Los asesinatos de Birdhurst Rise

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Los asesinatos de Birdhurst Rise
  • Clasificación: Crimen sin resolver
  • Características: Envenenamiento
  • Número de víctimas: 3
  • Fecha del crimen: 1928 / 1929
  • Perfil de la víctima: El marido, la hermana y la madre de Grace Sidney, una de las sospechosas
  • Método del crimen: Veneno (arsénico)
  • Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Pese a la posterior exhumación de los cadáveres, nunca se pudo detener a nadie por los asesinatos
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Los asesinatos de Birdhurst Rise

Última actualización: 26 de octubre de 2015

En 1928-29, en un barrio residencial de Londres tres miembros de una familia murieron envenenados con arsénico. La policía no encontró móviles ni pruebas suficientes para juzgar a nadie por estos asesinatos. Cuarenta años después de los crímenes, al morir el principal sospechoso, la historia comenzó a aclararse.

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La exhumación

En 1929, en un tranquilo arrabal de Croydon, se procedió a la exhumación de dos cadáveres. Se trataba de una madre y una hija que habían muerto en circunstancias extrañas. La policía abrió una investigación.

A primera hora de la mañana del viernes 22 de marzo de 1929, una macabra escena tenía lugar en una esquina del cementerio Queen’s Road, en Croydon, al sur de Londres. Tras una hora y a la luz de varias velas y faroles, los sepultureros se afanaban en abrir dos tumbas recientemente cavadas.

Entre los presentes se encontraban el inspector detective Fred Hedges y Reg Morrish, del Departamento de Investigación Criminal de Croydon, sir Bernard Spilsbury, un eminente patólogo del Ministerio del Interior, y un artista llamado Thomas Sidney, sobre el que recaía la desagradable tarea de identificar los cadáveres.

A las 2,45 de la mañana sacaron el primer ataúd. Tom Sidney confirmó que era el de su madre, Violet Emilia Sidney, que había muerto el 5 de marzo. Después sacaron el segundo y Tom volvió a confirmar que contenía los restos de su hermana Vera que había fallecido tres semanas antes que su madre, el 15 de febrero.

Ambos ataúdes fueron conducidos en sendos coches fúnebres al depósito de cadáveres. El de la hermana se hallaba notablemente bien conservado, y el ramo de flores que tenía entre las manos apenas se había marchitado.

A continuación, el patólogo sir Bernard Spilsbury se puso a trabajar, extrayendo varios órganos y tomando muestras de tejidos y líquidos, de acuerdo con las instrucciones recibidas del Ministerio del Interior sobre el procedimiento a seguir en la exhumación de los cadáveres, a fin de abrir una investigación más profunda sobre la causa de la muerte.

Tom Sidney y sus parientes más allegados habían vivido doce traumáticos meses. No sólo habían sufrido las muertes de Violet Sidney y de su hija Vera en sólo tres semanas, sino que también habían sufrido la pérdida del cuñado de Tom, Edrnun Duff, en el pasado mes de abril. Y ahora cuando la familia esperaba poder olvidar todo esto y llorar a sus muertos en paz, las especulaciones de la prensa y las murmuraciones de los vecinos volvían a desenterrar el pasado, creando un nuevo estado de zozobra y dolor en los afligidos hermanos.

Los Sidney y los Duff formaban un círculo familiar muy unido, y eran un blanco fácil para las murmuraciones. Tom, sus hermanos y su madre habían vivido prácticamente al lado unos de otros, en un grupo de calles adyacentes a la estación sur de ferrocarril de Croydon. Tom vivía en el número 6 de South Park Hill Road. Antes de morir su marido, Grace, la hermana de Tom, vivía también en la misma calle. Sin embargo, tras la muerte de éste, se había trasladado dos calles más al este, al n.º 59 de Birdhurst Rise. En es misma calle, en el n.º 29, había vivido su madre, Violet Emilia Sidney, con su única hija soltera, Vera.

Grace Duff era una mujer de unos cuarenta años, atractiva y sensible, que estaba de luto, ya que acababa de sufrir la pérdida de dos de sus cinco hijos. Todos los que la conocían hablaban siempre de sus sorprendentes ojos azules, francos y expresivos, pero que ahora, tras estos trágicos acontecimientos, habían perdido la alegría y sólo reflejaban dolor y pena.

Mientras su hermano Tom cooperaba con los agentes de Scotland Yard y con los funcionarios del Ministerio del Interior, la joven viuda ocupaba el tiempo cuidando a su hijo pequeño que se encontraba enfermo y rogando para que pronto se resolviera el misterio que envolvía las muertes de su madre y de su hermana. «Todo esto ha sido horrible -contó al Daily News-. Espero que la investigación lo aclare todo.»

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PRIMEROS PASOS – Virtudes victorianas

Los Duff y los Sidney eran las típicas familias conservadoras de clase media, cuyos valores constituían los pilares de la sociedad.

Sidney eran una familia muy respetable, moderadamente distinguida, modelo de las virtudes victorianas. El abuelo paterno de Toro, Grace y Vera, hizo su fortuna con el negocio del té y fue nombrado alcalde de Londres durante los años cincuenta y tuvo ocho hijos en su matrimonio.

Su hijo mayor, Thomas Stafford Sidney, nacido en 1863, se educó en Harrow y Cambridge y se casó con Violet Emilia Sidney en 1884. Su hija mayor, Grace, en Southgate, Middlesex, en 1886, después, en 1888, nació Vera, y un año después, Thomas. Dos años más tarde el matrimonio se separó.

A pesar de esto, Violet Emilia y sus tres hijos siguieron llevando una vida confortable. Cuando su padre murió en 1917, cada hijo, Grace, Tom y Vera, recibió 5.000 libras -una pequeña fortuna en aquella época-.

Aquel mismo año Violet Emilia se trasladó en compañía de Vera a la que sería su última casa, el n.º 29 de Birdhurst Rise, en Croydon.

Después de luchar en la Primera Guerra Mundial, Tom se casó en 1922, en Louisiana, con Margaret, una chica americana. En 1923 regresaron a Inglaterra y compraron una casa en South Park Hill Road, a sólo dos calles de Birdhurst Rise.

Grace conoció a su futuro marido a través de su padre. El viejo Thomas Sidney hizo amistad con Edmund Creighton Duff en la India y en 1909 se lo presentó a su hija mayor. Cuando se casaron dos años más tarde, ella tenía veinticinco años y él cuarenta y dos, diecisiete más que su esposa.

Durante los siete años siguientes Duff trabajó en el extranjero en el Servicio Colonial, en Nigeria y Camerún. Grace vivió siempre en Inglaterra, exceptuando una breve estancia en Nígeria y tuvieron cinco hijos: Margaret, John, Grace Mary, Suzanne y Alastair. La mayor murió en 1919 a los siete años y poco después también falleció la pequeña Suzanne, de dos años

En 1919 Duff se retiró del Servicio Colonial, y después de trabajar como funcionario durante un breve período de tiempo, encontró un empleo de oficinista en la ciudad, aunque sus ingresos allí eran menores. En 1926, los Duff se trasladaron al n.º 16 de South Park Hill Road (Hurst View), en South Croydon, junto a Anna Maria Kelvey que les alquiló una habitación pequeña en la planta baja.

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LA MUERTE – Causa desconocida

Edmund Duff se fue de pesca a Hampshire. Cuando se marchó, se encontraba bien, pero al regresar se sintió enfermo y murió al día siguiente tras una terrible agonía.

Edmund Duff se sintió enfermo en casa de Harold Edwardes, un antiguo compañero del Servicio Colonial que vivía en Fordingbridge, Hampshire. Grace recordó que su esposo se encontraba perfectamente cuando se marchó aquel lunes 23 de abril de 1928, uno de los médicos de la familia, John Binning, difería de esta declaración. dijo que el señor Duff acudió misma mañana a su casa a pedirle algo contra la diarrea y el dolor de estómago, pero que después de reconocerlo no le había encontrado nada.

En Hampshire disfrutaron de un tiempo primaveral durante toda la semana, y Edmund y Harols Edwardes estuvieron pescando. En el tren de vuelta a South Croydon, Edmund empezó a sentirse mal y temió que el sol le hubiera provocado un nuevo ataque de malaria. La estación estaba cerca de su casa, pero agradeció que su hijo John hubiera ido a buscarlo y le ayudara con el equipaje. Acababa de cumplir cincuenta y nueve años, y aunque estaba muy bien para su edad, tendía a dramatizar los síntomas de cualquier pequeña enfermedad; por eso Grace no le prestó demasiada atención cuando volvió a casa temblando y quejándose de que tenía náuseas; aunque estuvo de acuerdo en avisar al doctor Robert Elwell. Mientras esperaban al médico, Edmund tomó una cena ligera que le sirvió la doncella Amy Clarke. Se dejó casi todo el pollo y las patatas, pero bebió un poco de cerveza.

