María Luisa Loayssa Cabeza

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María Luisa Loayssa
  • Clasificación: Asesina
  • Características: Malos tratos
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 3 de enero de 1988
  • Fecha de detención: 3 de enero de 1988
  • Fecha de nacimiento: 1936
  • Perfil de la víctima: Su amante, Manuel Moreno Alonso, de 41 años
  • Método del crimen: Corte en el cuello con un cuchillo eléctrico
  • Lugar: Zamora, España
  • Estado: Condenada a 20 años de prisión el 23 de octubre de 1988
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María Luisa Loayssa

Margarita Landi

Cuchillo Electrico – Nueva arma para degollar

Fue en Zamora donde, por primera vez en la historia del crimen, un cuchillo eléctrico le sirvió a una mujer de arma para cometer un asesinato. Así como la bíblica Dalila aprovechó el sueño de Sansón para hacerle un corte de pelo que le resultó carísimo, porque perdió su hercúlea fuerza, sus ojos y su vida, aunque, eso sí, se llevó por delante a todos los filisteos; así como también la no menos bíblica Judit le cortó la cabeza al general en jefe Holofernes con su propio alfanje, cuando tuvo la desgracia de quedarse profundamente dormido después de un pantagruélico banquete, una mujer natural de Jerez de la Frontera, avecindado desde su juventud en Zamora, degolló a su robusto amante, cuando había caído en los brazos de Morfeo tumbado en un sofá, con un cuchillo eléctrico.

Apenas había comenzado el año bisiesto, 1988, cuando en la histórica ciudad que «no se tomó en una hora» se cometía este sangriento crimen de nueva factura. De ello tuvo noticia la Policía, primero, al recibirse en la comisaría una llamada telefónica procedente del hospital Virgen de la Concha para dar cuenta de que acababa de ingresar un hombre de unos cuarenta años con graves lesiones en el cuello, y al que de inmediato se le iba a intervenir quirúrgicamente; minutos después, se presentaba en las mismas dependencias policiales una mujer para declarar, en tono mesurado y tranquilo, que acababa de matar al hombre con quien convivía desde hacía dieciséis años.

Mientras el inspector jefe de la Brigada de Policía Judicial enviaba a algunos de sus hombres al centro hospitalario para interesarse por el estado del herido, otros escucharon el relato de la que se declaraba autora del crimen, la Jerezana María Luisa Loayssa Cabeza, de cincuenta y dos años.

La llamada se había producido a las nueve y media de la noche y a las diez menos cuarto ya conocía la Policía casi toda la triste historia de la pareja protagonista del drama. Sin perder su asombrosa serenidad, María Luisa fue desgranando sus agravios y recuerdos: conoció a Manuel Moreno Alonso cuando él tenía veinticuatro años y ella treinta y cinco y, por azares de la vida, se veía obligada a ejercer la prostitución en la Muralla, lugar más conocido como el «barrio chino» de la capital zamorana.

Se gustaron, congeniaron, se enamoraron y decidieron vivir juntos, sin poder presentir que, dieciséis años después, su unión acabaría trágicamente.

En aquellos tiempos, María Luisa era una mujer muy atractiva, guapa y con una buena figura, que ganaba mucho dinero pero se sentía muy sola y ahorraba cuanto podía cuando llegara la inexorable vejez; Manuel, muy joven para y bien parecido, era poco aficionado al trabajo, amante de la buena vida y apasionado por el juego, de modo que encontró su sitio interpretando el papel que se le vino a las manos: el de chulo.

Con el paso del tiempo, los seis millones que había logrado ahorrar la Jerezana fueron mermando hasta agotarse, perdidos por su hombre en toda clase de apuestas, casinos y mesas de bacarrá clandestinos, así como las ganancias que producía un bar, el 2001 -atendido por señoritas y con camas en el piso superior-, que habían puesto a nombre de los dos en la Ronda de Santa Ana del barrio chino, regentado por María Luisa y «hábilmente administrado» por su amante y empedernido jugador, quien a medida que engordaba más y más se iba apasionando en el vicio de perder dinero.

No es de extrañar que las relaciones de la pareja fueran de mal en peor. Según los comentarios que pudimos recoger Fernando Abizanda, el fotógrafo, y yo, María Luisa estaba más que harta del comportamiento de Manolo. Al parecer no daban escándalos, pero él la tenía sometida a malos tratos físicos y morales y sólo sentía desprecio por ella, que ya tenía cincuenta y dos años, mientras que él acababa de cumplir cuarenta y uno; se jugaba todo el dinero que recaudaba en el bar y le negaba hasta lo necesario para hacer la compra diaria. Desde hacía unos cinco anos, la convivencia era imposible.

