Luis Alfredo Garavito

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Luia Alfredo Garavito

La bestia

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Pederasta
  • Número de víctimas: 172
  • Fecha del crimen: 1992 - 1999
  • Fecha de detención: 28 de octubre de 1999
  • Fecha de nacimiento: 25 de enero de 1957
  • Perfil de la víctima: Niños entre 8 y 16 años
  • Método del crimen: Arma blanca
  • Lugar: Varias, Colombia, Ecuador
  • Estado: Condenado a cadena perpetua el 27 de mayo de 2000
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Garavito tenía una agenda con los datos de los 140 niños que violó y degolló

Inés Miranda – El Mundo

31 de octubre de 1999

Cuando se vio acorralado por el fiscal que le interrogaba, Luis Alfredo Garavito pidió perdón por lo que había hecho y dijo que iba a confesar. Sacó una pequeña libreta negra y desgranó, uno a uno, sus 140 crímenes. Fecha, ciudad y uno, dos, tres o cuatro palitos, según los niños que hubiera asesinado.

Ocho de junio de 1996, Tunja, un palito. Esa anotación correspondía a Roland Delgado Quintero, una de sus víctimas.

La Fiscalía tenía documentadas hasta 114 víctimas. La libreta ayudó a Garavito, también conocido por los apodos de Goofy, el loco y el cura a recordar el resto, cuatro de ellos en Ecuador.

El análisis de los restos encontrados demuestra que trataba de que sus víctimas sufrieran lo menos posible, las violaba rápidamente y acto seguido las degollaba de un solo tajo. Y es que le gustaban los niños, siempre era muy cariñoso con ellos.

Aunque era un hombre muy violento cuando se emborrachaba, y pegaba a las dos mujeres con las que convivió en diferentes momentos, nunca le puso la mano encima a los dos hijos que cada una de ellas tenía frutos de otras relaciones. Todo lo contrario que el trato que él había recibido en su infancia. Su padre lo maltrataba constantemente, su madre jamás le quiso, ni nadie en su familia. Recuerda que dos vecinos le estuvieron violando durante años. Se convirtió en un chico retraído, taciturno, profundamente infeliz, que tenía explosiones violentas que le traerían problemas a lo largo de su vida.

Vivía en Génova, un pueblo de praderas verdes y cafetales, en el departamento del Quindío. Estudió hasta quinto de primaria y un buen día se fue. Nada se sabe de su familia, tan sólo de un primo que le facilitó una buena coartada en alguna ocasión. Tuvo varios trabajos, generalmente en almacenes como vendedor.

Hasta principios de los 90 intentó llevar una vida normal. Pero ya era alcohólico y tenía accesos de ira que le movían a golpear a sus compañeros, a enfrentarse con sus jefes. Cuando rondaba los 35 decidió someterse a tratamiento psiquiátrico en el Seguro Social. Lo recibió durante cinco años y si bien no le ayudó a corregirse, el certificado médico de tratamiento le sirvió varias veces para impedir que le despidieran por violento.

Cada día su comportamiento era menos sociable y le resultaba imposible mantener un empleo formal. A mediados de los 80 comenzó a recorrer el país como vendedor ambulante. Vendía cachivaches y estampitas del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio, uno de los más venerados en Colombia.

Telegramas

En esos años dejó un reguero de telegramas a sus mujeres y a algunos amigos, que la Fiscalía ha logrado recopilar. Son mensajes cortos, sobre la fecha de llegada o indicando que se encontraba bien. De vez en cuando volvía a su casa.

Con las dos mujeres con las que convivió mantenía una relación compleja, como marido y protector, pero nunca como amante. Ellas soportaron sus ataques violentos en estado de embriaguez, que tenían escandalizado a todo el vecindario y que alguna vez le llevaron a una comisaría.

Llegó a recorrer cinco veces el país, viajaba sin rumbo fijo. Visitó 69 municipios de los cuales luego elegiría 33 para sus crímenes. Llegó a inventar dos Fundaciones, una para ancianos y otra para menores, que le permitían dar charlas en escuelas y otros lugares en donde podía estar cerca de niños.

También empezó su afición por los disfraces, de intelectual, de sacerdote, de mendigo, personajes que le permitieran cumplir su objetivo de acercarse a niños sin despertar sospechas.

En el 92 inició su carrera criminal. Su modus operandi era siempre el mismo, lo que ha facilitado la investigación. Primero recorría el lugar, identificaba su objetivo: niños pobres pero con un lugar en la vida; rechazaba a los marginados, a los gamines. Escogía campesinos, escolares, trabajadores.

Le gustaba que fueran agradables físicamente, como era él de pequeño. Les regalaba algo, y pedía que le acompañasen. Les hacía caminar mucho tiempo, hasta que se cansaban. Los llevaba a un paraje escondido. Los violaba, los ataba y los degollaba. Luego mutilaba el cuerpo y lo abandonaba. Y una anotación más en su libreta. 140 calcos que sólo rompía cuando, a veces, los enterraba.

En su casa, que ya sólo utilizaba de guarida, escondía los recortes de periódicos que hablaban de los niños que desaparecían, las pesquisas policiales que nunca lograban desvelar lo ocurido y el drama de las familias. Sólo él estaba en posesión de ese misterio.

Una larga investigación

Cuando en la madrugada del jueves miembros de la Fiscalía interrogaron a Luis Alfredo Garavito, estaban casi seguros de haber encontrado al hombre que llevaban cinco años buscando. Tenían pruebas contundentes contra él: lazos con los que había atado a los niños, cabellos y fibras de su cuerpo en los restos mortales hallados y el mismo licor en todos los lugares del crimen: un brandy barato.

También habían seguido sus movimientos durante esos años. Con suma paciencia recopilaron telegramas, billetes de autobús y registro de hoteles. Encontraron que había estado cuatro veces a punto de ser detenido por altercados públicos cuando estaba borracho.

Pero el elemento definitivo llegó del Centro de Investigación Científica y Criminal de Buga. Un físico llegó a establecer la forma de operar del asesino estudiando el grado de inclinación de las osamentas, analizando la ropa encontrada y otros elementos. Cuando Garavito escuchó la forma en que había matado a sus víctimas, se desmoronó y confesó.


La Bestia

1 de Noviembre de 1999, Edición 913

Ciento cuarenta víctimas en siete años convierten a Luis Alfredo Garavito, alias ‘Tribilín’, en el peor asesino de niños de la historia. ¿Quién es este monstruo?

Luis Alfredo Garavito sorprendió a los fiscales cuando pidió perdón y confesó ser el autor de 140 muertes de niños. Reveló a la Fiscalía haber sido víctima de maltratos en su infancia

Garavito confesó que desde 1992 venía asesinando niños de entre 8 y 16 años

La obsesión del director del Cuerpo Técnico de la Fiscalía, Pablo Elías González, por esclarecer los asesinatos de niños en distintas partes del país no le permitió descansar hasta dar con el paradero del responsable. Fueron cerca de dos años de seguimientos e investigaciones

El fiscal general, Alfonso Gómez Méndez, dio todos los detalles del asesino en serie en una rueda de prensa en la tarde del viernes. En ésta anunció que el caso era el resultado de una ardua investigación de la Fiscalía

«Pido perdón a Dios, a ustedes y a todos aquellos a quienes yo haya hecho sufrir». La frase, pronunciada por Luis Alfredo Garavito Cubillos, a las cinco de la tarde del pasado jueves, fue el preámbulo a una confesión terrible: «Yo soy responsable de la muerte de 140 niños».

La revelación dejó mudos por varios segundos al grupo de fiscales que lo escuchaban, todos curtidos investigadores de los delitos más atroces. No era para menos, pocas veces se está frente a un asesino en serie. Por esa razón la indagatoria se prolongó durante 12 horas. En ésta Garavito Cubillos, de 42 años, nacido en Génova, Quindío, relataba sin omitir detalles que él venía asesinando a niños de entre 8 y 16 años. Lo dijo sin que le temblara la voz, con una frialdad aterradora.

¿Qué llevó a este hombre alcohólico, que pasó por dos hospitales psiquiátricos y amante de la música de carrilera, a sembrar de sangre y dolor a 13 departamentos del país dónde ejecutó sus crímenes contra frágiles criaturas? Tal vez la respuesta está en su atormentada infancia.

Garavito Cubillos pasó sus primeros años en su tierra natal junto a sus padres, Manuel Antonio y Rosa Delia. Era el mayor de una familia que pronto empezó a crecer. Vinieron seis hermanos más y al hogar llegó el odio y la violencia pues el pequeño pasó a ser una víctima sistemática de los golpes de su padre.

Corría el año 1969 y Génova no podía dejar atrás las historias de violencia de una de las regiones más martirizadas del país, en donde los crímenes de cantina y los asesinatos políticos eran el pan de cada día. En ese año el pequeño Garavito Cubillos no había aún logrado endurecerse con los golpes de su padre cuando sufrió un ataque de dos hombres que lo violaron. Fue tal la brutalidad del hecho que cargó con una marca para siempre: era incapaz de eyacular. «Se convirtió en un adolescente retraído, extremadamente agresivo y dispuesto a vengarse del mundo», dicen varios testigos que lo conocieron en esa época.

Fue así como muchos años después empezó a merodear las escuelas de su departamento, en donde simulaba entablar amistad con los pequeños. Se mostraba seductor y amable. «Yo sentía un impulso, nunca planeé un hecho así. Todo sucedía de repente».

Así, este hombre de contextura delgada, cejas pobladas y mirada penetrante se acercaba a los niños y entablaba con ellos una conversación sencilla. «Les preguntaba el nombre, les regalaba dulces, los invitaba a caminar».

El anzuelo funcionaba. El apacible hombre se empezaba a transformar a medida que tenía la certeza de que estaba solo con su desgraciada víctima. Se convertía en una bestia. Empezaba por atar a los niños y luego los desnudaba mientras les pasaba sus manos por sus cuerpos. Los niños gemían y lloraban y él, para sentirse más fuerte, se refugiaba en el alcohol. Borracho, los acuchillaba, los violaba y los degollaba.

Esta macabra acción la repitió, según su propia confesión, 140 veces. Después de Quindío estuvo en Risaralda, Caldas, Antioquia, Cundinamarca, Valle, Cauca, Nariño, Putumayo, Boyacá, Meta, Casanare, Guaviare e incluso atravesó la frontera y cometió crímenes similares en Ecuador y Venezuela.

En el país la única historia similar fue la del llamado ‘Monstruo de los mangones’, que a principios de la década de los 60 asesinó en Cali a una veintena de niños después de abusar sexualmente de ellos. El criminal los mataba chuzándoles el corazón, lo que hizo presumir que tenía conocimientos de medicina aunque nunca se le capturó y todo quedó reducido al misterio.

En un principio los crímenes de Garavito Cubillos pasaron casi inadvertidos para los colombianos hasta que cometió una cadena de asesinatos en el Valle y luego en Pereira que alertaron a todo el país y estremecieron al mundo, hasta el punto que Amnistía Internacional, el Parlamento Europeo y la ONU enviaron comisionados para seguir el caso. Corría el mes de abril de este año y la primavera en Europa fue sacudida por el hecho ya que ocupó primera página en los principales diarios.

En Colombia fue Pablo Elías González, director del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía, CTI, quien se obsesionó con el tema al recibir a unos investigadores que le contaron que habían encontrado unos huesos de menores en Buga. «Tengo un niño pequeño y al ver el caso me conmoví mucho. Pensaba en mi hijo, en los niños del país y juré que no podía descansar hasta resolver el caso», recuerda.

A las pequeñas víctimas del occidente del país se sumaron otras con características similares en Tunja. Las inocentes criaturas aparecían con sus cuerpos en posición fetal, amarrados y con sus órganos cercenados, todos estaban desnudos y con heridas de arma blanca. «No había duda. Se trataba de un mismo autor o autores», dice el director del CTI que, sin embargo, confiesa que al principio ‘Tribilín’, logró confundirlos. «Era difícil creer que fuera el mismo atacante o el mismo grupo que se desplazara por el país cometiendo estos asesinatos».

En agosto de 1997 la labor de los investigadores continuaba en silencio pero entonces se decidió intensificarla. Ya no se trataba de ir a Boyacá y Pereira sino que se creó un grupo especial que se moviera por todos los rincones del país en la búsqueda de los responsables. En poco tiempo localizaron 118 huesos y algunas prendas de los pequeños.

En el desarrollo de la investigación se capturó a Pedro Pablo Ramírez García, alias ‘Pedro Pechuga’. Su detención se produjo el 16 de diciembre de 1998 en Pereira. Se le acusó de la desaparición y muerte de dos menores de una misma familia. Hubo un respiro porque se pensó que este era el asesino.

Sin embargo apareció información de otro posible asesino cuyos rasgos no correspondían a ‘Pedro Pechuga’. El CTI elaboró de urgencia un álbum con 25 fotografías de posibles sospechosos, que las cuales se repartieron en todas las oficinas regionales de la Fiscalía.

Entre tanto el país asistía asombrado a lo que creía era la obra diabólica de una secta satánica. Corrían ríos de tinta en los que se narraban historias de niños que secuestraban para someterlos a los ritos más espantosos. «Yo, en cambio, desde el principio deseché esta hipótesis porque por la forma como los mataban no me quedaban dudas de que era un sicópata, sus homicidios eran los de un depravado sexual», dice González.

Justo cuando el país se estremecía por la aparición de las osamentas de Pereira, en Villavicencio ocurrió un hecho que cambió el rumbo de los acontecimientos. A las siete de la noche del 22 de abril agentes del CTI de esta ciudad atraparon a un hombre que se hacía llamar Bonifacio Morera Lizcano.

Al principio la información que manejaban los investigadores era que se trataba del mismo hombre que dos horas antes había estado rondando por el parque Los Centauros con un niño de 12 años que vendía lotería. Rápidamente los fiscales establecieron que su nombre verdadero no era Bonifacio sino Luis Alfredo Garavito Cubillos y que había obligado a John Iván Sabogal, el pequeño lotero, a subir a un taxi. «Yo los dejé cerca del parque», atestiguó el taxista.

De allí, el hombre obligó al niño a ingresar entre la maleza y empezó a besarlo y a desnudarlo mientras se masturbaba y lo intimidaba con el arma. Iba a matarlo cuando milagrosamente apareció un indigente que empezó a tirarle piedras y el infante se salvó.

Este hecho fue la pista que condujo a su captura. Los investigadores empezaron a averiguar con lupa su historial. Así fue como descubrieron que usaba otros nombres, que había ido a Alcohólicos Anónimos, que se hacía pasar por cura, que tuvo una enfermedad venérea, que visitaba la Iglesia Pentecostal, que era aficionado a las cantinas y que lo llamaban el ‘Loco’, ‘Tribilín’ y ‘Conflicto’. Además se estableció que en los trabajos que tuvo siempre se peleó con sus compañeros y que se mostraba agresivo cuando se emborrachaba.

Incluso a un local de venta de arepas donde trabajaba llevó a una de sus inocentes víctimas que alcanzó a sobrevivir. Al reconocerlo el niño lo señaló pero Garavito Cubillos logró escabullirse de las autoridades. Además se estableció que se escudaba como representante de una fundación que paradójicamente se llamaba Nuevo Amanecer.

El día de su detención hubo suerte para las autoridades porque se le halló una mochila de lana color rosado y negro en la cual estaban unas gafas grandes de color oscuro, billetes de chance, tiquetes de bus que confirmaban su paso por Urabá justo en la época en que allí ocurrieron varias desapariciones y muertes de un grupo de niños. Lo más contundente, además, era que portaba cuerdas de nylon y una caja de vaselina.

Con este cruce de información una fiscal de Armenia decidió ir a interrogarlo a Villavicencio el jueves pasado. Al principio Garavito Cubillos se mostró frío y tranquilo. «Podía habernos despistado pero con lo que él no contaba era que teníamos abundantes pruebas en su contra: sus gafas, atuendos personales, videos y periódicos con las víctimas que él había dejado en cada sitio en donde vivía», dice otro de los investigadores que siguió el caso.

No había dudas de que las autoridades estaban frente a uno de los sicópatas más temibles de la historia judicial de Colombia. «Un hombre muy peligroso, que finge emociones que no siente, se excita con el riesgo y al que le encanta la sensación de dominio y de ejercer un papel superior», anota un especialista.

El interrogatorio del jueves continuó y él con frialdad exigía que no lo involucraran en esos hechos. » No tengo ninguna perversión sexual, no soy homosexual. Tengo una compañera y un hijo de 16 años, aunque debo confesar que no sé en dónde está».

Hasta ese momento, al filo de las cinco de la tarde, era difícil arrancarle una confesión a este hombre del que, sin embargo, las autoridades no dudaban que había provocado crímenes tan espantosos como los de un niño de Soacha, a mediados de los 90, al que se le acercó en una tienda de maquinitas y lo llevó a un arenal cerca del barrio El Porvenir, donde lo violó. Aunque en este caso fingió ser cojo al escapar. «Era él, lo identificamos por las gafas», atestiguaron varias personas.

El crimen de Soacha tuvo los mismos patrones de la mayoría de sus otras acciones macabras. Es decir, siempre escogía niños generalmente de condición sencilla, pequeños vendedores, de escuelas humildes y de familias que habitaban en hogares marginales, olvidados.

Las autoridades sabían también que estaban frente al autor del asesinato del niño Ronald Delgado Quintero en junio de 1996, a quien engañó con golosinas y varios regalos, entre ellos llamativos cuadernos. Luego lo llevó a unos matorrales cercanos al Batallón Bolívar de Tunja, donde lo golpeó y lo decapitó. Lo más espantoso es que los fiscales saben los detalles de estos casos pero aún tienen los restos de 118 niños que están sin identificar.

La charla del jueves con los fiscales continuó. Ellos iban preparados porque, además de sus características personales, llevaban pruebas irrefutables como las cuerdas de nylon, las tapas de licor que abandonaba en el lugar del crimen o en las residencias donde se hospedaba, cuyas tarifas pocas veces pasaban de los 9.000 pesos la noche.

