Mary Blandy
  • Clasificación: Asesina
  • Características: Parricida - Envenenadora
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 14 de agosto de 1751
  • Fecha de detención: 14 de agosto de 1751
  • Fecha de nacimiento: 1719
  • Perfil de la víctima: Su padre, Francis Blandy
  • Método del crimen: Envenenamiento (arsénico)
  • Lugar: Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Ejecutada en la horca el 6 de abril de 1752
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Mary Blandy

Colin Wilson y Patricia Pitman

Ejecutada en 1752 por el envenenamiento de su padre. El caso reviste circunstancias patéticas.

Mary Blandy nació en Henley-on-Thames en 1720. Hija de un abogado de cierta fama, era conocida por todos por su atractivo y afabilidad. Todo parecía presagiar que contraería fácilmente un matrimonio ventajoso puesto que, por otra parte, su fortuna personal se estimaba en cerca de las 10.000 libras.

Sin embargo, su padre tenía proyectos demasiado ambiciosos y rechazaba sistemáticamente a todos los pretendientes de su hija; a los 26 años Mary estaba todavía soltera.

Así andaban las cosas cuando entró en la vida de la familia el Honorable William Henry Cranstoun, quinto hijo de un par de Escocia y muy conocido en los medios aristocráticos del país. Era de baja estatura, pecoso y desgarbado, pero todos sus defectos no impidieron que Mary se enamorase de él locamente y que su madre le cobrase una gran estimación. Soltero, sin un céntimo, cargado de deudas y sin ninguna ocupación, Cranstoun no opuso ningún reparo a pasar con los Blandy una temporada de seis meses.

Por desgracia para los planes de la familia estaba ya casado con una dama jacobita que, desde el alzamiento de 1745, había caído en desgracia; desde aquella misma fecha el Honorable aseguraba que solamente había sido su amante y juraba no haber contraído matrimonio con ella. Su esposa acudió entonces a la justicia y el pleito se resolvió en su favor. Cuando Blandy se enteró del obstáculo que se interponía ante la felicidad de su hija, montó en cólera, pero no pudo impedir que ésta y su esposa continuasen creyendo en la buena fe de Cranstoun.

La enfermedad de la señora Blandy, que no consentía que su huésped se separase de ella un momento, significó una prolongación de la estancia del escocés en la casa por otros seis meses más. Finalmente, Mrs. Blandy murió (parece que por causas naturales) y su esposo comenzó a mostrar una clara hostilidad hacia el Honorable.

Fue entonces cuando éste habló a su enamorada de unos «polvos» que fabricaba un herbolario de su país y que lograrían dulcificar la agresividad de su padre. Mary accedió a deslizar en el té de Mr. Blandy una dosis de estos polvos y durante algunos días pareció que habían conseguido el efecto deseado, pero poco tiempo después las cosas volvían a su estado anterior.

Un día Mary descubrió que Cranstoun tenía una amante en Londres, pero su bondad era ¡limitada y le perdonó fácilmente. Sin embargo, el escocés empezó a cansarse de tantos disgustos y dificultades y determinó convencer a la joven de que debía envenenar a su padre. Quizá comenzase diciendo que los polvos que la enviaba en una cajita incrustada de piedras escocesas, (ornamento muy de moda en 1750) y con una etiqueta que rezaba «Para limpiar piedras escocesas», no eran más que una nueva dosis de «polvos de amor».

El envío llegó a manos de Mary Blandy en junio de 1751 y pocos días después Mr. Blandy comenzaba a sentirse enfermo.

Un día dejó en su taza cierta cantidad de té envenenado, que bebió una de las sirvientas; al poco tiempo se hallaba en grave estado.

Una envenenadora experimentada no hubiera dado lugar a que sucediese esto y menos todavía a lo que ocurrió algo más tarde. Mr. Blandy comió un plato de gachas que le provocó un gran malestar; Mary no tomó la precaución de tirar las sobrantes, que volvieron a la cocina, donde las terminó la cocinera, que al rato sufría los efectos del veneno. La doncella, Susan, sugirió que quizá la harina estuviera envenenada; la probó y al poco tiempo su estómago confirmaba la sospecha.

