Peter Sutcliffe

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Peter Sutcliffe

El destripador de Yorkshire

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Sádico
  • Número de víctimas: 13
  • Fecha del crimen: 1975 - 1980
  • Fecha de detención: 2 de enero de 1981
  • Fecha de nacimiento: 2 de junio de 1946
  • Perfil de la víctima: Wilma McCann, 28 años / Emily Jackson, 42 años / Irene Richardson, 28 años / Patricia Atkinson, 32 años / Jayne MacDonald, 16 años / Jean Jordan, 20 años / Ivonne Pearson, 21 años / Helen Rytka, 18 años / Vera Milward, 40 años / Josephine Whitaker, 19 años / Barbara Leach, 20 años / Margarita Paredes, 37 años / Jacqueline Hill, 20 años
  • Método del crimen: Golpes con martillo - Arma blanca
  • Lugar: Yorkshire, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Condenado a 20 cadenas perpetuas el 22 de mayo de 1981
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Índice

Peter Sutcliffe

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Peter William Sutcliffe (Bingley, Yorkshire del Oeste, Inglaterra, 2 de junio de 1946) fue un asesino en serie británico, que operó entre finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, esencialmente en el condado de Yorkshire. Su modus operandi incluía mutilaciones abdominales y genitales, y extracción de órganos, lo que le valió el apodo de El destripador de Yorkshire.

Asesinó a trece mujeres y agredió gravemente a otras siete; no todas sus víctimas eran prostitutas, pero sí la mayoría.

Su camino hacia el crimen

Peter Sutcliffe creía estar oyendo voces mientras llevaba a cabo su trabajo de enterrador en el cementerio de su natal pueblo de Bingley –población rural a doscientas millas al norte de Londres-.

Una tarde, cuando ejercía su fúnebre labor, oyó o creyó oír la voz por primera vez. Se inquietó y dejó caer de súbito la pala con la cual venía cavando un hoyo para introducir el ataúd que yacía a sus pies.

Nerviosamente, se puso a buscar a su alrededor intentando identificar la procedencia del sonido. El ser que lo llamaba le hablaba en tono suave, gentil, y persuasivo. No le impartía mandatos ni amenazas, sino tan sólo le formulaba sugerencias.

Siguió el eco, y se dirigió hacia la antigua tumba cubierta de maleza de un hombre polaco, fallecido muchos años atrás, y contempló el crucifijo grabado en la lápida.

Pensó que el rumor surgía de esa tumba. Al comienzo sólo era un murmullo, frases sin conexión ni sentido, pero luego, la resonancia se tornó más nítida, y el joven comprendió que la voz ahora le daba órdenes.

El sepulturero regresó a su casa embelesado por aquella experiencia casi religiosa, y definió a esos sonidos como “La voz de Dios”, según contó posteriormente.

Lo extraño fue que la voz, que al principio era amable y reconfortante, al transcurrir los meses, le sugirió que debía volverse violento.

Una prostituta le escamoteó unos dólares sin proporcionarle el correspondiente servicio, y se burló de él en la taberna del pueblo frente a sus amigos. Y el ahora mesiánico Peter no podía perdonar semejante afrenta.

Animado por “La Voz”, concluyó que su misión terrenal consistía en liquidar a todas las prostitutas posibles, porque las consideraba las responsables de la mayoría de las lacras sociales.

Ya antes de su contacto místico, Sutcliffe había lesionado a una vieja meretriz, a la cual atropelló propinándole furiosos embistes en la cabeza con un calcetín dentro del cual había introducido una piedra.

A su vez, había protagonizado reyertas absurdas. Le asestó un puñetazo a un amigo por una broma sin trascendencia que aquél le hiciera –el impacto fue tan violento que se fracturó la muñeca-, y también le pegó con un mazo en el cráneo a un compañero de trabajo, dejándolo inconsciente.

Cronología de sus asesinatos

  • Wilma McCann, 28 años (30-10-1975).
  • Emily Jackson, 42 años (20-1-1976).
  • Irene Richardson, 28 años (5-2-1977).
  • Patricia Atkinson, 32 años (23-4-1977).
  • Jayne MacDonald, 16 años (26-6-1977).
  • Jean Jordan, 20 años (1-10-1977).
  • Ivonne Pearson, 21 años (21-1-1978).
  • Helen Rytka, 18 años (31-1-1978).
  • Vera Milward, 40 años (10-5-1978).
  • Josephine Whitaker, 19 años (4-4-1979).
  • Barbara Leach, 20 años (2-9-1979).
  • Margarita Paredes, 37 años (20-8-1980).
  • Jacqueline Hill, 20 años (17-11-1980).

Modus operandi

Para perpetrar sus homicidios se valía de un arsenal de instrumentos improvisados muy dispar. Acometía tanto con martillos y cuchillos como con sierras metálicas. Su arma letal preferida eran los destornilladores, cuyas puntas aguzaba para blandirlas a manera de puñales. Su encarnizamiento era tan tremendo que en una autopsia los forenses llegaron a contar cincuenta y dos puñaladas infligidas sobre el cadáver de turno.

Aunque de baja estatura era sumamente fornido, y el frenesí que lo imbuía al emprender sus asaltos lo tornaba en extremo peligroso. Merodeaba alrededor de sus presas, y en el momento propicio las golpeaba con un martillo hasta partirles el cráneo.

Cuando le era posible, derribaba a la mujer agredida pateándola tan fuertemente con sus negras botas de cuero, que las marcas de las suelas quedaban impresas en la piel. Una vez que tenía a la víctima indefensa en el piso, la remataba asestándole golpes en la cabeza y, acto seguido, le infería hondos cortes en el vientre con un cuchillo o mediante un agudo destornillador.

En ciertas ocasiones sustrajo órganos a los cadáveres, crueldad que le valió el nombre de “Destripador”.

Captura y prisión

Resulta discutible que Sutcliffe fuera un enajenado inimputable, pues es demasiado patente el grado de organización exhibido en sus crímenes, según opinan muchos analistas que estudiaron este asunto. Mostró suma astucia antes y después de consumar los asesinatos.

Sus violentos ataques iban precedidos de un minucioso estudio del terreno, y sabía cómo escapar luego de haber ejecutado cada acometida. Siempre portaba consigo las armas letales, detalle muy significativo que da cuenta de planificada organización a la hora de llevar a término las fechorías.

Tan cauto demostró ser Sutcliffe, que su aprehensión fue debida tal sólo a la buena suerte que tuvieron las fuerzas del orden.

El 2 de enero de 1981, dos policías del sur de Yorkshire detectaron por casualidad un vehículo sospechosamente mal aparcado a la entrada de una carretera privada. Dentro del rodado estaba el asesino, quien se aprestaba para quitar otra vida en la persona de la meretriz sentada a su lado.

El sargento Bob Ring y el agente Robert Hides se apersonaron al conductor entablando una charla de rutina. Al chequear las placas del automóvil descubrieron que las visibles estaban mal adosadas encima de otras legítimas, señal de que podría tratarse de un automóvil robado.

Antes de ser arrestado, Sutcliffe logró deshacerse de las herramientas con las que pensaba ultimar a la mujer, arrojándolas sobre una pila de hojas.

Una vez que fue conducido a la comisaría, otras pruebas lo incriminarían. Allí podía apreciarse el retrato robot del destripador de Yorkshire. Sus asombrados captores no pudieron dejar de advertir el gran parecido entre esa imagen y el rostro del hombre al cual minutos atrás habían detenido por el muy menor delito de hurto.

No versarían sobre el robo de un coche las preguntas que le formularon los investigadores, sino acerca de su responsabilidad en la autoría de alevosos homicidios.

Sutcliffe cayó en gruesas contradicciones y, tras un maratónico interrogatorio que duró dieciséis horas, terminó confesando plenamente su culpa.

Aunque alegó locura, el primer tribunal que lo juzgó lo halló cuerdo y lo sentenció a cadena perpetua, siendo confinado en el presidio de alta seguridad de Parkhurst desde mayo de 1981.

Sólo permaneció encarcelado allí durante un año y cuatro meses. Los psiquiatras que lo examinaron en la cárcel concluyeron en que se lo debía recluir en un hospital para enfermos mentales.

Fue entonces derivado al asilo de Broadmoor, cercano a Londres, donde sigue recluido hasta el presente. El Tribunal Supremo británico rechazó su apelación de solicitud de libertad en el año 2010, confirmando la cadena perpetua impuesta.

Para la integridad física de Sutcliffe, su traslado al hospicio fue muy adecuado, pues en la prisión común su vida corría grave peligro. La más seria de las agresiones –donde estuvo al borde de perder un ojo- la sufrió a manos de dos indignados compañeros de celda, quienes lo apalearon con saña provocándole heridas en su cabeza y su rostro.

Pese a que la opinión generalizada a nivel popular y de prensa apoyó el dictamen pericial de los forenses que declararon a Sutcliffe psicótico inimputable penalmente (razón por la cual terminó siendo derivado a un hospital psiquiátrico), hay autores que dudan que fuera un enajenado total, pues estiman que su conducta era inherente a la de un asesino organizado (psicópata).

Por definición los asesinos organizados son conscientes de sus actos, no son perturbados mentales y, por lo general, se los considera psíquicamente competentes para conocer y compreder sus actos.

Se destaca que este delincuente portaba encima las armas con las cuales ejecutaba sus agresiones, lo cual se conoce en criminología con el nombre de «kit de asesinato». A su vez, se alega que preparaba con anticipación los ataques y que escogía los lugares más adecuados para escapar luego de sus acometidas.

Otros argumentos que abogan por que podría haber exagerado su perturbación para aliviar su condena, radican en que optaba por atacar a las presas humanas que veía más vulnerables en un momento determinado. Se sabe que hubo mujeres agredidas por esa razón de oportunidad, y no porque encajaran con el perfil de prostitutas que, según proclamó este homicida, eran las únicas personas que deseaba exterminar. Se cita como ejemplo a las víctimas Jayne Mac Donald, empleada de una tienda de ultramarinos, así como Bárbara Leach, estudiante de la Universidad de Bradford.

Influencias y consecuencias de sus crímenes en la sociedad británica

Intelectuales feministas consideraron que las acciones de Sutcliffe implicaban una expresión de misoginia, extendida en una cultura que estimula una sexualidad masculina basada en la violencia y en la agresión, en este caso contra las mujeres.

Se entendió que la sexualidad del asesino y, en general, la sexualidad masculina, estuvo centralmente implicada en esa serie de asesinatos y que, lejos de ser una desviación de la norma, Peter Sutcliffe representó una exageración de la misma, en tanto la violencia y la agresión son componentes fundamentales de la sexualidad masculina, tal como lo interpreta la sociedad actual.

Otro fenómeno provocado por estos homicidios radicó en que parecen haber fomentado una conducta extraña en parte de la población británica. Se detectó una suerte de “contagio”, dado que una plétora de presuntos “Destripadores” comenzó a acosar a las mujeres en las calles.

Se descubrieron casos de hombres que violaron a sus víctimas, aterrorizándolas con la afirmación de que eran el destripador de Yorkshire. Y otros hombres que se ofrecieron a proteger a las mujeres de la vesania de este asesino resultaron ser acosadores.

Lo intolerable fue que el propio Peter Sutcliffe acompañaba a la secretaria de su jefe desde el trabajo a casa para protegerla del villano, y participó en un grupo de acción ciudadana a fin de ayudar en la captura del Destripador.

Tras el arresto del asesino múltiple, la policía inglesa comprendió que había cometido muchos errores durante las pesquisas, y este reconocimiento dio origen a un proceso de revisión que desembocó en la creación de la National Crime Faculty en 1995, la cual al presente se ha convertido en un punto clave en la investigación de delitos graves en el Reino Unido.


