
- Clasificación: Asesina
- Características: Envenenadora
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 14 de abril de 1953
- Fecha de detención: 30 de abril de 1953
- Fecha de nacimiento: 1906
- Perfil de la víctima: Sarah Ann Ricketts, una mujer de 79 años para la que trabajaba
- Método del crimen: Veneno (fósforo)
- Lugar: Blackpool, Inglaterra, Gran Bretaña
- Estado: Ejecutada en la horca el 18 de septiembre de 1953
Índice
Louisa Merrifield
Última actualización: 20 de marzo de 2015
Sirvienta de 46 años convicta de la muerte de la viuda Sarah Ann Ricketts, de 79.
El 12 de marzo de 1953 Louisa Merrifield, junto con su tercer marido, Alfred Edward Merrifield, de 74 años, entraba al servicio de Mrs. Ricketts, propietaria de un «bungalow» en Blackpool, como ama de llaves.
Louisa Merrifield había encontrado el empleo a través de un anuncio en el periódico y, aparentemente, su nueva ama quedó tan impresionada ante el celo que mostraba el matrimonio en el cumplimiento de sus órdenes que el 31 de marzo alteraba su testamento en su favor.
El sábado 11 de abril Louisa Merrifield encontró a una amiga, Mrs. Brewer, a quien dijo: «Ahora somos ricos, fuimos a vivir con una señora que ha muerto y nos ha dejado un «bungalow» que vale 4.000 libras.»
El 14 de abril Mrs. Ricketts fallecía, aunque el día anterior la había examinado su médico, el Dr. Wood, encontrándola en buena salud. Louisa Merrifield describió después cómo había encontrado a su ama yaciendo en el suelo de su dormitorio a las 3.15 de la madrugada: «La levanté y la deposité en la cama. Me dijo que me estaba muy agradecida. Estas fueron las últimas palabras que pronunció.»
A pesar de que el ama de llaves había avisado a una empresa de pompas fúnebres para que se llevase a cabo «inmediatamente» la cremación del cadáver, se llegó a tiempo para impedirlo y poder practicar una autopsia que dio por resultado el hallazgo en ciertos órganos del cuerpo de una dosis de fósforo amarillo, sustancia venenosa utilizada para la fabricación de ciertos tipos de raticida.
Pronto se averiguó que Louisa Merrifield había comprado una lata de uno de estos productos y, aunque nunca pudo hallarse el envase, sí se encontró, en cambio, en el bolso de aquélla una cucharilla revestida de una sustancia arenosa y dulzona. Un forense que declaró durante el subsiguiente juicio celebrado en Manchester, afirmó que dicho residuo era el resultado de haber contenido la cucharilla una mezcla de fósforo con ron. Louisa Merriefield había admitido haber administrado a la víctima la noche de su muerte unas gotas de este licor.
El profesor J. B. Webster, director del laboratorio forense de Birmingham y testigo de la defensa, mantuvo que Mrs. Ricketts había muerto por causas naturales, concretamente de cirrosis.
El fiscal, Sir Lionel Heald, interrogó a la acusada sobre el porqué de no haber avisado al médico hasta las dos de la tarde, cuando Mrs. Ricketts ya había muerto:
-«¿Hasta entonces no se le ocurrió hacer nada por ella?»
-«Aquellas horas de la mañana no eran las más apropiadas para salir en busca de un doctor.»
-« … hay otra explicación para su conducta. ¿No sería que dejó morir a la anciana porque quería que sucediese así?»
Louisa Merrifield fue condenada a muerte; su apelación fue rechazada y murió ejecutada el 18 de septiembre de 1953.
El jurado no había logrado ponerse de acuerdo en cuanto a la culpabilidad de Mr. Merrifíeld, acusado de complicidad en el crimen. El juez Mr. Glyn-Jones ordenó que se celebrase un nuevo juicio, pero mientras tanto el fiscal del distrito expidió un mandamiento de «nolle prosequi» y el sospechoso fue puesto inmediatamente en libertad.
Una necia ama de llaves
Última actualización: 20 de marzo de 2015
El caso de Louisa Merrifield es famoso por el hecho de ser ella misma quien iniciara los rumores de asesinato. Iba y venía por la vecindad hablándole a todo el mundo de una muerte que aun no se había producido y del legado que recibiría en tal caso.
