Los hermanos Da Bouza

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Los hermanos Da Bouza
  • Clasificación: Asesinato
  • Características: Parricidio - Discusiones y peleas constantes
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 25 de marzo de 1998
  • Fecha de detención: Emanuel - Mismo día / Santiago - 17 días después
  • Fecha de nacimiento: Emanuel - 1974 / Santiago - 1975
  • Perfil de la víctima: Su padre, Ramón Da Bouza, de 44 años
  • Método del crimen: Arma de fuego (una pistola Bersa calibre 22)
  • Lugar: Buenos Aires, Argentina
  • Estado: Condenados a prisión perpetua el 22 de diciembre de 2000
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Los hermanos Da Bouza y el peor de los crímenes

Paulo Kablan – Diariopopular.com.ar

15 de julio de 2012

Ramón da Bouza era un destacado economista, que fue funcionario del gobierno de Raúl Alfonsín. Pero tenía un carácter difícil. Cansados de los maltratos, sus hijos Emmanuel y Santiago lo mataron a tiros. Los condenaron a perpetua.

Ramón Da Bouza murió a los 44 años. Era un destacado gerente de la empresa Techint y había sido funcionario de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Al economista lo mataron a tiros y golpes. Los asesinos fueron sus propios hijos, por lo que se convertiría en uno de los casos más terribles y conmovedores de la historia penal argentina.

Da Bouza había militado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), el brazo político de Montoneros, allá por la década del ’70. Era poco más que un adolescente cuando tuvo sus dos primeros hijos, Emmanuel y Santiago, y no había terminado de estudiar cuando se separó de su primera mujer, Patricia Polo Devoto. Después tendría otros dos varones con su segunda esposa, de quien también se divorció.

Al cumplir los 40 años, el contador Da Bouza se había convertido en un hombre alcohólico, que había querido matarse en un par de oportunidades. Incluso lo había hecho delante de sus propios hijos. Las vueltas de la vida lo habían llevado a mudarse solo a un antiguo pero elegante departamento de Chacabuco 584, en el porteño barrio de San Telmo.

Da Bouza era de carácter difícil. Tanto que maltrataba verbal y físicamente a sus hijos, según distintos testimonios que se recogieron en el expediente. A los mayores los agredía permanentemente porque no eran buenos estudiantes ni se esforzaban, tal como él lo había hecho, para ganarse la vida y crecer económicamente. Mantenían la relación, pero era tirante en extremo.

Emmanuel, el mayor, tenía 24 años cuando tomó una libreta y anotó un plan. Con abreviaturas y errores de ortografía, el muchacho apuntó que debía comprar sogas, hacer un duplicado de llaves, conseguir una bolsa negra y pasamontañas, entre otros detalles. Fue en el año 1998.

También, los hermanos fueron a una armería de la calle Sarmiento, donde compraron una pistola, que quedó registrada a nombre de Santiago, por entonces de 23 años. Era una Bersa calibre 22, que pagó con su tarjeta Mastercard. Después fueron a una ferretería de la calle Brasil al 600 y abonaron en efectivo 30 metros de soga. Serían pruebas clave para la investigación.

El 25 de marzo de 1998, Santiago y Emmanuel fueron a cenar con el padre. Habían vivido unos meses con él, pero se habían marchado por discusiones y peleas constantes. Pero esa noche, el contador los esperaba para comer juntos, sin saber que el plan estaba en marcha.

Antes de la medianoche, cuando habían terminado de cenar, Santiago bajó del departamento para ir al kiosco a comprar cigarrillos y algunas golosinas. Los tres habían bebido mucho alcohol. Al regresar, el muchacho fue a un cuarto y volvió con el arma en la mano. Ramón Da Bouza nunca lo vio. Fueron dos disparos por la espalda. Después habría un tercer disparo y algunos golpes con un tarro de leche.

Santiago, tras el crimen, envolvió la pistola Bersa en una servilleta de papel y la llevó al baño. A partir de ese momento, hubo un intento por simular un robo y desviar la investigación: rompieron algunos vidrios, revolvieron la casa, colocaron cabellos entre los dedos del cadáver del padre y colgaron los 30 metros de soga desde la terraza.

El plan consistía en simular que los delincuentes habían asaltado a Santiago cuando regresaba del kiosco, habían asesinado a su padre y habían escapado descolgándose de la terraza con la soga.

