
El caníbal de Jacksonville
- Clasificación: Asesino en serie
- Características: Violador - Canibalismo - Pirómano en serie
- Número de víctimas: 6 - 65
- Fecha del crimen: 1961 - 1983
- Fecha de detención: 15 de junio de 1983
- Fecha de nacimiento: 5 de marzo de 1947
- Perfil de la víctima: Hombres, mujeres y niños
- Método del crimen: Arma de fuego - Puñaladas con cuchillo - Fuego
- Lugar: Varios lugares, Estados Unidos (Florida), Estados Unidos (Texas)
- Estado: Fue condenado a muerte en Florida en 1984. Posteriormente la pena fue conmutada por la de cadena perpetua. Murió en prisión el 15 de septiembre de 1996
Ottis Toole – El caníbal de Jacksonville
Stéphane Bourgoin
Los tres personajes principales de esta sangrienta saga, Henry Lee Lucas, Ottis Toole y Becky Powell, fueron tema de una película extraordinaria de John McNaughton, Henry: retrato de un asesino en serie. Muy alejada de la verdad, la ficción no por ello deja de reflejar con gran acierto la mentalidad de los asesinos en serie. Al final de la película, Henry mata a Ottis, cosa que el verdadero Ottis Toole, y con razón, no llega a comprender. Cuando el guardia viene a ponerle las esposas, indicando así el final de nuestra entrevista, me refiero brevemente a esta película de la cual ha oído hablar. Me declara que es imposible que Henry lo haya matado, puesto que está ahí, bien vivo, hablando conmigo. Muy lúcido a ratos, a Ottis Toole le resulta a veces extremadamente difícil separar la ficción de la realidad.
La entrevista con este auténtico caníbal, del que se sospecha que cometió más de un centenar de crímenes, se reproduce íntegramente, sin ninguna supresión (lo que explica algunas repeticiones), con el fin de reflejar lo más fielmente posible el estado mental de un asesino como él. Los datos utilizados para trazar el retrato de Ottis Toole son rigurosasmente exactos y descansan en informes de la policía o de asistentes sociales en lo referente a su increíble infancia.
La entrevista tuvo lugar en noviembre de 1991. Contiene pasajes abominables que Ottis Toole desgranó con voz neutra, carente de toda emoción, como si hablara de cosas anodinas, incluso cuando esos hechos atroces se referían a su infancia y a los malos tratos que le infligieron. Una única excepción: cuando habla de su adoración por el fuego, su rostro se anima y su excitación es bien visible.
El hijo del diablo
Ottis Elwood Toole nació en Jacksonville, en el Estado de Florida, el 5 de marzo de 1947. Es el octavo hijo de Sarah Toole y de su marido William Henry Toole, alcohólico, pintor de brocha gorda. La pareja tuvo nueve hijos. La familia vive en Springfield, un barrio de la parte norte del centro de la ciudad de Jacksonville. Antaño fue un barrio elegante cuyas tiendas acabaron siendo sustituidas por bares turbios y donde la delincuencia abunda.
Sarah Toole perdió tres hijos de corta edad: dos gemelas, muertas antes de llegar a los dos años, y Albert, el más joven, víctima de la meningitis. Poco después del nacimiento de Ottis, Sarah echa de casa a su marido, que nunca más dará señales de vida. Obligada a trabajar para mantener a su prole, Sarah la educa con dureza aplicando los preceptos de la Biblia, que cita constantemente como ejemplo.
Muy tímido, Ottis se refugia siempre detrás de las faldas de su madre y exige mucha más atención que sus otros hermanos y hermanas. A los cinco años, acompaña a su abuela, que es satanista, en sus expediciones nocturnas, y la ayuda a desenterrar cadáveres en los cementerios. Verdadera bruja, echadora de maldiciones, la vieja castiga a Ottis vertiendo sobre su cabeza orinales llenos cuando el niño se niega a obedecerla. Pronto lo llama el hijo del Diablo.
En la escuela es objeto de constantes pullas e insultos de sus condiscípulos porque aprende muy lentamente sus lecciones por elementales que sean. Un día, en el patio de la escuela, un niño le lanza una piedra que le alcanza en la cabeza. El golpe deja secuelas: convulsiones y crisis nerviosas frecuentes.
Prefiere la compañía de sus hermanos y hermanas, en especial la de su hermana mayor, Drusilla, a la que le gusta mucho disfrazarlo de niña y que a los diez años de edad ha perdido ya la virginidad e inicia a su hermanito en las cosas del sexo. Su padre abusó de ella sexualmente y luego su padrastro Robert Harley hizo lo propio con Ottis. Drusilla le obliga a prostituirse a partir de los seis años, hasta que la policía la detiene y la manda a un correccional.
Ottis, que estudia poco y mal en clases especiales, avanza mucho en materia de sexo gracias a Drusilla. Los juegos eróticos de su hermana le inquietan, sin embargo, y prefiere los que le enseña uno de sus vecinos adultos. Sus camaradas de clase se excitan cuando miran fotos de mujeres desnudas en las revistas pornográficas, pero Ottis permanece indiferente.
En cambio, la vista de un incendio lo sumerge en un profundo éxtasis erótico que le provoca en seguida una fuerte erección. Ottis adora el fuego, sobre todo las llamas altas en la noche. Prende fuego a las casas abandonadas de su barrio y, desde la sombra, oculto, goza del espectáculo masturbándose frenéticamente. La mayor parte del tiempo le tiemblan las piernas y debe descansar unos diez minutos antes de regresar a su casa. El fuego y el sexo lo liberan del miedo y de la tensión que le angustian de modo pertnanente. Después, se siente feliz.
Primer crimen a los 14 años
Toole se fuga muchas veces de su casa, pero siempre regresa a ella. A partir de los ocho años de edad absorbe grandes cantidades de alcohol y se droga de modo regular. A los doce años, la policía lo detiene por primera vez por el robo de una bicicleta. Le dejan en libertad condicional, pero unos meses más tarde lo sorprenden cuando roba en una casa. Esta vez, le condenan, el 30 de octubre de 1960, y lo envían a la Florida State School for Boys, un correccional para menores.
Cuando sale, decide abandonar definitivamente la escuela. Pese a su juventud, mide un metro ochenta y es de buen ver. Sabe defenderse y castigar a quienes se burlan de él. Su madre trata de calmar su naturaleza violenta atiborrándole de barbitúricos, pero es en vano. Uno de sus hermanos llega incluso a dispararle. Frecuenta asiduamente el Parque de la Confederación, cuyos lavabos públicos son lugar de encuentro de homosexuales. En el verano de 1964 lo detienen por prostitución y le condenan a tres meses de trabajo en una granja penitenciaria. Un mes después de salir en libertad, vuelven a condenarle a 90 días de prisión por robar una batería de automóvil.
La siguiente vez no se contenta con una batería, sino que roba un vehículo, que trata de pasar al Estado vecino. Le caen dos años de trabajos forzados en el Federal Correctional Institute de Ashland, en el Estado de Kentucky. Sale en 1967 y sólo permanece en libertad tres semanas. Hasta comienzos de los años setenta, alterna breves períodos de libertad con estancias detrás de las rejas. A los 25 años, Ottis cuenta ya con trece condenas por delitos que van desde el robo a la prostitución pasando por la vagancia y la posesión ¡legal de arma de fuego.