Peter Sutcliffe

Última actualización: 17 de marzo de 2015

Cuando fue capturado, siete mujeres habían sido salvajemente asaltadas y otras trece brutalmente asesinadas. Toda una comunidad estaba virtualmente en estado de sitio. Durante el reinado del terror, que se prologó a lo largo de seis años, Peter Sutcliffe consiguió eludir su detención. A pesar de que le acosaba la mayor patrulla policial jamás organizada para aprehender a un solo hombre.

De entre las sombras

Todo empezó con el asesinato de una prostituta de Leeds en 1975. Dos años y cuatro muertes más tarde, la policía de Yorkshire se encontró con una situación crítica. La leyenda de un nuevo “destripador” estaba surgiendo.

Hacía un frío que calaba hasta los huesos, un frío cortante, típico de Yorkshire. En un suburbio del norte de Leeds, el repartidor de leche hacía su ronda habitual en un amanecer de octubre, helado y nebuloso. Mientras buscaba el camino entre la niebla, a través del desierto jardín que hay pasado Harrogate Road, vio un bulto informe amontonado en medio de la hierba invernal. Probablemente sería un Guy Fawkes, la fiesta de la Bonfire Night había sido la semana pasada. Pero algo le hizo acercarse a investigar.

La mujer estaba extendida con la cara hacia arriba, el pelo oscurecido por la sangre y el cuerpo a la vista. La chaqueta y la blusa estaban abiertas y el sujetador desabrochado. Los pantalones habían sido bajados hasta debajo de las rodillas, aunque tenía las medias en su sitio. El pecho y el estómago presentaban 14 puñaladas.

Más tarde, el informe del forense revelaría que había sido atacada por detrás, mediante dos tremendos golpes en la cabeza con un objeto pesado, como un martillo. Uno de los golpes le había dañado el cráneo. Las heridas de navaja le fueron hechas después de muerta.

El primer asesinato

Wilma McCann, que habitualmente hacía auto-stop después de pasar la noche en la ciudad, había muerto horriblemente a 100 metros de su hogar, una casa municipal en Scott Hall Avenue. Siempre le gustó pasar un buen rato y tomar una copa -el análisis de sangre postmortem evidenció que, la noche de su muerte, había tomado 12 ó 14 copas de licor. Fue el 30 de octubre de 1975.

En aquella noche fatal, Wilma llevaba puesta su ropa favorita, una blusa rosa y chaquetilla de estilo torero azul oscuro. A las 7,30 abandonó la casa, diciéndole a su hija mayor, Sonje, que acostara a los tres niños pequeños y cerrara con llave la puerta de la casa. Sonje cumplió diligentemente las instrucciones, hasta que a la mañana siguiente el temor de los pequeños y la propia ansiedad respecto a lo que le podría haber sucedido a su madre, la impulsaron a la acción. Con los ojos agotados por el cansancio, cogió en brazos a su hermano Richard, de siete años, y fue a buscar ayuda. Fueron localizados temblando de frío en la parada del autobús local, abrazándose el uno al otro para darse calor y sensación de seguridad.

La primera víctima no tenía más que 28 años. Parecía no haber motivación sexual alguna en el asesinato. El monedero, que llevaba inscrita, por Sonje, la palabra «mumiy», faltaba. En ausencia de otro motivo, la policía consideró el asesinato como una consecuencia del robo. Se investigó, pero no se llegó a ninguna conclusión.

De hecho, era el primero de una serie de asesinatos depravados que iban a sembrar el terror en los corazones de las mujeres que vivían y trabajaban en la zona de Chapeltown, que era el barrio chino de Leeds. Aún lo sigue siendo, pero en nuestros días se ha convertido en un lugar más triste. Por entonces, no había cambiado hacía años y la demanda y la oferta se equilibraban muy bien. No todas las mujeres que trabajaban allí eran prostitutas profesionales.

Algunas eran amas de casa que se ganaban así un dinerillo extra para completar el sueldo; otras eran mujeres aburridas de su vida hogareña, y otras, a su vez, no eran más que “amateurs” que lo hacían para divertirse. Una de estas chicas que lo hacían “para pasar un buen rato” era Emily Jackson, de 42 años, que vivía con su marido y tres niños pequeños en la respetable zona residencial de Churchwell, cinco millas al oeste de Chapeltown.

¿El amiguito?

El día 20 de enero de 1976, Emily y su marido llegaron a Gaiety a primera hora de la tarde. El lugar, situado en RoundHay Road, era un conocido establecimiento por donde se dejaban caer los “irregulares” de Chapeltown y su presumible clientela.

A los pocos minutos de llegar, Emily abandonó a su marido en el salón y se fue a buscar “trabajo”. Menos de una hora después se la vio subiendo a un Land Rover en el aparcamiento -fue la última vez que se la vio con vida-. Llegada la hora de cerrar, el señor Jackson, aún solo, se terminó su copa y volvió a casa en taxi. Quizá supuso que su mujer había encontrado un «amiguito» para pasar la noche.

Todavía estaba oscuro a la mañana siguiente, cuando un obrero del primer turno percibió una forma abultada y oscura en el suelo. Estaba cubierta con un abrigo. Debajo se encontraba el cuerpo de Emily Jackson. Al igual que Wilma McCann, estaba tirada en la tierra, con la ropa quitada y las medias puestas; como a la primera víctima, le habían dado dos fuertes golpes en la cabeza con un gran martillo. El cuello, pecho y estómago estaban llenos de puñaladas. Pero esta vez el asesino había clavado el puñal más de 50 veces en el cuerpo sin vida, ensañándose después en la espalda y perforándola con un destornillador.

Uno de los inspectores más veteranos declaró que la vista del feroz ataque le había horrorizado hasta el punto de dejarle sin habla. Aún más nauseabundo era la huella de una bota tipo “wellington” que el asesino había dejado en el muslo derecho.

Doble asesinato

El examen post-mortem indicó que había habido actividad sexual, pero antes de que Emily Jackson hubiera sido asaltada, por lo tanto no era seguro que hubiese sido con el asesino. De nuevo parecía no haber motivo. Oficialmente la policía admitió la relación de las dos muertes y que estaban buscando a un doble asesino. En privado, aceptaban que tenían que vérselas con un asesino muy notable, que hasta el momento no había dejado más que una pista: su número de zapatos era el siete.

Pasó más de un año antes de que el asesino atacase de nuevo. Las muertes de Wilma y Emily sólo eran ya un recuerdo borroso para las alegres chicas de Chapeltown. Como Emily Jackson, Irene Richardson era una “amateur” de media jornada. Hacía la esquina para llegar a fin de mes y vivía una existencia triste y precaria en una pobrísima pensión de la Cowper Street de Chapeltown. En la noche del 5 de febrero de 1977 salió de su habitación a las once y media para ir a bailar un rato.

Post-Mortem

A la mañana siguiente una persona que hacía footing por Soldier’s Field vio un cuerpo en el suelo tras el polideportivo y se paró para ver de qué se trataba. El parque está a unos minutos en coche desde Chapeltown.

La escena era trágicamente familiar. La víctima estaba boca abajo. Tres terribles golpes de martillo le habían destrozado el cráneo. La camiseta había sido arrancada, pero el abrigo estaba cuidadosamente colocado tapándole las nalgas. Debajo de éste, se apreciaban las botas cuidadosamente colocadas al lado de las piernas.

En contraste con este pulcro orden, su torso y cuello estaban salvajemente apuñalados. El examen del forense estableció que no se había producido relación sexual alguna. Murió media hora después de abandonar su habitación de camino hacia el último baile de su vida. Tenía 28 años.

Ya no se podía negar que un asesino múltiple andaba suelto. Cuando se conocieron los detalles de la muerte de Irene Richardson los periódicos de Yorkshire no tardaron mucho en establecer un paralelismo entre estos asesinatos y aquellos que llenaron innumerables informes policiales años atrás: los de Jack el Destripador, quien se especializó en el asesinato de prostitutas, mutilándolas y sacándoles las entrañas, en las callejas neblinosas del East End londinense.

El desconocido asesino de las tres víctimas tenía un nombre: el destripador de Yorkshire.

Aquello fue demasiado para muchas de las “alegres chicas”, y se mudaron por docenas a otras áreas, Manchester, Londres y Glasgow. Las que no deseaban o no podían desplazarse, cambiaron de zona de operaciones. Allí, en el triángulo Manningham Lane-Oak Lane-Lumb Lane, existe un próspero barrio chino.

El recuerdo de Leeds

Patricia (Tina) Atkinson era una chica de Bradford que vivía justo a la vuelta de la esquina en Oak Lane. Tenía suerte, pues ya no tenía que dedicarse al, cada vez más, peligroso sistema de las citas en coches. De su matrimonio con un asiático había tenido tres críos, pero no sobrevivió el desfase cultural. En 1976 Tina vivía sola y se ocupaba de “distraer a una serie de “amiguitos”. Era atractiva, esbelta y de pelo negro, no le faltaba admiradores.

El recuerdo de los asesinatos de Leeds latía bajo la superficie, en la mente de casi todas las mujeres, pero habían pasado dos meses desde que se encontró el cuerpo de Irene Richardson.

Era un agradable atardecer de abril, Tina se disponía a irse a su pub habitual, el Carlisle, vestida con su cazadora de cuero favorita, de color negro, vaqueros y una camiseta azul,, donde pasaría una divertida tarde tomando copas con los amigos. Estuvo allí charlando y bebiendo hasta la hora de cerrar. Nadie la vio durante todo el día siguiente. Y la gente pensó que estaba durmiendo la mona.

La huella

La noche siguiente unos amigos pasaron por su casa y se encontraron la puerta del piso abierta. Al entrar vieron un bulto informe envuelto en las sábanas de la cama. Tina había sido asaltada en el recibidor: cuatro golpes de martillo le habían destrozado la cabeza por detrás. Después de ser lanzada sobre la cama, le habían quitado la ropa. Tenía siete cuchilladas en el estómago y la parte izquierda del cuerpo rajada.

Cualquier duda sobre el asesino o la sospecha de que pudiera tratarse de un imitador fueron eliminadas al descubrirse una huella de bota «wellington» en la sábana de abajo. Talla siete. Era la misma que se encontró en el cuerpo de Emily Jackson.

La Policía casi nunca se ocupa de los apodos que los medios de comunicación dan a los asesinos, pero a finales de abril estaban preocupados porque el Destripador estaba haciéndose muy famoso a costa de la publicidad.

*****

La prostitución

La prostitución no es ilegal ni en Inglaterra ni en Gales, pero ofrecer los servicios a un cliente constituye delito. La policía puede detener a cualquier mujer que considere sospechosa de vagar por las calles. Basta con la palabra de un solo policía para condenarla. Por esta razón muchas prostitutas temen y desconfían de la Policía, y las de Leeds y Bradford no son una excepción. A Rita Ritka le costó tres días reunir el valor necesario para denunciar la desaparición de su hermana, la octava víctima de Sutcliffe.

Hasta 1982 la ley respecto a la prostitución no fue modificada. Es decir, cuando Sutcliffe ya estaba entre rejas. Las penas para los condenados fueron sustituidas por multas.

El English Collective of Prostitutes estima que el 70 por 100 tienen hijos y la mayoría son madres solteras. Se valen de la prostitución para conseguir un dinero extra que necesitan desesperadamente. De las ocho asesinadas por Sutcliffe, siete dejaron huérfanos tras de si.