El matrimonio, formado por Louisa, una mujer charlatana de cuarenta y seis años, y Alfred, de setenta, estaba empleado en casa de Sarah Ricketts. A primeros de marzo de 1953, la señora Ricketts, una viuda solitaria que vivía en la localidad costera de Blackpool, puso un anuncio solicitando ayuda doméstica y ofreciendo a cambio, a quien le conviniera, alojamiento gratis en su propia casa. La señora Ricketts, de setenta y nueve años, acabó contratando a los Merrifield. La pareja no perdió ni un solo minuto y el 12 de marzo se trasladó a vivir al pequeño chalé de tres habitaciones situado en Devonshire Road, en la costa Norte.
Tan sólo dos semanas después, el 24 de marzo, Louisa Merrifield acudió al despacho del procurador de la localidad, quien, siguiendo instrucciones de la señora Ricketts, redactó un testamento por el que ésta dejaba sus bienes a la nueva ama de llaves.
A partir de esta visita Louisa Merrifield comenzó a vivir en un mundo absolutamente fantástico. No había hecho más que salir del despacho del procurador cuando se puso a comentar en público su buena suerte. «En la casa donde he estado viviendo ha fallecido la anciana y me ha dejado su bungalow, valorado en 3.000 libras», le dijo a una amiga; y le contó sus planes de hipotecar la vivienda para comprar una clínica.
La realidad era que la señora Ricketts aún continuaba con vida y que no había firmado testamento alguno. Al parecer, quería hacer algunas modificaciones, porque Louisa Merrifield volvió al despacho del procurador con nuevas instrucciones: ahora no era ella la única beneficiaria de las posesiones de Sarah Ricketts, sino que en el testamento se incluía también, y de forma conjunta, a su esposo, Alfred.
La viuda firmó el documento el 31 de marzo y aquel mismo día Louisa escribió a una señora con la que había trabajado antes para decirle que una anciana «le había dejado un pequeño y precioso chalé, y daba gracias a Dios por ello». Luego comentó con otras dos personas que su señora había muerto y que ella heredaba la vivienda: una pequeña fortuna para alguien de su posición.
El 9 de abril, Louisa Merrifield visitó al doctor Burton Yule, de Warbeck Hill Road, y le explicó que Sarah Ricketts podía morir de un infarto en cualquier momento.
Le pidió que examinara a su señora, a quien él no conocía, con el fin de certificar que estaba en posesión de plenas facultades mentales cuando firmó el testamento: Louisa no quería tener «ningún problema con la familia» a causa de la herencia.
Sin embargo, a la señora Ricketts le sorprendió mucho la visita del médico y le dijo que no quería que nadie la examinara. Cuando el 13 de abril el ama de llaves llamó al doctor para pagarle sus honorarios, éste la mandó a paseo y se negó a certificar nada, ni bueno ni malo, sobre la salud mental de su señora.
A Louisa Merrifield, que era presa por entonces de una incontrolable excitación nerviosa, aquello no pareció preocuparle demasiado. Se paraba a hablar con extraños en las paradas de autobús; a otros los asaltaba por la calle; y visitaba constantemente a sus amigos. A todos sin excepción les contaba lo mismo: que había heredado el chalé de Sarah Ricketts.
El 12 de abril, Louisa Merrifield le comentó a una amiga, Veronica King, que «tenía que amortajar a la anciana». Esta se apresuró a preguntarle si su señora había muerto. «No, solamente está enferma, pero por poco tiempo», fue la extraña respuesta.
El 13 de abril visitó al doctor Albert Wood, quien había atendido a Sarah Ricketts hacía tres años, para decirle que su señora «llevaba algún tiempo» gravemente enferma, y el médico prometió visitarla al día siguiente.
«¿Y qué pasa si muere esta noche?», preguntó la señora Merrifield. El doctor Wood cambió de planes y visitó a la paciente aquella misma noche, la encontró en perfecto estado de salud y regañó al ama de llaves por hacerle perder el tiempo. A las dos de la tarde del día siguiente, 14 de abril, el médico volvió a recibir una llamada urgente de Louisa Merrifield. Sarah Ricketts había muerto, pero el doctor se negó a firmar un certificado de defunción. Entonces Louisa llamó al doctor Yule, quien también se negó a ello y además avisó a la policía.
Luego el ama de llaves visitó a una amiga y le dijo que en el chalé iba a haber más de un problema. Le pidió que le guardara un bolso con una serie de pólizas que no quería que viera su marido.
Varios oficiales de policía se presentaron en la vivienda de la fallecida para trasladar el cadáver y someterlo a un examen postmortem. La señora Ricketts había muerto envenenada con fosfatos, un compuesto químico muy común en los raticidas.
Inmediatamente se interrogó a los Merrifield. Louisa declaró ante el detective Colin MacDougal que su señora era una empedernida bebedora de coñac. «Solía tomar huevos y brandy unas tres veces al día», puntualizó.