Y aunque su compañera no lo acusó sí había revelado un detalle importante: «Cuando ingiere licor insiste en tener relaciones sexuales pero no lo logra y entonces se pone a llorar. Cuando se emborracha hablaba sin cansancio del odio hacia su familia».

A las cinco de la tarde, sin embargo, este hombre que se había mantenido ajeno a los hechos que lo sindicaban pidió la palabra, pidió perdón a Dios y confesó: «Yo soy responsable de la muerte de 140 niños».

Algunas pruebas

  • Los investigadores trabajan en la identificación de 118 cadáveres de niños
  • Utilizaba documentos falsos y se hacía pasar como miembro de fundaciones carismáticas
  • Todos los cuerpos de niños presentaban las mismas características
  • Garavito recolectaba y guardaba las noticias que hablaban de sus víctimas

La familia

Garavito fue el mayor de siete hijos de una familia quindiana. Manuel Antonio, su padre ya fallecido, lo trataba con rudeza. Lo echó de la casa cuando cumplía los 17 años. Sus familiares aseguran que siempre fue agresivo y rebelde. Su madre ‘Rosa Delia’ aún vive.

Luis Alfredo Garavito Cubillos tuvo varios cambios en su rostro en la última década, tiempo en el cual dice haber cometido los 135 asesinatos de niños. Durante esta época fue adicto al alcohol y estuvo en tratamiento psiquiátrico.

Crímenes reconocidos

  • 1992 – 5 niños
  • 1993 – 10 niños
  • 1994 – 27 niños
  • 1995 – 18 niños
  • 1996 – 10 niños
  • 1997 – 40 niños
  • 1998 – 22 niños
  • 1999 – 3 niños

Total: 135 niños

«No tengo ninguna perversión sexual», dijo antes de hacer su escalofriante confesión


Investigación

Noviembre 15 de 1999, Edición 915

La confesión

SEMANA reconstruye, en exclusiva, la confesión de Luis Alfredo Garavito, ‘La Bestia’, sobre cómo, cuándo y dónde mató a 140 niños.

Agotado por el cansancio y ante la contundencia de las pruebas, Luis Alfredo Garavito decidió confesarle a la fiscal de Armenia María Lily Naranjo el asesinato de 140 niños.

Las tapas de licor encontradas en las escenas del crimen les permitieron a los investigadores dar con el nombre de Luis Alfredo Garavito. Determinaron que se trataba de un hombre alcohólico y psicópata. Garavito tuvo una infancia tormentosa por las constantes agresiones de su padre a quien dijo odiar

«Cada vez que yo tomaba me daba por ir a buscar un niño»

En una ocasión Garavito se quedó dormido con un cigarrillo en la mano y sufrió serias quemaduras

Garavito confesó que llevaba un registro con fechas y lugares de los asesinatos de los niños. Dijo además que recortaba los informes de prensa sobre las muertes de los pequeños y los coleccionaba

Gracias a la confesión de Garavito se han encontrado varias fosas con los restos de los niños asesinados

Estos son 10 de los niños que según las autoridades fueron asesinados por Luis Alfredo Garavito en distintas ciudades del país

La primera vez fue en el año 92, en Jamundí, Valle, no sé quién era el niño, él pasó y yo estaba tomando en un bar mucha cerveza. Me lo llevé cerquita de ahí, del pueblo, lo acaricié y luego lo maté. Al otro día amaneció y me sentía bien pero al mirar que la ropa mía estaba sangrada me dije, Dios mío qué fue lo que hice y entonces me puse a llorar, cuando a los tres días apareció eso en la prensa me sentí muy mal».

Sucedió la noche del jueves 26 de octubre en Villavicencio. El bochorno y el cansancio no fueron obstáculos para terminar el interrogatorio que empezó 10 horas atrás. La fiscal octava de Armenia, María Lily Naranjo Patiño, miró de frente a Luis Alfredo Garavito, de 42 años, quien palideció levemente al confesar el primero de sus 140 crímenes cometidos en los últimos siete años.

La funcionaria, que había llegado hasta allí para indagarlo por la violación y homicidio de tres niños en Génova, Quindío, observó los cambios de actitud de este hombre que responde al alias de ‘El Loco’. Horas atrás se había mostrado extrañado, molesto. Su vista recorrió los ojos de las personas que le hicieron la indagatoria. Insistió en que estaba bien de salud. «¿Cómo es su vida sexual?» «Pues como le explicara, lo normal sin dejarme llevar por desbordamientos, sin salirme de los límites». Y aclara: «Nunca he tenido relaciones homosexuales». Luego empezó a hablar casi sin parar.

«Después estuve en Bogotá. Allí seguí cometiendo los mismos hechos. Fueron como cuatro niños, en un barrio que se llama La Victoria. Cada ocho días maté uno, siempre que tomaba licor».

Garavito hizo una pausa. El siquiatra de Medicina Legal, Oscar Armando Díaz Beltrán, quien ya había estudiado minuciosamente la personalidad de este hombre de mirada desconcertante, y el defensor de oficio del Meta, Oscar Fernando Rincón, también guardaron silencio. En el salón de la Fiscalía había un maletín con numerosas pruebas en contra de Garavito que él hasta ese momento desconocía. Habló de sus orígenes. Relató que nació el 25 de enero de 1957 y que era hijo de Manuel Antonio y de Rosa Delia y que sólo aprobó hasta quinto de primaria.

«¿Indíquenos por qué se encuentra privado de la libertad?» «Porque me están sindicando de una presunta violación», había dicho esa mañana acentuando que sólo era una probabilidad.

Garavito retomó la palabra. Su semblante cambió. Empezó a llorar. «No llore más, con eso no saca nada», le dijo Rincón. »Con las pruebas que hay es mejor que confiese».

Pasaron unos segundos y Garavito pidió un tiempo para rezar. La fiscal aceptó. El hombre, responsable de la mayor cadena de asesinatos en serie en la historia del país, se marchó hacia un rincón, se arrodilló, inclinó la cabeza, cerró los ojos y oró.

«Pido perdón a Dios, a mucha gente, a la sociedad y a la justicia, pido perdón. Era sin querer, algo me empujaba dentro de mi ser a cometer todos estos delitos, me ocurría cada vez que tomaba, era algo que no lo sé explicar, se transformaba todo mi ser, había algo dentro de mí que me obligaba a hacer esto, cuando estaba en sano juicio la vida la veía diferente».

Los fiscales escucharon atentos con la certeza de no equivocarse en la hipótesis de que la mayoría de sus acciones delictivas fueron hechas bajo el efecto del alcohol. Los investigadores Harold Mauricio Sánchez y Aldemar Durán, en varias de las escenas del crimen de tres niños en Génova, Quindío, siempre hallaron tapas del mismo licor, un brandy barato. Con las tapas los fiscales hicieron un seguimiento para determinar los consumidores de la bebida y así cerrar el cerco a los posibles autores. En una finca cercana a Génova descubrieron que Garavito se había hospedado y bebido el mismo licor. «Cada vez que yo tomaba a mí me daba por ir a buscar un niño y hacerle lo que a mi me hicieron y luego matarlo».

Garavito recordó su infancia. A los 12 años fue atacado por dos hombres que lo violaron y lo golpearon entre la maleza. La indagatoria prosiguió pero fue brevemente interrumpida porque el procesado sintió náuseas. El siquiatra Díaz Beltrán explicó que Garavito sentía repulsión de sí mismo por lo que estaba reconociendo.

El hombre se sentó, su cuerpo es menudo, desgarbado. Contó de sus crímenes en Bogotá y de su viaje, en 1993, a Armenia. «Me vine para Armenia y seguí matando. Estuve en Quimbaya, en el barrio El Rocío. No sé cómo se llamaba el niño, iba a trabajar, lo intercepté, lo acompañé hasta el sitio, eran horas de la mañana, por ahí había gente cogiendo café y él gritó, entonces lo maté, no recuerdo qué heridas le hice, se las hice con un cuchillo, le corté la cabeza, tuve relaciones sexuales con él. También estuve en Calarcá. Otro niño y le hice lo mismo que al de Quimbaya».

Garavito interrumpió su confesión para pedir que le alcanzaran el papel kraft en el cual aparecían las iniciales de las ciudades donde había estado y el número de sus víctimas. El papel era una de las pruebas de la Fiscalía y fue hallado en una caja que le guardaba una compañera suya de Alcohólicos Anónimos.

Vio el papel y dijo: «Este papel es de los niños que han muerto, fueron 11 niños en el 93».

Contó que no todos los niños le fueron extraños. «Me acuerdo de un niño en Trujillo que distinguía de vista porque era vecino de mi hermana en el barrio Pueblo Nuevo». Garavito hizo otra pausa. Vomitó.

«Maté otro en Tuluá, allá fueron como cuatro o cinco, los dejaba en cañaduzales, también en Zarzal, Valle, fueron dos. En 1994 maté estos que están aquí en papel». Señaló el papel kraft en el cual aparecían 27 casos.

En Pereira

Su paso por Pereira cambió el giro de su historia. Hubo un escándalo nacional al hallarse restos óseos de 33 niños en diferentes lugares de la ciudad. La fiscal seccional de Risaralda, Ofelia Corzo Delgado, se puso al frente de la investigación. Halló muchas coincidencias con los asesinatos de niños en las regiones mencionadas por el mismo Garavito. «Otros niños los maté en Pereira, por el lado del batallón, allí los dejé». En ese lugar fueron halladas partes de las osamentas de Pereira. Siguió su narración y dio más puntos precisos de la ciudad.

Su táctica era similar en todas sus acciones. Según los investigadores de la Fiscalía en cada región, Garavito se paraba enfrente de las escuelas, en las terminales de los buses, en los parques, donde engañaba a los pequeños con dulces y con plata. Luego de cometer los crímenes guardaba los recortes de los periódicos en los que se reseñaban los hechos.

La fiscal Naranjo le mostró los recortes de prensa que encontraron durante los allanamientos en varios de los sitios por donde se le siguió. «Yo los guardaba con la finalidad de mostrarle a mi hijo la vida como estaba de horrible». En todos sus crímenes hubo otra coincidencia. Siempre mataba de día. «Le tenía miedo a la oscuridad».

Siguió su sangriento camino hasta que fue detenido en Corinto, Cauca, en 1994. «Me cogieron por la desaparición de un menor pero me precluyeron aunque reconozco que yo sí me iba a llevar al niño».

Además de matar de día, la otra similitud que descubrieron los agentes del Cuerpo Técnico de la Fiscalía fue que a todas sus víctimas las amarraba con el mismo nudo, era especial y lo hacía de tal forma que si el pequeño trataba de zafarse se apretaba más. En ocasiones incluso asesinó a varios al tiempo.

«En Pereira me llevé a los dos juntos, los contacté porque ellos iban por los lados de una escuela, les dije lo mismo, que tenía una caña para cortar, los entré a los cañaduzales, por el río Cauca. Los maté a puñal, gritaron y a mí me dio susto de que me fueran a coger. Entonces amarré primero a uno y lo dejé ahí y cogí al otro. El niño veía lo que yo le hacia al otro, y entonces lo maté y luego maté al otro niño y los dejé allí. En el 95 me fui para Tuluá».

En marzo de 1998 un fiscal de Palmira halló el cuerpo de un niño en un potrero y varias evidencias: un zapato que estaba gastado, unas gafas, documentos y dinero. El morfólogo de Buga analizó el zapato y concluyó que su dueño debía tener un defecto físico en una pierna porque el zapato estaba comido de lado.

«El 7 u 8 de agosto del 95 estaba yo en Bogotá, ahí fue donde me quebré la pierna. Me fui para las Guacamayas y me salieron seis, por volarme me caí y me quebré la pierna izquierda y en ese momento llegó la policía y me trajeron para el hospital San Blas. Allí estuve hospedado donde un señor Benjamín y después me fui para donde Luz Mary. En ese año no volví a matar porque estaba imposibilitado y no podía correr. Con muletas me puse a pedir limosna».

Enfatizó que el problema de la pierna es el único que padece. «Pues el único problema mío es la pierna, la tengo con platinos y tornillos. En mi salud síquica me considero bien, nunca he tenido problemas síquicos»

En Tunja se le abrió un proceso en su contra por homicidio porque varios testigos lo vieron, estaba cojo. Con esta información la Fiscalía reforzó la investigación y se encaminó hacia su captura. «Arranqué para Tunja y allí estuve varias veces, allí maté no más a uno. Arranqué para la zona esmeraldífera pero allí no hice nada; volví a Pereira luego pero, muestre a ver, esperen, tengan calma, yo no me acuerdo que haya hecho algo. Sí. me parece que un joven que iba en una bicicleta, saliendo para la Villa, lo maté».

Por estas ciudades pasaron los fiscales, quienes seguían sus huellas ya que el fiscal de Villavicencio, Fernando Aya Galeano, había encontrado una libreta con teléfonos cuyos números coincidían con las ciudades en donde aparecieron niños muertos.

Todos los niños decapitados. ¿Por qué lo hacía? «No sé, no sé porque tomo esas determinaciones, de pronto es para que los niños no sufrieran y murieran más ligero, por eso». Garavito contó también que todos eran entre los 8 y los 16 años. «De pronto tenían una relación a lo que fue mi etapa de la niñez y de la adolescencia, tal vez por eso hice eso con esos niños». Relató los días de sufrimiento en su hogar, la cotidiana violencia de su padre, su alcoholismo, los hechos que más recuerda de su hogar.

Lleva poco tiempo en la cárcel y dijo que este tiempo le ha servido para reflexionar. «Estoy detenido desde el 22 de abril del presente año. Estaba buscando una casa para traerme a mi señora y mi niño para acá, en Villavicencio. Cogí un bus equivocado y me bajé en la glorieta pero estaban haciendo un operativo y me detuvieron».

Habló de los niños, de la violencia, de la pobreza. «Nunca he pensado en suicidarme. ¿Por qué? Si la vida es muy bonita.»

Era el amanecer del viernes 29 de octubre. La fiscal María Lily Naranjo siguió tomando nota del sangriento paso de este hombre a lo largo y ancho del país. En total suma 13 departamentos. Además confesó de otros casos en el exterior, en Ecuador y Venezuela. Sollozó, contó la historia de un niño más, rezó y pidió compasión. «No me miren así. Yo no soy peor que Carlos Castaño, no me miren así».

La luz tenue del amanecer invadió el despacho. Los funcionarios quedaron exhaustos. La indagatoria quedó en casi medio centenar de páginas. Garavito agachó la cabeza. La levantó y dijo: «Yo no quiero que me miren como a un monstruo, soy un ser humano».

Su paso por Ecuador

Abel Gustavo Loor Velez, de 14 años, ecuatoriano, trabajaba desde los 8 vendiendo periódicos y lustrando zapatos, actividades con las que aportaba a su casa 20.000 sucres los días ‘buenos’ y 15.000 los ‘regulares’. El 20 de julio de 1998 su rutina se alteró. Rosa Candelaria Loor Vélez lo esperó en vano con la comida preparada y el menor nunca regresó. Ahora ella tiene una certeza: Luis Alfredo Garavito, detenido en Colombia y autor confeso de 140 crímenes de menores en Colombia, se llevó a su hijo.

De las primeras investigaciones realizadas por la Policía Nacional del Ecuador se concluye que el sicópata vivió y ejecutó sus crímenes únicamente en Chone, Manabí. Aunque en principio se especuló que en Santo Domingo de los Colorados también había cometido dos asesinatos, el informe de la Policía Judicial de ese cantón descartó esta posibilidad al no haberse denunciado la desaparición de ningún menor de edad hace más de un año.

No ocurrió lo mismo en Chone. La población de este próspero cantón aún recuerda conmocionada la desaparición casi simultánea de los menores Loor Vélez y Jimmy Leonardo Palacios Anchundia, ocurridas el 20 y el 21 de julio de 1998, respectivamente. Los rasgos comunes de las víctimas, de 14 y 12 años, ambos miembros de familias de extrema pobreza, escolares y trabajadores al mismo tiempo y desaparecidos al mediodía, dieron la pauta de que estaría actuando un asesino en serie.

También coinciden las versiones de comerciantes del mercado central de Chone, que identifican perfectamente a Garavito, quien rondaba este mercado por los meses de julio y agosto del año pasado.

«No vestía como mendigo a pesar de que en muchas ocasiones pedía dinero, relata Justino Mendoza, vendedor de dulces. Se lo distinguía con facilidad pues era muy marcado su acento colombiano. Después se metió en problemas al rondar en el colegio femenino UNE. Incluso en alguna ocasión la policía montó un operativo para capturarlo pero se escabulló» (Colaboración de la Revista Vistazo).


Condenado a 835 años de prisión el asesino de 189 niños en Colombia

El País

27 de mayo de 2000

El psicópata colombiano Luis Alfredo Garavito Cubillos, considerado como el mayor asesino en serie del mundo, ha sido condenado a 835 años de prisión en las primeras 32 causas judiciales que ha afrontado por la violación y muerte de 189 niños, de entre 8 y 16 años de edad, en menos de un decenio. El asesino cometió sus crímenes en 11 de los 32 departamentos de Colombia.

Garavito confesó un total de 189 asesinatos de niños, entre ellos 4 cometidos en Ecuador, entre 1990 y 1999. Fue localizado por la Fiscalía a finales de octubre de 1999 en la prisión de la ciudad central de Villavicencio, donde había ingresado el 22 de abril de 1999 bajo la acusación de secuestro de niños y con una identidad falsa.

Según los testimonios obtenidos por las autoridades judiciales, Garavito podía presentarse como monje, indigente, minusválido o representante de fundaciones ficticias que trabajaban en favor de ancianos y niños.

Pocos días después que fuera descubierto, Garavito fue trasladado del presidio de Villavicencio a los calabozos del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) en la misma ciudad, que dista 126 kilómetros al sur de la capital colombiana.


Condenado psicópata que mató a 190 niños en Colombia

Javier Baena

BOGOTA, 17 (AP) – Luis Alfredo Garavito Cubillos, un homosexual que confesó haber asesinado a 190 niños, fue condenado por la justicia colombiana a 52 años y medio en prisión.

