
El estrangulador de Hillside
- Clasificación: Asesino en serie
- Características: Secuestro - Violación - Tortura
- Número de víctimas: 12
- Fecha del crimen: 1977 - 1979
- Fecha de detención: 13 de enero de 1979
- Fecha de nacimiento: 22 de mayo de 1951
- Perfil de la víctima: Yolanda Washington, de 19 años / Judith Ann Miller, de 15 / Lissa Kastin (21) / Jane King (28) / Dolores Cepeda (12) / Sonja Johnson (14) / Kristin Weckler (20) / Lauren Wagner (18) / Kimberely Martin (17) / Cindy Lee Hudspeth (20) / Karen Mandic (22) y Diane Wilder (27)
- Método del crimen: Estrangulación (Bianchi y Buono experimentaron con otros métodos de sacrificio, como la inyección letal, la descarga eléctrica y el envenenamiento por monóxido de carbono)
- Lugar: Varias, Estados Unidos (California), Estados Unidos (Washington)
- Estado: Fue condenado a cadena perpetua en California y Washington
Índice
- 1 Los estranguladores de Hillside
- 1.0.0.1 Asesinatos en una ciudad pequeña
- 1.0.0.2 De sacerdote a policía
- 1.0.0.3 Pistas de fibra
- 1.0.0.4 Otros asesinatos
- 1.0.0.5 Investigación sobre los genes
- 1.0.0.6 La pesadilla de Los Angeles
- 1.0.0.7 El hombre de Berlín
- 1.0.0.8 Los vertederos de Hillside
- 1.0.0.9 Lucha por la consciencia
- 1.0.0.10 Múltiple personalidad
- 1.0.0.11 Identidad rota
- 1.0.0.12 Amante leal
- 1.0.0.13 Primos asesinos
- 1.0.0.14 Mofándose de la ley
- 1.0.0.15 Billy Milligan
- 1.0.0.16 Informes sobre Bianchi
- 1.0.0.17 Desenmascarado
- 1.0.0.18 Sedientos de sangre
- 1.0.0.19 Dominación
- 1.0.0.20 Esperanza y desesperación
- 1.0.0.21 El juez George
- 1.0.0.22 Un nombre famoso
- 1.0.0.23 Imitadora
- 1.0.0.24 Conclusiones
Los estranguladores de Hillside
Última actualización: 13 de abril de 2015
BIANCHI Y BUONO: Los primos que dejaron un reguero de víctimas en las laderas que rodean Los Angeles.
Durante el invierno de 1977 aparecieron una serie de mujeres jóvenes asesinadas en las colinas que rodean la ciudad de Los Angeles. A partir de entonces cesaron los crímenes. De pronto, en 1979, la policía volvió a recuperar el rastro. Les condujo a dos primos, uno de los cuales pretendía tener más de una personalidad.
Asesinatos en una ciudad pequeña
En 1979 un guardia jurado de seguridad fue acusado del asesinato de dos mujeres en una pequeña ciudad americana. La policía echó un vistazo a su pasado en California; entonces se hizo visible la terrorífica magnitud de la investigación.
La pequeña ciudad de Bellingham, en el Estado de Washington, está enclavada en uno de los parajes más hermosos del noroeste americano: da a las pendientes cubiertas de pinos de las islas de San Juan y Vancouver, y al estrecho de Juan de Fuca.
La población es de sólo 40.000 habitantes. Los crímenes constituyen una verdadera rareza. Por eso, cuando al jefe de la policía Terry Mangan le dijeron en la mañana del viernes que dos chicas habían desaparecido, pensó que se habrían ido a pasar fuera un fin de semana. Se llamaban Karen Mandic y Diane Wilder, ambas estudiantes de la Western Washington University.
El novio de Karen, no obstante, insistía en que ella no se iría de Bellingham sin avisarle. Cuando Mangan se enteró de que Karen había dejado a su gatito sin comida para pasar los días que estuviese fuera, empezó a sospechar lo peor.
La noche anterior, el 11 de enero de 1979, Karen le había dicho a su novio que ella y su amiga Diane iban a ir a una casa para estar presentes durante las dos horas que tardarían en reparar el sistema de alarma que, aparentemente, se había estropeado. La casa pertenecía a una pareja que había ido de vacaciones a Europa. Cuando hubieran instalado de nuevo el sistema de seguridad, volverían. Y además, por las molestias, les iban a pagar cien dólares lo que convertía un pequeño trabajo aburrido en un negocio bien remunerado.
El hombre que le había ofrecido el trabajo era el supervisor de una empresa de seguridad llamado Kenneth Bianchi. Mangan comprobó la información llamando al jefe de Bianchi, Mark Lawrence, propietario de la agencia de seguridad Coastal Security. Lawrence dijo que Bianchi era un hombre joven de excelente reputación y un trabajador consciente de sus deberes. Vivía con una chica del lugar llamada Kelli Boyd. Tenía un bebé y gozaba de fama de ser un padre dedicado al cuidado de su familia. Pero carecía de autoridad para ofrecerle a Karen un trabajo como vigilante a tiempo parcial, remunerado o sin remunerar ya que se salía, dicha oferta, de sus atribuciones.
Poco después la información fue confirmada por el propio Bianchi. Le dijo a su jefe que jamás había oído hablar de Karen Mandic, y que no tenía ningún conocimiento del supuesto trabajo que le debía haber ofrecido. Había estado toda la tarde del jueves en una reunión de la Sheriff’s Reserve, y después puntualmente regresó a su casa.
Los detectives empezaron a averiguar más detalles. Karen le había dicho a su novio que el hombre que le había ofrecido el trabajo le pidió que lo mantuviera en secreto, y se lo hizo jurar. También había telefoneado a la vecina de la casa, había estado regándole las plantas y le dijo que no se acercara por allí aquella tarde. Le explicó que guardias armados iban a estar de patrulla, por la zona y era preferible no exponerse a posibles eventualidades.