Aunque lo detienen por delitos menores, Ottis es ya un asesino impune. Según él mismo explicará, durante una de sus numerosas fugas a California comete su primer asesinato a la edad de 14 años, habiéndole recogido en autoestop un viajante de comercio y su compañero. En el vehículo, Toole asiste a una disputa entre los dos hombres, y el conductor apuñala a su amigo y amenaza a Ottis, que sale del coche. Tras una persecución por el bosque, Toole consigue tomar el volante y aplasta al dueño del auto con su propio vehículo.
Mentalmente retrasado, con un cociente intelectual de 75, Toole tiene todavía mucha dificultad para leer y escribir. En cuanto lo dejan libre, vuelve con su madre, su padrastro y su hermana Drusilla. Como Ottis, ésta se entrega a la bebida y a las drogas, y además colecciona hombres. Da a luz tres hijos de dos padres distintos: Sarah, Lorraine Becky Powell, nacida el 27 de febrero de 1967, y Frank jr., nacido en 1968.
Ottis se casa, pero su mujer lo abandona al cabo de tres días asqueada por sus tendencias homosexuales. Gracias a las lecciones de su hermana conserva la afición a vestirse de mujer. Hábilmente maquillado, con el cuerpo afeitado, tiene éxito en los bares especializados del centro de Jacksonville. Durante un tiempo se inyecta hormonas para desarrollar el pecho y darse un aspecto más femenino.
Ottis prefiere a los hombres bisexuales, pues le gusta llevarlos a su casa, hacerles el amor y contemplarlos mientras acarician a su joven sobrina Sarah jr. De noche, Ottis pierde todas las inhibiciones cuando sale «de caza». En el trabajo, parece muy diferente: resiste el dolor y es capaz de levantar él solo un armario, pero, reservado y tímido, casi no habla con sus compañeros. Se vuelve intratable si le falta droga o si cree que alguien se burla de él. Una de sus hermanas recuerda que una vez persiguió por la calle a un hombre, y disparó contra él con una carabina del 22, por haberle tratado de «marica».
Un asesino en la carretera
En 1974, Toole vagabundea por los Estados del Oeste en una vieja camioneta. Nadie presta atención a sus itinerarios, pero, a la vista de sus recorridos, las autoridades sospechan que asesinó a un mínimo de cuatro personas en seis meses. El 18 de abril de 1974, Patricia Webb, de 24 años, cae muerta en Lincoln, en el Estado de Nebraska. El 1 de julio, Shelley Robertson, de 24 años, desaparece en circunstancias misteriosas en Golen, en el Estado de Colorado, y encuentran su cadáver el 1 de agosto en Berthed Pass. Acusaron del crimen a Ted Bundy, pero la última persona que vio viva a Shelley, un policía, se fijó en que subía a una vieja camioneta conducida por «un hombre despeinado y sucio». Ted Bundy, que siempre iba impecablemente vestido, conducía un Volkswagen.
El 19 de setiembre de 1974, un hombre entra, arma en mano, en un salón de masajes de Colorado Springs. Apuñala a una empleada, Yon Lee, y luego le da un tajo en la garganta. El asesino se lanza sobre Sun Ok Cousin, a la que viola, apuñala y mata de un tiro. El asaltante pega fuego a las dos víctimas, pero Yon Lee sobrevive lo bastante para describir al asesino, un hombre bien afeitado, de un metro ochenta y cinco y unos noventa kilos, que conduce una camioneta blanca. Por oscuras razones, la policía detiene y logra que condenen a Park Estep, un soldado con bigote, de un metro sesenta y cinco, que pesa apenas setenta kilos y posee una camioneta roja. Ottis Toole afirmó siempre su culpa y parece que las autoridades le creyeron, pues deben conceder su extradición a Colorado para que lo interroguen en relación con esos crímenes.
El 10 de octubre de 1974, Ellen Holman, de 31 años, es secuestrada en Pueblo, Colorado. Encuentran su cadáver cerca de la frontera con el Estado de Oklahoma. La mataron de tres tiros en la cabeza. La policía cree que Toole es el asesino.
La locura en pareja
El 14 de enero de 1977, con gran asombro de su familia, Ottis Toole se casa con una mujer que tiene veinticuatro años más que él. Novella Toole se sorprende de tener que compartir la cama con los hombres con los que liga su marido: «Unos días después de nuestra boda, Ottis me confiesa que se pone muy nervioso cuando no puede conseguir un hombre. Le asaltan bruscas crisis de cólera y las mujeres no consiguen excitarle.» En Jacksonville, cuando desea un compañero para la noche, Toole se dirige a la calle Mayor, a una sucursal local del Ejército de Salvación. Es allí, en febrero de 1979, donde se encuentra con Henry Lee Lucas, al que había conocido antes en un bar de Pennsylvania bebiendo cerveza cuando Ottis se dirigía hacia Florida.
Henry Lee Lucas es, sin duda, el asesino en serie más polémico de la historia del crimen americano. Nacido el 23 de agosto de 1936, ese tuerto sádico, bisexual, ha sido condenado por once asesinatos. Se sospecha que participó directamente en ciento cincuenta y siete.
En 1960, Lucas mató a su madre, una prostituta alcohólica, y pasó diez años en la cárcel antes de que volvieran a condenarle por la tentativa de secuestro de dos adolescentes a comienzos de los años setenta. Luego, vive a salto de mata y vagabundea por todos los Estados Unidos. Mata. Viola cadáveres de hombres, mujeres y niños.
En 1985, después de confesar, Lucas cambia de estrategia y asegura que su confesión es un embuste. Luego, volvió a confesar sus crímenes. Incluso si Henry Lee Lucas es un simulador inveterado, igualmente ha cometido varias decenas de crímenes. La policía ha encontrado cadáveres y pruebas en los puntos que él indicó. En los años noventa, sirve de envite político en una lucha de influencia entre políticos texanos, la prensa, ciertos reporteros poco escrupulosos y los Texas Rangers, la policía local, a la que se acusa de haber cargado a la cuenta de Lucas muchos crímenes sin aclarar. En el momento de escribirse este libro, las investigaciones y el proceso de Lucas continúan.
Ese domingo de febrero de 1979, Toole ignora la verdadera naturaleza de Henry Lee Lucas. Se lo lleva a su casa, lo lava y lo convierte en su amante. Sabiendo que Lucas no tiene dinero, le propone que se quede con él. Los dos hombres descubren que tienen una pasión en común: el asesinato. Los dos trabajan ocasionalmente para una constructora de Jacksonville. No ganan mucho, apenas unos cien dólares a la semana, pero con ese corto salario, completado con algunos hurtos, Lucas compra un coche de segunda mano con gran satisfacción de Toole, que es un entusiasta de los automóviles pero que no tiene permiso de conducir, lo cual le ha costado ya dos detenciones; además- tiene dificultad para interpretar correctamente las señales de tráfico. La directora de personal de la constructora, Eileen Knight, se acuerda muy bien de Toole y Lucas:
«Ottis se ausentaba a menudo, pero lo readmitíamos porque trabajaba bien. Se iban con frecuencia de Jacksonville. Toole sólo se interesaba por una cosa: su coche destartalado. Creo que lo utilizaban para sus robos, pues nunca parecían estar sin dinero, cosa rara teniendo en cuenta que no trabajaban regularmente».
