era bizco, y Rosaura temía que aquella criatura que llevaba en su vientre y que estaba a punto de nacer portase esa característica inconfundible, en una España franquista en la que el adulterio era delito.

Así que aquella tarde calurosa del 18 de julio, con aquella barriga henchida de incertidumbres y miedos, Arruza se armó de valor y a la hora de la siesta, mientras su amo dormitaba en el campo, le estampó una enorme piedra en la cabeza. Luego lo ató a la yegua y la hizo galopar para camuflar el golpe. Luego fue al bar España en busca del juez…

Fue el propio Arruza quien reconstruyó los hechos pocos días después, cuando llegaba con su bicicleta a Los Pozuelos y dos guardias le salieran al paso. Venía de Piedrabuena, donde después de la Guerra Civil se refugió con su madre, viuda, y sus hermanos, y donde había vivido desde chico.

«En el puente del río [Guadiana] le esperaban dos guardias y le dieron tal tusa [paliza] que lo cantó todo», cuenta Julián Romero, «el abuelo» de Los Pozuelos, que con 90 años conserva memoria y conversación perfectas. Él, y Bruno Hidalgo, el dueño del ya cerrado bar España, y Macario Nieto, el cartero y familia indirecta del difunto, y Candelo Morales, el agricultor… todos ellos recuerdan ahora aquellos días a la sombra de la esquina de la casa de Liso, «el congreso».

El juicio se celebró meses más tarde en la Audiencia Provincial de Ciudad Real, y los amantes fueron condenados a 30 años de prisión y 100.000 pesetas de indemnización a la familia. Arruza cumplió 20 años por «asesinato con premeditación», parte de los cuales le pusieron a hacer los túneles del metro de Madrid. Rosaura, a la que todos recuerdan con su niña recién nacida en los brazos en la vista, cumplió ocho por «inducción al crimen». Y le esperó el resto.

Cuando Arruza salió de prisión, poco antes de la muerte de Franco, fueron a vivir a Vallecas (Madrid), y él siguió trabajando en la construcción. Ya a finales de los ochenta regresaron a Piedrabuena como Ramón Lozano y Rosaura Casquero.

Y se construyeron esa casa embaldosada de dos plantas y tejado de uralita, a las afueras del pueblo, justo en un cruce de caminos. Allí han vivido hasta que el pasado lunes Ramón perpetró presuntamente su segundo crimen. Arruza y Ramón, pasado y presente de una misma persona con dos vidas, dos caminos y dos muertos a sus espaldas.

Ramón empujaba por las calles de Piedrabuena la silla de ruedas de Rosaura después de aquella operación de corazón. Es la tierna imagen que prevalece en las retinas de los vecinos, a los que aún les cuesta imaginarse a Ramón apuñalándola. Los dos juntos de camino al supermercado y de vuelta, cargados y acompañados de su perrita. Al principio con la silla, hasta que Rosaura se recuperó, y luego con el carrito de la compra, que llevaba Ramón.

La vida de la pareja no tenía nada de particular. De hecho, su pasado no era muy conocido por los vecinos. Bastaba con que lo conocieran ellos para que su vida se desarrollara apartada de los demás. Rosaura apenas salía. Enfrente de su casa, en la que aún crecen los frutos de su huerta, está la gasolinera, el sitio en el que, esta vez sí, Ramón se entregó.

-¡¿Pero qué te pasa Ramón?! ¡¿Te has herido?! -le preguntó José Laguna, un veterano empleado de la gasolinera.

-¡Que la que está conmigo está muerta! -respondió Ramón, «como espantado y con las manos llenas de sangre».

Eran cerca de las doce de la mañana del lunes 5 de junio de 2005. A los pocos minutos, la casa embaldosada del cruce estaba acordonada y rodeada de guardias. Rosaura yacía en la cama, ensangrentada, con al menos dos gruesas puñaladas en el cuello, según testigos presenciales.

Llevaba muerta desde las siete de la mañana aproximadamente. «Seguramente a ella también la mató dormida», comentan los testigos. Y luego intentó matarse él. La noticia corrió como la pólvora. Y, entonces sí, todos recordaron a Arruza y su oscuro pasado junto a Rosaura. Terminaba así la sangrienta historia de los amantes. Otro trágico final, casi anunciado.

El butanero y los empleados de la gasolinera, las pocas personas que se relacionaban con Ramón, recuerdan sus comentarios de los últimos meses: «Ya nos vais a ver poco por aquí»; «Me voy a morir pronto»; «La cabeza…, me va a estallar».

Había tenido depresiones. Estaba medicado pero «de aquella manera». «Su hija y su yerno venían a verles los fines de semana, pero el resto de los días…, vete tu a saber», comenta Telesforo, el otro empleado de la gasolinera, con el que mantenía charlas sobre fútbol («Ramón era del Real Madrid a ultranza»).

Y poco a poco, los antiguos amantes se fueron encerrando en aquella casa del cruce. Cada vez más mayores, más solos y más enfermos. Lo que llevó a Ramón a acabar con la vida de Rosaura y luego a intentarlo con la suya nadie lo sabe. Pero debía de tener pensado irse por un largo tiempo (o de por vida) cuando ese lunes, antes de perpetrar presuntamente su segundo crimen, dejó un barreño entero lleno de comida para su perra.

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