Rafael Bueno Latorre

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Cañameras

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Robos con violencia e intimidación - Las autoridades lo declararon el enemigo público número uno
  • Número de víctimas: 4
  • Fecha del crimen: 1983
  • Fecha de detención: 25 de noviembre de 1983 (última detención)
  • Fecha de nacimiento: 26 de mayo de 1954
  • Perfil de la víctima: Jesús Postigo Pérez y Raúl Santamaría Alonso (policías) / Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red (delincuentes)
  • Método del crimen: Arma de fuego
  • Lugar: Burgos / Barcelona, España
  • Estado: Protagonizó su última fuga el 20 de abril de 1984. La búsqueda del criminal finalizó con el archivo del caso, comunicado en 2015
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El asesino fantasma

R. Pérez Barredo – Diariodeburgos.es

23 de agosto de 2009

Rafael Bueno Latorre era (o es) un criminal violento y sanguinario. Delincuente criado en el lumpen barcelonés, diestro atracador de bancos, experto fuguista y asesino sin escrúpulos, su escalofriante ficha policial acumula polvo desde hace un cuarto de siglo. Exactamente desde que se escapara de la prisión de Alcalá-Meco tras protagonizar una huida de película y se convirtiera en lo que es: una sombra vaporosa e inalcanzable, un fantasma que sigue siendo la pesadilla de la policía, que todavía hoy lo denomina «enemigo público número 1» y que no ha dejado un solo día de perseguirle -aunque no dejara rastro alguno- ante la sospecha de que sigue vivito y coleando. Nacido en la localidad sevillana de Utrera, Bueno Latorre fue amamantado en los arrabales de Barcelona, donde forjó su carácter indómito y se convirtió en un quinqui malencarado y peligroso. De nada sirvieron los reformatorios que conoció entonces: se fugó de todos, como si ya intuyera que desarrollar esa habilidad le habría de reportar años más tarde el siempre pingüe beneficio de la libertad.

Empezó a dar palos navaja en ristre cuando todavía no se afeitaba, por lo que en los primeros años de la década de los 70 cambió los correccionales por la cárcel, que conoció en varias ocasiones (en cuanto cumplió los 18 fue recluido en la Modelo durante un año). Sin embargo, cada vez que salía a la calle perpetraba nuevos atracos, años más tarde a punta de pistola y acompañado por su banda, de la que siempre fue el cabecilla. Con el tiempo, estos golpes fueron haciéndose tan implacables como violentos, lo que activó todas las alarmas y convirtió a Bueno Latorre y sus secuaces en objetivo prioritario de las fuerzas del orden público en todas las regiones levantinas en las que éstos dejaron su sello, que fueron casi todas. Y aunque tardaron, el trabajo dio sus frutos: el delincuente cayó en una emboscada, siendo detenido y encarcelado nuevamente, esta vez enrejado en la prisión madrileña de Carabanchel. Era el año 1978 pero el forajido no estaba dispuesto a cumplir su condena, así que puso en práctica sus innatas dotes evasivas y se fugó como si nada.

Volvió a las andadas, claro, y fue nuevamente interceptado y llevado a prisión pocos meses después. Entre 1979 y 1983 conoció varios penales hasta que recaló en el de Burgos. Este Houdini del mal pondría aquí en escena otro magistral número de escapismo con un agravante fatal: un doble asesinato. Sucedió el día del Pilar de 1983, en el Hospital Provincial, donde el preso había dado con sus huesos después de clavarse, con un par, unas tijeras en el vientre que por poco le revientan las tripas. Lástima. Porque aunque sádico y casi suicida, la maniobra obedecía a un plan diseñado por el bandolero: debía conseguir salir de la cárcel de la manera que fuera para, una vez franqueados sus muros, ser rescatado por los compinches.

A pesar de la estrecha vigilancia, dados los antecedentes del elemento, el propósito de Bueno Latorre salió adelante. Dos miembros de la banda accedieron al centro sanitario vestidos con batas blancas para no llamar la atención; una vez allí, se dirigieron a la habitación donde se hallaba convaleciente su jefe, escoltado a esa hora por dos policías nacionales: Jesús Postigo, de 44 años, y Raúl Santamaría, de 33, que fueron tiroteados a bocajarro, perdiendo ambos la vida. Un tercer agente que se encontraba en la planta trató de frenar en vano la huida: aunque Sabino Quintana cruzó varios disparos con ellos, los malhechores consiguieron salir del centro, subir al Renault 18 que otro secuaz tenía con el motor en marcha y desaparecer sin dejar rastro.

Unos cadáveres extraños

La nueva fuga de Bueno Latorre supuso un golpe tremendo para las fuerzas policiales. Pero a la vez que les sumía en el dolor y en la rabia, la pérdida de dos de los suyos hizo que se conjuraran, mientras el Ministerio del Interior le declaraba «enemigo público número 1». Liderada por la eficaz Brigada Antiatracos de Barcelona, los diferentes contingentes policiales estrecharon el cerco a los asesinos. Pocos días después de la sonada huida, fueron encontrados malenterrados a las afueras de Barcelona dos rateros: Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red, quienes en alguna ocasión habían tenido relación con el criminal de Utrera. La policía barcelonesa vinculó ambos cadáveres con Bueno Latorre, atribuyendo a su negra mano un ajuste de cuentas quizás provocado por la sospecha de que los delincuentes podían ser confidentes de la policía.

El hallazgo de los cadáveres fue un aviso para quienes andaban tras su rastro: Bueno Latorre estaba en Barcelona. El 25 de noviembre de 1983, apenas mes y medio después del asesinato de los policías nacionales en Burgos, el criminal cayó. Su detención fue elevada a la categoría de enorme logro policial, el mayor conseguido hasta la fecha, que derivó en felicitaciones públicas y en ascensos varios de algunos mandos. En Burgos la noticia fue acogida con alegría después de semanas de dolor e indignación.

Su destino en esta ocasión fue la cárcel de Alcalá-Meco, recién estrenada y, según las autoridades de la época, un Alcatraz madrileño infranqueable para quienes intentaran fugarse. Nada más lejos de la realidad. En una increíble pirueta, Rafael Bueno Latorre volvió a escaparse. Fue meses después, hace ahora 25 años. Si había visto o no la película de Woody Allen Toma el dinero y corre no se sabrá posiblemente nunca, pero lo cierto es que el delincuente protagonizó la que hasta la fecha es su última fuga en compañía de otros dos presos dando forma de pistolas a varias pastillas de jabón a las que cubrieron de tinta china para dotarlas de un mayor realismo.