A los dos días pudo levantarse y llevó la harina a un químico para que la analizase. Enterada de lo ocurrido, pues había visto a Mary Blandy pocos días antes con el bote donde se guardaba la avena en la mano, comunicó a Mr. Blandy lo que sabía. Este recibió la noticia con mucha serenidad; inmediatamente llamó a su hija y la hizo saber que estaba enterado de todo. Mary, presa de pánico, quiso deshacerse de las cartas de su amante y de los polvos restantes echándolos al fuego de la cocina, pero aún no había abandonado la habitación cuando la cocinera se precipitaba a rescatar el veneno de las llamas.

Como Mr. Blandy se debilitaba de día en día, fue llamado a consulta un médico de Reading, quien aseguró que el paciente estaba siendo envenenado con arsénico, comunicando a Mary que si su padre moría se vería en una situación muy difícil. Horrorizada, escribió rápidamente a Cranstoun declarándose totalmente culpable y pidiéndole que quemase todas sus cartas. Aunque su estupidez pueda parecer increíble entregó la misiva a un criado para que la llevase al Correo, quien, enterado de todo lo ocurrido, la entregó al químico que había analizado el veneno.

Aunque el comportamiento de Mr. Blandy respecto a su hija revela un carácter egoísta y mediocre, sus últimos momentos le redimieron de sus faltas; declaró serenamente que la perdonaba de su crimen y la advirtió que desconfiase de Cranstoun. Murió el 17 de agosto de 1751.

Pocos días después Mary Blandy era arrestada y acusada de parricidio por envenenamiento. Intentó culpar a su amante, pero no fue escuchada.

El juicio se celebró en Oxford. La acusación tuvo que reconocer la malevolencia de los dos sirvientes, y muchos testigos, que creían en su inocencia, subrayaron la ternura y afecto que Mary Blandy mostraba siempre para con su padre. El defensor intentó demostrar que utilizó el veneno creyendo que se trataba de los «polvos de amor» pero el jurado, tras deliberar cinco minutos, pronunció veredicto de culpabilidad. El proceso tuvo lugar en la Escuela de Teología.

Cranstoun escapó al extranjero, muriendo al poco tiempo en la miseria. Después de la ejecución de Mary Blandy se descubrió que su fortuna no llegaba a las 4.000 libras; la suma de 10.000 que aseguraban recibiría el día de su matrimonio, resultó ser una invención o un truco para conseguir un buen partido.


Mary Blandy – Más fuerte que el amor

Leonard Gribble – «Mujeres asesinas»

El incomprensible amor que sintió Mary Blandy hacia un truhán terminó destruyendo su vida. Esta joven murió en la horca, acusada de haber asesinado a su padre, al que amaba sinceramente, y gozó del privilegio -nada envidiable por cierto- de ser la primera mujer condenada basándose en el testimonio de un experto en venenos.

Era hija de Francis Blandy, acaudalado procurador del pueblo de Henley-on-Thames. Los Blandy habitaban en una gran casa situada en la calle Londres y gozaban del respeto y envidia de sus vecinos. Francis Blandy era un hombre agradable y su esposa una excelente anfitriona y ama de casa. La vida transcurría para ellos plácida y monótona en aquella primera mitad del siglo XVIII. Los Blandy eran el prototipo de la clase media de su época.

El matrimonio Blandy tenía que hallar un buen partido para su hija Mary. Esto no hubiese representado ninguna dificultad, ya que Mary Blandy era una muchacha hermosa de ojos oscuros y abundante cabellera castaña. Había recibido una educación esmerada y no carecía de atractivo. Además, Mary Blandy era rica, pues poseía en propiedad una fortuna de diez mil libras, y heredaría a su debido tiempo la fortuna de su padre, un hombre cuyos conocimientos jurídicos le permitieron labrarse una sólida posición.

No es probable suponer que tuviese pocos pretendientes. Su físico y su fortuna permiten aventurar que muchos jóvenes del condado de Oxford acudirían a Henley-on-Thames para presentar sus respetos a la muchacha.