Cuando llegó el doctor, no le encontró nada raro, pero como tenía un poco de fiebre le dio unas aspirinas y unas pastillas de quinina, y le recomendó que se fuese a dormir. El enfermo se sentía cada vez peor, tuvo náuseas y vomitó. Más tarde dijo que se encontraba mejor, y acompañado de Grace subieron a dormir a sus respectivas habitaciones. Durante la noche ella le oyó levantarse varias veces para ir al baño, y pasear de un lado a otro de la habitación.

A la mañana siguiente su mujer se levantó temprano, preparó el té y mandó a su hija Mary que subiese una taza a su padre. El seguía vomitando y le comentó que había pasado una noche terrible. Le dolía la garganta y no pudo tragarse las pastillas que le dio Grace contra el resfriado. Entonces, ella se alarmó y llamó de nuevo al médico.

Durante toda la mañana, mientras esperaban al doctor, Edmund estuvo vomitando y con diarrea. Cada vez se sentía más angustiado y el facultativo no llegaba. Grace llamó por segunda vez a la consulta y a mediodía llegó el colega del doctor Elwell, el doctor Binning. Al igual que su compañero, éste no le encontró nada y supuso que el paciente estaba exagerando los dolores. Le comentó que sólo tenía el estómago mal y, cuando se encontró más tranquilo, se marchó.

Edmund sufría enormemente y nadie hacía nada para mejorarle. Los vómitos y la diarrea le dejaron al borde del colapso; la temperatura le subía y le bajaba y sentía calambres en el estómago. El doctor Elwell le visitó al día siguiente y notó el empeoramiento de su paciente, pero no sabía cuál era la causa y no pudo hacer nada.

El doctor Binning volvió un par de horas después y al mirar a Edmund se dio cuenta de que estaba mortalmente enfermo. El pulso era muy rápido; la temperatura, baja, y se retorcía de dolor. Estando con el médico, el paciente, sin poder controlarse, defecó en la alfombra del dormitorio. Por primera vez, Binning consideró la idea del envenenamiento.

Edmund Duff murió entre las 11 y las 12 de la noche del viernes 26 de abril. junto a él se encontraban los dos doctores que le habían atendido en los últimos minutos, intentando aliviarle el dolor con drogas. Grace acababa de llegar con un poco de té y uno de los doctores recordó que había preguntado: «No va a morir, ¿verdad?»

La esposa parecía tan angustiada, que Elwell y Binning continuaron dando al paciente respiración asistida durante veinte minutos, pese a saber que estaba muerto, y, finalmente el doctor Binning le dijo la verdad. Ella se arrodilló y besó el cadáver de su marido. Según Tom Sidney, cuando se llevaron el cuerpo, Grace se tiró en un sofá y comenzó a gritar y a patalear.

A la mañana siguiente a la muerte de Edmund, el doctor Elwell le pidió a la desconsolada viuda que llamara a Harold Edwardes, el amigo con el que su esposo había estado pescando en Hampshire.

Este le informó que ninguno de los presentes en su casa se había puesto enfermo. Ambos médicos desconocían la causa de la muerte del enfermo y no pudieron firmar el certificado de defunción. El doctor Henry Beecher Jackson, encargado de esclarecer las causas de las muertes en el distrito, ordenó que se realizara una investigación y encargo la autopsia al doctor Robert Bronte.

Este realizó la autopsia aquel domingo en el depósito de cadáveres del hospital Mayday de Croydon. Retiró los órganos principales y recogió muestras de tejido que mandó a Hugh Candy, del London Hospital Medical College, para que los analizaran.

La investigación para esclarecer la muerte de Edmund Duff comenzó el martes 2 de mayo de 1928. Grace subió al estrado de los testigos indecisa y con lágrimas en los ojos para confirmar algunos detalles básicos sobre su marido y para contar de nuevo los hechos ocurridos antes de su muerte. El juez de instrucción forense la interrogó con mucho tacto y se mostró compasivo.

E1 proceso se aplazó durante un mes, pendiente de obtener los resultados médicos. Un oficial del juzgado, Samuel Clarke, fue a ver a la viuda para preguntarle si guardaba algún tipo de veneno en la casa. Ella le mostró una lata que contenía insecticida y el oficial tomó una muestra.

Se había especulado mucho sobre la posible causa de la muerte. Una de las teorías establecía que Edmund falleció a causa de los efectos retardados de una enfermedad contraida en los trópicos; otra, sostenía que se había envenenado al comer un pescado en malas condiciones. Sin embargo, el 1 de junio, el patólogo Bronte, después de la investigación, declaró ante el tribunal que en el cadáver no había encontrado veneno y dio una explicación científica de la causa de la muerte.

Los vómitos y la diarrea estuvieron provocados por un ataque al corazón consecuencia de una insolación, de haber estado varias horas al sol mientras pescaba en Hampshire. Atribuyó el óbito a una miocarditis, es decir, a un debilidad del músculo corazón y concluyó con un rotundo «No hay razón para pensar en un envenenamiento.» Ante esta inequívoca opinión, de uno de los más ilustres patólogos del país, e1 veredicto del jurado no podía ser otro que el de: «Muerte por causa natural.»

Edmund Creighton Duff fue enterrado en el cementerio de Queen’s Road, en Croydon, donde doce meses después, serían enterradas también su cuñada y su suegra. En la casa de South Park Hill Road había demasiados recuerdos y Grace, una viuda de cuarenta y un años, decidió cambiarse de casa. En agosto de 1928 se trasladó con sus tres hijos al n.º 59 de Birdhurst Rise para estar más cerca de su madre y de su hermana.

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De pesca

El anfitrión de Edmund Duff en Hampshire era Harold Edwardes, un antiguo amigo del servicio Colonial; se conocieron en 1905 en Nigeria. Edwardes se había retirado a vivir a un pueblo cerca de Fordingbridge, muy próximo a New Forest. El río Avón atravesaba su propiedad. Edmund llegó el lunes 23 de abril y pasaron toda la semana pescando. El sol pegaba fuerte esos días y el visitante no llevaba sombrero para protegerse. Aquella misma tarde llamó a Grace y le dijo que se estaba divirtiendo mucho, pero no le hizo ningún comentario sobre su salud.

A la mañana siguiente se levantó con fiebre y dijo que no iría a pescar. Edwardes pensó que tenía un ataque de malaria, enfermedad que su amigo había contraído en Nigeria. El día antes de regresar a Croydon, jueves 26 de abril, ya se había restablecido y después de comer, su anfitrión le llevó a la estación. Al despedirse, Edmund le comentó que muy pronto volvería a visitarle. En el tren de vuelta a casa volvió a sentirse enfermo.

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La botella de whisky

Grace declaró que cuando le hacía la maleta a su marido vio entre sus cosas una botella de whisky. Era como las que se adquieren en las estaciones de ferrocarril. Más tarde, durante la segunda investigación sobre su muerte, el asunto de la botella sería uno de los más controvertidos. Nunca se presentó como prueba; sólo conocieron su existencia por la declaración de Grace Duff.

La cual puntualizó que su esposo no solía llevarse whisky en los viajes. Cuando ella le preguntó si alguien se la había regalado, él se limitó a sonreír. Entonces supuso que la había comprado él. Grace pensaba que se la bebería en el tren, pero cuando volvió todavía quedaba un poco de whisky en la botella; más tarde él le comentó que se la terminó el mismo día del regreso.

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Las botellas de cerveza

No se sabe con exactitud la cantidad de cerveza que Edmund Duff bebió durante la cena el día en que regresó a casa. Amy Clarke, la doncella que le había servido la cena, juró que cuando fue a recoger la bandeja sólo había una botella de Bass, la misma que lavó al día siguiente.

El doctor Binning estaba igualmente seguro de que el paciente le dijo que había bebido dos botellas. Su esposa comentó que probablemente Edmund había cogido a hurtadillas otra cerveza de la cocina.

Guardaba las cervezas en una despensa, cerca de la puerta de servicio y esta puerta permanecía abierta durante el día, y era fácil acceder a ella desde la calle. Las botellas contenían media pinta y estaban cerradas con tapones de rosca cubiertos con una etiqueta; pero aun así era posible abrirlas quitando las etiquetas y volviéndolas a poner luego sin que se notara.

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DEBATE ABIERTO – La edad de oro del crimen

El novelista George Orwell pensaba que «la edad de oro del crimen» había pasado, y que los criminales modernos eran unos aficionados salvajes.