La sentencia dictada por el Juzgado Quinto Penal de Tunja fue la conclusión de un juicio relámpago por el asesinato de una de sus víctimas, un niño de 11 años, registrado en 1996, y el intento de violación de otro menor, de 14 años, registrado en abril y que condujo a su captura.

El cadáver del niño de 11 años, Ronald Delgado Quintero fue hallado en Tunja, ciudad situada a 110 kilómetros al norte de Bogotá, decapitado y con signos de tortura y violación.

Pero fue sólo cuando Garavito fue capturado en Villavicencio, ciudad del sur del país, en su fallido intento de violar a otro niño, que las autoridades lograron esclarecer el crimen.

El abogado de Garavito aceptó ambas acusaciones para acogerse a una sentencia reducida. El juez le aplicó 60 años de prisión, que es la pena máxima en la legislación colombiana, y la redujo en siete años y medio por confesión y colaboración con la justicia, según los extractos de la sentencia divulgada hoy por el diario El Tiempo.

Garavito Cubillos, de 42 años y quien ha dicho que fue atormentado desde su infancia por un golpizas y violaciones en su hogar, pidió perdón por sus crímenes.

«Yo les pido perdón por todo lo que hice y voy a confesar. Sí yo los maté y no sólo a esos, sino a otros más», dijo Garavito Cubillos en un video de la interrogación policial divulgado por la televisión colombiana el pasado 30 de octubre.

La fiscalía lo acusaba de 114 asesinatos de niños entre 8 y 16 años cuyas osamentas ya han sido encontradas, ejecutados en 33 municipios de Colombia y dos del Ecuador. Garavito Cubillos aceptó esos crímenes y sumó otros 26. En el curso de la investigación, se le han agregado otras 50 acusaciones de asesinato de niños, también aceptadas por él, para un total de 190.

Garavito Cubillos trabajaba como vendedor callejero lo que le facilitó el acceso a los niños, especialmente a los que agobiados por la pobreza debían trabajar o vivir en parques y calles.

Según las autoridades, la mayoría de sus víctimas eran niños de hogares pobres y abandonados a su suerte a quienes atraía obsequiándoles dulces, comida, cuadernos o dinero.

Garavito Cubillos se disfrazaba también de monje, fingía haber perdido la movilidad en una de sus piernas usando muletas o decía representar instituciones caritativas, para llegar a sus víctimas.

Aún así, Garavito Cubillos no es el mayor asesino en serie en Colombia, que aparece en las estadísticas de criminalidad como uno de los países más violentos del mundo. Lo supera Pedro Alfonso López, conocido como el «Monstruo de los Andes», quien entre 1960 y 1980 asesinó a unas 300 personas, en su mayoría mujeres, en Colombia, Ecuador y Perú.

Pero no hay en los historiales judiciales un psicópata como él especializado en matar exclusivamente niños, después de someterlos a vejaciones sexuales.


La cacería del asesino en serie de niños

Associated Press

Bogotá – En la noche del 22 de abril Alfredo Garavito Cubillos había preparado el ritual de la muerte de su víctima No. 141, un niño de 12 años, pero la presencia providencial de un indigente salvó a éste y llevó a la cárcel a uno de los peores criminales del siglo que termina.

El niño, vendedor de lotería en las calles, fue conducido por el sicópata a un potrero cerca de la Séptima Brigada del Ejército en Villavicencio, ciudad situada a 75 kilómetros al sudeste de Bogotá.

Cuando Garavito Cubillos empezó a desnudarlo y besarlo y se masturbaba, un indigente drogadicto llegó por casualidad al potrero y quedó horrorizado por la escena que protagonizaba el depravado. A gritos y lanzándole piedras lo puso en fuga. Media hora mas tarde fue capturado por la policía.

«En ese momento no sabíamos que teníamos entre manos al asesino de 140 niños. Se identificó con un nombre falso, Bonifacio Morera Lizcano, pero luego los investigadores lograron reunir todas las evidencias para incriminarlo», dijo a la AP uno de los funcionarios judiciales que participó en la mayor investigación realizada en Colombia para descubrir al monstruoso criminal.

En 1992 Garavito Cubillos inició la cadena de asesinatos de niños, primero en Bogotá, donde reconoció haber matado a cuatro. Luego se trasladó a la zona cafetalera del oeste de Colombia, donde dejó un macabro registro de 23 niños de entre 8 y 15 años, asesinados en 1993, 1994 y 1995.

Después se radicó en Pereira, en la misma zona de cultivos de café, en donde el 6 de noviembre el año pasado fueron descubiertos 36 cadáveres de niños y otros dos de adultos. Garavito Cubillos, en su confesión ante los fiscales, reconoció haber asesinado allí a 8 niños.

En 1996 fue violado y asesinado en Tunja, ciudad situada a 100 kilómetros al nordeste de Bogotá, el niño Ronald Delgado, de 11 años. Varios testigos lo vieron en compañía de Garavito Cubillos, quien fue denunciado ante las autoridades judiciales pero logró escapar antes de ser capturado.

«El pasado 20 de julio, tras 18 meses de investigaciones, logramos descubrir que el homicida del niño de Tunja y quien intentó asesinar al niño de Villavivcencio era la misma persona», dijo a la AP el funcionario judicial que participó en la cacería de Garavito Cubillos y solicitó no ser identificado.

La investigación fue dirigida por Alvaro Vivas Botero, director seccional del Cuerpo de Técnico de Investigaciones de la fiscalía (CTI) en Armenia, Ivanov Artega Guzmán, director seccional del CTI en Pereira y Fernando Aya, Fiscal Octavo de Villavicencio, las tres ciudades en donde Garavito Cubillos ejecutó la mayor cantidad de asesinatos.

Trabajaron con grupos de nueve seccionales de la fiscalía en el país, cinco fiscales, 18 detectives, antropólogos, médicos forenses y siquiatras y se realizaron de pruebas científicas que comprobaron las evidencias halladas. Para el 31 de agosto ya habían reunido las evidencias que incriminaban a Garavito Cubillos.

Finalmente el viernes pasado en Villavicencio, Garavito Cubillos, cercado por las evidencias, no pudo ocultar que él era el asesino en serie. La fiscalía le imputó 114 crímenes de niños y él agregó otros 26.

Su confesión fue como si se hubiera quitado un piano de las espaldas. «El está muy bien. La confesión constituyó un alivio para él», dijo el funcionario judicial.

«A pesar de su embriaguez, era consciente de lo que hacia. Siempre seguía un mismo patrón en su ritual de la muerte: llevaba a sus víctimas maniatadas a lugares solitarios, los obligaba a practicar sexo oral, luego los penetraba y mientras ejecutaba la violación, con cuchillas les rasgaba la espalda. Finalmente los remataba con una puñalada en la costilla izquierda», dijo el investigador.

Agregó que en algunos casos se descubrió que los cadáveres estaban decapitados y la cabeza apareció a cinco o diez metros del lugar en donde enterraba los cadáveres.

Los investigadores reunieron una montaña de evidencias: las cuerdas de nylon que utilizaba para maniatar a sus víctimas, vaselina para facilitar la violación, facturas de los hoteles en donde se hospedaba en sus viajes por algunos de los 33 municipios de Colombia en donde dejó su huella de sangre y terror, copias de pasajes de autobús, tapas de licores baratos que usaba para embriagase antes de ejecutar a sus víctimas, anteojos bifocales con un lente perdido y su rústica libreta en la que anotó con una rayita cada uno de los 140 asesinatos.

Garavito Cubillos tiene un historial de maltratos en su niñez. Era golpeado por su padre y finalmente fue expulsado del hogar. Dice que dos hombres lo violaron reiteradamente en su infancia. Los sicólogos y siquiatras que participaron en la investigación creen que su conducta criminal es una venganza por los vejámenes que sufrió en la niñez. Para el próximo año deberá responder en juicio ante el juez de Tunja por el asesinato del niño estudiante Ronald Delgado, mientras se logra estructurar los procesos legales por otros crímenes, aunque muchos de ellos probablemente nunca serán llevados a la justicia.

«Los padres de muchos de los niños que han desaparecido no tienen ya interés en aportar pruebas que ayuden a identificar los cuerpos que hemos encontrado´´, dijo el investigador. Pero no será necesario juzgarlo por todos los asesinatos. Uno solo en el que se compruebe el secuestro y asesinato puede servir para condenarlo a 60 años de cárcel.


Incertidumbre en Chone: ¿Garavito mató a los niños?

La Hora

Los menores Yimi Palacios y Abel Loor, desaparecieron en circunstancias aún no esclarecidas, el primero de ellos, salió desde su domicilio ubicado en el sitio Limón, hasta el mercado central de la ciudad, para llevar la canasta a casa, pero nunca regresó.

Mientras tanto, Abel Gustavo Loor, era un pequeño lustrabotas, que estando en clases, en la escuela Río Chone, ubicada en la ciudadela Bellavista Alta, pidió permiso a su profesora y nunca más se supo de él, ni se encontró ninguna pista, que permitiera descubrir su desaparición.

Cuando aún no se superaba la sorpresa de la desaparición de los dos menores, el 13 de agosto de 1998, el pánico se apoderó nuevamente de la población chonense, cuando moradores del Cerro Guayas, dieron parte a la Policía Nacional, del hallazgo de una osamenta en este lugar.

La Policía confirmó la versión y procedió a retirar la osamenta, junto a la cual se encontraba un interior de mujer, mechones de cabellos y restos de un vestido.

Aún no se terminaba de realizar este proceso, cuando nuevamente la policía fue avisada, de un nuevo hallazgo cerca del mismo lugar, esta vez de una osamenta mucho más pequeña, junto a la cual se encontró un par de zapatos de lona, un pantalón jean y un cajón de lustra botas, lo que en un inicio hizo presumir que se trataba del cuerpo de Abel.

Analizan las osamentas

Las osamentas encontradas en los alrededores del Cerro Guayas, fueron enviadas a Quito, para su análisis; el informe médico legal determinó que la primera de ellas, correspondía al de una mujer adolescente de 16 años aproximadamente y que tenía un estado de descomposición, alrededor de los seis meses.

Mientras que la segunda correspondía al sexo masculino, de aproximadamente 15 años de edad, su estado de descomposición era de aproximadamente tres meses.

Con este resultado, quedó desvirtuada la posibilidad de que estas osamentas correspondan a los dos niños desaparecidos, aumentando con ello el misterio, ya que entonces como hasta ahora, los pequeños no aparecieron ni vivos ni muertos y ninguna autoridad competente recibió denuncia alguna, que reportara las desapariciones, de los jóvenes a los cuales correspondían las osamentas.

Las osamentas al no corresponder a ninguno de los niños desaparecidos, fueron mantenidas bajo custodia policial y en el mes de septiembre de 1998, fueron bautizados con los nombres de Martha y Lázaro, luego de lo cual fueron sepultados en una fosa, facultada por la Juez Mariana Moreira de Zambrano, quien los mantiene disponibles para cualquier procedimiento que exijan las investigaciones.

Las desapariciones están registradas en el Juzgado Décimo Segundo de lo Penal con los números 101 y 102 del 98.

Mientras que las osamentas, corresponden a las causas 106 y 107 de la misma judicatura.

Ayer, la juez décimo segundo de lo penal, realizó una visita a la policía nacional, para coordinar acciones, que permitan reabrir los procesos y contribuir con el esclarecimiento de estos casos.

La Policía solicita información

La Policía al frente de las investigaciones ha recibido una disposición de el Director Nacional de la Oficina Central de la Interpol, en donde se solicita información, respecto a estos casos, para determinar si las declaraciones del autor confeso Luis Alfredo Garavito, de nacionalidad colombiana y detenido en su país, tienen relación con las desapariciones de los menores y apariciones de las osamentas.

La Interpol remite este pedido, ante una solicitud de las autoridades judiciales colombianas, que están tras las investigaciones de los 140 asesinatos que habría cometido Garavito, dentro de los cuales presumiblemente estarían los dos niños choneros desaparecidos.

La hipótesis se basa, en las confesiones de Garavito de haber estado en Chone en períodos de tiempo, comprendidos entre 1992 y 1998, además porque los niños desaparecidos, responden al perfil de las víctimas del psicópata.

Otra posibilidad que se manejaría en el misterio de estos casos, sería el que las osamentas corresponderían a desaparecidos de la ciudad de Santo Domingo, donde supuestamente también actuó Garavito.

Delegación chonera viajaría a Colombia

En los actuales momentos, el coronel Iván Vallejo Godoy se encuentra en Quito, gestionando ante la cúpula policial, la posibilidad de que se envíe una delegación de agentes de investigación de Chone a Colombia, acompañados quizás de un familiar de los desaparecidos, para que contribuyan con sus conocimientos sobre las causas, sobre todo porque conocen las ubicaciones topográficas, en el proceso que se le sigue a Garavito; adicional a ello, la policía ecuatoriana está solicitando a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, la copia de las declaraciones del asesino en serie, para establecer comparaciones con lo sucedido en Ecuador, ya sea en Chone o Santo Domingo.

El Foro Internacional de los Derechos Humanos, es el organismo más vinculado con las investigaciones de estos casos, ellos han trabajado de manera directa en este proceso, contando sobre todo con el apoyo del abuelito de Yimy Palacios Anchundia, quien nunca ha abandonado las investigaciones.

El FIDEH, contiene datos que podrían contribuir con el esclarecimiento de los crímenes, a parte de los conocidos por todos, existirían otros que nunca han sido publicados oficialmente, tales como una cédula que fue encontrada en el lugar donde se hallaban las osamentas y que reposa según se conoce extraoficialmente en la policía nacional, en el período del teniente coronel Fernando Avilés, así mismo existiría la placa de un vehículo, cuyo conductor intentó acorralar a un pequeño en el barrio El Vergel, el mismo que gritó y no se habría dejado atrapar.


Luis Alfredo Garavito Cubillos

Última actualización: 13 de marzo de 2015

La Bestia

Elíseo, 12 años y vendedor de lotería, solo se le deshizo el nudo de terror en la garganta cuando Bonifacio Morera Lizcano intento violarlo. Fue entonces cuando sacó de adentro los gritos de pánico que no le habían salido durante dos las horas que llevaba amenazado con un cuchillo, que comenzaron el la Plaza de los Centauros, en pleno centro de Villavicencio, y que estaban a punto de terminar ahora, mientras que desnudo atado de pies y manos en un matorral solitario en las afueras de la ciudad, sentía a sus espaldas a un hombre acezante a punto de ultrajarlo sexualmente.

«Papito, que rico que estás», le había dicho Morera momentos antes, mientras le besaba el cuello y los labios y le hacia sexo oral en su órgano genital de niño. Poco a poco, con la excitación, las palabras fueron cambiando de tono, y del papito rico, Morera pasó a cuanta grosería había aprendido en su recorrido por 13 departamentos de Colombia.

Luego se desabrochó la bragueta, se sacó el pene a dos manos y mientras lo blandía al aire le decía a Elíseo que iba a tener que besárselo y que se lo iba a meter por detrás. «Lo voy a matar. Le voy a pegar puñaladas en la espalda. Le voy a sacar las tripas. Le voy a cortar el pene y la cabeza y se la voy a botar a un lado», le repitió una y otra vez en su paroxismo de sexo y sangre.

No eran amenazas. Le estaba describiendo paso a paso un ritual perfeccionado tras asesinar a docenas de niños varones entre 6 y 14 años en 51 municipios del país.

A 800 metros de allí en un lote baldío frente a Almaviva, unas bodegas para almacenar granos las autoridades descubrieron entre junio y noviembre del año anterior 12 cadáveres de niños que ya había asesinado en Villavicencio, capital del Meta, un departamento de Colombia tan grande como Panamá y en cuyo extremo sur quedan tres de los municipios que el gobierno nacional destinó como zona de despeje para los actuales diálogos con la guerrilla.

En Villavicencio fue donde Morera Lizcano cometió el ultimo de sus asesinatos que, hacerle caso a su minuciosa libreta de apuntes, fueron 142 en siete años.

Las autoridades judiciales no tienen una cifra definitiva, puede que este echando mas muertos encima para engrandecer entre los asesinos en serie o que sus apuntes no hayan sido tan juiciosos y los niños a los que mató pudieran ser hasta 182 todos pobres y varones, casi todos delgados, de rostro bonito, cabello castaño y ojos cafés.

Los trazos aindiados y la leve tendencia de la gordura de Elíseo no concordaban con ese perfil de potenciales víctimas de Morera, en el rango de niños diferentes de los gustos del asesino apenas si se podía mencionar uno de raza negra, otro francamente obeso y uno que además de ser el único de 16 años, era paralítico.

El comienzo del horror para Elíseo ocurrió hacia las tres y medía de la tarde del jueves 22 de abril de 1999 en la plaza de los Centauros, en Villavicencio. Desde el mediodía, cuando salió de su casa, había vendido 10.000 pesos que llevaba en un solo billete marcado con un 740 manuscrito en tinta roja.

Le quedaban 74.000 pesos en boletos para ofrecer.

«Oiga niño, yo le quiero comprar una lotería, déjeme ver que números tiene», le dijo Morera, para quien las plazas públicas de mercado y de los terminales terrestres de transporte eran sus cotos de caza preferidos, desde que comenzó su carrera de asesino trashumante a mediados de 1992 en Jamundi (Valle del Cauca).

En la plaza principal de la Tebaida (Quindío), el 19 de Abril de 1994, hacia las ocho de la mañana, llamó a Manuel Vicente Daza, de diez años, cuando iba a hacer un mandado de la casa.

Días después encontraron su cadáver en la finca San Fernando con la cabeza cercenada y múltiples heridas de cuchillo a la altura de los riñones.

Cuatro años después, el 22 de junio de 1998, en Génova (Quindío) convenció a Tomas Martínez y Javier Ardila, de nueve y doce años respectivamente, cuando cargaban cebolla en la plaza principal del pueblo para que se fueran con él y que, a cambio de algún dinero, lo ayudaran con unos caballos, que debía llevar a otro sitio del municipio.

Al otro día, en ese mismo pueblo y con la misma excusa, engatuso a Leonardo García cuando terminó de jugar un partido de fútbol con sus amigos. Todavía nadie había dado la alerta sobre la desaparición de Tomás y de Javier.