De esa guisa encañonaron a los funcionarios, a los que consiguieron cambiar las ropas para salir de la prisión y reconquistar su libertad. Desde entonces, el Grupo de Localización de Fugitivos, eficaz como pocos (ha detenido en los últimos años a más de 230 personas huidas y reclamadas judicialmente), no ha sabido nada de él. Su nombre sigue estando entre los 10 criminales más buscados por el Ministerio de Interior.

Más aún: hace pocos meses, el Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, cuyo titular es el ajetreado magistrado Baltasar Garzón, ha tramitado órdenes internacionales a los países donde se sospecha que, de estar vivo, podría refugiarse el prófugo. Algunos investigadores creen que el criminal es uno de los capos de la droga en Europa, y que posiblemente resida en Francia o en Bélgica. Aunque la fotografía de su ficha policial muestra a un tipo malencarado de apenas 30 años, de estar vivo Bueno Latorre debe tener ahora 54 años. Seguirá midiendo 1,70 y tendrá menos pelo.

El problema es que nadie sabe cómo envejecen los fantasmas.


La banda que liberó a un preso en Burgos, acusada también del asesinato de dos delincuentes

El País

1 de diciembre de 1983

Dos presuntos delincuentes habituales fueron asesinados, según fuentes policiales, en un «ajuste de cuentas» por la banda de Rafael Bueno Latorre -el atracador que fue liberado por sus cómplices del hospital Provincial de Burgos el pasado 12 de octubre después de asesinar a dos policías nacionales que le custodiaban-. Los miembros de la banda fueron detenidos por la policía barcelonesa entre el viernes y el sábado de la semana pasada. Los cadáveres de los supuestos delincuentes asesinados, Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red, fueron desenterrados ayer por la mañana en los términos municipales de Órrius y Sant Fost de Capcentelles; en las cercanías de Barcelona.

Según la versión policial, la banda de Bueno Latorre secuestró a Andrés Sánchez Manzano, alias El Andresín, el pasado 16 de noviembre, y a Eduardo Aldama de la Red, dos días después, y les dieron muerte a tiros, dándoles sepultura a continuación. Para efectuar los secuestros, los asesinos se hicieron pasar por policías. El relato policial indica que el pasado 17 de noviembre compareció en la comisaría de Badalona (en el cinturón de Barcelona) el padre del presunto delincuente habitual Andrés Sánchez Manzano, el cual manifestó que había tenido conocimiento de que el día anterior su hijo había sido detenido por unos supuestos policías, sin tener desde entonces más noticias de él. Dos días después presentaba una denuncia similar en la misma comisaría el cuñado del también presunto delincuente habitual Eduardo Aldama de la Red, alias El Guau. La policía comprobó que ningún miembro de los cuerpos de seguridad del Estado había practicado tales detenciones y empezó a barajar la posibilidad del secuestro.

Testigos presenciales del segundo secuestro indicaron que los presuntos policías habían utilizado un coche Seat, modelo 128, de color blanco. Un coche de estas características fue intervenido a Miguel Pintos Gimeno, de la banda de Rafael Bueno Latorre -el preso fugado del hospital Provincial de Burgos, en una sangrienta acción en la que murieron asesinados los dos policías nacionales que le custodiaban- Sometidos a interrogatorio, los detenidos reconocieron ser los autores del secuestro y del posterior asesinato a tiros.

En la madrugada de ayer los detenidos condujeron a los inspectores del grupo de atracos hasta los parajes en los que se había sepultado a los dos muertos. Manuel Andrés Sánchez, de 31 años, había sido enterrado en la finca Can Argent, próxima al paraje conocido como Sant Bartomeu, en el término municipal de Órrius, cerca de Mataró, en un lugar apartado. El cadáver estaba enterrado a 30 centímetros bajo tierra, y sobre el mismo se había colocado una piedra de 30 kilogramos de peso. A pesar de que tenía el rostro desfigurado y no llevaba documentación alguna, fue reconocido por sus huellas dactilares y por unos tatuajes en las manos. Presentaba un orificio de bala detrás de la oreja derecha y otro en la boca.

Manuel Andrés Sánchez fue secuestrado el 16 de noviembre por Rafael Bueno Latorre, Jorge Álvarez León y Antonio Villena Vicario, cuando se hallaba en el bar Sótano, de Badalona. Los secuestradores se presentaron portando pelucas y postizos, empuñando pistolas y gritando que eran policías. Le esposaron con unos grilletes, le llevaron en coche a la zona de Mius, donde, según la policía, Rafael Bueno le dio muerte con una pistola marca Astra, calibre 38, que le fue ocupada en el momento de ser detenido. Esta pistola pertenecía a uno de los policías nacionales asesinados en el hospital de Burgos cuando Bueno fue liberado por sus cómplices.

Segundo secuestro

En la tarde del 18 de noviembre la banda secuestró a Aldama de la Red, en un bar-granja de Badalona, haciéndose pasar también por policías. En esta ocasión utilizaron dos vehículos. En el primero viajaban Antonio Viñena y Miguel Pintor con un radiotransmisor. En el segundo, Rafael Bueno y Jorge Álvarez, con otro radiotransmisor. En este último vehículo fue trasladado el secuestrado. Mientras era conducido a un paraje cercano a Sant Fost de Capeentelles, los delincuentes. mantuvieron su simulación de que eran policías, comunicándose ambos vehículos mediante los radiotransmisores y simulando un interrogatorio policial. Se supone que Aldama de la Red confesó a los supuestos policías algunas actividades que afectaban a la banda y que le llevaron a la muerte. Los delincuentes que el secuestrado conocía viajaban en el otro automóvil.

Su cadáver fue inhumado ayer en una cantera próxima al restaurante Can Rovira, en el municipio de Sant Fost de Capcentelles, a 30 metros de la carretera comarcal que une Barcelona y La Roca. En este lugar se suicidó el año pasado una vecina de Granollers, que prendió fuego a su vehículo. También son frecuentes en aquellos parajes los desguaces de coches robados.

Venganzas personales

Según la policía, Aldama de la Red fue asesinado de un solo disparo por Antonio Villana Vicario, efectuado con la pistola que le fue intervenida cuando fue detenido en Málaga. Fuentes policiales señalaron ayer que, con independencia de los detalles que aún hay que aclarar, en ambos crímenes el móvil fueron venganzas personales, un ajuste de cuentas. Sánchez Manzano tenía un largo historial delictivo tras de sí, a pesar de que ahora no era buscado por ningún juzgado. La policía no descarta que hubiera participado en alguna acción con Bueno Latorre, a pesar de que no pertenecía a su banda.