Si no contrajo matrimonio a una edad más temprana fue sin duda por la ambición de su padre. El procurador de Henley deseaba un título para su hija y creía firmemente que lo conseguiría. Casar a una hija con un título a mediados del siglo XVIII no era ya una quimera de padre ambicioso, ya que tras los altibajos del siglo precedente muchos nobles se hallaban dispuestos a contraer matrimonio con muchachas cuya sangre no fuese azul siempre y cuando poseyesen una buena dote.

No obstante Mary Blandy, nacida en 1720, no se casó joven. Por el contrario dedicó todos sus esfuerzos a buscar un título.

El hombre en quien recayó su elección fue un capitán, el honorable William Henry Cranstoun, quinto hijo de lord Cranstoun, par escocés, y sobrino de lord Mark Ken que había comprado una bonita propiedad cercana a Henley y a la que bautizó con el sugestivo nombre de «El Paraíso». Las descripciones que poseemos del capitán Cranstoun discrepan bastante. En algunas se afirma que era joven y apuesto. Por otra parte se sabe que estaba picado de viruelas y era bizco. Si, como se supone, contaba veinte años más que Mary Blandy, no, era joven, sino que rondaba los cuarenta y cinco años, edad no muy favorecedora y peligrosa para un hombre del siglo XVIII aficionado a la buena vida.

Sin embargo, joven o no, apuesto o feo, Cranstoun poseía la fanfarronería peculiar del militar de aquella época, e impresionó profundamente a los habitantes del condado. Mary Blandy lo vio por primera vez cuando asistía a una reunión presidida por lord Mark. Por aquel entonces la joven contaba veintiséis años.

Cranstoun era un galanteador y sus ademanes y conversación recordaban a Londres y sus salones. Aquella mujer camino de los treinta y que buscaba ansiosa alguien a quien entregarle su vida y su dinero, quedó entusiasmada. La palabra se queda corta y no acierta a expresar lo que sintió Mary Blandy. No hay la menor duda de que en los siguientes meses la joven se condujo como una mujer enamorada.

Aceptó invitaciones de Cranstoun, le escribió cartas y recibió cariñosas misivas. Durante estos días vivió la época más feliz de su vida, y cuando Cranstoun le preguntó emocionado si consentiría en ser su esposa, creyó que su paciencia había obtenido el premio merecido.

Aparentemente la nube que al principio preocupaba a los Blandy se había desvanecido.

Con considerable caballerosidad el galante capitán informó a su futura esposa que una intrigante que vivía en Londres se hacía pasar por su esposa y que no sólo había logrado engañar a sus amigos sino inclusive a algunos comerciantes. En aquellos momentos él trataba de que la impostora fuese castigada y esperaba tener pronto legalizada su situación ante los tribunales.

Para la hija de un procurador esto no era extraño, y quizá fue la terminología jurídica que empleaba Cranstoun lo que le indujo a creer que lo referido por el capitán no era más que un obstáculo que desaparecería en breve plazo y que entonces nada se interpondría entre ambos.

Consintió en no divulgar su compromiso hasta que los tribunales de Londres dictasen sentencia.

Mas no tardaron en contarle una versión totalmente diferente de los hechos. Lord Mark Ken consciente quizá de sus obligaciones como vecino, o no deseando perder el paraíso escribió a Francis Blandy una carta estrictamente confidencial. En ella decía que ya suponía enterado al señor Blandy de que su sobrino, el capitán Cranstoun se hallaba realmente casado. Su esposa y su hijo residían en Escocia.

Francis Blandy no tardó en comprobar esto. Montó en cólera ante lo que llamaba «la doblez del capitán». Los hechos que había averiguado se remontaban dos años atrás. Por lo visto la señorita Anne Murray, hija de una familia de fervientes católicos, había llamado la atención del capitán y Cranstoun. Posiblemente se trató de un auténtico flechazo, ya que la joven escocesa era de clase muy inferior a la del hombre que declaraba querer casarse con ella.

Al igual que Mary Blandy, Anne Murray creyó que no existía nada que le impidiese casarse con el hijo de un par. Actuando ambos impulsivamente, William Cranstoun había contraído matrimonio con la joven escocesa a la usanza del país.