Manuel Moreno Alonso, al contrario de lo que se podría pensar, «no era bebedor», nos dijeron los que le conocían bien en el bar La Bombilla, que está junto al Gobierno Civil y el mercado, a donde él iba diariamente para jugar partidas de cartas; en la cafetería Oscar, sita en la avenida de las Tres Cruces, nos dijeron: «Era un hombre muy corpulento, obeso en extremo y fuerte como un toro. Si ella le hubiera atacado cara a cara, no habría podido ni arañarle.»

Lamento tener que decir que mi compañero Fernando Abizanda y yo fuimos a un bar, propiedad de la madre de Manuel y de su padrastro, doña Encarnación Alonso Ramos y don José Garretas Crespo, con el deseo de que nos hablaran del ser querido que habían perdido, pero no lo conseguimos; a la señora no pudimos verla, porque, al parecer, no estaba y el señor Garretas se negó a hacer ningún comentario, aduciendo que «por hablar con ustedes no le voy a devolver la vida»…

Posteriormente, dicho señor envió una carta de protesta a Interviú -carta, por cierto, protocolizada por notario- en la que protestaba por lo que en mi reportaje decía sobre la conducta de Manuel y la clase de vida que llevaba. Todo eso nos lo podía haber dicho el padrastro cuando fuimos a verle y yo lo hubiera escrito, lo mismo que los comentarios recogidos entre conocidos, amigos y vecinos… No querer hablar con «los periodistas» no suele ser un buen sistema, porque los periodistas nos atenemos a las informaciones que recibimos, sin tomar partido por ninguna de las partes… Al menos, éste es mi caso.

Pero a lo que estábamos: según nos dijeron las personas con quienes hablamos en Zamora, nadie podía comprender cómo María Luisa había sido capaz de cometer el crimen, pues se la consideraba pacífica, bien educada, tratable, aunque bastante reservada e incapaz de dejarse llevar por un arrebato. Sin embargo, después de los últimos cinco años, en los que tanto tuvo que aguantar, «la gata mansa» se convirtió en tigresa y esperó el momento oportuno para atacar a su víctima.

Manuel había pasado jugando toda la noche y gran parte del día. Llegó a su casa al atardecer, cansado y con sueño, se tumbó en el sofá del salón y en seguida se durmió profundamente.

María Luisa pensó que había llegado su hora, fue en busca de un cuchillo eléctrico, enchufó el cable a la red y empujando firmemente el arma se acercó a su hombre y puso la afilada hoja de acero en el lado derecho del cuello, pulsando el botón de arranque. Rugió el motorcillo del cuchillo y Manuel se despertó despavorido, pero ya tenía un tremendo corte en la garganta, desde la parte inferior de la oreja hasta la nuez, la yugular seccionado y la carótida lesionada.

Sangrando abundantemente, saltó del sofá y cogió una toalla para intentar detener la hemorragia mientras corría detrás de su amante, que había salido huyendo con el arma mortal en la mano ensangrentada y terrible. No pudo alcanzarla. Al llegar a la calle, tras dejar un impresionante reguero de sangre, se apoyó en una farola jadeando, aterrorizado. Por suerte, un automovilista le vio, le recogió en su coche y le condujo al hospital, donde fue intervenido por los facultativos de guardia tratando de salvarle la vida. Pero todos los esfuerzos resultaron inútiles.

Manuel -ya queda dicho- tenía un vigor extraordinario, y a pesar de la extrema gravedad resistió vivo hasta las cinco de la madrugada. Por la autopsia se sabría después que la muerte le sobrevino porque su corazón bombeaba sin recibir sangre.

Cuando María Luisa salió huyendo horrorizada, perseguida por su víctima, corrió cuanto pudo, y al pasar ante una bolsa de basura metió en ella el cuchillo eléctrico que luego recogería la Policía.

Pudimos saber que en el transcurso de su declaración le preguntaron por los motivos que la habían llevado a cometer su criminal acción y, tras explicar lo que ya queda expuesto, dijo, sin mostrar la menor emoción, que no le importaría volver a hacerlo en las mismas circunstancias y que lo que más sentía era no haber matado a Manolo en el acto. El caso es que si no consiguió su propósito fue por muy poco, según comentaron quienes pudieron ver la enorme herida y el arma: «Si ese hombre hubiera tardado un par de segundos más en reaccionar, le habría podido cortar la cabeza.»