Cuando Bueno Latorre y Álvarez León fueron detenidos, el pasado día 25, llevaban sus armas dispuestas y eran portadores de los radiotransmisores, por lo que la policía sospecha que éstos podían dirigirse a cometer otra acción de esta índole. Fuentes policiales no descartan que se encuentren más cadáveres. Antonio Carrafa, jefe de la brigada regional de la policía judicial, declaró ayer que en un período de un mes y medio, desde que Bueno Latorre fue liberado en Burgos, a esta banda se le atribuyen ocho atracos y cuatro muertes, lo que pone en evidencia su peligrosidad y organización. Por su parte, el juez de Mataró, Rafael Jimeno, quien ordenó ayer el levantamiento del cadáver de Sánchez Manzano, señaló que no se descarta la posibilidad de que la banda esté implicada en diversos atracos ocurridos últimamente en la provincia de Barcelona, como el reciente de Vilassar de Mar, en el que murió un atracador y un guardia jurado resultó gravemente herido.


Pistolas de tinta y jabón

Jesús Duva – Elpais.com

5 de agosto de 2012

El director de la cárcel madrileña de Alcalá-Meco, Carlos Parada, debió quedarse tan pasmado y sentirse tan impotente como el alcaide del penal de Alcatraz cuando el 20 de abril de 1984, Viernes Santo, fue informado de que Rafael Bueno Latorre, Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González habían logrado evadirse. Un trío de ases que, a su manera, emularon la fuga que el 11 de junio de 1962 protagonizaron Frank Morris y otros dos reclusos, quienes, tras escapar por un boquete de la celda, dejaron sendas cabezas de yeso y pelo sobre la almohada de sus camas antes de cruzar la bahía de San Francisco. Los fugados de Alcalá-Meco habían encañonado con dos pistolas -en realidad, dos trozos de jabón pintados con tinta china- a varios funcionarios a los que quitaron sus uniformes, y salieron tranquilamente de la cárcel vestidos con ellos.

Bueno, Álvarez y Retuerto comenzaron la ejecución de su plan sobre las nueve de la noche. A esa hora, la mayoría de los reclusos del centro penitenciario de «máxima seguridad» -así los proclamaron los políticos de turno al inaugurarlo en 1982- mataban el tiempo antes de irse a dormir. Era Viernes Santo, un día festivo para todos menos para los tres fuguistas que en ese momento arrancaban de cuajo la taza del inodoro de la celda 47 del cuarto módulo de la prisión. Después, el trío se deslizó por la estrecha boca circular, descendió hasta una galería de servicio, y, tras serrar una rejilla de hierro, accedió al sótano donde estaban las llaves de paso del agua y los interruptores de luz de la prisión. Solo faltaba esperar.

A la misma hora, varios cómplices pusieron en marcha la segunda fase del plan. Entraron en una celda vacía del módulo número tres, rompieron un grifo y provocaron una inundación. Para atajarla, tres funcionarios corrieron hacia el sótano para cerrar las llaves de paso del agua. Allí les estaban esperando Bueno Latorre y sus dos compinches armados con un rudimentario punzón y lo que parecían ser dos pistolas Star de 9 milímetros largo.

Tras sorprender a los carceleros, los fugitivos los maniataron, los amordazaron y los despojaron de su uniforme, su placa de identificación y un manojo de llaves. Dos de ellos se vistieron las ropas de los funcionarios y el tercero se enfundó un mono de albañil. Después, abandonaron el sótano, salieron a un patio y caminaron con calma hacia el edificio donde están las cocinas generales. Y desde aquí, el campo… y la libertad. Álvarez y Retuerto ya se habían largado un año antes de la vieja prisión de Carabanchel utilizando un ardid similar. En aquella ocasión, escaparon intimidando a los funcionarios con pistolas de escayola pintadas de negro. En esta evasión de Alcalá-Meco, las armas fueron fabricadas con dos canteros de jabón.

Bueno, Álvarez y Retuerto sabían que no podían salir del recinto por la puerta principal porque la Guardia Civil identificaba a todo el que pasara por allí. Sin embargo, ellos conocían que las cocinas tenían una comunicación independiente con el exterior: una puerta desde la que los suministradores introducían los alimentos. Su ausencia se descubrió poco después, al hacerse el último recuento del día antes de que fueran apagadas las luces.

Carlos Parada, el director del penal, estaba aquel día libre de servicio. Cuando se enteró de la fuga por una llamada telefónica, su cara debió ser puro patetismo. El lema propagandístico de «prisión de máxima seguridad» que habían colgado al centro madrileño quedó hecho añicos. El propio Parada reconoció que ese día no funcionaba el sistema de rayos infrarrojos que vigilaba los sótanos -y que hacía saltar las alarmas- porque estaba estropeado y su reparación dependía de una empresa externa.

El complejo penitenciario de Alcalá-Meco, que costó 1.300 millones de pesetas, fue proyectado como el más seguro de España y uno de los de diseño más avanzado de Europa. Tenía sistemas de control y detección de movimientos mediante una red de sensores y detectores volumétricos y dos circuitos cerrados de televisión. Todos los edificios estaban construidos sobre una gran plancha de hormigón para hacer imposible la excavación de túneles y galerías. Un auténtico fortín del que teóricamente era imposible escapar. Hasta los grifos fueron escogidos de forma que no pudieran servir para fabricar objetos punzantes que pudieran convertirse en armas.

Tras la fuga, Bueno Latorre se separó de Retuerto y Álvarez, quienes viajaron a Alicante para esconderse durante unos días en un piso de una amiga. Retuerto, ya en solitario, se ocultó más tarde en diversos pisos de Fuenlabrada, Biarritz (Francia) y Madrid. En esta última ciudad, mientras vivía en una casa del barrio de la Concepción, fue localizado y capturado dos meses después de haberse evadido. Álvarez, que siguió su propio camino, corrió más tarde la misma suerte.

La escapada de Bueno Latorre fue para la policía un mazazo que desató su cólera. Porque la policía tenía aún muy fresco en su memoria la muerte de dos agentes acribillados a balazos por la banda de Bueno Latorre. Ocurrió el 12 de octubre de 1983 en el Hospital Provincial de Burgos, donde el peligroso delincuente había sido trasladado tras autolesionarse en la cárcel clavándose unas tijeras en el vientre.

Todo formaba parte de un plan perfectamente urdido: varios compinches le rescatarían aunque tuvieran que abrirse paso a tiros. Y así fue: dos colegas, disfrazados con batas de médico, asesinaron a Jesús Postigo Pérez y a Raúl Santamaría Alonso, dos de los tres policías nacionales que custodiaban a Bueno Latorre, y se apoderaron de sus armas. Una operación perfectamente orquestada, en la que intervino un comando integrado al menos por cuatro hombres y tres mujeres. Después de liberar a Bueno Latorre de los grilletes que le mantenían amarrado a la cama, el grupo huyó en tres coches hasta su refugio de Barcelona.