Dicho matrimonio no fue todo lo feliz que hubiera podido creerse. En realidad, el cambio en el esposo se produjo cuando recibió una carta de su padre anunciándole que no sólo desaprobaba aquel insensato matrimonio, desafortunado y desigual, sino que su nuera nunca sería bien recibida en su hogar y que tampoco la reconocería públicamente.

La desaprobación paterna únicamente podía afectar a Cranstoun de un modo: dejando de enviarle el dinero que le asignaba. Así lo hizo, En aquella época de su vida, cuando más urgencia tenía de dinero, se encontró con los bolsillos vacíos.

Su amor eterno comenzó a mostrar inequívocas señales de ser perecedero.

Dejó a su mujer embarazada y partió para enfrentarse con su padre, que se negó a seguir pasándole un céntimo. La separación no favoreció a Anne Murray, ya que al llegar a Londres el hijo del par dijo a sus amigos que todo aquello era un malentendido. Había prometido casarse con Anne Murray; pero no lo había hecho.

Sus amigos fingieron creerse la mentira, pero cuando no se hallaba presente se burlaban de él. Su familia se avergonzó ante semejante comportamiento. Sin duda fue este sentimiento de vergüenza lo que impulsó a lord Mark a escribir a Francis Blandy.

Cuando estas noticias llegaron a Henley, la señora Cranstoun que permanecía en Escocia había solicitado del Tribunal Comisionado de Escocia que declarase su matrimonio válido y el hijo habido en esta unión, legítimo.

Por lo visto había algunos puntos no del todo claros en el proceso pero negar la validez de aquélla unión hubiese supuesto ignorar la tradición y costumbres escocesas.

De cualquier forma, cuando Francis Blandy le dio la noticia a su hija, ésta no la aceptó con ecuanimidad. No quiso reconocer que Cranstoun le había ocultado la verdad o que la había deformado.

William Cranstoun, decidido a jugarse el todo por el todo, acudió a la mansión del procurador. La etiqueta y las leyes de vecindad obligaban a no hacerlo esperar demasiado. Fue recibido en una atmósfera tensa y cargada. Explicó que había acudido allí para desmentir una falsa acusación que circulaba, con gran pena por su parte. Se decía que estaba casado con una tal Anne Murray. Ante ellos él lo negaba por su honor de oficial y caballero.

Al llegar a este punto miró a ambas mujeres. Mary y su madre le creían. Supo que aceptaban su historia, plenamente convencidas de que decía la verdad. Al dirigir la vista al rostro de Francis Blandy comprendió que no sucedía otro tanto con el padre de Mary.

El visitante explicó que había tenido cierto «enredo» -así lo llamó él- con la señorita Murray. Aseguró que actualmente lo lamentaba y que sus actuales sentimientos eran honestos.

Francis Blandy no tardó en comprender las intenciones de Cranstoun. Perdió la paciencia. Se creía capaz de distinguir a un sinvergüenza cuando lo tenía delante y en sus manos estaban las pruebas que demostraban la duplicidad del capitán. Adoptó el tono de voz que empleaba en la Audiencia y rogó al capitán, honorable William Henry Cranstoun, que saliese de su casa y no cortejase más a su hija.

El capitán realizó una retirada estratégica. Sonrió a damas, saludó, tomó buena nota de las lágrimas que aparecían en los ojos de Mary y salió por la puerta principal. Tan pronto como hubo desaparecido, Francis Blandy comprendió que tenía que enfrentarse con una sorda rebelión. Veía como, sin pronunciar palabra, ambas mujeres de tácito acuerdo se habían unido para llevarle la contraria y hacer que aquella decisión que Blandy consideraba inalterable, fuese cambiada.

Sin embargo, el procurador como buen hombre de leyes, era amigo del compromiso. Intentó utilizar uno, ya que estaba firmemente convencido de que los acontecimientos le darían la razón, demostrando que Cranstoun era un sinvergüenza y un mentiroso.

Dijo dirigiéndose a Mary y a su madre que él era un hombre razonable, que les había mostrado pruebas harto concluyentes, y si la demanda presentada por Anne Murray (que se hacía llamar señora Cranstoun), era rechazada en Escocia, entonces no se opondría a que el capitán cortejase a su hija.

