
La matanza de Chantada
- Clasificación: Asesino en masa
- Características: Pensaba que sus vecinos querían apropiarse de sus tierras
- Número de víctimas: 7
- Fecha del crimen: 8 de marzo de 1989
- Fecha de nacimiento: 1924
- Perfil de la víctima: Avelina Moure Soengas, de 67 años / Emilio Ramos Blanco, de 66 / José Lago García, de 59 / Celsa Sanmartín Ledo, de 63 / Aurora Sanmartín Ledo / Maximino Saa Sánchez, de 72 / Amadora Vázquez Pereira, de 43
- Método del crimen: Arma blanca
- Lugar: Chantada, Lugo, España
- Estado: Murió el mismo día calcinado en su casa que él había incendiado
Índice
Paulino Fernández – La matanza de Chantada
Última actualización: 20 de febrero de 2016
Paulino Fernández Vázquez, labrador de 64 años y casado, era vecino de aldea de Sorribas, perteneciente al municipio de Chantada, Lugo. El 8 de marzo de 1989 salió de su casa armado con un hacha y un cuchillo, con los que atacó a los vecinos que encontró a su paso.
Primero asaltó a un vecino, que resultó herido. Después se dirigió al municipio de Taboada matando a siete personas e hiriendo a otras tantas. Horas después volvió a su casa y le prendió fuego. Su esposa, inválida, pudo ser rescatada. La Guardia Civil encontró el cuerpo carbonizado del homicida en su habitación.
Paulino confesó a algunos allegados que tenía miedo de que le quitaran sus tierras y que sufría fuertes dolores de cabeza.
Víctimas
- Avelina Moure Soengas, de 67 años.
- Emilio Ramos Blanco, de 66 años.
- José Lago García, de 59 años.
- Celsa Sanmartín Ledo, de 63 años.
- Aurora Sanmartín Ledo
- Maximino Saa Sánchez, de 72 años.
- Amadora Vázquez Pereira, de 43 años.
Séxtuple crimen en Chantada
Carlos Fernández
El paso del tiempo, con todos sus avances tecnológicos, físicos, políticos y sociales no ha modificado en Galicia el móvil del crimen rural: ocupación de fincas, derecho de paso, tala y robo de árboles, aguas de riego, vacas que pastan en parcela ajena. A ello hay que unir los odios heredados, con las inevitables rencillas familiares, alimentadas por historias orales, la mayor parte de ellas tergiversadas; los celos, las envidias por la prosperidad o el simple bienestar ajeno…
No habían pasado seis años del famoso crimen múltiple de «O Garabelo» en el que Marcelino Ares liquidó a cuatro vecinos por la posesión de unos árboles en tierras de Gomesende; o dos años de que en la parroquia de Saviñao, Javier López Andrade matase a su esposa y a la suegra, cuando las tierras de Lugo iban a ser marco de otro nuevo crimen que estremecería a Galicia y a España entera. Seis vecinos, seis, de Adá (Chantada) y Mato (Taboada) iban a ser muertos en el mismo día, y otro que fallecería después, además de otros seis heridos graves, por Paulino Fernández Vázquez.
Esta es la pequeña historia de una gran matanza y de su protagonista «el Paulino» Paulino Fernández Vázquez, de 64 años de edad, documento nacional de identidad 34.172.801, casado hace treinta años con Sofía Ríos, doce años mayor que él, sin hijos de su matrimonio, vecino de Surribas, aldea del ayuntamiento de Chantada (Lugo), pasaba entre sus vecinos por ser un hombre normal, una buena persona.
Tenía sus manías, más bien pequeñas, como la mayoría de los seres humanos. También tenía mala suerte, sobre todo con su familia, pues cinco hermanos de él habían muerto en circunstancias anómalas. Los Fernández Vázquez eran nueve hermanos.
La primera víctima fue un hermano de corta edad que murió hace unos sesenta años al ser picado por una víbora. El segundo fallecido fue Serafín, muerto en la guerra civil en el frente de Zaragoza. Años más tarde se produjo la muerte de Julio, que cumplía el servicio militar en Artillería en un regimiento de Astorga.
El 20 de diciembre de 1965, Javier perecía al sufrir un accidente con un tractor en tierras de Taboada y el 9 de marzo de 1984 fallecía el quinto hermano, Eladio, también como consecuencia de un accidente de tractor. En vista de lo susodicho, Paulino, no sin razón, debió de pensar: «Ahora me toca a mí».
Para los vecinos de Surribas y Queizán, Paulino era un hombre «muy suyo», poco dado a la conversación, pero enemigo de crear problemas a sus vecinos con los que colaboraba en todo lo que hiciera falta.
Paulino tenía catorce vacas y recientemente había adquirido un tractor por el que pagó unos tres millones de pesetas. Asimismo, pensaba sacar el carnet de conducir.
Los vecinos ignoraban que Paulino había sido tratado por un psiquiatra orensano antes de que en diciembre de 1971 acudiese a la consulta de Eloy Montes, uno de los médicos de Chantada. El doctor Montes, internista, le había diagnosticado un síndrome depresivo con un reflejo patológico que le afectaba al estómago y al hígado.
Hace tres años, Paulino había vuelto a la consulta del doctor Montes con el diagnóstico del doctor Villanueva, de Santiago, que coincidía básicamente con el de Montes, aunque él encontraba un reflejo orgánico de la enfermedad de índole reumática.
La última comparecencia de Paulino ante el doctor Montes se había producido a mediados de diciembre de 1988, fecha en que inició un nuevo tratamiento «suave» que, al parecer, no completó, puesto que no volvió más a su consulta.