Muchas de las víctimas vivían en el barrio chino de Chapeltown, un frondoso suburbio de Leeds con un porcentaje muy alto de prostitutas, y la zona de Lumb Lane de Bradford, un distrito repleto de casas abandonadas y sórdidos sex-shop. Ambas zonas tienen graves problemas por causa de la venta de drogas, otro medio de ganarse la vida.

A pesar de los esfuerzos de la Policía por limpiar estas zonas, sigue floreciendo el negocio del sexo y es muy común ver a sujetos de aspecto mafioso por el lugar.

*****

El inadaptado

Peter siempre fue considerado un niño tímido, un joven inescrutable, alguien diferente. Ni siquiera sus inquietantes ojos negros podían hacer sospechar lo diferente que era.

El mayor de los hijos de John y Kathleen Sutcliffe, Peter, incluso antes de hacerse adulto, se preguntaba frecuentemente en broma si John era su verdadero padre. Al fin y al cabo su progenitor era un invertido confeso y conocido, un destacado futbolista local, jugador de cricket y actor, un hombre todo terreno.

El niño de mamá

A diferencia de los otros Sutcliffe, Peter nunca se acostumbró a la vida diaria en el municipio de Bingley, una austera localidad a seis millas de Bradford, cercana al valle de Aire. Desde el principio fue un chiquillo canijo y enclenque, destinado a permanecer cerca de su madre por muchos años.

De hecho era Kathleen, la madre, tranquila y de sólidas convicciones católicas, quien aseguraba su estabilidad emocional las 24 horas del día, siete días a la semana. Incluso después de empezar a ir al colegio (hizo novillos durante dos semanas enteras porque los otros chicos se metían con él) estaba pegado a las faldas de su madre. La seguía a todas partes en la casa y por la calle. Los hermanos más jóvenes (especialmente Mick, tres años más joven que él) parecían haber heredado del padre su gusto por la vida y por el otro sexo. Pero la capacidad de pasar buena parte del día consumiendo grandes cantidades de cerveza y licores no llamaba la atención de Peter.

El vanidoso

Cuando abandonó la escuela, a los 15 años, normalmente el momento en que se inicia la conversión hacia la edad adulta, Peter continuó asombrando a su familia. Seguía siendo meticuloso, muy metódico y molesto. Pasaba horas arreglándose en el baño (a pesar de no mostrar el más mínimo interés por las chicas después de tanto esfuerzo). Su capacidad para aguantar sentado en la taza del water, de tres a cuatro horas, se convirtió en una broma familiar.

Al igual que ocurrió con uno de sus primeros trabajos: enterrador en el cementerio de Bingley. Cuando se permitía hacer alguna broma, siempre decía que «tenía a miles de personas por debajo de él en el sitio donde estaba trabajando». Su aguda y salvaje risa cogía siempre por sorpresa a quienes la oían por primera vez. Nadie se la esperaba proveniente de un hombrecito tan serio.

En su casa, en su trabajo, e incluso en el pub de la localidad, se sentaba muy recto, con la rodillas juntas, moviendo sólo los ojos cuando alguien le hablaba y sin girar apenas la cabeza. Conforme creció se dedicó al culturismo. Hizo un curso de alimentación para culturistas y se pasaba alrededor de una hora por la tarde haciendo ejercicios en su banco de pesas.

Demasiado profundo

A pesar de sus esfuerzos culturistas, era evidente para todos los que le conocían que era «diferente». Sin duda era el más inteligente de la familia y de buena presencia física. Pero ninguna de las amigas de su hermana se sintió atraída por él. La familia describió a su primera novia como introvertida y ensimismada. Era Sonia, la primera chica que había llevado a casa para presentársela a su madre. Se encontró por primera vez con ella en Royal Standard, su «madriguera» habitual.

La chica, de 16 años, era de carácter enigmático, tranquila y con acento centroeuropeo. Su padre se habría enfurecido si hubiese sabido que bebía sin tener la edad con sus amigas de la escuela. Ella poseía la misma introversión y altivez que otros ya habían detectado en él. Y muy pronto consiguió apartarle de sus compañeros de trabajo del «rincón de los enterradores ».

Una pareja perfecta

Los domingos la pareja se perdía en largas conversaciones en el salón de la casa. Sonia, decía la familia, sólo hablaba con las otras personas si era absolutamente inevitable. Ellos creían que ella los despreciaba, especialmente al padre y a su hermano Mick, los dos bebedores de la familia, para quiénes la noche del sábado y el mediodía del domingo eran sagrados. Tras un tortuoso noviazgo que duro ocho años, se casaron.

Después de vivir los tres primeros años de matrimonio con los padres de Peter, fueron los primeros Sutcfiffe en tres generaciones que se mudaron fuera de Bingley. A un chalet en Heathon, Bradford. La familia mantiene que nunca se sintieron del todo a gusto durante el tiempo de las, cada vez más escasas, visitas que efectuaron a Heathon.

Mick y Sonia, desde luego, no procuraron en ningún momento ocultar su recíproca aversión.

Peter siempre había estado del lado de su madre, compartiendo las innumerables penas que, suponía, le había causado su padre. Pero antes de abandonar la casa paterna, en Bingley, su fe en la pureza católica sufrió un rudo golpe. Su padre descubrió que su mujer se entendía con uno de los vecinos, un policía.

Destrozado

John Sutcliffe arregló las cosas para tener un cara a cara con su mujer delante de los niños, incluyendo a Peter y su futura esposa, en un hotel de Bingley. Kathleen llegó al bar creyendo que se encontraría con su amante y allí se topó con su marido, que la puso en evidencia ante toda la familia señalando el nuevo vestido de noche que se había comprado para esa ocasión. Peter quedó destrozado. Pero habiendo descubierto que Sonia había tenido, antes que él, otro novio, le hizo a su padre un signo con la cabeza. Le comprendía.

Ese mismo año, 1969, realizó un primer asalto conocido. Le sacudió a una prostituta en la cabeza con una piedra metida en un calcetín después de haber discutido con ella por un billete de diez libras. Fue en Bradford. Desde el juicio, John Sutcliffe cree que fue el golpe moral que recibió el chico lo que desató en él al Destripador. «Le dio de lleno. El veneraba a su madre y lo que yo hice creo que fue lo que le volvió así.» Uno de los psicólogos que intervinieron en el caso está de acuerdo con lo manifestado por el padre de Peter. Considera que la experiencia pudo predisponerle para un estado de psicosis aguda.

El peso de Peter al nacer fue de dos kilos y medio. Era un bebé pequeño y débil. En 1949 fue enviado a la escuela Sunday, donde hizo pocos amigos y solía sentarse solo. A la edad de siete años, Peter se seguía escondiendo bajo las faldas de su madre.

El niño inteligente de la familia, Peter, a pesar de todo no aprobó los exámenes. En 1957 fue a parar a Cottingley Manor, un lugar que odiaba porque los demás chicos siempre se metían con él.

La familia

John Sutcliffe tenía 24 años y su esposa Kathleen 26 cuando nació Peter. Los dos eran de Bingley y la preciosa novia fue considerada como un buen partido para el impulsivo John. Tuvieron otros cinco hijos después de Peter -Anne, Mick, Maureen, Jane y Carl-. Mick tenía fama de ser el duro del barrio y mostraba muchas similitudes con la actitud que su padre tenia hacia la vida. Carl, como su hermano mayor, era más bien tímido, consciente y asustadizo, características que no encajaban fácilmente en el ambiente duro de una ciudad industrial norteña.

¿La voz de Dios?

Peter Sutcliffe trabajó como enterrador en el cementerio de Bingley casi tres años. Duarante este tiempo desarrolló un sentido macabro del humor, en buena medida para ser capaz de soportar el desagradable trabajo que realizaba. En una ocasión se hizo pasar por una cadáver, echándose sobre una tumba y cubriéndose con una mortaja, gimiendo lastimosamente cuando aparecieron sus compañeros de trabajo.

Sus colegas siempre le consideraron inescrutable; su barba negra y cuidada le valió el mote de “Jesús”. Solía alardear ante los amigos de que había cogido las joyas y el oro que encontró en algunos cuerpos.

En el juicio, Sutcliffe también declaró haber oído la voz de Dios durante el tiempo que trabajó en el cementerio. Mientras cavaba una tumba oyó la voz desde lo alto de una loma. Siguió el eco hasta llegar ante una lápida en forma de cruz. Entonces la voz le ordenó ir a las calles y matar prostitutas.

Pero, tal y como se demostró posteriormente, no todas las víctimas resultaron ser prostitutas. Fue la falta de puntualidad de Sutcliffe lo que le valió el despido del cementerio. Su jefe, Douglas McTavish, le recuerda: “Era un buen trabajador. Pero tuve que echarle porque nunca llegaba a su hora al trabajo”.

*****

A través de la red

El número de muertos aumentaba, el descontento Público también; pero la policía seguía sin una pista clara. Habiendo llegado al límite, el jefe de policía, Gregory, llamó al inspector más experto, George Oldfield, para mandar la Brigada del Destripador.

El 25 de junio de 1977, sábado, Peter Sutcliffe llevó a su esposa Sonia a la clínica Sherrington, donde hacía el turno de noche. Después se fue a tomar unas copas con sus vecinos y compañeros habituales de pub, Ronnie y Peter Barker. El trío pasó las primeras horas de la noche en tres pubs en los alrededores de Bradford. Terminaron en el Dog in the Pound, donde la máxima atracción era un camarero que atendía la barra disfrazado de mujer. A la hora de cerrar, y ya de camino hacia casa, todavía se pararon a tomar un bocado. Cuando dejó a los hermanos Barker ante la puerta de su casa, la medianoche había pasado hacía un buen rato. Pero Peter volvió a la carretera principal.

Hacia las 2 de la mañana vio a una chica sola entre las luces de Chapelton Road, Leeds. Vio cómo pasaba por delante del pub Hayfield y se dirigía a la izquierda por Reginald Terrace, una de las tres calles principales que dan a la carretera general. Aparcó su Ford Corsair blanco y empezó a seguirla.

El cuerpo de Jayne MacDonald fue encontrado apoyado en una pared a las 9,45 de la mañana, cuando el primer grupo de niños se encaminaba al parque infantil de Reginald Terrace. Había recibido un golpe en la cabeza, después fue arrastrada unos 20 metros y golpeada dos veces más. Entonces fue acuchillada repetidamente en el pecho y una vez en la espalda. La policía supo inmediatamente de quién se trataba, la firma era inconfundible. Pero existía una alarmante diferencia.

Jean MacDonald acababa de cumplir 16 años, trabajaba en el departamento de zapatería de un supermercado cercano y tenía recién terminado su período escolar. La noche de su muerte había estado con unos amigos en Leeds y fue asaltada al volver a casa de sus padres, unos cientos de metros más allá de donde se encontró su cuerpo.

Los MacDonald eran una familia típica del otro tipo de vida que se hacía en Chapeltown. Una familia feliz, que trabajaba duro. Jean MacDonald no era una prostituta, ni una «chica para pasar un rato». Su única relación con el mundo del barrio chino era que vivía allí. Cuando se hizo patente que el asesino estaaba matando a adolescentes que acababan de abandonar el colegio, el efecto sobre la investigación fue fulminante.

En el momento de iniciarse la investigación sobre Jane, la Policía ya disponía, en septiembre, de 700 entrevistas hechas a residentes de 221 calles de la vecindad y de 3.500 declaraciones, muchas de prostitutas.

Aumentaba la presión para que la policía presentase resultados. Dos semanas después el asesino atacó brutalmente a Maureen Long en un erial desierto cerca de su casa en Bradford. Por algún extraño milagro sobrevivió, pero la descripción de su asaltante ayudó poco a la encuesta policial: más de 1,80 de estatura, edad: 36 ó 37 años, pelo: rubio.

