Mary Pearcey

Mary Eleanor Wheeler

  • Clasificación: Asesina
  • Características: Triangulo amoroso
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 24 de octubre de 1890
  • Fecha de detención: 27 de octubre de 1890
  • Fecha de nacimiento: 1866
  • Perfil de la víctima: La mujer de su amante, Phoebe Hogg, de 32 años, y su hija de 18 meses
  • Método del crimen: Apuñalamiento - Asfixia por sofocación
  • Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Ejecutada en la horca en la prisión de Newgate el 23 de diciembre de 1890
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Mary Pearcey

Última actualización: 14 de enero de 2016

Mary Pearcey (1866 – 23 de diciembre de 1890) fue una inglesa acusada de matar a la mujer de su amante, Mrs. Phoebe Hogg, y a su pequeña hija también de nombre Phoebe, el 24 de octubre de 1890, por lo que fue ejecutada por estos asesinatos el día 23 de diciembre de ese mismo año, cuando tenía veinticuatro años de edad.

A veces, se asocia a la nombrada con la figura de Jack the Ripper, en parte porque esos crímenes están asociados con sexo y porque en la forma de matar hubo abundante sangre, y en parte por pruebas circunstanciales y poco sólidas que se señalaron.

Vida

Su nombre completo en el nacimiento era Mary Eleanor Wheeler, y aparentemente habría nacido en el año 1866.

Se ha afirmado erróneamente que su padre era un tal Thomas Wheeler, que fuera condenado y ahorcado por el asesinato de Edward Anstee. No obstante, la autora Sarah Beth Hopton fue incapaz de encontrar cualquier evidencia que efectivamente ligara a ambos (salvo por el apellido en común), pero sí encontró al respecto una retractación en un artículo de un periódico, precisamente donde la citada información fuera propalada por primera vez.

Mary Wheeler posteriormente adoptó el nombre «Pearcey» de John Charles Pearcey, un carpintero con quien vivió cierto tiempo, y quien la abandonó por causa de su infidelidad. Tiempo después, la nombrada pasó a convivir con un hombre llamado Frank Hogg, quien en la época al menos tenía una amante llamada Phoebe Styles.

Y aconteció que Styles quedó embarazada, y entonces Hogg contrajo matrimonio con ella, por insistencia de la propia Mary Pearcey. Todos vivían en Kentish Town, en Londres, y del citado embarazo resultó una niña a la que se le dio el nombre de Phoebe Hogg.

Asesinato de madre e hija

El 24 de octubre de 1890, la señora Hogg y su bebé fueron invitados por Mary Pearcey a hacerle una visita. Y a eso de las 4:00 de la tarde, los vecinos oyeron gritos y sonidos de violencia.

En aquella noche, el cadáver de una mujer fue encontrado en un basurero en Hampstead; su cráneo había sido aplastado, y casi decapitado. Además, un cochecito de bebé fue encontrado a alrededor de una milla de distancia del cadáver citado, con manchas de sangre, y un bebé de dieciocho meses fue encontrado muerto en Finchley, aparentemente asfixiado.

Los fallecidos fueron identificados como Phoebe Hogg y su hija. Las sospechas recayeron en Mary Pearcey, que había sido vista empujando el cochecito de bebé de Phoebe, después de oscurecer, por las calles de Londres.

La policía revisó la casa de la sospechosa, y encontró manchas de sangre en las paredes, en el techo, y en varios artículos, además de rastros de sangre en un cuchillo de trinchar. Y cuando la dueña de casa fue interrogada sobre el asunto, manifestó que estaba teniendo problema con ratas en la casa, justificando la sangre al intentar matar a los animalitos.

Mary Eleanor Pearcey naturalmente fue acusada del doble asesinato, y condenada, aunque la acusada sostuvo en todo momento que era inocente; finalmente fue ahorcada el 23 de diciembre de 1890.

El caso Pearcy ciertamente llamó la atención de la prensa sensacionalista de la época, por lo que fue ampliamente difundido. El museo Madame Tussauds hizo una figura de cera de Pearcey para su Cámara del Horror, y además compró el cochecito usado en el asesinato y varios utensilios de cocina de Pearcey. Y cuando la exposición fue abierta con estos ítems, atrajo una multitud de unas 30.000 personas. En cuanto a la cuerda usada para ahorcar a Pearcy, está en exhibición en el Black Museum (o The Crime Museum) de Scotland Yard.