La policía fue a la casa vacía, situada en una de las zonas caras de la ciudad. En el área de Bayside. Un cerrajero abrió la puerta principal. Los detectives penetraron con precaución.
Todo parecía estar en orden. La casa estaba limpia y cuidada; no se apreciaban signos de pelea. Pero en el suelo de la cocina los policías encontraron una huella de zapato húmeda. Era la de un hombre. Y aún estaba húmeda, por tanto, la pisada debía haber sido hecha 12 horas antes como máximo.
Al mediodía la emisora de radio local empezó a radiar las descripciones del coche de Karen, un Mercury Bobcat verde. A las cuatro y media de la tarde, una mujer que había visto el coche por la mañana, oyó la descripción. El vehículo estaba aparcado en una calle sin salida cerca de su casa. Llamó a la policía. Dos agentes se acercaron para hacer la comprobación.
El detective Bill Geddes echó un vistazo por la ventana trasera del Mercury. Allí estaban los cuerpos de las dos chicas desaparecidas, arrebujadas, como si las hubiesen tirado al interior del vehículo sin preocuparse de más. Ambas chicas estaban vestidas. Las habían estrangulado y, posteriormente, violado.
Bianchi se convirtió en el principal sospechoso. Se expidió una orden de detención contra él. Pero estaba fuera, conduciendo su furgoneta blindada. Su jefe, Mark Lawrence, estuvo de acuerdo en tenderle una trampa.
Contactó con Bianchi por radio y le indicó que se dirigiera a una de las cocheras de la compañía, en la zona sur de la ciudad, para recibir instrucciones. Media hora más tarde llegó un coche patrulla. Sin embargo, el joven de agradable aspecto se limitó a mirar con sorpresa. Se rindió sin protestar. Bianchi parecía tan libre de culpa, que el inspector que lo arrestó, Terry Wright, empezó a creer que se trataba de un error. 0 Ken Bianchi era inocente o era un actor magnífico.
De vuelta a la comisaría, Bianchi negó conocer a Karen Mandic. Dijo que un impostor debía estar utilizando su nombre. Los policías estaban inclinados a creerle. Y lo estuvieron aún más cuando Kelli Boyd, su mujer, se personó en la comisaría.
Estaba horrorizada por la idea de que Bianchi pudiese ser el asesino. Para ella era un amante dulce y atento, un padre adorable, un hombre incapaz de cometer actos violentos. Cuando la policía solicitó su permiso para hacer un registro en la casa, ambos aceptaron sin dudar un momento.
El registro puso de manifiesto que Bianchi quizá no fuera un asesino, pero sí que era un ladrón con toda seguridad. Escondidos en el sótano había varios teléfonos, aparatos muy caros, y una sierra mecánica sin estrenar. Estos objetos habían sido denunciados como desaparecidos de los sitios en que Bianchi había trabajado en funciones de vigilante de seguridad. Ken Bianchi fue acusado de robo, y se le trasladó a la cárcel del condado.
Un registro del furgón blindado de Bianchi aportó más pruebas. Estaban las llaves de la casa de Bayside y una bufanda de mujer. Los amigos de Diane Wilder confirmaron que ésta estaba verdaderamente apasionada por las bufandas, tenía una gran cantidad de ellas y solía utilizarlas en todo momento.
Pero la prueba más convincente provino de los cadáveres. Ambas muchachas habían sido estranguladas con una especie de ligadura utilizada mientras estaban de espaldas. El ángulo indicaba que el asesino se había situado detrás y un poco por encima de la víctima. Como si hubiera estado bajando unas escaleras en ese momento.
En las escaleras que conducen al sótano de la casa de Bayside la policía encontró un pelo de pubis de una mujer. Y aparecieron dos más cuando el cuerpo de Diane Wilder fue izado mediante una sábana. También se encontraron rastros de semen en la ropa interior de ambas chicas. En sus vestidos y zapatos había restos de fibras similares a las de las alfombras de la casa de Bayside.
El crimen podía ser reconstruido. Ken Bianchi había telefoneado a Karen Mandic ofreciéndole el trabajo de vigilancia de la casa, con el aliciente de los cien dólares. La había conocido mientras fue guardia de seguridad en el bloque de apartamentos en que vivía la muchacha. Esto probaba que mintió al decir que jamás la había visto antes.
Bianchi le había tomado juramento de silencio, pero Karen se lo contó todo a su novio. También se lo había dicho a otro amigo, un guardia de seguridad de la Universidad. Este amigo encontró algo sospechoso que le hubieran ofrecido 100 dólares por el servicio.
Según la teoría de la policía, Karen y Diane fueron a la casa a las siete de aquella misma tarde. Bianchi las estaba esperando en su furgón de seguridad -algunos vecinos del barrio lo vieron frente a la casa-. Karen aparcó su coche ante la puerta del edificio. Bianchi le pidió que le acompañara al interior para encender las luces. Diane se quedó esperando en el coche.
Cuando Bianchi reapareció, Diane no podía sospechar que su amiga yacía muerta en el suelo del sótano. Bianchi la estranguló como a Karen, en las escaleras. Parece que el asesino, según la investigación, no violó a ninguna de las dos chicas.
Llevó los dos cuerpos hasta el coche de Karen y lo condujo hasta una calle cortada. Allí limpió las huellas dactilares, y volvió andando a la casa de Bayside para recoger el furgón blindado. Por el camino, se deshizo de la ligadura.
El caso contra Bianchi parecía claro, pero él insistía en que no recordaba nada. Mientras estaba en la cárcel, la policía hizo comprobaciones sobre su pasado. Había vivido en Glendale, un arrabal a cuatro kilómetros de distancia del centro de Los Angeles. Después, durante la primavera, concretamente a mediados de mayo, se trasladó a Bellingham.
Un detective llamó al departamento del sheriff del condado de Los Angeles. Habló con el sargento detective Frank Salerno, de la división de homicidios. Un anterior residente de Glendale, Kenneth Bianchi, estaba acusado de doble crimen. Esto captó el interés de Salerno.