Aunque sus familias hubieran advertido al pueblo no habría por que sospechar del hombrecillo de barba, gorra y lentes que vieron sentado en la plaza. Había nacido en ese pueblo 41 años atrás, el 25 de enero de 1957. Antes de Manuel Vicente y después de Tomas y de Javier hubo niños muertos, siempre pobres, siempre bonitos, y casi siempre delgados.

Todos fueron encontrados días o años después atados de pies y manos en matorrales a las afueras de los pueblos o ciudades. A muchos de ellos les mutiló el pene y se los introdujo en la boca. A otros los decapitó o cuando menos les dejó la cabeza colgando de un hilo de piel y carne del cuello.

Al comienzo el puñal iba directo al corazón, pero paulatinamente fue cambiando el sitio y la cantidad de cuchilladas para prolongar el sufrimiento.

El 18 de octubre de 1997, en Río Frío (Valle del Cauca) le clavó 42 puñaladas en el tórax a Andrés Salgado, estudiante de 13 años. También con el correr del tiempo empezó a marcar sus muertos con cortes en la piel que formaban largas líneas sobre el tronco.

Morera empezó a ojear los billetes de lotería y se le fue acercando a Elíseo hasta que lo tuvo lo suficientemente cerca como para mostrarle un cuchillo grande y basto que llevaba en una mochila terciada al hombro. No vaya a gritar por que lo mato. Se tiene que subir conmigo a un taxi le dijo Morera. Sin gritar sin decir una sola palabra y mirando de frente, Elíseo siguió las órdenes y en unas cuantas zancadas alcanzaron la calle 38, donde abordaron un taxi.

Morera le pidió al conductor que los llevara al anillo vial, frente a las bodegas de Almaviva. Entre los dos puntos había en ese entonces cuatro semáforos y unos 25 minutos de recorrido, durante el cual Elíseo no dijo nada. No podía. Morera le enseñaba de cuando en cuando el cuchillo, sin dejarlo ver al taxista, y le hacia una elocuente mirada que era una orden de mantener el silencio.

Al llegar al sitio, el asesino le dio 2.000 pesos, casi un dólar, al taxista, por una carrera que en ese momento costaba 1.500. Era un lugar despoblado y solitario, tránsito de camiones de 18 ruedas. Aunque Elíseo hubiera querido gritar nadie lo hubiera escuchado.

Subieron unos ocho metros por una ligera pendiente y Morera le dio la orden de cruzar una cerca de tres alambres de púas, después de la cual empieza un bosque de árboles nativos, una vez allí no hay manera de saber que esta pasando, matorral adentro.

El 27 de noviembre de 1998, los niños de Pereira, la mas grande y moderna de las tres ciudades que componen el eje cafetero, marcharon de noche y alumbrándose con velas para pedir con su silencio que no los siguieran matando.

Pereira tenía serias razones para estar en pánico. En enero cuatro cráneos de niños fueron encontrados junto al barrio Nacederos. El 17 de septiembre un joven que cabalgaba por un terreno baldío cerca del aeropuerto Matecaña descubrió una gran cantidad de pequeños huesos, que luego de ser cotejados por el Cuerpo Técnico de Investigaciones CTI de la Fiscalía General de la Nación, resultaron ser los restos de 13 niños.

Una semana después en el kilómetro 1 de la vía hacia Mercella, en un abismo de unos 500 metros de profundidad y rodeados de maleza, se encontraron 12 esqueletos y nueve cráneos de niños. Alrededor de la fosa estaban esparcidos retazos de ropa y zapatos con las suelas desgastadas.

Algunos cuerpos tenían una soga atada al cuello estos hallazgos trajeron a la memoria de los investigadores otros casos descubiertos en años recientes entre 1993 y 1998 se habían encontrado en todo el departamento del Risaralda del que Pereira es la capital. 9 fosas y 42 esqueletos, todos de niños varones.

Esas cifras alimentaron toda suerte de teorías en la opinión publica. Sectas satánicas haciendo ritos de sangre, tráfico de órganos humanos, exterminio nocturno de habitantes de las calles, castigo divino por la supuesta vida licenciosa que se lleva en Pereira, un cóctel entre prostitución infantil, pederastia y el dinero fácil del narcotráfico y por ultimo, uno o varios asesinos en serie.

No había otro tema de conversación y a pesar de la presión publica, los investigadores no conseguían un hilo conductor que pudiera dar un atisbo de respuesta. Esto, aunque desde junio interceptaron teléfonos e infiltraron detectives en la plaza de mercado y en la calle disfrazados de indigentes el único resultado fue una grave enfermedad gastrointestinal de un infiltrado por ingerir comida descompuesta recogido entre la basura.

Y aunque Risaralda era la región mas afectada, crímenes similares habían ocurrido en 13 de los 32 departamentos del país y por esa misma época comenzaron a salir de aquí y de allá las piezas de un rompecabezas que ningún investigador lograba todavía ver como un todo.

El 23 de junio de ese año 1998 aparecieron 3 cadáveres en Génova (Quindío). Un grupo de investigadores fue enviado desde Armenia, la capital departamental, alertados por casos previos, querían hacer una minuciosa recolección de prueba en la escena del crimen pero la muchedumbre se había metido en el matorral sin dejar un solo indicio válido, salvo los mismos cadáveres.

De regreso a Armenia comentaban detalles del caso, cuando una secretaria escuchándolos, cayó en la cuenta que un año atrás desde Tunja (Boyaca) había enviado una orden de captura contra Luis Alfredo Garavito Cubillos por la violación y muerte de un niño a quien la habían cortado la cabeza y cercenado el pene, que luego le introdujeron en la boca.

También a mediados de 1998 se descubrieron 12 osamentas de niños en distintos puntos cerca del anillo vial a las afueras de Villavicencio (Meta). El primero de esos cuerpos fue hallado sin cabeza el 20 de julio de 1998. A ese le siguieron otros tres entre el 16 y 17 de septiembre. El rastreo se mantuvo hasta la primera semana de noviembre. Durante ese tiempo encontraron nueve esqueletos mas de niños entre los 7 y los 16 años.

La agresividad con que Morera actúo con Elíseo no era muy común en su trayectoria de asesino por lo general se acercaba a los niños con días de antelación y los iba charlando y conquistando con golosinas y refrescos. Es más, con Elíseo tenía un tema en común, las loterías y juegos de azar. Era un apostador de chance, juego en el que gana quien acierte los últimos tres dígitos de la lotería.

De hecho el día anterior le había apostado 1.200 pesos al numero 275, era su preferido. De los últimos 17 chances que jugó en su vida de asesino viajero, diez le iban a ese número. Además de las apuestas a Morera también le gustaba pasar el tiempo tomando en las cantinas del pueblo y escuchando música carrilera y de despecho, género musical muy arraigado en la zona andina de Colombia.

Un día previo al encuentro con Elíseo le había metido 1600 pesos a una rockola. Eso es música de expertos en carrilera, diría después un cantinero viejo repasando la lista de canciones que ese día puso a sonar Morera.

A Elíseo, después de obligarlo a pasar el cerco de púas y de internarse unos metros en la zona boscosa, le ordeno quitarse la ropa, quedarse en calzoncillos. Allí le ató las manos y le revisó los bolsillos del pantalón para robarle lo que llevaba. Después como hizo con casi todas sus víctimas lo obligó a caminar delante de él en círculos en medio de la maleza hasta cansarlo.

Eran cerca de las cinco de la tarde cuando lo hizo detener en un cuadrado de hierba libre de vegetación en la finca Rosa Blanca. Allí ocurrió todo, lo de las caricias, los besos en boca y cuello, el pene al aire, la excitación y la descripción de lo que iba a ser su muerte. Fue en el mismo lugar donde le amarró los pies y lo obligó a ponerse con el pecho en la hierba y comenzó el intento de violarlo.

Entonces fue cuando a Elíseo se le desató el nudo en la garganta y le salieron todos los gritos que tenía atorados desde el momento en que, hora y media antes, Morera lo había amenazado con el cuchillo. Gritar como un loco, eso era lo único que podía hacer para salvar su vida. Y lo hizo.

Viola y les saca el corazón a los niños. El 28 de septiembre de 1998 ese fue el titular del Espacio periódico sensacionalista de amplia circulación y muy leído por los estratos populares, que daba cuenta de tres crímenes en Florencia (Caqueta), ciudad de la selva amazónica al sur del país. Dos de los cuerpos se hallaban dispuestos de modo que los pies de un cadáver quedaban a la altura del cuello del otro.

Adentro del circulo estaban las cabezas cercenadas, como un macabro ging gang. Los anos estaban desflorados, abiertos y mirando al cielo igual que el rostro de los niños. Cuatro equipos departamentales de investigadores y varios detectives sueltos en toda Colombia trabajaban sobre sus respectivos casos pero casi nadie levantaba la cabeza para mirar la labor del vecino.

Excepto Carlos Hernan Herrera, morfólogo que trabajaba en Buga (Valle del Cauca) quien en mayo de ese año envió un informe a la dirección general del CTI, para que se hiciera una investigación nacional en busca de un asesino que abordaba a sus víctimas en las plazas de mercado y terminales para luego violarlos, decapitarlos y cercenarles los genitales. Como siempre los encontró en plantíos de caña de azúcar los llamó «Los Niños de los Cañaduzales».

Nadie hizo caso de su petición y fueron tres los cadáveres en Florencia los que levantaron en la sede del CTI en Bogotá la sospecha de que había un solo asesino detrás de todas las muertes. Se parecían demasiado a otros crímenes como los de Pereira y de Villavicencio.

Unas cuantas semanas después estaban reunidos en Pereira distintos investigadores que terminaron por descartar las hipótesis restantes, satanismo, trafico de órganos, etc. y solo quedó la de un violador y asesino en serie. Además se hizo un listado de mas de cien sospechosos, que finalmente se redujo a diez. Todos tenían antecedentes de acceso carnal violento.

A principios de noviembre, todas las seccionales recibieron la orden de informar sobre casos como el de Florencia. Después les llegó una citación para una reunión nacional en Pereira a finales de enero de 1999 siete años después de la primera víctima. Comenzaba el envión definitivo para capturar al asesino.

¡Oiga hijueputa que le está haciendo a ese niño! La voz era la de un chatarrero de 16 años que había ido a fumarse un cigarrillo de marihuana cuando escuchó el grito de Elíseo. De inmediato fue en su ayuda.

Al verse descubierto, Morera le corto a Elíseo la soga de los pies. Vamos mas para allá le dijo. Esa fue la última orden que le dio a Elíseo y la única que el niño no le obedeció pues corrió hacia donde estaba el chatarrero que se armó de piedras y comenzó a tirárselas a Morera, que empezó a perseguirlos.

Corrieron como desaforados por unos 600 metros bajando por una pendiente que daba a una quebrada, el chatarrero adelante y Elíseo con las manos a la espalda, detrás de él. Cruzaron un modesto puente de guadua, un tallo fibroso y muy resistente, y cien metros mas adelante encontraron una casita prefabricada. Allí estaba Magali, una niña de doce años, que vio pasar derecho al joven y detrás a Elíseo. «Que le paso, hay un tipo que me quiere matar y violar. Métase aquí y nos escondemos los dos. No por que nos mata a ambos, corra, corra», le gritó desde la distancia el chatarrero.

Elíseo le hizo caso sin darse cuenta de que Morera ya no los seguía, intimidado quizás por la niña y la casa, ubicada a espaldas del concesionario de maquinaria agrícola Casa Toro, adonde en pocos instantes llegaron el par de niños, jadeantes y presas del pánico, a tiempo que Morera se acercaba donde Magali, también aterrorizada. ¿Como se sale de aquí?, le pregunto Morera. Ella con el corazón que se le salía, le señaló el camino hacia casa Toro. Morera asintió y siguió su camino, para internarse de nuevo en la espesa vegetación.

El terremoto del eje cafetero, ocurrido el 25 de enero de 1999, pospuso varios meses la cumbre citada desde Bogotá. Ese aplazamiento, sin embargo, no detuvo las investigaciones.

En Armenia desde finales de 1998 los funcionarios del CTI empezaron hablar con los familiares de Luis Alfredo Garavito, el hombre que tenía orden de captura en Tunja. Establecieron un perfil psicológico y llenaron un álbum con fotos suyas.

El 14 de abril hablaron con Luz Mary Ocampo, excompañera sentimental de Garavito. Ella lo describió como un hombre cariñoso y amable mientras no tomara un trago. Había guardado un costal con papeles de Garavito que luego le entregó a Stella, una hermana del sospechoso. Cuando los detectives llegaron a él se encontraron un portentoso archivo personal: talonarios de ahorros con movimientos detallados, libretas con fechas, actividades citas personas visitadas, tiquetes de transporte intermunicipal y tarjetas de hospedajes.

Todo un itinerario de años de una tremenda movilidad que asombró a los investigadores. Esos registros minuciosos sirvieron para completar, luego de múltiples entrevistas y pesquisas el retrato de un hombre nacido en Génova (Quindío) el mayor de siete hermanos cuatro hombres y tres mujeres que fue maltratado por su padre desde niño mientras su madre guardaba una actitud pasiva frente a los afueros de su marido

Que estudió hasta quinto grado de primaria en el Instituto Agrícola de Ceilan (Valle del Cauca), que salió de su casa a los 16 años después de un altercado memorable con su padre y se empleó como ayudante de un par de supermercados de donde lo despidieron por permanentes peleas con clientes, compañeros y jefes.

Que a los 21 años había pasado por Alcohólicos Anónimos y que durante cinco años recibió tratamiento psiquiátrico en una clínica del Seguro Social de Manizales, la tercera ciudad que compone el eje cafetero, junto con Pereira y Armenia.

Que los equilibrios emocionales lo llevaron al borde del suicidio y que después de ese tratamiento comenzó su vida de vendedor ambulante en los departamentos de la zona montañosa del país.

En esos recorridos, fue afinando sus artes de mentiroso, embaucador y camaleón. Entraba a los colegios con documentos falsos de instituciones para ayudar a los ancianos y los niños. Se disfrazaba de monje, mendigo o discapacitado con muletas o cuellos ortopédicos y entonces se mostraba humilde y abandonado de la mano de Dios. Tanto que logro salir de la cárcel de Tunja, acusado de violación y asesinato, acentuando al límite su imagen de desamparo hasta que el punto que la Defensoria del Pueblo presionó para la liberación del hombre solo y abandonado, sobre el que no pesaban pruebas contundentes.

Durante esos años se dejaba crecer el cabello y la barba por temporadas. Así lo vieron en su pueblo natal y sufría de permanentes crisis depresivas, vendía estampitas del papa Juan Pablo II, de la virgen del Carmen y del Niño Dios, merodeaba las plazas de mercado y arrendaba cuartos en casas humildes de barrios pobres y marginales, se ganaba la confianza de los niños, con dulces, cuadernos y bebidas, y era muy amable con ellos.

Los que no lo describieron así fueron sus vecinos, a quienes les recordaba pleitos de borracho. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero vivió con dos mujeres mayores que él, a cuyos hijos siempre respetó y que luego lo evocaron como alguien cariñoso y especial. A la casa de su padre volvió en contadas ocasiones, precedidas de tormentas emocionales y un terror de niño asustado.

Cuando visitaba al papa le daba crisis de angustia y se bajaba con tembladera y vómito del carro que lo llevaba a la casa, contaría después uno de sus familiares. Ya sabían casi todo, menos el donde, en que ciudad o pueblo de Colombia podían atraparlo. «Mire Mama ese es el hijueputa que me quería violar gritaba desesperado Elíseo y lo señalaba desde la patrulla policial.»

La estratagema del cabo Pedro Babativa había dado resultado. Alertado por una llamada, llegó con los agentes Cesar Augusto Rojas y José Tinjaca, con quienes se metió en el bosque a buscar a Morera. Anochecía cuando salieron del monte y al local de maquinaria habían llegado vecinos del barrió del frente y taxistas.

Con toda esta gente y tanta bulla el hombre no va a salir, pensó Babativa y se jugó una carta riesgosa, intentó disuadir a la pequeña muchedumbre para que se fuera a sus casas. Señores a esta hora ya que se puede hacer y el hombre debe andar quien sabe adonde. Conato de motín, que claro, por eso es que nunca atrapan a los criminales que ineficacia, que desidia y que lo vamos a acusar ante sus superiores.

Una vez Babativa controló al público, ordenó que montaran al niño, a su mamá y a su abuela, llamadas de urgencia a la casa de un vecino, en la patrulla con uno de los policías. El abordó un taxi y el otro efectivo hizo lo propio. La orden era fingir que se marchaban pero que los taxis dieran vueltas utilizando los retornos del anillo vial.

La descripción de Morera ya la tenían. No hizo falta esperar nada. Apenas la patrulla avanzó unos metros cuando Elíseo, recién bañado y vestido con una bata por un empleado, fue el primero en verlo venir. Tranquilo, tranquilo le dijo el agente y de inmediato le comunico a Babativa la noticia, señalándole al sospechoso.

Cuando lo abordó Morera le dijo que venía de Acacias, una población vecina, que era vendedor ambulante que su cédula era la numero 12,120, 692, de Neiva (Huila), pero como no la tenía a mano, le enseñó la factura de una compraventa, que vivía por ahí cerca y que lo estaban confundiendo con otra persona.

Babativa no terminaba de creer que ese fuera el presunto violador, a pesar de que las señales físicas y el vestuario -camisa color crema con rayas negras pantalón caqui y zapatos marineros- coincidían con la descripción de Elíseo.

«Llegué a pensar que no era él, el hombre tiene una mirada serena, es muy tranquilo, se muestra como una persona muy noble y respetuosa. No es grosero y párese. muy bien hablado», contaría año y medio después el ahora sargento Babativa.

Pero si venía de otro pueblo como le estaba diciendo, se preguntó entonces por qué Morera traía grama y erizos de mala hierba en toda la ropa, embarrados los zapatos y los antebrazos de la camisa. Tenía que venir del monte, que a esa hora suele humedecerse con un rocío similar al de las madrugadas.