Paulino tenía el problema de Sofía, su mujer, doce años mayor que él. Sofía estaba prácticamente ciega, sorda e imposibilitada al haber sufrido la rotura de una cadera.
La obsesión
Pero el principal problema de Paulino, que se convertiría en obsesión, era el de sus tierras: alguien indeterminado se las quería quitar. Le preocupaban en especial unas que, según su abogado, había adquirido hace unos años a unos vecinos que estaban en Argentina y cuya documentación poseía en regla.
Sin embargo, y siguiendo la táctica usual de los paisanos, no las había inscrito a su nombre en el registro, pensando en que tendría que pagar bastante dinero. Por ello, los recibos de la contribución seguían viniendo a nombre de los anteriores propietarios. El abogado Sergio Vázquez, que es también alcalde de Chantada, ya le había tenido que tranquilizar varias veces. «Paulino, las tierras son tuyas», le dijo. Y así se llega al 8 de marzo de 1989.
En la mañana de dicho día Paulino se había trasladado a Chantada para hablar, una vez más, con su abogado Sergio Vázquez de la posesión de sus parcelas. Vázquez se encontró con Paulino en una de las calles de la villa y pronto observó en él que estaba más alterado que de costumbre.
Quizás fue por eso por lo que le tranquilizó con más énfasis que otras veces.
Paulino volvió a Surribas en donde comió con su mujer y su hermano Marcelino. El tema de la conversación siguió siendo el de las tierras que «le querían quitar». No obstante sus nervios, comió bien las chuletas de ternera que preparó su mujer.
Al terminar la comida, Sofía y su cuñado Marcelino se fueron a ver a unos amigos, dejando sólo a Paulino, quien se cambió de ropa para ir a sacar el ganado a los prados.
Es entonces cuando le da «el pronto» y comienza la matanza.
Provisto de un cuchillo para matar cerdos, sale de su casa y se encuentra con su amigo y convecino José Gamallo Ramos, que estaba partiendo leña. Le pregunta qué hace un grupo de gente congregada un poco más arriba, a lo que le contesta José que iban a subir a un autocar para asistir a un entierro en la parroquia de Muradelle. Acto seguido, Paulino asesta a su amigo varias cuchilladas, tras decirle: «¿Así que tú quieres echarme fuera de mi casa?».
José Gamallo, 36 años y de complexión robusta, pudo contar afortunadamente lo sucedido.
-Cuando me clavó el cuchillo en la barriga me abalancé sobre él y lo tiré al suelo, pero cuando le tenía abajo me dio otra cuchillada, me desenganché, eché a correr, él detrás, persiguiéndome, yo iba desangrándome y pedí auxilio a la gente que había a unos doscientos metros de allí y vinieron a socorrerme. Él volvió a su casa y a mí me llevaron al médico de Chantada en un coche. La verdad es que yo al Paulino no le había notado nada raro y me llevaba muy bien con él.
Tras ser trasladado Gamallo a Chantada, los vecinos que iban a ir al entierro en Muradelle y que estaban esperando metros arriba se metieron al autocar sin prestar mucha importancia a la agresión, pues creyeron que era algo personal entre los dos vecinos, aunque les creían amigos.
Paulino, tras este primer enfrentamiento, vuelve a su casa y reúne a las vacas, sacándolas a continuación a pastar a una finca de su propiedad próxima al lugar de Quinzán.
Poco después, se encontró en la finca de «A Lamela» con José Lago García, de 59 años, vecino de Surribas; su esposa Celsa Sanmartín Ledo, de 63 años; una hermana de ésta, Aurora, de 67 años, vecina de Villagarcía de Arosa y de paso en el pueblo, y con el propietario de la finca, Maximino Amador Saa, de 72 años, jubilado y cuñado de los anteriores.
Las hoces que tenían algunos de estos cuatro vecinos para cortar el forraje para el ganado no fue impedimento para que el furibundo Paulino arremetiese con un cuchillo contra todos los presentes y con agilidad felina les diese muerte a tres de ellos. La cuarta víctima, Celsa, pudo andar maltrecha unos metros en dirección a Quinzán de Carballo para pedir ayuda, pero acabó muriendo en medio del camino.
Otro vecino, Javier Rogelio Cuñarro Argiz, de 57 años, que pasaba por el lugar con su tractor, quiso dar la alerta pero Paulino le infirió varias puñaladas, que determinarían su ingreso en un centro hospitalario de Lugo.
En su marcha desenfrenada, Paulino se dirige a Surribas, encontrándose en una corredoira y en lugar próximo a las casas con Avelina Moure, de 67 años, casada y vecina de Quinzán, quien también quiso advertir a los vecinos de lo que ocurría, y a Emilio Ramos Blanco, de 76 años, vecino de Surribas. A ambos los acuchilló con la misma rapidez que a los anteriores. Eran la quinta y sexta víctima mortales.
Al ser dada la voz de alarma de la locura del Paulino, varios vecinos trataron de desarmar a éste y en el enfrentamiento resultaron cinco nuevos heridos, algunos de gravedad. Se trataba de Amadora Vázquez Pereira, de 43 años, vecina de Surribas; Francisco Quintana Sáa, de 20 años; Raúl López Varela, de 50 años; Manuel Fernández Moure, de 64 años, y Milagros Sáa Otero, de 43 años.