Mike Salerno había estado buscando durante los últimos 14 meses a un asesino al que se le achacaba la muerte de doce personas en Los Angeles. Los periódicos le habían bautizado «el Estrangulador de Hillside». El último asesinato ocurrió poco antes de que Bianchi se trasladase a Bellingham.
De sacerdote a policía
El jefe de policía de Bellingham, Terry Mangan, había sido seminarista y posteriormente sacerdote de la Iglesia Católica. Como tal fue empleado por la policía como consejero para asuntos concernientes a la población negra. Pronto se sumergió hasta tal punto en su trabajo que se hizo oficial de reserva. Finalmente, abandonó el sacerdocio y se convirtió en oficial de policía. En 1976 pasó a ocupar la jefatura de la policía de Bellinghan.
Mangan era amigo personal de la hermana Carmel Marie, directora de la St. Ignatius School de Los Angeles. Ella le había presentado al bibliotecario de la diócesis, un hombre llamado Johnson. En noviembre de 1977, Mangan leyó en la prensa que la hija de Johnson, Sonja, de 14 años, y una amiga suya, Dollie Cepeda, habían caído víctimas del «Estrangulador de Hillside». Terry Mangan consiguió el primer arresto de la investigación policial, el de Kenneth Bianchi, al cabo de catorce largos meses.
Pistas de fibra
El instrumento científico que ayudó a atrapar a Bianchi recibe el nombre de espectrofotómetro. Puede analizar un trozo de fibra atravesándola con un rayo de luz y obteniendo así su espectro. Las «bandas de absorción» del espectro revelan qué componentes químicos fueron empleados en la fabricación de la fibra.
El espectrofotómetro puso de manifiesto que los restos de fibra encontrados en los cuerpos de Karen Mandic y Diane Wilder eran similares a los de la casa de Catlow de la zona de Bayside, Bellingham. Como Bianchi era el único que poseía una llave de la casa, las fibras le relacionaban directamente con las chicas asesinadas.
Otros asesinatos
Nada más llegar a Los Angeles, Bianchi le contó a una amiga suya que era sospechoso de haber matado a tres chicas jóvenes en su ciudad natal de Rochester, Estado de Nueva York. Estos crímenes se conocían bajo el nombre de los “asesinatos del alfabeto”, porque el primer apellido de cada víctima empezaba con la misma letra que su nombre.
Los asesinatos de Carmen Colón (10 años), Wanda Walkowicz y Michelle Maenza (11 años), ocurrieron entre el 16 de noviembre de 1971 y el 26 de noviembre de 1973. Las tres fueron violadas y estranguladas. Ciertas pruebas, que nunca se hicieron públicas, parecían ligar las tres muertes. Un bombero con un conocido historial de ataques sexuales sobre niños fue considerado sospechoso después de su muerte. Pero posteriormente la policía lo descartó como posible culpable y se reabrió el caso. Bianchi seguía siendo sospechoso.
Investigación sobre los genes
Los avances científicos de finales del siglo XX han contribuido a enriquecer el arsenal de armas que la policía utiliza en su lucha contra los crímenes sexuales.
Los crímenes por motivaciones sexuales se han ido incrementando constantemente desde la Segunda Guerra Mundial. A finales del siglo XX se ha llegado a un verdadero récord. Pero gracias a los recientes progresos de la investigación criminal, y con la necesaria determinación y valentía, los gobiernos podrían reducir el nivel de criminalidad sexual a una mera fracción de su actual tamaño.
El criminal «sexual» representa un gran desafío para las fuerzas de la ley y el orden. El violador actúa normalmente escogiendo sus víctimas al azar, pero éstas pueden, si quedan con vida, ofrecer una descripción del agresor. El asesino «sexual» sólo deja tras de sí el cadáver de la víctima, sin que quepa establecer vínculos entre uno y otro. Tanto más cuanto que también elige sus víctimas al azar. De esta manera, a menos que se le detenga in fraganti, el asesino goza de una notable inmunidad.
Curiosamente, el crimen sexual es un fenómeno relativamente reciente. Antiguamente, cuando la mayoría de los delitos estaban causados por la pobreza, era una verdadera rareza. Fue entre los años veinte y treinta de nuestro siglo cuando el crimen sexual se puso a la orden del día.
La policía se encontró con un nuevo tipo de crimen profundamente desalentador. Sobre todo si se cometía en grandes ciudades. Muchos delincuentes sexuales -como el violador de Poeria, Jerry Thompson- permanecían en libertad largos años antes de ser capturados. Era doblemente frustrante si se tiene en cuenta que a partir de 1890 el progreso en la identificación de huellas dactilares había hecho avanzar mucho ciertas ramas de la investigación criminal.
Un policía argentino de amplias miras, Juan Vucetich, introdujo la técnica de las huellas dactilares en el continente americano. Vucetich también se dio cuenta de que si la mayoría de las huellas dactilares de los niños eran registradas al nacer éstos, sería mucho más fácil identificar y capturar con rapidez a los criminales. En 1916 convenció al gobierno argentino para que creara un Registro General de Identificación: significaba tomar las huellas dactilares de todos los ciudadanos argentinos. Pero se produjeron fuertes protestas y la ley no fue aprobada.
La identificación de los criminales sexuales ha sido facilitada en gran medida por un descubrimiento de principios de siglo XX: la sangre humana puede ser clasificada en cuatro grupos separados. Los grupos son A, B, 0, y AB. Cuatro quintas partes de los seres humanos segregan esta «marca» en otros fluidos corporales que no son la sangre, por ejemplo, en la saliva.
Esto vino a significar que muchos sospechosos podían ser descartados en caso de que su grupo sanguíneo no se correspondiese con el del semen encontrado sobre el cuerpo de la víctima. La posibilidad de identificar a un violador por su grupo sanguíneo ha sido incrementada aún más gracias al descubrimiento de nuevos elementos diferenciadores en la sangre: el factor «rhesus», el factor RH, los factores M y N, y muchos más.
