Licia Guarnieri

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Licia Guarnieri
  • Clasificación: Asesina
  • Características: Parricida - Se había separado recientemente de su marido y éste amenazó con quitarle sus hijos
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 1 de junio de 1951
  • Fecha de detención: 1 de junio de 1951
  • Fecha de nacimiento: ????
  • Perfil de la víctima: Sus hijos gemelos Walter y Armando, de 4 años
  • Método del crimen: Estrangulación con una media de cristal
  • Lugar: Barcelona, España
  • Estado: Condenada a 60 años de prisión en mayo de 1953
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Licia Guarnieri

José María de Vega

Lloraban los policías que los encontraron en la cama del hotel Condal de las Ramblas barcelonesas, cuidadosamente vestidos y peinados. Nadie hubiera dicho que aquellos dos angelotes de cuatro años, Walter y Armando, estaban muertos. Pero los policías, alertados minutos antes, sabían que sí estaban muertos, y además, un círculo violáceo en torno al cuello de cada uno certificaba que no era un sueño tranquilo el que los mantenía inmóviles sobre una cama de hotel.

Unas horas antes, Licia Guarnieri, suiza, casada con un español, del que estaba separada hacía pocos meses, llamaba por teléfono a su socio comercial. Ella era pintora-decoradora, tenía gran sensibilidad artística -sensibilidad incluso enfermiza-. Le dijo:

-Tengo que verte. Acabo de matar a mis hijos.

Hubo un silencio al otro lado del hilo. Ante la noticia increíble, inquirió el socio de Licia:

-¿Dónde están? ¡Dime dónde están! Quizá podamos salvarlos.-

-Es inútil. Vete al café X. Allí te lo contaré todo.

Fue el socio de Licia. Pero fue acompañado de un agente de Policía. Mientras la desgraciada mujer iba desgranando la horrible historia, la máquina policíaca estaba en marcha. Inútilmente. Los hombres duros, acostumbrados a tantas brutalidades, a tanta sangre, lloraban impotentes ante una cama del hotel Condal, en Las Ramblas.

Licia Guarnieri se había casado, como hemos dicho, con un español. Ella quería que su primer hijo naciese en España. Vinieron a vivir a Madrid y allí nació, efectivamente, un hijo, pero murió a los pocos meses. Se fueron a Barcelona.

Antes habían estado en Francia, donde nacieron los gemelos Walter y Armando. Volvieron a la Ciudad Condal.

El matrimonio se llevaba mal. El carácter dominante de ella tenía la culpa. Decidieron separarse. Los niños fueron internos a un colegio regido por religiosas, en Sarriá. Ella se instaló en una pensión y puso un negocio de decoración a medias con un amigo del matrimonio. Los domingos y días festivos iba a buscar a Walter y Armando al colegio, los llevaba con ella a la pensión, les compraba siempre juguetes, dulces…

-Los adoraba -era el comentario de todos cuantos conocían a Licia Guarnieri.

El día 1 de junto de 1951, Licia y su marido tuvieron una entrevista, cosa muy frecuente. Aquella vez fue tormentosa. El marido le dijo a Licia que iba a quitarle sus hijos, a llevárselos de allí.

Para el extraño carácter de Licia Guarnieri, aquello fue demasiado. Cuando llegó a su pensión, le pidió a la hija de lo dueña:

-¿Quiere usted acompañarme al colegio de los niños? Voy a llevarlos mañana de compras.

En un taxi, las dos mujeres se encaminaron al colegio de Sarriá. La hija de la dueña de la pensión, a petición de Licia, bajó a buscar a los niños. Volvió con ellos y con una monja, que al reconocer a Licia no tuvo inconveniente en que se fueran con ella.

-Vamos a buscar un hotel -dijo Licia-. No quiero ir a la pensión por si se presenta mi marido.

Buscaron habitación en el Avenida. No había. Mientras tanto, Licia rogó a la joven que la acompañaba que le comprase varios tubos de pastillas para dormir. Estaba nerviosa, deprimida.

Cuando los hubo comprado, la joven se excusó. Tenía que volver a casa. Licia parecía enfadada, porque cerró la puerta del taxi dando un portazo. Luego dio al chófer la dirección del hotel Condal. Por el camino -declararía luego el taxista- iba besando apasionadamente a sus hijos.

Primero dio a los niños las pastillas que había hecho comprar. Adormilados, los metió en la bañera y allí los estranguló con una media de cristal. Después los vistió, los peinó, los metió en la cama…

Por la mañana salió, diciendo que los niños estaban dormidos. Anduvo vagando por toda la ciudad. Hasta que llamó a su socio, le contó lo que había hecho y fue detenida.

En la primavera de 1953, dos años después, se celebró el juicio oral. Pero no pudo celebrarse en la Audiencia, porque Licia, al enterarse de que el fiscal solicitaba para ella dos penas de muerte, se negó a levantarse de su lecho en la prisión. Y en la misma Prisión de Mujeres se constituyó el Tribunal, con los cinco magistrados que son preceptivos cuando se solicita la última pena para el reo.

Licia Guarnieri fue conducida ante sus jueces en un sillón de ruedas. Junto a ella iban dos monjitas de las que prestan servicio en la cárcel. No contestó a ninguna pregunta. Ni al presidente, ni al fiscal, ni a su defensor, don Antonio Solís Pascual. Permaneció silenciosa, con la vista baja, durante todo el tiempo que duró la causa.

