
- Clasificación: Asesina
- Características: Ayudó a su amiga Tracey Wigginton en el asesinato de un hombre supuestamente para beber su sangre
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 20 de octubre de 1989
- Fecha de detención: 21 de octubre de 1989
- Perfil de la víctima: Edward Baldock, de 47 años
- Método del crimen: Puñaladas con dos navajas
- Lugar: Brisbane, Queensland, Australia
- Estado: Fue condenada a cadena perpetua en febrero de 1991
Índice
- 1 Lisa Ptaschinski y Tracey Wigginton, unas lesbianas ávidas de sangre
- 1.0.0.1 EL PLAN – Vidas tenebrosas
- 1.0.0.2 Un estado contradictorio
- 1.0.0.3 Los Swampies
- 1.0.0.4 PRIMEROS PASOS – Una infancia perdida
- 1.0.0.5 EL CRIMEN – Un crimen medieval
- 1.0.0.6 Las navajas mariposa
- 1.0.0.7 MENTE ASESINA – Sedienta de sangre
- 1.0.0.8 EL ARRESTO – Un sórdido final
- 1.0.0.9 El club Lewmors
- 1.0.0.10 Videos de terror
- 1.0.0.11 EL JUICIO – Víctimas de la «mujer vampiro»
- 1.0.0.12 Una extraña enfermedad
- 1.0.0.13 DEBATE ABIERTO – Solo para mujeres
- 1.0.0.14 Conclusiones
- 1.0.0.15 Fechas clave
Lisa Ptaschinski y Tracey Wigginton, unas lesbianas ávidas de sangre
Última actualización: 13 de abril de 2015
EL PLAN – Vidas tenebrosas
Cuatro lesbianas flirteaban entre sí y con el ocultismo. Sus vidas, que transcurrían en las más sórdidas calles de Brisbane, aunque peculiares, eran inofensivas… hasta que llegaron a la conclusión de que necesitaban una presa humana.
En octubre de 1989 llegaba el verano a la adormilada ciudad tropical de Brisbane, capital del Estado australiano de Queensland. Sin embargo, no toda la ciudad era tan tranquila, ya que la zona conocida como «Valle de la Fuerza» (llamada generalmente el Valle), un barrio de mala fama, hervía de casas de masaje, garitos de juego clandestinos, restaurantes chinos y clubes de homosexuales, escondidos en la periferia de la ciudad.
En uno de aquellos clubes nocturnos de fachada color violeta, el Lewmors, charlaban cuatro mujeres de veintitantos años, a las cuales, entre otras cosas, las unía un interés por el ocultismo. Era un viernes 13. Había luna llena y, mientras bebían, comentaban la misteriosa conjunción de la fase lunar con la fecha fatídica.
La persona dominante del grupo era Tracey Wigginton, estudiante de un curso de metalurgia. Había conocido a Tracey Waugh y a Kim Jervis unas pocas semanas antes en El juego, otro club nocturno gay del Valle. Las tres mujeres quedaron en reunirse de nuevo en el Lewmors y Jervis decidió llevar con ellas a una cuarta, Lisa Ptaschinski, a la que conocía desde hacía diez años y que presentó a Wigginton. Su presentimiento de que ambas mujeres iban a hacer buenas migas resultó acertado.
Aquellas fornidas jóvenes se enamoraron una de otra tras compartir el placer de un inhalador para el asma. Hacían una extraña pareja. Wigginton era una lesbiana declarada, obsesionada por las ciencias ocultas. Ptaschinski era un personaje extravagante con un pasado de sobredosis de droga e intentos de suicidio.
Aquella relación se veía favorecida por la personalidad dominante de Wigginton y la vulnerable vanidad de Ptaschinski. «Tiene un extraño atractivo -comentó ésta más tarde-. No sé qué es. Llegó a dominarme más que nadie en toda mi vida. Tenía una especie de poder oculto.»
Esta clase de relación dominio-sumisión no es desusada, pero Ptaschinski declaró que su amiga le había hecho una curiosa petición. Un día, estando en la cama, Wlgginton comentó que tenía hambre y después añadió que nunca comía carne, pero que se bebía la sangre que recogía en las carnicerías. Así, en la primera de las que serían cuatro ocasiones, Lisa Ptaschinski, antigua aficionada a la heroína, se hizo un torniquete en el brazo hasta hinchar una vena, y se cortó en la muñeca, a fin de que su nueva amante le chupara la sangre.
Al preguntarle posteriormente el motivo de que se sometiera a tan extraño ritual, Ptaschinski replicó: «Quería conservar nuestra relación. Quería llevarme bien con ella. Si estás saliendo con alguien tienes que hacer lo que sea para darle gusto.»
Como más tarde Tracey Waugh y Kim Jervis, la impresionable Lisa declaró que su compañera se comportaba como un vampiro en otros aspectos. Dijeron que, al igual que sucede en las películas de miedo, evitaba a toda costa la luz del día y solamente salía de noche. Aunque medía 1,80 y pesaba cerca de 100 kilos, nunca la vieron comer auténtica comida. Por lo que ellas sabían, Tracey se alimentaba exclusivamente de cerdo y sangre de cabra.
Si el asunto se presenta ante nosotros como una fantasía de adolescentes, es porque algo hay de ello. Estas mujeres se movían en un grupo que se llamaba a sí mismo «los Swampies», en un mundo de imágenes medievales, de magia negra y de muerte. Un panorama que Tracey Wigginton consideraba irresistible como campo de caza de mujeres jóvenes homosexuales aficionadas al ocultismo.
Kim Jervis, empleada en un taller de fotografía, era la auténtica Swampie. Wigginton la encontró tan atractiva que la describió así: «Kimmie llevaba puesto un traje de raso negro con un lazo morado en la espalda y en la cabeza, un pañuelo también morado. Iba perfecta para el Club de Música Ácida.»
Tracey Wlgginton quedó menos impresionada por Tracey Waugh, una secretaria en paro, amante de Kim: «Tracey siempre me desconcertaba. Era muy tranquila, muy introvertida. Nunca la he visto beber o consumir droga. En sus relaciones es casi una solitaria.»
Waugh, que fue descrita como la más alegre de las cuatro, no tardó en quedar sometida a la poderosa personalidad de la «jefa»: «Tracey tiene una mente poderosa. Tiene ascendiente sobre ti. Es como un imán. No puedes dejar de hacer lo que te ordena.» Wigginton afirmaba que era «una elegida», «la mujer del diablo» y que éste quería convertirla en un ser «destructor».
Pronto logró dominar férreamente a los otros tres miembros del grupo. El 18 de octubre, cinco días después de que el cuarteto se reuniera por primera vez, se encontraron en el piso de Jervis, en un suburbio de Clayfield, para planear el modo de acechar, atrapar y asesinar a una víctima humana a fin de satisfacer la sed de sangre de Wigginton: «No puedo comer alimento sólido -dijo-. Necesito sangre para vivir.»