«Nuestra gran etapa del crimen, tuvo lugar en la época isabelina, aproximadamente entre 1850 y 1925», escribió George Orwell en su famoso ensayo Decline of the english murder. Aunque el caso de los envenenamientos de Croydon se produjo justo después de ese período de tiempo, contiene sin embargo muchos de los ingredientes que el escritor consideraba inherentes la clásico modelo de crimen inglés.

Cuando en 1946 escribió su ensayo sobre el crimen, comparó y contrastó varios casos contemporáneos de asesinato con aquellos de la llamada «edad de oro». Describió los crímenes modernos como salvajes y fortuitos y esto lo atribuía a los efectos brutalizantes de la guerra. En comparación, los casos que cita como «los que más placer han proporcionado al público inglés» eran «el producto de una sociedad estable, donde la prevaleciente hipocresía aseguraba al menos que sucesos tan graves como el asesinato obedecieran a fuertes pasiones».

Durante los años treinta, esa «sociedad estable», con su rígida estratificación social y su agobiante sentido de la moralidad victoriana, estaba siendo minada por las dificultades económicas y por la amenaza de guerra. En los años inmediatos a la posguerra, las cosas siguieron igual a pesar del impulso político del nuevo gobierno laborista. Con éste se forjó el terreno sobre el que surgiría el tipo de crimen al que Orwell aludía con nostalgia. La sociedad se hacía cada vez más libre y justa, y consecuentemente los criminales también cambiaron.

En la Inglaterra victoriana y eduardiana era tal el ambiente que se respiraba, que el crimen se contemplaba como una opción menos drástica que las consecuencias que acarreaban los líos de faldas, los despropósitos financieros o los matrimonios infelices, sobre todo para los respetables miembros de la clase media.

Orwell mencionaba nueve casos de asesinato cometidos en esas épocas, de los que dice que «han sobrevivido al paso del tiempo»: Samuel Palmer, Jack «el destripador», Neil Cream, Florence Maybrick, el doctor Crippen, Frederick Seddon, Joseph Smith, Herbert Armstrong y Bywaters y Thompson. Los asesinatos de Edmund Duff y Vera y Violet Sidney comparten muchas de las características descritas por el escritor en los anteriores ejemplos.

Dejando a un lado a Jack «el destripador», del que Orwell dice que «constituye por sí solo un tipo de criminal único», seis de los ocho casos restantes utilizan el veneno y ocho de los diez criminales son de clase media. En la mayoría de estos casos, los móviles son el sexo y el dinero, aunque la cantidad de dinero que el asesino pretendía ganar, a través de herencias o pólizas de seguros, a menudo eran muy pequeñas. En ocho de los nueve crímenes, siete víctimas (fueron doce en total) estaban casadas con sus asesinos.

A la luz de este análisis, George Orwell aborda la composición del perfil del asesino «ideal», «desde el punto de vista de un lector del News of the World». Se muestra particularmente insistente sobre el hecho de que el criminal sea un hombre -la posibilidad de que el envenenador de Croydon fuera una mujer sin duda añade fascinación al misterio-, pero en otros aspectos el contorno que dibuja del asesino se asemeja bastante al caso Croydon.

El asesino perfecto de Orwell «lleva una vida totalmente respetable en algún barrio apartado, y preferiblemente en alguna de esas casas adosadas… Una vez decidido a cometer el asesinato, lo planeará todo e mayor astucia.. y, por supuesto, elegirá el veneno … ».

Desgraciadamente para el escritor, los envenenamientos de Croydon continúan oficialmente sin resolver. Si hubiera existido certeza en el caso, George Orwell habría contado con otro ejemplo para su lista de los «diez mejores» crímenes clásicos y únicos de Inglaterra.

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DOBLE ASESINATO – Sospechas

El número 29 de Birdhurst Rise era el hogar de una viuda y de su hija soltera. Sus otros dos hijos vivían muy cerca de allí; era el ideal para una familia tan unida.

A diferencia de Edmund Duff, Vera Sidney, de cuarenta años, no podía quejarse de no estar en forma. Mujer despierta, jugaba al golf, daba largos paseos, conducía un pequeño coche y era una alegre compañía para su madre, Violet, con la que vivía en el número 29 de Birdhurst Rise.

En enero de 1929 empezó a sentirse cada vez más y más deprimida, y ni el optimismo que la caracterizaba ni el ejercicio le sirvieron de nada. Pasó los meses de enero y febrero sumida en la depresión y la fatiga. El domingo 10 de febrero se sintió tan mal que se quedó en casa todo el día, algo que no había hecho jamás en su vida.

A la mañana siguiente, sintiéndose algo mejor, salió a dar un paseo por los campos de golf y jugó al brigde con algunos amigos, pero por la tarde volvió a sentirse agotada. Sirvieron la cena a las siete de la tarde y tomó algo de sopa-, su madre compartió con ella el pescado y las patatas, todo preparado como de costumbre por el ama de llaves, Kate Noakes. En la cocina, ésta comió un plato de sopa y le dio el resto a Bingo, el gato.

El miércoles 13 de febrero, Vera pareció recobrarse un poco. Después de un frugal desayuno decidió ir al garaje en el que estaban reparando su coche, pero cuando regresó a su casa sintió escalofríos y notó que había vuelto a empeorar. Su hermana Grace telefoneó durante su ausencia, y se mostró muy sorprendida de que la enferma se hubiera puesto en pie tan rápido.

A la hora de comer de ese mismo día, la tía de Vera, Gwendoline Greenwell, de Newcastle upon Tyne, fue a hacerles una visita. Llegó a la una del mediodía acompañada de Grace, que la fue a buscar a la estación de South Croydon y después de darle la bienvenida se sentaron a almorzar. Comieron sopa, pollo y verduras, fruta y natillas, preparado todo, como siempre por Kate Noakes.

A Vera no le apetecía gran cosa la sopa y comentó que creía que esta había sido la causa de su malestar. Sin embargo, tomó varias cucharadas antes de apartarla a un lado. La invitada tampoco acabó su plato y la anciana señora Sidney no la probó.

Después de comer, Vera y su tía se sintieron repentinamente mareadas y tuvieron diarrea. Vera entró en la cocina para echar un vistazo a la cazuela en la que la cocinera había hecho la sopa, ésta le aseguró que la había lavado a conciencia. Pero Vera estaba convencida de que su malestar se debía a la sopa. Kate, la señora Greenwell, el gato y ella misma habían enfermado, y eran los únicos que tomaron sopa.

A la mañana del día siguiente, jueves, Grace se alarmó al comprobar que su hermana estaba mucho peor; tuvo que guardar cama y apenas podía moverse. Su madre le dijo a Grace que el doctor Elwell había acudido a verla la noche anterior y se quedó con ella hasta primera hora de la mañana. La enferma sufría tanto, que el médico le había administrado morfina. El facultativo regresó a las nueve de la mañana, no pudo encontrarle el pulso en ninguna de las dos muñecas; la paciente tenía mucha fiebre y le dolían las piernas. Después de consultar con su colega Binning, Elwell decidió llamar a Charles Bolton, especialista en enfermedades gastrointestinales. Este llegó a primera hora de la tarde, y una vez examinada la enferma, diagnosticó gripe gástrica.

A media tarde, Vera empezó a delirar y el doctor Binning permaneció en la cabecera de su cama hasta medianoche, cuando su colega Elwell regresó con una enfermera. Para entonces, la paciente agonizaba y los médicos no pudieron hacer nada. Vera por fin pudo descansar; murió el viernes a las 12,20 de la mañana.

Elwell y Binning no creían que hubiera algo sospechoso en la muerte de la señorita Sidney.

El primero firmó el certificado de defunción atribuyendo la muerte a causas naturales, y el martes Vera Sydney fue enterrada cerca de la tumba de su cuñado en el cementerio Queen’s Road de Croydon.

La anciana señora Sidney siempre había estado muy unida a su hija y su muerte la destrozó. Durante varios días Grace y Tom temieron por la vida de su madre.

El doctor EIwell la visitaba con regularidad y le prescribió un tónico llamado Metatone en una visita rutinaria el martes 5 de febrero, poco después de que Grace hubiera estado allí, se alegró al comprobar que la anciana había mejorado y el pulso estaba firme.

En el momento en que el médico se marchó, Violet se sentó a almorzar. No había terminado aún el pudding cuando empezó a sentirse tan mal que no pudo continuar comiendo. Kate, el ama de llaves, acudió a quitar la mesa y se asustó del estado de su señora, en ese mismo momento Grace venía a visitar a su madre y le pareció que estaba gravemente enferma. Más tarde recordó que «tenía la cara tan blanca que parecía la de un muerto».

Violet le susurró a su hija que creía que la estaban envenenando. Kate a su vez creía que había sido la medicina prescrita por el doctor. La hija examinó el frasco y luego llamó al facultativo.