Alfred Merrifield comentó que, cuatro días antes de la muerte de Sarah Ricketts, su esposa le había dicho: «La señora no se encuentra bien. Creo que la debería ver un médico. No quisiera tener problemas si algo le pasa de repente, así que voy a avisar a uno.»
El matrimonio regresó al chalé y Louisa Merrifield no sintió ningún escrúpulo en comentar con la gente la suerte que había tenido. Los periodistas -¡con qué atención la escuchaban!- le encantaban. Tímidamente declaró al News of the World. «Creo que la señora Ricketts hizo testamento unos días antes, y nos dijo que podríamos seguir viviendo aquí.»
Los detectives, mientras tanto, recogían otra serie de informaciones y se quedaron atónitos al enterarse de que la señora Louisa Merrifield había hablado del fallecimiento de Sarah Ricketts varias semanas antes de que la anciana muriera.
La policía supo también que, el día antes de su muerte, la señora Ricketts comentó con George Forjan, un repartidor: «No sé qué están haciendo (los Merrifield) con mi dinero. -Y añadió-: Deberían irse.» También le dijo que quería cambiar el testamento firmado en favor del matrimonio.
Entonces los detectives registraron el bolso del ama de llaves que, entre otras cosas, contenía una cuchara sucia e inmediatamente la mandaron analizar.
La policía creía contar con pruebas suficientes para acusar a la charlatana empleada. El 30 de abril, Louisa Merrifield fue arrestada y acusada de asesinato. Al principio mantuvieron a su marido separado de ella, pero el 14 de mayo, en el transcurso de una audiencia, se le permitió visitarla en la celda del juzgado de Blackpool. Una vez dentro, él también fue arrestado y acusado de asesinato.
*****
PRIMEROS PASOS – Un lúgubre comienzo
La sombría pobreza en que se desarrolló su vida llenó a Louisa de envidia y ambición. Carecía de inteligencia y de instrucción, pero ansiaba tener dinero. Nunca supo lo que eran la disciplina ni la responsabilidad, ni siquiera como madre, y acabó buscando la seguridad en hombres mayores que ella.
Louisa May Merrifield, una de las cinco hijas de un minero llamado Job Highway, nació en Wigan en 1906. Recibió una estricta educación metodista, pero al cumplir los quince años se unió al Ejército de Salvación.
Su instrucción fue bastante pobre y siempre trabajó en empleos poco cualificados. En 1931, Louisa Highway se casó con un herrero, Joseph Ellison, y se establecieron en una casa próxima a Wigan, donde la pareja tuvo cuatro hijos: dos varones y dos niñas.
Las duras restricciones del período de guerra no supusieron ningún sacrificio especial en la vida de Louisa. El desmoronamiento de las rutinarias costumbres sociales le proporcionaron la oportunidad de abandonar sus responsabilidades. Su afición al alcohol y a las diversiones, y la consiguiente negligencia con respecto a sus hijos, provocaron el que en 1945 las cuatro criaturas fueran arrancadas de su lado y trasladadas a un hogar municipal por las autoridades de la localidad.
En 1946, Louisa Allison pasó ochenta y cuatro días en la cárcel por encontrarla en posesión de siete cartillas de racionamiento falsas. Más tarde se le permitiría volver a hacerse cargo de la custodia de sus hijos, pero su sentido de la responsabilidad no parecía haber aumentado y en 1949 las dos niñas y el hijo más pequeño pasaron de nuevo a depender de las autoridades municipales. Al hijo mayor se le consideró lo suficientemente crecido como para enfrentarse al mundo por sus propios medios.
No se sabe a ciencia cierta el papel desempeñado por el marido en todos estos dramas familiares, pero al parecer él no llegó a abandonarla nunca. En el invierno de 1949, Joseph Ellison falleció víctima de una enfermedad hepática.
Durante sus visitas al hospital Louisa trabó amistad con otro paciente, Alfred Edward Merrifield. No guardó luto demasiado tiempo, porque en enero de 1950 se casó con uno de sus huéspedes, Richard Weston, un ex minero jubilado. En este caso la ambición de Louisa Merrifield no parece desmedida: tan sólo quería sentirse a salvo y Weston le proporcionaba la seguridad de una pensión. «Un hombre tan guapo -comentaría Louisa-, y encima con tanto dinero…»
A las diez semanas de la boda el marido fallecía de un ataque al corazón y la pensión le fue inmediatamente retirada a la viuda. Esta se encontraba una vez más completamente desvalida; y de nuevo buscó refugio en un hombre mayor que ella, Alfred Merrifield, un viudo con diez hijos que había conocido en el hospital. Se casaron el 19 de agosto de 1950.