El contenido del piso mostraba curiosos contrastes. Jervis tenía una colección de muñecas y de gatos Garfield. Pero sentía también una macabra fascinación por la muerte y en las paredes aparecían colgados varios cuadros de cementerios. Había robado una lápida y la tenía colgada en el cuarto de estar.
Las mujeres concretaron los detalles del plan bebiendo Zambucca, un aperitivo italiano. Era muy sencillo. Waugh y Ptaschinski se harían pasar por prostitutas para hacer caer en la trampa a la víctima -un hombre o una mujer elegidos al azar- en uno de los parques interiores de la ciudad. La llevarían luego a un lugar apartado, donde Wigginton y Jervis se beberían su sangre. Después, entre todas llevarían el cuerpo al cementerio y lo introducirían en una fosa vacía recién cavada. Pensaban que si cubrían el cadáver de la víctima con tierra, al colocar encima cualquier ataúd, el cuerpo quedaría enterrado al mismo tiempo y nadie lo advertiría. No habría testigos, ni pistas, ni cadáver. El plan parecía ser infalible.
Un estado contradictorio
Queensland se asemeja al profundo sur de Estados Unidos por su pasado y su cultura. El Estado australiano tiene una historia de importación de mano de obra de color para el trabajo en sus tierras de algodón y de azúcar, y, aunque no llegó a producirse una guerra civil, hubo un violento movimiento separatista cuando el Gobierno prohibió la importación de tales trabajadores.
Entonces, Queensland adoptó un socialismo formal. La capital, Brisbane era el centro de los marginados y de los aficionados a cultos extraños. Los sociólogos no se quedaron sorprendidos por el hecho de que las “vampiras asesinas” procedieran de Queensland.
Los Swampies
En 1989 el Valle estaba dominado por un grupo de vagabundos conocidos como los Sawmpies. Las mujeres vestían ropa negra, pesadas botas y se teñían el pelo de negro azabache. Los tatuajes eran algo habitual, y mezclaban los accesorios de símbolos religiosos con motivos de murciélagos.
La misma Wigginton lucía cuatro tatuajes que obedecían a la entonces atractiva moda de los símbolos del ocultismo. En el dorso de una mano se había grabado el ojo egipcio de Horus y en la otra, Leo, su signo del Zodíaco; Merlín el Encantador en el brazo izquierdo y una rosa negra, en el derecho.
PRIMEROS PASOS – Una infancia perdida
Cuando era niña quedó al cuidado de una abuela violenta y dominante. Tracey aprendió enseguida a convertir sus afectos naturales en odio desafiante. Estaba dispuesta a rechazar el mundo de su infancia.
La historia de la «mujer vampiro lesbiana» es, en realidad, la triste y tormentosa historia de Tracey Wigginton, abandonada por unas cómplices que negaron su participación en el asunto, dejándola sola ante la acusación de asesinato.
Tracey nació en el año 1965 en Rockhampton, una ciudad ganadera que atraviesa el Trópico de Capricornio, situada a unos 900 kilómetros al norte de Brisbane, en Queensland, Australia.
Rhonda, su madre, era la hija adoptiva de un millonario hecho a sí mismo llamado George Wigginton.
El padre de Tracey, Bill Rossborough, fue un vagabundo que abandonó enseguida a su mujer y a su hija de corta edad. También Rhonda se fue al poco tiempo, dejando a la pequeña Tracey al cuidado de sus padres adoptivos.
George Wigginton y su esposa, Avril, ya tenían otras dos niñas a su cargo: una hija adoptada, Dorelle, y una niña, Michelle Wright.
La madre de Tracey Wigginton, Rhonda, se mantuvo en contacto con la familia, pero nunca se llevó a la pequeña a vivir con ella.
George Wigginton era un hombre genial y también un mujeriego libertino. Su esposa, Avril, vivía consumida por el odio a su marido y el cariño a sus tres chihuahuas. Podía ser muy cruel con las niñas que tenía a su cargo.
Dorelle describió su propia infancia y la de Tracey: «Nos azotaban con un cable. No era un castigo normal… los golpes nos caían uno tras otro. Trataba de envenenar nuestras mentes diciendo que los hombres eran unos bastardos.»
Dorelle declaró también que, a pesar de los golpes, su hermana fue una niña feliz hasta los diez años. «Durante la infancia nunca estaba triste…, luego cambió y se convirtió en una perdida.»
Cuando, después del asesinato, los psiquiatras interrogaron a Tracey, ella les confesó que quería enormemente a su padre hasta que, en cuanto cumplió los ocho años, comenzó a pedirle relaciones sexuales.
Por otra parte, Tracey fue expulsada de la escuela por importunar a las otras alumnas y la enviaron al colegio de Las Hermanas de la Merced, donde enseguida se hizo famosa por su lesbianismo y su comportamiento peculiar. Una antigua compañera de clase afirmaba: «Yo siempre trataba de alejarme de ella; tenía un aspecto tan extraño… »
Cuando en 1982 salió del colegio, comenzó a llamarse Bobby a sí misma y a mostrar instintos violentos. Destrozó las pertenencias de su abuela y llegó a golpearla.
Más tarde contrajo un «matrimonio» lésbico en una ceremonia íntima celebrada por un miembro de la secta Hare Chrisna. En 1985, tras la muerte de sus abuelos, heredó 35.000 libras y se trasladó al balneario de Cairns, lejos de su familia y de sus antiguos amigos.
Despilfarró rápidamente el dinero y comenzó a trabajar como portera de un club nocturno de homosexuales. Entonces, sintiéndose sola después del fracaso de su «matrimonio», pidió al encargado del club, John O’Hara, que le hiciera un hijo.
Realizaron el acto en presencia de «seis amigos íntimos» y Tracey quedó embarazada; sin embargo, abortó y perdió la criatura.
En 1987 dejó Cairns y se fue a Brisbane, iniciando una tormentosa relación con una mujer llamada Donna Staib. Vivían juntas, a pesar de que cada una mantenía sus propias relaciones lesbianas, un hecho que, según Tracey, le hacía muy desgraciada.
En aquella época se tiñó el pelo de azul noche y se tatuó el cuerpo. Aún vivía con Staib cuando planeó y llevó a cabo el asesinato de Edward Baldock.
EL CRIMEN – Un crimen medieval
La magia, la superstición y la muerte ocupaban sus pensamientos; las jóvenes maquillaban un plan sangriento que complaciera a Wigginton, la «mujer vampiro». Querían destruir una vida y colocar luego el cuerpo en una tumba recién abierta. En realidad, se trató de un sádico y cruel apuñalamiento, que terminó con un cadáver abandonado.
