Martha Beck

La asesina de los Corazones Solitarios

  • Clasificación: Asesina en serie
  • Características: Robos
  • Número de víctimas: 4 +
  • Fecha del crimen: 1948 - 1949
  • Fecha de detención: 28 de febrero de 1949
  • Fecha de nacimiento: 6 de mayo de 1919
  • Perfil de la víctima: Myrtle Young / Janet Fay, de 66 años / Delphine Downing, de 41, y su hija de dos años, Rainelle
  • Método del crimen: Sobredosis de droga - Estrangulación - Arma de fuego
  • Lugar: Varios lugares, Estados Unidos (Illinois), Estados Unidos (Michigan), Estados Unidos (Nueva York)
  • Estado: Fue ejecutada en la silla eléctrica el 8 de marzo de 1951
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Los asesinos de Corazones Solitarios

Última actualización: 9 de abril de 2015

Ella pesaba más de 100 kilos y era ninfómana. Él estaba convencido de tener poderes paranormales y poder hacer que todo el mundo le obedeciera gracias a la telepatía. Juntos, haciendo contactos a través de los clubs de “Corazones Solitarios”, asesinaron a un número incalculable de víctimas, tras apoderarse de todos sus bienes.

Los “poderes mágicos” de Fernández

Muchos especialistas consideran que fue una herida en la cabeza lo que convirtió a Raymond Fernández en un maníaco. En diciembre de 1945, estando a bordo de un barco, se cayó una escotilla y le golpeó en la cabeza produciéndole una fractura múltiple de cráneo.

Fernández, un ciudadano norteamericano de 31 años, era un hombre de carácter afable, trabajador y fiel a su mujer, que se encontraba en España. Después del accidente y tras pasar diez semanas en el hospital, se convirtió en un criminal.

De pronto se sintió dominado por una furia sexual desorbitada. No importaba que se tratara de mujeres jóvenes y bellas o mujeres entradas en años y poco atractivas. Cualquier mujer le despertaba el deseo sexual. En los dos años siguientes, según su propia versión, Fernández sedujo a más de 100 mujeres.

Antes había pasado un tiempo en la cárcel por un delito cometido poco después de abandonar el hospital el 15 de marzo de 1946. En Mobile, Alabama, intentó pasar por la aduana un cargamento ilegal. El 4 de abril de 1946, Fernández se declaró culpable de intento de robo. “No podía evitarlo, no sé por qué”, dijo antes de ser sentenciado a un año de prisión en Tallahassee, Florida.

En la cárcel había muchos indios, y allí se hablaba de vudú y magia negra. A Fernández le fascinó todo eso, particularmente las historias sobre hipnotismo. Se convenció de que él mismo tenía poderes mágicos. Para comprobarlo, escribió al juez que lo había condenado, quejándose de la dura sentencia que le había impuesto. Luego empleó varios días intentando influir en el juez mediante hipnosis.

Sus poderes parecieron funcionar, ya que el juez le redujo la pena. Para Fernández esto fue toda una revelación. Si podía influir sobre la gente a larga distancia, entonces nada era imposible. Podía hacerse rico o famoso o, lo que era mejor aún, tener a todas las mujeres que quisiera.

De vuelta a Nueva York en diciembre de 1946, se quedó con unos parientes que encontraron que el hombre tímido y formal, de modales impecables que ellos conocían, se había convertido en un maníaco de ojos hundidos que desvariaba sobre magia e hipnotismo.

Los clubs de “Corazones Solitarios”

Muy pronto, en 1947, Fernández decidió utilizar sus poderes. De acuerdo con las leyendas sobre vudú, sólo necesitaba alguna cosa de una mujer, un mechón de pelo o incluso una carta, para tenderle una trampa. En la ciudad de Nueva York había bastantes mujeres solas de mediana edad que deseaban tener un romance. Muchas de ellas pertenecían a clubs de “corazones solitarios” que se anunciaban en las revistas. De unos de estos clubs, el “Mother Dinene’s Friendly Club”, Fernández consiguió una larga lista de direcciones.

Pronto recibió una gran número de respuestas y Fernández se puso en contacto con varias mujeres a la vez. Muchas de ellas se enamoraron de él a primera vista, y otras muchas, incluso matronas respetables, se prestaron a hacer el amor con él en su primer encuentro.

