Kürt Erich Tetzner

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Kurt Erich Tetzner

Stranelli

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Incendio provocado
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 25 de noviembre de 1929
  • Fecha de detención: 4 de diciembre de 1929
  • Fecha de nacimiento: Desconocido
  • Perfil de la víctima: Un hombre no identificado
  • Método del crimen: Estrangulación
  • Lugar: Regensburg, Bavaria, Alemania
  • Estado: Fue ejecutado en la guillotina el 2 de mayo de 1931
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Kürt Erich Tetzner

Última actualización: 30 de marzo de 2015

VÍCTIMAS – Coche mortal

La pareja se encaminó hacia la principal pieza de su plan: el automóvil. Una vez que el coche y su conductor ardiesen hasta quedar irreconocibles, podrían dar comienzo a una nueva vida, libres y ricos.

En la autopista 8, a las afueras de Regensburg, la policía halló un Opel verde totalmente quemado, incluidos los neumáticos, y en el interior un cuerpo totalmente carbonizado. El coche parecía haberse estrellado contra un mojón, y de resultas del impacto, posteriormente incendiado. El propietario del vehículo resultó ser un hombre de negocios, Erich Tetzner. Las autoridades supusieron que el cadáver era el suyo. El día 30 de noviembre de 1929 sus restos mortales aguardaban para ser enterrados en el cementerio sur de Leipzig.

Ese mismo día, justo cuando Richard Kockel se disponía a sentarse a la mesa para comer, alguien llamó a la puerta de su casa. El visitante era un agente de seguros de la prestigiosa compañía alemana Nordstern. Insistía en que Kockel, un famoso médico forense, debía acompañarle sin perder un minuto. Iban a enterrar a un hombre dentro de unas horas, nadie le había hecho la autopsia y existían serias dudas sobre la identidad del finado.

La señora Emma Tetzner, sin embargo, no albergaba ninguna duda sobre la identidad del cadáver; estaba firmemente convencida de que su marido estaba muerto. Ella misma facilitó la descripción de las ropas que llevaba puestas a la policía y coincidían con las de la persona abrasada en el interior del Opel. Para su amado esposo, y como último tributo, había organizado un costoso funeral.

Al mismo tiempo reclamó el pago de una serie de pólizas de seguro de accidentes de las que su desgraciado marido era titular. La suma total ascendía a la suculenta cantidad de ciento cuarenta y cinco mil marcos, unos ocho millones de pesetas, una pequeña fortuna para la época, y ella lo sabía muy bien. Tan bien como la compañía Nordstern, una de las obligadas a pagar.

El profesor Kockel era la réplica alemana de sir Bernard Spilsbury. Llevaba practicando la medicina forense más de treinta años, y había adquirido renombre gracias al empleo de los medios técnicos más modernos en sus investigaciones criminales.

El agente de la Nordstern quería que el profesor realizase la autopsia en la mismísima capilla donde se encontraba el difunto y el científico se declaró dispuesto; la comida habría de esperar.

El estado del cadáver desaconsejaba en primera instancia una disección del cuerpo, pero Kockel procedió a pesar de todo. Una de las suposiciones resultó ser correcta: se trataba de un hombre. El experto dedujo asimismo que era un sujeto de unos veinte años. Tetzner tenía veintiséis. Tras extraer varios órganos y tomar muestras de sangre, el forense abandonó a toda prisa la capilla y se encerró en su laboratorio. Al salir pudo oír las murmuraciones de los asistentes al costoso funeral organizado por la desconsolada viuda.

Los análisis establecieron que no había rastro alguno de monóxido de carbono ni hollín en el sistema respiratorio. Una “gruesa embolia” en uno de los pulmones sugería que la víctima habría sufrido una muerte violenta antes de ser devorado por las llamas.

El jefe de policía Kriegern recibió inmediatamente el aviso de que podía tratarse de un fraude, y aun peor, de un homicidio. Kriegern mandó vigilar el domicilio de la señora Tetzner.

Lo primero que le llamó la atención el gran número de llamadas telefónicas que recibía de la casa de un vecino. La policía «pinchó» la línea.