Luego vino la revisión de la mochila, había un metro de cuerda roja, varios papeles, un cuchillo de mesa y un tarrito cromado con las palabras vaselina pura sobrepujadas en la tapa. En los pantalones traía doscientos mil pesos en billetes de veinte mil. Aparte en el bolsillo de la camisa, llevaba un billete de diez mil pesos en la que resaltaba el numero 740 escrito con bolígrafo rojo. Había atrapado al violador.

El morfólogo Carlos Hernán Herrera, de impecable bata blanca, apoyaba con imágenes cada uno de sus hallazgos sobre el asesino de los niños de los cañaduzales. Los datos mas reveladores provenían de un levantamiento realizado el 8 de febrero anterior, el cadáver del niño quedó tendido encima de 179.000 pesos en billetes.

El asesino huyó de repente, por que el cañaduzal, a punto de corte, empezó a arder. En su afán dejó al lado del cadáver sus propios pantaloncillos, los zapatos, una peinilla, un destornillador y los anteojos, que quedaron a medio quemar.

A partir de esa evidencia sin conocer a Garavito ni a Morera, Herrera concluyó que el asesino debía tener cuarenta años, 1,65 metros de estatura, contextura delgada, bajo extracto social y que cojeaba de la pierna derecha, ya que uno de los zapatos estaba notablemente mas gastado que el otro.

Del seguimiento de los billetes concluyó que éstos habían sido puestos en circulación en Cauca, Nariño, Caqueta, Valle y Antioquía. Logró una aproximación del rostro del asesino a partir de los puntos donde los anteojos hacían contacto en la cara.

Era el 14 de julio de 1999 y Herrera exponía sus conclusiones en la cumbre de investigadores citada en Pereira y aplazada por el terremoto en el eje cafetero.

Los detectives del CTI de Armenia escuchaban emocionados y ansiosos la presentación de Herrera y estaban seguros de saber quien era el hombre al que él se refería sin conocerlo. Apenas llegó el momento les contaron a sus colegas cada uno de sus hallazgos.

El perfil psicológico de Garavito, los antecedentes familiares y las declaraciones de testigos que lo vieron en Tulúa (Valle del Cauca). Como prueba tenían una foto tomada allí, aparecía en chanclas negras, calzoncillos amarillos y mirando a la cámara. El brazo izquierdo y la espalda mostraban huellas de recientes quemaduras de segundo grado.

Los investigadores de Villavicencio reconocían al hombre de la foto y sus quemaduras en brazo y espalda, además una plantilla en el tobillo izquierdo que lo hacia cojear, coincidían con los analices del morfólogo de Buga, pero el que tenían preso se llamaba Bonifacio Morera Lizcano. Sacaron sus tarjetas de sus huellas dactilares y las compararon con las de Garavito. No había duda, el hombre al que buscaban ya estaba preso.

Ahora había que encontrar las pruebas que ante los jueces demostraran inequívocamente la responsabilidad de Garavito en cada uno de los casos. También debían lograr la confesión, que facilitara el juzgamiento. Aumentaron los allanamientos y las pesquisas.

En Pereira encontraron un segundo bulto de papeles con sus itinerarios hasta mediados de 1998 según los cuales estuvo varios días en Ecuador, donde no hay reporte de asesinatos similares.

El tercer paquete, incluía el lapso faltante hasta el 22 de Abril de 1999, fue hallado en Villavicencio. Al final de la reunión hubo un acuerdo general, discreción absoluta y de esto no debe saber nada Garavito en Villavicencio, hay que seguir llamándolo Bonifacio Morera Lizcano, que no vaya a sospechar que sabemos quien es en realidad por que puede terminar suicidándose. Fueron siete horas de indagatoria sin resultado.

Era el 28 de octubre de 1999 y en Villavicencio la Fiscal Octava de Armenia estaba bien documentada. 118 casos de niños asesinados cuyas fechas y lugares de muerte concordaban perfectamente con la información extraída de los tres bultos de papeles y las pesquisas.

Morera se sorprendió cuando lo llamaron por su nombre real: Luis Fernando Garavito Cubillos, con cédula 6,511,635 de Trujillo (Valle del Cauca). Y se sorprendió cada vez más cuando le preguntaban si había estado en tal sitio en la fecha, conocido a tal niño, o alojado en tal casa. Todo lo negó. Todo entre las once de la mañana y las seis de la tarde. La diligencia se suspendía en ese punto.

Entonces ingresó uno de los cinco investigadores responsables de centralizar toda la información. Solo le tomó media hora contarle a Garavito un resumen de su vida. Que había nacido en Génova, Quindío y no en Neiva (Huila) y que estudió hasta quinto de primaria, que tenia 42 años y no 36, que era cinco centímetros mas bajito que el verdadero Morera. Que había estado en Alcohólicos Anónimos y bajo tratamiento psiquiátrico.

Le dijo a que niños, cuando y adonde había abordado. Se lo decía al oído, como susurrándole cada crimen y Garavito escuchaba quieto y apretando un pañuelo blanco en su mano derecha. Los apodos el loco, Tribilin, Conflicto o el Cura, los disfraces, las peleas, las varias entradas a la cárcel, la forma como escapó en Tunja, las compañeras que tuvo y con quienes vivió de cuando en cuando. Hasta que Garavito no pudo más y se lanzó de rodillas al piso y dijo juntando las manos al cielo: «Yo les quiero pedir perdón por todo lo que hice y voy a confesar. Si, yo los mate y no solo a esos, mate a otros más».

La verdadera indagatoria apenas comenzaba. Después de la crisis de llanto Garavito se sentó. Sacó una libreta pequeña vieja y arrugada, y se detuvo en una pagina con números y unas rayitas. Era su propia estadística, año por año, de los asesinatos cometidos, no eran 118 sino 142 y les señalo la ubicación exacta de cuatro cadáveres dejados a su paso por Granada (Meta).

Su relato duró otras siete horas. Confesó que a los niños no les tapaba la boca ni los ojos, que se emborrachaba y fumaba durante el rito con un método que afinó durante años y que consistía en apuñalarlos al principio en el corazón y que luego cambió por cuchilladas en las nalgas, las manos, en las bajas costillas y que finalizaba con un corte total o parcial de la cabeza. También y solo al principio, los estrangulaba con sus propias manos. Que los dejaba a medio enterrar. Que estaba arrepentido.

Durante la delirante jornada confesión le pidieron que dibujara un niño, lo hizo muy largo y recto, muy pulcro, y de camisa y pantalón, quizá su niño ideal.

En pruebas psicológicas posteriores vio demonios donde había ángeles y negó la presencia de un pene donde este este era evidente. En otro dibujo de figura humana, los ojos eran espirales, el estereotipo del loco en las tiras cómicas. Le diagnosticaron personalidad esquizoide con componentes psicopáticos.

Mataba niños bonitos por que representaban lo que él no fue durante su infancia, pero la edad promedio de las víctimas y su estrato social si representaban al niño Garavito cuando fue violado por dos hombres y en distintas ocasiones cuando estudiaba e Ceilan (Valle del Cauca). Una vez liberado de la presión de la búsqueda en su contra, dijo que no sentía culpa de sus asesinatos por que estaba liberando a los niños de los males que él había tenido que sufrir.

Además algo dentro de si le decía que tenia que obrar como lo hizo. Los análisis psicológicos y psiquiátricos hechos durante el año que ha corrido, muestran a un hombre con problemas de identidad sexual, para quien el cuchillo tiene un doble significado de placer y dolor. Quizás, piensen los psicólogos, escribía cada detalle de sus actos porque sabía que algún día sería descubierto y tendría que rendir cuenta y razón de sus actos. Los jueces, hasta hoy, lo han condenado a 865 años de cárcel por 32 casos juzgados y cerrados.

En otros 27 procesos, Garavito se ha acogido a sentencia anticipada, lo que implica rebaja de penas. Y aunque llevara años saber la suma exacta de pena, lo mas probable es que esta llegue a 50 o 60 años. La muerte a la que Garavito le tiene miedo, de ninguna manera le será impuesta. No es un castigo previsto en las leyes nacionales, pero si por los reclusos de las cárceles, que matan a un violador de niños apenas tengan la ocasión.

Y no son los únicos que lo quieren muerto. Desconocidos lo han intentado envenenar a través de la comida y hoy por hoy hay un funcionario responsable de verificar que sus raciones provengan de las mismas ollas que las de los presos de la Cárcel Distrital de Villavicencio. Por eso lo han cambiado varias veces de prisión. Siempre aislado, salvo las esporádicas visitas de una creyente evangélica que quiere hacerlo reencontrar con Dios. Afuera 142 familias esperan justicia.


Luis Alfredo Garavito Cubillos: El Monstruo de Genova

Pilar Abeijón

Después de 18 meses de investigación tras la pista de una supuesta «secta satánica» que estaría cometiendo los más atroces sacrificios con menores de edad, la policía colombiana pudo esclarecer la ola de desapariciones y asesinatos que mantenían en vilo al país.

Todo empezó cuando se hallaron los restos de varios cuerpos esqueletizados, con señales de haber sido amarrados, mutilados y decapitados. Además, numerosas familias colombianas comenzaron a denunciar la desaparición masiva de sus pequeños. En total se contabilizaron más de 100 desapariciones.

La prensa de todo el mundo ayudó a propagar el estado de alarma entre la población, publicando grandes titulares como éstos: «Aparecen otros 25 niños muertos, víctimas de posibles ritos satánicos», «Al menos 46 niños asesinados desde 1993 por supuestos ritos», «Hallados más cadáveres con signos de tortura satánica»…

Finalmente, tras una ardua investigación por parte del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) en diversas capitales del país, se han podido esclarecer los macabros descubrimientos gracias a una serie de evidencias que han hecho sospechar a los agentes de la policía colombiana acerca de la posibilidad que el culpable se tratase de una sola persona. En los lugares del crimen se habían hallado varios tapones de unas botellas de licor barato, restos de cabellos y otra serie de objetos que ayudaron a los investigadores a trazar un perfil del asesino.

Los agentes no se conformaron con las evidencias encontradas. Por otro lado comprobaron los billetes de autobús y registros de los hoteles que coincidían con las fechas y lugares de las desapariciones. Después, en el transcurso de la investigación se elaboró una lista con 94 posibles autores de los crímenes, que se fueron eliminando poco a poco hasta reducirla en dos sospechosos.

Uno de ellos era Luis Alfredo Garavito Cubillos, de 42 años, detenido y recluido en la penitenciaría local de Villavicencio, donde estaba registrado con nombre falso desde el 22 de abril de 1999, tras ser acusado por agresión sexual violenta a un menor.

Uno de los agentes de la prisión lo desenmascaró cuando tras engañarlo llamándolo por su verdadero nombre, pues éste sin darse cuenta respondió. Entonces se pudo comprobar que el detenido tenía una orden de captura emitida hacía tres años por los jueces de la ciudad de Tunja por el asesinato de un niño y otros delitos menores.

Al verse descubierto y acorralado por el fiscal que lo interrogó a continuación, confesó los crímenes pidiendo perdón con antelación por los hechos que iba a confesar. Tras sacar una pequeña libreta negra en la que estaban marcados la ciudad y uno, dos, tres palitos, según los niños que hubiera asesinado, confesó haber estado asesinando entre 1992 y 1999, dando todos los detalles de los crímenes, con una frialdad que asombró a los agentes de policía.

Al registrar su vivienda, fueron hallados varios objetos que concordaban con los encontrados en los lugares de los crímenes, detalle que terminó de inculparlo.

Garavito, conocido también como «Loco», «Tribilín», «El Cura», «Goofy» y «Conflicto», era un experto en disfraces. Se hacía pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado, representante de ONG, etc., con el fin de ganarse la confianza de la gente y entrar como conferenciante en escuelas.

Confesó que sus víctimas «preferidas» eran pobres, menores, estudiantes y campesinos. Les ofrecía dinero, comida, bebida y los llevaba a caminar hasta que estos se cansaban, entonces les atacaba en sitios despoblados. El asesino incluso coleccionaba las publicaciones en prensa sobre la desaparición y el asesinato de los niños, que fueron encontradas por los agentes en el registro de la vivienda de la compañera sentimental y de una amiga del asesino.

Vivía en Génova, departamento de Quindio. Desde muy pequeño su padre lo maltrató constantemente y su madre jamás le dio muestras de afecto, ni tampoco nadie de su familia. También recordó a los agentes que lo interrogaron, cómo dos vecinos le estuvieron violando durante varios años en su niñez, por eso se convirtió en taciturno, retraído e infeliz, con explosiones violentas que tantos problemas le traerían a lo largo de su vida. A los 16 años se va de casa para buscarse la vida por su cuenta y comienza a trabajar en distintos empleos, generalmente como vendedor.

En su soledad, comienza a beber hasta no poder prescindir del alcohol. Intenta llevar una vida normal, pero sus continuas borracheras y su mal carácter le movían a discutir y enfrentarse con sus compañeros y jefes. Cada vez se vuelve menos sociable y le resulta más difícil mantener un empleo fijo, por lo que a mediados de los 80 comienza a recorrer el país como vendedor ambulante, hecho que le permite una gran movilidad a la hora planear los futuros asesinatos. Llega a recorrer cinco veces el país, eligiendo los municipios en los cuales cometería los crímenes.

Por esa época también inventa dos Fundaciones (una para ancianos y otra para menores), y aficionándose cada vez más por los disfraces, se cambia constantemente el peinado, la barba, bigote y gafas, eligiendo siempre personajes que le facilitaban el acercamiento a los niños sin levantar sospechas: intelectual, sacerdote, mendigo…

En un momento de su vida acepta someterse a tratamiento psiquiátrico durante cinco años, cosa que no ayuda a corregir su agresividad ni sus ansias de matar, pero sí impide que lo echen del trabajo en varias ocasiones. (Era un hombre muy violento cuando se emborrachaba, pero aseguró que le encantaban los niños. De hecho, si bien golpeaba a las dos mujeres con las cuales convivió, nunca puso la mano encima a los hijos que éstas tenían frutos de otras relaciones).

En 1992 empieza su carrera como criminal, siempre con un mismo modus operandi: primero recorría el lugar que había elegido e identificaba su objetivo: niños pobres, tanto campesinos como escolares o trabajadores. Siempre buscaba jóvenes agradables físicamente o que le recordasen a él en su infancia. Para ganarse su confianza les reconfortaba y les regalaba alguna cosa, y luego les pedía que les acompañase a dar un paseo con el fin de charlar un rato. Les hacía caminar durante mucho tiempo hasta que se cansaban y los llevaba a un paraje escondido. Luego los violaba, los ataba y los degollaba; finalmente mutilaba el cuerpo y lo abandonaba en el mismo lugar.

(El hecho de cortarles la cabeza y enterrarlas en otro lugar para dificultar la identificación, fue lo que llegó a encaminar a los agentes hacia la hipótesis falsa de una secta satánica practicante de sacrificios rituales).

Los cuerpos mutilados de las víctimas, en su mayoría menores de 8 a 16 años, fueron descubiertos en 60 poblaciones de 11 provincias del país, y se sospecha que también llegó a actuar en Ecuador.

Después de confesar los relatos de los múltiples asesinatos, Garavito añadió que él no era un monstruo, como lo denominaba la prensa y medio país, si bien los actos fueron realizados a plena consciencia, los atribuyó a un «fuerza extraña» que lleva dentro, y pidiendo perdón al país, a su madre y a Dios, se excusó diciendo que todo se debía a los malos tratos recibidos por su padre, ya fallecido, durante su infancia.

El perfil psicológico que le ha sido realizado por los psiquiatras denota que no es un genio del crimen, pero sí un personaje que no posee ningún tipo de inhibición capaz de frenar su creciente necesidad de matar. Presenta además fuertes depresiones y tendencias suicidas, además de un carácter fácilmente irritable.

El detenido ha tenido que ser emplazado en una celda de alta seguridad en la prisión de Villavicencio no sólo por una posible ejecución por parte de los demás presos sino para que el psicópata no pueda acabar con su propia vida, debido a sus tendencias suicidas.

Las declaraciones del «Monstruo de Genova» han sensibilizado a los 40 millones de Colombianos, multiplicando las demandas de pena de muerte contra el asesino de niños.

Los padres de las víctimas no han parado de llamar a las radios locales para exigir la muerte de Luis Alfredo Garavito, en un país donde la pena capital no está recogida en el Código Penal.

En un principio se habían encontrado los restos de 114 niños, pero continuaron las pesquisas para encontrar los cadáveres del resto de los menores desaparecidos, un total de 172.

Tras el juicio que se ha celebrado en diciembre de 2001, Luis Alfredo Garavito Cubillos, considerado el segundo homicida en serie más peligroso del mundo, ha sido condenado a un total de 1.853 años de cárcel convirtiéndose en la más alta sumatoria de condenas en la historia judicial de Colombia.

Las condenas ya impartidas corresponden a 138 casos en los que se encontró pruebas suficientes que culpan a Garavito, los restantes 32 casos se encuentran actualmente en instrucción.


Condenado a 1.853 años de cárcel un individuo culpable de haber matado a 172 niños en Colombia

EFE

4 noviembre 2001

BOGOTA.- La justicia condenó al mayor asesino en serie de la historia de Colombia a 1.853 años de prisión por el asesinato de 172 niños, según han informado fuentes de la Fiscalía General citadas por Radio Caracol.

La condena acumulada contra Luis Alfredo Garavito, considerado el segundo mayor homicida en serie en el mundo, es la más alta que impone la justicia colombiana, señalaron las fuentes.

Garavito está acusado de 172 asesinatos de niños en diferentes partes de Colombia antes de ser capturado hace dos años en la ciudad de Villavicencio, a 200 kilómetros al sureste de Bogotá.

El Cuerpo Técnico de la Fiscalía General de la Nación entregó el resultado de una investigación realizada por el laboratorio de genética forense, que comprobó que Garavito participó en 138 de los crímenes y efectuará la misma prueba para los asesinatos restantes.