En vez de quedarse quieta, en espera de que se enfriase el asesinato de los dos agentes de Burgos, la banda de Bueno Latorre volvió a actuar apenas un mes después: secuestró a Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red por considerarlos soplones de la policía. Ambos fueron llevados a un descampado de San Fausto de Capcentellas (Barcelona), donde les dieron un pico y una pala. «Empezad a cavar», les ordenaron. Cuando ya habían hecho un hoyo profundo, los dos secuestrados fueron asesinados a balazos y sepultados en el agujero. Un policía atribuye a Rafael Bueno Latorre una frase aterradora que, de ser cierta, revela una vesania fuera de lo común: «Enterradlos boca abajo. Por si todavía están vivos. Así, si escarban, que escarben para abajo».

El rastro de sangre que este peligroso atracador y sus secuaces iban dejando a su paso hizo saltar todas las alarmas. Fue declarado enemigo público número 1 y toda la maquinaria policial tensó sus resortes para capturarle. Hasta que la Brigada Provincial de Policía Judicial de Barcelona le echó el guante el 25 de noviembre de 1983. Era la decimoséptima vez en su vida que era capturado.

Por eso, fuentes del Ministerio del Interior no tuvieron empacho en exteriorizar su indignación por la fuga de los tres reclusos de Alcalá-Meco, en particular por la de Rafael Bueno al que calificó de «delincuente sanguinario». Pero es que, además, los dos reclusos que le habían acompañado en la audaz escapada de Alcalá-Meco tampoco eran unas monjitas de la caridad: en aquellas fechas, Antonio Álvarez había sido detenido ya en 21 ocasiones, mientras que Retuerto lo había sido 12 veces.

La Dirección General de la Policía colgó hace un año en YouTube un vídeo en el que requiere la colaboración ciudadana para localizar y detener a siete peligrosos delincuentes. Entre ellos, como número 1, destaca Bueno Latorre, el hombre del que no tiene la menor pista desde hace 28 años. Increíble, pero cierto.

Esta es la información que consta en ese vídeo: «Rafael Bueno Latorre. Delitos que se le imputan: asesinatos, robos con violencia e intimidación y quebrantamiento de condena. Lugar y fecha de nacimiento: Utrera (Sevilla), 26 de mayo de 1954. Características físicas: 170 centímetros de estatura, 75 kilos, ojos verdes oscuros, alopecia. Tatuada una pantera negra en la espalda y un hombre en el brazo derecho».

Pese a que ha transcurrido ya más de un cuarto de siglo desde su fuga, la policía no ha dejado de buscarle ni un solo día. La sangre derramada por los agentes Jesús Postigo Pérez y Raúl Santamaría Alonso, los asesinados en el hospital de Burgos, sigue clamando justicia. Y sus compañeros no pueden hacer oídos sordos, ni dejar de buscar jamás al tipo al que responsabilizan de estar tras la muerte de ambos. Le buscan aunque ni siquiera tienen constancia de si está vivo o muerto.

Durante mucho tiempo, la policía ha vigilado discretamente a la familia barcelonesa de Bueno Latorre y ha realizado gestiones internacionales. Todo inútil para dar con el paradero, pero útil para mantener el caso vivo y evitar que prescriba y que los jueces le den carpetazo para siempre. A lo largo de este tiempo, ha habido rumores de que el famoso fugitivo ha muerto; pero a la vez también ha habido noticias de que estaba trabajando con hampones marselleses en la Costa Azul francesa. Nada de eso ha sido confirmado.

Pero la búsqueda continúa, aun sin saber qué aspecto pueda tener ahora este hombre. Dada la alopecia galopante que padecía cuando se escapó de la prisión de máxima seguridad, es muy probable que hoy esté completamente calvo.

«La trayectoria delincuencial de Bueno Latorre es una de las más importantes de España, no solo por la cantidad e importancia de los delitos que se le atribuyen, sino por la peligrosidad de este hombre», aseguraba un informe del grupo antiatracos de Barcelona que aún le sigue el rastro. Un psiquiatra que le examinó unos pocos días antes de que se fugara para siempre le describía así: «Es un hombre con una inteligencia normal, tiene un pensamiento pobre de contenido, su capacidad de ideación está parcialmente bloqueada por sus escasos recursos y sufre una gran inestabilidad afectiva, con predominio de la depresión». Y, sin embargo, ese tipo de «inteligencia normal» es una pesadilla, una espina clavada en el corazón de la policía.

La familia de Bueno Latorre había emigrado desde Sevilla a Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) en busca de una vida mejor. El pequeño Rafael, desarraigado e indómito, nunca se adaptó a Cataluña. Primero empezó con los tirones de bolsos y otros robos de menor cuantía por los que a los 16 años dio con sus jóvenes huesos en el reformatorio de Wad-Ras. Allí pasó unos días, los necesarios hasta que se hizo con la situación, y huyó. Esa fue su primera fuga. Se convirtió en un perro callejero.

Con 18 años entró en la Modelo de Barcelona para cumplir una pena de un año. Al recobrar la libertad, se tiró de lleno al arroyo y pronto se hizo un hueco entre los atracadores más reputados de Cataluña y la Comunidad Valenciana.

Las fuerzas de seguridad acabaron echándole el guante. En 1978, se evadió de la cárcel madrileña de Carabanchel y así, a sus escasos 24 años, se doctoró en delincuencia con matrícula de honor. Cuatro meses después, la Guardia Civil volvió a apresarlo. Desde entonces, recorrió varios penales de España hasta que recaló en el de Burgos en mayo de 1982. Y lo que ocurrió a partir de ese momento ya es conocido: su sangrienta fuga del Hospital Provincial de Burgos en el otoño de 1983 y su posterior evasión -última y definitiva- de la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco durante la Semana Santa de 1984. Han pasado desde entonces 28 largos años… y no hay la menor pista de él, según admiten fuentes policiales.

El misterio que envuelve a Bueno Latorre es similar al que rodea a otro criminal: Antonio Anglés, presunto asesino y violador de Miriam García, Desiré Hernández y Antonia Gómez, las niñas de Alcàsser (Valencia) a las que secuestró junto con Miguel Ricart [hoy cumpliendo condena] la noche del 13 de noviembre de 1992. El triple asesinato fue un hachazo para la sociedad española. El Ministerio del Interior desplegó la mayor operación policial jamás vista para dar caza a un delincuente. Pero este logró eludir el cerco, huir a Portugal y embarcar de polizón en el mercante City of Plymouth. Cuando el barco atracó en Dublín, no había rastro de Anglés. Hasta hoy.