En esa época, el ministro del Interior, Merlyn Rees, visitó el llamado «cuartel general del Destripador» en Leeds. Se le informó de que 304 policías trabajaban en el asunto, que habían entrevistado a más 175.000 personas, reunido 12.500 declaraciones y comprobado 10.000 vehículos.

Una pista clave

Si la policía hubiera sabido el tipo de hombre que estaban buscando, poco hubiese importado. Había que buscarlo en una casa inmaculadamente cuidada en la zona de clase media de Bradford. Peter y Sonia Sutcliffe se acababan de mudar a Garden Lane, 6, nueva casa en Heaton, en agosto. Por primera vez vivían de forma totalmente independiente.

A los 31 años el señor Sutcliffe pasaba por ser un vecino educado y de buenos modales, y un empleado que trabaja duro y en quien se podía depositar la confianza. Un buen hijo y un marido fiel. Era el tipo de hombre al que le encantaba estar arreglando el coche los fines de semana. Nada en él llamaba especialmente la atención y, desde luego, nadie se hubiera atrevido decir que encajaba con la imagen de un asesino múltiple.

El 1 de octubre, sábado, Jean Bernadette Jordan subía al coche nuevo del asesino, un Ford Corsair rojo, en Moss Side, Manchester. Aceptó 5 libras de adelanto y le guió hasta una zona a tres kilómetros de distancia, cerca del Southern Cemetery, un lugar muy frecuentado por prostitutas. A unos pocos metros del coche, el «Destripador» golpeó el cráneo de la chica con un martillo con todas sus fuerzas, una y otra vez hasta un total de 11 veces. Llevó el cuerpo hasta unos arbustos, pero le sorprendió la llegada de otro coche y prefirió poner tierra por medio.

Al volver a casa aquella noche era perfectamente consciente de que había dejado una huella esencial junto al cuerpo de la víctima. El billete de 5 libras que le había dado estaba recién salido de la Casa de la Moneda, lo cogió de la paga que había recibido sólo dos días antes.

Vuelta a Moss Side

Sutcliffe esperó 8 largos días. El cuerpo no había sido descubierto, y se arriesgó a volver para coger el billete. A pesar de buscar desesperadamente no fue capaz de encontrar el bolso, ni el billete. En una reacción de frustración se cebó en el cuerpo de la víctima con un trozo de espejo roto. Incluso intentó cortarle la cabeza, pensando que eso evitaría que le identificarán a través de los golpes de martillo. Al final se dio por vencido, no sin antes darle varios puntapiés al cuerpo. Seguidamente volvió a casa.

Un día después el dueño de una de las parcelas del terreno, en donde se cometió el crimen, encontró el cadáver desnudo. Llamó a la estación de policía de Chorlton-cum-Hardy; pero la cabeza estaba irreconocible y no se encontró nada que pudiese identificar a la víctima entre las cosas que la rodeaban.

Su identificación fue posible gracias a una huella dactilar que dejó en una botella de limonada antes de salir de su casa por última vez. Jean Jordan tenía 21 años y había sido advertida en dos ocasiones por practicar la prostitución. Vivía con un hombre que conoció al llegar a Manchester y tenían dos hijos. Cuando la joven no regresó a su domicilio aquel fin de semana, su marido no le dio mayor importancia. El resultado fue que su nombre no apareció en la lista de personas desaparecidas durante más de diez días.

Sensación de consternación

El descubrimiento del billete de 5 libras supuso una dramática aceleración de las pesquisas. Pero tres meses después un aire de consternación se apoderó de nuevo de la investigación. Uno de los 5.000 hombres con quien se había hablado era el asesino. Se comportó cortésmente y estuvo dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario. No despertó sospechas. Después de abandonar su casa, los inspectores hicieron un informe de cinco hojas que le eximía de toda culpa.

La casa de Sutcliffe era el tipo de casa con que siempre había soñado Helen Rytka, una despampanante muchacha de 18 años.

En 1978, el 31 de enero, compartía con su hermana Rita un cuartucho miserable cerca de la autopista a su paso por Huddersfield.

Trabajaban en pareja en el deprimido y poco llamativo barrio chino de la zona de la calle Great Northern. Los arcos del puente de la vía férrea de Leeds a Manchester hacían las veces de lupanar; pero Helen y Rita estaban un escalón más arriba en el negocio, se dedicaban a los automóviles.

A causa del Destripador habían ingeniado un sistema por el cual los clientes las recogían por separado, pero al mismo tiempo, a la entrada de unos lavabos públicos. Le daban a cada cliente 20 minutos de tiempo, y volvían a encontrarse después en los servicios. Incluso apuntaban el número de matrícula del coche de la otra antes de irse con el siguiente.

Decisión fatal

Pero todo salió terriblemente mal aquella noche del martes 31 de enero de 1978. Nevaba. Helen llegó a su punto de cita con cinco minutos de adelanto. Eran las 21 horas. El hombre barbudo del Ford Corsair rojo le ofreció ganarse rápidamente otras 5 libras. Probablemente antes de que volviera Rita. Las hermanas no se volvieron a ver nunca más.

Helen llevó al desconocido a un depósito cercano de madera de construcción, el de Garrard’s. Era poco habitual en él, pero Peter Sutcliffe tuvo, esta vez, relaciones sexuales con Helen. Más que nada, porque la presencia de dos hombres en aquel patio le obligó a retrasar su ataque con el martillo. Golpeó a la chica cuando intentaba volver al asiento delantero, desde el trasero, seguramente ansiosa por reunirse con su hermana. Falló el primer golpe y le dio a la puerta del coche. El segundo le acertó en la cabeza; después le golpeó cinco veces más. Los golpes se realizaron a pocos pies de la cabaña del capataz del patio maderero. Las paredes quedaron manchadas de sangre.

El cuerpo de Helen fue llevado a una pila de maderas y escondido; sus ropas, desperdigadas. Los calcetines estaban puestos. Los “pantis” negros los encontró un poco antes un conductor de camiones y los echó cerca de una puerta de las cabañas. Presentaba horribles mutilaciones, tres cuchilladas en el pecho, y las señales de haber sido apuñalada repetidamente en las mismas heridas. También había señales de arañazos en el cuello.

Optimismo policial

Rita volvió al lavabo público. Estaba muy preocupada, pero el temor que le tenía a la policía aún era mayor. Hasta el tercer día no denunció la desaparición. Tres días antes de que un perro-policía olfatease el cadáver. La policía se sentía optimista. La última víctima había desaparecido al empezar a caer la noche y de una calle muy concurrida.

Se consiguió localizar a más de 100 peatones y a todos los vehículos menos tres. George Oldfield participó en el show radiofónico de Jimmy Young y sugirió que algún ama de casa, novia o madre, debía tener ya serias sospechas respecto a la identidad del Destripador. Pero no fue así, el asesino era demasiado precavido.

Algunas semanas más tarde, el 26 de marzo de 1978, un paseante se fijó en que de debajo de un sofá vuelto boca abajo asomaba un brazo, en Lumb Lane, parte del barrio chino de Bradford. El olor a podrido de lo que él creyó era un trozo de maniquí le impulsó a ir corriendo a llamar por teléfono.

Yvonne Pearson, de 22 años, era una prostituta profesional en toda regla, que había trabajado con hombres ricos de negocios en la mayoría de las ciudades de Gran Bretaña. A pesar de ser una chica de Leeds, su diario contenía direcciones de clientes de todo el país.

Vuelta a la escena del crimen

La habían matado dos meses antes, 10 días antes que a Helen Rytka, con un instrumento romo muy pesado. El asesino había modernizado su instrumental. La víctima recibió los golpes en la cabeza y en el pecho. Tenía pelo del relleno del sofá metido en la boca. Incluso daba la impresión de que el asesino había vuelto al lugar del crimen para hacer más visible el cuerpo, tal como se suponía había sido hecho con el cuerpo de Jean Jordan, 4 meses antes, en Manchester, debajo de uno de sus brazos puso una copia del periódico Daily Mirror, con fecha de cuatro semanas después de producirse la muerte.

Yvonne Pearson sabía muy bien los riesgos que entrañaba su profesión, y le había hablado a un vecino sobre la preocupación que le producía el Destripador. La noche de su muerte dejó a sus dos hijas pequeñas, Colette y Lorrain, con una vecina de 16 años. Después se fue al pub Flying Dutchman.

Lo abandonó a las 9,30, y los pocos minutos montaba en el coche de un hombre con barba y ojos negros, penetrantes. Aparcaron en un descampado cerca de la calle Arthington. La mató con el martillo, la arrastró hasta un sofá abandonado y saltó encima de ella hasta romperle las costillas.

Dos meses después de descubrir el cuerpo de Yvonne Pearson, Vera Millward, frágil, enferma y con un aspecto de 15 años más vieja de sus 41 años reales, murió en una parte bien iluminada de los terrenos de la Royal Infirmary, en Manchester. El Destripador le dio tres golpes en la cabeza y después le abrió el estómago de una cuchillada.

De origen español y madre de siete hijos, la víctima llegó a Gran Bretaña después de la guerra trabajando de criada. Posteriormente vivió con un jamaicano, y pronto hubo de recurrir a la prostitución para mantener a su familia.

En la noche del martes, 16 de mayo, su amante pensó que había salido del piso que tenían en la avenida Greenham para comprar cigarrillos y algún calmante para sus dolores crónicos de estómago.

Un jardinero la descubrió a la mañana siguiente, a las 8,10 a.m.; estaba sobre un montón de basura en una esquina del aparcamiento. En un primer momento pensó que se trataba de algún tipo de muñeca. Se encontraba tendida sobre el lado derecho, la cara boca abajo, los brazos doblados al lado de su cuerpo y las piernas estiradas. Los zapatos estaban apoyados cuidadosamente contra una verja al lado del cuerpo. La recubría parcialmente un abrigo verde, y el asesino puso un trozo de periódico tapando su cabeza, horriblemente desfigurada.

La recompensa por alguna información que condujese a la detención del Destripador de Yorkshire era por entonces de 15.000 libras. Nadie del equipo de George Olfield dudaba, a estas alturas, de que el hombre que buscaban vivía en West Yorkshire, probablemente justo delante de sus narices, en Leeds o Bradford.

Al término del año 1978, los inspectores de policía habían estado cuatro veces cara a cara con el Destripador. Y le habían visitado dos veces en relación con la pista de las 5 fibras. Tres meses después del asesinato de Vera Millward volvieron a hacerle una visita debido a que el número de registro de su coche había aparecido repetidamente al hilo de comprobaciones especiales sobre las zonas de Leeds y Bradford.

La policía estaba buscando pisadas que pudieran coincidir con las huellas tomadas, 21 meses antes en la escena del crimen de Irene Richardson. Como siempre, el criminal se comportó de forma acomodaticia y serena. Sin traicionar su condición de asesino. Los inspectores nunca fueron encargados de verificar el grupo sanguíneo (raro) o la talla del pie (demasiado pequeña para un hombre) de Sutcliffe, dos de los factores bien conocidos del asesino.

Sonia Sutcliffe

En 1947 los padres de Sonia Szurma abandonaron Checoslovaquia y llegaron a Bradford, en donde el padre encontró trabajo como revisor de hilados. Sonia, su segunda hija, nació el 10 de agosto de 1950. A la edad de 16 años, justo cuando conoció a Peter, su padre la describía como una chica muy bonita, muy bien hablada. Se casaron ocho más tarde, el 10 de agosto de 1974. Tres años antes había sufrido una crisis nerviosa mientras hacía un curso de profesorado en Greenwich. Por entonces le dijo a un psiquiatra que había escuchado la voz de Dios.