Este estaba ocupado, así que su colega Binning acudió en su lugar, y antes de que llegara a la casa, la anciana vomitó y defeco varias veces.

Violet le contó al médico que creía que la estaban envenenando y Grace le dio su versión de la medicina. Mientras ésta llevaba a su madre a la cama, el doctor examinó el medicamento que se encontraba sobre el aparador y encontró en el fondo un poso granulado.

Por la tarde, Toro Sidney hizo a su madre una de sus visitas diarias y ésta le repitió que creía que la estaban envenenando. Elwell llegó más tarde y rechazó la posibilidad de que hubiera sido la rnedicina la causante del grave malestar de Violet.

Pensaba que era más probable que la paciente hubiera ingerido alguna comida envenenada. Violet se recuperó un poco por la tarde, pero a las cuatro sufrió un colapso y el médico llamó a una enfermera y a un especialista, Frederic Poynton, que diagnosticó un ataque agudo por envenenamiento, aunque no pudo hacer ningún tipo de análisis específico.

Una vez más, los médicos no podían hacer nada para aliviar el dolor o identificar correctamente la causa del mal. Alrededor de las 7,30 de la tarde, rodeada y asistida por Grace, Toro y los dos facultativos, Violet Sidney murió.

Esta vez, desconcertados por la causa del óbito, ningún doctor quiso firmar el certificado de defunción. El juez de instrucción forense de Croydon, Henry Beecher Jackson, ordenó un examen post-mortem. Lo realizó el doctor Robert Bronte, que el año anterior había practicado la autopsia a Edmund Duff. Retiró del cuerpo los órganos principales y los mandó a analizar al laboratorio. El 11 de marzo Violet Emilia Sidney fue enterrada junto a su hija Vera en el cementerio de Queen’s Road.

Mientras tanto, por primera vez la policía tomaba cartas en el asunto. Al día siguiente, miércoles, los detectives Fred Hedges y Reg Morrish, del Departamento de Investigación Criminal de Croydon, acompañados de un joven de la oficina del juez de Instrucción, Samuel Clarke, fueron a inspeccionar el número 29 de Birdhurst Rise, junto con Tom Sidney. Registraron toda la casa minuciosamente, y cogieron varios frascos. Después fueron a visitar al doctor Binning para recoger el medicamento que había ingerido la anciana.

Dos días más tarde, viernes, comenzó la investigación sobre la muerte de la señora Sidney en el Tribunal de Justicia de Croydon. Después de las formalidades preliminares, y sin que se hubiera presentado ninguna prueba médica, se aplazó hasta el 4 de abril.

Mientras tanto, la encuesta policial se intensificó y resultó muy eficaz, ya que consiguieron reunir gran cantidad de documentación y de testimonios. En la prensa apareció la primera mención sobre la posibilidad de que las trágicas y aparentemente muertes naturales de Edmund Duff y Vera y Violet Sidney no hubieran sido tales. El jueves 19 de marzo varios miembros del equipo de investigación policial visitaron las tumbas de la familia Sidney.

Los científicos llevaban a cabo sus estudios y el jueves tenían ya resultados concluyentes. Encontraron una cantidad significativa de arsénico en el frasco de medicina y en los órganos de la fallecida que mandaron analizar.

Esa misma noche, la policía volvió al cementerio de Queen’s Road, acompañada de dos sepultureros, con una autorización del Ministerio del Interior para proceder a la exhumación de los cadáveres de Vera y Violet Sidney.

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Kate Noakes

Kathleen Noakes, a la que todos llamaban Kate, fue toda su vida empleada de hogar. Tenía cuarenta años y llevaba seis meses de cocinera de los Sidney, hasta que Vera y Violet murieron. Era una casa grande y bien gobernada, aunque algo triste, donde trabajaba mucho pero siempre la trataban bien. Exceptuando los familiares que vivían cerca de allí -Tom y Grace- casi nadie visitaba la casa, y Kate se sentía muy sola.

La señora Sidney era una mujer chapada a la antigua con ideas propias sobre las relaciones que se debían mantener con el servicio. De vez en cuando ella y Kate charlaban, pero sólo cuando la anciana iniciaba la conversación. Su hija era mucho más afectuosa e informal, y mientras estuvo en Birdhurst Rise, se hizo muy amiga de ella. En realidad, había pensado dejar el trabajo en casa de los Sidney, y lo hubiera hecho algunas semanas antes de las muertes de no ser por su amistad con Vera.

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La visita

La cuñada de la señora Sidney, Gwendoline Greenwell, que por entonces vivía en Londres, fue a comer a casa de los Sidney el miércoles 13 de febrero. Llegó en tren y Grace fue a buscarla a la estación de South Croydon. Esta recordó que su tía le comentó que se estaba recuperando de una gripe y que no se sentía muy bien. Pero la señora Greenwell declaró que eso no era cierto, que no había tenido ningún resfriado y que se encontraba perfectamente.

Con el viaje había perdido el apetito y no tomó mucha sopa. Después de comer ella y Vera sirvieron vómitos y diarrea. La señora Greenwell volvió a Londres en el tren de las 4,25 y los cinco días siguientes estuvo enferma en su habitación del hotel. Creía que la habían envenenado.

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DEBATE ABIERTO – ¿Causa de la muerte?

El juez de instrucción forense tiene el deber de investigar los casos de muerte violenta o acaecida en circunstancias extrañas.

La investigación se realiza con el propósito de establecer exactamente cómo, cuándo y dónde murió una persona y la preside un juez de instrucción, cuyo deber es el de examinar cualquier caso de muerte en el que parezca descartarse la causa natural.

Este cargo se creó en un principio para defender los derechos financieros de la Corona. Si se podía demostrar que una persona había matado a otra, la Corona podía confiscar las propiedades de la víctima. Hoy en día, con la ley de 1988, el juez de instrucción interviene cuando existen razones para sospechar que alguien ha fallecido de muerte no natural, en cuyo caso es obligatorio llevar a cabo una investigación tanto si se trata de una muerte violenta, en prisión o en circunstancias desconocidas.

Hasta 1926 el juez de instrucción forense, que a menudo también cuenta con un título médico, se sentaba siempre con el jurado, pero desde entonces la situación en la sala varia según los casos. En 1926 se decidió reducir el poder del jurado en los sucesos en que la policía informara al juez de instrucción que existía un sospechoso acusado de asesinato; en este caso la encuesta policial o investigación tenía que aplazarse hasta esperar los resultados del procedimiento criminal. Sin embargo, si no se sospechaba de ninguna persona, el jurado tenía el derecho de «señalar un asesino», tal y como ocurrió en el caso de Lord Lucan.

En 1977, La Criminal Law Act (Ley penal inglesa) amplió los poderes del juez de instrucción; según dicha ley, el jurado se constituía más en una excepción a la regla que en la regla misma.

La función característica de un jurado en el Tribunal de Instrucción hasta 1977 era la del derecho a señalar a una persona culpable de asesinato, de homicidio o de infanticidio. Si el jurado se pronunciaba en esos términos, el acusado era llevado ante la Audiencia de lo Criminal, o, después de 1967, ante el Tribunal de la Corona, sin una audiencia previa ante los magistrados. Incluso después de 1977, el jurado podíia hacer insinuaciones sobre la culpabilidad de una persona. En el caso de Blair Peach, que murió en abril de 1979 después de recibir un golpe en la cabeza durante una manifestación política, sus familiares intentaron probar que había sido un oficial de policía el artífice del golpe fatal. Las Coroner’s Rules (reglas o leyes del juez de instrucción) de 1984 acabaron con esto, aunque al jurado todavía se le permite declarar un veredicto de «negligencia médica» en los casos en los que el difunto no recibió un adecuado tratamiento médico.

A lo largo de los años se han criticado bastante los poderes arbitrarios del juez de instrucción forense, que tiene control casi absoluto sobre los testimonios que desea escuchar. Puede aceptar testimonios basados en rumores, y también puede limitar los interrogatorios de los abogados. Los familiares no tienen acceso a la documentación sobre el caso. Los que critican este sistema defienden que cualquier persona interesada en un caso debería tener el derecho de poder dirigirse al juez de instrucción y al jurado para tratar sobre el mismo. A muchos les gustaría que el jurado volviera a recuperar sus antiguos poderes, en vez de verse limitado a pronunciar la causa de una muerte. En general, no hay apelación en contra de una decisión tomada por un juez de instrucción, a menos que se pueda demostrar que contraviene las reglas de la justicia natural.

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LA INVESTIGACIÓN – Salvar a Grace

Aunque Grace Duff estuvo en el punto de mira durante la investigación, parecía que una viuda destrozada estaba fuera de toda sospecha. Pero entonces, ¿quién podía haber envenenado a su familia?