Cuando llegó la policía, los jóvenes gritaban desesperados y contaban la historia del robo, los ladrones, la soga y los disparos. Santiago, en ese momento, llamó a la madre y a la novia para contarle del mortal asalto. Emmanuel, estaba lastimado.

Luego de las pericias en el lugar, los efectivos de la Policía Federal llevaron a los jóvenes a la comisaría para que declararan como testigos del hecho y los dejaron ir. La primera calificación fue homicidio en ocasión de robo. El caso, de inmediato, conmovería al país.

La primera historia duraría pocas horas. Los policías se dieron cuenta de que era imposible que los delincuentes escaparan descolgándose de la soga. También encontraron la factura del arma que había sido utilizada para el homicidio. El juez de la causa ordenó la captura de los hermanos. Después, los investigadores hallarían el cuaderno con las anotaciones del plan criminal, entre otras evidencias que surgieron en el expediente.

Emmanuel, el mayor, fue detenido ese mismo día. Pero Santiago se fugó. Estuvo prófugo 17 días hasta que se entregó. Había cambiado su fisonomía: se había cortado el cabello y se lo había teñido de rubio. Ambos fueron a la cárcel. Ante el juez, el menor confesó el asesinato y se hizo cargo, liberando de culpas a su hermano. Santiago, en la cárcel de Villa Devoto, fue alojado en el Centro Universitario, donde estudió Ciencias Económicas, como su padre, y Derecho.

Los hermanos Da Bouza fueron juzgados en 2000. En diciembre de ese año, el Tribunal Oral Criminal 20 los condenó a prisión perpetua por homicidio calificado por el vínculo. En las audiencias, Santiago volvió a confesar y trató, una vez más y sin mayor suerte, de eximir de culpas a Emmanuel.

Los jueces Cecilio Pagano, Luis Niño y Hernán San Martín llegaron a la conclusión de que ambos hermanos planearon y llevaron a cabo el asesinato. Y el fallo, luego de algunas apelaciones, quedó  firme. Fue, en definitiva, una historia de desencuentros y violencia doméstica que terminó de la peor manera.


Sangre de familia

Luis Barud – Puntal.com.ar

11 de marzo de 2012

Los jueces del Tribunal Criminal Nº 20 de la Capital Federal le hicieron repetir dos veces al sargento de la Policía Federal la escena del joven Santiago Da Bouza, arrodillado sobre el cadáver de su padre, el contador Ramón Da Bouza, masacrado en el living de su departamento del barrio de San Telmo en el corazón porteño.

Como si se tratara del actor principal de una tragedia griega, declamaba a grito pelado, reprochándole el motivo por el que eligió vivir en un lugar tan inseguro.

A Santiago le quedaban pocos días de libertad, a pesar de su empecinamiento en tratar de convencer a los investigadores de que una banda de ladrones irrumpió en el departamento para robar y asesinar salvajemente a su padre.

El gordo Ramón Da Bouza, cuyo peso superaba los cien kilos, estaba tendido en medio del comedor en una inmensa mancha de sangre con la cabeza destrozada y dos balazos en la espalda, cerca de la nuca.

El perito miró al comisario y con la mirada le envió una duda, que campeó por un rato en la macabra escena. «Lo mataron por la espalda y sin que pudiera defenderse», dijo lacónico el policía.

Los sabuesos con experiencia en este tipo de hechos analizaron los pedazos de jarrones y objetos de la casa rotos en el piso, que daban la apariencia de una lucha. El cadáver de Ramón no tenía signos claves de una pelea. Los objetos estaban «estrellados» contra el suelo y no habían sido «arrastrados» durante el enfrentamiento.

La idea de un montaje armado para zafar de un crimen germinó desde ese mismo día en las cabezas de los federales.

La noche del 25 de marzo de 1998, los hermanos Emanuel y Santiago Da Bouza, hijos de la víctima y Patricia Polo Devoto, el primero de los tres matrimonios del muerto, organizaron una cena en el departamento de su padre.