Incendio y suicidio
Según parece, Paulino fue desarmado por Milagros Sáa en el domicilio de ésta, donde consiguió arrebatarle el cuchillo. De todas formas, el homicida usó también un hacha con la que agredió a Manuel Fernández y a Raúl López, causándole a este último un traumatismo craneal de carácter gravísimo por lo que tuvo que ser trasladado a la residencia «Juan Canalejo» de La Coruña.
Tras haber cometido la matanza y ser desarmado, Paulino, cual fiera acorralada, vuelve a su madriguera, esto es, a su casa, en donde no había nadie, pues su esposa Sofía seguía en Chantada.
Allí, tras prender fuego a la vivienda, rociándola con el gasóleo que empleaba en el tractor, se encerró en su dormitorio, esperando a que el fuego llegase a la cama, en la que se postró aguardando con frialdad a que el fuego llegase al lecho. Se cree que posteriormente se precipitó a la cuadra situada en la planta baja del edificio al producirse los primeros derrumbes como consecuencia de las llamas.
El edificio, al que los vecinos llamaban «la casa de Agosto», ardió en su totalidad, además del tractor que acababa de comprar, junto con los aperos de labranza. Sólo quedaron en pie las paredes, que a última hora de la tarde amenazaban con derrumbarse. El cadáver calcinado de Paulino apareció en la cuadra.
Algunos vecinos, entretenidos en sus quehaceres, no tuvieron conocimiento de la masacre hasta que oyeron una fuerte explosión, que identificaron después con la del depósito del tractor. Al salir, vieron la casa del Paulino ardiendo por los cuatro costados, saliendo posteriormente a enterarse de lo ocurrido. Quedaba como mudo superviviente de la catástrofe el perro de Paulino, un mastín color canela, que paseó con tristeza por los alrededores de la casa creyendo que su amo iba a salir en cualquier momento.
Escenas de dolor
Las escenas de dolor que protagonizan los familiares de las víctimas son terribles. Una de las más impresionantes es la protagonizada por José López Moure, de 32 años, vecino de Surribas. Este joven se había ausentado del lugar de los hechos para trasladar al hospital, en un coche, al primer herido, José Gamallo, sobrino de una de las víctimas mortales.
Cuando regresó al lugar de los hechos, bajó rápidamente del coche y empezó a preguntar cómo se hallaba su familia, interesándose especialmente por su madre, Avelina Moure. Para tranquilizarle, en un primer momento, le dijeron que estaban todos bien. Fue precisamente Marcelino, el hermano del homicida, el que le dijo: «Sí, algo pasou».
El joven, preso de gran excitación, se dirige al lugar en donde estaba el cadáver de su madre. Cuando llega allí, algunos vecinos lo intentan sujetar para que no se echara encima del cuerpo de aquella, tapado con una manta. El muchacho, presa de grandes convulsiones, estaba fuera de sí. Sólo sabía decir: «Miña nai, miña nai».
La distribución de los cadáveres hace difícil establecer una película certera del desarrollo de los hechos. Mucha gente no se explicaba cómo las cuatro personas que estaban en la finca «A Lamela» no hicieron frente al Paulino, máxime cuando disponían de hoces. Otra de las preguntas es por qué José Lago no redujo al homicida. «O Pepe Lago -dicen- si colle a Paulino o esfola. Non era home para él. Colleuno á falsa».
Pepe Lago y su esposa estaban en una finca cedida por Máximo Amador Sáa, que estaba jubilado. El Máximo tenía tres hijas ya casadas que vivían en Barcelona, Vigo y Venezuela. Su casa era conocida como «a do cuartel» por haber alojado durante algún tiempo a la Guardia Civil. Pepe Lago, conocido corno «O Lamelas» y Aurora Sanmartín, dejan dos hijos, que residían en Lugo y Suiza.
La viuda del Paulino
No menos desolada que los familiares de las víctimas está la viuda del múltiple homicida, Sofía Ríos. La pobre mujer, tullida, casi ciega y sorda sólo puede decir, en medio del llanto: «En son inocente. Que nadie vexa en mín culpabilidade algunha».
Sofía recuerda como hace ya más de treinta años conoció a Paulino en la fiesta de la Asunción, que se celebraba en Gordón, parroquia de San Vicente. Recuerda, también, la desconsolada viuda que el día del crimen Paulino regresó a las dos de la tarde de Chantada con su hermano Marcelino. Dejaron sobre la mesa de la cocina carne de ternera y varias costilletas ya cortadas. Sofía, tras dejar parte de la carne en la nevera, le preparó las chuletas con unas patatas.
Durante la comida no advirtió nada extraño en él. Después de comer, y en contra de lo que se creía, Sofía se quedó en casa con su cuñado, mientras Paulino salió. La primera noticia de la matanza la tuvo por aquél cuando entró en casa diciendo «¡Ay Sofía, o que está facendo o meu irmán!». Es cuando Sofía se va con su cuñado a Chantada en un coche para avisar a la Guardia Civil. Al regresar a Quinzán, sólo le dio tiempo de ver su casa ardiendo por los cuatro costados.
Recuerda, asimismo, Sofía que de pequeño Paulino tuvo un arrebato de locura, que no volvió a repetirle. Dice que era muy trabajador, que muchas veces se pasaba la noche trabajando la tierra. Era -añade- «un home caladiño, pero bó» que no tenía enemigos. Tampoco era bebedor ni se le conocía vicio alguno. Sí tenía alguna manía y Sofía recuerda una de ellas: sobre la mesita de noche tenía muchas imágenes de santos. «Cada vez que aparecía algún papel encima delas -recuerda- non lle gustaba nada».