La noche del viernes 20 de octubre de 1989, exactamente siete días después del primer encuentro, las cuatro mujeres se reunían de nuevo en el club Lewmors.
Al mismo tiempo, a siete kilómetros del río Brisbane, Edward Clyde Baldock, de cuarenta y siete años de edad, estaba tomando unas copas en su club con unos amigos.
Aquellos dos grupos no podían ser más diferentes. Las lesbianas saboreaban el champán mientras proyectaban un asesinato, y Baldock y sus amigos se emborrachaban con cerveza después de jugar una partida de dados. También los locales presentaban amplios contrastes. El club Lewmors era un sórdido antro frecuentado por lesbianas. El Caledonian Club era un punto de reunión escocés y exclusivo, sólo para hombres.
Las amigas se habían citado previamente, dos noches antes, en el Lewmors a las 10 de la noche. Se sentaron al fondo junto a la máquina de discos y pidieron dos botellas de champán. «Me pareció desacostumbrado… Nunca les había servido champán hasta entonces», declaró la encargada y propietaria del club, Bettina Lewis, quien conocía a Jervis y a Waugh como habituales desde principios de 1987.
Sin embargo, todavía tenían poco que celebrar. Estaba planeada la ejecución del asesinato, pero faltaba ultimar los detalles. Wigginton y Jervis iban armadas con navajas, aunque la primera aseguró a las otras conspiradoras que, si era necesario, sería capaz de matar con sus propias manos. A las 11,30 acabaron las copas y se marcharon.
Baldock aún estaba en el club. Como trabajaba de pavimentador municipal, su horario era flexible y aquél era su día libre. Se había pasado bebiendo la mayor parte de él y justamente después de medianoche salió tambaleándose del local y se agarró a una farola para mantenerse en pie.
Entretanto, las mujeres estaban dando una vuelta en el sedán verde Holden Commodore de Wigginton. Habían estado rondando por el Jardín Botánico y el Parque New Farm durante veinte minutos, buscando la víctima apropiada. En la radio del coche, Prince cantaba Batdance, mientras cruzaban el puente Storey y volvían por River Terrace hacia Kangaroo Point; entonces divisaron a un borracho que se apoyaba en una farola. Era un hombre panzudo, de mediana edad y podía servir. Detuvieron el vehículo.
Wigginton y Jervis bajaron para preguntar a Baldock si quería que lo llevaran a su casa. En cuanto subió al asiento trasero, Wigginton le cogió la mano. Indicó a Ptaschinski que condujera hasta Orleigh Park, una aislada zona del río a unos siete kilómetros y medio y bastante próxima al domicilio de Baldock. El viaje transcurría en silencio.
Ptaschinski aparcó bajo unas frondosas higueras cercanas al desierto Club de Vela de Brisbane Sur. «Le dije que quería pasar un buen rato y me contestó que estaba dispuesto», declararía más tarde Tracey Wigginton. Ambos bajaron a la orilla del río, donde se desnudaron. Al cabo de unos minutos, ella volvió al coche diciendo: «Necesito ayuda; ese bastardo es demasiado fuerte.»
Lisa Patschinscki dijo que estaba deseando ayudarla y Jervis le tendió una navaja. Ptaschinski acompañó a Wlgginton de vuelta al río. El hombre estaba sentado; solamente tenía puestos los calcetines.
Entonces, Lisa se deslizó a su espalda en la oscuridad y Tracey le mandó que le clavara la navaja, pero la chica no fue capaz: no podía emplear el arma contra aquel pobre borracho. En vez de ello, se dejó caer al suelo y comenzó a farfullar incoherencias.
Más tarde, Wigginton contó todo lo que había hecho. «Di vueltas a su alrededor. Saqué la navaja del bolsillo de atrás. Me preguntó qué estaba haciendo; yo no contesté y lo apuñalé… Saqué la navaja de la herida y se la clavé a un lado del cuello. Le apuñalé una y otra vez al otro lado. Después le agarré del pelo y lo eché hacia atrás, clavándole la hoja en la garganta y aún seguía con vida.
»Volví a apuñalarle por detrás del cuello, creo que intentando llegar al hueso y cortarle los nervios. Luego me senté delante del toldo y le vi morir.»
Tracey le cortó casi completamente la cabeza, y para asestarle las quince puñaladas empleó dos navajas.
Entonces le dijo a Lisa que se volviera al coche y esperase mientras ella se atiborraba de la sangre del difunto Baldock. Según declaró ésta más tarde, “le cortó el cuello para beberse su sangre”.
Después de lavarse en el río, la “vampira” regresó al coche. Cuando le preguntaron si estaba satisfecha contestó que lo estaba realmente. Wigginton, sin embargo, siempre lo negó ante la policía. Las otras fueron inexorables en su acusación de que había bebido la sangre del hombre.
Waugh declaró que cuando iba conduciendo hacia casa de Jervis, el aliento de Tracey olía a sangre humana, y Jervis dijo que después del asesinato parecía «casi satisfecha, como el que se acaba de comer tres platos…, lo que es mucho decir», se apresuró a añadir.
Las cuatro chicas estaban seguras de haber cometido el crimen perfecto. No había testigos y nadie relacionaría nunca a la víctima con ellas, sus asesinas.
Sin embargo, junto al cuerpo de Edward Baldock había quedado una prueba tan definitiva que hizo que las dos mujeres fueran detenidas unas horas después.
Aquella noche fatídica Edward Baldock podría estar demasiado ebrio para conducir, pero el alcohol no le hizo apartarse de sus hábitos cotidianos. Era un hombre meticuloso que, hasta en la playa, doblaba su ropa cuidadosamente comprobando que no caía nada del interior de los bolsillos.
Cuando Tracey Wigginton se fue a buscar a Lisa Ptaschinski al coche, él aprovechó la ocasión para esconder la cartera detrás de uno de los toldos del Club de Vela. Edward Baldock sintió miedo de que le atracara alguna de aquellas extrañas jóvenes, cuya oferta de mantener relaciones sexuales le parecía demasiado buena para ser cierta. Sospechaba, pero sólo del robo.
Baldock se inclinó para recoger del suelo una tarjeta de crédito del cajero del Commonwealth Bank y se la metió en un zapato. Aunque tenía cuenta en aquel mismo banco, la tarjeta no era la suya. El nombre que figuraba en ella era el de «T. A Wigginton».
La policía sospechaba que Tracey Wigginton había utilizado dos «navajas mariposa» de artes marciales para matar a Edward Baldock. Una semana antes del crimen la vieron en el patio de su casa afilando una de las hojas de doce centímetros y pocos días antes de la muerte de Baldock, Jervis compró la segunda navaja.