En 1983, un violador asesino llamado Arthur Hutchinson -había matado a tres miembros de una familia en Yorkshire- fue capturado gracias a una mancha de sangre sobre una sábana de la cama de su víctima. Esta mancha le delató: su combinación de factores era única en una proporción de 1 a 50.000.
El reciente descubrimiento que transformó la ciencia de la investigación fue realizado por el doctor Alec Jeffreys de la Universidad de Leicester en 1985. Cada célula del cuerpo humano contiene una sustancia conocida como el ADN. El ADN contiene, a su vez, un «código genético» de cada individuo, el código que establece cuál será el color de nuestros ojos y pelo, nuestra estatura, la forma de nuestra nariz y las características de todo nuestro cuerpo.
Muchas partes de este código -contenido en una «cadena» en cada célula de nuestro cuerpo- son similares en todos los seres humanos. Pero Jeffreys descubrió que existe una parte de la «cadena» que difiere de un ser humano a otro (excepto en los casos de gemelos idénticos). Esta clave es tan individual como nuestra huella dactilar.
El primer asesino por motivos sexuales, capturado gracias a este método de identificación, fue un joven de Leicester, Colin Pitchfork. Había violado y estrangulado a dos chicas. Una operación de «huellas genéticas» masiva no fructificó en un primer momento debido a que Pitchfork había conseguido que un amigo se «asociase» con él y que asumiese su identidad. Pero el amigo cometió un error: alardear del asunto en un Pub. Pitchfork fue arrestado y condenado por los crímenes.
Por el momento no es posible pensar en registrar las «huellas genéticas» de todos los niños al nacer. Tomar la «huella genética» es un proceso mucho más complicado que el de tomar la huella dactilar. Pero sí se registran habitualmente las huellas dactilares de los delincuentes que pasan por las manos de la policía. Si todos los delincuentes también sufrieran un proceso de «identificación genética», esto surtiría el mismo efecto sobre la criminalidad sexual que el que tiene el registro de huellas dactilares sobre la criminalidad general. Esto se hizo notar especialmente a principios de siglo en el índice de detenciones de sujetos culpables de robo. El efecto disuasorio sería enorme.
El caso de los «Estranguladores de Hillside» ocurrió antes del descubrimiento de la «identificación genética». Pero diez años más tarde la culpabilidad de Bianchi podría haber sido establecida inmediatamente después de su detención mediante el semen encontrado sobre sus víctimas. Buono podría haber sido condenado en el breve plazo de unas semanas tras el arresto de Bianchi. En cambio, le costó a los contribuyentes de California millones de dólares.
La pesadilla de Los Angeles
Una víctima tras otra era descubierta en las laderas que dominan la ciudad de Los Angeles. Nadie sabía cómo disimulaba el asesino las huellas. Finalmente, la policía descubrió que no se trataba de un solo criminal, sino de dos.
El cadáver yacía esparcido en una ladera cerca del cementerio de Forest Lawn, junto a la autopista de Ventura. La chica era alta y de raza negra, le habían quitado toda la ropa. Lo más probable es que hubieran tirado su cuerpo ladera abajo desde un coche.
Era la mañana del 17 de octubre de 1977. La temperatura del cuerpo de la chica indicaba que había muerto la noche anterior. Su identificación resultó soprendentemente fácil. Sus huellas dactilares estaban registradas en los archivos policiales. Era una prostituta llamada Yolanda Washington. Trabajaba habitualmente en los alrededores del Hollywood Boulevar.
La autopsia demostró que habían tenido lugar relaciones sexuales, y que habían participado en ella dos hombres. Uno de ellos era «no-segregador», una persona cuyo grupo sanguíneo no se puede determinar a partir de otros fluidos corporales. Pero estos hombres podían ser simplemente clientes. Podían no tener nada que ver con el asesinato. La mujer había sido estrangulada con una pieza de ropa mientras el asesino se encontraba encima de ella.
El crimen no suscitó gran interés en los medios de comunicación. Tampoco lo hizo la muerte de una segunda mujer encontrada en la mañana del 1 de noviembre. Estaba tirada cerca del bordillo en Alta Terrace Drive, en La Crescenta, un pueblo cercano a Glendale. De nuevo parecía como si la víctima hubiese sido lanzada al asfalto desde un vehículo. Al igual que en el caso de Yolanda Washington, el cuerpo estaba desnudo. La muerte se había producido por estrangulación con una ligadura. La víctima era poco más que una niña, no aparentaba más de quince años.
La autopsia estableció una posible relación con el asesinato de Yolanda Washington. La mujer había sido sometida a relaciones sexuales por dos hombres; uno de ellos era un «no-segregador». La posición del cuerpo también sugería que fue transportado por dos hombres. Uno la agarró por las axilas y el otro por las rodillas. Ahora la policía estaba segura: se trataba de dos asesinos despiadados que actuaban conjuntamente.
Las huellas dactilares de la víctima no estaban registradas. El oficial encargado de la investigación, el sargento Frank Salerno, no disponía de ningún punto de partida claro. Una corazonada le llevó a empezar a hacer preguntas en Hollywood Boulevard. Mostraba un retrato policial de la chica muerta a la variopinta población de drogadictos y prostitutas de la zona.
Alguien de esta «gente de la calle» dijo que se parecía a una muchacha llamada Jugy Miller. Hacía tiempo que no se la veía por la zona. A Salerno le costó otra semana encontrar a sus padres. Vivían en una habitación de un motel barato; uno de sus otros dos hijos dormía en una caja de cartón. En el depósito de cadáveres identificaron a su hija mediante fotografías postmortem. Judy se había escapado de casa un mes antes. Salerno ya sabía que había hecho de la prostitución su medio de vida, pero de forma parcial y poco convencida, como una aficionada. Una hora antes de que se la viera viva por última vez le había ofrecido relaciones sexuales gratis a un amigo pasajero.