«El espectro de Paulino lleva cuchillo», escribiría José Hermida en El País, Sofía llora y llora desconsolada por la ruina que se le ha venido encima.
Miles de personas de toda la comarca asisten el viernes 10 de marzo al entierro de las víctimas. En el cementerio de Adá reciben sepultura los cadáveres de José Lago, Celsa Sanmartín, Aurora Sanmartín, Emilio Ramos y Avelina Moure.
Ante un improvisado altar al aire libre, el obispo de la diócesis, José Gómez, oficia una misa y pronuncia una homilía en la que manifiesta su profunda tristeza ante los hechos. Un familiar de una de las víctimas sufre un desmayo. Al término de este sepelio colectivo tiene lugar el enterramiento de Maximino Sáa, en Queizán do Carballo.
Horas antes, tras efectuársele la autopsia, acompañado sólo por dos cuñados y un grupo de periodistas, tuvo lugar en Adá el entierro de Paulino. El acto tuvo dificultades, incluso físicas, ya que era más ancho el ataúd que la entrada del nicho por lo que hubo que estrechar la caja a hachazo limpio. Tras sacarle astillas y tras no pocos esfuerzos por parte de los empleados de la funeraria, se logró introducir el ataúd.
La séptima víctima
De los heridos causados por Paulino ingresados en diversos centros sanitarios, el más grave fue Amadora Vázquez Pereira. Según un parte facilitado el jueves en Monforte -luego sería trasladada a Lugo-, la señora presentaba rotura esplénica-hepática pulmonar, gástrica y yeyunal. Asimismo le fue practicada una gastrectomía total, esplenectomía, resección intestinal amplia, sutura pulmonar, hepática y diafragmática. Durante la operación a que fue sometida presentaba un shock hipovolémico y traumático y fue necesaria la reposición de gran cantidad de líquido.
Amadora Vázquez fallecería días después en el Hospital de Lugo, convirtiéndose en la séptima víctima mortal de Paulino. Los otros heridos evolucionarían favorablemente.
Los periódicos y revistas gallegas y nacionales dedican grandes espacios a la información de la matanza de Chantada. Surgen, asimismo, las opiniones más diversas sobre el hecho. El médico forense ferrolano, Jaime Quintanilla, experto en suicidios -sobre ellos ha escrito un voluminoso trabajo-, comenta en La Voz de Galicia que en estas ocasiones la víctima primera es la «buscada» por el asesino y las demás caen víctimas de un «calentamiento» de aquel, de un «imparable frenesí homicida». Sin embargo, no parece ser este el caso del Paulino. Respecto al arma homicida, señala Quintanilla:
«Cuando alguien decide matar, mata con lo que tiene más a mano y en una casa rural lo que hay a mano son hoces, hachas, cuchillos, «forcas» y similares».
El profesor, de origen gallego, Mandianes Castro, investigador en el CSIC en Barcelona, dijo en el curso de una conferencia pronunciada en el III Curso de Antropología Social celebrado en Orense durante los días de la matanza de Chantada:
«Los errores políticos y las continuas transformaciones ecológicas y sociales no explican en particular casos como el asesinato múltiple de Chantada, la conflictividad en Cangas o los continuos actos de violencia que por mar y tierra se registran en Galicia. No se pueden explicar estos casos individuales, pero sí tenerlo en cuenta para solucionarlos y no deshacer la mentalidad de las gentes porque quedan en vacío y no se tienen donde agarrar».
Añadiendo:
«La matanza de Chantada no fue justificada por los vecinos del lugar, pero puestos en las mismas circunstancias del homicida igual hubieran actuado de la misma manera, pues «un mal momento lo puede tener cualquiera»».
El psiquiatra Manuel Siotta, exdirector del Psiquiátrico de Toén, manifestará a El Progreso de Lugo: «Se trata de un estallido de violencia que parece tener un motivo que no es otro que la invasión del propio territorio. El drama de vivir en una comunidad pequeña es la defensa de la intimidad; algo muy difícil en un pueblo de Galicia. En la paranoia, tu intimidad se ve amenazada y crees que los demás te persiguen. Yo soy lo que tengo y mis propiedades y si alguien intenta rebasar los límites de éstas, atenta contra la identidad y antes de que le aniquilen, los aniquila. Así funciona la mente del paranoico».
José R. Vilamor, en un artículo titulado «Galicia, la sombra del cuchillo», publicado en el diario Ya, dice: «Al margen de connotaciones específicas de estos sucesos, sería muy difícil de entender ciertas conductas desviadas y extraños comportamientos si no se conoce la sociología y la psicología de las gentes del mundo rural gallego. Para algunos criminólogos hasta es probable que la matanza de Chantada sea «típicamente» gallega. Conviene aclarar que se trata de reductos aislados, pero son brotes de usos y costumbres que embargaron a ese mundo hasta hace un cuarto de siglo».
Tras hablar del papel relevante del hábitat en las conductas de los gallegos, añade Vilamor: «Creencias, herencias, casamientos entre consanguíneos, clima y cultura configuran a los hombres y mujeres de estas tierras, donde todavía el curandero es el mejor médico; el aficionado, el mejor veterinario; la bruja, la mejor consejera y extraños ritos, los mejores rezos».
Tópicos
Más tópico es el enviado especial de la revista Interviú, para quien el culpable no es Paulino sino «la puñetera tierra». «Se cuenta que Paulino es culpable -dice-. Mentira cochina: ha sido la tierra venerada, la tierra arada, la tierra acariciada, la puñetera de la Galicia rural. Y los perros sin amo, a la deriva y ladrándole a la luna igual que lobos».