Ptaschinski declaró en el juicio que, aunque llevaba la navaja de Kím con el propósito de matar al hombre, no llegó a emplearla: «Estaba en pie detrás de él, pero no pude hacerlo. Tracey me arrebató el cuchillo y le apuñaló en la parte posterior del cuello, él gimió y se cagó encima.»
Las navajas eran parte esencial de las pruebas y la versión de Ptaschinski fue seguida atentamente. Sin embargo, el jurado no quedó convencido y la declaró culpable de homicidio involuntario.
MENTE ASESINA – Sedienta de sangre
Sus cómplices aseguraron que era una “mujer vampira”. Los psiquiatras diagnosticaron desequilibrio mental. ¿Dónde estaba la verdad?
Cuando, a través de los interrogatorios, la policía pudo reconstruir pieza por pieza el desarrollo de aquel crimen repugnante, resultó patente que Tracey Wigginton era una enferma.
El Tribunal de Salud Mental de Queensland estudió numerosos datos sobre ella. Tenía que decidir si su caso caía sobre el reglamento de M’Naghten para enfermos mentales o si debía ser sometida a juicio. Uno de los oficiales que la arrestó, el detective Nick Austin, de la Brigada de Homicidios, no estaba seguro de que se tratara de una demente.
Después de seis horas de interrogatorio afirmó que la acusada era “una mujer muy calculadora”.
“Tenía preparada la historia y sólo confesaba las cosas que sabía que nosotros conocíamos. Aquello no nos preocupaba, pero podía desconcertar a otros: una personalidad típicamente psicopática”, fue su tajante resumen.
A un psiquiatra que la interrogaba le confesó que lo único que le disgustaba realmente era que su actual amante, Donna Staib, mantuviera relaciones con otras mujeres.
Esta amante fue citada para testificar sobre el carácter de Tracey como parte del procedimiento para establecer el estado de salud mental de la detenida.
Miss Staib declaró ante el Tribunal que su amiga mostraba frecuentes cambios de carácter, pero que nunca la consideró agresiva y que jamás había dado pruebas de ser una persona violenta.
Dijo también que solía quedarse mirando a las musarañas y que se acostaba encogida, adoptando la posición fetal. Y que a veces llegaba a ser introvertida y cerrada en sí misma, negándose a hablar con nadie durante días. Añadió que a Tracey le gustaba dibujar los monstruos de las películas de miedo con escenas espantosas de momias y vampiros.
La misma detenida manifestó bajo hipnosis que tenía varias personalidades; una de ellas, el aspecto “Bobby” de su carácter, era sadomasoquista. Bajo esta personalidad, confesó haber tratado de relacionarse con una mujer conocida solamente como Jamie.
El asunto era humillante y desagradable. Jamie era el “amo” que golpeaba a su “esclava” con una correa y le hacía usar un collar especial con un candado que indicaba su completa sumisión. Esta historia contradecía curiosamente otras informaciones sobre ella, en las que se la consideraba dueña de una personalidad dominante y manipuladora.
Para decidir sobre el estado mental de la acusada, el Tribunal de Salud Mental convocó a varios prestigiosos psiquiatras con objeto de que le asesorarsen con sus diagnósticos. Wigginton había dado una extraña imagen de sí misma cuando les contó en una entrevista que grabaron en vídeo: “Me gustaría rebanarle a alguien la tapa de los sesos y decirle: Piensa, déjame verte pensar”.
El doctor James Clarke, psicólogo clínico y experto en hipnosis, estaba convencido de que Wigginton sufría el síndrome de la múltiple personalidad y que, legalmente, no era culpable de asesinato.
Lisa Ptaschinski fue la otra acusada sometida también a análisis psiquiátrico. Los doctores afirmaban que estaba atemorizada por Tracey y que creía firmemente que su amiga eran una “mujer vampiro”, que evitaba los espejos y sólo se arriesgaba a salir de noche, y cuando lo hacía de día usaba gafas oscuras.
El doctor Peter Mullholland, un especialista en psiquiatría del Royal Hospital de Brisbane, diagnosticó que Lisa padecía una grave enfermedad mental conocida como próxima al trastorno de personalidad.
Describió sus síntomas “entre la neurosis y la psicopatía”. Su comportamiento, al que estaba sólidamente aferrada, incluía un tipo de relaciones intensas e inestables, la automutilación y los repetidos intentos de suicidio.
Sin embargo, otros psiquiatras discutían el hecho de que Ptaschinski padeciera cualquier enfermedad y afirmaban que la joven fue plenamente consciente de sus actos durante la noche del crimen.
El doctor Francis Vargeese, del hospital Princesa Alejandra, dijo que, aunque la personalidad de Ptaschinski se apartaba ampliamente de las normas establecidas, no significaba que padeciera una enfermedad mental. “No creo que su trastorno de la personalidad signifique una anormalidad de la mente. Es una variación de la estructura de la personalidad humana”, matizó concisamente.
Nadie pudo proporcionar el motivo que justificase el asesinato de Edward Baldock. ¿Tan poderosa era Tracey Wigginton como para persuadir a tres mujeres adultas y embarcarlas en una aventura criminal sólo porque les había dicho que necesitaba beber sangre? ¿O estaban tan alejadas de los valores morales de la comunidad que un asesinato llegó a ser para ellas una simple diversión?
EL ARRESTO – Un sórdido final
Fue una muerte triste e indigna para un intachable padre de familia. Las asesinas ni le conocían ni tenían nada en contra de él; les resultaba completamente indiferente. Eran cuatro mujeres, «necesitaban» una víctima y encontraron al bebedor pero inofensivo Edward Baldock, quien sucumbió ante su ataque salvaje.
La casa de Jervis, en Clayfield, estaba a unos nueve kilómetros de distancia. Las cuatro mujeres volvían del lugar del crimen en un estado de euforia. Entraron en el piso aliviadas, pero la sensación de seguridad fue efímera: Wigginton advirtió enseguida que había perdido la tarjeta del banco Commonwealth y reconoció que se le podía haber caído junto al cuerpo del hombre.
Decidieron que lo más seguro era volver al escenario del crimen para buscar la tarjeta, en lugar de dejarla como una prueba definitiva en manos de la policía.
Wigginton y Ptaschinski volvieron a Orleigh Park y al ver que el cadáver de Edward Baldock continuaba en el suelo, aparentemente inadvertido, se quedaron más tranquilas.
Registraron inútilmente la zona y, al cabo de un rato, Tracey Wigginton llegó al convencimiento de que la había perdido en cualquier otro lugar. Para volver a Clayfleld tomaron una carretera junto al río, frecuentada por amantes en sus coches y por mirones ocasionales.
Las chicas no estaban interesadas en las actividades ajenas. Ahora tenían miedo y solamente deseaban llegar a casa. Entonces sus temores se hicieron realidad: les dio el alto una patrulla de policía de carretera.