El lunes 25 de marzo los cadáveres de Vera y Violet Sidney fueron exhumados y siete semanas después, en el transcurso de la investigación de las muertes de ambas mujeres, se procedió de igual modo con el cuerpo de Edmund Duff.

Tom Sidney fue el encargado de representar a la familia y de identificar los cuerpos cuando, el 18 de mayo, los enterradores del cementerio se pusieron a trabajar. Entre los presentes estaban el doctor John Binning, los detectives Hedges y Morrish, un analista, representante del Ministerio del Interior, Gerald Roche Lynch, y el patólogo forense sir Bernard Spilsbury.

Esta vez Spilsbury, con la ayuda del doctor Roche Lynch, comenzó por examinar la tumba. Analizaron las condiciones y el olor de la tierra y, una vez desenterrado el ataúd, tomaron muestras de los restos de tierra pegados a la caja y del fondo de la tumba. Tom Sidney tuvo que identificar también la placa del ataúd donde figuraba el nombre del fallecido.

Se trasladó el ataúd en un coche de caballos al depósito del hospital Mayday, donde el forense realizó la autopsia bajo la atenta mirada de los doctores Bronte, Roche Linch y Binning, y ese mismo día el cadáver de Edmund Duff fue enterrado de nuevo.

Este episodio fue para la viuda de Edmund -que ya había tenido que testificar durante las invetigaciones de las muertes de su hermana y de su madre- terriblemente angustioso. «Fue horrible que volvieran a desenterrar a mi marido -dijo al Daily Express-. Es como una profanación. Peor que el primer entierro. Pero me sentiré feliz si esto ayuda a descubrir la verdad. Eramos una familia muy unida».

Los resultados de la autopsia de Edmund Duff aportaron nuevas pruebas y el Tribunal decidió abrir una segunda investigación. Esta comenzó el 5 de julio de 1929, y en esa fecha, las de Vera y Violet estaban a punto de finalizar. Las tres investigaciones se realizaban por separado, pero en el mismo lugar, es decir, en Queen’s Road Homes (los antiguos talleres de Croydon), de modo que a menudo se mezclaban y se superponían unas a otras.

La investigación sobre la señora Sidney comenzó el 8 de marzo y finalizó el 31 de julio , y la de su hija empezó el 22 y terminó dos días antes que la primera. La de Edmund duró aproximadamente un mes (del 5 de julio al 6 de agosto). En total las tres instrucciones duraron cinco meses, cada una con un jurado distinto, y se desarrollaron en veintiséis sesiones. Algunos testigos declararon varias veces en una misma causa, sobre todo Tom Sidney y Grace Duff.

Las sesiones, presididas por el juez Henry Beecher Jackson, tuvieron lugar en la planta baja de Queen’s Road Homes. A un lado de la sala se sentaba el jurado, al otro, el público. Los testigos prestaban declaración situados frente al juez Jackson. En las tres investigaciones los hermanos Sidney estuvieron representados por un abogado de veintiséis años llamado William Fearnley-Whittingstall.

En la investigación sobre Violet, el analista enviado por el Ministerio del Interior, doctor Henry Ryffel, declaró que la causa de la muerte había sido el envenenamiento, en particular el arsénico. Los análisis de los órganos y de los tejidos indicaban la presencia de una considerable cantidad de este producto en el cuerpo. En su opinión, la señorita Sidney había tomado esta dosis fatal doce horas antes de su muerte. Además, también encontró arsénico en el jarabe que tomaba la anciana -el que contenía el tónico Metatone- y en el vaso de vino en el que se bebía la medicina.

A continuación realizó algunos experimentos con los diferentes insecticidas (que contenían arsénico) que se habían encontrado en casa de Toro, de la señora Sidney y del jardinero de Grace, Arthur Lane. Al mezclar el insecticida líquido, «Noble», con el Metatone, el tónico se había decolorado. Con el insecticida sólido, «Eureka», el resultado era similar al contenido del frasco de jarabe de la enferma.

Interrogaron a Tom, Grace y al jardinero sobre los insecticidas, pero no se llegó a ninguna conclusión.

Durante los cinco meses que duró la investigación, Grace se mostró recatada; siempre vestida de negro, tremendamente apenada, educada y solícita. Toro causó peor impresión, se irritaba a menudo, daba respuestas confusas e incluso contradictorias y hacía comentarios graciosos.

En el caso sobre Violet, el ama de llaves, Kate Noakes, hizo una sería declaración contra Tom que su abogado, Fearnley-Whittingstali difícilmente pudo rebatir. Kate contó que el día de la muerte de la señorita Sidney, poco antes de comer, había visto a Tom con uno de sus hijos en el salón. Ella no le había permitido entrar y supuso que lo había hecho por la puerta trasera. Fearnley-Whittingstall consiguió dejar en ridículo al ama de llaves diciendo que tal vez su memoria le fallaba; pero, en cualquier caso, había puesto a Tom en una situación difícil.

En medio de la confusión creada por las complicadas pruebas médicas y científicas, la mente incisiva y el ingenio cáustico del joven letrado de los hermanos lograron animar el Proceso. Pidió al doctor Bronte que comentara las pruebas que el doctor Ryffel, había ofrecido y le preguntó: «Si se añadiera una cantidad indeterminada de agua a una cantidad indeterminada de jarabe, que contuviera una indeterminada cantidad de posos, que a su vez contuvieran una indeterminada cantidad de arsénico, y de esta mezcla se bebiera una indeterminada cantidad, se disolviera otra, y se dejara otra tercera, ¿consideraría usted que estos datos serían suficientes para formar una teoría y presentarla ante un jurado como ha hecho su colega? Entre las risas del público, el doctor Bronte contestó que no entendía la pregunta.

En la última sesión sobre el caso de la señora Sidney, el juez Henry Beecher Jackson resumió el caso y presentó cuatro alternativas al jurado: Que la anciana se había suicidado, que por accidente cayó una cierta cantidad de arsénico en su medicina, que el arsénico fue a parar allí por negligencia criminal de alguien, lo cual significaría cargo por homicidio, o que había sido asesinada.

El juez de instrucción se centró en esta última posibilidad considerándola como la más plausible y pidió al jurado que reflexionara sobre quién podía haber cometido el asesinato. Acerca de Grace dijo: «No hay nada que haga pensar que la señora Duff tuviera algo en contra de su madre. Por el contrario, todo parece indicar que a pesar de haberse mostrado un poco emocionada, ha declarado toda la verdad…»

Con Tom, el hermano de Grace, se mostró menos generoso. Expuso que en determinadas ocasiones no se había tomado en serio la investigación y que probablemente no había sido del todo sincero en sus declaraciones, lo cual no debía llevarles a pensar que él era el autor de los asesinatos. Alzando la voz, Toro protestó enfadado por este comentario, lo que motivó que el juez le amonestara.

El resumen del juez duró casi una hora y el jurado se retiró a deliberar y a la media hora volvió con el siguiente veredicto: «Violet Sidney murió envenenada con arsénico.» Añadieron que no había pruebas suficientes para establecer si se había suicidado o si había sido asesinada por una o varias personas desconocidas. Cuando Grace oyó el veredicto del jurado, gritó y se desplomó.

La investigación sobre Vera siguió un proceso parecido. Sir Bernard Spilsbury declaró que la causa de la muerte era envenenamiento con arsénico y en su opinión la dosis se había tomado unas veinticuatro horas antes de la muerte. «El hecho de que la señorita Noakes y el gato enfermaran el lunes después de tomarse la sopa, indica la presencia de arsénico en la misma», terminó diciendo.

Una vez más, Kate Noakes hizo una curiosa declaración sobre Tom Sidney. Dijo que al día siguiente de la muerte de su señora, el juez de Instrucción, Clarke había ido por la mañana temprano al 29 de Birdhurst Rise para hacerle algunas preguntas. Después de que se hubiese marchado, Tom Sidney había entrado en la cocina y le había dicho «uno de nosotros debía haber estado aquí mientras te interrogaba, porque los muertos no pueden hablar, pero pueden hacerte la vida imposible». El señor Sidney no recordaba haber dicho esto.

El inspector detective Morrish también prestó declaración sobre Tom y su peligrosa costumbre de hacer comentarios sospechosos. Contó que él y Toro Sidney acudieron juntos en el coche al cementerio de Queen’s Road el día de la exhumación de los restos de Vera y Violet Sidney, durante el viaje conversaron sobre la posibilidad del envenenamiento. Según Morrish, Tom le comentó que si habían encontrado arsénico en el cadáver de su madre, no veía por qué no lo iban a encontrar también en el de su hermana Vera. Acto seguido añadió: «Gracias a Dios que mientras todo esto ocurría yo estaba encerrado en casa con un fuerte resfriado.»