Jack el Destripador

Mary Pearcey, así como muchos otros famosos asesinos de la época victoriana, también fue sugerida como sospechosa de ser responsable de algunos de (o de todos) los llamados asesinatos de Whitechapel. La nombrada fue tal vez el único sospechoso de sexo femenino que fue relacionado con los asesinatos durante esos fatídicos años de fin del siglo XIX.

Esta muy peligrosa fémina consumó los homicidios que se le probaron en el año 1890, llevando a término el despiadado acuchillamiento de la esposa e hija del hombre que por entonces era su amante. El 23 de diciembre de aquel año, Mrs. Pearcey, contando a la sazón con sólo veinticuatro años, subiría al cadalso de la prisión de Newgate expiando la culpa impuesta por sus violentos crímenes. Las fotografías que de ella se conservan la retratan como una chica delgada, de rostro poco agraciado y hombruno, en el cual resalta una amplia y prominente dentadura.

Indudablemente se llevó a la tumba varios secretos, y entre éstos, el motivo que la impulsó a realizar un críptico mensaje, que en periódicos de Madrid (España) su abogado hiciera publicar en cumplimiento de la última voluntad manifestada por su defendida.

El texto de dicho comunicado mentaba: «Para M.E.C.P., último pensamiento de M.E.W. No te he traicionado». Esta extraña acción de la condenada a muerte se interpretó como un aviso dejado a un cómplice, posiblemente haciéndole saber que, pese a las presiones recibidas, mantuvo la boca cerrada y no delató ante la policía la participación de aquél en los asesinatos que la enviaron a la horca.

Nunca se acusó formalmente durante su proceso penal a Mary Eleanor Pearcey, la asesina de la época victoriana, de haber resultado la pretendida «Jill la Destripadora». Su postulación para tan oscuro cargo exclusivamente se debió a especulaciones muy ulteriores a su trágica muerte.

Es sumamente probable que las iniciales M. E. W. desearan aludir a Mary Eleanor Pearcey a través de su nombre de nacimiento, pero se desconoce la identidad de la persona a la cual se dirigía el mensaje, y que se refiere con las iniciales M. E. C. P., donde P tal vez podría representar el apellido Pearcey como apellido materno, o como apellido paterno, o como apellido de casada, o donde P tal vez podría ser un sobrenombre o cualquier otro apellido comenzado con P. Quizás Pearcey confesó el crimen a alguien que podría haber sido juzgado en calidad de cómplice, y en este mensaje ella lo tranquilizaba asegurándole que no había hablado a la policía sobre la confesión.

En cuanto a autores que de alguna forma insinuaron que Mary Pearcey podría estar además involucrada en los crímenes de Jack the Ripper, particularmente se destaca Sir Melville MacNaghten. Este jercarca de Scotland Yard en sus memorias recordaba haber tratado personalmente a la imputada, y describe su encuentro con ella cuando fue a detenerla al mando de un grupo de agentes.

Al realizarse el allanamiento en la casa de la calle Priory donde residía, y mientras los policías registraban la finca, ella se sentó frente a su piano y tocó desafinadamente unas melodías populares. Cuando localizaron un atizador y un cuchillo manchados de sangre y le preguntaron cómo explicaba ese hallazgo, con tono monocorde la interpelada repitió mecánicamente:. «Los usé para matar ratones, para matar ratones, para matar ratones…». Melville MacNaghten la definió como una mujer con los «nervios tan bien templados como el cuerpo», y se admiró: «Nunca he visto una mujer de constitución más fuerte».

Aunque, tal como ya se indicó, Mary Eleanor Pearcey fue casi la única sospechosa de sexo femenino de quien remotamente se sugirió que pudiera haber sido Jack el Destripador, la idea de que una mujer fuera la responsable de la matanza del otoño de terror contó con varios adherentes de los cuales seguidamente exponemos una breve reseña.

Primero que nada corresponde señalar a Sir Arthur Conan Doyle, creador del personaje Sherlock Holmes, quien especuló con que el Destripador podría ser del sexo femenino, ya que una mujer en la época bien podría por ejemplo haber fingido ser partera, para así justificar tener ropas manchadas de sangre; además y como mayoritariamente se especulaba que este asesino serial era un hombre, ello podría haber contribuido a una eventual asesina mujer a pasar más desapercibida.