En tan sólo un año Louisa Merrifield estuvo casada con tres hombres distintos, pero, como ella misma señalaba, no había tenido suerte. Alfred contaba con una pensión y cierta ayuda del Ministerio de Asuntos Sociales, pero esto difícilmente podía hacerle un hombre rico. La pareja se vio obligada a trabajar para aumentar tan raquíticos ingresos.
Se trasladaron de un sitio a otro, empleándose durante breves períodos de tiempo como porteros o en el servicio doméstico. Después de establecerse en Blackpool, una de las poblaciones más ricas de la costa, vivieron en veinte sitios distintos antes de colocarse en el cómodo hogar de la señora Ricketts.
*****
LA EJECUCIÓN – El día del juicio
Las pruebas forenses en contra del ama de llaves eran sumamente débiles y ella decía que un malicioso rumor la había llevado ante los tribunales. Pero fue la lengua de Louisa Merrifield lo que atrajo sobre ella la atención de sus vecinos. Su torpe e insensible comportamiento durante el juicio movió al jurado a emitir un severo veredicto.
El juicio contra los Merrifield se inició el lunes 20 de julio de 1953 en el juzgado de Manchester. Lo presidía el juez Glyn-Jones. Louisa Merrifield estaba convencida de salir absuelta; de hecho, nunca confesó el crimen. «Ya no volveré por aquí», les dijo alegremente a sus compañeras de prisión.
Su abogado, Jack Nahum, le aconsejó que no se mostrara arrogante ni desdeñosa al prestar declaración y le explicó que al jurado de un juicio por asesinato no le gustaba que se dirigieran a él como si fuera el borracho de un bar.
Durante varios días una serie de testigos se dedicaron a describir sus conversaciones con la acusada y cómo ésta les había hablado de la muerte de Sarah Ricketts cuando la anciana aún estaba con vida. El jurado se formó la imagen de una mujer cuya avaricia era mayor que su inteligencia.
Los testimonios de los médicos no hicieron más que fortalecer su opinión. Louisa Merrifield sólo los había llamado para asegurarse de que la víctima se hallaba en su sano juicio cuando firmó el testamento en favor del matrimonio. Era un dato más que significativo el que no avisara a un doctor la última noche antes del fallecimiento.
La acusación recordó al tribunal que, poco después de manifestar su intención de modificar el testamento, Sarah Ricketts se puso enferma sin previo aviso y murió de forma repentina.
Luego pasó a presentar las pruebas forenses. En la cuchara aparecida en el bolso del ama de llaves no se encontraron restos de fosfatos. Pero en el caso de que la cuchara se hubiera empleado para suministrar el veneno, tampoco quedaría resto alguno porque los fosfatos se evaporan en contacto con el aire.
Las pruebas acerca de que el veneno fuera efectivamente la causa de la muerte de Sarah Ricketts parecían contradictorias. El fiscal general, sir Lionel Heald, presentó un argumento bastante sinuoso. En la casa no habían encontrado ni un solo resto de fosfatos ni ninguna cuchara o envase que los hubiera contenido. «Si el veneno se hubiera ingerido accidentalmente o con intención de suicidarse -matizó-, ¿qué interés tendrían los señores Merrifield en hacer desaparecer las pruebas?» Sólo su culpabilidad podía inducirles a no dejar ningún rastro, puntualizó ante el jurado.
El doctor George Manning, autor de la autopsia, declaró que en su opinión la víctima había muerto a causa de una dosis de fosfatos administrada durante la tarde o la noche del 13 de abril. Por la defensa, el profesor J. M. Webster, director del laboratorio del Ministerio del Interior de Birmingham y profesor de Medicina forense y de Toxicología en la Universidad de Birmingham, declaró que la señora Ricketts falleció de muerte natural como consecuencia de una necrosis hepática.
«¿Significa eso que, por una coincidencia, la anciana murió justo después de ingerir los fosfatos y que éstos no tuvieron tiempo de hacer efecto?», preguntó el juez.
«Efectivamente», contestó el profesor. «Y también pudo haberla fulminado un rayo», murmuró el fiscal general.
Ha habido más de una persona acusada de asesinato que, al subir al estrado, se encontraba en una situación desesperada; pero su carácter y su honradez han conseguido despejar toda sospecha sobre ellas.
Louisa Merrifield parecía resuelta a demostrar que era tan avara, estúpida e hipócrita como pensaban los testigos.
Desoyendo los consejos de su abogado, declaró que la acusación se basaba simplemente en un malicioso rumor. «Creo que no es más que envidia -dijo ante el tribunal-. Están todos hasta el cuello de hipotecas.»