Madre e hija se miraron. Las fuerzas de combate estaban preparadas para entablar la batalla. Francis Blandy lo comprendió y consideró llegado el momento de añadir su última condición: si por el contrario el tribunal escocés consideraba válida la demanda, el capitán Cranstoun seria un hombre casado ante la ley. Hasta que la decisión del tribunal no fuese conocida, su hija no debería intentar entrevistarse con él ni escribirle.

Llorando, Mary fingió aceptar la orden de su padre. Su madre la llevó fuera de la habitación. Ambas mujeres tenían los ojos brillantes. La morada de los Blandy nunca se había visto anteriormente sacudida por semejantes emociones.

A pesar de lo expuesto, Mary Blandy no estaba decidida a obedecer a su padre y correr el riesgo de perder a Cranstoun. Aprovechó la primera oportunidad para escribirle. A vuelta de correo llegó una carta dándole una cita. En el momento en que Mary se halló frente a Cranstoun se arrojó en sus brazos. William Henry Cranstoun sonrió cuando Mary no podía verlo. Había triunfado En aquel momento le parecía sostener entre sus brazos diez mil libras esterlinas. Este pensamiento es lo suficientemente tranquilizador para que un hombre olvide sus preocupaciones, y Cranstoun consideraba que había estado preocupado durante demasiado tiempo.

Las entrevistas se multiplicaron.

La madre de Mary Blandy, que ayudaba a la pareja de «enamorados incomprendidos» como les llamaba, cayó enferma de gravedad en 1749. Cuando comprendió que se hallaba en el lecho de muerte dijo a su desconsolado esposo que no podría marcharse feliz de esta vida sin ver una vez más a «mi amado yerno», como denominaba a Cranstoun.

Ésta era una de las pocas eventualidades con las que no contó Blandy al adoptar su resolución. Metiéndose su orgullo en el bolsillo invitó a Cranstoun a acudir a su casa. En la carta recalcaba insistentemente que aquello «agradaría a su esposa».

Cranstoun efectuó un regreso triunfal y acudió diariamente a la casa durante varios meses representando su compasivo papel junto a la cabecera de la moribunda las últimas palabras que pronunció la señora Blandy fueron dirigidas a su esposo mientras apretaba débilmente la mano de éste.

-Mary ha entregado su corazón a Cranstoun -le dijo-. Cuando yo me haya ido, no permitas que nadie te enfrente a ellos, Francis.

La cara del procurador se demudó. Su esposa se estaba muriendo y ambos lo sabían.

A pesar de ello no quiso ceder.

-Esperarán hasta que ese desgraciado asunto de Escocia quede resuelto de una vez -declaró.

Era el hombre de leyes el que hablaba. No obstante, el que observó como la señora Blandy exhalaba el último suspiro, fue el esposo.

Poco tiempo después de que la señora Blandy fuese enterrada en el cercano cementerio, Francis Blandy recibió una carta procedente, de Escocia. Junto con la carta, la señora Cranstoun le enviaba una copia del fallo del tribunal declarando válido y legal su matrimonio con William Cranstoun.

Francis Blandy pensó que la carta había llegado demasiado tarde para calmar sus remordimientos ya que ahora veía claramente que se había mostrado demasiado cruel con la moribunda. Mas en todo aquel asunto había una persona por la cual no sentía ningún remordimiento o sentimiento amistoso.

Advirtió a su hija que su compromiso con Cranstoun quedaba roto irrevocablemente.

-Te prohibo que vuelvas a ver a ese hombre. Es un canalla -declaró.

Francis Blandy no trató a su hija, ya adulta como una persona mayor. Seguía considerándola como una niña acostumbrada a aceptar sin protestar las ordenes de su padre.

Mary envió otra carta secreta a Cranstoun y siguieron entrevistándose clandestinamente.

El siglo XVIII no difería tanto de la edad media en lo que a creencias populares se refiere sobre los amuletos, la influencia de las estrellas en el destino y pócimas y filtros amorosos.