Fernández atribuía su éxito a su mirada hipnotizadora. Cuando una mujer se oponía a sus deseos acudía a rituales ocultos, como el de esparcir sobre las cartas que escribía unos “polvos mágicos” que había comprado en una tienda jamaicana en Nueva York.

Pocas mujeres se le resistían durante mucho tiempo. Y Fernández llegó a estar en relaciones con una docena de mujeres al mismo tiempo. Se sentía obligado a demostrar algo, pero también descubrió otros beneficios. Muchas de sus mujeres eran adineradas, y se mostraban dispuestas a abrumarle con su dinero. Parecía absurdo rechazarlo.

La primera víctima

En la primavera de 1947, Raymond Fernández conoció a una cocinera de mediana edad llamada Jane Lucilla Wilson Thompson, que vivía con su madre en un apartamento en la calle Oeste, 139. Ella aceptaba huéspedes, y Fernández pronto se trasladó allí.

Lucilla Thompson, como decía llamarse, estaba separada. En agosto, ella y Fernández planearon unas vacaciones en España. Se embarcaron en octubre, viajando como marido y mujer, y visitaron Madrid, Granada y Málaga.

Llevado por la extraña irracionalidad que ya le había hecho cometer un delito, Fernández llevó a la señora Thompson a conocer a su verdadera mujer, Encarnación, y a sus cuatro hijos, que vivían en La Línea de la Concepción, en una única habitación de una pobre pensión.

Durante varios días las dos mujeres estuvieron muy educadas la una con la otra, hasta que Lucilla Thompson sintió que estaba compartiendo a su “marido”. La noche del 7 de noviembre de 1947, ésta estalló en un ataque de rabia y amenazó con volver sola a los Estados Unidos.

A la mañana siguiente, la señora Lucilla Thompson apareció muerta en su habitación del hotel Sevilla. Un doctor local diagnosticó un ataque al corazón derivado de una gastroenteritis. No parecía haber nada sospechoso y Fernández pudo dejar la ciudad al día siguiente. El 29 de noviembre se embarcó rumbo a Nueva York.

Sin embargo, a principios de 1948 una mujer inglesa llamada White declaró en el consulado de EE.UU. en La Línea que sospechaba que la señora Thompson había sido asesinada. Las dos mujeres se conocieron en el viaje a España, y luego se continuaron escribiendo. La señora White advirtió que el “marido” de su amiga era bastante más joven que ella, y que no la dejaba hablar con otros pasajeros.

Gracias a su persistencia, la policía de La Línea descubrió que Fernández había adquirido un frasco de digitalina en la farmacia del hotel dos días antes de la muerte de su “esposa”. Esta droga provocaba los mismos síntomas que el de un ataque al corazón. El cadáver de Lucilla se hallaba en avanzado estado de descomposición, y no se le pudo practicar una autopsia.

En diciembre de 1947, Fernández volvió al apartamento de la señora Thompson en Nueva York, y se presentó ante su madre, Pearl Wilson, con un documento que le nombraba único heredero de la propiedad de su hija. Esta, estaba tan deprimida, que no cuestionó la autenticidad del documento. Un examen minucioso hubiera demostrado que se trataba de una falsificación. Fernández había conseguido que Lucilla Thompson firmase en dos hojas de papel, y sobre ellas había redactado el documento.

Raymond conoce a Martha Beck

Fernández volvió a escribirse con mujeres solitarias. Le pareció interesante una chica de 26 años que era directora de una residencia de niños minusválidos en Florida y tenía su propio apartamento. Se llamaba Martha Seabrook Beck. Justo antes de las Navidades de 1947, Fernández le envió un telegrama informándole de su inminente llegada.

Cuando Fernández conoció a Martha Beck se quedó de una pieza. Era una mujer fea y gordísima. Pero también era posible que fuese rica, así que, sin demostrar mucho entusiasmo, la acompañó a su casa donde ella le ofreció una abundante cena.

A Fernández no le preocupó que ella hubiera estado casada dos veces y que tuviera dos hijos. Lo que si le preocupó fue cuando Martha le confesó que estaba locamente enamorada de él. Cuando ella le confesó su amor, y tras comprobar que Martha era pobre, Raymond decidió escapar.