Llegados a este punto Fearnley-Whittingstall reaccionó con rapidez para defender a su cliente y le espetó al testigo que incluso un hombre inocente preferiría poder mostrar pruebas de su inocencia. Tom no recordaba haber hecho ningún comentario sobre su madre o su hermana, pero admitió que podía haberlo dicho. «No podría jurarlo. Puede que fuera así. No acostumbro a levantarme a media noche para ir a ver cómo desentierran a mi madre y a mi hermana. Fue algo inusual.»

De nuevo en el resumen final de la investigación, el juez Jackson hizo lo que pudo para exculpar a Grace. «¿Qué tipo de relación tenía con su hermana? -preguntó-. Lo único que está claro respecto a la familia Sidney es que todos ellos se tenían mucho afecto.» En cuanto a Tom, el juez puso de manifiesto que, «se llevaba bien con su familia y no hay nada que haga pensar que tenía algo en contra de su hermana».

El jurado concluyó que «Vera Sidney fue asesinada con arsénico, por una o varias personas desconocidas». Grace declaró a los periódicos que dadas las pruebas, aquel era el único veredicto posible. «Tarde o temprano se sabrá la verdad.»

La segunda investigación sobre el caso de Edmund Duff -la última de las tres- brindó otra oportunidad para desenmascarar la identidad del envenenador de Croydon. El día que comenzaron las sesiones una multitud aguardaba frente a los tribunales de Queen’s Road para ver llegar a los testigos principales.

Todo el proceso resultó humillante para el doctor Bronte, que no había logrado encontrar restos de arsénico en el cadáver; y aunque él lo negó, parece ser que confundió los órganos del fallecido con los de otra persona a la que también estaba realizando una autopsia. Declaro que estaba convencido de que Edmund también había sido envenenado. Cuando le preguntaron cuál era la razón que le había hecho cambiar de opinión, contestó que el informe del doctor Roche Lynch y el de sir Bernard Spilsbury.

Roche Lynch había encontrado una gran cantidad de arsénico en todos los tejidos que examinó y en su opinión éste elemento químico fue la causa de la muerte de Edmund Duff.

En opinión de Grace, el veneno estaba en una botella de whisky que su marido se llevó para el viaje. «Fuese cual fuese el veneno -comentó- debió llevárselo, beber un poco durante la ida y algo mas al volver a casa.» Fearnley-Whittingstall puso todo el interés en esta versión de los hechos al interrogar a sir Bernard Spili-Dbury, quien creía que era más probable que el veneno se encontrara en la cerveza que Edmund se tomó la noche que regresó de Hampshire.

Grace despertó muchas simpatías por la forma en que se comportó durante todo el proceso de investigación sobre la muerte de su marido. Varios testigos declararon que eran un matrimonio feliz, aunque algunos incidentes salieron a la luz para difamar la, hasta entonces, intachable vida familiar de los Sidney.

Tom Sidney recordó un incidente sucedido entre Grace y Edmund poco antes de que él se marchara a Hampshire. Ella comentó algo que Tom no pudo oír pero que encolerizó a su cuñado, éste salió de la habitación y al regresar poco después se comportó como si nada hubiera ocurrido.

Tom declaró también que a su madre no le gustaba Edmund, pero Grace aclaró que eso era lo que siempre ocurría entre una suegra y su yerno. Continuó diciendo: «No creo que tuvieran intereses comunes…. pero nunca se peleaban.»

El juez de instrucción forense finalizó diciendo que no existían pruebas suficientes para acusar a un miembro de la familia de los asesinatos. «Todos ellos estaban presentes y cualquiera de ellos hubiera podido suministrar el veneno. ¿Debemos atribuir la muerte del señor Duff a alguna persona en particular. «Si ustedes deciden hacerlo, se deberá llegar a la conclusión de que esa persona fue la asesina de los tres.»

Con las pruebas que se presentaron en este caso, los miembros del jurado no se sintieron capaces de llegar, a una conclusión más específica que las ofrecidas en el resto de las investigaciones. El asesino de Edmund Duff era «una o varias personas desconocidas». Un asesino andaba suelto.

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Insecticidas

En la época en que ocurrieron los envenenamientos, Tom Sidney y Grace Duff tenían en sus casas varias latas de insecticidas. Cualquiera de ellas podía haber suministrado el arsénico que se encontró en los cadáveres de las víctimas. En el cobertizo del jardín de los Sidney se encontró una lata de insecticida sólido, «Eureka», pero el dueño nunca ocultó su existencia a la policía. Por otra parte, en 1927 Edmund Duff había adquirido un galón de insecticida líquido «Noble», y lo guardaron dentro de la casa hasta que en septiembre de 1928, después de la muerte de su marido, Grace se lo dio al jardinero Arthur Lane. La señora Sidney también guardaba una vieja lata de insecticida «Eureka» en un cobertizo en Birdhurst Rise.

Además del insecticida que tenía el jardinero, existían pruebas de que Edmund había adquirido un bidón de insecticida «Noble», aunque no se conocía su procedencia. Poco después de comprarlo encontraron un gato muerto en el jardín de Hurst View. Parece lógico suponer que el asesino había experimentado con el animal los efectos del veneno.

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El diario de Vera

Durante veinte años Vera Sidney había escrito un diario en el que anotaba todos los detalles de su vida cotidiana. Las anotaciones hechas semanas antes de su muerte ponen de manifiesto su deterioro físico. La última anotación la hizo el 12 de febrero, dos días antes de su muerte.

Durante la investigación sobre la muerte de Vera, cuando Tom se sentó en el estrado, el juez le entregó un cuaderno que el testigo identificó como el diario de su hermana. El juez le preguntó si ella había hecho alguna indicación de que se destruyera tras su muerte. Tom contestó que su otra hermana le había dicho que sí. Grace, que en ese momento se encontraba en la sala, se levantó y dijo que junto al testamento habían encontrado un papel en el que Vera había escrito: «Por favor, quemad mis diarios sin leerlos» y añadió que Tom estaba con ella cuando lo encontró. El juez le preguntó a éste si recordaba haber visto ese papel, Tom Sidney respondió que no y aclaró que no supo que la fallecida quería que se quemaran sus diarios hasta que así se lo anunció la señora Duff.

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MENTE ASESINA – La viuda negra

Grace interpretó el papel de viuda desconsolada casi a la perfección, pero algunas veces olvidaba su papel.

Tom Sidney era el artista profesional, pero fue Grace la que realmente se reveló como una gran actriz en las conversaciones que mantuvo con la policía, durante los tres procesos, cuando todo el mundo tenía puesta la mirada en ella.

Cuando el inspector Hedges la interrogó por primera vez tras la muerte de su madre, en marzo de 1929, se sintió impresionado por su cortesía, su honestidad y su forma de ser. Aunque era un poco neurótica, se podía confiar en ella. Dos meses después, tras haber estado observándola durante las sesiones, Hedges llegó a la conclusión de que era demasiado buena para ser verdad, estaba actuando.

Eran los pequeños detalles los que Grace cuidaba más. No se conformó con llevar luto y hablar en un tono trágico. Aprovechaba cualquier oportunidad para mostrarse como una mujer indefensa y desconsolada.

Cuando, durante la investigación sobre la muerte de Edmund, el detective le comentó que la muerte de su marido no la situaba en una posición peor, ella abrió mucho sus encantadores ojos y pareció empequeñecerse. «La diferencia está en ser una mujer felizmente casada o una pobre viuda sin nadie que la cuide», fue su respuesta.

En la sesión previa, tras haber sido interrogada durante dos horas, le ofrecieron un poco de té y después de beber una taza dijo que no era justo que sólo pudiera tomarlo ella. Dirigiéndose a los asientos del público, ofreció un poco de té a varias mujeres que se sentaban allí.

Con cosas como ésta consiguió ganarse al público e incluso puso al juez a su favor.

En los escasos momentos en que la máscara caía, como sucedió en alguna ocasión, una persona muy diferente aparecía tras ella. En un descanso de una de las sesiones, Grace y su abogado, Fearnley-Whittingstall, se encontraban charlando fuera de la sala cuando un incidente insignificante hizo que ella se encolerizara.

Por un instante, aquella expresión habitual que inducía a la compasión se transformó con una mirada tan agresiva que por un segundo su abogado creyó que estaba defendiendo a una mujer culpable y aquella misma noche le dijo a su esposa que Grace le había parecido el mismísimo diablo.