Cuando Cranstoun, le dijo que confiaba obtener unos polvos que poseían el poder de mudar el odio en cariño y amistad Mery se mostró encantada y no opuso ningún reparo ante la idea de administrárselos a su padre.

Pero Mery no era una campesina. Poseía suficiente cultura, sabía leer y escribir y ya no era ninguna chiquilla. No hay duda de que sentía cierto rencor hacia su padre por oponerse tan tenazmente a sus deseos. Ansiaba contraer matrimonio con Cranstoun y a su debido tiempo convertirse en baronesa de Cranstoun, no queriendo ni oír hablar de otra mujer que habitaba en Escocia y que para ella no era más que una impostora. Tampoco quería enterarse de que los alguaciles que perseguían a Cranstoun. No dudaba que los polvos cambiarían los sentimientos y la opinión de su padre. Tenía que producirse algún cambio en su padre, ya que era de vital importancia. Sin su consentimiento no podría casarse y satisfacer los deseos de su corazón.

Mary Blandy al verse constantemente contrariada se tornó decidida y voluntariosa.

Para demostrar su deseo de que el citado cambio se produjese aceptó los polvos que Cranstoun le entregara y comenzó a ponerlos en todas las comidas de su padre.

Francis Blandy tuvo que guardar cama quejándose de agudos dolores de estómago. Perdió todos los dientes y únicamente podía ingerir alimentos blandos y líquidos. La vida lo abandonaba haciéndole pasar un auténtico martirio.

Mary cuidaba de la casa como lo venía haciendo desde que faltara su madre. No dio muestra alguna de que esperase que la poción que administraba a su padre mudase los sentimientos de éste hacia el hombre, ahora ya lo sabía, que le había inducido a cometer un asesinato.

No prosiguió la farsa, ya que Cranstoun no se hallaba en Henley. Cuidaba a su padre, pasaba grandes ratos haciéndole compañía y preparaba su comida personalmente.

En cierta ocasión, como se recordaría más tarde, dijo a una de las sirvientas:

-Temo que mi padre no viva demasiado tiempo.

Es un comentario curioso cuando no responde a ninguna pregunta sobre el posible desenlace de aquella misteriosa enfermedad. Sin embargo, ya no pareció tan extraño cuando en una ocasión una sirvienta tomó un sorbo de un brebaje preparado por Mary para su padre y se puso muy enferma. Esta misma sirvienta, una muchacha muy astuta llamada Susana, examinó detenidamente una cacerola en la que Mary había calentado el desayuno de su padre. En la superficie de la cacerola había adherido algunos granos y aparecía estriada de blanco. La sirvienta recogió algunos y los guardó en una polvera.

Aparentemente Mary podía engañar a su padre, quizá a sí misma; pero no a algunos de los servidores de los Blandy, que sospechaban cada día más de los actos e intenciones de Mary.

Cranstoun acudía a Henley de cuando en cuando. Él y Mary dijeron que habían oído una música sepulcral a medianoche. Para los habitantes del lugar ésta era una señal infalible de que la muerte pronto rondaría y visitaría la casa. Cranstoun todavía fue más lejos: llegó a afirmar a sus amigos de Henley que había visto al doble de Francis Blandy «con medias blancas, levita y gorra en la cabeza». Esto último era otra señal de que Francis Blandy estaba a punto de marchar al otro mundo.

Como la muerte de Blandy podía acarrear alguna sospecha, Cranstoun decidió ponerse a salvo. Lo más seguro le pareció poner tierra por medio y se dirigió a Escocia.

Poco después de despedirse de él, Mary recibió un paquete conteniendo algunos adornos populares escoceses, elegantes chucherías de la época, junto con unos polvos que servían para limpiarlos. La farsa del filtro amoroso quedaba descartada por completo.

-No existía ninguna probabilidad de que Mary Blandy no supiese lo que estaba haciendo. En lugar de emplearlos polvos para limpiar aquellos adornos, echó cierta cantidad en el té de su padre. Como no poseía la práctica de los Borgia en el empleo del veneno, sobrecargó la dosis. Tras tomar un primer sorbo su padre escupió y se negó a tomar el resto.