Se encontraban solos, conversando en una animada velada, según los muchachos. Ramón Da Bouza acababa de separarse por tercera vez, de su nueva esposa Viviana Chávez. Estaba atravesando un profundo estado depresivo y los hijos del primer matrimonio creyeron que se trataba de una buena oportunidad para acompañarlo y mejorar las malas relaciones que mantenían desde mucho tiempo atrás, cuando los abandonó para contraer matrimonio con su segunda esposa, Carmen Polo (que llevaba el mismo apellido de la primera pero ningún parentesco), con la que tuvo dos hijos más, Alejo y Rafael.

*****

Durante su paso por la Universidad, donde se graduó de contador, Ramón fue un activo militante de la Juventud Universitaria Peronista, sufriendo la detención y el secuestro apenas llegada la dictadura militar de 1976.

Luego, con el advenimiento de la democracia, escaló posiciones importantes en el contexto nacional hasta convertirse en el director de Política Financiera Exterior, por decisión de Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía del presidente radical Raúl Alfonsín.

Da Bouza se encargó personalmente de la negociación de la agobiante deuda externa que dejó la dictadura, con mucho éxito. Llegados los años noventa, la carrera ascendente del contador desembarcó en la actividad privada. La empresa Techint, perteneciente a la multimillonaria familia Rocca, lo contrató como gerente luego de superar un casting, en el que personalmente el mandamás del grupo Paolo Rocca decidió contratarlo.

Se movió con solvencia ganándose la confianza del importante grupo empresario. Como dueño de una doble personalidad, progresaba en la actividad profesional, cosechando éxitos y admiración, mientras que en su vida privada acumulaba fracasos.

Una situación extremadamente violenta y despreciativa terminó con su primer matrimonio. A las continuas situaciones de golpes y reproches, siguió una pésima relación con sus hijos Emanuel y Santiago, a los que humilló públicamente en innumerables ocasiones, sobre todo en actos oficiales del colegio de los menores.

La increíble vida de los Da Bouza se resintió al extremo de que Patricia dejó la casa junto a sus hijos. El desquicio hizo prontamente el resto. Emanuel se convirtió en un adicto a la cocaína, ante la ignorancia de su padre que sólo reclamaba buenas notas en los estudios. Sin embargo, en más de una oportunidad, la ex esposa debió recurrir al auxilio de un abogado para cobrar la cuota alimentaria que pasaba con cuentagotas.

Los hijos no sólo padecieron los maltratos a la madre, sino que los sufrieron en carne propia.

No le fue mejor a la segunda esposa, Carmen, con quien tuvo dos hijos, que fue abandonada con la aparición de una tercera, Viviana Chávez, de la que se enamoró perdidamente.

Chávez dio en el juicio un testimonio que pintó de cuerpo entero a Da Bouza. Una noche organizó una cena en el departamento de San Telmo donde convivían. La mujer se encargó de todo y, cuando retiraba una mantequilla de la heladera, Ramón montó en cólera y la atacó hasta casi estrangularla. Esa misma noche, Viviana juntó sus cosas y se marchó para siempre.

«Estoy convencida de que me salvé la vida, si me quedaba me iba a matar», les dijo a los jueces.

*****

La primera declaración judicial de Emanuel acrecentó las sospechas sobre los dos muchachos. Dijo que su hermano Santiago salió del edificio unos instantes antes de que ingresara la banda de delincuentes al departamento y que su padre fue al baño, donde lo sorprendieron y golpearon cuando volvía al comedor.

La autopsia informó que la vejiga de Ramón Da Bouza se encontraba llena de orina, con más de cien centímetros cúbicos. Este dato resultó clave para la investigación.

A la falsedad de que el contador hubiera ido al baño antes de ser atacado, los detectives sumaron la duda sobre la existencia de una lucha en el interior de la casa.

Según el relato de los hermanos, fueron asaltados Ramón y Emanuel, matando al padre para robarle el dinero y escapándose con una cuerda por la que treparon a la terraza.

Los vecinos confirmaron que los hermanos Da Bouza gritaban en el palier del edificio pidiendo auxilio, luego de escuchar ruidos de objetos rotos en el interior del domicilio.

Emanuel no podía aportar datos a la investigación porque tenía un golpe en la cabeza y, según explicó, perdió el sentido hasta ser recuperado por acción de su hermano Santiago, cuando éste retornó al departamento.