Pero además, el primer libro donde muy concretamente se propuso a una mujer como asesina de Whitechapel tuvo por título Jack the Ripper, or whe London walked in terror (Jack el Destripador, o cuando en Londres caminaba el terror); y el autor de esa obra publicada en 1937 fue Edwin Woodhall.

En dicho relato una imaginaria modista rusa de excepcional fuerza, llamada Olga Tchkesoff, enloquecería de rabia al descubrir que su inocente hermana menor murió de una septicemia provocada por la sífilis contraída por su labor como prostituta. Y dado que Mary Kelly y las otras futuras víctimas eran las responsables de haber llevado por el mal camino a la chica, Olga descargó su furia sobre ellas asesinándolas sádicamente.

Esta suposición fue retomada como base en 1939 por William Stewart en su libro Jack the Ripper: A New Theory, en donde no se mencionaba específicamente a Pearcey en conexión con los crímenes, aunque la candidata propuesta también disponía de gran fortaleza física. Concretamente, ese autor abogaba por que una comadrona era la causante de aquellos desmanes, y que su condición de tal la hacía pasar desapercibida en la escena de los homicidios.

Hasta aquí las elaboraciones literarias que postulan distintas candidatas (todas ellas de ficción), de haber constituido la pretensa «Jill the Ripper». En cuanto atañe a Pearcey, todas las pruebas señaladas respecto de la posibilidad de que fuera el asesino de Whitechapel eran circunstanciales, por lo que en realidad no existe respecto de este caso ni evidencia sólida ni relatos de testigos que realmente liguen a Pearcey con los crímenes atribuidos al Destripador.

En mayo de 2006, pruebas de DNA de saliva en sellos de cartas supuestamente enviadas por Jack el Destripador a algunos periódicos de Londres, fueron consideradas por algunos escritores modernos como sólidos indicios de que provenían de una mujer. Lo señalado impulsó por cierto una amplia discusión al respecto, aumentando el interés del periodismo por el caso Pearcey y por su vinculación con los desatinos del Destripador.


Jack el destripador o Lizzie la destripadora

Nerea Riesco – Elmundo.es

31 de agosto de 2014

Hoy, hace 126 años, Jack el Destripador se cobró su primera víctima.

En vísperas del otoño en el East End, una de las zonas más infortunadas de la ciudad de Londres, el cielo lloraba como casi siempre, aunque esta vez por una buena razón. El barrio estaba plagado de niños manilargos y mugrientos, de borrachos malolientes y pendencieros que empeñaban sus zapatos a cambio de un mendrugo de pan seco, de prostitutas desdentadas que ofrecían al reclamo de two penny knee trembler una experiencia capaz de hacer temblar las rodillas del cliente por dos peniques. Y es que los contactos carnales con aquellas mujeres se realizaban en un callejón oscuro, apoyados contra la pared.

No era de extrañar que la mayoría de los elegantes habitantes del West End evitaran la zona, por si acaso la miseria se contagiaba simplemente con mirarla. Por si todo aquello no fuese suficiente desgracia, ese lugar se vio sacudido por la crueldad de un infame asesino. ¿O quizás fuese una asesina? En el 2006 un análisis de ADN señaló que, en el engomado de una de las cartas que la policía aún conserva del Destripador, aparece la huella genética de una mujer.

Ya en 1888, entre la abrumadora mirada de sospechosos con los que contaba la policía, surgió un nombre femenino. Se trataba de una tal Mary Eleanor Pearcey, también identificada como Mary Eleanor Wheeler, pronto conocida por el sobrenombre de «Jill the Ripper».

Depresiva, epiléptica y alcohólica, era poseedora de unas firmes manos que utilizaba para acariciar con delicadeza y pasión a Fran Hogg, un transportista que la obnubiló gracias a la exquisitez de sus tarjetas de visita, una novedad que era por aquel entonces lo último en sofisticación. Sin embargo a Fran no le bastó con el amor desinteresado que Mary le proporcionaba, de modo que dejó embarazada a otra mujer con la que terminó por casarse.

Curiosamente las nupcias se celebraron el 9 de octubre de 1888, el día que Mary Kelly, la última víctima canónica de Jack el Destripador, fue asesinada.

