Philip Henry
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Violador
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 10 de marzo de 1953
  • Fecha de detención: 17 de marzo de 1953
  • Fecha de nacimiento: 1931
  • Perfil de la víctima: Flora Jane Gilligan, de 76 años
  • Método del crimen: La víctima fue arrojada desde la ventana de su dormitorio
  • Lugar: York, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Fue ejecutado en la horca el 30 de julio de 1953
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Philip Henry

Norman Lucas – Los asesinos sexuales

El recuerdo de un delito sexual – no necesariamente asesinato – cometido bajo la influencia de un consumo de alcohol no es erradicado nunca por completo. Permanece en la mente como un sueño desagradable.

Nadie sabe con precisión lo que sucedió la noche en que Flora Jane Gilligan fue violada por un intruso que se introdujo en su casa. El hombre acusado de matarla después del asalto nunca admitió su culpa.

Una cosa es cierta. La señorita Gilligan, una solterona de setenta y seis años, conocida como una mujer de normas morales estrictas, se habría resistido a la violación con todas las fuerzas de las que podía hacer acopio. Era, de hecho, sorprendentemente fuerte y activa para su edad y sin duda luchó con un vigor que debe haber sorprendido al intruso y que debe haberlo llevado a matarla para acallarla.

La policía se encontró frente a un asesinato sexual con diferencias en varios aspectos, además de lo que respecta a la edad de la víctima. Y antes de esto se pensó que podría tratarse de un caso de muerte accidental o de suicidio.

La señorita Gilligan era una cocinera retirada que desde la muerte de su hermana, ocurrida unos años antes, vivía sola en una casa construida sobre un terreno inclinado de la calle Diamond, en York. Sus vecinos, el señor George Laughton y su esposa la vieron la tarde del 9 de marzo de 1953 en el momento en que recogía algunas prendas de ropa de su tendedero.

A la mañana siguiente el señor Laughton encontró que la contraventana con la que cada noche cubría la ventana del cuarto del fregadero había sido retirada y puesta contra la puerta trasera. También notó que la ventana trasera del dormitorio de la señorita Gilligan estaba completamente abierta.

No fue sino hasta las tres de la tarde del 10 de marzo cuando la señora Laughton vio otra ventana abierta en la casa de la señorita Gilligan, en esta ocasión de la planta baja. La temperatura estaba muy baja y como no era frecuente que en esa época del año la anciana dejara entrar tanto aire a la casa, la señora Laughton decidió investigar. Se asomó por el agujero de la cerradura de una puerta del jardín y quedó horrorizada al descubrir el cuerpo desnudo de su anciana vecina tendido sobre las losas de su jardín trasero con los brazos y piernas extendidos.

Los agentes de la policía que llegaron a la casa un poco después quedaron confundidos por una serie de inconsistencias. La señorita Gilligan había muerto por las heridas múltiples que claramente habían sido causadas por una caída de casi cuatro metros desde la ventana de su dormitorio. En el cuarto del fregadero de la planta baja todos los entrepaños del horno de gas habían sido retirados, posible indicio de los preliminares de un intento de suicidio. ¿Había planeado la anciana matarse con el gas y luego había cambiado de opinión por alguna razón y se había matado saltando de la ventana del piso de arriba?

El frente del cabello de la señorita GiIligan estaba chamuscado y había signos de una quemada reciente en la alfombra de la estancia. ¿Había corrido hacia arriba en el momento en que se iniciaba un incendio y había saltado presa de pánico desde su dormitorio al jardín de abajo?

Las dos teorías parecían poco probables. Si hubiera querido suicidarse – y no había ninguna evidencia de que fuera infeliz – el camino más adecuado habría sido el horno del gas. Los signos del fuego eran realmente muy reducidos y no habría habido nada que hubiera impedido a la señorita Gilligan salir por la puerta del frente para pedir ayuda si se hubiera sentido incapaz de hacerle frente.

El factor más indicativo en contra de tales posibilidades fue la absoluta certeza de todos sus vecinos y amigos de que ella nunca habría andado por su casa desnuda, independientemente del clima, y en ninguna circunstancia se habría quitado su chaleco y su bata de dormir como preliminar para saltar por la ventana. Ella era una mujer muy modesta y propia y tal acción habría estado completamente fuera de su carácter.