Un examen forense puso la frutilla del postre. Los médicos determinaron que el golpe que sufrió Emanuel en la cabeza no tenía entidad suficiente para producir un estado de inconsciencia. Los investigadores de la Federal tuvieron la certeza de que los hermanos mentían y habían armado todo el cuadro para desviar la investigación. Ahora ya no tenían dudas de que habían asesinado a su padre y buscaban impunidad.

Los familiares se solidarizaron con los dos jóvenes, aunque reprocharon por lo bajo haber tomado semejante determinación.

Un allanamiento practicado en la casa de los hermanos encontró una agenda de Santiago en la que escribía sobre la necesidad de matar al padre. Luego la idea prendió lo suficiente en su hermano para discutir y planificar el crimen, que se llevó a cabo aquel 25 de marzo de 1998.

La lucha no fue tal, la soga por donde huyeron no pudo soportar el peso de una persona, el golpe a Emanuel no tenía entidad para quitarle la conciencia y el padre nunca fue al baño. Los policías salieron a buscarlos al día siguiente, convencidos de que eran los autores. Esa misma tarde detuvieron a Emanuel, mientras que Santiago se entregó a los 17 días, luego de andar buscando refugio por Mar del Plata y Olavarría.

Fueron condenados a prisión perpetua. Aunque les hicieron una apreciación sobre las causas que motivaron el parricidio, no les alcanzó para disminuir la pena.

Una duda quedó flotando en el juicio. En sus manos, Ramón Da Bouza tenía un mechón de pelos, cuyo análisis mitocondrial no coincidía con el ADN de la víctima, ni con los autores, lo que alimentó fuertemente la hipótesis de un tercer sujeto en el hecho. Nunca se dilucidó el enigma.


En un final dramático del juicio, Santiago confesó ser el parricida

Carlos Rodríguez – Pagina12.com.ar

22 de diciembre de 2000

Con voz gutural, característica en los que están atravesando por un brote psicótico, Santiago Da Bouza reconoció que fue «el único culpable» del homicidio de su padre, Ramón Da Bouza, y en contra de lo que se pensaba, deslindó de toda responsabilidad a su hermano Emanuel.

A pesar de la inusual confesión de quien nunca antes había declarado en la causa -la indagatoria fue el pico de una audiencia con un nivel de conmoción pocas veces visto en un juicio oral-, el fiscal Marcelo Saint Jean se mantuvo en su postura previa al inesperado mea culpa y solicitó, para los dos hermanos Da Bouza por igual, la pena de prisión perpetua por homicidio doblemente calificado, por el vínculo y por la alevosía de los autores.

A la autoincriminación de Santiago le siguió una ampliación de indagatoria por parte de Emanuel, quien dijo prácticamente lo mismo que su hermano. Sólo aseguró que no mantuvo una disputa a golpes con su padre, previa al crimen, que figuró en el tremendo relato de Santiago.

Las dos declaraciones se realizaron sin público ni periodistas, lo que determinó que la extraordinaria tensión superara los límites de la sala de audiencia y se transportara al hall de espera, donde decenas de familiares de los acusados fumaban, hablaban, se agitaban o se quedaban tiesos, viviendo a full lo que estaba sucediendo adentro.

En un cuarto intermedio llegó una ambulancia del SAME para hacerle un chequeo médico a Santiago, por pedido de los miembros del Tribunal Oral 20, quienes de ese modo quisieron determinar si el detenido estaba en condiciones de continuar presenciando la audiencia. En las interminables dos horas que duró la sesión privada, también sufrió una indisposición Luis María Da Bouza, hermano de la víctima y tío de los imputados.

El fiscal Saint Jean, en su relativamente corto alegato, reconoció que la confesión de Santiago había conformado «un cuadro sobrecogedor, muy shockeante», pero igual, basándose en la «contundente prueba reunida en la causa», mantuvo la acusación contra los dos hermanos.

Su evaluación del caso fue estrictamente jurídica, sin tomar en cuenta los análisis psicológicos ni la voluminosa prueba testimonial sobre la controvertida persona de Ramón Da Bouza, que podrían servir de atenuantes.

«Ellos compraron el arma homicida, la soga con la que intentaron hacer creer que hubo un intento de robo que terminó en crimen, los guantes de látex para tratar de no dejar huellas y Emanuel escribió en un cuaderno todos los elementos que necesitaban para el crimen», resumió el fiscal aludiendo a los contundentes elementos de prueba reunidos contra los dos hermanos.