Pensando en aquellos tiempos, Sonia le dijo a su suegro después del arresto de Peter: «El me ayudó a pasar el trance entonces. Ahora le ayudaré yo.» En muchos aspectos era ella el elemento dominante de la pareja. Carl Sutcliffe decía que Sonia se irritaba frecuentemente con él a causa de la televisión. Durante toda su vida en común, Sonia no tuvo la más ligera idea de las actividades criminales de su marido.

Retrato robot

Los retratos robot fueron el método clave que permitió localizar al Destripador de Yorkshire. De las veinte mujeres que asaltó sobrevivieron siete. Cada una de ellas intentó ofrecer una detallada descripción de su aspecto. Olive Smelt se encontró con el Destripador en agosto de 1975 y lo describió como un hombre de 30 años, de 1,55 m de estatura, con barba. Pero los detectives no consiguieron establecer una relación directa con el Destripador hasta tres años más tarde.

En 1976 Marcella Claxton dijo que el atacante tenía una barba negra y rizada. Pero su declaración mereció más bien escepticismo, en gran medida porque era parcialmente subnormal. Pero un año más tarde la policía se tomó muy en serio la declaración de Maureen Long. Esta vez se trataba de un hombre de unos 36 años, de 1,80 de estatura, manos grandes y pelo rubio ondulado. El retrato robot realizado gracias a Marilyn Moore en septiembre de 1977 era cercano a la realidad, pero no bastaba. También otras personas se ofrecieron para la identificación. El resultado fueron 77 retratos robot. La Policía insistió en confiar en ellos.

La pista del billete de cinco libras

En la escena del crimen de Jean Jordan, el Destripador dejó una prueba crucial. El billete con el que le pagó por adelantado era completamente nuevo. Procedía de una paga que cobró dos días antes. La policía encontró el billete en un bolsillo secreto del bolso de Jean. En cuestión de horas el Banco de Inglaterra comprobó que se trataba de un billete remitido, incluido en un envío, a las sucursales de Shipley y Bingley de la Midland Bank. El número de serie era el AW51 121565.

Los empleados del banco confeccionaron una lista de 5.493 personas que podían haber recibido el billete como parte de sus salarios. Un mes después de la muerte de Jean Jordan, dos policías llamaron de nuevo a la puerta de Sutcliffe. Volvieron seis días más tarde, pero, al igual que la primera vez, la coartada del asesino parecía cierta. En 1980 se volvió sobre esta pista porque las empresas que podían haber incluido el billete en sus nóminas se redujo de 30 a 3. Pero el Destripador volvió a pasar con éxito la prueba.

Rastro de terror

A la búsqueda de víctimas, el «Destripador» de Yorkshire iba dejando un rastro de terror por el norte de Inglaterra. Después de 9 asaltos en los alrededores de Leeds y Bradford, dejó West Yorkshire y cruzó los Pennines hasta llegar a Manchester. Posteriormente, se movió de ciudad en ciudad sin cometer nunca un crimen dos veces seguidas en el mismo lugar.

La furia del asesino

Al comienzo del invierno de 1980 la policía no había conseguido progresar nada para capturar al Destripador. Conforme los asesinatos se hacían más y más indiscriminados, el nombre que buscaban quedaba enterrado bajo una montaña de papeles.

Entre junio de 1977 y mayo de 1978, Peter Sutcliffe atacó a siete mujeres. Cinco murieron y dos sufrieron. terroríficas heridas. Pero con la misma rapidez con la que su ansia asesina se había acelerado, de pronto cesó. Durante los siguientes 11 meses el Destripador estuvo, simplemente, fuera de la circulación. Empezaron a propagarse teorías sobre lo que pudiera haberle ocurrido. Una posibilidad era que se hubiese suicidado. Si se hubiera llevado su identidad a la tumba, las similitudes con su homólogo victoriano hubieran sido completas.

En la noche del miércoles 4 de abril de 1979, Sutcliffe condujo desde Bingley hasta Halifax. Justo antes de la medianoche se bajó del coche y se tropezó con Josephine Whitaker, de 19 años. La muchacha estaba paseando por los campos de recreo de Savile Park. Habló brevemente con ella, y cuando salieron del haz de luz de las farolas, la golpeó en la cabeza y la arrastró hacia las sombras.

El cuerpo fue encontrado a la mañana siguiente. Al igual que Jayne MacDonald, había vivido siempre como una chica respetable con su famffla, trabajaba de recepcionista en la central de Halifax Building Society. Con este asesinato el Destripador estaba mandando un mensaje claro a las mujeres: al matarla no la había confundido con una prostituta. Atacaría a cualquier mujer que tuviese agallas para pasear después de anochecer. De un día para otro todas las mujeres de North England perdieron su libertad.

Juego de farol

Durante todo este tiempo, el asesino había estado engañando sorprendentemente a su familia y amigos. Iba a buscar a Sonia al trabajo para «protegerla del Destripador», y llegó a decir a sus amigos: «Quien quiera que esté cometiendo esos asesinatos tendrá que responsabilizarse de un buen montón de cosas». En una ocasión, sus compañeros conductores hicieron una apuesta: él debía ser el criminal… Pero Sutcliffe se echó a reír. No dijo nada más.

La furia del asesino duraba ya 4 años. 10 mujeres habían muerto. Sin embargo, la policía no se le había acercado ni un ápice. De hecho se estaba hundiendo en el cenagal de la información contradictoria, las suposiciones y el mito. Algunos detalles espantosos de los asesinatos se publicaron en la prensa, pero esto no paró la ola de rumores.

Este fue el momento elegido por el bromista de Sunderland para hacer su trágica aparición. Murieron tres mujeres más. Y terminó de confundir a la policía. Entre marzo del 78 y junio del 79 tres cartas anónimas y una cinta de cassette llegaron a la mesa de despacho de George Oldfield. Indicaban que el Destripador era un minero.

Verano desastroso

Peter Sutcliffe dejó que la policía siguiese esta pista falsa durante todo el verano de 1979. En julio le hizo una visita el inspector-jefe Laptew en relación con su coche. Había sido visto en el área de Lumb Lane, de Bradford, en 36 ocasiones.

Laptew se olió algo sospechoso, pero sus observaciones sobre Sutcliffe, debido a que la atención se centraba en la zona noreste, pasaron inadvertidas. El asesino volvió a Bradford un mes más tarde para castigar a su undécima víctima.

Era sábado, 1 de septiembre, y Sutcliffe cruzaba en aquel momento las calles de Littie Horton, un área residencial para estudiantes. A la 1 de la madrugada reparó en Barbara Leach, estudiante de segundo año de ciencias sociales, quien se despedía de un grupo de amigos en Great Horton Road.

La atacó en Ash Grove a unos 150 m. del pub Mannville Arms, y después la arrastró al patio trasero de algún vecino del lugar. Aquí la apuñaló ocho veces antes de meter su cuerpo en un cubo de basura y cubrirlo con un viejo pedazo de cartón. El cadáver permaneció sin descubrir hasta bien entrada la tarde del día siguiente.

Impotencia policial

Dos policías de Scotland Yard fueron enviados a Yorkshire como consejeros. Volvieron a Londres al cabo de un mes sin haber hecho contribución alguna a la investigación. Unos cuantos hombres de la policía de Manchester volvieron a Bradford para reinvestigar la pista del billete de 5 libras. Redujeron el número de sospechosos a 270, pero no consiguieron nada más.

Transcurrieron otras Navidades y otra Pascua, y no se hizo ningún progreso. Después del verano de 1980, el público había olvidado a medias al Destripador. En Garden Lane, el matrimonio Sutcliffe seguía llevando la misma vida discreta. Se relacionaban poco con la gente. Preferían su propia intimidad. El asesino seguía acompañando a sus amigos al pub y haciendo sus viajes de trabajo. Esto complicaba la labor de la policía. Hacía más difícil su localización en una noche determinada. El viernes, 18 de agosto, viajó a Farsley, en Leeds, y asesinó por duodécima vez.

Funcionario público

Marguerite Walls era funcionaria; trabajaba en el departamento de Educación y Ciencia. Había estado trabajando hasta tarde para dejar bien atados algunos cabos sueltos antes de tomarse unas vacaciones de 10 días. Abandonó su oficina a las 10 de la noche. El trecho hasta su casa era de aproximadamente un kilómetro.

Dos días más tarde su cuerpo fue encontrado enterrado bajo unos recortes de césped en terreno boscoso perteneciente al jardín de la casa de un juez. Marguerite había sido apaleada y estrangulada. Pero no mutilada. Este hecho impidió que la policía lo considerase obra del Destripador.

Pero tres meses más tarde se puso de manifiesto el error. Jacqueline Hill, una estudiante de idiomas en la Universidad de Leeds, se bajó del autobús en Otley Road, justo enfrente del puesto de Kentucky Fried Chicken. Podía divisar Lupton Flats, la residencia donde se alojaba.

Pero los dedos aún manchados de grasa de Peter Sutcliffe (había estado comiendo pollo frito en el Kentucky Fried Chicken) hicieron su trabajo.

Arrastró el cuerpo a un erial cercano y se lanzó sobre él frenéticamente. La muerte sorprendió hasta tal punto a Jacqueline que uno de sus ojos permaneció abierto. El asesino se cebó en él repetidamente.

Clamor popular

Al cabo de cinco años las mujeres se armaron de valor y salieron a protestar a las calles. El miedo, la frustración y el enojo del público se superponían a la incapacidad de la policía. Cada día se amontonaba más y más información, y nadie sabía qué hacer con ella.

Dos días antes del asesinato de Jacqueline Hill, el Ministerio del Interior había salido de su letargo. Se creó un super equipo. Seis semanas más tarde, este super equipo policial llegó a la misma conclusión que los agentes de Yorkshire: no tenían la más ligera idea de cómo resolver el enigma de los brutales asesinatos.

Armas asesinas

Peter Sutcliffe utilizó una gran variedad de herramientas del hogar como armas. En el juicio, más de 30 objetos se presentaron como pruebas sobre una larga mesa de madera, limpiamente identificados por etiquetas amarillas. Había desde diversos tipos de martillos hasta una sierra para metales. También constituyeron prueba ocho destornilladores y varios cuchillos de trinchar. Con ellos el asesino cometió sus atrocidades. Un destornillador tipo «Phillips» había sido limado hasta obtener una fina punta para después clavarlo en el ojo de Josephine Whitaker (19 años). También se pudo ver el trozo de cuerda que utilizó para estrangular a algunas de sus víctimas y el cuchillo de zapatero con que las acuchilló.

¿Hombre o monstruo?

¿Era un esquizofrénico que creía estar cumpliendo una misión divina?

La cuestión clave durante el juicio fue si estaba enajenado en el momento de cometer sus ataques. ¿Estaba mentalmente enfermo; sufría de “esquizofrenia paranoide”? ¿O era más bien un sádico de mente lúcida, perfectamente al tanto de lo que hacía? En fin, ¿estaba loco o era culpable de asesinato?.

La defensa de Peter Sutcliffe, llevada por James Chadwin, mantuvo que sufría de esquizofrenia paranoica. El diagnóstico se basó en los dictámenes de tres psiquiatras forenses muy conocidos, el Dr. Hugo Milne, de Bradford; el Dr. Malcom McCulloch, de Liverpool, y el Dr. Terene kay, de Leeds; cada uno de ellos se había entrevistado con él.