Lucas y Toole pasan cada vez más tiempo vagando por la autopista 1-35.
A menudo llevan a los hijos de Drusilla, Frank y sobre todo Becky, de la que Lucas se ha enamorado. Becky no tiene, entonces, más de 12 años. No preparan nunca sus crímenes, sino que aprovechan las ocasiones en que encuentran a autoestopistas o a automovilistas con el coche averiado. Llevan a la víctima a un atajo, la matan y a menudo los dos hombres la violan antes de mutilarla. Toole, que siente inclinación por la carne humana, cuece brazos o muslos en la barbacoa. Lucas aprecia poco este tipo de cocina y encuentra que la salsa preparada por Toole es demasiado picante.
Durante uno de esos viajes, Toole, al parecer, presentó a Lucas a una secta satánica, La Mano de la Muerte, para la cual los dos hombres cumplieron numerosas «misiones»: secuestro de niños, sacrificios humanos, víctimas para películas pornográficas duras, las llamadas snuff movies, en las cuales se mata en directo. Entre sus primeras víctimas conocidas hay una pareja de adolescentes, Rita Salazar y Kevin Key, cuyo vehículo se encontró sin gasolina en la autopista 1-35. Toole mata al muchacho con diez balas de un rifle del 22 largo mientras Lucas se encarga de Rita. No tocan los cadáveres, sino que se contentan con los dólares que hallan en los bolsillos de sus víctimas.
El 2 de octubre de 1979, Sandra Mae Dubbs, de 34 años, sufre una avería en su coche no lejos de Austin, en Texas. Los dos locos la recogen, la apuñalan más de treinta veces y Toole la eviscera. Los dos hombres violan varias veces su cadáver.
El 1 de noviembre de 1979 se descubre el cuerpo desnudo de una muchacha todavía hoy no identificada cuyo único signo distintivo son unos calcetines color naranja que le valen el apodo de Orange Socks. El cuerpo estaba debajo de un puente, no lejos de la 1-35. Murió estrangulada pero no sufrió violencias sexuales.
El sheriff Boutwell, encargado de investigar estos tres asesinatos, descubre en la prensa regional otros crímenes parecidos cuyas víctimas fueron halladas cerca de la misma autopista. Convoca una conferencia el 28 de octubre de 1980 en Austin, a la que acuden policías de dieciocho jurisdicciones. Las víctimas varían en edad y sexo, algunas sufrieron violencias sexuales, otras murieron estranguladas, apuñaladas o con el cráneo destrozado a golpes de piedra. Los policías intercambian sus informes y deciden mantenerse al tanto de cualquier nuevo crimen.
La traición
El 16 de mayo de 1981 la madre de Ottis muere de una crisis cardíaca la víspera de cumplir 70 años. La entierran en el cementerio de Evergreen. Ottis se niega a aceptar esta muerte. A menudo le dice a Lucas que su madre está durmiendo. De noche, se dirige al cementerio, salta su tapia y se acuesta encima de la tumba de su madre. Siente, entonces, que el suelo tiembla, pero se trata de las vibraciones causadas por los trenes que pasan junto al cementerio. Ottis oye que su madre le habla y le ordena que se suicide para reunirse con ella.
El 27 de julio, Adam Walsh, un niño de 6 años, desaparece del centro comercial de Hollywood, en Florida, y el 10 de agosto encuentran su cabeza en un canal de Vero Beach. Eso da lugar a una verdadera cruzada de los padres de Adam, que consiguen que el Congreso vote una ley por la cual se permite que los padres de niños asesinados consulten el ordenador del FBI. Luego, John y Reve Walsh crean una asociación, el Centro de Ayuda infantil Adam Walsh, en West Palm Beach, en Florida, destinado a colaborar en este tipo de investigaciones. John Walsh es también productor de un programa, Los más buscados de América, que reconstruye casos criminales no aclarados y lanza llamamientos a los posibles testigos de los mismos. Dos telefilmes, Adam, en 1983, de Michael Tuchner, y Adam: Su canción continúa, en 1986, de Robert Markowitz, se ocupan de este caso. Su proyección en la televisión provoca el envío de decenas de fotos de niños desaparecidos y gracias a este procedimiento se encuentra a cierto número de ellos.
Es un mal año el de 1981 para Ottis Toole. El 16 de diciembre Drusilla muere de una sobredosis. Sus hijos Becky y Frank quedan al cuidado de una institución del Estado de Florida. Al cabo de quince días, Becky se fuga y se reúne con Lucas para vagar por las carreteras. Abandonan a Ottis, que sigue oyendo voces que le hablan de suicidio.
El 4 de enero de 1982 se incendia una vieja mansión de dos pisos de Jacksonville. Muere en ella George Sonnenberg, de 65 años. La policía considera que se trata de un accidente pero en 1983 Lucas indicará que el responsable del incendio fue Toole. Éste, considerándose traicionado por su amigo, que lo ha abandonado, se hunde en el alcohol y la droga. Entre febrero de 1982 y febrero de 1983 vagabundea por seis Estados, mata de paso a nueve personas y logra cerca de un centenar de incendios en Jacksonville y sus alrededores.
Entretanto, Henry Lucas y Becky Powell se instalan en una comunidad religiosa de Montague, en Texas. Una granjera de 80 años, Kate Pearl Rich, los contrata como criados. El 18 de setiembre de 1982 informan al sheriff de Montague de la desaparición de la anciana. Sospecha en seguida de Lucas, que se ha marchado a California. Cuando regresa a Montague, el 17 de octubre de 1982, está solo. Explica al sheriff que Becky lo ha dejado para irse con un camionero y asegura que no sabe nada de la desaparición de la anciana Kate Rich. Su automóvil, abandonado en California, tiene manchas de sangre humana en uno de los asientos. Lucas se somete a la prueba del detector de mentiras. Los resultados confirman las sospechas de los policías. Sin embargo, continúan sin pruebas que permitan detener a Lucas. A lo largo de numerosos interrogatorios el sospechoso sigue negando y, así, se ven obligados a dejarlo libre.
La confesión de Lucas
Lucas no es un criminal común y corriente. En vez de huir, se queda donde está. Finalmente, el 11 de junio de 1983 lo detienen por posesión ilegal de arma de fuego. El 15 de junio confiesa que ha matado a innumerables personas, entre ellas a su compañera Becky Powell, apuñalada el 24 de agosto de 1982 porque quería regresar a Jacksonville. Después de asesinarla, la violó por última vez antes de cortar su cadáver en nueve pedazos, que dispersó en un bosque. Reconoce también el asesinato de Kate Rich, cuyos huesos se encuentran, quemados, en un horno. Lucas violó el cadáver de la anciana.
En los meses siguientes, Henry Lee Lucas confesó haber participado en centenares de crímenes, pero después se retractó y reconoció sólo el asesinato de su madre. Hábil manipulador, sabe aprovechar el deseo de ciertos policías de cerrar los casos de crímenes no aclarados. Lucas miente descaradamente, acepta la responsabilidad de crímenes que no cometió, pero lleva a los policías a lugares donde, en efecto, desentierran restos humanos. Los Texas Rangers y la policía de Jacksonville le creen, de todos modos, responsable de ciento cincuenta y siete asesinatos, de los cuales ciento ocho los cometió en compañía de Ottis Toole, aparte de los que cada uno cometió por su propia cuenta.