Después de pasar dos días en Florida, Fernández se despidió con simulado pesar y regresó a Nueva York. Ella entonces le escribió una serie de cartas de amor, pero en enero de 1948 recibió una horrible noticia. Fernández la escribió para decirle que ella había interpretado mal sus sentimientos y que más que pasión lo que él sentía por ella era respeto. La carta concluía diciendo que no debían volverse a ver nunca más.

Martha dejó a sus dos hijos con una vecina, volvió a su casa, encendió el horno y metió la cabeza dentro. La vecina, preocupada por el estado en el que había visto a su amiga, fue a su casa a ver qué pasaba y al oler a gas llamó a la policía.

Martha Beck había escrito una nota de despedida a Fernández. Pocos días más tarde él la recibió con el correo; en ella describía el intento de suicidio. Sin sentir remordimiento alguno ni la necesidad de evitar un escándalo, él le contestó una carta afectuosa en la que le invitaba a Nueva York. Martha pidió un permiso de dos semanas en la residencia y cogió el primer tren.

En Nueva York, Martha encontró la felicidad. Su romance era tan apasionado como antes. Pero Fernández no quería sentirse atado a nadie. Cuando ella regresó al sur, él la despidió en el tren con un suspiro de alivio.

De vuelta en Florida, Martha se enteró de que la habían despedido de la residencia para niños minusválidos de Pensacola. No le dieron ninguna explicación, pero, en una comunidad tan pequeña, las noticias sobre la tórrida relación entre Martha y Fernández la habían hecho centro del escándalo. 

Ella intentó defenderse acudiendo a los periódicos locales para que abogaran por su causa; pero, lejos de ello, la publicidad sobre el escándalo se disparó, y se le garantizó que nunca volvería a encontrar trabajo como enfermera en Florida.

El 18 de enero de 1948, Fernández, atónito, encontró a Martha y a sus hijos en la puerta de su casa de Nueva York. Él le dijo muy seriamente que no podía aceptar a los niños en su casa, así que Martha se las arregló para dejarlos en casa de su madre en Florida. Si hasta entonces había sido una madre devota, a partir de este momento cambió y no los volvió a ver ni a mostrar ningún interés por ellos.

Una vez instalada en el piso de Fernández, no perdió el tiempo y obligó a la madre de Lucilla Thompson a abandonar el apartamento.

Cuando se quedaron solos, él decidió jugarse el todo por el todo. Le dijo francamente que no podía casarse con ella porque se ganaba la vida seduciendo a mujeres solitarias. Martha se quedó estupefacta. Pero en vez de poner fin a su “carrera” decidió tomar parte en ella.

Matar en pareja

La siguiente víctima fue la señora Esther Henne, una viuda jubilada, profesora de un colegio de Pennsylvania. Después de un breve noviazgo, Fernández le propuso matrimonio. Pero Martha era demasiado celosa y no quería dejarle marchar. Finalmente Fernández accedió a llevarla con él. La presentó como su cuñada y los tres viajaron en el coche de la novia hasta Fairfax, Virginia, donde ésta y Fernández se casaron, el 28 de febrero de 1948. La novia desconocía por completo que él ya estaba casado y que por consiguiente estaba cometiendo bigamia.

De vuelta en el apartamento de la calle Este, 139 de Nueva York, Fernández hizo todo lo que pudo par apropiarse del dinero y de las propiedades de su nueva esposa. Pero ella se mostró muy precavida.

“Discutíamos agriamente porque yo no le quería ceder mis pólizas de seguro ni mi pensión como profesora”, diría más tarde la señora Henne. Y después de escuchar rumores de otros inquilinos sobre la sospechosa muerte de la señora Thompson, un buen día huyó a Pennsylvania. Allí consiguió, a través de procedimientos legales, recuperar su coche y 300 dólares.

Fernández empezó a tener problemas. Una de las mujeres con las que salía se quedó embarazada y quería casarse con él. Decidió vender el apartamento e ir en busca de nuevas víctimas. Por medio del club “Mother Dinene’s Friendly” encontró una: Myrtle Young, de Greene Forrest, Arkansas.