La presunta asesina explicó lo de la cuchara escondida diciendo que, cuando iba de casa en casa, solía llevar la cubertería en el bolso. Sus comentarios acerca de su última señora resultaron bastante inexactos y llenos de sentimentalismo. «Creo que la señora Ricketts era completamente inmoral… Yo la quería mucho … »
Louisa Merrifield declaró que la última noche de su grave enfermedad fue ella quien la estuvo cuidando. Pero su relato comprendía todos los síntomas conocidos del envenenamiento por fosfatos: intensos dolores, sed e inconsciencia.
-«¿Tenía sed?», preguntó el fiscal.
-«Sí, señor.»
-«¿Y de dónde sacó el coñac?»
-«Estaba siempre mezclado encima de la mesa.»
-«¿Mezclado con qué?»
-«No lo sé», contestó la acusada.
-«¿Y por qué dice usted que estaba mezclado?»
-«La señora Ricketts preparaba siempre la mesa antes de acostarse», fue la respuesta.
El interés tanto de Louisa como de Alfred por la enfermedad de su señora parecía bastante falso. Cuando se les preguntó por qué no avisaron a un médico, ella contestó que no le gustaba salir a la calle a tan altas horas de la noche; y él respondió que estaba demasiado cojo para andar tanto. Pero confesó que era capaz de llegar hasta la parada del autobús, aunque mediaba una distancia bastante más larga que la que separaba de la casa del médico.
Una vez en el estrado, Merrifield, que llevaba un aparato para sordos, no paró de bromear hasta que el juez le reprendió. El esposo de Louisa Merrifield describió a la víctima como «una bebedora empedernida».
A las 3,53 del viernes 31 de julio, undécimo día del juicio, el jurado, compuesto de doce miembros, se retiró a deliberar. A las 9,36 estaba de vuelta: les preguntaron si se habían puesto de acuerdo en cuanto al veredicto.
«Lo estamos en parte», contestó el portavoz. Los Merrifield se agarraron a la barandilla del banquillo de los acusados. El jurado declaró a Louisa Merrifield culpable de asesinato, pero manifestó no haber logrado un consenso en cuanto a la inocencia o culpabilidad de su esposo.
Alfred Merrifield sonreía abiertamente cuando sus guardianes lo bajaron del banquillo. Por unos momentos su mujer pareció derrumbarse, pero luego observó impávida cómo el juez se colocaba en la cabeza el birrete negro.
«Ha sido usted condenada después de ser probado con absoluta evidencia el asesinato más cruel y despiadado que nunca he tenido entre manos», declaró el juez.
«Soy inocente, señor», replicó ella.
Luego se dictó la sentencia de muerte. Louisa Merrifield era la clásica asesina que no podía esperar un indulto. El jueves 3 de septiembre su apelación fue desestimada y trece días después, en la celda de los condenados a muerte de la cárcel de Strangeways, le comunicaron que le habían negado el indulto.
El viernes 18 de septiembre, Louisa Merrifield fue atendida en sus últimas horas de vida por Lesley Gale, miembro del Ejército de Salvación. Pero cuando a las nueve de la mañana subió al cadalso, nadie había recibido de sus labios el consuelo de una confesión.
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Conclusiones
Hasta Louisa Merrifield contó con algunos simpatizantes. Renée Huggett y Paul Berry, autores de Las hijas de Caín (1956), opinaba que se la debía haber acusado solamente de intento de asesinato, y que tenía derecho al indulto porque las causas del fallecimiento de la señora Ricketts (¿veneno o muerte natural?) no habían quedado suficientemente claras.
El fiscal general, sir Lionel Heald, decidió no ordenar una revisión del juicio contra Alfred Merrifield. Lo cual no suponía una absolución, de modo que la acusación de asesinato continuó archivada.
Alfred Merrifield se estableció en el chalé donde murió la señora Ricketts y entabló una batalla legal con las hijas de ésta acerca del testamento. Según un acuerdo firmado en junio de 1956, recibió la sexta parte del valor de la vivienda a cambio de abandonar la propiedad. Falleció el 24 de junio de 1962.
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Fechas clave
- 12/03/53 – Los Merrifield se instalan en casa de la señora Ricketts.
- 24/03/53 – El notario redacta un testamento por el que se nombra heredera a Louisa Merrifield.
- 25/03/53 – El ama de llaves dice que su señora ha fallecido.
- 14/04/53 – Muere la señora Ricketts.
- 16/04/53 – La autopsia señala muerte por envenenamiento.
- 30/04/53 – Louisa Merrifield, acusada de asesinato.
- 14/05/53 – Alfred Merrifield, acusado de asesinato.