Siguió envenenando la comida. Advirtió seriamente a las sirvientas que no volviesen a probar los alimentos destinados a su padre. Mary se llevó un buen susto cuando Susana cayó enferma tras haber probado los restos que dejó su padre.

-Si toman algo de la comida destinada al señor -advirtió Mary autoritaria con voz que no admitía réplica- aténganse a las consecuencias.

No hay que olvidar que Mary gobernaba la casa y que su palabra era ley en ella, ya que hallándose su padre enfermo era la única representante de la familia.

Tras introducir algunas cucharadas de alimento en la boca de su padre, Mary, sentada junto a él, comprendió que agonizaba. Envió a una de las sirvientas a buscar a un doctor de Reading que poco pudo hacer. Cuando hubo partido Mary se dirigió a la cocina y preguntó a la cocinera:

-Bett, si algo sucediese, ¿vendría usted conmigo a Escocia?

La cocinera permaneció mirándola con la boca abierta. Chasqueando la lengua impacientemente, Mary salió de allí.

La cocinera que sabía lo ocurrido con la cacerola le aconsejó a Susana que mostrase los granos que guardaba al doctor la próxima vez que éste acudiese a la casa. Mary seguía preparando el desayuno de su padre, pero una de las sirvientas se las ingenió para obtener algunas muestras. Entregaron éstas al doctor junto con la cazuela.

Sin embargo, antes de que el doctor pudiese adoptar cualquier decisión respecto a lo que te habían entregado, llegó otra carta de Cranstoun exhortando a Mary a que aumentase la dosis, ya que creía que los polvos resultaban ineficaces. Así lo hizo Mary y su padre padeció unos vómitos terribles, Cuando terminó murmuró con voz ahogada:

-Mary, hija mía, hace veinte años estuve a punto de morir envenenado, ahora sé que esta vez moriré.

La hija asesina se aterrorizó al, pensar que su padre conocía su falta. Corrió a su habitación, reunió todas las cartas de Cranstoun y las echó al fuego junto con un paquetito. El fuego no las quemó por completo y una sirvienta al remover las cenizas encontró un papel en el que podía leerse. «polvos para limpiar los adornos» con una letra que resultó la de Craunstoun.

Aquel mismo día Mary escribió al capitán. La carta principiaba así:

«Querido Billy: Mi padre está tan enfermo que si no recibes noticias mías no te preocupes. Y me encuentro bien .Pensando que tus cartas pueden ser leídas te ruego encarecidamente que tengas cuidado con lo que escribas.»

Estos no son los términos en los que se expresaría una persona inocente. En aquel momento la culpabilidad pesaba sobre los hombros de Mary. Estaba demasiado asustada para proceder cautamente. No solo había hablado irreflexivamente con algunas sirvientas sino que entregó la carta que acababa de escribir a Cranstoun a un visitante para que la echase al correo. Este hombre sospechando de la siniestra atmósfera que reinaba en la casa de los Blandy, transcribió la carta y entregó una copia al enfermo.

-Será mejor que leas esto, Francis -declaró.

Blandy ya estaba advertido por una de las domésticas de que sospechaban que su hija le estaba envenenando, pero fingió no creerlo.

Miró al amigo que había copiado la carta de Mary y dijo con voz desfallecida:

-¡Pobre criatura enamorada! ¡Qué no haría una mujer por el hombre al que ama!

Deseaba ocultar la verdad. Moribundo y sabiendo que era envenenado por su propia hija, Francis Blandy seguía creyendo que Mary, que ya había cumplido treinta años, era todavía una niña.

A continuación se desarrolló una escena digna de un teatro y de terrible dramatismo.

El moribundo envió a buscar a Mary. Esta se presentó en la habitación temblando, consciente de que él sabía la verdad. Los modales de su padre fueron tan cariñosos, tan llenos de compasión hacia aquella criatura extraviada, que repentinamente volvió a verlo como cuando era una chiquilla y acudía a contarle sus penas. La pasión que Cranstoun le inspiraba desapareció ante el patético amor que le procesaba su pobre padre.

Cayó de rodillas junto a él llorando amargamente y de sus labios brotó una confesión completa, ahogada, de continuos sollozos.