El 22 de junio de 1983, el sheriff Boutwell visita a Lucas, que firma una confesión por los asesinatos de Sandra Mae Dubbs, Kevin Key y Rita Salazar. Desde la cárcel, escribe a Ottis Toole asegurándole que no le implicó en sus confesiones, lo cual es falso. Por un curioso azar, Toole se encuentra detenido en Jacksonville desde el 6 de junio. Dos cómplices, con cuya ayuda provocó incendios, lo denunciaron. Ottis Toole se reconoce culpable y el 5 de agosto lo sentencian a veinte años de prisión. A consecuencia de la confesión de Lucas, que implica a Toole, los Texas Rangers informan a la policía de Jacksonville, que vuelve a interrogar a Lucas el 11 de agosto. En este interrogatorio descubren que la supuesta muerte por accidente de George Sonnenberg el 4 de enero de 1982 fue en realidad obra de Ottis Toole.
Los policías vuelven a la prisión del estado de Florida, donde no les cuesta nada que Ottis firme una confesión completa, a la que agrega que durante el año anterior había provocado un centenar de incendios.
El 21 de octubre, Toole confiesa en una carta que mató al joven Adam Walsh y que «adoró follar a ese suculento muchacho, cuyos gritos de miedo le causaron un gran placer». El jefe de policía Leroy Hessler convoca una conferencia de prensa e informa a los periodistas que «ciertos detalles sólo podía conocerlos el asesino. Toole es culpable. Me ha convencido de ello».
Ottis Toole pasa momentos difíciles en la cárcel, pues otros presos se le mean encima o le arrojan su comida a la cara. En realidad, esa carta de confesión se la ha dictado otro asesino en serie, Gerard John Shaefer, autor del Diario de un asesino (publicado por Éditions Jacques Bertoin, de Paris), supuesto responsable del asesinato de treinta y cuatro mujeres. Después de ver esa carta puedo afirmar que fue escrita por Shaefer y firmada por Toole. Gracias a otras fuentes, pude leer una carta de Shaefer dirigida a las fuerzas de policía en la que pedía que se le concedieran ciertos beneficios por haber denunciado a un «peligroso criminal como Toole». Los policías no se contentan con la primera impresión y semanas después anuncian que a Toole ya no se le considera oficialmente como el asesino de Adam Walsh.
El 28 de diciembre de 1983 llevan a Lucas en avión a Jacksonville para carearlo con Ottis Toole. Es la primera vez que se ven después de su detención. En la breve entrevista, filmada, entre los dos hombres, Lucas confiesa a su amante y cómplice que mató a Becky Powell y le pide perdón por ello. Toole se lo concede. Los dos hombres se abrazan brevemente antes de que los separen para que la policía los interrogue en salas contiguas.
En los relatos de sus crímenes, se constata que Henry Lee Lucas y Ottis Toole son asesinos en serie nómadas que escogen a sus víctimas entre los autoestopistas varones o hembras. Lucas mata casi siempre a mujeres y Toole se reserva los hombres. Lucas apuñala o estrangula, mientras que Toole utiliza sobre todo armas de fuego, especialmente las del calibre 22. Los dos mutilan casi siempre a las víctimas; Lucas las muerde o las despedaza con un cuchillo, corta las partes genitales y trata de decapitarlas. Por lo menos una vez, Lucas atraviesa varios estados con la cabeza cortada de una mujer colocada en el asiento trasero de su automóvil. Toole, por su parte, prefiere despedazar los cadáveres de los hombres, especialmente las nalgas y las costillas, para cocer los pedazos y comerlos. Lucas viola de manera casi sistemática a las mujeres que ha asesinado y Toole lo hace con los hombres. Pese a sus confesiones detalladas, la única parte de ellas que suscita ciertas dudas es la que se refiere a su afiliación a la secta satánica La Mano de la Muerte, por cuenta de la cual dicen haber llevado a cabo «misiones». La policía nunca pudo probar la existencia de ese grupo como estructura organizada.
Condenados a muerte
El viernes 13 de abril de 1984 condenaron a muerte a Henry Lee Lucas por los asesinatos de Becky Powell y de «Calcetines Naranja». A finales de 1991 se le había juzgado y condenado por los siguientes asesinatos:
- A cadena perpetua por la muerte de Kate Rich, de 80 años;
- A cadena perpetua por haber apuñalado a Linda Phillips, de 26 años, el 7 de agosto de 1970 en el Estado de Texas;
- A cadena perpetua por haber asesinado al policía Clemmie Curtis el 3 de agosto de 1976 en el Estado de Virginia;
- A sesenta años de prision por la violación y muerte de Lillie Pearl Darty, de 18 años, el 1 de noviembre de 1977 en el Estado de Texas;
- A sesenta y cinco años de prisión por haber estrangulado a Dianna Bryant en Texas;
- A cadena perpetua por haber apuñalado a Glenna Biggers, de 66 años, el 19 de diciembre de 1982 en Texas. Empaló su cadáver y le clavó profundamente un tenedor en el cuello;
- A cadena perpetua por una víctima, no identificada, el 17 de marzo de 1983 en Texas;
- A cadena perpetua por el asesinato de Laura Jean Domez, de 16 años, el 18 de abril de 1983 en Texas.
En diciembre de 1990 acusan a Henry Lee Lucas de cuatro asesinatos cometidos en Florida. En el momento en que escribo, espera su extradición a ese Estado para ser sometido a juicio. Se le acusa también oficialmente de veinte asesinatos más en otras jurisdicciones que han renunciado a pedir su extradición para evitarse las controversias de prensa y políticas que se suscitan en torno a la personalidad de Lucas. Algunos fiscales han vacilado en acusarle por el alto coste -a veces varios millones de dólares- que entraña la instrucción de un proceso, tanto más cuanto que Lucas ha sido ya condenado a muerte en Texas.
El 22 de marzo de 1989, después de las diversas apelaciones que en los Estados Unidos siguen automáticamente a toda condena a muerte y que alargan mucho el procedimiento judicial, se fija por primera vez una fecha para la ejecución: el 3 de diciembre de 1990. Pero el 29 de noviembre se aplaza por orden de la Corte de Apelaciones Penales.
En cuanto a Ottis Toole, se le condena a muerte por el asesinato de George Sonnenberg el 18 de mayo de 1984. En noviembre de 1985 el Tribunal Supremo de Florida cambió la pena de muerte de Toole por cadena perpetua estimando que en la sentencia no se tuvieron en cuenta circunstancias atenuantes, especialmente su estado mental en el momento del asesinato. Ottis Toole fue luego condenado a otra cadena perpetua por el asesinato de Ada Mildred Johnson, de 19 años, en el Estado de Florida.