Se trataba de una investigación rutinaria para controlar a conductores ebrios o vehículos robados. En medio del pánico, las mujeres, obsesionadas por el asesinato, habían salido del piso sin la documentación del coche.
Lisa Ptaschinski, al volante, fue incapaz de encontrar el permiso de conducir y la policía tomó nota de los datos del coche y de la conductora. Le hicieron también un test de respiración para comprobar que estaba sobria y le dieron instrucciones para que presentara el permiso en la comisaría lo antes posible; después, los agentes les autorizaron a continuar.
Volvieron al piso de Jervis completamente aterradas y entre las cuatro cómplices cundió el pánico. Su crimen perfecto había fallado. Estaban convencidas de que la policía relacionaría su coche con el cadáver aparecido junto al río. Se reunieron para preparar unas coartadas que despistaran a los agentes.
Alguien más permanecía despierta por el miedo en aquellas horas grises del amanecer del sábado. La señora Elaine Mable Baldock se despertó sobresaltada y buscó a su marido junto a ella. No estaba. A las cinco, sin poder soportar la angustia, telefoneó a la policía. Pero no tenían noticias de Edward Baldock ni compartían la inquietud de la esposa por su maduro y bebedor cónyuge. Tenían la experiencia de que, antes o después, los maridos volanderos acaban volviendo a sus preocupadas y enfurecidas mujeres.
Sin embargo, la señora Baldock conocía las costumbres de Edward. Llevaban casados veinticinco años. Sabía que algo grave había ocurrido para que estuviera fuera de casa hasta tan tarde. A las ocho de la mañana llamó de nuevo a la policía. Esta vez enviaron tres agentes para interrogarla porque ahora tenían noticias del asesinato de un hombre de mediana edad. Un notario que cruzaba el río en bote y dos señoras dando un paseo, habían descubierto el cadáver.
La policía acordonó la zona y encargó del caso al sargento jefe de detectives Pat Glancy. Este, a los pocos minutos, encontró la tarjeta de Tracey Wigginton dentro del zapato izquierdo de la víctima.
Un equipo de televisión se precipitó a acudir a la orilla del río para filmar la espantosa escena.
También estaba allí la asesina. Durante la larga noche hasta la aurora, comprendió que el «crimen perfecto» había fracasado por su culpa. Sabía que la tarjeta estaba en el punto exacto donde había asesinado a Baldock y fue hacia allí una vez más sin hacerse acompañar por ninguna de sus compañeras. Decidió buscarla de nuevo a la temprana luz del amanecer; pero no era lo bastante temprano.
Cuando vio a la multitud que rodeaba el cadáver, se escabulló rápidamente y regreso al piso. Tenía que avisar a sus amigas de que la policía había encontrado el cuerpo del viejo.
Poco después del descubrimiento del cadáver, la policía comprobó que el Holden verde detenido la noche anterior por una patrulla pertenecía a la persona cuya tarjeta apareció en el cadáver de la víctima. Suponían que aquel peculiar asesinato tenía una fácil solución. La propietaria de la tarjeta de crédito sería la amante de la víctima al que habría asesinado en el curso de una discusión.
Mientras tanto, a eso de la una del mediodía, Tracey Wigginton volvió al Club de Vela por cuarta y última vez a lo largo de aquellas doce horas terribles. En esta ocasión estuvo con los detectives, quienes filmaron en vídeo el desarrollo de aquella última visita. Cuando la preguntaron si en algún momento había estado cerca de donde se encontró el cadáver, Wigginton respondió vagamente: «Bueno, no lo recuerdo exactamente, pero Kimmie y yo estuvimos haciendo una especie de carrera por la zona”.
Contó la historia que habían urdido entre las cuatro. Dijo que Jervis y ella habían estado en Orleigh Park el día anterior…, no la última noche. Mencionó también a una pareja de aspecto sospechoso que merodeaba por la zona.
Sometida a interrogatorio, Tracey comenzó a titubear y cambió la historia. Confesó haber ido al parque a primera hora de la noche y haber tropezado con un cuerpo en la oscuridad, pero añadió: «Estaba demasiado asustada para llamar a la policía.»
Tracey Wigginton no fue la única de la pandilla en desdecirse de la coartada falsa… Al mismo tiempo que ella cambiaba su relato, Ptaschinski perdió los nervios. Salió del piso y estuvo vagando, confusa y asustada, hasta que no pudo soportar la culpabilidad o la tensión de saberse perseguida, y se dirigió a la comisaría más cercana.
A las siete de la tarde de aquel mismo día, Wigginton y Ptaschinski fueron acusadas del asesinato de Edward Baldock. Lo mismo ocurrió con Jervis, poco tiempo después. Waugh, detenida primero y luego puesta en libertad, fue de nuevo detenida posteriormente. Tracey Wigginton fue acusada independientemente de sus tres compañeras, y Tracey Waugh quedó en libertad bajo fianza.
El asesinato de Edward Baldock suscitó el acostumbrado frenesí de los medios de comunicación, especialmente cuando, después del registro policial, se insinuó que en el crimen había indicios de magia negra. Esta teoría se apoyaba en la descripción de la lápida mortuoria que decoraba la vivienda de Jervis Claystone.
Resultaba sorprendente que aquel crimen brutal fuera obra de mujeres. Los criminólogos escribieron artículos en los que explicaban la razón por la que en los asesinatos femeninos no se solían emplear métodos tan brutales y las feministas se interesaron en el caso achacando el salvajismo del hecho al temor que las mujeres sienten por el hombre. Sin embargo, como pasaban los días y no se celebraba el juicio, decayó el interés popular por el tema.
Por otra parte, detrás de los muros de la cárcel de mujeres, los detectives y los psiquiatras se sentían horrorizados y asqueados por el trasfondo que el relato del crimen sugería.
Wigginton fue profundamente psicoanalizada, en parte porque se había confesado autora del crimen y porque era necesario comprobar si estaba legalmente sana cuando cometió el asesinato.
Tracey Wigginton dio a conocer su trastorno de múltiple personalidad a través del psicoanálisis y de la hipnosis. Los doctores James Clarke, especialista en psiquiatra de la Universidad de Nueva Gales del Sur, y James Quinn, psiquiatra forense, hipnotizaron a la acusada durante veintiséis horas y ambos la diagnosticaron como una enferma mental.
Después del exhaustivo examen psiquiátrico los especialistas declararon también que habían detectado en ella cuatro personalidades diferentes.
Era «Tracey la Grande», una adulta depresiva; «Tracey la joven», una tímida criatura de ocho años; «Bobby», el asesino despiadado, y «El Mirón», un frío y distante observador de los otros tres.