Las víctimas de Garavito fueron niños de entre seis y 16 años, de origen modesto, a los que contactaba en calles, plazas, estaciones de autobuses y a la salida de los colegios, y ofrecía dinero antes de matarlos bajo los efectos del alcohol.


172 niños víctimas de Luis Alfredo Garavito

Oficina de Divulgación y Prensa

Se trata del seguimiento investigativo más importante que se ha hecho en Colombia en ese tipo de delitos. Puso a prueba la capacidad del CTI y de las fiscalías seccionales para la recolección de evidencias, análisis de pruebas técnicas y de criminalística y el trabajo interdisciplinario de la entidad.

El 24 de junio de 1998 los cuerpos de tres niños de 9, 12 y 13 años fueron hallados sin vida en la finca La Merced, en Génova (Quindío), con evidentes signos de tortura y desmembración de algunas de sus extremidades. Los menores fueron vistos por última vez cinco días antes en el parque central del municipio en compañía de un adulto, quien al parecer les ofreció dos mil pesos a cada uno para que le ayudaran a buscar una res en fincas cercanas a Génova.

Este fue el caso que dio inicio a la alarmante ola de desapariciones de niños en más de 11 departamentos del país, y por la cual se creó una Comisión Especial de Investigadores de la Fiscalía General de la Nación. La complejidad de la investigación exigió el diseño de una estrategia que puso a prueba toda la capacidad humana, técnica y científica del CTI.

En un comienzo se orientó la investigación hacia la prostitución infantil, el satanismo, el tráfico de órganos y pedofilia. Con base en un cruce de información entre el CTI de Tunja, Armenia y Pereira se logró establecer que los casos de desaparición de menores en esas ciudades guardaban similitud, ante lo que se conformó un álbum con 25 fotografías de posibles sospechosos.

Además, los investigadores conocieron la ocurrencia de hechos similares en los departamentos del Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño, Por ello se convocó en julio de 1999 una cumbre en Pereira con todos los fiscales y equipos científicos e investigativos comprometidos con cada uno de los casos.

En dicha reunión se logró detectar que en la mayoría de las escenas de los crímenes de niños se hallaron elementos comunes: fibras sintéticas de ataduras, bolsas plásticas, botellas y tapas de bebidas alcohólicas.

El responsable

Mediante el cruce de información entre los diferentes equipos investigativos, se estableció que una de las fotografías del álbum con el nombre de Bonifacio Morera Lizcano correspondía a Luis Alfredo Garavito Cubillos, persona sobre quien pesaba una orden de captura de la Fiscalía 17 Especializada de Tunja por el homicidio de un niño de 12 años de edad.

El 22 de abril de 1999, miembros del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía capturaron en Villavicencio a Luis Alfredo Garavito Cubillos, en momentos que intentaba agredir sexualmente a un menor. Su plena identificación se logró mediante cotejo dactiloscópico.

Gracias a las pruebas recogidas por la Fiscalía y a su propia confesión, Garavito Cubillos resultó ser el responsable no sólo de la muerte del menor de Tunja sino también del homicidio de los tres niños de Génova y de otros 172 crímenes cometidos contra menores en 11 departamentos del país, entre 1992 y 1998.

Asesino en serie

Luis Alfredo Garavito nació en Génova, Quindío, el 25 de enero de 1957. Es el mayor de siete hermanos y durante su infancia vivió la falta de afecto y el maltrato físico por parte de su padre. Según su testimonio fue víctima de abuso sexual.

A sus 44 años, fue declarado por los investigadores y jueces como un asesino en serie. Hace dos años cuando fue capturado confesó ser el autor de la muerte de 140 niños en distintas regiones del país, pero a la fecha la Fiscalía lo investiga por el homicidio de 172 niños en su paso por 59 municipios del país.

En repetidas ocasiones, Garavito Cubillos se hacía pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado y representante de fundaciones ficticias en favor de niños y ancianos era conocido también como “Alfredo Salazar”, “El Loco”, “Tribilín”, “Conflicto” y “El Cura”.

Las víctimas de Garavito eran niños entre los 6 y los 16 años, de bajo estrato económico. Los abordaba en los parques infantiles, canchas deportivas, terminales de buses, plazas de mercado y barrios subnormales. Según lo establecido les ofrecía dinero y los invitaba a caminar hasta cuando los menores se cansaban y eran atacados en sitios despoblados.

De acuerdo con la investigación, en esos lugares los cuerpos sin vida de los menores fueron encontrados degollados, mutilados y con señales de haber sido amarrados. En las residencias de su compañera y de una amiga en Pereira se encontraron objetos similares a los hallados en los sitios de los crímenes y publicaciones periodísticas en las cuales se reseñaba el estado de las investigaciones por desapariciones y homicidios de niños en el país.

Seis identificaciones por ADN

El hallazgo de las osamentas, en su mayoría completamente deterioradas y fragmentadas, complicó las labores de identificación de las víctimas y exigió de inmediato un cotejo genético que proporcionara resultados exactos. En ocasiones, sólo se encontraban – en el lugar donde Garavito enterró a sus víctimas – un fémur, un cráneo, o huesos de distintos cuerpos humanos.

La primera tarea del recién creado Laboratorio de Genética Forense de la Fiscalía General de la Nación fue la de realizar un estudio de identificación especializada con base en muestras de sangre y restos óseos de las supuestas víctimas de Luis Alfredo Garavito. Dicho estudio se realiza cuando la identificación no se obtiene por la carta dental, el estudio de Medicina Legal, dactiloscopia o el estudio antropológico.

El Laboratorio, que inició sus labores en 1999 precisamente con el caso Garavito, asumió el reto de trabajar 62 actas de NN’s, conformadas por 195 piezas óseas distintas. Hasta la fecha se han recibido 86 muestras de sangre que corresponden a 47 grupos familiares. De las 62 actas han sido analizadas 42, resultando seis exitosas. Cada estudio demora entre cuatro semanas y seis meses.

Gracias al cotejo genético se logró la identificación de las víctimas de Luis Alfredo Garavito: Juan David Marín Vélez, Jeison David Vélez, Carlos Andrés Zapata Giraldo, Jairo Andrés Marulanda, Oscar Adrián Grisales y Jonnatan Quirama Uchima. En los últimos meses han llegado para estudio restos óseos de posibles víctimas de Garavito, pero el Laboratorio no cuenta con nuevas muestras de sangre para conseguir el cotejo genético.

Aunque el ADN se encuentra en las células de cualquier tejido, 34 de esas actas no se han podido estudiar plenamente debido a las difíciles características que presentan las piezas óseas para su análisis.

Así mismo, 93 de los niños han sido identificados por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, mientras que 82 cuerpos permanecen como NN’s.

De los 172 casos judicializados, 138 tienen fallo condenatorio, 32 están en instrucción, uno en apelación y uno está para sentencia. Las condenas suman 1.853 años y nueve días.

Con este caso, la Fiscalía General de la Nación sentó un precedente en el campo de la investigación criminal con la individualización y condena a quien organismos judiciales internacionales consideran el segundo homicida en serie del mundo.


Fiscalía identifica otras dos víctimas de Luis Alfredo Garavito

Oficina de Divulgación y Prensa

Bogotá, D.C., 30 de marzo de 2001

El Laboratorio de Genética de la Fiscalía General de la Nación estableció plenamente la identidad de Jairo Andrés Marulanda y Oscar Adrián Grisales Castaño, quienes en el momento de su desaparición tenían 12 y 14 años de edad, respectivamente y fueron víctimas de Luis Alfredo Garavito Cubillos.

Según los cotejos realizados por el Laboratorio de Genética las identidades de los dos menores se logró a través de la tipificación molecular de DNA.

Jairo Andrés Marulanda, era hijo de Almivar Marulanda, cursaba 5º de primaria en el colegio Villasanta y además vendía dulces en el terminal de transportes de Pereira. El menor, oriundo de la capital Risaraldense, desapareció el 29 de diciembre de 1997 y su osamenta fue localizada en el barrio José Hilario López cerca al barrio Nacederos de esa ciudad.

La investigación correspondiente a este caso se encuentra en el juzgado Primero Penal del Circuito de Pereira pendiente de fallo.

Oscar Adrián Grisales Castaño, también de Pereira desapareció cuando salió de la casa de su señora madre Gabriela Castaño, el 16 de septiembre de 1997. Sus restos fueron encontrados en un lote de terreno aledaño al colegio femenino La Villa de Pereira. Por este caso el Juzgado Tercero Penal del Circuito dictó fallo condenatorio en contra de Luis Alfredo Garavito Cubillos.


Identificada otra víctima de Luis Alfredo Garavito Cubillos

Oficina de Divulgación y Prensa

Bogotá, D.C., 11 de octubre de 2001

El Laboratorio de Genética de la Fiscalía General de la Nación logró establecer, mediante análisis de ADN, la identidad de Jhonatan Quirama Uchima, menor de 10 años y quien fuera una de las víctimas de Luis Alfredo Garavito Cubillos.

El niño, quien vivía con su madre María Rubiela Uchima en el barrio Las Brisas de Pereira, se dedicaba a la venta de dulces en los buses y semáforos y desapareció el 27 de diciembre de 1997 en compañía del menor Jairo Andrés Marulanda (quien ya fue identificado como otra víctima de Garavito Cubillos).

De acuerdo con la investigación, los dos menores abordaron un taxi en compañía de un adulto en el sector del Terminal de Transportes de la capital risaraldense. El cadáver de Jhonatan fue hallado el 11 de noviembre de 1998 en un lote baldío aledaño al aeropuerto Matecaña de esa ciudad. En ese mismo sector se encontraron restos óseos de otros 12 cadáveres de menores de edad, presuntas víctimas de Garavito Cubillos.

Por este hecho, un fiscal de la Unidad de Vida de Pereira formuló cargos contra Luis Alfredo Garavito por los delitos de homicidio agravado y acto sexual violento.

La investigación contra Garavito comenzó en 1996, cuando las autoridades encontraron 36 cadáveres de menores de edad en tres sectores del perimetro urbano de Pereira. Garavito Cubillos se encuentra recluido en la cárcel de Villavicencio y es investigado por la muerte de por lo menos 170 niños que habrían sido sus víctimas durante su recorrido por 13 departamentos del país.


Identificada otra víctima de Luis Alfredo Garavito Cubillos

Oficina de Divulgación y Prensa

Bogotá, D.C., 6 de marzo de 2001

Mediante análisis de ADN, el Laboratorio de Genética de la Fiscalía General de la Nación logró establecer plenamente la identidad de Carlos Andrés Zapata Giraldo, un menor de 14 años, que vivía con su madre Luz Dary Giraldo en el barrio Nuevo México de la ciudad de Pereira.

Según las autoridades el niño Zapata Giraldo, fue una de las víctimas de Luis Alfredo Garavito Cubillos. La madre del menor había reportado su desaparición desde el 21 de enero de 1998, cuando salió de su casa y jamás volvió. Su cadáver fue hallado el 7 de noviembre de 1998 en predios aledaños al barrio José Hilario López de Pereira. Por este hecho la Fiscalía Octava Delegada ante los Juzgados Penales del Circuito formuló cargos contra Luis Alfredo Garavito, por los delitos de homicidio agravado y acto sexual violento.

Actualmente la investigación se encuentra en el despacho de un Juez Penal de Pereira para sentencia.

La investigación contra Garavito comenzó cuando entre los años 1996 a 1998 las autoridades hallaron 36 cadáveres de menores entre los 8 y los 16 años, en tres sectores del perimetro urbano de la ciudad de Pereira. Garavito Cubillos, quien se encuentra recluido en la Cárcel de Villavicencio, es investigado además por la muerte de por lo menos cien menores en su recorrido por 13 departamentos del país.


Nueva condena para confeso asesino de más de 140 niños

EFE

30 de septiembre de 2004

Un juez colombiano condenó a 31 años de prisión por el homicidio de seis niños a Luis Alfredo Garavito Cubillos, confeso asesino de más de 140 menores, sobre quien pesan otras sesenta condenas, informaron ayer fuentes judiciales.

La nueva sentencia fue impuesta por un juez penal de Villavicencio (capital del departamento del Meta, 200 kilómetros al sureste de Bogotá), donde el acusado cometió algunos de los asesinatos y abusos sexuales.

Cubillos, de 47 años, alias ‘La Bestia’, fue arrestado en Villavicencio en 1999 cuando se disponía a abusar de otro menor de edad y desde 1992 había matado a decenas de niños y adolescentes en otras regiones, entre ellas los departamentos del Valle del Cauca y Risaralda (suroeste).

La última condena contra el asesino en serie fue emitida por el asesinato de seis niños y adolescentes con edades entre 8 y 14 años de edad ocurridos en Villavicencio en 1997 y 1998.

El juez se abstuvo de condenar al asesino por otros siete crímenes, debido a que los restos de las víctimas no fueron identificados.

El asesino estuvo preso en una cárcel de Villavicencio hasta 2002, cuando fue llevado al penal de alta seguridad de Valledupar y más tarde a Calarcá.


Dan treinta años a asesino en serie de niños

Notimex

3 de octubre de 2004

Bogotá – La justicia colombiana condenó a 31 años de prisión a Luis Alfredo Garavito por la muerte de seis de los 140 niños que asesinó entre 1992 y 1999 en diferentes regiones del país sudamericano, informó una fuente oficial.

El nuevo fallo judicial fue proferido por un juez penal de Villavicencio, 230 kilómetros al sureste de Bogotá, región donde el asesino en serie cometió varios de los crímenes, indicaron a periodistas allegados al proceso.

Sobre Garavito, detenido en 1999 en esa zona del país, pesan otras 70 condenas por abusos sexuales y asesinato de menores que, según confesó, cometió desde 1992 hasta el momento en que fue capturado.

Garavito, conocido con el alias de «La Bestia», tenía como centro de operaciones a los suroccidentales departamentos de Valle del Cauca y Risaralda, donde mató a decenas de niños, tras someterlos a vejaciones.

Los investigadores establecieron que en algunos de los casos, el homicida descuartizó a sus víctimas y luego enterró los restos humanos en fosas comunes, que las autoridades descubrieron en el marco de las investigaciones.

Garavito, quien según un dictamen médico padecía problemas mentales, fue recluido en principio en la cárcel de Villavicencio, donde permaneció hasta el año 2002, cuando fue trasladado a una prisión de Calarcá.

La mayoría de los crímenes fueron ejecutados entre 1997 y 1999 en el departamento de Meta y fueron descubiertos gracias a las denuncias de las familias de las víctimas sobre su desaparición, recordaron las fuentes.


Homicidas en serie. Luis Alfredo Garavito y Manuel Octavio Bermúdez siguieron una idéntica línea de muerte

El País (Colombia)

Julio 27 de 2003

Estos dos hombres dejaron tras de sí huellas idénticas de su saga criminal. Parecidos que desconcertaron a los investigadores que gastaron años de búsqueda hasta que los capturaron. El más grande criminal en serie de la historia de la humanidad es un colombiano, Pedro Alonso López, el ‘Monstruo de los Andes’. Asesinó a más de 300 niñas en Perú, Ecuador y Colombia.

Para los investigadores quedó claro que el asesino debía tener 40 años, entre 1,55 y 1,65 de estatura, contextura delgada, bajo estrato social y escolar, y que cojeaba de una pierna.

Lo que hoy es claro es que dicho perfil correspondía exactamente no a uno, sino a dos asesinos, uno de ellos nacido y el otro criado en el mismo lugar: Trujillo, y que juntos han dejado a lo largo de la última década más de 200 niños violados y muertos, cada uno actuando de manera independiente, al amparo de la soledad de inmensos cultivos de caña y café o cualquier paraje agreste de algún municipio andino del país.

Dicho perfil se extrajo luego de que el 8 de febrero de 1999 el asesino en serie más buscado del mundo despertase encima del cadáver de un niño que había violado y acuchillado en un cañaduzal de Palmira.

De repente, el sofocante humo y las llamas de un cultivo de caña que estaba a punto de corte le hicieron emprender la huida dejando tras de sí el cuerpo inerte del niño tirado sobre $180.000, sus propios pantaloncillos, un cuchillo, los zapatos, una peineta y las gafas, que no alcanzaron a quemarse… Además, una huella de pie más profunda que la otra.

Pero el rostro del asesino tendría otras características: su infancia no fue la mejor, habría sufrido de maltrato o provendría de un hogar disfuncional; de origen humilde, los recursos económicos no propiciaron un nivel de escolaridad más allá del quinto grado de primaria, razón por la cual muy pronto debió trabajar para obtener ingresos que le dieron algo de independencia y le valieron para aprender de la vida en la calle y caer en los peligros que ésta encierra, incluso, ser él mismo objeto de violación.

Tampoco su vida sexual fue la mejor y aunque mantuvo relaciones maritales nunca éstas satisficieron su apetito, de allí que, muy tempranamente y con el contacto de un infante, conoció en la pedofilia la forma de calmarse. Más de la mitad de su vida violó, torturó y mató niños.

Ese era el perfil que, grosso modo, manejaban morfólogos y psiquiatras que hicieron parte de la búsqueda del homicida.

Una serie de publicaciones adelantada por la Unidad Investigativa del diario El País, en noviembre de 1998, fue decisiva para que las autoridades organizasen un grupo interinstitucional liderado por la Fiscalía, el cual tuvo su primer encuentro el 25 de ese mes en Pereira.

No era posible seguir manejando de manera aislada investigaciones sobre 76 cuerpos de niños que en aquel entonces fueron encontrados en el Valle del Cauca, Risaralda, Quindío, Caquetá y Meta, entre otros departamentos, todos con similares características: pobres, entre los 6 y los 12 años, de contextura media, tez blanca, violados, con heridas de cuchillo en múltiples partes, sus penes cercenados y sus cuerpos dejados abandonados entre yermos parajes.

En dicho encuentro se programó otro a realizarse en enero de 1999. Sin embargo, el terremoto del 25 de ese mes, que afectó al Eje Cafetero, pospuso la definitiva reunión para el 14 de julio de ese año, cuando ya el homicida había sido capturado en Villavicencio, aunque las autoridades no se daban cuenta, porque éste se había cambiado el nombre.