En los días en que Salemo consiguió localizar a los padres de Judy se produjo otro asesinato siguiendo el mismo patrón de los dos anteriores. El 6 de noviembre, un hombre que hacía footing descubrió el cuerpo de una mujer cerca de las pistas de golf del Chevy Chase Country Club. Había sido estrangulada con una ligadura y agredida sexualmente.
La identificación fue muy rápida. Poco después de que se radiara la noticia, telefoneó un hombre a la policía diciendo que su hija faltaba de casa hacía dos días. Era una bailarina de 20 años de edad llamada Lissa Kastin, que había trabajado recientemente como camarera. Una hora más tarde, el padre de Lissa Kastin la identificó tras ver su imagen en la televisión.
Glendale quedaba fuera de la jurisdicción de Salemo, pero fue a ver el cuerpo a pesar de todo. Las marcas de ligaduras alrededor del cuello y las líneas que se apreciaban alrededor de las muñecas y los tobillos parecían indicar que los estranguladores habían atacado de nuevo. Salerno observó desalentado el cadáver, el tercero en tres semanas; pensó que esto podría ser el principio de una epidemia.
Incluso a Salemo le pilló desprevenido lo que ocurrió en las últimas tres semanas de noviembre de 1977. Se descubrieron siete cuerpos más estrangulados, seis de ellos desnudos. Uno era el de una prostituta, Jill Barcomb. Fue encontrado el 10 de noviembre; tenía 18 años. El lugar fue Franklin Cyn Drive y Mulholland. Kathleen Robinson se diferenciaba de las otras víctimas porque su cuerpo fue hallado vestido. Yacía en Pico y Ocean Boulevards. Ocurrió el 17 de noviembre. Tenía 17 años. Hubo dudas de que se trataba de una víctima de los mismos asesinos.
Pero el día que despertó la atención de los medios de comunicación fue el domingo 20 de noviembre. El estrangulador de Hillside había despachado a tres personas; los tres cuerpos desnudos de dos escolares, Dollie Cepeda, de 12 años; Sonia Johnson, de 14 y un tercer cuerpo que fue identificado más tarde. Las dos escolares faltaban de sus domicilios desde el sábado por la tarde. Sus cuerpos fueron depositados en un vertedero de basuras en una calle poco conocida, Landa, cerca de Stadium Way. El chico de nueve años que las descubrió pensó que se trataba de maniquíes viejos.
La autopsia reveló que ambas chicas habían sido violadas y sodomizadas. Ese mismo día fue descubierto otro cuerpo desnudo en la esquina de la carretera de las laderas que separa Glendale de Eagle Rock. Un informe de personas desaparecidas facilitó posteriormente la identificación: era Kristina Weckler, una estudiante de bellas artes de 20 años que vivía en un bloque de apartamentos de Glendale.
La siguiente víctima apareció entre unos matorrales el 23 de noviembre, cerca de la autopista Golden State. Se trataba de una estudiante de cienciología, Jane King, de 28 años, desaparecida desde el 9 de noviembre. La última de las víctimas de esta «orgía criminal» del mes estaba escondida entre unos arbustos en Cliff Drive, Glendale. Era el 29 de noviembre. Sus padres la identificaron. Se llamaba Lauren Wagner, una estudiante de 18 años que no había vuelto a casa la noche anterior.
Diez asesinatos de este tipo en menos de seis semanas era un número tremendo incluso para el índice habitual de Los Angeles, en donde mueren asesinadas varias personas cada día. El estrangulador de Hillside llenó reportajes televisivos en todo el mundo. Pero la policía tuvo buen cuidado de no dejar que se filtrara la realidad: estaban buscando a dos hombres, y cuanto menos supieran los asesinos de las pesquisas, tanto mejor.
Las mujeres temían salir solas de noche. Cuando se descubrió el cuerpo de Lauren Wagner, Los Angeles era ya presa del pánico. La policía respondió creando un equipo especial que integraba efectivos de Los Angeles, Glendale y de la oficina del sheriff de Los Angeles, para la que trabajaba Salerno.
A pesar de la frustrante falta de pruebas, la investigación progresó. La tarde en que desaparecieron las dos muchachas, un muchacho había visto cómo se acercaban a un vehículo y hablaban con la persona que ocupaba el asiento del pasajero. Esto quería decir que había dos personas en el coche. Las chicas se ponían nerviosas cuando hablaban con extraños, pero de una de ellas se sabía que admiraba a los policías. Era posible que los asesinos se hubieran hecho pasar por policías. Bajo los efectos de la hipnosis, el muchacho consiguió recordar que el coche era un Sedan grande bicolor.
También se adelantó algo en el caso de Lauren Wagner. El día en que desapareció, el 29 de noviembre, su padre había visto su coche aparcado frente a la casa de una mujer llamada Beulah Stofer. La puerta estaba abierta y la luz interior encendida. Beulah Stofer describió cómo raptaban a Lauren.
Tras aparcar su coche, otro vehículo, grande negro con el techo blanco, se detuvo a su misma altura. Dos hombres salieron del vehículo, discutieron con Lauren, y, finalmente, la obligaron a entrar en el Sedan. Inmediatamente después se fueron. Mrs. Stofer oyó decir a la chica: «¡No os saldréis con la vuestra!» También fue capaz de describir a los hombres. El más viejo tenía pelo rizado y «aspecto latino». El otro, más alto y más joven, tenía cicatrices de acné en la garganta. Beulah Stofer prestó atención al incidente después de oír ladrar desesperadamente a su perro.
El detective Bob Grogan volvió a entrevistarse con Mrs. Stofer ese mismo día. Pero la señora Stofer estaba al borde de la crisis nerviosa. El teléfono acababa de sonar. Una voz con acento de la costa este había preguntado si ella era la mujer del perro. Cuando Mrs. Stofer dijo que sí, la voz le previno de que no dijera una palabra sobre lo que había visto. En caso contrario, podía darse por muerta. Claramente, los estranguladores se habían dado cuenta de que su testimonio podía ser crucial
Pero los estranguladores no fueron disuadidos. Dos semanas más tarde fue encontrada otra víctima. El 14 de diciembre, el cuerpo de una prostituta de 17 años, Kimberly Diane Martin, se encontró tirado en una finca urbana sin edificar en Alvorado Street, un lugar visible desde el Ayuntamiento. Esta vez había más pistas. Había sido enviada por una agencia a un edificio de apartamentos llamado Tamarind, en Hollywood. Un hombre llamó a la agencia pidiendo una rubia con ropa interior negra. Le pagaría ciento cincuenta dólares al contado y tenía que acudir rápidamente a realizar el servicio.