Finalmente, Xosé Hermida, que titula su crónica en el diario El País: «El espectro de Paulino lleva cuchillo», escribe, tras decir que en Sórribas sólo queda estupefacción y un terror casi atávico: «¿Por qué ocurrió esto? se preguntan todos. «Lo que no pasa en mil años pasa en un día», contesta un hombre en una conversación en la taberna».
El cómo sucedió la matanza de Chantada ya lo hemos explicado en esta pequeña historia. La cuestión estriba ahora en saber el porqué. ¿Por qué sobre todo en el medio rural? ¿Por qué en Lugo más que en las restantes provincias gallegas? ¿Por qué el Paulino en contra de las tesis del doctor Quintanilla, se suicida después de matar? ¿Por qué -como decíamos al principio- el paso del tiempo, con todos sus avances tecnológicos, físicos, políticos y sociales, no ha modificado los móviles del crimen rural?
Algo habrá que hacer para que Galicia no siga dando ese espectáculo de tierra de odios y enfrentamientos que se asemeja más a la Sicilia italiana que a esa «Suiza española» de la que habló la escritora Aneatte Meakin en un viaje famoso a nuestra tierra allá por los comienzos de este siglo.
Un vecino de Lugo mata a 7 personas antes de suicidarse
Xosé Hermida – El País
9 de marzo de 1989
El labrador Paulino Fernández Vázquez, de 64 años, vecino del municipio de Chantada (Lugo), asesinó ayer a siete personas e hirió a otras siete antes de perecer calcinado en su propia vivienda que él había incendiado. De los siete heridos, tres se encuentran en estado muy grave y uno fue dado de alta a última hora anoche. Se desconocen los móviles que empujaron a Paulino Fernández a atacar a todas las personas que le salieron al paso con un cuchillo de grandes dimensiones, como los que habitualmente se utilizan en las matanzas de cerdos.
Paulino Fernández, casado sin hijos, almorzó ayer con su hermano sin mostrar ningún síntoma de anormalidad. Por causas que se desconocen a las 15.30 horas salió de su casa y sin mediar motivo aparente atacó a un convecino con un cuchillo de matanza, en la aldea de Ada Surribas, en la únicamente residen cuatro familias. Posteriormente se dirigió a pie a los lugares Queizán Davila y Queizán de Carballo, distantes de su domicilio unos dos kilómetros, y siguió acuchillando a todo aquel que encontró en el camino, informa Ana Peón.
Horas antes, por la mañana, había acudido al ayuntamiento donde consiguió entrevistarse personalmente con el alcalde, Sergio Vázquez Yebra. Según relató Vázquez Yebra, Paulino se mostraba muy nervioso e insistía en que le fuese reconocida su propiedad sobre varias fincas heredadas que él temía que le fuesen arrebatadas por algunos de sus convecinos. El alcalde señaló que ya hace 15 días había matenido una conversación similar con el agresor.
El resultado fue siete muertos, algunos de ellos familiares suyos, y otros siete heridos, tres de ellos graves. Los fallecidos son Avelina Moues [Moure] Soengas, de 67 años; Emilio Ramos Blanco, de 66; José Lago García, su esposa Claudia Sanmartín Ledo, la hermana de ésta, Aurora, y Maximino Saa Sánchez. En el hospital de Monforte de Lemos está ingresado en estado muy grave Amador [Amadora] Vázquez Pereira, de 43 años, y en estado menos grave Manuel Fernández Moure, de 64, y Francisco Quintana, de 20.
La madre de éste último, Milagros Saa, de 43, fue dada de alta a última hora de ayer. En el hospital de Monforte fue atendido también Raúl López Vázquez, que posteriormente fue trasladado al hospital Juan Canalejo de La Coruña en estado muy grave con un traumatismo cranoencefálico.
También en estado de extrema gravedad se encuentra José Gamallo Ramos, de 36 años, propietario de un conocido restaurante en Chantada e ingresado en la residencia sanitaria de Orense. Javier Cuñarro Arjiz, de 57 años, permanece ingresado en el hospital de Lugo, en estado menos grave.
Pánico en la comarca
El cadáver de Paulino Fernández fue encontrado a media tarde en su domicilio, completamente irreconocible, al quedar carbonizado después de que el autor de la matanza incendiase la vivienda. Mientras no se comprobó que el cadáver encontrado era el Paulino Fernández, en toda la comarca próxima al lugar de los hechos se vivieron situaciones de auténtico pánico. En el centro de la localidad de Chantada, a 18 kilómetros del lugar de los hechos, los habitantes se encerraron en sus casas. Según declaraciones de los vecinos, algunas madres salieron desesperadas de sus domicilios para buscar a sus hijos ante el temor de que el asesino continuase aún suelto.
De las declaraciones de sus convecinos se desprende que el autor de la matanza se mostraba últimamente nervioso tras recibir algunos terrenos en herencia de familiares de Latinoamérica. De hecho algunos testigos afirman que Paulíno pudo haber protagonizado una riña con algunos convecinos por un problema de riego de tierras.
Javier Cuñarro Argiz, de 57 años, que está ingresado en el hospital Xeral de Lugo, declaró que encontró al agresor por la calle completamente ensangrentado y que sin más se avalanzó [abalanzó] sobre él con el cuchillo advirtiéndole «tú también te vas a ir». Javier Cuñarro también narró que la esposa de Paulino Fernández, que está casi ciega, consiguió huir de su domicilio en compañía del hermano del homicida y avisó a la Guardia Civil de Chantada.