En estas circunstancias, la prueba más importante era la pericial aportada por afamados psiquiatras catalanes. Se habló de esquizofrenia. El señor Solís Pascual, frente a las dos penas de muerte solicitadas por el Ministerio Público, pedía la libre absolución de su patrocinada, basándose en su irresponsabilidad mental.

La declaración, entre los testigos, del marido de Licia fue también favorable para ella. Era un temperamento indudablemente desequilibrado. Tuvieron que separarse por esa causa.

Sesenta años de reclusión dictó el Tribunal que juzgó a Licia Guarnieri. Treinta años por la muerte de Walter. Treinta años por la muerte de Armando. A Licia le leyeron la sentencia en su celda de la Prisión de Mujeres. No dijo nada. No la firmó.


Mujeres que matan a sus hijos en un hotel

Francisco Pérez Abellán – Libertddigital.com

28 de mayo de 2010

El 1 de julio de 1951 Licia Guarnieri fue a buscar a sus mellizos de cuatro años, Walter y Armando, al colegio de Sarriá, los metió en un taxi. Ya en Las Ramblas, buscó un hotel, el Cuatro Naciones, se encerró en su cuarto y estranguló a los pequeños, los metió en la bañera, los vistió con sus mejores ropas y los abandonó, muertos, sobre la cama.

Muchos años más tarde, también en Cataluña, una súbdita inglesa, que supuestamente era pareja de un presunto pederasta, buscó un hotel en Lloret de Mar, se instaló con sus hijos: una niña de cinco años y un bebé de once meses, en una habitación, los asfixió con una bolsa de plástico y dio la voz de alarma.

Licia era una suiza decoradora en seda y la inglesa, Lianne Smith, un ama de casa temerosa de que le quitaran sus hijos, puesto que habían detenido a su pareja.

En los dos casos, las damas asustadas se desprendieron de la pesada carga de cuidar a sus retoños con el pensamiento de que, si no se desprendían de ellos, tendrían que sufrir por su ausencia. La Guarnieri estranguló a sus hijos con unas medias de cristal, y los sumergió en la bañera para estar segura de que habían muerto.

Personalmente, sostengo que la gente que mata niños no tiene por qué estar loca. A lo peor matan por venganza, por hacer sufrir a su ex pareja o por lo que dicen los psiquiatras que es un suicidio ampliado: es decir, que acaban con sus vidas para no dejarlos en el mundo cruel sin sus madres que los adoran. Y, aunque parezca mentira, estas dos damas, la suiza y la inglesa, estoy seguro de que amaban a sus hijos. Entonces, ¿por qué los mataron? Porque sufrieron un trastorno mental, transitorio o no, con resultado psicótico seguro, que las convirtió en el peor enemigo de la vida y la felicidad. Mataron a sus hijos para hacerse daño a sí mismas.

Licia estaba casada con un español que supo perdonarla después de aquel asesinato; permaneció junto a ella, veló por su salud y la cuidó, en un acto de amor que nadie podría suponer después de lo ocurrido. En el caso de la inglesa, asunto reciente, descubierto el 21 de mayo, pensó que, luego de que desapareciera el hombre de su vida, al que había soportado con las sospechas y las persecuciones, estaba buscado por la policía de medio mundo, era posible que le quitaran a sus niños, y antes de que eso ocurriera estaba dispuesta a quitarles la vida. Cuando unas madres apasionadas, entregadas, amorosas, pero amenazadoras, dan un paso adelante, siempre queda el tufo de un cierto fracaso de los servicios sociales.

En España, siglo XXI, si un recién nacido es encontrado muerto en la basura, la responsabilidad es en parte de los servicios sociales, que no son capaces de transmitir que pueden hacerse cargo de los niños, cuidarlos, procurarles la paz social y, si hace falta, hasta unos padres nuevos.

Las parejas que conciben hijos y no pueden ocuparse de ellos estarían dispuestas a entregarlos en determinadas condiciones. Y dado que hay muchas familias que adoptarían niños, incluso de cuatro años y más, el secreto es mantenerlos vivos. ¿Y cómo se logra eso? Dando tranquilidad a las madres. Que llamen al número de ayuda antes de encerrarse en el hotel, antes de tirar de narcóticos, antes de sacar las medias de cristal o la bolsa que asfixia. Los niños pueden encontrar una solución, las madres pueden ser atendidas.

Hay vida después de las broncas con el marido, de la depresión, de la persecución de un marido pederasta, de una depresión obsesiva.

Licia Guarnieri fue una adelantada como parricida incontrolada, pero de ella nadie aprendió nada. Tal vez ahora alguien tome nota: si se captura a un cabeza de familia ladrón o algo peor, habrá que velar por cómo queda su progenie. Y los niños pequeños deben ser protegidos.

En la España del siglo XXI, si una chica se encuentra embarazada debería poder elegir su futuro, lejos del miedo a la paranoia y la persecución permanente de un ideal de descanso y libertad.

Las madres no pueden reaccionar como cuando estaba prohibido quedarse encinta sin estar casada, como cuando se abandonaba a los niños en el torno de un convento. Ahora todo puede arreglarse entre gente civilizada, preocupada por el futuro de los hijos y del padre. A ver, ya están haciendo publicidad: señora, no se mate; no merece la pena. Al chico lo pone derecho el ayuntamiento, servidor de usted y de la historia. Ni un niño más sin madre; ni una madre más sin escrúpulos.

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