«Ríase con sus recetas caníbales»
Para preparar la entrevista con Ottis Toole pedí consejo a Sondra London, editora de sus dibujos, que lo ha visitado muchas veces. Me dio estos:
Es mejor expresarse en términos concretos, no comprende las abstracciones; si no, permanecerá impasible o contestará a otra cosa. Aunque se le supone retrasado mental, sabe arreglárselas por más que su cerebro no funcione del todo bien, especialmente su memoria; a consecuencia de un fuerte golpe en la infancia ha sufrido numerosas crisis de epilepsia. Comenzó a beber a los ocho años de edad y a drogarse un año después, casi siempre con speed y LSD. Es muy capaz de acordarse en detalle de un crimen sin que pueda situarlo, sin embargo, ni en el tiempo ni en el espacio. En sus expediciones asesinas con Lucas, Toole estaba casi siempre «colocado» y dejaba que Lucas lo llevase por donde le daba la gana.
Su grado de vivacidad depende de las dosis de Thorazina y de Dilantina que le hayan administrado. Si le hace reír, se habrá ganado su confianza y le contestará sin rodeos incluso a las preguntas más directas. Se echará a reír si le habla de sus salsas de barbacoa y de sus disfraces de mujer. Le gusta que los comparen con Bonnie y Clyde cuando se le habla de sus aventuras con Lucas. Los factores principales que le motivan y las palabras clave son FUEGO y HENRY. No está nada pagado de sí mismo y no se molesta cuando le hablan de sus atrocidades.
Se expresa muy suavemente, con un ligero defecto de pronunciación. No hay que apremiarle; hay que dejar que se tome con calma su respuesta. Su mente vagabundea a veces en otras direcciones. El único tema difícil es el de su infancia; le cuesta hablar de ella de modo directo. Es importante establecer con él un contacto caluroso.
Sondra London me aconsejó que empezara la entrevista con algo ligero, una broma sobre su salsa barbacoa, sus recetas caníbales, por ejemplo, antes de hablar de Lucas.
Es mejor dejar que oriente la conversación a su gusto. Es muy fumador. Llévele un paquete de Kool y le quedará eternamente agradecido. Para asegurarle que va de mi parte y que es usted amigo, dígale: «Sondra me ha dicho: Soy su amiga y quiero que sea usted feliz».
En la prisión de Starke
Ottis Toole está encerrado en la prisión del Estado de Florida, en Starke, a una hora de camino de Jacksonville. Esta parte de Florida dista mucho de corresponder a la imagen de glamour de Miami o de Fort Lauderdale. La gente es pobre, las granjas decaen, la carretera que conduce a Starke está jalonada de desvencijados puestos de venta en los que se ofrecen tomates y productos locales. A bordo de sus viejos pick-ups, los granjeros se parecen a los del profundo sur, con sus sombreros de paja, sus bocas desdentadas y su piel curtida por el sol. Starke, que en inglés significa «desolado», merece su nombre.
Desde las garitas de la prisión, los guardias armados vigilan nuestros menores movimientos. Antes de entrar en la sala de visitas hay que atravesar una tierra de nadie con una doble reja metálica de cuatro metros de altura coronada por una alambrada de púas electrificada. Todo esto se controla a distancia y no se abre ninguna puerta sin que la anterior se haya cerrado. Nos acoge un guardia de una cuarentena de años, un verdadero gigante. Se llama Bruce. Me explica, con su acento peculiar, que trabaja desde hace veinte años en Starke. El personal se compone de 320 guardias para 1.155 presos, de los cuales 325 están condenados a muerte. Es la prisión más severa de los Estados Unidos, en la cual, como promedio, se «fríe» en la silla eléctrica un preso cada dos meses. Esta prisión de alta seguridad cuenta con un alto porcentaje de asesinos en serie, casi una treintena, entre ellos el muy famoso Gerald Stano. Bruce me explica con orgullo que en Tallhallassee y Jacksonville, donde Ted Bundy había asesinado a varias mujeres, los habitantes se levantaron de la cama a la hora de su ejecución para prender sus encendedores y celebrar así, en común, esta muerte merecida.
El registro personal es implacable. Los guardias desmontan la cámara y el material de sonido. No nos autorizan a filmar dentro de la cárcel, excepto en la sala donde hablaremos con Ottis Toole. Para estar seguros de nuestra buena voluntad, los guardias piden a Olivier Raffet, nuestro realizador, que saque la batería y la casete de su cámara. Pasamos luego por una puerta de control electrónica, como las que hay en los aeropuertos pero mucho más sensible puesto que los clavos de las suelas de mis zapatos provocan que suene su alarma. Pasamos luego dos puertas metálicas y entramos en el Corredor de la Muerte, reservado a los condenados a la silla eléctrica. Está pintado de amarillo claro y el suelo se halla recubierto de linóleo verde claro, al revés del exterior de la cárcel, que está pintado de un marrón verdoso. Todo es de una limpieza inmaculada. A la derecha, al final del corredor, a unos cincuenta metros, vemos una puerta con una ventanilla con cristal. Bruce nos dice que se trata de la sala de ejecuciones. Esta misma mañana han hecho pruebas, pues dentro de unos días volverá a funcionar la silla eléctrica. Inmediatamente después, a la izquierda, se ve una jaula pegada a la pared, rodeada de dos minúsculos recintos de vidrio inastillable en los cuales los presos no pueden estar de pie. Vemos allí a hombres encerrados antes de la entrevista y al terminar ésta, al cabo de cinco horas, siguen en el mismo lugar.
Nos espera ya, con la sonrisa en los labios, uno de los asesinos en serie al que queremos interrogar, Gerard John Schaefer. Se asombra de que lo reconozcamos. La entrevista con él durará algo más de dos horas e inmediatamente después vendrá la conversación con Ottis Toole.
Nos encontramos en una pequeña sala de muros blanqueados, que mide apenas cuatro metros por tres, con una mesa y dos sillas de plástico. Reina un calor infernal. Somos cuatro personas encerradas en esta habitación opresiva. Traen a Toole esposado y un guardia le quita las esposas. Es alto, casi un metro ochenta y ocho. Como recuerdo las fotos del día de su detención, constato que ha envejecido mucho. Parece de mucha mayor edad que sus 44 años. Le han arreglado la dentadura. Tiene el aire frágil, sus gestos son afeminados y sonríe. Su mirada se pierde algo en la distancia, lo que a veces nos desconcierta. Su voz es suave, casi inaudible, y a menudo se interrumpe en mitad de sus respuestas y pasa a otro tema. Ottis Toole parece desprovisto por completo de conciencia cuando nos describe actos monstruosos: su voz sigue plana y no cambia de tono, tanto si habla de su canibalismo como de lo que le gusta fumar. No establece ninguna diferencia entre sus actos. En cambio, se muestra conmovido cuando le hablo de su obsesión por el fuego. Su rostro se anima, se mece en una especie de éxtasis. Para iniciar la conversación, le digo:
-Ottis, su amiga Sondra London me dijo que le diera este mensaje: «Soy su amiga y quiero que sea feliz». ¿Lo comprende usted?
-Sí, lo comprendo.
-Recibí la receta para la salsa barbacoa que me envió y hasta la probé.
-¿Era buena? -me pregunta sonriente.
-Muy buena… pero no la empleé con la misma clase de carne que usted.
-Es buena para todas las carnes.
Se echa a reír.
-Dicen, Ottis, que quiere publicar usted un libro con sus recetas caníbales.