Cuando el hipotético novio se presentó con su “cuñada”, la señora Young se quedó encantada. Fernández cometió bigamia por segunda vez al casarse por lo civil en el condado de Cook, Illinois, el 14 de agosto de 1948.

Durante la luna de miel, en una barata pensión de Chicago, la recién casada se fue impacientando progresivamente. Fernández no podía consumar el matrimonio. Además, las discusiones entre Myrtle y Martha eran constantes y cada vez de tono más subido. 

Al tercer día, Myrtle Young dijo que si su “cuñada” no se marchaba se iría ella. Los tres se enzarzaron en una agria pelea que terminó cuando la nueva esposa se tomó un frasco de barbitúricos.

Fernández y Beck, que se las habían arreglado para sacarle 4.000 dólares a la víctima, decidieron deshacerse de ella. La dejaron, al borde del colapso, en un autobús con rumbo a Arkansas. Durante el viaje sufrió un ataque, y poco después fallecía de “hemorragia cerebral” en un hospital.

A martillazos

Las Navidades de 1948 fueron deprimentes. Beck y Fernández se habían gastado casi todo el dinero que estafaron a Myrtle Young, y ya habían elegido a su nueva víctima. Se trataba de Janet Fay, una viuda de 66 años de Albany, en el Estado de Nueva York.

La señora Fay era muy devota. Cuando un tal “Charles Martin” le escribió diciendo que compartía sus creencias religiosas, se entabló entre ellos una amistad por carta basada en sus mutuas convicciones. La viuda se entusiasmó con la próxima visita de su nuevo amigo.

El día de Año Nuevo de 1949, “Charles Martin” se presentó en el apartamento de la señora Fay acompañado de una mujer muy gruesa a la que presentó como su hermana. Fernández le contó que había perdido su cartera el día anterior, y le preguntó si él y su hermana podían quedarse en su casa hasta que les llegara más dinero. (De hecho, Beck y Fernández no tenían ni un duro).

La señora Fay estaba fascinada con su nuevo amigo. El 2 de enero, ella aceptó su propuesta de matrimonio y al día siguiente retiró 2.500 dólares de su cuenta corriente. Después el trío se dirigió al nuevo apartamento que Beck y Fernández habían alquilado en Long Island.

Janet Fay confiaba en su prometido completamente y al llegar a Long Island le endosó dos cheques por un total de 3.500 dólares.

Sin embargo, esa misma noche, empezó a pensar que se había precipitado. Ella y Martha durmieron en la misma cama, y la viuda le acosó a preguntas sobre la infancia de su prometido. Pero Martha se mostraba taciturna. Finalmente, la señora Fay perdió los estribos y gritó: “¡Aunque seas la hermana de Charles no permitiré que vivas con nosotros cuando estemos casados!”.

Saltó de la cama y despertó a su novio para explicarle lo ocurrido. Martha la siguió y, sin mediar palabra, la golpeó en la sien con un martillo, dejándola inconsciente. Janet Fay murió poco después.

Fernández, invadido por el pánico, quiso llamar a la policía, pero ella se arrodilló ante el cuerpo de la víctima y dijo: “Está muerta”. Paralizado por el miedo, ayudó a Martha a limpiar la sangre que había en el suelo, y cubrió con una toalla la cabeza de la señora Fay. Martha Beck admitió que la había golpeado en un ataque de celos.

Al día siguiente, 4 de enero de 1949, compraron un gran baúl y metieron dentro el cadáver. Siete días después lo ocultaron bajo una capa de cemento en el sótano de una casa alquilada en Queens.

Ahogar a una niña de 2 años

Fernández todavía confiaba en sus “poderes mágicos”. No se dejaba intimidar por la larga lista de muertes que iban dejando detrás suyo. El mismo día en que la viuda Fay fue asesinada, recibió una carta de Delphine Downing, una viuda de 41 años que vivía en Grand Rapids, Michigan, con su hija de dos años, Rainelle.

“Charles Martin” llegó con el cuento de siempre y con su “cuñada”, y sugirió trasladarse a casa de la nueva víctima. En pocos días dormía con ella mientras Martha hacía lo imposible por disimular su odio y su rabia.