Consideraron crucial el hecho de que creyera estar cumpliendo una misión divina desde los 20 años. La primera vez que oyó la voz de Dios venía de una tumba en el cementerio de Bingley, donde había trabajado como enterrador. Le dijo que su misión en la vida era limpiar las calles de prostitutas. Dios incluso le había ayudado al evitar que la Policía le capturase. Admitió que había estado planeando realizar la “obra del Señor” en la persona de Olivia Reivers cuando le detuvo la policía.

La acusación de la Corona, representada por el Fiscal General Sir Michael Harvers, adujo que toda la historia del Destripador era una pura mentira, que era “un asesino muy listo y despiadado que estaba inventándose un cuento para escaparse de su condena por asesinato”.

En primer lugar, se contaba con el testimonio de un agente de la prisión de Armley que había oído cómo Sutcliffe le decía a su mujer que pensaba engañar a los doctores sobre su estado mental.

Dijo que si conseguía convencer a la gente de que estaba loco, sólo le meterían 10 años en “la casa para chalados”. Esto lo reforzaba el hecho de que durante el primer interrogatorio policial jamás mencionó nada sobre su misión divina.

A los psiquiatras no se les pasó por la cabeza que este criminal pudiera estar simulando esquizofrenia. Su habilidad en el engaño tuvo la valiosa ayuda de una experiencia personal con la esquizofrenia: en 1972, cuando su mujer sufrió un colapso nervioso mientras estudiaba en Londres. Entonces habló de ser el segundo Cristo, y dijo presentar las señales del tormento de la Cruz en sus manos.

Estos hechos dificultaron la teoría de que el sujeto en cuestión era un verdadero esquizofrénico que sufría profundos delirios. La desconfianza del jurado se reafirmó cuando el Dr. McCulloch admitió haber llegado a su diagnóstico después de hablar sólo media hora con el acusado. También admitió no haber visto las declaraciones de Peter Sutcliffe hasta el día de antes.

La Acusación de la Corona era sabedora de que al menos en seis ataques existían pruebas de asalto sexual.

Y había un punto en que los tres psiquiatras coincidían con la acusación. Si ellos estaban equivocados en cuanto a la esquizofrenia, sólo cabía otra posible explicación más: la de la acusación.

Peter era un sádico, un hombre que simplemente disfrutaba matando mujeres. Era un asesino a sangre fría. Malvado más que loco. Después de que los peritos hubieron hablado, la decisión reposaba en el jurado.

Esquizofrenia paranoica

La esquizofrenia paranoica es una enfermedad que afecta a las funciones cerebrales del pensamiento. El que la sufre puede que no sea capaz de pensar con lógica. Frecuentemente tiene alucinaciones, visiones, voces e incluso la sensación de ser tocado (alucinaciones somáticas). Sutcliffe hablaba de una mano que le agarraba el corazón.

También pueden ser simplemente imaginaciones, creencias falsas salvajemente fantásticas y más allá de todo razonamiento. Las ilusiones son siempre de tipo persecutorio. Además de ello, el paciente puede ser completamente inconsciente de que algo está fallando.

Muchas teorías han intentado explicar la esquizofrenia; sin embargo, existen psicoanalistas que consideran que hay gente biológicamente predispuesta hacia la enfermedad. Puede originarse en la forma de una repentina crisis nerviosa o, con el tiempo, de manera progresiva y suave hasta perder la noción de la vida normal. La esquizofrenia se manifiesta habitualmente en ataques que pueden llegar a durar varias semanas. Después de un primer ataque la enfermedad puede reproducirse.

En más de la mitad de los casos la enfermedad pervive en estado crónico durante varios años. No existe la curación total, pero puede ser tratada mediante drogas que permiten controlar el comportamiento del paciente y reducen los delirios y alucinaciones; se administran junto con un tratamiento de psicoterapia.

Una broma cruel

Durante toda la investigación la Policía estuvo desesperada, esperando que el Destripador cometiese algún error. El verano de 1978 creyeron que efectivamente lo había cometido. Una cinta magnetof´nica llegó a manos de George Oldfield.

Existe un aspecto de la investigación sobre el Destripador que contiene todos los elementos de una tragedia. Los actores fueron George Oldfield, el jefe de Policía Ronald Gregory y el bromista anónimo que al final fue bautizado como el «Destripador Minero». Hizo una execrable broma. La policía estaba tan desesperada por capturar al asesino de verdad y limpiar su reputación, y también por calmar el miedo del público, que se sintieron dispuestos a suspender la objetividad de sus razonamientos con tal de detener a su hombre.

La broma empezó muy modestamente en marzo de 1978. Dos cartas anónimas llegaron a Yorkshire desde el noreste de Inglaterra. Las habían echado al correo en Sunderland, con cinco días de diferencia. Una iba dirigida a George Oldfleld y la otra al redactor jefe del periódico Daily Mirror, de Manchester. No se tomaron en consideración porque fueron escritas después de la desaparición de Yvonne Pearson y antes de que su cadáver fuera descubierto, y el anónimo había estimado equivocadamente el número de víctimas. Las cartas desaparecieron en los inescrutables recovecos de un informe archivado.

Exactamente un año más tarde llegó una tercera carta. Fue echada al correo para entrase dentro de la recogida de las 13,45 horas, en Suderland, el 23 de marzo de 1979. Grafólogos expertos confirmaron que la misma persona había escrito las tres cartas. La tercera era la más interesante para la policía, pues en ella se decía que Vera Millward, la última víctima, había estado en el hospital. Creyeron que esta información sólo podía provenir de la propia Vera. Esto llevó fatalmente a la conclusión de que el remitente anónimo era el Destripador.

La tercera carta también dejaba claro que la siguiente víctima habría que buscarla en Manningham, Bradford, pero en ningún caso en la zona de Chapeltown. Las cosas “estaban demasiado calientes por allí” a causa de los “malditos polis”. El extraño lenguaje del escritor anónimo coincidía con la actitud satánica del Destripador. Esto hizo sonar campanas en la mente de los policías. Pero fueron abruptamente silenciadas por la necesidad de encontrar una clave, una clave que desvelase el secreto.

Dos semanas después de la llegada de la tercera carta, Josephine Whitaker fue asesinada en Halifax. Era la segunda mujer no prostituta que moría a manos del Destripador. La presión sobre George Oldfeld aumentaba. La única pista creíble que tenía eran las tres cartas de Sunderland.

La policía convocó una rueda de prensa e hizo pública la teoría de Sunderland. Para reforzarla resultó que se habían encontrado rastros de aceite de engrasar en una de las tres cartas. Era el mismo aceite que se encontró en el cuerpo de la última víctima.

Se pidió al público que contribuyese con cualquier tipo de información relevante sobre los días en que fueron echadas al correo las cartas en Sunderland. La respuesta popular fue tremenda, pero ayudó poco a la investigación.

La mañana del 18 de junio de 1978, un sobre de color amarillento aterrizó en la mesa de George Oldfield. La dirección estaba escrita por el hombre de Sunderland y contenía una cinta de cassette barata, negra. Aquí estaba la clave para dar solidez a las hipótesis de Oldfield. Metió la cinta en un aparato reproductor y pulsó el botón. Del altavoz surgió una voz gruesa con acento de minero. El mensaje constaba de 257 palabras. Si era auténtico, constituía una de las más fantásticas pistas en la historia de la Policía.

La reputación en juego

George Oldfield estaba convencido de la autenticidad de la cinta, pero quería mantenerla en secreto durante un tiempo. Por otro lado, el jefe de Policía Ronald Gregory pensaba que una voz tan especial podía ser fácilmente reconocida por el público.

A los dos días, nadie sabe cómo, se filtró la noticia a la prensa. Se convocó rápidamente una rueda de prensa a la que acudieron todos los cazadores de historias y llenaron a rebosar la pequeña sala de prensa de la Escuela de Entrenamiento Policial de Wakefield. Los medios de comunicación estaban a punto de hundir al Sr. Oldfield. Pero hicieron una última concesión a la objetividad: sólo en una ocasión se publicó que podría ser una elaborada trampa. La carrera y la reputación de Oldfield y de todo su equipo estaban en juego. Parecía considerar que las atrocidades cometidas por el Destripador eran un desafío personal. Estaba desesperadamente determinado a vencer a su oponente.

Se organizó una amplísima campaña publicitaria. El público en general podía llamar por teléfono y escuchar la cinta del «Destripador Minero». A los pocos días de la conferencia de prensa se había recibido ya 50.000 llamadas.

Los peritos

Entre tanto, George Oldfleld consultó a peritos en cuestiones lingüísticas de la Universidad de Leeds, Stanley Ellis, uno de los expertos del país en materia de dialectos, y Jack Windsor Lewis, un profesor del Departamento de Lingüística y Fonética. Rápidamente localizaron el acento: era de Wearside, pueblo de Castletown, un pequeño barrio suburbial de Sunderland. La policía de West Yorkshire se trasladó al lugar. Once inspectores, cien agentes. La información en los medios de comunicación alcanzó el nivel de saturación.

En teoría era sólo cuestión de tiempo encontrar al «asesino». La policía se movía en un área limitada (en Castletown no vivían más de 4.000 personas) y con un tamiz muy fino. Pero hombres menos desesperados que Oldfield empezaron a admitir que el «Destripador Minero» sólo era una broma cruel. El bromista sabía que no iba a ser descubierto porque tenía una coartada a prueba de bomba. La policía de Northumbrian nunca estuvo plenamente convencida. Finalmente hizo públicas sus dudas.

Las luces también se encendieron en la mente de los expertos grafólogos. Trataron de comunicar en vano a la policía sus temores. Incluso intentaron que se lanzase una campaña paralela, sin eliminar a sospechosos de otras comarcas. Pero la policía de West Yorkshire insistió en eliminar a los sospechosos que no eran mineros. Oldfield y Gregory planearon otra campaña aún más grandiosa: un millón de libras de presupuesto. Pocos días antes de que fuera lanzada, Ellis y Lewis les escribieron manifestando su desconfianza en el método. Fueron desoídos.

Creencia equivocada

La tenaz insistencia de que el hombre buscado era un minero significó la eliminación de la investigación del sujeto del billete de cinco libras, entrevistado en cuatro ocasiones por la Policía.

La campaña continuó perdiendo el fuelle y la credibilidad en 1980. No se consiguió nada más que sobrecargar con más información inútil a la Policía.

Aparte de las pistas perdidas, de las entrevistas fracasadas y de haber escogido el camino equivocado, otra pequeña ironía del destino se produciría en materia de grupos sanguíneos. Los análisis forenses establecieron que quien quiera que hubiera enviado las cartas tenía el rarísimo grupo sanguíneo de tipo B, compartido escasamente por el seis por ciento de la población.

En ese momento la Policía creía que el asesino era el responsable de la muerte de Joan Harrison en Preston, Lancashire. Se produjo tres semanas después de la de su primera víctima, Wilma McCann. El semen encontrado en el cuerpo de Joan Harrison indicaba que el asesino tenía el grupo sanguíneo tipo B. El grupo de Peter Sutcliffe era el B. Pero ni había estado en Preston ni su acento encajaba con la hipótesis de Sunderland. Ninguna sospecha recayó sobre él.

Jamás se podrá saber si se hubieran podido evitar las muertes de Josephine Whitaker, Barbara Leach, Marguerite Walls y Jacquefine Hill si se hubiera capturado antes a Sutcliffe, de no incurrir la policía en el error de la pista falsa del «Destripador Minero». Hoy sólo hay una persona que sepa quién fue este gracioso. Esa persona es alguien de Sunderland y es tan culpable de las últimas muertes como el propio asesino.