-Sí… alguien, en Australia, ganó mil dólares en un concurso de cocina con una de mis recetas.
-¿De veras?
-Sí, hasta salió un artículo en un diario que decía «Receta caníbal».
La pregunta siguiente se refiere a las retractaciones de Henry Lee Lucas, que afirma no haber cometido nunca ningún crimen y que Toole es un embustero.
-Henry ha dicho a todos que es usted un mentiroso. -¿Yo, mentiroso? -Se muestra agitado-. Hemos estado juntos en muchos juicios… no pueden ser embustes…
-Dice que es porque quiere usted ser famoso.
-Es él quien quiere ser famoso. Fue él quien lo comenzó todo…. quien comenzó todo este lío….
-¿Cómo se conocieron?
-Conocí a Henry hace muchos años, en Jacksonville. Lo recogí en un refugio para mendigos, sólo pasaba por la ciudad.
-¿Cuando lo conoció, sabía usted que él había ya matado?
-No…, no podía decirlo… Parecía alguien al que hubiesen encontrado en un cubo de basura… Daba asco cuando lo conocí, y no quería lavarse. Yo tenía que obligarle a lavarse. A veces pasaban dos o tres semanas sin que se bañara. Yo le decía: «No, no puedes seguir así… Debes bañarte todos los días y no una vez a la semana o una vez al mes o una vez cada quince días.» Le dije: «Como tú y yo somos amantes, querido, debes bañarte, porque no me gusta acostarme con un hombre sucio. Debes estar limpio.» Me gusta que un hombre huela bien, ¿sabe usted? No debe oler mal. Tenía que repetirle cada día que se bañara. Pero no sabía que había matado a gente… Fue él quien comenzó a contarme que había matado a gente… Han escrito muchos libros sobre él… Uno se llama La mano de la muerte, otro Lucas, y el doctor Norris ha escrito uno sobre él. Ya sé que Sondra London ha comenzado uno sobre mí, pero me han dicho que era demasiado en favor mío y se negaron a hacerlo… De todos modos, puede escribir lo que quiera, me da igual, la gente cree lo que quiere creer… hasta si no es verdad… no importa.
-¿Está usted furioso con Henry porque le trata de embustero?
-Pues bien… no sé cómo podría ser un embustero, porque fue él quien comenzó todo este lío… Durante mucho tiempo, no supe que había matado a su propia madre… y nos hicimos amantes. Amantes homosexuales. Todo lo que él quería hacer, yo lo hacía con los ojos cerrados. Hay un libro sobre él que se llama Henry… Fue él quien lo comenzó todo… bebiendo sangre… comiendo a gente… está escrito en el libro… Pero a veces lo que está en los libros es falso… pero, ¿sabe usted?, era Henry quien contaba todo eso… Si él no hubiese comenzado todo eso, yo no estaría en esta mierda. En los cuatro últimos meses me han condenado cuatro veces a perpetua… He pasado bastante tiempo en el Corredor de la Muerte… Salí de allí en 1986. La realidad es que Lucas no quiere decir la verdad sobre él mismo y por eso cuenta todas esas sandeces. Trata de que no lo ejecuten, simplemente… y de no ir de cabeza al infierno… pero de todos modos, irá, irá al infierno. Juega siempre con el Diablo, dice sandeces…
-Si pudiera usted volver a encontrarlo, ¿qué le diría?
-No tendría nada que decirle… Ya no querría tener nada que ver con él… Tal vez le abriría la cabeza… Sí, esto es lo que haría… le aplastaría el cráneo.
-¿Le gustaría matarlo?
-Sí. ¿Por qué no? Mire usted, con esto de conceder entrevistas, de escribir libros, de salir en la radio y en la tele, me ha metido en sus líos. Ahora, ya no cambiará nada. Como digo, la gente cree lo que quiere creer. No puedo impedírselo. Y no serviría de nada si Lucas cambiara lo que cuenta. Lo han enganchado, no saldrá pronto… arrastrará su culo por la prisión… Lo han enganchado, tendrá que pasar por la sartén y adiós a todos. Tiene que acostumbrarse a esta idea…
-¿Y cómo era Henry cuando lo conoció usted?
-Era tranquilo, no hablaba mucho… pero con él nunca se podía saber, era imprevisible… Siempre tranquilo… Una vez, había decidido incluso echarlo a la calle, pero mis padres insistieron para que se quedara… Otra vez, quería ahogarse y quería que yo hiciera lo mismo… Si continúa así, seré yo quien lo ahogará, y con mucho gusto… le meteré la cabeza en el fango, lo más hondo que pueda, hasta el fondo del fango… mire usted, fue él quien comenzó todos esos cuentos de Henry Lucas al declarar que mató a 600 personas, luego a 360, después a 300 y ahora dice que nunca mató a nadie… pero bien debió hacer algo, ¿no? No condenan a muerte por nada… debió hacer algo, ¿no?… miente…
-¿Qué le gustaba de él?
-Entonces, me gustaba como persona, me gustaba hacer cosas con él, hasta lo peor… yo me atiborraba de droga y de otras cosas… yo estaba completamente loco…, la mayor parte del tiempo ni sabía dónde estábamos cuando íbamos en coche… fumaba, tomaba pastillas, me colocaba… me emborrachaba… prácticamente a todas horas… y luego la policía me quitó pelos y cabellos para examinarlos… tenían autorización para hacerlo… me obligaron a masturbarme en un preservativo… me obligaron a hacer muchas cosas… no sé qué pasará, ahora… la semana pasada todavía recibí citas para unos juicios por asesinato. -Me enseña los papeles- Recibo citas así cada dos por tres, paso de un juicio a otro… continuamente, no se detiene nunca…
-Ya sé que le gustan los incendios…
Su rostro se ilumina, sonríe con ganas y hace amplios gestos.
-Los adoro, sobre todo cuando las llamas son altas como tres pisos… eso me excita, me empina…
-¿Por eso provocó muchos fuegos?
-Sí, sí. -Está muy excitado-. Aquí no pude encender ninguno porque no hay nada que queme. -Golpea el muro con el puño-. Sólo cemento y acero… no hay nada que pueda quemar, aquí… pero el fuego me excita, me empina… Gozo… es sexual… nada me excita tanto como un buen fuego… Pero aquí hay fulanos que siempre tratan de follarme… -Ríe-. Hay algunos que son guapos, otros que no valen la pena… yo no dejaría ni siquiera a mi perro a solas con algunos de ellos… -Se carcajea.
-¿El fuego le parece mejor que el sexo?
-Bueno, pongamos que un poco de fuego y un poco de sexo… eso sería estupendo… Fuego y sexo al mismo tiempo, eso sí que me empinaría… pero la verdad es que adoro verdaderamente el fuego… me hace algo, es como estar colocado… me hace algo, me tranquiliza… me gusta muy alto, con llamas como de tres pisos… La verdad es que los fuegos pequeños me interesan menos… A veces, en mi celda, sueño que veo un fuego alto como de cuatro o cinco pisos. Y esto me excita mucho, de veras… Pero aquí no es posible… A menos que se queme un colchón… y eso da para poco… Desde que estoy encerrado aquí, no he encendido ningún fuego… por lo menos, no un fuego como los que me gustan…
-¿Prendió usted muchos?