Existen varias versiones sobre lo que ocurrió a continuación. La más probable es que el domingo 27 de febrero de 1949, Martha ofreció a su rival unas pastillas que la provocarían un aborto. En realidad las pastillas eran somniferos. Luego, cuando la señora Downing estaba profundamente dormida, Fernández la envolvió la cabeza con una sábana y la mató con el revólver de su ex marido.

Una vez hecho esto, él sufrió un colapso nervioso. Estaba aturdido y desmoralizado por lo que acababa de hacer. Fue Martha, la eficiente enfermera que tantas veces había amortajado cadáveres, la que se hizo cargo de todo. Enterraron el cadáver en el sótano bajo una capa de cemento.

Fernández estaba a punto de desmayarse. “¿Qué vamos a hacer?”, le preguntaba a ella una y otra vez. Durante dos días estuvieron dando vueltas a varios planes para deshacerse de Rainelle Downing. La niña les rehuía y se negaba a comer. Sabían que llamaría la atención si la dejaban en un orfanato.

Finalmente, Fernández ordenó a Martha que la matara. Esta la llevó al sótano y la ahogó en una tinaja de lavar la ropa. Él le ayudó a enterrar a la niña junto a su madre.

Poco después dos vecinos que sospechaban algo raro llamaron a la puerta. La pareja estuvo charlando un rato con ellos, luego los despidieron y se fueron al cine. Poco después, de regreso a casa, volvieron a llamar a la puerta. Eran dos oficiales de policía. Beck y Fernández estaban arrestados.

Condenados a muerte

En la prisión de Kent, Fernández confesó detalladamente todos los episodios de su carrera criminal junto a Martha Beck, que también confesó a su vez, aunque su versión difería en algunos aspectos de la de su cómplice.

Al día siguiente todos los periódicos publicaba la historia de los “asesinos de Corazones Solitarios”. Las víctimas fueron exhumadas, y la policía de La Línea, en España, fue requerida de nuevo para reabrir el caso sobre la muerte de Lucilla Thompson.

Sin embargo, fue sobre todo el asesinato de la niña lo que más conmocionó a la opinión pública de América. En el Estado de Michigan no existe la pena de muerte; así que Beck y Fernández fueron trasladados a Nueva York, donde los asesinos condenados podía ser ejecutados. Allí serían juzgados por el asesinato de Janet Fay. “No quiero volver a Nueva York”, dijo Martha en su celda. Y llorando, añadió: “No quiero morir en la silla eléctrica”.

Sin embargo, tras el arresto, Fernández parecía haber escarmentado, y su comportamiento cambió. La seguridad que tenía en sus “poderes mágicos” había desaparecido; se hizo más reservado, y volvió a ser el hombre que era antes de recibir el golpe en la cabeza. “Deberían matarme”, dijo. “He hecho cosas horribles, pero no tengo miedo a la silla”.

En junio de 1949 la pareja compareció ante los Tribunales del Bronx por el asesinato de Janet Fay. Se declararon “no culpables” de asesinato en primer grado.

La defensa era poco convincente. Su abogado, Herbert Rosenberg, sostenía que Martha estaba loca y que Fernández no sabía que ella fuera a matar a la señora Fay. Pero más tarde, la defensa de Fernández decidió cambiar su planteamiento, y se declaró “no culpable” por incapacidad mental.

Como prueba de ello se hizo un amplio relato de la anormal conducta sexual de ambos, pero no sirvió de nada. El 17 de junio de 1949, tras un juicio que había durado 44 días, Beck y Fernández, culpables de asesinato, fueron sentenciados a morir en la silla eléctrica. La condena fue por un único asesinato, pero se sospecha que pudieron haber acabado con la vida de al menos 17 personas.

Los últimos días de su vida, Martha Beck, se aferraba a la idea de que Fernández le había querido de verdad. Uno de sus peores momentos, después de haber sido arrestada, fue cuando el psiquiatra de la prisión le dijo que Fernández tenía sifilis. Martha se puso a llorar al darse cuenta de que podía haberse infectado. “Mis recuerdos no pueden ayudarme ahora -sollozó- ¿Nunca me quiso, verdad?” El doctor le respondió, “no, nunca le quiso”.