Cuando la agencia preguntó el número de teléfono, el peticionario aseguró que se encontraba en casa. Posteriormente se comprobó el número de teléfono y resultó ser el de la biblioteca púbhca. La chica fue a los apartamentos Tamarind y no se supo más de ella.
La policía interrogó a todos los inquilinos; un hombre joven y de aspecto agradable llamado Kenneth Bianchi dijo que había oído gritos. En la biblioteca pública de Hollywood una mujer declaró que un hombre con pelo espeso y rizado la había seguido y mirado fijamente, como con rabia.
Durante el resto de 1977 no hubo más asesinatos. La policía de Los Angeles esperaba fervientemente que los estranguladores se hubieran trasladado a otro sitio. El 17 de febrero de 1978 se desvaneció la esperanza. Una persona informó haber visto un Datsun naranja estrellado a media pendiente en las colinas de Los Angeles. El vehículo había caído desde una zona de descanso de la autopista de Angeles Crest, al norte de Glendale.
En el maletero había otro cadáver de mujer desnudo. Era Cindy Hudspeth, de 20 años, una camarera del Robin Hood Inn. La autopsia indicó que la violaron dos hombres.
Entonces, los asesinatos cesaron finalmente.
El hombre de Berlín
La policía de Los Angeles recibió muchos ofrecimientos de ayuda y consejos durante la primavera y el verano de 1978. La investigación se seguía de cerca por toda la prensa mundial, pero no se producía ningún avance de importancia. La mayoría de los ofrecimientos provinieron de mediums psíquicos; pero el más extraño fue el de un detective privado alemán de Berlín.
El detective escribió a Los Angeles ofreciéndose a resolver el caso a cambio de un billete de avión. El detective insistía porfiadamente. El sargento Bob Grogan, quien era incapaz de pronunciar correctamente el nombre alemán, empezó a referirse a él llamándole “Dr. Shickelgruber”. Un buen día le comunicaron a Grogan que “Shickelgruber” estaba en el departamento de policía, allí mismo, esperando para hablar con él.”Shickelgruber” no hablaba inglés. Grogan llamó a un oficial de policía que hablaba alemán para traducir la conversación. El detective privado pidió una pizarra y escribió (en alemán):
Dos italianos.
(hermanos)
Edad aproximada: unos 35 años.
Grogan le agradeció la visita al misterioso berlinés y se ocupó de que un chófer le llevase al aeropuerto. En ese momento nadie tomó en serio sus deducciones. Posteriormente resultarían excepcionalmente exactas.
Los vertederos de Hillside
Durante un período de tiempo de cuatro meses, dos hombres de la misma familia estrangularon a 12 víctimas y abandonaron sus cuerpos en las colinas que rodean Los Angeles. Conforme aumentaba el número de cadáveres, el pánico atenazaba a la ciudad.
- Yolanda Washington. Forest Lawn Drive. 17-10-77.
La primera víctima trabajaba de prostituta para mantener a su hijo menor. - Judith Ann Miller. Alta Terrace y La Crescenta. 1-11-77
Prostituta a ratos. A sus 15 años estaba aburrida del colegio y frustrada por su vida familiar. - Lissa Kastin. Cerca del Chevy Chase Golf Club, Glendale. 6-11-77
Veinteañera era bailarina, pero trabajaba de camarera. Fue la primera asesinada no prostituta. - Jill Barcomb. Franklin Canyon Drive y Mulholland. 10-11-77
Prostituta de 18 años. Se trasladó a Hollywood después de haber sido condenada en Nueva York. - Kathleen Robinson. Pico y Ocean Boulevar. 17-11-77
Una habitual de los bajos fondos de Hollywood. La única víctima que fue encontrada vestida. - Kristina Weckler. Ranons Way y Nawona. 20-11-77
Estudiante de arte de 20 años que seguía los cursos en Pasadena y vivía en Glendale. - Dolores Cepeda. Una niña de 12 años elegida al verla subir a un autobús.
- Sonja Johnson. Landa y Stadium Way. 20-11-77
La amiga de 14 años de Cepeda, había robado bisutería en unos grandes almacenes. - Jane King. Salida de los Feliz de la autopista Golden State. 23-11-77
La estudiante de Cienciología que también se dedicaba a ejercer eventualmente de modelo y actriz. - Lauren Wagner. 1200 Cliff Drive. 29-11-77
Una estudiante empresariales de 18 años. Se preparaba para ejercer como secretaria. - Kimberly Diane Martin. Alvarado Street, cerca de Landa. 13-12-77
Una prostituta de 17 años que trabajaba para una agencia por teléfono. - Cindy Lee Hudspeth. Autopista de Angeles Crest-Pasadena. 17-2-78
La telefonista de 20 años que había trabajado antes en un bar frecuentado por Buono. - Karen Mandic. Una estudiante de 22 años que dedicaba parte de su tiempo a trabajar para pagar sus estudios.
- Diane Wilder. 11-1-79. Una estudiante que dejó de trabajar como profesora para estudiar árabe.. Casa de Bayside, Bellingham.
Lucha por la consciencia
El caso que se siguió contra uno de los criminales se convirtió en un debate sobre la mente. Kenneth Bianchi, o sufría el peor de todos los desórdenes mentales, o era un actor magnífico con nervios de acero.