En cuanto a los atenuantes, Saint Jean los descartó por interpretar que fueron «subjetivos» los reproches que dirigieron hacia Ramón Da Bouza sus ex mujeres, Patricia Polo, Carmen Polo y L. C., cuyo nombre se mantiene en reserva por pedido del Tribunal. Ellas calificaron a la víctima de «perverso», «sádico», «manipulador», «alcohólico» con tendencias suicidas, en coincidencia con algunas pericias psicológicas realizadas después del crimen, tomando en cuenta referencias testimoniales y escritos dejados por el asesinado ex gerente de Techint.

El testimonio «de mayor equilibrio», según el fiscal, fue el de la segunda esposa, madre de los dos hijos menores de la víctima. «Ella también dijo, como los demás (incluyó al hermano de Ramón), que tenía facetas negativas, rasgos de crueldad, pero que también hacía esfuerzos para corregirse y que no era de pegar.»

En este caso puntual, el doctor Saint Jean omitió mencionar que Carmen Polo, en su declaración, relató un fuerte episodio de violencia, cuando Ramón Da Bouza «golpeó en el estómago a su hijo Emanuel» cuando tenía apenas 6 años. Tampoco tuvo en cuenta, como posible atenuante, el consumo de drogas (cocaína y marihuana), que era frecuente, por parte de Emanuel, en el momento de ocurridos los hechos, al parecer incluyendo la noche del crimen.

La defensora de Emanuel, Patricia Croitoru, solicitó la absolución de culpa y cargo de su representado, por considerarlo «totalmente ajeno a los hechos, como ha quedado demostrado». Aclaró que, en caso de que se descarte la absolución, se tomen en cuenta los atenuantes por la traumática relación que mantenía con su padre.

Recordó que las pericias psicológicas determinaron que el joven tiene «una personalidad ezquizoparanoide» sobre la cual cualquier disparador «puede actuar como desestructurador de la personalidad». La abogada sostuvo que eso ocurrió la noche del crimen y «él actuó con automatismo». Hoy expondrá su alegato el defensor de Santiago y por la tarde se conocerá la sentencia.

«Esto fue fuertísimo, nunca visto», comentó un miembro de las fuerzas de seguridad que presenció la confesión de Santiago. Una fuente de la causa recordó que cuando el joven fue detenido, días después del crimen, repetía sin noción de tiempo y espacio: «Yo lo maté, yo lo maté». Recién ayer lo incorporó formalmente a la causa.


Condenan a prisión perpetua a los hermanos Da Bouza

Hernán Cappiello – Lanacion.com.ar

23 de diciembre de 2000

Ellos mismos necesitaban un castigo para superar su culpa, pero la dureza del fallo los sorprendió y derrumbó a ambos. Santiago Da Bouza, de 25 años, y su hermano Emanuel, de 26, fueron condenados a prisión perpetua por haber asesinado a su padre, el ex ejecutivo de Techint Ramón Da Bouza, el 28 de marzo de 1998, después de cenar.

Al escuchar la sentencia, Santiago se desplomó, tapándose la cara, sobre las rodillas de su abogado, el defensor oficial Julián Langevín. Emanuel, a su lado, trató de mantener el rostro sereno, se abrazó con su abogada Patricia Croitoru, mientras le decía al oído: «No me esperaba esto».

Atrás, se escuchaban los sollozos de la madre de ambos, en un rincón, y el llanto convulsionado de Florencia, la novia del menor. «¿Por qué?», gritaba, mientras apretujaba una estampita de Nuestra Señora de Guadalupe y un rosario de madera.

Los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 20, Cecilio Alfredo Pagano, Luis Niño y Hernán San Martín, por unanimidad, sentenciaron a los Da Bouza a prisión perpetua por el delito de homicidio calificado por el vínculo y por haber sido cometido con alevosía.

Esto implica que con 20 años de cárcel cumplidos podrán pedir la libertad condicional. Aunque con la aplicación de la ley del «dos por uno», pueden acceder al beneficio de la libertad asistida en unos 12 años y medio. Todo esto, de no prosperar las apelaciones que ya adelantaron que presentarán las defensas.