El espectro de Paulino lleva cuchillo
Xosé Hermida – El País
10 de marzo de 1989
Algunos vecinos de la aldea de Sorribas, en el municipio de Chantada (Lugo), no creen aún que Paulino Fernández Vázquez esté muerto. Horas después de que el labrador enajenado asesinase a seis de sus convecinos e hiriese a otros siete antes de suicidarse, un hombre todavía caminaba por el lugar portando al hombro una escopeta.
La inexplicable matanza del pasado martes les ha sobrecogido de tal forma que parecen temer que el espectro de Paulino pueda surgir en cualquier momento de entre las cenizas de su casa incendiada.
Nadie, ni siquiera sus familiares, encuentran una explicación racional de los motivos que empujaron a Paulino Fernández, de 64 años, casado con una mujer 11 años mayor que él medio ciega e inválida, a acuchillar a todos los vecinos que encontró a su paso.
En contra de lo que se dijo en un principio, Paulino no discutió con nadie. Se limitó a salir de su casa con un cuchillo de grandes dimensiones, de los utilizados en la matanza del cerdo, y atacar a todo el que vio.
El único motivo que podría explicar la conducta de Paulino -un hombre reservado, pero de carácter aparentemente normal- es la obsesión que mostraba últimamente por sus propiedades.
El labrador, muy tacaño según algunos de sus vecinos, había comprado recientemente varias fincas a unos familiares emigrantes en Brasil. Esta compra le sumió en un notorio nerviosismo que le hizo confesar a varios de sus allegados un extraño temor porque los vecinos le arrebatasen las tierras.
Los temores le llevaron incluso a pedir consulta legal y en un momento llegó a advertir a un familiar: «Me encuento muy mal, creo que me voy a morir». Otros aseguran también que les había dicho que tenía unos fuertes dolores de cabeza.
En la mañana del martes, Paulino viajó desde Sorribas hasta Chantada, localidad de poco más de 11.000 habitantes. Al mediodía, volvió a la aldea. Entonces parecía ya calmado. Almorzó con su esposa y su hermano Marcelino, que lo encontró «normal, un poco raro, pero es que siempre estaba así».
Lo que pasó por la cabeza de Paulino al acabar la comida nunca lo sabrá nadie. Eran aproximadamente las 15.30 cuando salió de casa escondiendo el arma. Apenas una hora después había acuchillado a los 13 vecinos con que se cruzó, seis de los cuales murieron. Después incendió su casa y pereció abrasado entre las llamas.
«O Paulino matoume»
Las versiones de cómo sucedieron los hechos son todavía muy confusas. Se sabe que el primer agredido fue Jesús Gamallo, que logró salir con vida y acudir con la ayuda de un vecino junto a su esposa, a la que dijo: «O Paulino matoume». La mujer avisó a la Guardia Civil.
También supieron de los hechos unos vecinos que esperaban un autobús a pocos metros de la vivienda de Paulino Fernández, pero por los relatos posteriores parece que no le concedieron demasiada importancia a lo que consideraban una reyerta.
El hombre volvió a casa, sacó sus vacas a pastar y volvió a empuñar el cuchillo. Agredió a todo aquel que se le puso por delante aprovechándose de la sorpresa que su reacción produjo entre los vecinos. Fue capaz incluso de atacar a hombres armados con machetes.
De las versiones de los vecinos resulta muy difícil reconstruir cómo se sucedieron los crímenes. Se sabe que mató a tres miembros de una misma familia, un matrimonio y la hermana de la mujer, vecinos de la casa de enfrente y que se encontraban trabajando en una finca. Además del cuchillo, se supone que utilizó también un hacha para cometer los crímenes, ya que alguno de los agredidos forcejeó con él y logró arrebatarle el arma.
Entre las continuas agresiones, su hermano Marcelino se enteró de lo que sucedía y logró sacar a la esposa de Paulino de su casa ante el temor de que fuese atacada. En algún momento Paulino prendió fuego a la vivienda.
Ésto alertó a un vecino, Javier Cuñarro, que tras encontrar dos cadáveres por el camino llegó a la casa, entró en la cocina y encontró al homicida ensangrentado. Según relató posteriormente, Paulino se abalanzó sobre él y le dijo: «Tú qué vienes a hacer aquí, tú también te vas». Tras un forcejeo en el que resultó herido, Javier logró escapar.
Fue entonces cuando Paulino decidió poner fin a los acuchillamientos. Con la casa ardiendo, subió al dormitorio, se tendió en la cama y esperó la muerte.
El cadáver fue reconocido por su hermano a media tarde, pero todavía 24 horas después hay quien se resiste a creer en su muerte tras los momentos de pánico vividos. En Sorribas, al lado de la casa calcinada, los vecinos se agrupan en los distintos velatorios.
No hay escenas de histerismo, ni tampoco aparentes muestras de dolor ni siquiera en el rostro de Vicente Varela y su hijo, de unos diez años, que relatan tranquilamente lo ocurrido mientras su esposa se encuentra al borde de la muerte en el hospital de Monforte. Lo único que parece existir es estupefacción y un temor casi atávico.
Todo el mundo camina en grupo. Van y vienen por los caminos y algunos se paran por iniciativa propia a hablar con los periodistas. En el teléfono público del lugar se agolpan las gentes para contar lo sucedido a sus familiares de Barcelona, Suiza o Venezuela.