Cuando el sargento Frank Salerno supo que Bianchi había sido arrestado en el Estado de Washington, acusado de un doble asesinato, le faltó tiempo para llegar a Bellingham. A las pocas horas de estar allí ya tenía la seguridad de que habían atrapado a uno de los estranguladores de Hillside. Las piezas de joyería encontradas en la casa de Bianchi coincidían con los objetos de que fueron despojadas las víctimas.
Bajo custodia policial, Bianchi se siguió comportando como si fuera un hombre inocente. Mostraba grandes deseos de cooperar. Le dijo a la policía que su único amigo «de verdad» en Los Angeles era su primo Angelo Buono, un tapicero de automóviles propietario de una casa en Glendale. Un agente disfrazado comprobó la identidad de Buono. Tenía el pelo espeso y rizado, y unos 45 años de edad, 17 más que Bianchi. Al igual que Bianchi, Buono había nacido en Rochester, Nueva York, y Beulah Stofer, la mujer que recibió la llamada amenazadora, creyó reconocer un acento de Nueva York.
Cuando la cara de Bianchi apareció en los periódicos de Los Angeles, una profesora de escuela que había conseguido evitar el rapto de una chica del distrito de Birbank en febrero de 1977, volvió a presentarse para contar lo sucedido. Uno de los dos hombres, de pelo espeso y rizado, amenazó a la profesora: “Dios te castigará por esto…” La descripción que hizo de los dos hombres parecía la de Bianchi y Bouno.
Un rico abogado de Hollywood también aportó datos sobre Buono. En agosto de 1976 había telefoneado a una agencia de prostitutas pidiendo que le llevaran una chica a su casa en Bel-Air. La chica de 15 años, Becky Spears, presentaba un aspecto tan lamentable que el abogado le preguntó por qué trabajaba en la prostitución si era algo que a todas luces odiaba. La respuesta fue que una muchacha, Sabra, la había convencido mediante una treta para que abandonara su casa en Phoenix, Arizona, para trabajar a las órdenes de un hombre llamado Angelo Buono.
Buono y su primo Bianchi habían aterrorizado a la chica. Le dijeron que la matarían si trataba de escapar. Buono la obligó a realizar actos sexuales degradantes.
Horrorizado por esta historia, el abogado le compró a Becky Spears un billete de avión para Phoenix. Entonces Buono empezaría a amenazarle por teléfono, hasta que el abogado le envió a su casa un musculoso matón encargado de mantener el orden en clubs noctumos para que dejase de molestarle. Después de esto el abogado no volvió a oír por teléfono una sola palabra de Buono ni de su agencia de prostitutas.
El abogado le dio al sargento la dirección de Becky Spears y de la otra chica, Sabra Hannan, en Arizona. Las trajeron a Los Angeles y confirmaron que Buono y Bianchi les habían ofrecido trabajo como modelos. Después las habían obligado a trabajar como prostitutas a base de palizas y amenazas de muerte.
Los detectives profundizaron algo más en la vida anterior de Buono. Angelo resultó tener un carácter bastante desagradable. Había estado casado cuatro veces y era padre de ocho hijos. Todas sus esposas le abandonaron a causa de su brutalidad. Era un tipo que se jactaba de su vigor sexual, algunas de sus amigas no eran más que adolescentes.
Frank Salerno y Grogan no dudaban de que Bianchi y Buono fueran los estranguladores de Hillside. Buono era el carácter dominante; Bianchi, a pesar de todo su encanto, era más bien un cobarde, que se dejaba llevar. Incluso su novia, Kelly Boyd, estaba harta de su inmadurez; por eso le abandonó en Los Angeles y volvió con su familia a Bellingham. Pero Bianchi la persiguió hasta allí.
Salerno y sus compañeros policías también creían empezar a entender cómo se habían convertido Bianchi y Buono en asesinos múltiples. Su actividad de chulos les había acostumbrado a dominar y pegar a las mujeres. De una prostituta profesional consiguieron una lista de hombres a los que les gustaba que les enviasen chicas a casa. La lista se entregó en el tiempo acordado, pero resultó ser de hombres que visitaban a prostitutas en casa de éstas.
Buono enfureció cuando descubrió la jugada. No tenía ninguna forma de localizar a la prostituta que le había vendido la lista. Pero sabía dónde encontrar a una de sus amigas, otra prostituta que la había acompañado cuando entregó la lista. El nombre de la amiga era Yolanda Washington, la primera víctima del estrangulador.
El caso parecía resuelto. A Bianchi le considerarían culpable de los asesinatos de Bellingham. En el Estado de Washington esto significaba con toda probabilidad ser sentenciado a muerte. Enfrentado a esta perspectiva, Bianchi preferiría un juicio en Los Angeles. Allí podía librarse de la muerte con cadena perpetua. Por tanto, por su propio interés, le convenía confesarse culpable de los asesinatos de Hillside… e implicar a su primo. En estos momentos las pruebas contra Buono aún eran débiles, pero con la cooperación de Bianchi podrían echarle el guante.
Buono había sido entrevistado un cierto número de veces por la policía. El tono en el que respondía tenía algo de mofa subliminal.
Parecía disfrutar con la idea de que la policía no tenía ninguna prueba real contra él. Salerno pensaba confiado que todo esto cambiaría cuando su primo volviese a Los Arigeles.
Entonces, de pronto, el caso contra Buono pareció quedar hecho pedazos. Surgieron dudas sobre el estado mental de Bianchi: esto quería decir que se cuestionaba su responsabilidad ante la ley como culpable de los crímenes por los que se le acusaba. Y aún había más, las dudas sobre su consciencia racional se referían a una de las enfermedades mentales más complejas, la múltiple personalidad. En lenguaje vulgar esto significa una especie de complejo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El sujeto posee un carácter doble, un alter ego, una personalidad separada de su estado de consciencia normal.
Desde el momento de su arresto, Bianchi insistía en no recordar absolutamente nada de los asesinatos de Karen Mandic y Diane Wilder. La policía consideraba que era un engaño mediante el cual pretendía evadir su responsabilidad criminal. Pero el abogado de Bianchi, Dean Brett, estaba impresionado por la aparente sinceridad de Bianchi, por sus exclamaciones de horror al pensar que podía ser el culpable de la muerte de las dos chicas, y por sus indirectas de cometer suicidio.