Un hombre que vivía en la misma calle que la señora Duff cuando ocurrieron los asesinatos, recordó que lejos de parecer apenada parecía disfrutar de la atención y la notoriedad que había alcanzado el caso. En otra ocasión le gritó desde la ventana: «Ellos piensan que yo maté a mi marido.»

Todo esto parece indicar que era una persona muy distinta a la que durante tanto tiempo y con tanto éxito había aparentado, pero no demuestra que fuera culpable. Después de las muertes de dos de sus hijos, había visto morir a su marido, a su hermana y a su madre, y parece lógico pensar que todo esto la había trastornado.

Al crecer las sospechas, la policía investigó las muertes de los hijos ocurridas en 1919 y 1924. Pero no parece plausible suponer que si ella había asesinado a Edmund, Vera y Violet podía haber hecho lo mismo con sus hijos. Podía estar fingiendo, pero de lo que no hay duda es de que era una madre totalmente entregada a sus hijos e incluso con una tendencia a la superprotección. Lo que parece más probable es que las muertes de Margaret y Suzanne desequilibraran aún más su ya de por sí mente perturbada. Tom Sidney recordó que cuando la más pequeña murió, su madre la tendió en la cama y la maquilló como si fuera una muñeca y la enfermera que había cuidado a la niña le dijo a Tom que creía que su hermana se había vuelto loca. Pero no se puede demostrar que la pérdida de sus hijos la trastornara hasta el punto de llevarla a cometer los asesinatos.

Según la teoría del abogado, Fearnley-Wittingstall, tras la muerte de las niñas, Grace se dedicó en cuerpo y alma a sus otros hijos, casi de una manera obsesiva e incluso llegó a ver a su marido como una amenaza para su bienestar. Edmund cobraba una pequeña pensión y un sueldo insignificante como oficinista, por lo que la situación financiera de la familia se había deteriorado considerablemente poniendo en peligro la seguridad de los niños. Conociendo lo mucho que a su madre le desagradaba su marido, creía que ésta al morir dejaría la totalidad de la herencia a Toro y a Vera. Una vez muerto el yerno parecía más probable que la señora Sidney la favoreciera en el testamento, con lo que pasaría a controlar el dinero de la familia. Por otra parte, la muerte de Edmund Duff hacía imposible el tener más hijos, lo cual hubiera mermado aún más sus escasos recursos.

Si a esto añadimos la sospecha de que Grace tenía un «asunto» con el doctor Elwell, el asesinato de su esposo parece cobrar sentido. Pero las posibles razones para asesinar a Vera y a su madre no parecen tan claras, Fearnley-Whittingstall creía que estas razones eran de nuevo de índole económica, pero es posible que la anciana fuera asesinada porque empezaba a sospechar de su hija.

Sin embargo, estas teorías parecen no tener en cuenta las implicaciones morales que supone cometer un crimen. Lo hiciera o no, las pruebas disponibles sugieren que Grace era el tipo de persona que hubiera podido cometer estos crímenes.

El doctor Binning, que presenció junto a ella las muertes de las tres víctimas de Croydon, no tenía dudas. «M e encontraba junto a una mujer muy guapa, con unos maravillosos ojos azules. Pero nunca brillaron tanto como cuando contempló la muerte de los tres enfermos.»

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MISTERIO – Falta de pruebas

A las acusaciones de relaciones adúlteras, de avaricia y de incompetencia profesional, se añadían ahora las declaraciones de un hombre que decía conocer la identidad del asesino. Las pruebas forenses no fueron concluyentes y el criminal quedó en libertad.

De las personas que investigaban el caso fue el inspector Fred Hedges el que mostró mayor interés en resolver el misterio que envolvía los envenenamientos de Croydon. El veredicto emitido sobre la muerte de Edmund Duff resultó frustante para él, que por entonces ya creía conocer la identidad del asesino.

El 21 de septiembre de 1929 fue a visitar al fiscal general, sir Archibal Bodkin, y le presentó todas las pruebas que había conseguido reunir y que, según él, garantizaban que el asesino sería arrestado. Tras escucharle Bodkin le hizo una sola pregunta: ¿Tiene usted pruebas suficientes para demostrar que esta persona envenenó a Edmund, Vera y Violet?» Hedges contestó que no y el fiscal se negó a actuar hasta haberlas conseguido.

El asesino o asesina estaba en libertad gracias a una serie de incompetencias por parte de los profesionales implicados. En la primera autopsia el doctor Bronte no había encontrado arsénico en el cadáver de Edmund Duff; sin embargo, Hugh Candy sí lo halló (lo que confirmaba el rumor de que el doctor Bronte había examinado equivocadamente los órganos de otro cadáver) y esto impidió a la policía actuar con mayor rapidez. En este sentido se puede decir que fue la incompetencia del médico forense lo que condujo de forma indirecta a las muertes de Vera y de Violet.

La decisión del juez, Henry Beecher Jackson, de realizar las tres investigaciones por separado, pese al deseo expreso del fiscal general de que se llevaron a cabo conjuntamente, influyó de manera decisiva en el resultado de éstas.

Si las tres se hubieran realizado a la vez, con un solo jurado, se habrían puesto de manifiesto las extraordinarias semejanzas que había en las tres muertes y se habrían podido realizar unos interrogatorios más exhaustivos y fructíferos a los testigos.

Durante las tres instrucciones de la causa el juez Jackson hizo evidente su simpatía hacia Grace Duff, mostrándose cortés y considerado con la afligida viuda, y el interrogatorio al que la sometió como posible sospechosa de asesinato fue de lo más inocente.

Por el contrario, la diligencia profesional del inspector Hedges fue impecable. Durante los cinco meses que duraron las investigaciones trabajó día y noche para llegar hasta el fondo del caso. Interrogó varias veces a gran número de testigos, sostuvo innumerables reuniones con Scotland Yard, la fiscalía y el Ministerio del Interior, y barajó todas las posibles teorías. En las semanas y meses siguientes, y a medida que parecía cada vez más difícil llegar a desvelar el caso, Hedges hizo de la resolución del mismo una cuestión personal.

Durante los días que siguieron a la muerte de Violet, el inspector consideró y eliminó varias posibilidades. La entrevista con Kate Noakes, el ama de llaves, le convenció de que ella no podía ser la asesina. Se trataba, según él, de una mujer leal y honesta, cuyo dolor por las muertes de su señora y de Vera -por la que sentía un afecto especial- era verdadero. En cualquier caso, no había tenido ninguna oportunidad de administrar el veneno a Edmund Duff.

El doctor Elwell era un sospechoso más plausible. El 18 de mayo Toro Sidney solicitó una entrevista con Hedges, durante la cual le expresó su opinión de que el médico de la familia era el responsable de la muerte de su cuñado y también ofreció voluntariamente una información que luego resultaría ser muy significativa para el desarrollo de la investigación. Le contó al policía que Grace y el doctor habían mantenido una íntima amistad durante varios años, y que Elwell no le cobró las visitas durante el tiempo en que fue su médico.

El inspector Hedges solicitó la presencia de Elwell que se encontraba de vacaciones en Cornwall, el cual admitió que en una ocasión había dado tiempo a los Duff par que le pagaran sus servicios médicos , ya que tenían dificultades económicas, y que desde la muerte del marido había ayudado a la viuda por su cuenta, pero insistió en que esa relación nunca había sobrepasado los límites de lo estrictamente profesional.

El doctor Elwell también le contó que en una visita que hizo a los Duff advirtió que Grace tenía magulladuras en los hombros y ella le contó que se las había hecho Edmund, ya que se volvía algo agresivo cuando mantenían relaciones sexuales. Este fue el primer indicio de que la vida en común del matrimonio no era tan idílica como parecía.

Después de hablar con el facultativo, Hedges se convenció de que era inocente. No existía ninguna prueba concluyente contra él, y en cualquier caso se había negado a extender el certificado de defunción de Edmund, cuando tenía plenos poderes para hacerlo, y de este modo se descartaba cualquier sospecha de juego sucio.

A medida que avanzaba la investigación se hacía cada vez más evidente que Tom y Grace eran los principales sospechosos. Ella había vivido con su marido y tenía fácil acceso a la casa de su madre, y Tom visitaba con regularidad la casa de su hermana casada y la de su madre. Así que ambos habían tenido la posibilidad de administrar el veneno. Sin embargo, el móvil de los crímenes era una cuestión más espinosa. La señora Duff se beneficiaba de los testamentos de las tres víctimas, y su hermano del de Vera y Violet; pero ¿eran tan elevadas esas cantidades como para ser el móvil de tres horribles crímenes?

El inspector buscaba posibles hostilidades que se hubieran podido dar en el seno de la extensa y aparentemente armoniosa familia de los Duff y los Sidney. Pero todos los testigos, amigos y miembros del servicio doméstico, hablaron de las relaciones de afecto y respeto entre todos ellos.