Fernández había dicho a los doctores que sentía un “cariño sincero” por Martha y “una gran consideración” pero que no estaba seguro de si la amaba. Pero dos horas antes de su ejecución, el 8 de marzo de 1951, Fernández le envió un mensaje en el que decía: “Me gustaría gritarle al mundo el amor que siento por ti”. Cuando ella lo recibió se le iluminó el rostro, se abrazó a una enfermera y dijo, “ahora sé que Raymond me quiere y puedo afrontar la muerte con alegría”.

El 8 de mayo de 1951, tras agotar todos los recursos de apelación, los asesinos de “Corazones Solitarios” fueron electrocutados en la prisión de Sing-Sing, en Nueva York.

¿Responsabilidad compartida?

En otoño de 1951, el doctor Richard Hoffman, uno de los psiquiatras que había prestado testimonio por parte de la defensa, publicó un artículo en el que ponía en entredicho la versión hasta entonces aceptada de la responsabilidad compartida en los crímenes de los asesinos de “Corazones Solitarios”.

El doctor Hoffman decía que Raymond Fernández se había convertido en un sádico después de luchar junto a los fascistas en la guerra civil española, y que el golpe que había recibido en la cabeza no era la causa de su criminalidad. Asimismo, decía que Martha Beck no era responsable de las muertes de Janet Fay y Rainelle Downing, pero que, aterrorizada ante los poderes hipnóticos de Fernández, no se atrevía a negar los hechos. Fernández había insistido en que si él iba a ser ejecutado, ella también.

Esta versión de los hechos fue muy criticada por los estudiosos del caso de «Corazones Solitarios”, pero lo cierto es que aún no se sabe con certeza qué papel jugó cada uno en los crímenes.

Los clubes de Corazones Solitarios

Cuando fue detenida, Martha Beck reconoció que siempre había estado dominada por una fantasía destructiva. “¿Por qué no ponéis punto final a las agencias matrimoniales?”, dijo a un oficial de policía. “Cuanto antes lo hagáis, mejor será para todos. Nos ahorraremos muertes y dinero. Todas son un timo”.

Martha siempre comentó que su carrera criminal junto a Fernández había sido un “sueño”, mientras que para éste había sido una “pesadilla”. Ambos declararon que se sintieron atrapados por algo que no podían controlar, y que, aparte de la necesidad que tenían de salvar su propio pellejo, cada uno de ellos estaba firmemente convencido de que el otro poseía poderes extraordinarios.

Eran dos solitarios que sentían que eran diferentes del resto de la gente. Los “poderes mágicos” y la hipnosis, los anuncios de clubs de “Corazones Solitarios”, las cartas de amor, les ofrecían la posibilidad de ejercer el poder y de ver realizados sus sueños.

Fernández conseguía las direcciones en el Club Mother Dinene’s Friendly de Nueva York. Después del arresto se descubrió que “Mother Dinene” era una mujer que vivía confortablemente en el distrito del Bronx en la ciudad de Nueva York. Las paredes de su casa estaban decoradas con fotos de mujeres “felizmente casadas”. Su club, como muchos otros, no hizo nada para proteger a sus clientes de la enfermedad venérea que padecía Fernández o del carácter posesivo y enfermizo de Martha Beck, y menos aún de los crímenes que juntos cometieron.

Los detectives de la policía cerraron “Mother Dinene’s Friendly” por fraude. Sin embargo, la propietaria volvió a abrir con otro nombre, prometiendo el oro y el moro por tan solo 5 dólares.

El folleto del club Mother Dinene’s Friendly que recibió Martha Beck en el buzón de correo en noviembre de 1947, era una hoja raída con la foto de 8 mujeres. Todas las fotos, aunque borrosas, eran de señoras de avanzada edad. Cada una de ellas tenía las iniciales del nombre y agradecía al club el que las hubiera ayudado a encontrar marido.

Cuando Martha rellenó la solicitud escribió que la gente decía de ella que era “ingeniosa, vivaz y con mucha personalidad”. Naturalmente no mencionó que había llegado a pesar 120 kilos y que tenía dos hijos. A pesar de las dudas, envió la carta y los 5 dólares a Nueva York. Cuando la arrestaron la preguntaron qué tipo de hombre esperaba encontrar a través del club de los Corazones Solitarios. “Desde luego no a un tipo como Ray”, respondió.