Ni que decir tiene que Mary Eleanor Pearcey no se tomó el asunto de la boda nada bien. Montó en cólera y decidió que la única manera de saldar con dignidad su agravio era quitando de en medio a la mujer y al hijo de su amante. Y así lo hizo. Rebanó el cuello de su competidora con tanta saña que la cabeza de la infortunada quedó apenas sujeta al cuerpo. Después ahogó al bebé y lo abandonó bajo un puente.

La policía encontró a Mary horas después cubierta de sangre asegurando, con los ojos perdidos, mientras tocaba repetitivamente las dos mismas notas en un piano, que se había manchado «matando ratones, matando ratones, matando ratones…». Encontraron aquel comportamiento lo bastante sospechoso como para llegar a la conclusión de que esa mujer era la responsable del doble crimen. La condenaron a muerte.

El secreto de Mary, a la tumba

Antes de cumplirse la sentencia, le pidió a su abogado que colocase un anuncio en un periódico de Madrid. El texto rezaba así: «Última voluntad de Mary Eleanor Wheeler. No he traicionado. MEW». Con su muerte se llevó a la tumba el secreto que se escondía tras esas enigmáticas palabras y la razón por la que el anuncio tenía que aparecer en un diario español. Poco tiempo después, el museo de Madame Tussauds confeccionó una figura de cera de Pearcey para colocarla en su Cámara de los Horrores.

Pero en los últimos tiempos se postula otro nombre de mujer tras el cual podría estar enmascarándose desde hace más de un siglo el asesino de Whitechapel. Se trataría de Elizabeth Willians, Lizzie para los amigos, esposa de otro de los grandes sospechosos: el doctor William Gull.

Un abogado británico jubilado, John Morris, es el garante de esta nueva teoría. En sus ratos libres ha escrito un libro con esclarecedor título: Jack the Ripper: The hand of a woman, (Jack el Destripador: La mano de una mujer.)

Según Morris, la motivación de esta señora sería su incapacidad para concebir hijos. Eso la habría convertido en una enferma mental dispuesta a todo para arrebatarle a otras mujeres lo que la naturaleza le había negado.

No debemos olvidar que, una de las señas de identidad del Destripador era hacer gala de su apodo extirpando determinadas vísceras del cuerpo de sus víctimas, entre ellas el útero. Lo hacía con tal destreza, rapidez y maestría (teniendo en cuenta que cometía los asesinatos en mitad de la noche, en callejones apenas iluminados) que se llegó a elucubrar con que se tratase de un médico, un veterinario o, en su defecto, un carnicero loco.

Esta nueva teoría concluye que Lizzie podría haber dispuesto de la información necesaria para saber dónde estaba situado cada órgano corporal y de qué manera extraerlo gracias a los manuales que seguramente tenía por casa. O quizás presenciaba las operaciones quirúrgicas de su marido.

Otra de las razones que sustenta la teoría de Morris es que ninguna de las cinco prostitutas consideradas como las víctimas canónicas de Jack el Destripador fueron agredidas sexualmente. Es más, según parece en los escenarios de los crímenes aparecieron ciertas señales que hacían pensar en que una mano femenina había manejado los hilos.

En el asesinato de Annie Chapman, por ejemplo, los objetos personales de la difunta aparecieron colocados delicadamente, y en perfecto orden, bajo sus pies. Y junto al cuerpo de Catherine Eddowes se encontraron tres botones ensangrentados pertenecientes a un botín femenino.

Pero lo más sorprendente es que en la vivienda de Mary Kelly, en la chimenea, fueron hallados restos de elegante ropa de mujer que no pertenecían a la desafortunada meretriz, entre ellos de una capa, una falda y de un sombrero.

La pista de Lizzie Williams

Y es precisamente esta última víctima la que pudo desatar la furia de la asesina, según Morris. Al parecer el marido de Lizzie, el doctor William Gull, que oficialmente se dedicaba a la tarea de auscultarle los dolores a la reina Victoria, compaginaba tan honorable labor con el lucrativo negocio de los abortos clandestinos en el miserable barrio de Whitechapel. Allí había conocido a Mary Kelly, una deliciosa flor surgida como por antojo entre ese desbarajuste de cardos que eran las prostitutas del East End.

El doctor, aparentemente sorprendido por su belleza y juventud, había decidido disfrutar de sus encantos antes de que el tiempo, la pobreza, el alcohol y las pulgas terminaran por marchitarla, convirtiéndola en un cardo más. ¿Acaso no es ese un buen motivo para que Lizzie terminara por odiar a aquellas mujeres? Abortaban los hijos que ella no podía tener y se apoderaban de maridos que no les pertenecían. Quizás ese fue el caldo de cultivo en el que comenzó a planificar su venganza.