En verdad se trataba de Luis Alfredo Garavito, quien, con documentos falsos, se identificó como Bonifacio Morera Lizcano ante el cabo Pedro Babativa. Fue el 22 de marzo de 1999, cuando intentó violar a un menor un un despoblado de Villavicencio.

El cabo se resistió en un principio a creer que este hombre de mirada apacible, voz serena y ademanes tranquilos, fuera el mismo que el niño describió como el señor que en el centro de Villavicencio se le había acercado fingiendo comprarle una boleta de lotería para luego amenazarlo con un cuchillo y obligarlo a abordar un taxi rumbo al lugar donde intentaría violarlo.

Allí, el hombre le gritó obscenidades, lo pervirtió, lo desnudó, pero cuando estaba a punto de violarlo, otra persona que merodeaba el lugar lo alertó. Así, el niño logró escapar perdiendo por unos momentos a ‘La Bestia’ que después salió del monte y apareció ante el policía con otro semblante.

Sin embargo, hierba en su ropa, una cuerda, un cuchillo, algunos escritos bíblicos y un tarro de vaselina valieron para que el agente retuviera a Morera Lizcano.

Fue durante el encuentro de fiscales en julio del 99 cuando se descubrió que era Luis Alfredo Garavito Cubillos y no Bonifacio Morera Lizcano el hombre a quien habían capturado y que perseguían por haber asesinado a 192 niños desde el 6 de octubre de 1992, en Jamundí, hasta principios de 1999, en Villavicencio.

Su perfil patológico lo tenía como un mitómano, de manera que siempre negó todo, sentado frente a los investigadores, blandiendo debajo de la meza su zapato izquierdo más gastado, ocultando el malestar en el tobillo izquierdo donde tenía una platina, además de las quemaduras en sus brazos y espaldas en aquella quema de caña inoportuna, hasta que como en un susurro le fueron enterando de las evidencias que tenían en su contra y entonces sólo atinó a decir: «Yo les quiero pedir perdón por todo lo que hice y voy a confesar. Sí, yo los maté y no sólo a esos, maté a otros más». Pero las muertes habrían de seguir.

Nace ‘El Monstruo’

Entonces no hubo forma de explicarse fácilmente cómo el 6 de abril de 1999 el cuerpo de un niño fue hallado en un cañaduzal de Palmira dentro de un costal, amarrado de pies y manos, con signos de haber sido violado, estrangulado y su cabeza destrozada luego de su desaparición de la plaza de mercado donde trabajaba.

Mucho menos, cuando 17 niños fueron hallados muertos desde ese año hasta el presente en las mismas circunstancias, cuando ya ‘La Bestia’ estaba tras las rejas. Otro monstruo andaba suelto en los cañaduzales. Y también era cojo.

El perfil era casi idéntico, como un monstruo de dos cabezas o dos bestias siamesas unidas por un solo rostro, haciendo lo mismo casi al tiempo, aunque de distinta manera; en diferentes, pero semejantes lugares: era la contradicción, la confusión actuando tan anónimamente como podían, sólo visibilizados por las huellas de sangre y el reguero de niños tras de sí.

De Luis Alfredo Garavito se supo que era el mayor de 7 hermanos. Nacido en Génova (Quindío) el 25 de febrero de 1957, pero criado en varias fincas de Trujillo (Valle), donde muy pronto empezó a odiar a su religioso padre por el trato severo con el que lo crió.

No estudió sino hasta quinto grado de primaria, aunque leía cuanto libro caía en sus manos, especialmente la Biblia. El despotismo de su padre motivó que amigos de éste lo trataran de la misma manera e incluso abusaran sexualmente de él, cuando apenas tenía 12 años. A los 15, luego de frustrantes intentos por tener relaciones sexuales con mujeres, comenzó a sentir atracción por los niños, al punto que a los 19 años fue desheredado por su padre y expulsado del hogar, al ser sorprendido intentando violar a un niño.

Desde ese momento salió de su casa, valiéndose de su ingenio, trabajando en oficios varios, lo cual propiciaba que recorriera la calle y se dirigiera especialmente a sitios donde pudiera encontrar niños laborando, como plazas de mercado, estaciones de buses, sitios céntricos. Entonces los seducía con su buen trato y talante; en ocasiones, llegó a disfrazarse para ganar la confianza entre los infantes, a quienes conducía a apartados lugares con el engaño de darles dinero o golosinas.

Así, entre 1980 y 1992 se estima que Garavito violó a por lo menos 200 niños; posteriormente, hasta 1999, además de abusar de ellos, comenzó a herirlos buscando más placer con ello, hasta matarlos.

Pero, ¿cómo explicarse los siguientes homicidios, cuando ya ‘La Bestia’ estaba tras las rejas? Sin duda había otro sicópata suelto y con características similares: el asesino debía tener 40 años, entre 1,55 y 1,65 de estatura, contextura delgada, bajo estrato social y de escolaridad y cojeaba de una pierna. Era como volver a empezar.

Desde 1999 siguió la mortandad de niños, al menos 17, pero éstos, en lugar de ser cercenados o acuchillados, tenían la característica de que eran adormecidos con un anestésico local, Ridocaína al 2%, violados y luego estrangulados con un cordón.

Desde ese año, los investigadores avanzaron en la nueva búsqueda, entre fracasos y logros hasta que por fin, hace ocho días, el ‘Monstruo de los Cañaduzales’, el otro yo sicópata, se hizo demasiado visible.

El miércoles 16 de este mes, un niño de 12 años salió de su vivienda en el barrio El Cairo de Pradera, a comprar una paleta y no regresó. Entre el jueves y viernes siguientes la angustiada madre que había puesto la denuncia fue informada por un vendedor de helados que el día anterior había visto al menor en compañía de un hombre que recién había ingresado a la empresa. Sin dudarlo, dio aviso a las autoridades, encabezadas por la Fiscalía, las cuales efectuaron operativos de rastreo por diversas calles hasta que lo hallaron.

Como el anterior, al principio negó todo. Era como el perfil que habían reseñado, pero además se dieron cuenta de que al año de nacer, el 15 de octubre de 1961 en Trujillo (Valle), sus padres biológicos habían sido asesinados, por lo cual una familia de Palmira lo adoptó. Vivió con la pareja y con una hermanastra que también había sido recogida. Logró estudiar hasta quinto grado de primaria y de allí en adelante comenzaría a trabajar en labores de construcción.Ffue precisamente en este tipo de trabajo donde tuvo un accidente que le produjo una lesión en su pierna derecha, la que le obligó a andar cojo para siempre.

El número: 226 niños habrían sido asesinados por los dos sicópatas más buscados de Colombia en un lapso de diez años de muerte.

Mientras lo indagaban, otros investigadores llegaron hasta la vivienda donde residía con una de sus ex mujeres. Allí hallaron un maletín en cuyo interior había un cordón largo, similar al que utilizaba para amarrar y estrangular a sus víctimas; también, revistas de anatomía, interiores de talla infantil, fotografías de niños, llaveros, recortes de prensa y relojes, entre los cuales estaba el del último niño asesinado.

¿Era o no era?

Con tales evidencias ya no pudo seguir negando. Manuel Octavio Bermúdez Estrada aceptó, inicialmente, su último crimen, cometido en el sector de Tableros, vía Palmira-Pradera; después confesó haber asesinado a siete más.

Luego, la sorpresa: el ‘Monstruo de los Cañaduzales’ confesó haber violado y matado a 17 menores más, desde 1994, en otros sitios distintos del Valle que, incluso, abarcaban a Pereira y Manizales.

Hasta entonces Bermúdez Estrada había sido un ser anónimo, que había trabajado como albañil, lavador de carros, cocinero y vendedor de paletas. Era un trashumante, padre de 12 hijos en distintas mujeres y diferentes ciudades, un diminuto hombre de apariencia inofensivo pero con una capacidad de engañar al más astuto detective, y que ahora se erguía como el segundo homicida en serie más buscado de Colombia.

O, mejor, el tercero, porque del primero no muchos recuerdan que se llama Pedro Alonso López, alias ‘El Monstruo de los Andes’, que también es colombiano y que mató a 309 niñas en Perú, Ecuador y Colombia… y que en Bogotá lo dejaron libre en 1998… Un sicópata que anda suelto.


Mi encuentro con Garavito

Mauricio Aranguren Molina

Al caer la tarde su celda recibe la sombra de la garita principal, su cautiverio está tan cerca de los guardianes como de la calle, a diez pasos largos para ser exactos. Luis Alfredo Garavito puede ver todos los días quién entra y quién sale del penal; se entretiene observando cómo se abren y se cierran las puertas de color azul claro. Ahí estaba yo, frente a los guardias de la cárcel judicial del Distrito de Villavicencio, dejando el celular y mi cédula, para visitarlo de sorpresa. De haberle avisado que vendría a verlo, no estaría yo relatando este encuentro: odia a los periodistas pues el afirma que lo han tratado sin consideración, razón para evitar al máximo este tipo de visitas pero él es caprichoso y selectivo, «de pronto recibe a uno que otro», me dijo el director de la cárcel.

Su única ventana no tiene barrotes y la puerta de su cautiverio, menos. En realidad, su celda es una pequeña y antigua bodega de granos, adaptada especialmente para él, lejos de los pabellones, en la zona administrativa del penal y justo al lado de un teléfono público. La puerta verde, de metal delgado siempre permanece cerrada por fuera con un sencillo candado. Desde allí me vio, al correr sutilmente la cortina para que yo no lo notara, pero no hacía falta, nunca me lo hubiese imaginado recluido ahí.

Quizás los únicos conscientes de la peligrosidad de «la Bestia», escondida en su piel de cordero, sean quienes lo investigaron, unos cuantos funcionarios judiciales que si se han leído los 500 folios de su confesión y yo. Por eso no lo imaginaba en aquel cuartito, con mínimas medidas de seguridad.

En todas las cárceles de Sudamérica existe un lugar para los presos poco conflictivos, aquellos que buscan alejarse de la ley del hampa de los caciques en el interior de los pabellones. Algunos presos ‘distinguidos’ o con recursos económicos pagan por ser llevados allí, otros se ganan el traslado al lugar por buena conducta, y hombres como Luis Alfredo Garavito porque literalmente lo picarían en pedazos al dar el primer paso en los patios de la cárcel.

Sin embargo, »la Bestia» tiene una característica adicional, poco y nada coincidente con su alias; »es un reo de disciplina intachable», asegura el coronel (r) Filiberto Salcedo. Por ello es tratado con alguna consideración, Cuando él pide permiso para caminar, un guardia está autorizado para abrir el candado y acompañarlo. En compañía del sargento, los fines de semana, Garavito se pasea frente a la oficina del director de la cárcel o con el guardia Bejarano los días hábiles. Ellos son los encargados de servirle a diario la comida y tienen la responsabilidad de evitar que Garavito sea envenenado.

-¿Coronel no considera usted inseguro sacarlo a pasear por donde transita tanta gente?

«No, desde que no haya por ahí ningún niño no le veo inconveniente, lo sacamos al sol y él no pone problema por nada», me aseguró confiado el director, mientras conversábamos sentados en su oficina.

Es asombroso como Garavito se ha ganado poco a poco la confianza de quienes lo rodean, igual como lo hacía con cada una de sus víctimas. Tanta cordialidad y buen comportamiento es un peligro latente. Yo no lo dejaría acercar a un ser humano con vida -pensaba-.

Y de ello me convencí al hablar con él ese día, pues en algún momento me dijo: Yo no he confesado muchos crímenes que hice, porque no me han dado las garantías, yo he matado y mandado matar a mucha gente, cuando tenía el bar El Dino en Cartago; esos finados no eran ningunos niños.

Es decir, según esta confesión extrajudicial Garavito mismo ha matado y mandado matar a adultos que no le caían bien, y puede volverlo a hacer en la misma cárcel o en un plan de fuga. Después de comunicarle mi interés en hablar con él, siendo, además, su única visita de aquel sábado, el coronel me contó, camino a su celda, que Garavito había pedido traslado para la cárcel de Armenia y le fue negado:

«Aunque él se porte bien, no deja de ser un riesgo tenerlo aquí, la incomprensión de los otros internos da para que lo maten.» Mientras caminábamos hacia la puerta del penal, el director de la cárcel me decía que desde cuando aquél está preso, las únicas personas en visitarlo son algunos evangélicos.

Eran las 9 de la mañana cuando llegamos al remedo de celda. El coronel, con voz fuerte, lo llamó:

-¡Garavito, aquí está el periodista que vino a verlo; sargento, abra el candado!

Apartó la cortina tímidamente y apareció detrás del marco de la ventana, alguna vez con vidrios, hoy sellada, a manera de reja. Al tenerlo frente a frente me impactó su aspecto, es otra persona; el Luis Alfredo Garavito que Colombia y el mundo conocieron tenía bigote y un tono de piel trigueño. Hoy usa unas lentes con marco de pasta roja, iguales a los que alguna vez dejó en la escena de un crimen, su piel tomó su color natural, tez blanca y sus ojos se veían más verdes de lo que yo imaginaba. Rápidamente le estiré la mano y lo saludé:

-Buenos, días Alfredo.

El saludo era muy importante, por cuanto odia que lo llamen Luis Alfredo, porque así lo llamaba su padre.

-Cómo le va periodista, ¿qué lo trae por acá?,- me preguntó

-Quiero que conversemos un rato y nos tomemos un café.

-Bien, entre «murmuró».

Trataba de no pensar en lo que sabía sobre él, para lograr una percepción real del otro Garavito, el hombre en extremo amable y servicial. Mientras él preparaba el tinto instantáneo, servía el agua de un botellón, le ponía las cucharadas de café y éste se diluía, yo pensaba: »En la confesión se le escuchó decir que torturaba, violaba y asesinaba los niños porque sentía un inmenso placer al hacerlo, sin embargo jamás admitió que sólo alcanzaba la erección y el orgasmo si golpeaba hasta la muerte a sus víctimas, en medio del coito contra natura. Esto hace parte de su intimidad, según él. Quizá jamás lo reconozca, pero la verdad es simple y espeluznante; satisfacer su sed de sexo y sangre era la razón de fondo de su proceder. Culpar al resto del mundo es su gran justificación y adjudicar sus actos a una fuerza del mal que lo domina es buscar en lo espiritual una explicación a un comportamiento terrenal, con el único fin de evadir su responsabilidad ante una sociedad profundamente cristiana.

No ha de olvidarse que su mayor habilidad, aparte de matar, es mentir, manipular y su odio se manifiesta aniquilando a quien lo humille o lo ofenda».

Después de una breve charla de presentación, me preguntó:

-Ahora si dígame, de verdad, ¿para qué vino a verme?

-Yo soy escritor, y la muerte de los 192 niños que usted asesinó, me impresionó mucho. Quería conocerlo para decidir si escribo un libro sobre el tema. Para mí es claro que no se puede escribir sobre usted sin conocerlo.

-No sólo sin conocerme, sin que yo explique qué fue lo que sucedió- repuso.

Fue ahí cuando quiso desvirtuar la confesión consignada en 500 folios. Sin embargo, para mí era la principal fuente, su historia contada en primera persona esencia para escribir este libro. Su voz, sus gestos, su mirada, su razonamiento me eran también valiosos, como los 4500 folios que había leído con mis dos asistentes de investigación, o las decenas de entrevistas a fiscales y testigos.

La excelencia del periodismo es entrevistar a la persona y descubrir su esencia como ser humano. A pesar del malestar que me causaba estar frente al asesino de niños más grande de América Latina o del universo, me contuve y lo entrevisté.

Yo solo frente a ‘la Bestia’ asesina.

Poco a poco me fue insinuando el pago de unos veinte mil dólares si yo deseaba grabarle una entrevista, o por lo menos cuarenta millones de pesos. A cada instante citaba publicaciones o canales de televisión que han divulgado el caso y reclamaba:

Cuentan mi historia, y yo, qué? Si usted y yo llegamos a algún acuerdo, yo tengo una persona afuera a la cual usted le puede consignar el dinero.

En ese momento decidí que no se le debía dar un solo peso a Garavito; además, me iba encargar de advertir que quien lo haga, quien le dé cualquier dinero por su historia, le estará colocando un revolver en la cabeza a los fiscales e investigadores de Armenia y Pereira, a quienes hoy él odia profundamente. Garavito con dinero y mínimas medidas de seguridad es un peligro mayor. Gigantesco para esta sociedad tan pasiva e insolidaria.

Para justificar aún más mi presencia allí, le dije que comentaría su deseo en la editorial. En ese momento se inclinó y sacó de debajo de la cama una piedra con algunos bordes puntiagudos, la acercó a mi rostro, me miró y me dijo:

Esta piedra la tengo aquí para todos aquellos que me humillen o me traten mal, como lo hizo Jesucristo cuando apedreaban a Martha, les diré a mis detractores: aquí está la piedra, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Sentí pavor y aunque logré no evidenciarlo, de mi mente no se apartó la imagen del hombre astuto y en extremo precavido que tenía al frente, el mismo que escogió a sus víctimas de manera cuidadosa, actuando con premeditación, hasta cuando fue detenido. Nunca se relacionó con el mundo del hampa y es más inteligente que la mayoría de los criminales. De ahí la dificultad para capturarlo.

Para perseguir a delincuentes como él, en Norteamérica y también en Europa y, Rusia, se han conformado equipos de investigadores especializados, un grupo de expertos en psicología criminal que buscan los patrones de comportamiento del psicópata, para descubrir la construcción de su ruta asesina.

Un grupo como éste no existía antes de Garavito, ni existe aún en Colombia, a pesar de saber que entre nosotros puede estar gestándose un asesino igual o peor. Desde principios de siglo existen agentes especializados en capturar asesinos en serie, quizá la primera fuerza especial nació a partir del gran fracaso de la Scotland Yard, al no poder capturar al más famoso de todos los asesinos: Jack, el Destripador.

Además de asesino en serie, Luis Alfredo Garavito se camufló como panadero, vendedor ambulante, empleado de supermercado, tuvo heladería, fue falso monje misionero, enfermo lisiado, administrador de restaurantes y bares, adivinador y limosnero. Pero en lo único que ha sido constante y exitoso, dentro de su distorsionado pensamiento, es en sus facetas de violador, torturador y asesino en serie. Sólo dos de sus víctimas lograron escapar con vida.