Por esos días, el jefe Kriegern recibió una información del mayor interés. Versaba sobre un cerrajero llamado Alois Ortner, que se recobraba en un hospital de una salvaje paliza ocurrida el 21 de noviembre.

En su declaración decía que estuvo haciendo autoestop y un hombre le recogió en la carretera, al poco tiempo el coche se estropeó, y el conductor le pidió que mirase debajo para averiguar de qué se trataba. Al volver a ponerse de pie, aquel sujeto se abalanzó sobre él con una palanqueta. Ortner pudo escapar a duras penas del asalto y consiguió salvar la vida. El vehículo era de la marca Opel, y de color verde.

A las ocho de la mañana del 4 de diciembre la policía interceptó una conferencia para la señora Tetzner desde Estrasburgo. La persona que llamaba se identificó como un tal Sranelli. Le dijeron que la señora había salido y que volvería a llamar a las seis de la tarde. Hubo tiempo suficiente para localizar la llamada: provenía de una cabina pública del Palacio de Correos de dicha ciudad.

A las seis de la tarde la policía observó como un hombre se dirigía con paso seguro hacia uno de los teléfonos públicos. Cuando localizaron adónde llamaba, le rodearon. Erich Tetzner no se lo esperaba; creía que había engañado a las autoridades con su «muerte». Una vez detenido, confesó el crimen hasta el último detalle.

Erich admitió que el ataque de Ortner formaba parte de un plan para embaucar a las compañías de seguros. El cerrajero le pareció un buen candidato porque su constitución y altura coincidían aproximadamente con las suyas. Pero la víctima era un tipo fuerte y consiguió escapar. De manera que para la próxima vez eligió una víctima más fácil de vencer. Había acordado llamar por teléfono a su mujer para que ésta pudiera dar una completa descripción de las ropas de su «difunto marido». Hasta el momento de la detención, el asesinato y la farsa habían salido según lo previsto.

Tetzner hizo dos confesiones, y procuró quitarle hierro a la brutalidad del ataque para no despertar una antipatía feroz hacia su persona. Pero el forense consiguió recomponer una versión mucho más prohable de los hechos. Durante el juicio -el 17 de marzo de 1931-, declaró que «había matado y mutilado a la víctima antes de ser incendiada».

El acusado fue condenado por asesinato y la sentencia conllevaba la pena de muerte. En los momentos finales, Erich Tetzner admitió que todo había ocurrido «justo como lo supuso el profesor Kockel».

El 15 de septiembre de 1930, Fritz Safran, un joven bien parecido gerente de un almacén de muebles de Rastenburg, Prusia oriental, cometió un asesinato inspirado en el caso Tetzner. Se produjo una explosión en el almacén, y como consecuencia, un violento incendio que destruyó el edificio. El oficinista Erick Kipnis había visto a Saffran internarse en las llamas para salvar algunos objetos valiosos del fuego y murió en el intento. Sólo pudo ser identificado gracias a los restos del traje y un reloj con su nombre grabado que llevaba en un bolsillo.

Una de las empleadas supervivientes estaba tremendamente desconsolada. Su nombre era Ella Augustin, la mujer que durante años le había amado sin ver su amor correspondido. Y es que el temerario Fritz, estaba casado con la hija del propietario del almacén.

Dos días después del siniestro, ella alquiló un coche con chófer para llevar a su madre enferma hasta Konigsberg, donde recibiría un tratamiento especializado. El conductor, un hombre llamado Reck, se quedó algo sorprendido cuando supo que tenían que salir de viaje a las tres de la madrugada y aún se sorprendió mucho más cuando la «madre» resultó ser el mismísimo Fritz Saffran.

Reck no dio personalmente parte a la policía, se lo comentó a un amigo y fue éste quien llamó a la comisaría. Ella fue detenida, pero aún intentó hacer llegar una carta a Saffran -el que durante tantos años había sido su amante secreto-. La policía interceptó la misiva; sin embargo el fugitivo se dio cuenta de que le pisaban los talones.