-Cuando vivía en la calle pegaba fuego a cualquier cosa… luego esperaba tranquilamente la llegada de los bomberos y me hacía una paja… me daba algo especial… me entusiasma ver las llamas subir al cielo… por encima de los edificios… me excita… pero aquí todo es de cemento excepto los colchones, y los colchones se apagan en seguida… Starke está construido con cemento y acero, nada quema… nada quema, a menos que se tengan periódicos… sueño con un incendio gigantesco en la prisión, con llamas enormes… vaya si me excitaría, esto… conozco a presos que trataron de incendiar la prisión, pero no funcionó… no los denunciaré porque tal vez consiga convencerlos de que vuelvan a probarlo…
-Sé que le gustaba mucho vestirse de mujer.
-Lo hacía a menudo, pero me vuelvo viejo y ahora es más difícil. Cuando era más joven me encantaba hacerlo. Hasta me daba inyecciones de hormonas femeninas, me afeitaba las piernas, los brazos y el pecho antes de ponerme un vestido con mucho escote… abierto por los lados… Me tiraba a viejos ricos, cuando era joven… me ganaba cien dólares cada vez que me echaban un polvo, así de sencillo. -Chasquea los dedos-. Y con sólo una vez. Y aquí, mierda, tienes suerte si te ganas ocho dólares. -Se echa a reír-. Aquí, los hay que lo hacen por un paquete de cigarrillos, y otros, por nada… Sí, echo de menos esa época, cuando podía ponerme una peluca.
Imita los movimientos, con gestos muy afeminados-. Me depilaba las cejas, me maquillaba los ojos…. ya no puedo hacerlo… pero de todos modos tengo a un puñado de tipos que tratan de follarme… los hay que me excitan y otros que no… pero es el fuego lo que me excita de veras, con los fuegos me empino…
-¿Y con Henry, se vestía usted de mujer?
-Sí… estaba muy guapo cuando me maquillaba bien, con mi peluca y mis vestidos… con todo ese maquillaje y esas pelucas sería la sensación de la cárcel… Antes, me echaba a los viejos porque eran los que tenían pasta, y ahora soy yo quien va detrás de los jóvenes y los viejos… en la prisión no soy exigente… si un hombre me gusta, le digo: «¿Vienes, cariño? Vamos a jugar un ratito. »
-¿A qué edad cometió su primer asesinato?
-Tenía catorce años.
-¿Se acuerda de cómo fue?
-Hacía autoestop en California cuando aquellos dos tipos me recogieron… y luego discutieron y uno de los dos tipos apuñaló al otro… dijo que también me rajaría y salté del coche… él también salió, me siguió y volví al coche, subí y aplasté al tipo con su propio automóvil… yo era un crío y no sé siquiera dónde pasó todo eso… Lo hice y eso es todo. 0 él o yo… y me habían violado cuando era todavía un mocoso.
-¿Cuántos asesinatos había cometido usted cuando conoció a Lucas?
-Ni siquiera los contaba…
-¿Muchos?
-Sí, pero ni me fijaba… No mataba simplemente por el placer de matar… es que mi mente… bueno, a veces no la controlaba…
-¿Qué le empujaba a cometer un crimen?
-Bueno, pues alguien me golpeaba o trataba de engañarme… entonces, de un modo o de otro, me vengaba… no era por una sola cosa, sino por muchas cosas… no llegaba a contarlos… los asesinatos eran tantos que no llegaba a contarlos… era algo así como el presidente del país… manda a los chicos al otro lado del océano y matan a gente… a cualquiera, al que pasa una puerta… yo no mato a personas que pasan una puerta… era mi cabeza que me obligaba a matar… la mayor parte de las veces estaba colocado… No llego a explicármelo…
-Y con Henry, ¿a cuántos mataron?
-Algo más de un centenar… ciento cincuenta…
-¿Quién mataba más?
-Él. Mataba a una mujer y, una vez muerta, se la tiraba… y después todavía quería tirarse a un perro… Follaba cualquier cosa con tal de que tuviera un agujero para meterla… Una vez lo vi tirarse a una vaca. -Se ríe-. Se había subido a un cubo y culeaba a la vaca y ésta volvió la cabeza y él la besó… le dije: «Exageras, amigo… follas a una vaca y luego la besas»… Exageraba. Era asqueroso.
-¿Eso le desagradaba?
-No sabía qué pensar… Estaba tan colocado que no sabía qué pensar… La mayor parte de las veces ni sabía dónde estaba. Le acompañaba en todo lo que hacía… Hacía como él era mi amante…
-¿Le ordenaba matar?
-Sí… me decía lo que debía hacer… Una vez, recogió a una mujer, se la tiró antes de matarla y después de matarla volvió a tirársela… y entonces vio a una condenada cabra en un prado y quiso tirarse a la cabra… le dije: «Estás verdaderamente chiflado…, mira que querer tirarte a una cabra … » Se quitó las botas que llevaba y se las puso a la cabra en las patas traseras antes de follarla. -Mima los movimientos-. En toda mi vida he visto algo parecido… follaba a una cabra… nunca he visto a alguien tan asqueroso… era demasiado… no sé cómo me las compuse para encontrarme con un tipo así…
-¿Cómo mataban a sus víctimas?
-De muchas maneras… era asqueroso, pero la mayoría de las veces yo estaba colocado, lleno hasta los ojos…
-¿Qué sentía cuando mataba?
-Como una descarga de adrenalina… como colocar como un chispazo en el cerebro… no sé qué le pasa creo que lo freirán…
-¿Y después de los asesinatos?
-Era como un chispazo… un chispazo que subía has la cabeza… a veces tenía la impresión de que iba a desmayarme, a caer al suelo… es difícil de explicar… casi no lo entiendo yo mismo… no comprendo siquiera por qué hacía todo eso… Mire usted, era completamente chiflado, era demasiado… -Se apodera de una cajetilla de Kool que he puesto encima de la mesa-. Aprovecho que los guardias no miran… me los meto en el bolsillo…
-Alguna vez, hasta crucificó a sus víctimas…
-Sí, sí, teníamos una especie de altar y les rajábamos la garganta, bebíamos la sangre y a veces cocíamos los cadáveres… a veces los nuevos miembros cortaban el cuello antes de follar los cuerpos… y después follaban a los animales y los mataban y volvían a follar a los animales… y después había una gran fiesta durante la cual comíamos a alguien y a los animales…
-¿Era cuando formaban parte de ese culto satánico?
-Oh, sí, eso hacían… había tanta gente que no sabíamos quién era quién… de todos modos, la mayoría iba con máscara… conocía a algunos, como ese tipo que vende autos de segunda mano en Jacksonville… una vez se entraba en la secta, ya no se podía salir, pues si se salía la vida se convertía en un infierno peor que antes…
-¿Cómo se llamaba esa secta?
-La mano de la Muerte… hace años que existe… pero van con mucho cuidado… fue Henry quien primero habló de esto… hubo una época en que ganaban dinero vendiendo niños a México…
-¿Por qué niños?
-Hay gente que los emplea para películas porno… otros los vendían directamente a gente rica… Pero yo nunca me ocupé de eso… nunca hubiera hecho daño a un crío… adoro a los niños… pero los otros… no sé qué hacían a los niños… un niño necesita amor, nunca habría hecho daño voluntariamente a un niño…
-¿Siempre comían a sus víctimas?