Polvos de amor

En la primera carta que escribió a Martha Beck, Fernández sugería que sus vidas y sus destinos estaban unidos, aunque no podía sospechar la profunda verdad de lo que había escrito. Martha firmaba la carta que envió al Club como Martha Seabrook Beck, su nombre de soltera. Fernández había leído el libro Magic Island de Willam Seabrook y estaba convencido de que unas fuerzas ocultas operarían en su encuentro con la chica. Escribió que un “poder psíquico” los había unido y esparció unos “polvos mágicos” sobre la carta. Luego quemó incienso y se sentó tratando de hipnotizar a la mujer que iba a leer su misiva. Martha estaba tan entusiasmada con ella que le contestó inmediatamente, incluso antes de ponerse a cenar.

Raymond Fernández

Raymond Fernández, hijo de padres españoles, nació en Hawai el 17 de diciembre de 1914. Su padre, un obrero, trataba a su hijo pequeño y débil con gran dureza. Más tarde la familia se trasladó a EE.UU. Fernández padre compró una pequeña finca en Fairfield, Connecticut. A Raymond siempre le encargaban las tareas más desagradables. A pesar de que era muy inteligente, su padre no le dejó ir a colegio, y a los 16 años le pillaron robando pollos. Los padres de sus otros dos cómplices pagaron la fianza; pero el padre de Raymond se negó, y éste pasó dos meses en prisión.

Durante la Gran Depresión de los años treinta, la familia se trasladó al sur de España. Fernández padre se convirtió en un importante hombre de negocios y llegó a alcalde de Orgiva. A los 20 años, Raymond se casó y durante la Segunda Guerra Mundial se marchó a Gibraltar donde trabajó como vendedor de helados, a la vez que obtenía información para el gobierno británico.

En 1949 fue arrestado y el Departamento de Defensa y Seguridad de Gibraltar, declaró que “Fernández es totalmente leal a la causa aliada, y ha desempeñado sus deberes algunas veces difíciles y peligrosos, perfectamente”.

Al haber nacido en Hawai, Fernández era ciudadano norteamericano, y en 1945 regresó solo a América. Durante el viaje por mar hacia Curaçao, en las islas occidentales, tuvo lugar el accidente que cambió su vida.

Raymond Fernández no recibió ningún tipo de asistencia psiquiátrica después de su accidente en el mar, en 1945. Sin embargo, cuando fue arrestado en 1949, los médicos de la prisión rápidamente se dieron cuenta de que el accidente podría haber trastornado su capacidad para distinguir el bien y el mal. Su informe apuntaba que ciertas áreas frontales del cerebro, precisamente aquellas dañadas en el accidente, controlan la capacidad de realizar distinciones morales; en otras palabras, el tener “conciencia”.

El informe continuaba: “Puede haber sufrido una alteración de la personalidad hasta tal punto que se haya dañado su juicio moral. Así, aunque legalmente esté cuerdo, y su razón no haya sufrido daños, puede haberse convertido en un monstruo”.

Martha Beck

Martha Beck era la hija pequeña de una madre dominante. Su padre, un hombre tímido y retraído, llamado William Seabrook, abandonó a la familia cuando la niña tenía 10 años.

Nacida en Milton, Florida, en 1920, era una chica taciturna y malhumorada, una joven fea y gorda a la que todos ignoraban. Los otros niños la atormentaban. A los 9 años comenzó a desarrollarse y los hombres empezaron a acosarla. Un desorden glandular le provocó una tendencia sexual desordenada, pero su madre, al advertirlo, hizo lo imposible para que Martha no pudiera llevar a cabo sus deseos. 

A los 22 años, aprobó los exámenes de enfermera. “Creo sinceramente que puedo hacer algo para ayudar a la humanidad”, había escrito en su solicitud de ingreso a la Escuela Local de enfermería de Pensacola. Pero su apariencia física estaba en contra suya y no pudo encontrar trabajo.

Finalmente, se colocó en un servicio de pompas fúnebres, en donde lavaba y amortajaba los cadáveres. Pasaba su tiempo libre leyendo revistas del corazón. Cuando la frustración le llevó al borde de una depresión nerviosa, Martha se trasladó a California.