Las sesiones de hipnotismo se grabaron en vídeo y las cintas se proyectaron ante la policía y el tribunal médico. De este modo se podía confirmar la validez de cualquier diagnóstico psiquiátrico.
En aquellas cintas aparece Tracey Wigginton experimentando diversas transformaciones y cambios de humor. Su voz varía de acuerdo con la personalidad que adopta su mente. En un tono profundo, masculino, «Bobby» declara ser el homicida, confesando que su odio hacia «todos ellos» le indujo a asesinar al indefenso Edward Baldock.
«El Mirón» explicaba tranquilamente que «ella estaba matando a mucha gente, a todo el que la molestaba, a su novia Donna, a su madre, a su abuela, a su hermana».
Cuando está hipnotizada, Wigginton llora y gime, pero al salir de ese estado fuma incesantemente y habla sin parar. Su lenguaje se hace anhelante y atropellado. «Pensando en la posibilidad de que estas manos hayan asesinado a alguien, no logro comprender el hecho de que ellas y yo matáramos a una persona, a un ser humano, una vida extinguida, lo definitivo.»
Algunos severos observadores tenían la sensación de que la acusada adoptaba las actitudes y los modos de las series diarias de televisión, e hicieron cálidos elogios de la capacidad de interpretación de la joven.
Los psiquiatras Quinn y Clarke, por su parte, estaban convencidos de la exactitud de su diagnóstico de síndrome de múltiple personalidad. Clarke afirmaba que podía medir algo de lo que llamaba «hipnotizabilidad» y que Wigginton estaba absolutamente hipnotizada y tenía que decir la verdad, siendo incapaz de fingir cualquier tipo de estado emocional.
Fue significativo el hecho de que Tracey no confesara nunca su pretendida afición por la sangre o que hubiese bebido la del muerto. Esta afirmación procedía de las otras tres mujeres cómplices del crimen. Wigginton no negó que hubiera asesinado a Edward Baldock, ni su interés por el ocultismo y el satanismo, pero ni siquiera hipnotizada confesó nunca su papel de vampiro.
Quinn y Clarke no entregaron toda la información obtenida en las sesiones de hipnotismo. Indicaron que había padecido una infancia de abandono, crueldad y abusos sexuales y que todo ello podía haber provocado su inestabilidad emocional. En resumen, diagnosticaron que la acusada era una enferma mental.
El Tribunal Médico de Queensland, formado por el juez Ryan del Tribunal Supremo y los doctores Norinan Connell y Gordon Urquhart también interrogaron a Wigginton. Después de estudiar los informes de los otros especialistas dictaminaron que a la acusada no se la podía ser considerar una enferma mental.
Tracey Wigginton era consciente de su comportamiento, responsable de sus actos y calibraba las consecuencias. A finales de enero de 1991, Tracey Avril Wigginton, la estudiante de Wardell Street, Enoggera, fue declarada culpable de asesinato y condenada a cadena perpetua en la cárcel de mujeres de Brisbane.
El club Lewmors
El club Lewmors cerró a raíz del escándalo y sigue en desuso en el Valle. Su propietaria y encargada, Bettina Lewis, declaró que las muchachas eran clientes asiduas y de buen comportamiento. «No puedo dormir por las noches pensando en que esas desgraciadas bebían en mi club -dijo la señora Lewis, que ahora trabaja en un almacén de alfombras-. Es lo más horrible que he oído nunca, y yo, como una pobre bastarda, era la que les servía las copas.»
Videos de terror
La policía declaró que los vídeos de terror influyeron en Tracey Wiggínton que disfrutaba viéndolos a cámara lenta. Donna Staib, su amiga, confesó que la noche anterior al crimen Tracey había estado reproduciendo a cámara lenta una escena en la que a un hombre le reventaban la cabeza de un tiro, y añadió que su amante había estado contemplando aquella escena en particular hasta docena y media de veces.
EL JUICIO – Víctimas de la «mujer vampiro»
La muerte de la víctima fue algo real, y patente el dolor de su viuda. Por lo tanto, era esencial que el jurado viera a aquellas mujeres como tres asesinas potenciales y no como unas jóvenes dementes.
Los medios de comunicación dieron escasa importancia al juicio de Tracey Wigginton, quien, en enero de 1991, fue condenada a cadena perpetua. El de las otras tres chicas acusadas de un brutal asesinato prometía ser espectacular y la sala se llenó. En ella se agolpaban en pie las familias de las inculpadas, la de la víctima y la asociación de lesbianas de Brisbane, para escuchar los dramáticos detalles.
Las tres mujeres mostraron escasa emoción a lo largo del juicio y se comunicaban muy poco entre sí. Su principal contacto consistía en ofrecerse vasos de agua (¡no de sangre!) unas a otras. Se negaron a prestar declaración, por lo que la acusación presentó en la sala las cintas de vídeo con los interrogatorios de la policía.
La familia de Ptaschinski no asistió a la vista. Ella se sentó con los brazos cruzados y una expresión terriblemente airada. Vestía de negro y lucía en el antebrazo un tatuaje con el sexo femenino. El cabello, que llevaba muy corto en la época del crimen, le había crecido, y ahora los rizos negros le llegaban hasta los hombros.
Jervis había sufrido una lamentable transformación durante la espera del juicio. Tenía el cabello lacio y grasiento, y los ojos hundidos, rodeados de círculos oscuros. Boquiabierta, parecía asombrada por lo que le estaba ocurriendo. Al final del juicio empezó a intercambiar alguna sonrisa con Tracey Waugh, su antigua amante y la única de las tres que había conseguido la libertad bajo fianza.
Los padres de Waugh acompañaron a su hija durante todo el juicio. Parecía la misma imagen de la inocencia, como sugirió el fiscal Gundelach al comentar que «tenía el aspecto de una estudiante de dieciséis años».
Los abogados defensores describieron a Tracey Wigginton como una mujer manipuladora y peligrosa que dominaba a las demás por el temor. Julie Dick, la representante de Ptaschinski, puntualizó que «su cliente estaba hechizada». Que aunque se sintió fascinada por la «peligrosa y escalofriante» aventura de beber sangre, nunca creyó que podría ocurrir.
Un psiquiatra citado por la defensa declaró que la acusada sufría una enfermedad mental conocida como trastorno límite de la personalidad que perjudicaba su capacidad para ponderar los hechos que condujeron al asesinato y a su realización.
El doctor Peter Mulholland declaró: «Es obvio que Lisa cayó en el error de creer que su amiga era una «mujer vampiro» y consideraba el plan para matar a alguien que calmara la sed de sangre de Tracey como una «broma pesada», hasta que sucedió realmente. No pensaba que Tracey Wigginton quisiera matar realmente, y se sintió aterrada cuando su amiga le mandó apuñalar a aquel hombre.»