«Fue un atentado en toda regla. Les remataron en el suelo»

P.C.P. – Diariodeburgos.es

23 de octubre de 2014

Trinidad Recio, viuda de uno de los dos policías asesinados cuando custodiaban a un preso en el hospital, y sus hijas han sido consideradas víctimas del terrorismo durante 31 años. El Gobierno acaba de comunicarles que ya no.

No hace mucho tuvo por fin acceso a la autopsia de su marido, vilmente asesinado el 12 de octubre de 1983. Conocer los escabrosos detalles que rodearon su muerte y a la de otro policía nacional no ha sido menos doloroso que el trato de las instituciones. «Hasta ahora he callado pero ya no. ¿Qué será de mi hija el día de mañana?», se pregunta con los ojos enrojecidos.

Porque sí. A Trinidad Recio aún le quedan lágrimas. «Lo que quieres es dejarlo apartado. Pero ¿olvidar? Olvidar no puedes. No tenían derecho a matarlos como a perros», asegura. Menos desde que la Ley 29/2011 de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo entró en vigor con la intención de hacer justicia e incrementar las ayudas económicas recibidas por aquellas. Ella tenía 24 años y 3 criaturas de 5, 4 y 2 años cuando adquirió la condición de viuda. Es la única que sigue ostentando porque el Gobierno ha decidido, después de 3 décadas, dejar de considerarles víctimas de terrorismo. Ni ella ni sus hijas, la menor con una discapacidad que le hace dependiente de su madre.

Su marido, Raúl Santamaría Alonso, falleció el 12 de octubre de 1983 asesinado durante la fuga de uno de los delincuentes más buscados del país, Rafael Bueno Latorre. Junto a su compañero Jesús Postigo Pérez le custodiaban en el Hospital Provincial (entonces en San Agustín) porque se había clavado unas tijeras en la cárcel. Sus compinches, disfrazados de médicos, se colaron en el centro y les asesinaron. «Fue un atentado en toda regla. Les acribillaron por la espalda a un metro y les remataron en el suelo», además de otros truculentos detalles de los que se acaba de enterar por la autopsia, que no le habían entregado.

«La gravedad de los hechos nada tiene que ver con delincuentes comunes», se lamenta Trinidad. Prueba de ello es que «estaban perfectamente organizados» y que Rafael Bueno Latorre aún no ha aparecido. Ni vivo ni muerto. «Si de verdad ha fallecido que nos entreguen el parte de defunción. Pero si 31 años después no han podido demostrarlo no sé quienes son más ineptos», elucubra.

«¿Que no es ETA? Vale. Pero ¿quién te dice a ti que no ha sido el Grapo?», se pregunta. Una línea de investigación que asegura le dejaron vislumbrar los policías nacionales que desarticularon la banda de Bueno Latorre en Cataluña. «En los pisos de Barcelona encontraron un montón de explosivos, armas… ¿Y ahora son delincuentes comunes?», afirma incrédula.

Trinidad Recio ha presentado un contencioso en la Audiencia Nacional para reclamar que se le devuelva su condición de víctima del terrorismo. «Que se quede como estaba. No pueden tirar 31 años a la basura». Y avisa: «Si no me contestáis seguiré hasta Estrasburgo, como hacen los etarras».

Que no le ayuden ahora no le sorprende. Sostiene que nunca lo han hecho. No se personó en la causa penal porque nadie le asesoró y para solicitar un ascenso honorífico a cabo recuerda que tuvo que estudiarse un libro. «Cuando pasó nos sentimos muy abandonadas». Es especialmente crítica con los compañeros de Santamaría en la Comisaría de Burgos. «No nos arroparon. Es más, si te veían se apartaban. Luego me dijeron que era porque les daba pena», se lamenta. «He tenido a mi hija al borde la muerte y no me ha amparado nadie». ¿Qué hay más duro para una madre?

Su marido, del barrio de San Pedro de la Fuente, había estado destinado unos 3 años en el País Vasco. Trinidad recuerda que cuando se casaron tenía ya una caja de zapatos llena de multas de un R-8, porque figuraba en una lista de ETA. Cuando regresó, hasta su madre suspiró aliviada.«A este ya no le van a matar».

Pero el propio Raúl intuyó su muerte la noche antes.«Me toca hospital», le dijo a su mujer. Era un destino temido por la falta de seguridad (solo después se tomaron medidas) «Y hay 3 sinvergüenzas que cualquier día nos la van a liar». Escalofriante premonición.


Interior deja de buscar al asesino de dos policías en el Hospital Provincial

P.C.P. – Diariodeburgos.es

25 de abril de 2015

Rafael Bueno Latorre fue durante muchos años el criminal más buscado por el Cuerpo Nacional de Policía. Su banda asesinó a dos de los agentes que le custodiaban en el Hospital Provincial el 12 de octubre de 1983 para facilitarle una fuga que dura hasta hoy. No ha aparecido, ni vivo ni muerto. Pero ya no aparecerá en ningún cartel ni lista de delincuentes. El Ministerio del Interior ha remitido una carta a la viuda de Raúl Santamaría en la que le comunica que cesan todas las pesquisas y se da por cerrado el caso.

«Yo voy a seguir luchando, porque me parece injusto», afirma Trinidad Recio. Independientemente de que piense que puede seguir vivo, carece de certeza alguna sobre la muerte de Bueno Latorre, que le arrebató a su marido cuando ella tenía 24 años y tres hijas de 5, 4 y 2 años. «No sé por qué ya no les interesa. ¿Es que hay víctimas de primera, de segunda y de tercera?», se pregunta.

La comunicación del cese oficial de la búsqueda se ha producido a raíz de denunciar Trinidad públicamente que el Gobierno ha dejado de considerar a ella y a sus hijas víctimas del terrorismo, una condición que ostentaron durante 31 años, como consecuencia de la entrada en vigor de la Ley 29/2011 de Reconocimiento y Protección Integral de las Víctimas del Terrorismo.

Trinidad Recio ha interpuesto un contencioso ante la Audiencia Nacional en el que reclama que se le mantenga su condición, porque además tiene una hija discapacitada de la que debe hacerse cargo. La resolución puede tardar 4 o 5 años. «Me da igual seguir esperando. No pienso retirarlo», explica.

La Oficina de Asistencia a Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional se interesó por su caso, después de conocerlo a través de Diario de Burgos, y contactó con Trinidad para facilitarle información sobre el expediente judicial y los trámites a seguir. Aunque escasa, ya supone más ayuda que la recibida cuando su marido fue asesinado. Ni siquiera pudo personarse en el proceso penal contra una parte de la banda, que fue juzgada en Barcelona, porque nadie se lo comunicó ni le asesoró.