«¿Por qué ocurrió esto?», se preguntan todos. «Lo que no pasa en mil años, pasa en un día», contesta un hombre en una conversación en la taberna.
Huraño y solitario
Nadie dio importancia a la preocupación de Paulino Fernández, el presunto autor de la matanza, por sus tierras de labor. Paulino siempre había sido un hombre un tanto huraño y solitario, pero en absoluto agresivo. Nunca había mantenido ningún enfrentamiento con sus vecinos, quienes, aunque no trataban excesivamente con él, le respetaban.
Sergio Vázquez Yebra, alcalde de Chantada -una villa de la provincia de Lugo colindante con Orense y Pontevedra-, que se encargaba de sus asuntos legales, le define como un «hombre pacífico, una buena persona». Curiosamente, sólo su hermano Marcelino, que comió con él apenas una hora antes de la matanza, afirma que «siempre fue raro, nunca razonó bien».
El alcalde fue también una de las últimas personas que habló con Paulino antes de la matanza. En la mañana del martes, el asesino se desplazó desde su domicilio de Sorribas hasta Chantada, la capital del municipio.
Alrededor de las once abordó al abogado cuando éste se dirigía a su despacho. «En ese momento sí que me di cuenta de que el que hablaba conmigo no era el Paulino de siempre», manifiesta Sergio Vázquez. «Estaba muy nervioso, como depresivo y a punto de llorar. Ya me había visitado hace unos 15 días para hablarme de sus tierras y ahora le urgía que las pusiese a su nombre en el catastro. Yo traté de tranquilizarle, le expliqué que todos los papeles estaban en regla y no tenía por qué temer que nadie le robase la propiedad de las fincas».
El crimen de Chantada
Pimpfiadas.blogspot.com
24 de marzo de 2013
Como una pesadilla se recuerda en Galicia un suceso que ocurrió el 8 de un mes de marzo, como en el que estamos ahora, pero en el año 1989, unos acontecimientos espeluznantes en una masacre tan excepcional que si no fuera porque los fallecidos tienen nombre, bien podría haber servido para un guión de una película de un serial killer de esos tipo Viernes 13, pero su escenario, Surribas, una pequeña aldea en el ayuntamiento de Chantada, en la provincia de Lugo. Un balance de siete fallecidos, seis heridos y la muerte del propio Paulino Fernández, el autor de esta masacre.
Paulino Fernández tenía aquel 8 de marzo 64 años, estaba casado y no tenía hijos, su mujer tenía escasa movilidad y estaba ciega. Llevaba meses tratando la compra de unos terrenos con unos familiares suyos que estaban en el extranjero, sin embargo, la compra de esos terrenos no iba todo lo bien que él quisiera, en el catastro no aparecían a su nombre.
Esto fue dando vueltas en la cabeza de Paulino, quien dicen tenía en la mente que sus vecinos querían apropiarse de ellas.
Aquella mañana, Paulino fue al centro del pueblo, a Chantada, se pasó por el despacho del entonces alcalde del municipio, que también era abogado de profesión, Sergio Vázquez. Después fue a comer a casa de su hermano y sobre las tres y media de la tarde volvió a su casa, cogió un cuchillo de matar cerdos y un hacha y se dirigió al alpendre en el que estaba su vecino José Gamallo, de 37 años, clavándole el cuchillo en el vientre y en el pecho.
Volvió a su casa, llevó el ganado a sus tierras en Quinzán. En una finca próxima se encontró con unos vecinos que estaban labrando un terreno, José Lago García, de 59 años, su esposa Celsa Sanmartín Ledo, de 63 años, que estaban acompañados por su hermana Aurora Sanmartín Ledo y por el dueño de la finca, Maximino Saa Sánchez, de 72 años, cuñado de los anteriores.
Allí la emprendió con ellos, matando a Maximino, Aurora y a José. Celsa conseguiría escapar después de ser atacada intentando buscar auxilio y pidiendo ayuda, sin embargo, Paulino le dio alcance, terminando también con su vida en un camino hacia Adá, otra pequeña aldea de Chantada. Mientras mataba a Celsa, un vecino que pasaba por allí, alertado intentó apaciguarlo y detenerlo, Rogelio Cuñarro, de 57 años, terminó herido de gravedad y no pudo hacer ya nada por Celsa.
Decidió volver a Surribas, su aldea, y por el camino se encontró a Avelina Moure Soengas de 67 años, que iba a Surribas con intención de alertar a los vecinos del horror que estaba sucediendo, Paulino lo impidió, dejándola también a mitad de camino sin vida.
También se encontró en el mismo camino con Emilio Ramos, de 76 años, al que dio muerte, bien con el hacha o el cuchillo de matar cerdos y con Amadora Vázquez Pereira. Las heridas de esta última no terminaron al instante con su vida, fallecería 20 días después en un hospital a causa de las mismas.
Se dirigió entonces a casa de Milagros Saá, sus vecinos, golpeó la puerta de la casa, y cuando su hijo Francisco Quintana abrió la puerta, sin mediar palabra recibió una cuchillada en el pecho, siguió hasta la cocina encontrándose allí a Milagros y a su nuera. Logró herir a Milagros, aunque no consiguió rematarla, en ese momento entró en la casa otro vecino y entre todos lograron sacarle el cuchillo de las manos.
Paulino consiguió escapar entonces de sus vecinos refugiándose en su casa. A los pocos minutos, los vecinos horrorizados vieron salir fuego de la casa. Dos de ellos se acercaron hasta allí, Manuel Fernández y Raúl López que intentaron entrar en la casa y sofocar el incendio.