El letrado de Jervis, Michael Hogan, alegó que también su cliente consideraba el plan como una broma, pero que cuando se produjo el asesinato, el miedo que sintió por Wigginton le impidió hacer algo. En una grabación que se dio a conocer al jurado, Jervis declaraba a la policía: «Yo creí que era una broma, que sólo se trataba de charlar, no de actuar. Fue el mayor error de mi vida.»
Continuaba diciendo que Wigginton quería que la viera beber la sangre. Describió la escena que se desarrolló junto al cadáver y dio su versión sobre el comportamiento de sus compañeras. «Quiero asustaros, conseguir crear un infierno en vosotras -había dicho Tracey-. Si alguien me toca cuando estoy haciéndolo, soy capaz de arrancarle un brazo.» Y continuó: «Ahora estoy satisfecha.» Jervis añadió en su declaración: «Nunca se acercó y nos dijo: «Lo he matado» o algo parecido.»
Durante el juicio salieron a relucir algunas extravagantes teorías sobre fenómenos sobrenaturales que presentó la defensa de Tracey Waugh, la tercera acusada. Afirmó que las tres habían caído bajo el «control mental» de Wigginton después de que ésta rompiera el crucifijo que Jervis llevaba al cuello.
«En cuanto le quitó la cruz, Kim se quedó sin protección», según decía Waugh en una entrevista cuya cinta se presentó ante el tribunal. Declaró también que Tracey Wigginton era una adoradora del diablo, capaz de desaparecer dejando solamente visibles sus «ojos de gato».
“Tracey tiene una mente poderosa. Te ata. No puedes dejar de hacer lo que te manda», declaró Waugh. Y continuaba, que había advertido a Wigginton en el club Lewmors que el plan era un error. «Le dije que no queríamos hacerlo, y ella contestó que tenía preparado algo distinto y que no debíamos preocuparnos. Entonces se puso en pie para marcharse, alzó la mano y yo salí sencillamente tras ella.»
El equipo defensor de las tres acusadas estuvo de acuerdo en inculpar exclusivamente a Tracey Wigginton, de quien dieron una visión aterradora. El letrado Peter Feeney, defensor de Waugh, dijo que la joven no había tratado de evitar el crimen o de buscar ayuda porque se lo impedía el temor a las represalias de su amiga, e insistió en que, al contrario que las demás, no desempeñó un papel activo en aquel macabro proyecto.
Afirmó que su cliente oyó decir a Wigginton que la consideraba una víctima de reserva por si las otras no conseguían un extraño a quien asesinar. «Todo lo que deseaba era encontrar a alguien que le pudiera dar sangre.»
«Obviamente, un asesinato sangriento», estas fueron las palabras con que el fiscal, Adrian Gundelach, resumió el caso contra Ptaschinski, Waugh y Jervis, ante el jurado del Tribunal Supremo. Aquellas tres mujeres no eran unas adolescentes ingenuas captadas para un culto pseudosatánico, y añadió, que el jurado no debía dejarse engañar por su aspecto juvenil. Eran unas personas adultas que planearon un asesinato y buscaron a la víctima, aunque después no llegaran a apuñalarla.
Continuó diciendo que no habían intentado disfrazarse o vendar los ojos a Baldock, porque tenían intención de matarlo y no corrían peligro de que las identificara.
Después de catorce días de vista el jurado se retiró a deliberar. Elaine, la viuda de Edward Baldock, estaba en la sala cuando el portavoz del jurado emitió el veredicto.
Lisa Ptaschinski, veinticuatro años, de Tongarra Street, Leinchhardt, permaneció impasible en el banquillo cuando se la declaró culpable de asesinato. El juez MacKenzie la condenó a cadena perpetua. Kim Jervis, veintitrés años, técnica en fotografía, de Montpelier Street, Clayfield, sollozaba silenciosamente cuando fue sentenciada a dieciocho años por el cargo menor de homicidio involuntario.
El jurado dejaba en libertad a Tracey Waugh, veintitrés años, una desempleada de Miles Street, Clayfleld. Salió de la sala como una mujer libre, en compañía de sus padres.
Al sentenciar a Ptaschinski, el juez manifestó que no tenía otra opción que la de condenarla a cadena perpetua. «Es patente la naturaleza deleznable y cruel de los acontecimientos en los que participó usted aquella noche, dadas las pruebas escuchadas durante el juicio y que no necesitan mayores consideraciones.» Y dirigiéndose a Jervis añadió: «Usted sabía lo que estaba a punto de suceder y no tuvo piedad de Edward Baldock, otro ser humano.»
Elaine Baldock estaba en la puerta de los tribunales acompañada por unos amigos que la consolaban, y en un momento determinado gritó: «Ojalá se mueran, ojalá se mueran en la cárcel.»
Una extraña enfermedad
El doctor David A. Dolphin, un bioquímico canadiense, cree que los vampiros son unas personas que padecen una incurable enfermedad genética llamada porfiria. Esta produce una carencia de grupo hem, el pigmento rojo de la sangre que transporta oxígeno a la hemoglobina.
El doctor Dolphin sugiere que los enfermos de porfiria podrían obtener los hem que su hígado no puede producir chupando la sangre de otros seres vivos. Esta teoría ha sido muy controvertida, ya que los hem no pueden pasar a través de las paredes del estómago para incorporarse a la corriente sanguínea, de modo que los enfermos de porfiria no pueden sanar bebiendo sangre.
DEBATE ABIERTO – Solo para mujeres
Algunas mujeres se enamoran de otras de un modo tan apasionado que la separación les resulta insoportable. Quien pretenda deshacer una de estas parejas corre un grave peligro ya que, para evitarlo, estas amantes están dispuestas a matar.
A lo largo del siglo XVII circulaban por las cortes reales rumores a propósito de la emperatriz de Rusia Catalina la Grande; se decía que tras el despiadado asesinato de su marido, concedía descaradamente sus favores a amantes de ambos sexos.
Trescientos años después, alrededor de los ochenta en Indiana, una lesbiana concibió un plan para librarse de su marido. Convenció a su amante para que disparara sobre él y enterrara el cuerpo en una pocilga. Para lograr su empeño solicitó también la ayuda de su primo. La peripuesta y femenina Loretta Stonebraker y “Big Helen” Williams, de 1’80 de estatura, habían intimado varios años atrás, antes de encontrarse casualmente en Parke Country, Indiana, a comienzos de los ochenta.
La torpe y gigantesca Helen, de rostro infantil, famosa por su habilidad y valor para enfrentarse a los hombres, estaba loca por Loretta. Más tarde manifestó en la Sala que aceptó colaborar en el proyecto de asesinato. “El motivo fue que me enamoré de ella, de la señora Stonebraker”.