En los bares frecuentados por Manuel sólo escuchamos elogios sobre el comportamiento de María Luisa que era «educada, cordial, generosa con los niños, pero sin dar pie a confianzas». Al parecer, en su juventud había sido telefonista en Madrid, pero se quedó embarazada y sus padres la echaron de casa. Tuvo una hija, que ahora vive en León y regenta un bar. La pobre tuvo que echarse a la mala vida, pero nunca dio un solo escándalo. Ganó dinero, ahorró y ese hombre se cruzó en su camino y se lo quitó todo. «Ella no se lo merecía.»

-Últimamente la vida de esta mujer -nos dijo una vecina- era siempre la misma: se levantaba tarde, iba a tomar café a un bar cercano, luego pasaba un rato en un bingo, después entraba en el bar Dativo e iba a comprar al mercado, para volver a casa a preparar la comida y salir de nuevo en dirección al bar que tenía en la Muralla, del que salía ya muy avanzada la madrugada. Saludaba atentamente a los vecinos, pero no tenía relación ni abría su puerta a nadie.

Aquí había algo que nos sugirió una pregunta: si su compañero se quedaba con todo el dinero y no le daba «ni para ir a la compra», ¿cómo podía ir todos los días a jugar al bingo?

En cuanto a los amigos del hombre asesinado, coincidían en decir que «era un hombre agradable, siempre dispuesto a jugarse lo que fuera y a darse buena vida». 0 sea, que como ocurre con frecuencia, era lo que se suele decir «un cascabel de casa ajena», un hombre que para los demás es un tipo simpático y hasta generoso, mientras que en su casa se comporta como un déspota, un tirano que sólo sabe hacerse odiar. Y eso fue lo que le ocurrió con su amante: que ella acumuló en su interior un sordo rencor, un odio concentrado, durante al menos cinco años hacia el hombre fuerte derrochador y vividor que la expoliaba, la maltrataba y la despreciaba.

El último comentario que olmos fue éste: «Toda la serenidad que mostró esa andaluza cuando estaba declarando su crimen se ha convertido en un abatimiento total. En la cárcel se ha derrumbado»… Y recordé tales palabras cuando supe que, al ser juzgada un año después, se le impuso una condena de veinte años. Ya sé que no tardará tanto tiempo en conseguir la libertad, pero me pregunto cuántos años podrá resistir encarcelada.


Condenada a 20 años una mujer que mató a su compañero sentimental

José Lera – Elpais.com

24 de octubre de 1988

Utilizó un cuchillo eléctrico para el crimen

María Luisa Loayssa Cabezas, de 53 años, la mujer que dio muerte a su compañero sentimental con un cuchillo eléctrico el pasado mes de enero, ha sido condenada por la Audiencia Provincial de Zamora a una pena de 20 años de prisión por un delito de asesinato con la atenuante de arrepentimiento espontáneo.

La condena incluye el pago de una indemnización de un millón de pesetas a los herederos de la víctima. En la vista oral de este caso, celebrada el pasado día 13, el fiscal solicitó 27 años de prisión y seis millones de pesetas de indemnización a los herederos, por un delito de asesinato con alevosía, mientras la acusación particular pidió la pena máxima de 30 años de reclusión y diez millones de pesetas de indemnización.

Tanto la acusación particular como el ministerio fiscal basaron su alegato en las declaraciones de la acusada el día en que se entregó voluntariamente a la policía y las que realizó posteriormente ante el juez, asistida de letrado.

Loayssa confesó que hacia las nueve de la noche del domingo 3 de enero de este año, aprovechó un momento en que Manuel Moreno Alonso, de 41 años, dormitaba en el sofá del domicilio común para provocarle un corte en el cuello con un cuchillo eléctrico, a consecuencia del cual falleció unas horas después.

Defensa propia

A pesar de todas las declaraciones anteriores, durante el juicio Loayssa mantuvo la autoría de la muerte, pero alegó defensa propia. Según dijo, utilizó el cuchillo cuando la víctima se avalanzó sobre ella y en un momento en que perdió el control sobre sus actos. «Se me nubló la vista», declaró.

En consecuencia, la defensa solicitó la absolución de la procesada, al considerar la existencia de las eximentes de trastorno mental transitorio, arrebato y arrepentimiento espontáneo.

Alegó también que Loayssa fue amenazada de muerte por la víctima días antes del crimen, al negarse a firmar unas escrituras que traspasaban sus propiedades a Manuel Moreno y en la fecha de los hechos volvió a presionar a la ahora condenada. Ambos compartían sus vidas desde hacía bastante tiempo y todo les había ido bien hasta que el negocio que regentaban, un local de alterne, dejó de ser rentable.

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