Únicamente pudo ser profesional en algo infame, pero lo fue, hasta el punto de hacerlo durante 19 años sin fracasar, como le sucedió en todas sus demás empresas. Dentro de la cultura occidental, individualista por naturaleza, en la que para alcanzar el éxito en cualquier actividad se vale casi todo y se es premiado con la fama, Garavito había alcanzado poco a poco un lugar, maldito, pero un lugar. Llegó a ser una estrella fatal en los medios de comunicación masivos.

Gran parte de sus crímenes fueron registrados y, en medio de su gran cúmulo de frustraciones, él se sentía importante cada vez que veía cómo sus actos eran registrados en primera página.

Su obsesión por recibir reconocimiento lo llevó a convertir en fetiche cada artículo de prensa que sobre él o sus actos se publicó. Los guardó durante años cual trofeos.

El interior de su celda permanece muy ordenado y limpio; las cuatro paredes están forradas con cuartillas en blanco sobre las cuales ha escrito innumerables frases extraídas de la Biblia, o sólo nombres de personajes mundiales, desde Pinochet hasta la madre Teresa de Calcuta, pasando por Diana de Gales. Dice admirarlos y por eso estampó sus nombres allí.

En ese momento le pregunté por contactos con Graciela Zabaleta, su ex mujer, pues me enteré de su viaje a la costa. De inmediato, Luis Alfredo Garavito empezó a llorar y me dijo: Ellos son los seres que yo más quiero en el mundo, yo sé que ya no me quieren ver, pero me gustaría poder verme con ellos y pedirles perdón. Minutos más tarde, después de secarse las lágrimas, me preguntó cínicamente:

-¿Qué piensa usted de la forma en que yo lloré, lo conmovió?

Evadí la respuesta y solo le comenté que todos los seres humanos tenemos nuestras formas de expresar los sentimientos. Pero me quedó clara su recurso magistral de impresionarme con sus lágrimas de cocodrilo.

Su ruta asesina comenzó el 4 de octubre de 1992 y terminó el 21 de abril de 1999. Cuando lo capturó un sencillo pero responsable Cabo de la Policía sin saber que era el mayor asesino de niños del continente. Durante esos años violó, torturó y decapitó 192 niños de extracción social humilde. Pero para llegar a matar de esa manera, ya había hecho mucho daño, y se le podría catalogar en sus inicios como un cruel violador en masa.

Luis Alfredo Garavito Cubillos, alias «el Mendigo», «el Monje’ «el Cura» «el Loco» «Tribilín» «Conflicto» «Alfredo Salazar» o »Bonifacio Morera Lizcano», violó y torturó entre 1980 y 1992 un total de 200 niños. Entre octubre de 1992 y enero de 1997, cuando se le libró la primera orden de arresto, acabó con la inocente vida de 100 menores, y entre el 13 de enero de 1997 y el 21 de abril de 1999 logró matar a otros 92 pequeños, todos hombres, de tez blanca, la gran mayoría con edades entre los 8 y los 14 años, por lo general menores, niños trabajadores bien parecidos.

Es egocéntrico, ordenado en extremo, pulcro y vanidoso, al punto de que dos días después de comenzar la indagatoria pidió el periódico y sorprendió a todos con una inesperada frase. Cuenta César Arenas, investigador del CTI, que al mostrarle la primera página del periódico evidenció su molestia. El funcionario consideró esa actitud producto del titular: «Bestia asesina 192 niños» pero no, Garavito se perturbó por algo muy distinto: » ah salí muy despeinado en esa foto», dijo con cinismo al ver el diario.

En la misma silla donde yo estaba sentado, la fiscal Ofelia Corzo realizó las dos últimas ampliaciones de indagatoria. Al llegar a la celda advirtió al guardián que el vidrio de la ventana de Garavito se había roto, pero no se le ocurrió pedir requisas del lugar del cautiverio, previendo esconder allí un arma cortopunzante.

En la mitad de la indagación Garavito recogió un pedazo de vidrio que se encontraba debajo de la mesa y apuntándose al cuello, mirando fijamente a la fiscal dijo: «Este vidrio está bueno para » Luego lo desplazó a pocos centímetros de su cuello. Confiesa la doctora Corzo haber sentido en ese instante pánico, supongo igual al que padecía yo cuando me puso la piedra en la nariz.

Comenta ella haberle dicho: «Señor Garavito, si lo va a hacer, no creo que se le ocurra aquí, usted es una persona muy pulcra y no va a dejar su reguero de sangre; si insiste hágalo en el baño, allí sí no ensucia nada». Después de 22 días de confesiones, la fiscal sabía como tratarlo.

Luis Alfredo Garavito es uno de esos casos extraños en el universo de los psychokillers o asesinos en serie. Es psicópata, psicótico, y estuvo a un paso de convertirse en un spree killer, o asesino que mata a varias personas en sitios distintos en un lapso breve de tiempo.

Como el mejor de los psicópatas, planeó de manera minuciosa su estrategia asesina, estudió fríamente a sus víctimas y las despojó de sus características humanas; «cosificaba» los menores, convertía a cada niño en una cosa con la cual satisfacer sus deseos de sexo, venganza y sangre, por encima de cualquier consideración moral o social.

De manera extraña, y a diferencia de los psicópatas clásicos, él sí sufría remordimientos y profundas crisis por cada asesinato cometido, convirtiéndose, también, en un psicótico: se emborrachaba y entraba en graves estados de paranoia y esquizofrenia, su visión de la realidad se distorsionaba y se veía impulsado a matar a sus víctimas en medio de sus alucinaciones. Horas más tarde retornaba a la lucidez, para ser invadido por el remordimiento.

Fuera de la indagatoria y de manera informal, Garavito también confesó su deseo de convertirse en un asesino en masa, similar a los niños pistoleros que han masacrado a sus compañeros en las escuelas estadounidenses, o igual a aquel excombatiente de Vietnam que nunca olvidara Colombia: Campo Elías Delgado, quien disparó en contra de su madre, la incineró, asesinó varias personas en su edificio y después masacró en el restaurante italiano Pozzetto de la carrera séptima con calle 61 de Bogotá a 20 comensales, no sin antes tomarse varios ‘destornilladores’ (vodka con zumo de naranja) y comer su pasta preferida acompañada de dos botellas de vino tinto.

Garavito en su confesión afirmo: Llegó un momento en el que me aburrí de asesinar niños, por lo fácil que era seducirlos y llevarlos hasta un lugar boscoso donde los mataba. Me estaba preparando para hacerlo con adultos yo quería secuestrar a un montón de personas para matarlas ante los periodistas, así me mataran a mí después

Este era el final que Luis Alfredo Garavito quería darle a su vida, lo estaba planeando y ya comenzaba a desearlo de manera obsesiva en lo más profundo de su compleja mente.

Al conocer el macabro show que quiso montar para cerrar su carrera asesina, se despierta aún más el deseo de escudriñar, ir al principio, preguntarse dónde comenzó todo, conocer la verdad sobre su infancia y saber por qué y cómo se fue formando «la Bestia».

El 13 de diciembre de 1999 fue dictada la primera y única condena proferida a Luis Alfredo Garavito Cubillos. El Juez quinto penal del circuito de Tunja lo sentenció a 52 años de cárcel por el delito de homicidio agravado contra el niño Ronald Delgado y acceso carnal violento en el grado de tentativa por el caso, motivo de su captura. La máxima pena establecida por el código penal colombiano es de 60 años. Garavito de manera astuta, al verse acorralado confesó sus delitos y se aseguró que quedara consignada en la indagatoria su petición de sentencia anticipada, la cual se tradujo en la primera pena mencionada.

Así los familiares de las demás víctimas quisieran verlo pagar los 60 años completos, o mejor, la sumatoria de los otros 191 asesinatos, que alcanzaría para unos 1.152 años, eso no es posible. En Colombia la ley no permite acumular penas y a un sindicado sólo se le puede aplicar la máxima sanción establecida en el código penal. Para el mismo crimen. Sin importar la gravedad de los crímenes el delincuente puede conservar los beneficios. En otras palabras, en Colombia es lo mismo matar 1 ó 192 niños indefensos.

El psicópata más peligroso en la historia de Hispanoamérica ya goza de la primera rebaja de pena, y lo increíble pero cierto consiste en que la condena puede reducirse aún más si Garavito estudia, trabaja, enseña o escribe un libro tras las rejas. Si esto sucede, la ley actual obligaría al juez a concederle la libertad condicional dentro de 25 a 30 años, beneficiándolo con una rebaja de la mitad de la pena o más. Para ser exactos, «la Bestia» podría salir de la cárcel a los 68 ó 70 años de edad.

Por esta razón, el hoy supuestamente arrepentido Luis Alfredo Garavito Cubillos tiene la intención de abandonar la prisión más pronto de lo que muchos quisieran. En la apelación a su condena le envió una carta de su puño y letra a Francisco Díaz Torres, juez quinto penal del circuito de Tunja. Allí, el asesino que nunca tuvo clemencia con los niños, hoy implora un trato humanitario y revela su serio interés de salir muy pronto de la cárcel del distrito en Villavicencio, donde continúa recluido.

(Sic) Señor juez quinto Penal del Circuito De Tunja:

Yo Luis Alfredo Garavito Cubillos Con Cedula numero 6511635 de Trujillo Valle. Sustento ante ustedes el recurso de apelación contra la condena que se me notificó el día miércoles 12 de enero del presente año, para que principalmente se me tenga en cuenta la reducción de pena por confesión que ayudó a su despacho a aclarar el caso.

Hay que tener en cuenta que por muchos factores el promedio de vida en el momento actual es de 70 años; tengo 43, más 52 años de condena serían 95 años que sería una cadena perpetua; según tengo entendido en nuestro país no hay cadena perpetua; eso es lo que más he pedido, un trato humanitario y formas de rehabilitarme, de poder ser alguien en la vida ya que la vida y las personas y desde el vientre de mi madre siempre se manejaron muchas cosas, si a mí se me hubiera brindado afecto, cariño, orientación desde niño y más adelante cuando fui adulto; si no hubiera sido por los traumas de mi infancia y muchos hechos dolorosos que siempre me rodearon, había podido realizarme como un ser Humano, como lo que mandó Dios, dejarás a tu padre y a tu madre y formarás tu propio hogar y tendrás tus propios hijos, eso fue lo que siempre anhelé, tener una esposa unos hijos y ser alguien en la vida, sirviéndole a la familia, a la sociedad y al estado, sin causarle daño a nadie.

Siempre desde niño tuve muchas frustraciones, todo me salía mal, yo fui un hombre bueno, sufría y me daba mucho dolor cuando los demás sufrían. Había algo que me acontecía, no sé, que repasaba era algo extraño que me obligaba a ser esto y embriagarme y cuando volvía a mi estado normal yo sufría terriblemente porque yo a nadie le podía contar qué era lo que me pasaba, que era algo extraño y terrible; mas nunca me metí con los hijos de mis amigos y de la gente que era buena conmigo, yo los respetaba, antes los aconsejaba al bien, los veía como si fueran mis propios hijos, mas la señora que compartió el techo conmigo al hijo de ella yo lo quería como si fuese un hijo mío, nunca lo irrespeté ni con mi pensamiento, yo no veía la forma de yo salirme de esto tan terrible, es algo que yo no sé explicar, mas nunca pensé hacerle daño a Ronald Delgado Quintero; lamentablemente se apareció cuando yo estaba bajo ese estado; y a las circunstancias como lo maté me vengo a enterar cómo fue que quedó el cuerpo y pasa, seis meses después, estando en Pasto donde decía en la revista Vea, donde decía una cantidad de calificativos y también que me daba de cuarenta a secenta años de prisión, yo pensaba que si me entregaba a mí me mataban, entonces ahí fue donde decidí cambiarme de nombre y estar en la clandestinidad, a mí me faltaron fue oportunidades, falta de orientación y haberme encaminado por la senda del bien. Personalmente pienso como decía el apóstol San Paulo en Romanos, capítulo 7, versículo 15, porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Aparezco como un ser diabólico, despiadado y malvado pero eso no es así, soy un ser humano que sufrí terriblemente y sigo sufriendo y que muchos factores fueron los que me abocaron a tan terrible situación y que hay que entrar a analizar.

Hoy bajo otros parámetros que me encuentro sé el daño tan terrible que hice sin querer hacerlo, mas no con esto que estoy diciendo estoy pidiendo la libertad, sino una rebaja en la pena y unas condiciones humanas, que yo la pueda pagar y no por el contrario me acaben de destruir y de hundir más.

De la atención que preste a ésta le quedo altamente agradecido.

Luis Alfredo Garavito Cubillos. (sic)

En pocas páginas comienzan a sobresalir los rasgos más profundos del desequilibrio mental, el poder manipulador y la doble personalidad de Garavito.

Después de leer su carta de apelación, quien no conociera a «la Bestia» y lo que hizo con cada una de sus 192 víctimas, podría pensar en atender sus reclamos y otorgarle algún beneficio tras las rejas, admitiendo que quien sufre una violación se convierte fácilmente en un violador o un pederasta. Y que el maltrato sufrido cuando era niño es la razón de su accionar violento cuando llegó a ser un adulto.

Pero Luis Palacios en su libro Pyscokillers, Anatomía de un asesino en serie, despeja con una reflexión de fondo las dudas que despiertan los psicópatas al mostrarse como corderos arrepentidos:

«El error en el que está cayendo Occidente es creer demasiado en sus propias mentiras. ¡El hombre es bueno por naturaleza! De la herencia de tantos y tan grandes pensadores sólo se ha escogido a Rousseau, gran hipócrita ganador en la batalla perdida de la ilustración, sin prestar atención al sabio relativismo de Voltaire o las oscuras advertencias del Marqués de Sade.

Todo pensamiento que rige hoy las democracias occidentales parte del ideal de que el hombre llega a la vida puro y en blanco, y que es sólo el condicionamiento exterior el que lo convierte en un futuro asesino.

Científicos e investigadores se hallan cada vez más cerca de demostrar precisamente lo contrario. La violencia, la agresividad sexual, el instinto asesino, como muchas otras cosas, forman parte de nuestro acervo genético. La sociedad fue creada no porque el hombre sea bueno por naturaleza, sino por todo lo contrario, la sociedad es la única manera de controlar al criminal. Pues ambos, criminal y víctima, son el mismo: nosotros».

Desde el 28 de octubre de 1999, día en el que fue presionado para que confesara, Luis Alfredo Garavito se ha mostrado como producto de su terrible infancia y ha manifestado su profundo arrepentimiento, pero sólo después de verse cercado por investigadores y fiscales. Por esto es considerado clínicamente un mentiroso patológico, que desconoce en su accionar el significado moral o social de términos como el bien y el mal.

El de Garavito no es un caso como el del asesino psicótico y fetichista norteamericano Charles Heirens, quien comenzó robando los interiores de las mujeres que atracaba y terminó matándolas a cuchilladas. Cuando fue consciente de encontrarse por momentos fuera de sí, asesinando personas inocentes, dejó un mensaje escrito con el lápiz labial de su víctima: «Por amor de Dios, deténganme antes de que vuelva a matar. No puedo controlarme»

Mi conversación con Luis Alfredo Garavito terminó después de hablar ocho horas sin parar. Eran las cuatro de la tarde cuando me despedí y con la amabilidad que lo caracteriza cuando esconde «la Bestia» que lleva por dentro, se despidió y me invitó a convertirme en su amigo y regresar a la cárcel para conversar. Le dije que volvería, convencido en mi interior de no hacerlo nunca jamás.

Entonces, me acerqué a la ventana y grité: ¡sargento! Nadie aparecía, estaba a merced de Garavito; entonces llamé con mayor fortaleza. En ese momento me insistió en dejarle mi pequeña cámara fotográfica herramienta vital de mi trabajo más bien le susurré tomarnos una foto juntos para registrar este encuentro. Sin dilación exclamó: ¡Cómo se le ocurre, hay que hablar primero de dinero!

No insistí. Entonces grité más fuerte: ¡guardias! Aquellos instantes parecieron eternos, mientras Garavito me insistía en dejarle la cámara. Su rostro denunciaba alguna molestia y nada que llegaba el sargento. Sólo pude descansar cuando el guardia abrió el candado. Pocas veces en mi vida de periodista he sentido tanto miedo. En el pasado he entrevistado guerrilleros, delincuentes, paramilitares con el temor normal, pero convencido de la existencia de una ética de bandido, que se respeta. Pero Luis Alfredo Garavito se sale de las normas humanas y en cualquier momento podría disgustarse conmigo y terminar matándome con sus manos.

Al despedirme de él y abandonar la celda caminé hasta la puerta, salí de la cárcel y no sé por qué recordé a una de sus niños víctimas, Ronald Delgado Quintero. Tal vez porque en su muerte, como en la de 191 niños más, jamás se sabrá con exactitud qué hacía Garavito con sus víctimas en la escena del crimen. Lo conocido, viene del resultado de los análisis forenses de los cuerpos, más que por testimonio del asesino.

Cuando quise profundizar sobre el verdadero porqué y el para qué de sus asesinatos, Garavito me habló a medias, pero por fortuna de las manos inmisericordes de «la Bestia» lograron escapar dos niños, John Iván Sabogal, de 12 años de edad, quien se salvó sin recibir un rasguño del asesino y dio origen a su captura, y Brand Ferney Bernal Álvarez, de 16.

Su testimonio es el más escalofriante que se haya relatado sobre el ritual asesino de Luis Alfredo Garavito Cubillos. Brand Ferney logró desamarrar las cabuyas que lo ataban de pies y manos, después de ser accedido carnalmente, golpeado sin descanso y apuñalado siete veces. Él aún no se explica de dónde sacó fuerzas para correr, salvar su vida y poder volver a su trabajo, su única pasión en aquellos años: Entrenar a un recurrente personaje de la literatura latinoamericana de los años 60, el gallo de pelea.

Recopilación: Mónica Carrión

 


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