La pista de la cinta

En junio de 1979, un sobre con una cinta magnetofónica llegó a la mesa del despacho de George Oldfield remitido desde Sunderland. Puso la cinta en el aparato reproductor. Apretó el botón. La voz característica de un minero resonó en la habitación:

“Soy Jack. Veo que no tenéis suerte para cogerme… Me parece que tus chicos te están fallando. George, no sois buenos, ¿eh? Os avisé de que volvería a golpear en marzo, siento mucho que no fuera en Bradford. No estoy seguro de cuándo volveré a la acción, pero puede ser en este año en cualquier momento… Quizá en septiembre, en octubre… Si tengo una buena oportunidad, incluso antes. Aún no sé dónde, quizá Manchester. Me gusta Manchester… Hay un montón de prostitutas pululando por allí. No aprenderán nunca, ¿eh, George? Bueno ha sido muy agradable hablar contigo. Tuyo, Jack el Destripador”.

Al final de la cinta sonó chillonamente la canción de A. Gold “Gracias por estar aquí”. El mensaje para el público era que el Destripador procedía del noreste. Empezó la búsqueda del asesino con acento de tipo minero. Peter Sutcliffe había escapado así de las sospechas de la Policía.

Ronald Gregory

Como jefe de Policía de West Yorkshire tuvo que soportar lo más fiero de la crítica respecto al caso del Destripador. Esto incluyó la injuriosa información de que gozaba de los favores sexuales de una famosa presentadora de televisión, a cambio de darle información de primera mano. Un diluvio de críticas cayó sobre él por la decisión de lanzar una campaña publicitaria para coger al asesino que costaría un millón de libras. La campaña encaminó a todo el mundo, incluyendo a la policía, en la dirección equivocada.

Tuvo muchos obstáculos en su camino, el Ministerio del Interior era reacio a dotar a la policía del complejo sistema de ordenadores que hubiera ayudado mucho a localizar a Sutcliffe. Sólo cuando recibieron el permiso de acceder a los archivos electrónicos pudo cogerse al asesino. Se comprobó que sus placas de matrícula estaban falsificadas.

Periodismo sensacionalista

El comportamiento de la prensa, tras el arresto de Sutcliffe, se convirtió en historia por sí mismo. Los periodistas luchaban por comprar información de quien tuviera relación con el caso del Destripador.

Antes de la época en que los acusados comenzaron a recibir asistencia jurídica estatal, era muy común que las personas acusadas de asesinato o crímenes sensacionales viesen cómo un periódico se ofrecía a correr con los gastos de su defensa. A cambio, el acusado se comprometía a dar la exclusiva de su aventura (en caso de inocencia) al periódico, o a escribir una confesión «del patíbulo» antes de morir ahorcado (caso de ser culpable). Al Dr. Buck Ruxton, condenado por el asesinato de su esposa y su criada en 1936, parece que le fueron pagadas 3.000 libras (unas 50.000 de ahora) por una confesión en exclusiva al News ol the World. La suma incluía más de 2.000 libras pagadas a su abogado: Norman Bírkett.

Sir Edward Marshall no tuvo tanta suerte cuando le tocó defender 20 años antes a George Joseph Smith, el asesino «del baño». El ministro del Interior le prohibió firmar un contrato alegando razones de «orden público». Esto resultó ser una ironía, ya que, como hizo notar Marshall Hall, en una carta al ministro, si Smith hubiera obtenido la libertad condicional, hubiese podido vender legalmente su relato.

A partir de los años 50 la asistencia jurídica pública se hizo más general, y el periodismo de “libreta de cheques” fue muy criticado. Las quejas comenzaron tras la publicación por el Sunday Pictorial, 1963, de declaraciones sobre el caso del espía de Vassall. Volvieron a repetirse cuando se publicaron las memorias de Christine Keeler en el periódico News of the World. Se presentó una queja oficial ante el Consejo de Prensa. Otros casos en los que se pagó con gran liberalidad fueron los de los hermanos Kray (los gangters del East End) y la fuga del famoso atracador de trenes Ronald Biggs a Brasil. Se pagaba a los amigos y familiares del acusado, y a los testigos.

La situación llegó al límite cuando el Consejo de Prensa hizo pública una declaración en la que condenaba al periodismo de “libreta de cheques”: “No deberán realizarse pagos de ninguna clase a personas involucradas en crímenes o actos públicos de mala conducta … » Pero la práctica continuó estando vigente.

Hubo un momento en que más de cien periodistas asediaban la casa de los Sutcliffe, introduciendo por la ranura del correo ofertas de miles de fibras a cambio de declaraciones.

La campaña

Al mismo tiempo, una de las madres de una víctima, la Sra. Doreen Hill, inició una campaña contra este tipo de periodismo sensacionalista, para evitar que los familiares de los Sutcliffe obtuviesen más libras.

Tras el proceso, el Consejo de Prensa realizó una investigación. Finalmente esta institución hizo pública una declaración condenando este periodismo amarillista y la publicación de historias y fotografías sobre casos criminales, a cambio de dinero.

EL JUICIO – El giro final

En enero de 1981 Sutcliffe fue arrestado en Sheffield por posesión de placas de matrícula robadas. Cuatro meses después estaba ante el tribunal nº l de Old Bailey acusado del asesinato de trece mujeres.

Era el segundo día de enero de 1981. El sargento Robert (Bob) Ring y el agente Robert Hyde empezaban su turno de noche. Pasaban por Melborne Avenue en Sheffield, un conocido reducto de prostitutas y de clientes, cuando vieron a Olivia Reivers subir a un Rover V8 3.500. Fue una pura casualidad que se decidieran a investigar si se trataba de un caso de prostitución. Decidieron acercarse.

El conductor se identificó como Peter Williams y dijo que el coche era de su propiedad. El pequeño hombre barbudo no quería meterse en líos. Salió del coche, e inmediatamente pidió permiso para alejarse unos pasos, necesitaba ir al servicio. Bob Ring le autorizó con cierta exasperación, y el hombre se metió entre los arbustos que delimitaban la avenida.

Con la ayuda de la oscuridad reinante cogió un martillo y un afilado cuchillo de un hueco disimulado en la guantera de su coche y los escondió en la maleza. Olivia Reivers, entre tanto, mantuvo entretenidos a los agentes increpándoles. No sabía que le acababan de salvar la vida.

Cuando el hombre volvió al coche, la Policía había descubierto que las placas de matrícula eran falsas. Prostituta y cliente fueron llevados a la comisaría de Hammerton Road para continuar el interrogatorio. El nombre completo del sujeto era Peter William Sutcliffe.

En la comisaría, la preocupación principal del sospechoso era que no le contasen nada a su mujer. Aparte de esto, estaba tranquilo y dispuesto a contestar a todo, después de haber ido al servicio y haber escondido un segundo cuchillo en la cisterna de la taza del water. Admitió sin discusión que robó las placas de la matrícula de un depósito de chatarra en Dewsbury West Yorkshire.

Toda la Policía del país tenía órdenes de informar a West Yorkshire si se arrestaba a algún hombre en compañía de una prostituta. Por lo tanto, se encerró al detenido en una celda hasta la mañana siguiente, en que fue trasladado a la comisaría de Dewsbury.

Tampoco entonces protestó una sola vez. Durante el interrogatorio Peter se mostró parlanchín y bien dispuesto. Le contó a los agentes de Dewsbury que era conductor de camiones de larga distancia, y que regularmente viajaba hacia el noreste. De pasada les dijo también que le habían hecho preguntas, el super equipo del Destripador, en relación con el billete de 5 libras. Asimismo declaró que habitualmente iba al barrio chino de Bradford.

La Policía de Dewsbury llamó al cabo de una hora al super equipo en Millgarth, en Leeds. El sargento Des O’Boyle no tardó en descubrir que el nombre de Sutcliffe aparecía repetidamente en los ficheros. Inmediatamente se puso en marcha hacia Dewsbury.

A las seis de la tarde, O’Boyle estaba ya lo suficientemente intrigado como para llamar a su superior el inspector John Boyle, en Leeds. Cuando éste descubrió que el grupo sanguíneo del sujeto era el B se desplazó rápidamente a Dewsbury. Sutcliffe pasó una segunda noche en la celda.

Prueba condenatoria

Entre tanto Bob Ring se había enterado que estaban interrogando al hombre que detuvieron en relación con el caso del Destripador.

Ring sintió un escalofrío. Volvió como un rayo a Melbourne Avenue. Después de buscar frenéticamente durante algunos minutos encontró lo que buscaba.

La llamada de Sheffield a Dewsbury sonó como música celestial en los oídos de los inspectores del super equipo. Ring había descubierto un martillo y un cuchillo. Boyle y el sargento se miraron asombrados sin pronunciar palabra. No se lo podían creer.

Durante toda esa noche de frenética actividad Sutcliffe durmió en su celda como un angelito.

El sargento inspector Peter Smith, el más veterano en el caso del Destripador, fue llamado para interrogar, junto con Boyle, al detenido. Entre tanto, en un cuarto vecino se interrogaba a su mujer, Sonia, y un grupo de inspectores registraba el pulcro hogar de los Sutcliffe en Garden Lane, Heaton.

Éxito a la vista

Durante toda la mañana discutieron de un montón de cosas con Sutcliffe, menos del Destripador. Entonces, en las primeras horas de la tarde del domingo, Boyle dejó de hablar de la Bonfire Night y mencionó el cuchillo y martillo encontrados en Sheffield. Sutcliffe, el testigo parlanchín, permaneció callado. Boyle lo intentó por lo suave: «Creo que está usted metido en un lío, un lío muy serio».

Boyle estaba sereno, intentando controlar su creciente nerviosismo. Sutcliffe, finalmente, habló: «Creo que están ustedes sobre la pista del Destripador de Yorkshire».

«¿Bueno, y qué es lo que hay del Destripador de Yorkshire?»

«Pues … », dijo Sutcliffe, « … que ése soy yo».

Admitió haber matado a once mujeres, pero negó estar involucrado en la muerte de Joan Harrison y en el asunto de la cinta «del minero».

Boyle no podía dar crédito a sus oídos. La investigación estaba cerrada. Pareció un alivio tan grande para el propio detenido como para la policía. «Cuando pienso en todas ellas me doy cuenta del monstruo que soy», confesó. No deseó que estuviera presente ningún abogado mientras recitaba la larga lista de muertes, ni mencionó una sola vez que la voz de Dios le hubiera encargado una misión divina.

Una venganza terrible

El siguiente día y medio Boyle y Smith le estuvieron tomando declaración. Les llevó 17 horas en total. Al preguntarle por qué había hecho lo que hizo, contestó que empezó a matar prostitutas después de que una de ellas le estafara al darle el cambio de un billete de 10 libras, en 1969. En esa época estaba enfermo de celos y buscó la compañía de una prostituta. Pero fue un fracaso. No sólo no hizo nada con ella, sino que además le engañó deliberadamente en el cambio «Me sentí estafado, humillado, molesto. Sentí odio hacia esa prostituta y hacia todas las de su clase».

Al terminar la maratoniana sesión de declaraciones, el detenido firmó e identificó el martillo y el cuchillo como suyos. Se le puso bajo custodia en en Leeds. La detención se hizo pública. Un ambiente de fiesta invadió todos los lugares en que había estado el Destripador de Yorkshire. Los inspectores de policía no podían disimular su satisfacción durante la conferencia de prensa organizada después de la confesión.

Dieciséis semanas más tarde fue juzgado en la sala primera de Old Bailey. Pero hay que decir que si se le llegó a juzgar fue gracias al magistrado Boreham.