La pena impuesta es la que había pedido el fiscal Marcelo Saint Jean. El artículo 80 del Código Penal prevé sólo la prisión o reclusión perpetua para el parricidio. Aunque de no mediar la alevosía, se podría haber aplicado una pena de 8 y 25 años de prisión, teniendo en cuenta atenuantes extraordinarios.

No fue éste el caso, porque los jueces entendieron que los acusados actuaron aprovechándose de la indefensión del padre y que planificaron los hechos. Aunque los fundamentos se conocerán el viernes próximo.

Emanuel, con un sacerdote a su lado, y Santiago, con la cabeza gacha, escucharon en apenas diez minutos al doctor Pagano, que presidió el tribunal, leer la resolución que los jueces tardaron cinco horas en acordar.

Fueron dos horas más de las previstas informalmente, lo que supone que existió cierta dificultad para llegar a una sentencia en un caso de esta complejidad, donde estaban en juego las conductas de cada uno de los acusados, sus diferencias y la tortuosa relación con su padre.

Tras la audiencia, la madre de los jóvenes, Patricia Polo Devoto, se reunió a solas con ambos, una vez que la sala de audiencias quedó desierta.

Desconcierto familiar

Pocos imaginaban, entre los familiares y amigos, un fallo así, que igualara las acciones de los hermanos, a pesar de que Santiago había confesado el crimen en la audiencia de anteayer y había desligado a su hermano Emanuel.

Es que el hecho de haber comprado juntos la pistola calibre 22 con la que se cometió el homicidio, la adquisición de una soga para aparentar que con ella se habían fugado unos imaginarios ladrones que habían cometido el asesinato, el hallazgo de guantes de látex donde se produjo la muerte y las anotaciones en una agenda de Emanuel, relatando los pasos del crimen, fueron suficientes como para fundar la existencia de un plan previo, ejecutado en conjunto.

Atrás habían quedado los intentos de Langevín para tratar de aplicar atenuantes: «En este caso, la perpetua es cruel, inhumana e inconstitucional. Pido que se le otorgue a Santiago la posibilidad seria de que alguna vez pueda retomar su vida y ser un hombre de bien», había dicho. Planteó entonces la inconstitucionalidad del artículo 80 inciso 1º del Código Penal, que prevé la pena máxima para el parricidio. Pero su intento fracasó.

En su esforzado alegato, el defensor planteó durante una hora y media que, más allá de la condena, Santiago ya estaba padeciendo la suya naturalmente, por «la cruz que había elegido cargar sobre sus hombros». Por eso pidió que fuese condenado con atenuantes a la mínima sanción de 8 años.

«Emanuel no se esperaba esta pena tan dura. No se hizo diferenciación y esto los coloca a ambos en el mismo punto de partida. Los funde en un bloque donde se juntan», opinó, tras el veredicto el psicólogo Carlos Fullone, que trata a Emanuel.

Su abogada, Patricia Croitoru, coincidió: «No se han determinado todavía las responsabilidades de cada uno».

Santiago y Emanuel consiguieron en esta semana de juicio recrear el crimen que cometieron.

Y con la condena de ayer, que ambos en el fondo sabían inexorable y necesaria, a estar de sus allegados, podrán comenzar sólo ahora a elaborar su culpa.

Entretelones del juicio

  • Un fallo en fecha. De ningún modo el Tribunal Oral Nº 20 iba a permitir que la sentencia del juicio contra los hermanos Da Bouza se postergara más tarde del viernes. Se propusieron cumplir a rajatabla con lo previsto, por una razón: ninguno de los magistrados pensaba pasar de la Navidad, pensando que al día siguiente tendría que firmar una sentencia tan dura como la que a la postre resultó.
  • Trabajo de investigación. El defensor oficial de Santiago Da Bouza, Julián Langevín, basó su alegato en un trabajo de investigación que está realizando y que «todavía no vio la luz». El estudio sostiene la inconveniencia de la prisión o reclusión perpetua para el homicidio agravado por el vínculo sin tener en cuenta que muchas veces el afecto no es la base de la relación, sino un vínculo meramente jurídico.
  • Separación. Para evitar que ocurrieran escenas dramáticas en el juicio, el tribunal sentó a los familiares y amigos de los hermanos en la parte de la sala más alejada de los reos.

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