Fritz Saffran robó los documentos de identidad de uno de los familiares de la chica, con quien había pasado algún tiempo en Berlín. Se dirigió hacia la frontera en tren; no obstante, un empleado de la compañía de ferrocarriles le reconoció en Spandau. Cuando el tren se detuvo en la siguiente estación, Wittenburg, agentes de la policía le estaban esperando.

En el juicio los tres cómplices se acusaron mutuamente y afloró una sórdida historia de avaricia y brutalidad. Saffran se había endeudado y falsificó la contabilidad de la empresa. Aunque deseaba estar junto a Ella, tampoco quiso dar por perdida la buena vida que disfrutaba con su esposa. Tras leer sobre el caso Tetzner, Fritz aseguró su vida en ciento cuarenta mil marcos. Entonces él, Ella y el oficinista Kipnis decidieron matar a un desconocido y quemar el cuerpo para que no pudiera ser identificado.

También pensaron en desenterrar un cadáver del cercano cementerio, pero al final concluyeron que era más fácil asesinar a alguien y dejarse de líos. El trío montó un «campo de la muerte» en el bosque Nicolai. El 12 de septiembre de 1930, Fritz mató a un repartidor de leche de veinticinco años llamado Friedrich Dahl y al cabo de unos días, vistieron al muerto con las ropas de Saffran y lo trasladaron al almacén empapado en gasolina.

Los criminales esperaban cobrar las cantidades del seguro de vida y del almacén, pero no llegarían a ver un solo marco.

Los dos hombres fueron condenados a muerte, apelaron, y la sentencia les fue conmutada por cadena perpetua. A Ella Augustin le cayeron cinco años. Saffran y ffipnis fallecieron en prisión.

Richard Kockel

En la época del caso del Opel verde, Richard Kockel era el forense más avezado de Alemania. Llevó la medicina forense más allá de lo conocido hasta el momento con sus ensayos balísticos, inspección de huellas de polvo en la escena del crimen, y análisis de tejidos. El profesor también estudió la caligrafía de los criminales para descubrir sus motivaciones.

El caso Tetzner fue un hito importante en la historia de la ciencia forense. Kockel fue capaz de presentar ante el Tribunal pruebas que esclarecían si una persona había muerto a causa de las quemaduras, o había sido asesinada antes de ser quemada. La prueba más fiable de que una persona ha fallecido como consecuencia de un incendio es la presencia de monóxido de carbono en la sangre, si este compuesto no aparece en los análisis, significa que es otra la causa de la muerte.

El campo de la muerte

Fritz Saffran reveló durante el juicio que él, Erick Kipnis, y Ella Augustin montaron «un campo de la muerte» en el bosque Nicolai. Su plan era seleccionar la persona adecuada, matarla, vestirla con las ropas de Fritz y dejar que el cadáver se abrasase en el almacén de muebles.

La técnica consistía en pasearse con el coche o esconderse detrás de los setos, a la espera de encontrar al candidato idóneo. Varias víctimas potenciales escaparon por los pelos. Un autoestopista consiguió saltar a tiempo del coche que conducía la mujer mientras su amante trataba de dejarlo inconsciente. El mortífero trío liberó a otro seleccionado después de enterarse de que era padre de seis hijos.

Finalmente, el 12 de septiembre de 1930, raptaron a un lechero llamado, Frederick Dahl. Le dispararon tres tiros en la cabeza y enterraron el cuerpo. Lo exhumaron el día en que prendieron fuego al almacén para sustituir al “valeroso Saffran”.

Fechas clave

  • 21/11/29 – Ataque a Alois Ortner.
  • 30/11/29 – Aparece el Opel verde quemado.
  • 4/12/29 – Arresto de Tetzner.
  • 3/30 – Ejecución de Tetzner.
  • 12/9/30 – Asesinato de Friedrich Dahl
  • 15/9/30 – Fritz Saffran supuestamente muere en el incendio del almacén de muebles en Rastenburg.
  • 17/9/30 – Saffran aparece vivo.
  • 3/31 – Sentencia de muerte para Saffran y Kipnis.

 


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