Sin embargo son muchos los que se muestran contrarios a aceptar la teoría de que Elizabeth Willians esconde tras de sí la verdadera identidad del Destripador. Algunos sostienen que las mujeres no suelen utilizar la violencia para realizar sus crímenes.

Desde los tiempos de Freud los cuchillos son considerados símbolos fálicos. Las asesinas en serie suelen matar a personas que conocen, que viven con ellas, que confían en ellas, y el 80% se sirven del subterfugio de los venenos para llevar a término su plan.

Pese a todo no hay que olvidarse de asesinas seriales tan espectacularmente violentas como la aristócrata húngara Erzsébet Báthory, conocida como la «condesa sangrienta», acusada de torturar y matar a más de 600 jóvenes con la intención de bañarse en su sangre. O a Aileen Carol Wuornos, cuya vida y milagros fueron encarnados magníficamente en el cine por la sudafricana Charlize Teron.

Precisamente es la psicología la que más pone en entredicho la posibilidad de que Lizzie fuese realmente la asesina del East End.

En el año 1981 expertos en perfiles del FBI se lanzaron a elaborar el de Jack el Destripador llegando a la conclusión de que se trataba de un varón de raza blanca, de entre 28 y 36 años que vivía o trabajaba en Whitechapel. Seguramente era un parroquiano asiduo de las tabernas que frecuentaban las prostitutas asesinadas, con un empleo modesto u ocasional, con un carácter tan solitario que incluso podría rozar la enfermedad mental, lo cual le empujaría a pensar que sus asesinatos estaban plenamente justificados. Los expertos del FBI barajaron la posibilidad de que fuera interrogado en su momento y descartado como sospechoso por su apariencia inofensiva.

Entre los detractores de esta teoría están los que consideran que el asesino de Whitechapel debía contar con una determinada fuerza, incompatible con la envergadura de Elizabeth Williams. O con la de cualquier otra mujer. El modus operandi de Jack el Destripador consistía en sofocar a sus víctimas antes de degollarlas.

Pese a todo, en un simulacro llevado a cabo por el psicólogo criminalista Brent Turvey y el fisiólogo de la South Bank University David Cook, se demostró que sólo haría falta presionar la garganta con una fuerza de cinco kilos en cada mano sobre la arteria carótida para dejar inconsciente a alguien. Una vez la víctima en el suelo, degollarla sería totalmente viable para una mujer.

¿Más de cinco asesinadas?

Lo único que parece cierto es que, como diría Sócrates, sólo sabemos que no sabemos nada. O casi nada. Y quizás por eso, pase el tiempo que pase, Jack el Destripador seguirá despertando el interés de la gente. De hecho hay quien asegura que fueron más de cinco las mujeres asesinadas. En su momento la policía llegó a barajar que podría tratarse de 11, habiéndose alargado las muertes hasta el 1891.

No faltan sospechosos, incluso se elucubra con la posibilidad de que se tratase de un grupo de personas: masones, adoradores de Satán… y de ahí las diferentes descripciones de los testigos presenciales, que nunca fueron capaces de concretar si se trataba en realidad de un hombre gordo, flaco, bajo, alto, rubio, pelirrojo, elegante o vulgar.

Sería un error no seguir alimentando la leyenda del asesino en serie más célebre del planeta, sobre todo tenido en cuenta el lucrativo negocio creado en torno a su figura. En Whitechapel se hacen visitas guiadas por las zonas señaladas en los informes policiales.

En ellas se incluyen los callejones donde fueron encontrados los cuerpos mutilados, o los pub The Ten Bells y el Britannia, donde al parecer Annie Chapman y Mary Kelly tomaron sus últimas ginebras antes de abandonar este mundo. Lo llaman «el circuito del Destripador». Hay dos revistas inglesas, Ripperologist y Ripperana, dedicadas a la publicación de nuevas teorías y pruebas, ya que nunca falta quién encuentre un nuevo hilo del que tirar.

Seguramente jamás llegaremos a saber quién fue en realidad el asesino de Whitechapel, pero mientras esperamos conocer la próxima teoría, lo que podemos hacer es sopesar esta. ¿Será Jack el Destripador en realidad Lizzie la Destripadora?

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