
- Clasificación: Asesina
- Características: Suministraba sobres con veneno a clientas deseosas de acabar con la vida de sus familiares
- Número de víctimas: 4
- Fecha del crimen: 1939 - 1940
- Perfil de la víctima: Andrés Pedrosa, Miguel Massot, María Mesquida y Pedro Garán (familiares de sus clientas)
- Método del crimen: Veneno (arsénico y bario)
- Lugar: Palma de Mallorca, España
- Estado: Condenada a muerte como autora responsable de cuatro delitos de asesinato. La sentencia fue recurrida y se dictó otra en la que fue condenada a la pena de treinta años de reclusión mayor por cada uno de sus crímenes
Magdalena Castells: La Curandera de la Muerte
Daniel Arocas – Elcaso.net
22 de octubre de 2014
Hay personajes de la vida real que tendrían cabida en cuentos de hadas y como se suele decir la realidad supera siempre a la ficción, pero por desgracia estos sucesos nunca tienen un final feliz. Es el caso de Magdalena, una bruja que se ganaba la vida como adivina, curandera y herbolaria en la dura época de posguerra.
A finales de 1939, a Magdalena Castells se le quedó pequeño el negocio y decidió ampliarlo ofreciendo a su clientela polvos para quien quisiera desprenderse de algún allegado. El cocktail lo vendía a una nada despreciable cantidad de 500 pesetas la papelina, compuesta por una mezcla de harina, arsénico y bario, productos que no era difícil de conseguir ya que eran ingredientes que se podían adquirir en droguerías como plaguicidas.
El negocio de Magdalena contaba con Antonia Font, intermediaria que regentaba una sastrería y desde allí encauzaba a la clientela hacia la bruja. Y es así como el producto llega a sus cuatro y únicos consumidores, que curiosamente no todos los casos fueron crímenes pasionales pero sí perpetrados por mujeres, las que más matan con veneno y por despecho.
Llega a enterarse la Guardia Civil del oscuro negocio existente en el hasta entonces tranquilo barrio mallorquín de La Soledad, en la ciudad de Palma, por lo que se ponen manos a la obra. Un agente de la Benemérita se hace pasar por payés interesado en adquirir el veneno para matar a su mujer. Instantes después varios agentes más arrestan a la inductora quien delata a su cómplice y a sus clientas asesinas.
El primer crimen lo cometió Juana María Veny. En las navidades de 1939 el médico certificó como causa de la muerte de Andrés Pedrosa, el marido de Juana, como colapso. En el juicio, Juana, lejos de declararse culpable declaró que su intencíon había sido curar una lesión que tenía su marido en el pie. En realidad lo quitó de en medio para poder quedarse con su amante, Tomás. Anteriormente intentó matarlo con un preparado de hierbas a base de valeriana y flor de azahar, pero lo único que conseguía era que su marido durmiera placenteramente.
Según el certificado de defunción, Miguel Massot murió por una hemorragia interna. Lo cierto es que su mujer, Margarita Martorell lo mató para poder dedicarse a la prostitución. La vida de la víctima costó 350 pesetas, tres sábanas, un corte de traje y un reloj.
El tercer asesinato fue cometido por María Nicolau, que asesinó a su suegra, María Mesquida, de setenta y seis años. El motivo fue porque la anciana quería contraer matrimonio con un joven de veinticinco años, y así dejar sin herencia a la nuera.
En octubre de 1940, Antonia Suau Garán acabó con la vida de su marido, Pedro Garán. Eran tío y sobrina, y ella se casó con él pensando que había vuelto de las Américas amasando una gran fortuna. Al darse cuenta que en realidad era más pobre que una rata, adquirió el veneno y se lo echó a la comida y al café.
Magdalena Castells fue condenada a muerte aunque tras imposición de recurso, el Tribunal Supremo sustituyó la pena por treinta años de prisión por cada uno de los asesinatos, con la agravante de empleo de veneno. Las autoras de los crímenes fueron condenadas a entre 25 y 30 años de prisión cada una, y Antonia Font a 14 años por colaboradora.
Magdalena Castells
Marisol Donis
En los años cuarenta saltó a las páginas de sucesos el nombre de Magdalena Castells Pons, mujer a la que podría incluirse en el grupo de «delincuentes refractarios al trabajo» ya que era adivinadora, curandera, se dedicada a prácticas abortivas, y… asesina en serie. Vendía en Palma de Mallorca polvos elaborados con una mezcla a base de harina, bario y arsénico. El bario formaba parte de preparados plaguicidas; por tanto, su obtención no suponía ningún problema.