Raúl Santamaría Alonso y Jesús Postigo Pérez eran 2 de los policías que vigilaban el Hospital Provincial (entonces ubicado en San Agustín) el 12 de octubre de 1983. En él estaba ingresado Rafael Bueno Latorre, un peligroso delincuente que se había clavado unas tijeras cuando estaba en la cárcel. Todo formaba parte de un plan de fuga que ejecutó con sus compinches y que se llevó por delante a los 2 agentes. «Le mataron como a un perro, con 6 tiros por la espalda», denuncia Trinidad Recio, que nunca ha pensado que el asesinato fuera obra de delincuentes comunes. «En los pisos de Barcelona encontraron un montón de explosivos, armas…», recuerda. No fue ETA pero «¿quién te dice a ti que no ha sido el Grapo?».

Ni el Ayuntamiento

Además del inmenso dolor y las dificultades inherentes a quedarse viuda y con 3 hijas a los 24 años, Trinidad ha sufrido durante toda su vida la condena del olvido. Denuncia que prácticamente nadie la ha apoyado, ni los compañeros de la Comisaría de Burgos. Pero ella no ceja en su empeño de buscar un hueco para el recuerdo a Raúl Santamaría, del barrio de San Pedro de la Fuente, en su propia ciudad. La familia ha escrito en varias ocasiones al Ayuntamiento de Burgos para pedir que a él y a su compañero les dediquen una calle o plaza, un espacio público en el que se honre su memoria, como tienen otros miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado muertos en acto de servicio o asesinados. «No ha habido contestación», afirma Trinidad Recio, que se pregunta por qué tampoco el alcalde, Javier Lacalle, quiere escucharla.


Los delitos del prófugo reincidente que se fugó armado con una pistola de jabón en 1984 ya han prescrito

Manuel María Becerro – ABC.es

28 de mayo de 2016 – Actualizado: 29 de mayo de 2016

Se llama Rafael Bueno Latorre y nació hace ahora justo 62 años en Utrera. Allí donde haya ido a parar finalmente (si es que sigue vivo) habrá estado celebrando el jueves su efeméride. También es la espina que más hondo se ha clavado en la Policía Nacional, que en el arranque de la última legislatura completa no le quedó más remedio que claudicar en una búsqueda que arrancara hace ya más de tres décadas, cuando el reo volvió a fugarse parece que inspirándose en la película «Toma el dinero y corre» de Woody Allen: como el personaje de Virgil, encañonó a los funcionarios de prisiones con una pistola de jabón pintada con tinta china.

La vida de este sevillano, que como tantos emigró siendo un chiquillo con su familia a Cataluña en busca de oportunidades, es en sí misma un guión de película; pero nada neoyorkina, sino más bien de Quentin Tarantino. Empezó de tironero y ya de adolescente entró en un reformatorio, del que se fugó en días. Nada más alcanzar la mayoría de edad fue de cabeza a la cárcel Modelo de Barcelona por una condena de un año, pero la experiencia en las prisiones franquistas no le hizo abandonar su «modus vivendi» de atracador entre Cataluña y Valencia.

Su primera fuga de una cárcel data de 1978: los barrotes de Carabanchel no fueron lo suficientemente fuertes para retenerlo. Cuatro meses tardó la Guardia Civil en ponerlo de nuevo entre rejas, y Rafael Bueno empezó a tomar buena nota de en qué había fallado y cómo se podía esquivar a la Justicia. Emigró por varias prisiones hasta llegar a la de Burgos en mayo de 1982. Año y medio forzó su ingreso hospitalario clavándose unas tijeras en el vientre.

Estaba esposado a la cama y con vigilancia policial las 24 horas. Pero dos compinches disfrazados de médicos entraron en la habitación y acabaron a tiros con la vida de dos agentes, Jesús Postigo y Raúl Santamaría, a los que arrebataron las armas tras quitarle los grilletes a Bueno para huir en coche hacia la ciudad condal. Un mes después proseguía la orgía de sangre con el secuestro y asesinato de los dos supuestos soplones de la banda, a los que se les obligó a cavar su tumba en un descampado de San Fausto de Capcentellas. Rafael Bueno habría pedido que se les enterrara boca abajo por si revivían: «Si escarban, que escarben para abajo».

El 25 de noviembre de 1983 fue detenido por decimoséptima y última vez. Fue la Policía Judicial de Barcelona quien dio con su paradero y permitió su ingreso en la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco ya con la lección aprendida para idear la fuga perfecta. El Viernes Santo siguiente, 20 de abril de 1984, el utrerano con dos de compañeros en la sombra y un par de pistolas de jabón dejó en evidencia los 1.300 millones de pesetas de la época invertidos en el complejo penitenciario.

Sobre las 21 horas, Bueno Latorre y los presos Antonio Álvarez y Antonio Retuerto arrancaron la taza del inodoro de la celda 47 del cuarto módulo de la prisión. Por el hueco descendieron hasta una galería de servicio y, tras serrar una rejilla de hierro, alcanzaron el sótano donde se localizaban la llave del agua y la luz. Otros presos rompieron un grifo en una celda vacía del módulo número tres y provocando la inundación y que tres funcionarios bajaran a cerrar la llave de paso. Les esperaban los tres expedicionarios con falsas pistolas Star de 9 milímetros y un punzón.

Bueno, Álvarez y Retuerto les quitaron ropa, placas y llaves y los maniataron y amordazaron. Dos se pusieron uniformes y el tercero un mono de albañil. No podían salir por la puerta principal porque la Guardia Civil les pediría la identificación con pistolas de verdad. Pero fueron por el patio hasta las cocinas, a sabiendas de que la puerta por la que se descargaban la comida no tenía vigilancia ninguna.

En el último recuento de presos se les echó en falta, pero no se pudo hacer nada por detener campo a través a los tres fugados. Casualidad o no, esa Semana Santa no funcionaba el sistema de rayos infrarrojos en los sótanos que habría hecho saltar las alarmas, porque seguía pendiente de reparación por parte de una empresa externa.

Y desde entonces hasta ahora, nada. La Policía Nacional se limita a reconocer que no hay «ninguna novedad» sobre el paradero de Rafael Bueno, quien a principios de esta década encabezaba la lista de los presos más buscados, detallándose la pantera negra que llevaba tatuada en la espalda o su más que previsible calvicie definitiva. Si se le sigue buscando es en la previsión de que pueda haber cometido otros delitos en las últimas décadas, pero a sabiendas de que, como le comunicó el Ministerio de Interior a la viuda de Raúl Santamaría en abril del año pasado, se han superado con creces los 30 años máximos de prescripción y el caso queda impunemente cerrado.