Ante esta estampa familiar tan dichosa, los pensamientos de Hedges volvieron al alegato de Tom de que existía algo entre Grace y el doctor Elwell, y que se sabía que Elmund la había tratado con agresividad…

A finales de junio, casi acabadas ya las investigaciones sobre los casos Violet y Vera, y a punto de empezar la del señor Duff, las sospechas de la policía se habían convertido en convicciones. Semana tras semana había visto a Grace sentarse en el banquillo de los testigos e interpretar el papel de desamparada y desconsolada viuda. Escribió en su cuaderno de notas: «No me cabe la menor duda de que ella estaba secretamente enamorada del doctor Elwell. Creo que envenenó a su marido, tal vez con la esperanza de que el médico se casaría con ella… pienso que mató a Vera porque creía que le sería más fácil atrapar a Elwell si tenía su propio dinero. Y mató a su madre para conseguir aún más dinero. Hay algo oscuro y siniestro en esa mujer…»

En este punto, el inspector Hedges trabajaba con poco más que una corazonada, Grace no había dicho ni hecho nada que la incriminara ante los ojos del jurado. Más tarde, a finales de julio, el juez de instrucción recibió una carta anónima que decía que Margaret, la esposa de Tom Sidney, había asesinado a Edmund.

Tom le comentó al inspector que antes de que se recibiera esa carta, su hermana le había insinuado la posibilidad de que su mujer fuera la asesina y después de que el juez la recibiera, le contó que ella también había recibido una carta muy parecida. Cuando su hermano le pidió que se la enseñara, le contestó que la había destruido. Tom le dijo al policía: «No quiero decir nada que pueda perjudicar a mi hermana, pero creo que la carta anónima fue idea de ella.»

El mismo día, 23 de julio, en que Hedges y Tom Sidney se vieron para discutir el tema de la carta anónima, el inspector se encontró con el vicario que celebró, en 1924, el funeral de Suzanne, la hija de Grace. El reverendo Deane le comentó: «La señora Duff me llamó mucho la atención en esa ocasión. Parecía indiferente, fría, no como lo hubiera estado una madre. Tenía la vista fija en el ataúd. Nunca en mi vida he conocido a una mujer como ésa. Cuando el marido falleció, llegué a la conclusión de que no era natural su muerte y cuando lo hizo Vera, me convencí de que alguien la había quitado de en medio … »

Tras los inconcluyentes resultados de la investigación sobre la muerte de Edmund, el detective-inspector Hedges quería conseguir a toda costa una orden de arresto para Grace Duff. «Estoy seguro de que puedo aportar suficientes pruebas para condenarla ante un jurado imparcial», escribió en su diario. Pero el fiscal general no pensaba del mismo modo, y a la historia criminal inglesa se le denegó lo que seguramente habría sido uno de los juicios por asesinato más fascinantes de todos los tiempos.

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Fred Edges

El inspector Hedges era un hombre de inteligencia rápida e intuitiva. Nació en Londres en 1875, y se incorporó a la policía metropolitana a los veintiún años. Estuvo tres de servicio en el cuerpo y luego pasó al Departamento de Investigación Criminal y a Scotland Yard. Durante esos años descubrió una red de tráfico de cocaína y le nombraron responsable del departamento de drogas.

En 1919 Fred Hedges ascendió a inspector y lo trasladaron a Croydon, donde dos años más tarde fue designado responsable de la división Z. Permaneció en Croydon hasta que se retiró en 1932; para entonces llevaba treinta y cinco afios al servicio de la policía. Había resuelto muchos casos, varios de asesinato, aunque entre sus éxitos no se encontraba el de los envenenamientos. Murió en Londres en 1954 a los setenta y ocho años.

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La huesped

La señorita Anna María Kelvey era huésped en casa de los Duff. Murió en Hurst View el 12 de enero de 1927, a los setenta y seis años. El doctor Elwell certificó como causa de la muerte un ataque al corazón. La fallecida legó veinticinco libras a John y Mary, los hijos de Grace, y cincuenta al médico que la había atendido. En 1924, cuando los Duff se trasladaron a East Croydon, se fue con ellos; y más tarde, en 1926, también se mudó a Hurst View.

Según una de sus amigas, no era feliz en casa y temía a Grace, pero no tenía otro lugar donde ir. Le fallaba la vista y sospechaba que la señora Duff le robaba dinero.

La señorita Kelvey tenía alquilada una habitación pequeña en la planta baja, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Le llevaban las comidas a su habitación, y aunque de vez en cuando los niños iban a verla y a charlar un rato con ella, por lo general estaba sola. Tom Sidney recordó que su hermana le había contado riéndose que cuando Anna María Kelvey se estaba muriendo le susurró: «Señora Duff, es usted una mala mujer».

Durante las investigaciones la prensa especuló con la posibilidad de que el Ministerio de Interior ordenara la exhumación del cuerpo de la huésped. Aunque los agentes de policía sospechaban que había fallecido en extrañas circunstancias, la exhumación nunca se llevó a cabo.

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Las víctimas

Edmund Creighton tenía 59 años cuando murió. Nacido en la India, había pasado la mayor parte de su vida en el extranjero representando los intereses del Imperio en diversas colonias británicas. En 1900 se presentó como voluntario para servir en la guerra de los Boers. Dos años más tarde abandonó el ejército con el grado de comandante.

Conoció a su futura mujer a través de su padre, al que había conocido en la India, pero a su futuro suegro no le agradó este matrimonio; Edmund Duff sólo era seis años más joven que él, y la familia consideraba que no estaba a su altura.

Después de retirarse del servicio Colonial en 1919, Edmund se colocó como funcionario en la administración aunque más adelante perdió la plaza.

A partr de entonces los Duff empezaron a tener problemas económicos. Encontró un empleo de oficinista en una empresa de papelería donde tenía ingresos muy bajos y sentía que su trabajo no era digno de él. Su imprudencia con el dinero empeoró la, ya de por sí, precaria situación económica de la familia.

Vera y Violet Sidney mantenían una estrecha relación, aunque eran mujeres muy diferentes. Violet nació en 1859 en el seno de una familia de militares, y en 1884 se casó con su marido, Thomas Sidney, cuatro años más joven que ella. Años después admitió que nunca había amado a su marido. En realidad, estaba enamorada de un primo suyo francés al que escribía poemas y a nadie le sorprendió el divorcio en 1891. A partir de entonces llevó una vida solitaria y austera, dedicada por entero a sus hijos.

Vera, tal vez influida por la desafortunada experiencia de su madre, nunca mostró ningún interés por el matrimonio. Era una mujer cordial y extrovertida que se había resignado a quedarse soltera. Cuidaba de su madre y supervisaba las tareas en Birdhurst Rise, pero siempre con cuidado de no usurpar el papel que tenía su madre como cabeza de familia. Le gustaba jugar al golf y al bridge en el club Croham Hurst con sus amigos, y conducir su Citroën.

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Fechas clave

  • 23/04/28 – Edmund Duff viaja a Hampshire.
  • 26/04/28 – Edmund regresa a Hurst View.
  • 27/04/28 – Edmund muere.
  • 29/04/28 – Se realiza la autopsia.
  • 02/05/28 – Se abre la primera investigación que luego se aplaza.
  • 01/06/28 – El jurado de la investigación dictamina que la muerte se produjo por causas naturales.
  • 11/02/29 – Vera enferma después de tomar la sopa.
  • 13/02/29 – Vera toma otro plato de sopa.
  • 15/02/29 – Vera muere.
  • 19/02/29 – Entierro de Vera.
  • 05/03/29 – Violet muere.
  • 06/03/29 – Autopsia de Violet.
  • 08/03/29 – Comienza la investigación sobre la muerte de Violet.
  • 11/03/29 – Entierro de Violet.
  • 22/03/29 – Exhumación de los cadáveres de Vera y Violet. Se abre investigación por muerte de Vera.
  • 25/03/29 – Se vuelven a enterrar los cadáveres de Vera y Violet.
  • 18/05/29 – Exhumación de los restos de Edmund Duff.
  • 05/07/29 – Se abre la segunda investigación sobre las circunstancias de la muerte de Edmund.
  • 29/07/29 – Finaliza la investigación sobre Vera.
  • 31/07/29 – Finaliza la investigación sobre Violet.
  • 06/08/29 – Finaliza la segunda investigación sobre Edmund.

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Conclusiones

Tom Sidney se trasladó a Nueva Orleans, mientras que su hermana Grace Duff se estableció en la costa sur de Inglaterra.

A pesar de la fama que alcanzó el caso, éste no inspiró a muchos autores. La serie de televisión Mother Love con Diana Rigg, estaba basada en el caso.

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