Allí mantuvieron una conversación con Paulino, que les preguntó si sabían lo que había hecho, sin mediar explicaciones, Paulino golpeó con un machete en la cabeza a Manuel Fernández, los vecinos salieron de la casa y dejaron que el fuego la consumiese.
Poco después comenzaron a llegar las patrullas de la Guardia Civil, y horas después aparecía entre los escombros el cadáver carbonizado del propio Paulino Fernández tumbado en su cama.
Ocho fallecidos en el suceso de Chantada, y seis heridos fueron el triste balance de estos sucesos que conmocionaron a Galicia por aquellos días, en su aldea, Surribas quedan apenas ya seis vecinos que recuerdan horrorizados aquellos hechos, hablando lo menos posible de lo que allí sucedió, lo mismo que sucede con los vecinos de Adá.
El hermano de Paulino decía que su hermano no regía bien, que había algo en su cabeza que no funcionaba y que se vio alterado por esos problemas con las tierras y la compraventa, que pensaba que sus vecinos querían quitárselas, el alcalde de Chantada que acudió horas después a la zona recuerda con espanto las imágenes que vio, muchísima sangre y cuerpos desperdigados por doquier entre los lamentos de los vecinos heridos.
Estas cosas ocurren en la Galicia profunda y rural, y no hace muchos años de ello, pasando a ser una de esas historias negras que con el tiempo parecen haberse olvidado.
«O medo aínda non marchou»
Carlos Cortés – Lavozdegalicia.es
11 de marzo de 2014
Hace 25 años el agricultor Paulino Fernández enloqueció y mató a siete vecinos de Chantada y Taboada, donde aún se sufre por la tragedia.
El musgo quiere tapar la ceniza, pero no lo consigue de todo. Bajo la humedad, a las últimas vigas de lo que fue la casa de Paulino Fernández Vázquez todavía se les ve el hollín del incendio en el que terminó el peor crimen múltiple de los últimos tiempos en Galicia.
Esos maderos quemados, tres de los cuatro muros del antiguo pajar y el solar vacío que ocupaba la vivienda, son lo último que queda del lugar en el que aquel agricultor enloquecido puso fin a una tarde de furia sin sentido.
De aquello hace veinticinco años, pero en las aldeas de Chantada y Taboada en las que ocurrió aquello la mayoría guardan silencio. Como si les asustase recordar aquel día que perdieron a ocho vecinos, las siete víctimas y su verdugo.
«Teñen que entender que non queira remover outra vez todo aquilo». Lo decía ayer José Gamallo, a la puerta de su casa en Sorribas, a escasos tres metros del solar de su antiguo vecino Paulino Fernández. Vivían puerta con puerta y por eso le tocó ser la primera víctima.
Él no quiere recordarlo, pero las crónicas de la época cuentan que eran alrededor de las tres y cuarto de la tarde del 9 de marzo de 1989 cuando su vecino se fue a por él y lo atacó con un cuchillo. Los gritos de Gamallo alertaron a un grupo de gente que esperaba en un cruce cercano un autobús que los llevaría a un entierro, así que el agresor escapó. La mayoría de los demás que se cruzaron con él aquella tarde no tendrían tanta suerte.
Armado con un hacha y un cuchillo, Paulino Fernández echó a andar por Surribas, continuó hacia la aldea de Quinzán da Vila, todavía en la parroquia chantadina de Adá, y llegaría a Quinzán do Carballo, ya en el vecino municipio de Taboada.
Trece heridos
Por el camino mató a Aurora Sanmartín Ledo, Celsa Sanmartín Ledo, José Lago García, Maximino Saa Vázquez, Emilio Ramos Blanco y Avelina Moure Soengas, todos de entre 59 y 72 años. También atacó a Amadora Vázquez Pereira, de 43 años, que moriría días después en el hospital. Otras trece personas resultaron heridas a cuchilladas, hachazos o golpes.
Poco más de una hora después de que José Gamallo escapase y llamase por teléfono a la Guardia Civil, Paulino Fernández había vuelto a su casa. Abrió la cuadra para que saliesen las vacas, lo roció todo con gasolina y prendió fuego.
Su hermano Marcelino había venido de Chantada al enterarse de que algo grave pasaba en Surribas. No supo lo que había sido hasta que llegó a la aldea y vio los cadáveres diseminados por caminos y prados, algunos tapados con mantas, otros ni eso. Conmocionado, se puso a buscar a Paulino de forma frenética.
Rescató a la mujer
Cuando vio que ardía la casa, entró jugándose la vida. No le dio tiempo más que a rescatar a su cuñada, postrada en una silla de ruedas. Cuando las llamas se apagaron, la Guardia Civil encontró el cuerpo carbonizado del homicida en lo que quedaba de su habitación, tumbado sobre la cama.
Sandra Calviño tenía 11 años y su tía abuela era Avelina Moure, una de las víctimas mortales. Recuerda el coche de su familia lleno de sangre de los heridos, las ambulancias, los coches de la Guardia Civil, los vecinos con aperos de labranza para defenderse… «Pasei moito medo, e aínda hoxe o medo non marchou de todo», reconoce. Sigue sin atreverse a ir sola a algunos de los escenarios de aquella tragedia. Pero al contrario que la mayoría de sus vecinos, ella no tiene reparos en contar lo que recuerda. «Nin sequera o falamos moito entre nós -dice-, supoño que por respecto ás familias dos que morreron».