El Papillon español: Cañameras, el fugitivo sanguinario que dejó al Lute en un aprendiz

Juan Rada – Elespanol.com

22 de enero de 2017

Fue declarado enemigo público número uno. Rafael Bueno Latorre era especialista en atracar bancos pero, sobre todo, en rocambolescas fugas carcelarias. Su balance: cuatro fugas y cuatro muertos, dos de ellos policías.

Huyó a limpio tiro de la prisión de Burgos o de modo genial de la madrileña Alcalá-Meco. Su biografía criminal es mucho más intensa que la de Eleuterio Rodríguez, el Lute, pero ha pasado desapercibida. A diferencia del famoso quinqui, cuya manipulada figura y reinserción en presidio fue presentada por parte de las autoridades como un éxito de la política penitenciaria, esta se ha ocultado.

En parte porque la libertad de este asesino, tras sus repetidas evasiones, supone una victoria delictiva frente a la maquinaria policial y judicial. Su rastro sangriento parece que se ha perdido para siempre.

A tiro limpio contra la Policía

Miembro de una familia numerosa que, procedente de Utrera (Sevilla), se asentó en una barriada marginal de Santa Coloma de Gramanet, fue un adolescente problemático. Varios hurtos de poca monta, tirones de bolsos y algún asalto a punta de navaja en el Carmel barcelonés lo condujeron al reformatorio.

Eran los primeros pasos sin retorno en la trayectoria criminal de Cañameras, apodo con el que empezó a hacerse conocido. La calle constituyó su escenario de vida y campo de batalla.

A los 18 años ingresaba en la prisión Modelo de Barcelona. Una vez recuperada la libertad empezó a atracar bancos. Extendió su área de acción a Valencia y Castellón. Detenido en varias ocasiones, en presidio fue uno de los más famosos «kíes» (jefes de mafias).

El rey de la selva en un zoo de cemento. Tenía claro que la cárcel no era lo suyo, por lo que protagonizó, en la madrileña de Carabanchel, la primera de sus sonoras fugas.

Como siempre retornaba a Barcelona, la Guardia Civil dio con su paradero en la Costa Brava. A partir de aquel momento recorrió la mayoría de las prisiones de España. Finalmente recaló en la de Burgos, uno de los recintos penitenciarios más duros. Debía cumplir 30 años de condena. Estaba incluido en el FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento).

A solas en su celda empezó a fraguar la huida. Eligió la fecha del 12 de octubre de 1983, festividad de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. Confiaba en que las carreteras estuvieran menos controladas por la Benemérita en dicha jornada.

Dos días antes se autolesionó clavándose una tijera en el estómago, por lo que fue trasladado al hospital provincial. Esperó confiado durante unas 40 horas. Esposado a la cama, con gotero y vendas cubriéndole el vientre, donde le habían dado varios puntos.

Era mediodía cuando un par de compinches suyos accedieron al hospital haciéndose pasar por sanitarios, disfrazados con peluca, gafas de sol y bata blanca.

Se abrieron paso a tiros. Al policía que le custodiaba en la habitación, Jesús Postigo Pérez, le metieron seis balazos, muriendo al instante, y a Raúl Santamaría Alonso, que acudió en su ayuda, lo remataron en el suelo.

Tras desarmarlos y liberar al preso de los férreos grilletes que lo mantenían amarrado a la cama, huyeron velozmente. Un tercer agente también recibió algún impacto de bala, pero salvó la vida al parapetarse junto a una columna. Cañameras se marchó en pijama. Atrás dejaban dos cadáveres y un herido fruto de una refriega con 20 disparos.

La Guardia Civil reaccionó de inmediato, pero los fugados habían aprovechado unos minutos preciosos que les proporcionó el escaso tráfico, al no ser jornada laborable, y el menor número de agentes de servicio. Un plan perfectamente urdido, en el que intervino un comando formado por al menos cuatro hombres y tres mujeres.

Huida de la prisión más segura

Un mes después su banda secuestró a un par de delincuentes, por considerarlos confidentes de la policía. Se trataba de Manuel Andrés Sánchez Manzano, el Andresín, y Eduardo Aldama de la Red, el Guau, que fueron conducidos a sendos descampados, en las proximidades de la capital catalana, donde les hicieron cavar su propia tumba. Acto seguido los mataron a tiros. «Enterradlos boca abajo, por si todavía están vivos. Así, si escarban, que escarben para abajo», ordenó a sus secuaces.

Volvía a moverse por su hábitat natural. En poco tiempo perpetró con su banda ocho asaltos a entidades bancarias. Pero le estaba esperando la Brigada Antiatracos de Barcelona, capitaneada por el comisario Francisco Álvarez, el Técnico, considerada la más operativa de España. Precisamente con anterioridad había liberado de su secuestro al futbolista internacional Enrique Castro, Quini.

Dos policías habían muerto y era preciso vengar tan grave afrenta. Al poco fueron cayendo uno a uno sus compinches y también él. Era su decimoséptima detención.

De inmediato lo enviaron al centro penitenciario de máxima seguridad del país: Alcalá-Meco. Lema propagandístico con el que lo habían anunciado los gobernantes políticos de una UCD en descomposición cuando fue inaugurado en 1982. Fue proyectado como el más seguro del país y uno de los mejores de Europa. Su construcción superó los 1.500 millones de pesetas. Esperaban que no consiguiera huir del tremendo bloque de hierro y hormigón. Un fortín teóricamente inexpugnable. Pero, de nuevo, se equivocaron.

Cañameras pertenece a una estirpe que las autoridades penitenciarias consideran irreductibles, que anteponen arriesgar su vida a permanecer entre rejas. Nacidos para ser libres, cueste lo que cueste y pese a quien pese.

Tan solo permaneció recluido medio año. Volvió a escaparse aprovechando otra festividad religiosa. La fecha elegida fue el 20 de abril de 1984, Viernes Santo. El plan estaba perfectamente trazado, como en ocasiones anteriores. Contó con el valioso concurso de un par de internos, Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González, ambos con amplio historial delictivo.

A las nueve de la noche, hora en que la mayoría de los reclusos veían la televisión, jugaban a las cartas o charlaban tranquilamente, arrancaron la taza del retrete de su celda y descendieron por el estrecho agujero circular hasta una galería de servicio, por la que discurren las tuberías, desagües y suministros eléctricos. Tras serrar una rejilla de hierro alcanzaron el sótano, donde estaban los interruptores del paso de agua y de la luz.

Mientras, otros presos que colaboraron con ellos rompieron el grifo en una celda, provocando una aparatosa inundación. Los funcionarios bajaron para cortar el suministro pero, nada más entrar en la estancia, fueron encañonados por los tres presidiarios, que estaban provistos de dos pistolas y un punzón.