Conocedora de las propiedades tóxicas del producto Ratil, compuesto de arsénico blanco, que adquiría sin problemas en droguerías, hacía la mezcla y se la ofrecía, en pequeñas cantidades distribuidas en papelillos, a aquellas personas que acudían a su domicilio en demanda de sus malas artes y, además, les estimulaba a adquirirlos.
Era la versión española de la francesa Voisin, que fue una auténtica profesional del envenenamiento en la Francia de Luis XIV, bajo la tapadera de la quiromancia, el tarot y las bolas de cristal. Utilizaba arsénico para espolvorear en animales domésticos que, al ser acariciados por las víctimas, soltaban el veneno al aire de modo que era inhalado. Otra forma de administración era lavar la ropa de la futura víctima con jabón arsenical para que las prendas quedaran impregnadas del tóxico y fuera penetrando poco a poco por los poros de la piel. Fue condenada a morir en la hoguera.
A comienzos del siglo XVII también se dedicó a lo mismo Anne Turner, hechicera, fabricante de filtros y ungüentos para su numerosa clientela casi siempre femenina. Empleaba arsénico, veneno de sapo y cantáridas para preparar tartas y confituras que sus clientas ya se encargarían de administrar a sus víctimas. Fue ejecutada en 1615.
Magdalena Castells cobraba en efectivo, en cortes de tela, joyas, lo que fuera. De ella se sirvieron, como si de una Locusta se tratara:
Juana María Veny, que compró a Magdalena los sobres con los polvos y envenenó a su marido. El médico, en un principio, certificó colapso como causa de su defunción. Esto sucedió en diciembre de 1939 en plenas fiestas navideñas.
Margarita Martorell, que compró los sobres para eliminar a su marido, Miguel Massot, lo cual consiguió, certificándose esa muerte como hemorragia interna.
María Nicolau, que envenenó a su suegra, María Mesquida, que a sus setenta y seis años quería contraer matrimonio con un joven de veinticinco años aparentemente «tonto».
Antonia Suau Garán, que también envenenó a su marido.
Se podía conseguir el arsénico de dos formas: el método más simple era comprarlo en droguerías, cosa fácil para las sirvientas pues no levantaban ninguna sospecha. Era lo más lógico que fueran ellas las encargadas de comprar matahormigas o matarratas. La otra manera, más sofisticada, era conseguirlo a través de gente como Magdalena.
Las cinco mujeres fueron juzgadas y durante el juicio Juana Veny afirmó que su única intención era curar una lesión de pie que sufría su marido, Andrés Pedrosa. Pero lo cierto es que tenía un amante, Tomás, y al principio quiso eliminar al marido con productos de herbolario pero sólo consiguió que Andrés durmiera todas las noches como un angelito pues el preparado de hierbas que le hacía beber contenía valeriana y flor de azahar.
Lo único que pretendía Margarita Martorell era dedicarse a la prostitución sin que se enterase su marido. Ésa fue su explicación. Por la módica cantidad de 350 pesetas, tres sábanas, un corte de traje y un reloj consiguió los infalibles papelillos que la dejaron viuda.
María Nicolau achacó su impulso a delinquir, a la obsesión que en su mente produjo el descabellado propósito matrimonial de su suegra, y quiso defender como una leona los intereses de su hijo.
Antonia, por su parte, manifestó que sólo quería que Magdalena le adivinase la cuantía de la fortuna amasada por su marido en América. La realidad es que Pedro Garán había vuelto de ese continente con fama de indiano adinerado y ella, siendo sobrina de él y mucho más joven, se casó pensando en esa fortuna. Luego resultó que ese dinero no existía, así que Antonia compró los papelillos a Magdalena y se los agregó al café, a la comida y a la tisana que tomaba siempre después de comer.
La sentencia condenó a muerte a Magdalena como autora responsable de cuatro delitos de asesinato por medio de veneno y con la agravante de premeditación, a una pena de muerte por cada uno de ellos. A las demás implicadas se las condenó por sendos delitos de parricidio.
Pero esta sentencia fue recurrida y se dictó otra en la que se condenó a Magdalena Castells como autora de cuatro delitos de asesinato con la agravante de empleo de veneno, a la pena de treinta años de reclusión mayor por cada uno de ellos.
De esta forma se libró de la pena de muerte.