-Fue él solo quien lo planeó todo -gritó-. Yo era su instrumento, incapaz de resistirme a sus deseos.

Se levantó y rodeó con sus brazos a su padre.

-¡Perdóname! -suplicó-. ¡Dime que me perdonas y que no me maldices!

-¿Maldecirte yo? -murmuró el enfermo apagadamente-. ¡No! Yo te perdono y deseo que Dios haga lo mismo y que enderece tus pasos…

Abusando de sus últimas fuerzas, el moribundo volvió a perdonar a su hija. También le aconsejó que no dijese ni hiciera nada que pudiese incriminarla en aquel asunto.

Entonces, tras cumplir su último deber, para el que conservaba las escasas fuerzas que le restaban. Francis Blandy cayó sobre la almohada y expiró. Probablemente esta escena no tiene igual en los anales del crimen. Francis Blandy falleció el miércoles 14 de agosto de 1751.

Murió tras haber perdonado a su asesina, dándole junto con sus últimas instrucciones, su bendición.

Basándose en las pruebas presentadas por el doctor, fue extendida una orden de arresto contra Mary Blandy, acusada del asesinato de su padre y trasladadas Oxford en un carruaje para aguardar allí la apertura del año judicial. En la encuesta se demostró que Francis Blandy había muerto envenenado. Las muestras entregadas por las sirvientas al doctor contenían arsénico, y en la autopsia que practicaron al procurador, se halla gran cantidad de dicho veneno en su estomago.

El juicio contra Mary Blandy por haber envenenado a su padre se celebró en el Divinity College de Oxford. El día que dio comienzo amaneció radiante, uno de los mejores que se Recordaban desde la guerra civil, acaecida un siglo atrás.

La sala se hallaba abarrotada y los sentimientos de los que presenciaban el juicio eran diversos. Unos creían que Mary Blandy era una muchacha dulce, que adoraba a su padre, o incapaz de haber cometido el crimen del que se le acusaba, Otros opinaban todo lo contrario, basándose en los testimonios de las dos sirvientas, incluyendo a Susana, que más parecía un detective que domestica a la que se pagaba por fregar y limpiar.

Muchos testigos declararon el amor que Mary siempre profesaba a su padre. La defensa fue elocuente y consciente de sus posibilidades. Declaró que la instruida hija del procurador creía en los filtros mágicos y lo que es más, que daba los polvos blancos a su padre con la firme convicción de que éste ingería una antigua pócima escocesa que cambiaría los sentimientos de éste hacia el capitán.

La tesis de la defensa era muy discutible. El jurado estuvo ausente solo cinco minutos y al regresar pronunció un veredicto de culpabilidad. La prisionera se oyó condenar a morir ahorcada.

El único testigo que podía haber ayudado a Mary Blandy tuvo la precaución de embarcarse para el Continente. El nada honorable William Henry Cranstoun abandonó a Mary Blandy, ya que estaba ansioso por salvar su propio cuello. La muchacha que él decía amar iba a ser ahorcada y dejó que Mary pagase sola las consecuencias del crimen que él planeara. Quizá debido a su desmedida afición por el dinero, Cranstoun murió en la más completa miseria.

Otra de las ironías de este caso fue el descubrimiento de que Mary Blandy no poseía una fortuna de diez mil libras esterlinas. Dicha suma era invención de un padre deseoso de casar a su hija con un buen partido. La fortuna de Frandis Blandy cuando éste murió no ascendía ni a la mitad de la mencionada suma.

Mary empleó el tiempo anterior a su ejecución escribiendo a sus amigos, la mayoría de los cuales contestaron a la muchacha con cariñosas y afectuosas misivas.

El día de su ejecución Mary se levantó temprano y se vistió con un discreto traje de seda negro. Al dirigirse a la horca su paso era firme. Le sujetaron los puños con lazos de seda italiana.

La ejecución se realizó el 6 de abril de 1752 y flotaba en el ambiente el olor de primavera. La joven campesina dirigió una última mirada a los árboles de Castle Green, donde fuera improvisada la horca entre dos manzanos.

 


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