Allí encontró trabajo en un hospital y se dedicó a acosar a los hombres que esperaban en las paradas de autobús. Uno de ellos la dejó embarazada. La unión terminó cuando el hombre intentó suicidarse y Martha sufrió un colapso nervioso que la dejó amnésica.

Al volver a Pensacola, mintió a su familia y a sus amigos, dijo que se había casado con un oficial de la Marina que había muerto en la guerra. Después de dar a luz a su hijo, trabajó en el hospital en el que había nacido el pequeño. Unos pocos meses después, el 31 de mayo de 1944, la despidieron por conducta escandalosa.

El 13 de diciembre de 1944 se casó con un conductor de autobús llamado Alfred Beck, pero seis meses después, cuando estaba embarazada de nuevo, Martha pidió el divorcio. Sin embargo, después del nacimiento del segundo hijo, las cosas empezaron a irle bien en el trabajo. El 15 de febrero de 1946, Martha comenzó a prestar servicio en la residencia para niños minusválidos de Pensacola, y en el otoño la nombraron directora.

Por otra parte, bebía mucho, y no parecía encontrar ninguna relación duradera o estable, hasta que en el mes de noviembre un conocido suyo le gastó una broma. Escribió al Club de “Corazones Solitarios” de Nueva York en su nombre, pidiendo que le mandaran una solicitud de inscripción.

Problemas glandulares

Uno de los problemas de Martha Beck consistía en que no había pasado de forma gradual de ser una niña a ser una mujer. El trastorno glandular que le hacía estar tan gruesa, lo que se conoce como una deficiencia de la glándula pituitaria de los ovarios, hizo que tuviera su primera menstruación a los 9 años. Los hombres notaban que estaba bien desarrollada y trataban de acercarse a ella. La primera vez que un hombre intentó acariciarla, Martha huyó llena de temor. El autor Wenzell Brown, que hizo un estudio del caso publicado como “Introduction to Murder” escribió: “Físicamente era una mujer que deseaba ser amada tanto como cualquier otra pero sin haber madurado plenamente aún y sin tener el más mínimo conocimiento sobre el sexo”.

Sentía enormes deseos sexuales pero su madre la tenía totalmente vigilada e incluso una vez golpeó a un chico con su paraguas porque acompañaba a su hija al teatro. Además de un desarrollo precoz, Martha era una mujer muy dominante que disfrutaba con el sexo duro y a la que no le interesaba el galanteo previo a una mayor intimidad. Toda su vida tuvo una gran necesidad de afecto y de romanticismo alimentado además por la lectura de revistas baratas. Cuando conoció a Raymond Fernández pensó que había encontrado a su hombre ideal.

Fechas clave

  • 12-45 – Fernández sufre un accidente en un barco.
  • 15-3-46 – Raymond Fernández abandona el hospital.
  • 4-4-46 – Fernández ingresa en prisión por robo.
  • 1-47 – Raymond comienza a escribir cartas a “Corazones Solitarios”.
  • 2-10-47 – Viaja a España con Lucilla Thompson.
  • 8-11-47 – Encuentran muerta a Lucilla Thompson.
  • 22-12-47 – Martha Beck se entera de la inminente llegada de Fernández.
  • 28-12-47 – Beck y Fernández se encuentran en Florida.
  • 8-1-48 – Martha Beck intenta suicidarse.
  • 18-1-48 – Beck se muda al apartamento de Fernández en Nueva York.
  • 28-2-48 – Fernández se casa con Esther Henne.
  • 4-3-48 – Esther Henne abandona a Fernández.
  • 14-8-48 – Fernández se casa con Myrtle Young.
  • 18-8-48 – Myrtle Young muere por sobredosis.
  • 1-1-49 – Fernández y Beck conocen a Janet Fay.
  • 3-1-49 – Janet Fay es asesinada.
  • 27-2-49 – Delphine Downing es asesinada.
  • 1-3-49 – Reinelle Downing es asesinada. Beck y Fernández son arrestados.
  • 17-7-49 – Beck y Fernández acusados del asesinato de Janet Fay y condenados a muerte.
  • 8-3-51 – Ejecución de Beck y Fernández.

La historia de Martha Beck y Raymond Fernández fue llevada a la pantalla en 1970 por Leonard Kastle, en la película “Los asesinos de la luna de miel”.

 


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