Se trataba de armas simuladas que Retuerto -pastelero de profesión antes de emprender el camino delictivo- había modelado con trozos de jabón y tubos de acero inoxidable. Pintadas de negro a base tinta china, imitando a la Star de 9 milímetros, daban el pego por completo. Todo muy al estilo de Woody Allen en Toma el dinero y corre.

Seguidamente los desnudaron. Dos de los delincuentes se uniformaron con sus ropas y el tercero se colocó un mono de fontanero. Perfectamente disfrazados y portando las llaves se dirigieron con paso normal -los policías que los vieron no sospecharon nada- hacia donde estaban ubicadas las cocinas. Sabían que allí había una puerta que daba a la calle, por la que los proveedores entregaban los alimentos. La abrieron dirigiéndose hacia el puesto de vigilancia, donde redujeron a un cuarto funcionario. Después las sombras de la noche ocultaron su huida campo a través.

Desde las garitas de los muros les habían visto salir pero, por su indumentaria, no sospecharon nada. La evasión no fue descubierta hasta que se hizo el habitual recuento nocturno. De inmediato aullaron las sirenas y los focos empezaron a invadir con su haz luminoso los alrededores, pero ya era demasiado tarde. Ni rastro.

«En ridículo la máxima seguridad carcelaria», titulaba el semanario El Caso. La Dirección General de Instituciones Penitenciarias tuvo que ver de nuevo como tres reos, con un historial de evasiones más que considerable, volvían a poner en entredicho el sistema de vigilancia y seguridad en las cárceles. Fueron cesados el director de Alcalá-Meco, Carlos Parada, y otros responsables del centro.

El procedimiento que emplearon los fugitivos de desmontar el inodoro y preparar el hueco para la evasión fue un trabajo que llevaron a cabo en los días previos. Para que no se notara nada durante la revisión diaria del habitáculo, lo colocaban nuevamente en su lugar y taponaban el desagüe del váter con una botella de plástico. De este modo cualquiera podía observar que en el interior de la tazar [taza] siempre había agua. Ellos mismos se encargaban de llenarla con la del grifo. Ingeniosos y concienzudos preparando la gran huida. Para Cañameras, la definitiva.

El Papillon español

Se convertía en el fugado más importante de nuestra historia criminal. Toda la maquinaria policial activó los resortes en pos de su captura. Sus dos compinches fueron apresados a los pocos meses.

Consciente de que le seguían los pasos, renunció a volver a Barcelona, su campo de acción predilecto, tras su mala experiencia con la Brigada Antiatracos. Cruzó la frontera. Su ajetreada vida iba a proseguir por tierras foráneas, aunque hay quienes creen que ha realizado breves incursiones por el litoral mediterráneo catalán para dar algunos golpes. La última vez que se le vio fue en la Costa Azul.

Desde entonces, la ficha de este Papillon, el Henri Charrière español, permanece intacta en las comisarías. De complexión atlética, 1’70 de altura, cabello rubio, ojos verdes y alopecia; tiene algunas cicatrices, entre las que destaca un costurón trasversal en el vientre, recuerdo de cuando se clavó las tijeras en la prisión de Burgos. Varios tatuajes adornan su cuerpo; en la espalda luce una pantera negra, la fiera que más se le asemeja: ágil, veloz, silenciosa, astuta, sagaz y hábil.

El Grupo de Localización de Fugitivos de la Policía Nacional (GATI) realizó pesquisas principalmente por Francia y Bélgica. Se había convertido en uno de los grandes capos europeos del tráfico de hachís procedente de Marruecos. Por el Tratado de Prüm las bases de datos de ADN, huellas dactilares y de balística son intercambiables entre las policías europeas para la identificación de peligrosos fugitivos. Pero Cañameras ha dado esquinazo a todos.

La policía encargó una recreación virtual de su rostro, tras el paso de los años, al magnífico escultor Juan Villa, miembro de la Sociedad Española de Criminología y Ciencias forenses. Se necesitaba conocer el aspecto que tendría el evadido más longevo de la historia criminal española.

Aunque las autoridades no son muy dadas a establecer jerarquías entre los delincuentes, cuenta con los galardones suficientes para haber sido considerado como el enemigo público número uno. Desde hace casi 33 años se le busca como el fugitivo más peligroso del país. Nadie ha vuelto a saber nada de él.

Desde fuentes oficiales aventuran la teoría de que haya muerto. La postura más sencilla para dar carpetazo a sonoros casos agotados que suponen una asignatura pendiente para los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

«Es un hombre con una inteligencia normal, tiene un pensamiento pobre de contenido, su capacidad de ideación está parcialmente bloqueada por sus escasos recursos y sufre una gran inestabilidad afectiva, con predominio de la depresión», manifestaba el psiquiatra que lo examinó días antes de su última evasión. Pero, pese a no tener un coeficiente muy elevado, según el informe médico, dejó en entredicho a las autoridades penitenciarias y policiales.

Nadie cree que, provisto de una nueva identidad, haya abandonado sus viejos hábitos delictivos para desarrollar una vida normal y eludir a la justicia. Es un forajido de raza, de los que nacen, viven y mueren como tales. Destaca por su elocuencia balacera. Un indomable con muescas en la culata.

Su nombre ha pasado desapercibido aquí, en parte porque a las autoridades no ha interesado que se conozcan las andanzas sangrientas de este atracador. Preferían que la prensa difundiera las correrías del Lute. Pero, en cambio, en el extranjero sí se habla de él. La prensa rusa destacaba, a principios de esta década, que podía continuar por Marsella, con negocios de la mafia, o por Colombia, dedicado al tráfico de cocaína.

En 2011 la Dirección General de la Policía colgó en YouTube un vídeo requiriendo la colaboración ciudadana para localizar y detener a siete peligrosos delincuentes. El primero de ellos, Rafael Bueno Latorre.

La última foto suya de que se dispone es del año 1983. ¿Qué aspecto tendrá ahora con 61 años de edad?

«Su trayectoria delincuencial es una de las más importantes de España, no solo por la cantidad e importancia de los delitos que se le atribuyen, sino por la peligrosidad de este hombre», afirmaba un informe de la Brigada Antiatracos de Barcelona.

Su fama ha superado con creces a la de su colega francés Michel Vaujour, autor del libro y protagonista del documental No me liberes, yo me encargo, dado que sus correrías han sido muchos más sangrientas. Algo que convierte a sujetos como Cañameras en leyenda, cual bandidos de siglos pasados, creando cierta aureola de evanescente misterio. Un artista del escapismo. Todo un Houdini del mal.

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