-La primera vez comí a alguien sin saber que era una persona… no sabía que estaba cocida… no tiene mal gusto con salsa barbacoa… mi propia receta de salsa barbacoa. -Sonríe-. Es difícil notar la diferencia… creía que era carne normal… no me imaginaba que era alguien muerto… cuando terminé, me dijo: «Acabas de comerte una persona» y le dije : «¿QUÉ?»’… no lo sabía… el guiso no es muy diferente de las otras carnes… a veces no sabía siquiera que comía una persona, de tan colocado como estaba… también bebía sangre…
-¿Cómo lo hacían para comerse a esas personas?
-Hacíamos una gran fogata, como para una barbacoa… a veces los guisaban en estofado… me dijeron que era muy bueno, pero nunca lo probé así… Henry habría podido comerlo día y noche… es un verdadero caníbal… tenía una mirada de loco… nunca se sabía por adelantado lo que iba a hacer… tenía que estar yo muy chiflado para hacer eso…
-¿Henry también comía personas?
-Sí, claro… dice que no, pero es un embustero… le gustaban todos los pedazos… el corazón… se preparaba un plato de estofado con el corazón y las costillas… me dijo que el mejor pedazo, el más tierno, era el de las nalgas… sí, las nalgas eran el pedazo más exquisito…
-Y para usted ¿cuál era el pedazo preferido?
-¿Yo? No siempre comía… las costillas… pero estaba completamente borracho cuando las comía… Lucas me daba pedazos, pero nunca lo creí, hasta el día en que le vi cortar el cuello de alguien y tomar un bote para recoger la sangre que salía y beberla… luego dijo que era bueno, mejor que beber champán o vino…
-Cuando era usted más joven, creo que oía a personas muertas que le hablaban, ¿no?
-Sí… oía las voces de los muertos… ahora todavía podría ir a la tumba de mi madre, tenderme encima y sentir vibrar el suelo… y sentir que ella se mueve ahí abajo… y sé muy bien que ella me oye cuando le hablo… y siento que la tierra vibra… iba muy a menudo…
-Con su abuela, ¿iba con frecuencia a los cementerios?
-Desenterrábamos muchos huesos… y hierbas de todas clases… y con los huesos hacía pactos con el Diablo… preparaba hechizos, muñecas vudú… a veces cogía una gallina y le retorcía el pescuezo…
-¿Y usted hacía el trabajo sucio para ella?
-Sí… hacía lo que ella me mandaba… me decía que yo pertenecía al Diablo… «Haz lo que te digo, no puedes abandonar, nunca podrás alejarte del Diablo»… era una verdadera bruja… llevaba vestidos muy largos, los cabellos muy largos, y se cubría la cara… iba a los cementerios, a las granjas, para lanzar maldiciones, quemaba altares… tenía cráneos en su casa… me enseñó cómo sacar un cajón, volverlo del revés y hacer un altar… cortaba las manos de los cadáveres, y hierbas, y con un cuchillo lo mezclaba todo en una copa… era muy interesante… cuando era muy pequeño, mi padre, para castigarme, me puso debajo de un tendedero de ropa en el cual colgó por la cola dos gatos atados… yo estaba debajo de ellos y los gatos se despedazaban uno a otro… sus entrañas colgaban y su sangre me caía en la cara… yo gritaba… era muy niño… era como el Diablo para mí… era cuando muy niño… hacía comida con un perro… me violó cuando era muy pequeño… pero continué, no me detuve… cuando era muy pequeño, mi hermana me vestía de niña… con los años, todo era cada vez más loco… no podía detenerme… cada vez peor… no sabía cómo hacerlo… hacía lo que mi madre me decía… a veces, mi abuela se las arreglaba para tener un cadáver todavía fresco, le cortaba la cabeza… tomaba la cabeza en sus manos, esperando que se secara la piel… otras veces, le arrancaba la piel de la cabeza para colocársela encima de su cuerpo… decía que haciendo esto su piel se conservaría joven… es lo que hacía cuando yo era pequeño… ¿Estaba bien o mal? No lo sé… No pensaba… no puedo decirlo… hacía lo que me decían… a veces, ella meaba en un orinal y me lo vertía sobre la cabeza y decía que así el Diablo no me abandonaría… sí, eso es lo que hacía…
-.Cree que todo esto es responsable de lo que es y de lo que ha hecho usted?
-No lo sé… es difícil de comprender… pero sigo yendo de juicio en juicio… la semana que viene tengo todavía uno. Me enseña los papeles-. Mire…
-¿Es un juicio por asesinato?
-Sí… Ah, sí, le hice a usted un dibujo, es para usted. -Me lo da-. Es un regalo.
-Gracias.
-Para usted.
-¿Cómo fue que confesó el asesinato del pequeño Adam Walsh y que Gerard Shaefer escribió la confesión por usted?
-Yo no lo hice, ese crimen… en un libro escribieron que yo era el sospechoso número uno… trataron de decir que era yo, pero me declararon inocente de este crimen… está en el libro Henry… ha armado mucho lío… Hay una mujer que declara en Florida que en 1985 hubo un crimen parecido… antes de éste… pero era una chica en lugar de un chico… la chica tenía nueve o diez años, pero yo estaba ya en prisión… nunca encontraron el cuerpo de Adam Walsh… sólo las cabezas de Walsh y de esa chica… si hubiese cometido el crimen, sabría dónde están los cuerpos… pero lo ignoro…
-Entonces, ¿por qué confesó?
-Me obligaron… me golpearon, me insultaron, y tuve que confesar… ya sabe usted cómo es la gente: piensan que uno ha matado una vez y se creen que uno ha matado muchas otras veces… vuelven a visitarle a uno, quieren cerrar sus casos y al cabo de un rato se sienten frustrados y le obligan a uno, por la fuerza, a confesar… Pero yo no cometí ese crimen… ¿Ha visto usted mi sortija?… Alguien me la hizo… está muy bien hecha…
-¿Quién la hizo?
-Un buen amigo… un muy buen amigo. -Sonríe-. Mírela… Se diría que es auténtica.
-¿Es el amigo con el que quería casarse?
-No, nos separamos… ya no quiere casarse… cambió de idea… dijo que no y todo se acabó entre nosotros…
-¿A quién quiere usted más, a Dios o al Diablo?
-Si se cree en Dios, se cree en el Diablo… se cree en los dos… No se puede decir que se cree en el Diablo si no se cree también en Dios… Siempre hay uno qué es más fuerte que el otro… No comprendo bien todo esto… me gustaría entenderlo, pero no lo consigo…
-Cuando se muera usted ¿qué le pasará a su alma?
-Si creo en el Diablo, el Diablo se me llevará, y si creo en Dios, Dios se me llevará… no sé de qué lado iré… no sé si el Diablo seguirá dándome patadas en el culo o no… . ¿Sabe usted que me ha dado muchas patadas en el culo, desde siempre?…
En ese momento, los guardias entran en la pequeña sala. Termina la entrevista. Al salir, Ottis Toole me pide que le escriba. Me contestará con dibujos y me enviará, dice, «una carta larga y bonita».