Incluso antes de haber sido acusado, la Acusación de la Corona, el abogado de la defensa y el fiscal general Sir Michael Havers, habían llegado a un acuerdo: el acusado estaba mentalmente desequilibrado. Sufría esquizofrenia paranoide. Después de haber estado aterrorizando a las mujeres de North England durante cinco largos años, parecía que el Destripador se iba a librar por las buenas.

Pero el magistrado Boreham no quiso saber nada del asunto. Disimulando precariamente su irritación con los abogados, rechazó su sugerencia, ordenó la reanudación de las sesiones para dentro de cinco días y dejó bien claro que sería el jurado quien dictaminaría, en razón de las pruebas si Peter era un loco o un asesino.

Al reconocerse culpable de homicidio, estaba tranquilo y seguro. No vaciló prácticamente nunca mientras con su voz aguda y fuerte acento de Bradford recitó, con la ayuda de su abogado, todos los crímenes cometidos. Incluso llegó a reírse cuando contó su entrevista con el policía que tenía la foto de las huellas de sus botas. No se dio cuenta que las llevaba puestas.

Alucinaciones religiosas

El equipo encargado de la defensa había intentado persuadirle de que no hiciese ninguna declaración bajo juramento. El se negó. Desde que declaró ante la Policía, mantuvo la tesis de que estaba cumpliendo un encargo divino. Admitió que dos años después de 1969, cuando escuchó por primera vez la voz de Dios, había planeado el asesinato de una prostituta de la zona de Manningham, en Bradford. En su primer intento de «limpiar las calles» fue detenido y acusado de llevar instrumentos, su martillo, para atracar en las casas.

Para el jurado la cosa estaba clara: ¿estaba Sutcliffe mentalmente enfermo tal como pretendía la defensa o era un sádico sexual?

En la tarde del 22 de mayo, el acusado se puso de pie para oír el veredicto. Fue considerado culpable de 13 asesinatos y 7 intentos de asesinato. El magistrado Boreham le sentenció a cadena perpetua con la recomendación expresa de que cumpliera al menos 30 años.

Sutcliffe fue encarcelado en el ala hospitalaria de la prisión especial de seguridad de Parkhurst, en la Isla de Wight. Durante su estancia fue atacado por otro prisionero que le rajó la cara con una taza de café rota. Tres años más tarde, en marzo de 1984, el plan que urdió en Armiey se volvió realidad. Se le trasladó a Broadmoor, para ocupar una habitación en Somerset House, Ward One (establecimiento para enfermos mentales, sala 1). Su engaño, si lo fue, le ha ganado la partida. El estado mental del condenado s ha deteriorado hasta tal punto que a veces es totalmente incoherente.

El paso del tiempo ha servido para mitigar el horror de cuando el Destripador estaba en libertad. Pero la pregunta que atormentó a todos los que tuvieron que ver con el caso persiste: ¿Cómo fue capaz de confundir durante tiempo a la Policía?

Regateando sobre la acusación

Un regateo de este tipo tiene lugar cuando el defensor accede a la declaración de culpabilidad por un cargo de menor importancia a cambio de que la acusación no presente otros más serios. La acusación se beneficia porque se asegura que tendrán una sentencia condenatoria contra el acusado. Si se siguiese este juego hasta el final resultaría que habría que liberar en último término al defendido.

En el caso de Sutcliffe, el fiscal general, Sir Michael Havers, estaba dispuesto a no presentar cargos por asesinato si éste se declaraba culpable de homicidio. El asesino estaba representado por James Chadwin.

Si se le condena por asesinato, un acusado habrá de sufrir en todo caso la pena de encarcelamiento de por vida. Si el juez del proceso no hace ninguna recomendación especial sobre el tiempo mínimo que ha de cumplir, un condenado suele estar en la cárcel entre los ocho y diez años. Si Sutcliffe se hubiera declarado culpable de homicidio, también le podían haber condenado a cadena perpetua.

Asimismo, hubiese significado que los familiares de las víctimas se hubieran ahorrado tener que escuchar las horribles descripciones de los asaltos cometidos por él; de igual manera, se hubieran ahorrado mucho tiempo y dinero en el juicio. Pero el magistrado Boreham no accedió a que se negociara la pena y Sutcliffe fue juzgado por asesinato.

*****

Conclusiones

Peter Sutcliffe fue agredido por un recluso de la prisión de Parkhurst en enero de 1983. Tuvieron que darle 84 puntos en la cara. En marzo de 1984 se le trasladó a Broadmoor, un hospital penitenciario de máxima seguridad en Bershire. Allí recibe visitas regulares de su mujer, separada de él, y de un oficial de policía que perteneció al cuerpo de Yorkshire en los años del Destripador.

Sonia Sutcliffe está judicialmente separada de Peter. Su lucha contra la falsa imagen publicada en los medios de comunicación culminó en mayo de 1989 con una demanda por difamación de 600.000 libras contra la revista Private Eye.

Jane Sutcliffe está atormentada constantemente por pesadillas. Durante meses soñó que visitaba a su hermano en prisión para sacarle. “Está esposado a mí y me lo llevo a tomar café. Le ato al brazo metálico de la cama cuando me voy s dormir, y cuando despierto se viene conmigo de compras”.

El asalto sufrido por Anna Rogulskyj no fue considerado en un primer momento entre los realizados por el Destripador. Fueron necesarios dos años hasta que se admitió. Ha intentado suicidarse en varias ocasiones; las 15.000 libras de indemnización que obtuvo del Tribunal de Injurias Criminales y el tiempo no han conseguido devolverle la tranquilidad perdida.

La Sra. Doreen Hill, la madre de Jacqueline Hill, lecha denodadamente para impedir que se aproveche de un asesinato todo aquel que tenga tal pretensión. Su carta a la Reina produjo una sensación de “aversión”. También cree que la muerte de su hija, justo apunto de casarse, aceleró la muerte de su esposo, gravemente enfermo por aquella época. La Sra. Hill procura evitar leer periódicos y también ver las noticias de la televisión. Su juicio sobre el veredicto: “El simple encarcelamiento es demasiado poco para quien la mató así, de paso, sin darle importancia”.

Ronald Gregory, el jefe de la Policía de West Yorkshire, vendió su relato al Mail On Sunday. Se retiró del cuerpo en 1983.

George Oldfield, jefe de Policía adjunto, murió en 1985.

En 1983 el Consejo de Prensa publicó un informe sobre la conducta de ésta en el caso Sutcliffe. Establecieron que las quejas por practicar un periodismo sensacionalista se dirigieron contra cuatro periódicos especialmente. Durante el juicio, algunos testigos admitieron haber recibido pagos o promesas de pagos de algunos periódicos. Todos defendieron firmemente sus actuaciones, aunque el Consejo concluyó que los conocidos del Destripador fueron sometidos a una presión insoportable por la prensa.

*****

Fechas clave

  • 5-VII-75 – Asalto a Anna Rogulskyj, en Keighley.
  • 15-VIII-75 – Asalto a Olive Smelt, en Halifax.
  • 30-X-75 – Asesinato de Wilma McCann, en Leeds.

Una escocesa de 28 años que vivía con sus cuatro hijos en una casa municipal de Chapeltown. Fue asesinada a escasos 100 metros de su domicilio.

  • 20-I-76 – Asesinato de Emily Jackson, en Leeds.

De cara al exterior mantenía una vida respetable. Vivía con su marido, Sidney, y 3 hijos en Churchwell, al oeste de la ciudad de Leeds.

  • 9-V-76 – Asalto a Marcella Claxton, en Leeds.
  • X-76 – Sutcliffe empieza a trabajar con T.W.H.Clark.
  • 5-II-77 – Asesinato de Irene Richardson, en Leeds.

De 28 años de edad. Vivía en una destartalada pensión de Chapeltown. Sus dos hijas habían sido adoptadas por esta mujer un mes antes de su muerte.

  • 23-IV-77 – Asesinato de Patricia Atkinson, en Bradford.

Una divorciada de 32 años con 3 hijos que no compartían su piso de Bradford. Se trata de la única víctima que fue asesinada en su propia casa.

  • VI-77 – George Oldfield se encarga del caso del Destripador.
  • 26-VI-77 – Asesinato de Jayne MacDonald, en Leeds.

La más joven de las víctimas y la primera no prostituta. La joven dependienta se encontraba a escasa distancia de su casa.

  • 10-VII-77 – Asalto a Maureen Long, en Bradford.
  • 1-X-77 – Asesinato de Jean Jordan, en Manchester. Comienza la investigación del billete de 5 libras.

Escocesa, madre de dos hijos. Vivía con su amante en un piso de Hulme, Manchester.

  • 2-XI-77 – Primera entrevista con la Policía.
  • 8-XI-77 – Segunda entrevista con la Policía.
  • 14-XII-77 – Asalto a Marilyn Moore, en Leeds.
  • 21-I-78 – Asesinato de Yvonne Pearson, en Bradford.

22 años. Vivía con sus dos hermanas en Heaton, Bradford. Su cuerpo no fue descubierto hasta dos meses después de producirse el asesinato.

  • 31-I-78 – Asesinato de Helen Rytka, en Huddersfield.

Una de las dos gemelas nacidas de madre italiana y padre jamaicano. Las dos hermanas de 18 años habían pasado la gran mayoría de su vida en asilos.

  • 16-V-78 – Asesinato de Vera Millward, en Manchester.

De origen español, madre de siete hijos. Fue asesinada en los terrenos de la Enfermería Real, en Manchester. Era de aspecto frágil y de baja estatura.

  • 13-VIII-78 – Tercera entrevista con la Policía.
  • 23-VIII-78 – Cuarta entrevista con la Policía.
  • 4-IV-79 – Asesinato de Josephine Whitaker, Halifax.

Recepcionista de una constructora. Vivía con sus padres y hermanos. De 19 años, fue asesinada en el respetable Savile Park, Halifax.

  • 16-IV-79 – Entra en la investigación la carta del Destripador.
  • 26-VI-79 – Se filtra la cinta, con acento minero, a la prensa.
  • VII-79 – Ataque de corazón de George Oldfield.
  • 29-VII-79 – Quinta entrevista con la Policía.
  • 2-IX-79 -Asesinato de Barbara Leach, Bradford.

Estudiante de segundo curso de Ciencias Sociales en la Universidad de Bradford. Barbara, 20 años, fue asesinada durante un paseo por la noche.

  • 23-X-79 – Sexta entrevista con la Policía.
  • 13-I-80 – Séptima entrevista con la Policía.
  • 20-I-80 – Octava entrevista con la Policía.
  • 2-II-80 – Novena entrevista con la Policía.
  • 8-VIII-80 – Asesinato de Marguerite Walls, Farsley.

Funcionaria de 47 años. Hizo horas extraordinarias en su oficina, en Pudsey. Fue asesinada brutalmente al volver a casa.

  • 24-IX-80 – Asalto a la doctora Upadhya Bandara, en Leeds.
  • 5-XI-80 – Asalto a Theresa Sykes en Huddersfield.
  • 17-XI-80 – Asesinato de Jacqueline Hill, en Leeds.

La segunda estudiante asesinada. Ocurrió cuando Jacqueline, 20 años, volvía a la residencia de estudiantes de la Universidad de Leeds.

  • 2-I-81 – Sutcliffe arrestado en Sheffield.
  • 4-I-81 – Sutcliffe confiesa.
  • 5-V-81 – Juicio en Old Bailey, Londres.
  • 22-V-81 – Sutcliffe es condenado por los asesinatos de 13 mujeres.
  • 10-I-83 – El criminal es atacado en el hospital de Parkhurst, isla de Wight.
  • III-84 – Sutcliffe es trasladado al hospital penitenciario de alta seguridad de Broadmoor, en Berks.

 


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