No la habían convencido los ofrecimientos iniciales de dinero por parte de Loretta para que cometiera el crimen. Cambió de actitud cuando ésta le prometió que, si moría su marido, vivirían juntas. Así pues, el 24 de febrero de 1984, Helen condujo a Marion Stonebraker, junto con John Sigler, primo de Loretta, hasta unas pocilgas de la localidad. Luego los dejó solos y, poco después, Sigler sacó un revólver y pegó un tiro en la nuca a su pariente.
Son difíciles de comprender los motivos de Loretta para asesinar con tal urgencia a su marido. Es poco probable que fuera por razones económicas, ya que malgastó la mayor parte de las 170.000 libras del seguro de vida o las empleó en ayudar a parientes y amigos.
Por otra parte, el matrimonio no debía de ser un tormento para ella, puesto que mantenía relaciones sexuales con hombres y mujeres. Y cuando, tras una breve luna de miel, se cansó de la aventura amorosa con Helen y la puso en la calle, los rumores sobre el asesinato se hicieron cada vez más insistentes.
No ayudó mucho Big Helen pues con el corazón destrozado habló demasiado y a demasiada gente sobre su participación en el crimen. En febrero de 1985, los tres conspiradores estaban detenidos y en espera de juicio. Helen lo confesó todo, y en marzo, Loretta y Sigler empezaron a cumplir una condena a sesenta años de cárcel, mientras ella, condenada a veinticinco, ingresó en la misma prisión que su amante.
Treinta años antes, en otro juicio a dos lesbianas por asesinato, se demostró que el mayor castigo para ellas era la separación.
Una pareja de adolescentes lesbianas de Nueva Zelanda, Juliet Hulme y Pauline Parker, golpearon a la madre de la segunda hasta causarle la muerte. Después de declarar a aquellas dos jóvenes asesinas culpables de asesinato, el Ministro de Justicia de Nueva Zelanda anunció que las colegialas amantes serían enviadas a diferentes instituciones porque, según su criterio, era el mayor castigo que podía imponerlas.
Este dictamen demostró ser igualmente adecuado para las asesinas Christine y Lea Papin, dos hermanas huérfanas que mantenían una relación lesbiana e incestuosa. En 1933, se las declaró culpables de la brutal matanza de su señora y la hija de ésta, en su casa de Le Mans, en Francia.
Ninguna de las jóvenes tenía motivos para cometer aquel crimen. Es incomprensible que dos sirvientas se cebaran en sus señoras con tal ferocidad, arrancándoles los ojos con las manos antes de destrozarlas hasta darles muerte con una navaja y un martillo.
Una posible teoría que explicaría tal estallido de salvajismo era que las víctimas, madame Lancelin y su hija, se enfrentaron con las sirvientas a causa de la relación lesbiana entre ambas. Quizá las hermanas temieron desesperadamente la separación y esto era algo que por lo menos una de ellas, Christine, era incapaz de soportar.
Posteriormente, cuando las aislaron en espera de juicio, se volvió tan violenta que tuvieron que aplicarle una camisa de fuerza, se puso en huelga de hambre y aullaba como un perro durante la noche, clamando por su “querida Lea”.
En el caso de ésta, aunque también fue declarada culpable de asesinato, el jurado admitió que se encontraba bajo la influencia de su hermana de veintiocho años, y como consecuencia, la sentencia se redujo a quince años de trabajos forzosos.
Christine, condenada a muerte, vio conmutada la pena por la de trabajos forzados de por vida. Mostró inequívocos signos de locura y en 1937 la trasladaron a un hospital psiquiátrico, donde murió cuatro años después de la separación de su hermana. Lea quedó en libertad al cabo de diez años y en adelante vivió de modo discreto.
Conclusiones
Tracey Wigginton cayó en una profunda depresión cuando ingresó en la cárcel, pero fue adaptándose a las condiciones de la prisión de mujeres de Brísbane, en Boggo Road. Fue bibliotecaria y estudió el manejo de los ordenadores.
La familia de Wigginton se quejaba de que curiosos y chiflados la molestaron desde los comienzos del caso. Rhonda Hopkins, la madre de Tracey, dice que su hija «había soportado bien» la escuela. «Todos tenemos que cargar con nuestras vidas. Por favor, déjenla hacerlo dignamente.»
La familia Baldock no supera el horror del crimen. La señora Elaine Baldock está especialmente amargada. «No me cabe en la cabeza que fueran mujeres las que lo hicieron, que fueran mujeres.» La familia está disgustada porque las sentencias le parecen demasiado suaves.
La muerte de Edward Baldock supuso para la familia el pacto de una generosa pensión que les permitió comprar una casa. Siempre habían vivido en alquiler. Su viuda ha colocado en la puerta principal una placa de bronce en recuerdo del marido desaparecido.
Kim Jervis prestó un recurso contra de la severidad de su condena de dieciocho años por homicidio involuntario.
Fechas clave
- 08/89 – Jervis presenta a Wigginton y a Waugh.
- 13/10/89 – Las tres se reúnen de nuevo en el club Lewmors. Jervis lleva a Ptaschinski.
- 18/10/89 – Las cuatro mujeres planean un asesinato en el piso de Jervis.
- 20-21/10/89
– 1,00 p. m. Edward Baldock está bebiendo en un bar de la localidad.
– 4,00 p. m. Entra en el Caledonian Club para jugar una partida de dados.
– 10,00 p. m. Las mujeres beben champán en el Lewmors.
– 11,30 p. m. Salen del club y emprenden la búsqueda.
– 12,00 p. m. Recogen a Baldock y lo llevan a Orleigh Park.
– 1,00 a. m. Abandonan el cuerpo y vuelven al piso de Jervis.
– 5,00 a. m. La señora Baldock llama a la policía.
– 6,20 a. m. El cuerpo sin vida de Edward Baldock aparece junto al río Brisbane
– 8,00 a. m. La señora Elaine Baldock vuelve a llamar a la policía, llegan a su casa tres detectives
– 11,30 a. m. La policía visita a Wigginton y la hace volver al lugar del crimen.
– 7,00 a. m. La policía acusa a Wigginton del asesinato. - 31/01/91 – Comienza en el Tribunal Supremo de Brisbane el juicio contra Ptaschinski, Jervis y Waugh.
- 06/02/91 – El doctor Mulholland presenta pruebas de la demencia de Ptaschinski
- 12/02/91 – El crimen fue un “claro asesinato sangriento”, en palabras del fiscal.
- 13/02/91 – El jurado se retira a deliberar.
- 15/02/91 – El jurado considera a Ptaschinski culpable de asesinato y absuelve a Waugh.
VÍDEO: LISA Y TRACEY, ASESINAS VAMPIRAS LESBIANAS (ALEMÁN)