Un misterio adicional fue el hecho de que sus ropas aparecieran en su dormitorio y su bata en la estancia, en la planta baja.

Un examen patológico de su cuerpo vino a responder algunas de las preguntas. Si bien había muerto como consecuencia de la caída de la ventana, había sido violada antes. Las heridas en su cuello y labios eran el resultado de una presión extrema. Los detectives reconstruyeron lo que posiblemente para ellos era la secuencia de los hechos.

El asaltante había intentado entrar a la casa de al lado, pero ante la dificultad de acceso se había decidido por la casa de la señorita Gilligan. La anciana, ya en cama, oyó ruidos y bajo a investigar. Fue atacada y violada. Su bata quedó en la estancia en donde su asaltante se la había quitado. En un intento por simular un suicidio, el asesino quitó los entrepaños del horno pero por alguna razón cambió de opinión, llevó a la herida arriba y la lanzó por la ventana. Prendió entonces fuego a la alfombra de la estancia, sin duda esperando que las flamas se extendieran lo suficiente como para dar credibilidad a esta suposición.

El asaltante no tuvo mucho éxito como incendiario ya que el fuego se apagó muy pronto. Fue poco cuidadoso en otros sentidos también: dejó una huella digital en una botella de brandy y otra en la puerta del dormitorio. También dejó una huella de una bota del ejército en un espacio en el que había flores sembradas a un lado de una ventana.

La policía decidió verificar las huellas digitales de todos los soldados en campos del área, comenzando con Strensall, a 10 kilómetros de York, un lugar cuyo personal con frecuencia era mandado fuera del país. La elección fue afortunada. Las huellas encontradas en la casa de la calle Diamond coincidieron con las del soldado raso Philip Henry, un negro de veintiún años de Rathnew Avenue, Stockton-on-Tees, Durham, asignado a la King’s Own Yorkshire Light Infantry, estacionado en Strensall.

Para el momento en que las huellas fueron identificadas, Henry estaba a bordo del barco de transporte de tropas Empire Halladale, a punto de salir de Liverpool hacia Hong Kong y Corea. El 17 de marzo, dos horas antes de que el barco zarpara, Henry fue llevado de regreso a York por el detective superintendente John Black y el detective sargento Neil Sutherland. Henry negó cualquier conocimiento del crimen. Dijo que nunca había estado en Diamond Street y que no sabía dónde estaba la calle.

Había una gran cantidad de evidencias en su contra. Las huellas fuera de la casa habían sido hechas por botas reparadas hacía muy poco tiempo, con puntas y talones muy característicos. Se encontró que la reparación había sido hecha por el señor Frederick Marley, de Stockton-on-Tees. Este dijo que el trabajo había sido hecho para Philip Henry, a quien conocía.

En la tela de la camisa de caqui de Henry los detectives encontraron una pequeña astilla de pino similar a la madera podrida del marco de la ventana del dormitorio de la señorita Gilligan. El soldado mintió en cuanto a sus movimientos. Dijo que el 9 de marzo había tomado el último camión de York a Strensall, pero quedó establecido que no había regresado al campo sino hasta el alba del 10 de marzo. Poco después fue visto limpiando su uniforme y lavando su ropa interior.

Henry no modificó su historia cuando llegó a juicio en Riding, Assizes, en junio de 1953. Dijo que antes de subir al autobús de regreso al campo se había tomado nueve vasos de cerveza. No recordaba el camino porque había estado borracho y enfermo. Al día siguiente despertó en la cocina del campo.

El señor G.R. Hinchcliffe, el fiscal, le preguntó cómo podía explicar la presencia de sus huellas digitales en la casa de la señora Gilligan.

– No eran mías – respondió Henry.

Su apelación en contra del fallo no prosperó y fue colgado en la cárcel de Leeds en julio de 1953.

El móvil fue claramente sexual y no un robo porque el dinero que se encontraba en la casa no fue sustraído y porque no hubo signos de algún registro. Es posible que al tratar de entrar a la casa, Henry hubiera percibido de alguna manera la presencia de un hombre y que hubiera decidido investigar más hasta encontrar una mujer viviendo sola.

 


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