En 1979 Brett solicitó la intervención de un psiquiatra, John Johnston. Este quedó igualmente hechizado por el encanto personal de Bianchi, por su afabilidad e inteligencia. Si sus pretensiones de sufrir amnesia eran auténticas sólo cabía una conclusión: Bianchi tenía una doble personalidad.
Brett siguió adelante con la consolidación de este diagnóstico mediante otro psiquiatra forense, el Dr. Donald T. Lunde, de la Universidad de Stanford y autor de «Asesinato y Locura». Lunde recomendó que Bianchi fuera sometido a sesiones de hipnosis bajo supervisión de un experto.
Comenzaron el 21 de marzo de 1979. Las dirigió el Dr. John G. Watkins, un especialista en temas de múltiple personalidad e hipnosis por la Universidad de Montana. Bianchi se mostró deseoso de cooperar. A los pocos minutos de estar en trance Bianchi hablaba en una voz profunda y extraña, presentándose a sí mismo como «Steve».
«Steve» resultó ser un carácter altamente desagradable con una risa burlona y despreciativa. Le dijo al Dr. Watkins que odiaba a «Ken», y que había hecho todo lo posible para «pescarle». Entonces, con un poco más de ayuda por parte del hipnotizador, contó cómo Ken acompañaba a su primo Angelo una noche en que éste mató a una chica. Llegados a este punto, Steve admitió adoptar la personalidad de Ken y convertirse en cómplice de su primo por su propia voluntad.
Frank Salerno y su ayudante, el sargento Pete Finnigan, escuchaban la historia en silencio desde una de las esquinas de la habitación. Salerno escribió una sola palabra en su libreta de notas: «Sandeces». Pero sabía que la investigación estaba en peligro. Si Bianchi conseguía convencer a un juez de que sufría un estado de personalidad múltiple, cabía la posibilidad de que se salvara con unos cuantos años de internamiento en un hospital psiquiátrico. Como testimonio de un enfermo mental carecía de validez ante un jurado, Angelo Buono, su primo, quedaría fuera del alcance de la ley.
Múltiple personalidad
Aunque la profesión médica conocía el problema de la «múltiple personalidad» desde principios del siglo XX, el público en general no tomó conciencia del mismo hasta la realización de la película «Las Tres Caras de Eva» (1957), basada en un libro escrito por dos psiquiatras.
El desorden mental parece deberse a fuertes impresiones infantiles como haber sufrido abusos sexuales o haber sido tratado con extrema crueldad. Estas experiencias resultan tan insoportables y traumáticas para el enfermo que, literalmente, las «expulsa» de sí mismo. Más adelante, una vivencia puede reactivar el trauma y hacer que se manifieste una personalidad escondida que «borra» la personalidad “normal” del sujeto.
No se sabe con seguridad si Bianchi conocía los síntomas de la enfermedad cuando fue arrestado. Pero era un estudiante de psicología que había intentado graduarse para trabajar como psicoanalista profesional. El diagnóstico de «múltiple personalidad» al que llegó John Johnston parece que causó profunda impresión en Bianchi.
Además de todo esto, Bianchi asistió a la proyección de la película «Sybil», un estudio dedicado a la «múltiple personalidad», por televisión, mientras estaba en la cárcel. De la película pudo haber aprendido que el «acceso» al otro yo se consigue mediante la hipnosis profunda.
Identidad rota
El fenómeno conocido como “desorden mental de múltiple personalidad” (MPD) sigue desconcertando a los psicólogos. Un caso típico es el de Christine Beauchamp, ocurrido entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Fue investigado por el Dr. Morton Prince.
Christine era una chica callada y bien educada que sufría de vez en cuando depresiones, periodos de baja vitalidad y amnesia temporal. Prince descubrió que durante esos periodos de baja vitalidad y amnesia el cuerpo de Christine pasaba a estar regido por una personalidad alegre y firme llamada “Sally”. Su idea de hacer una broma era llevar el cuerpo de Christine andando por el campo durante horas y horas, abandonarlo después, y dejar que fuera la exhausta Christine la que tuviese que regresar a casa. En una ocasión Christine fue “borrada” durante varias semanas: “Sally” trabajó durante este periodo como camarera en New Haven, Connecticut.
Bajo hipnosis apareció una tercera personalidad; parecía corresponder a una mujer de temperamento equilibrado. Y fue esta tercera personalidad la que explicó que el carácter de Christine se había “roto” al ser sometida a un ataque sexual durante su juventud.
Prince consiguió finalmente integrar las tres personalidades en estado hipnótico.
Amante leal
La mujer de Bianchi, Kelli Boyd, siguió convencida de su inocencia. «Sé que no era un santo; se enfadaba como cualquier persona, pero insistía constantemente en lo difícil que le resultaba pensar en quitarle a alguien la vida… Decía que sólo un maníaco podía haber matado de ese modo… Yo sé que él era incapaz de quitarle a alguien la vida».
Cuando Bianchi fue condenado a dos penas de cadena perpetua en la sala del juicio de Whatcomb County, lloró desconsoladamente: «No encuentro palabras para expresar el pesar por lo que he hecho. Nunca podré remediar el daño que he causado. Para mí no habrá perdón».
Primos asesinos
El destino reunió a Kenneth Bianchi y Angelo Buono en la misma familia. Bianchi era un niño adoptado y deseaba ser policía. Después cayó bajo la influencia de su primo.
Angelo «Tony» Buono nació en Rochester. Estado de Nueva York, el 5 de octubre de 1934. Era nieto de inmigrantes italianos. Su madre, Jenny, divorciada de Angelo padre, se llevó a Angelo y a su hermana Cecilia a Los Angeles. Angelo contaba cinco años. Se establecieron en Highland Park, en la zona sur de Glendale.
El historial académico de Angelo era más bien deficiente. A los 14 años ya robaba coches. Le detuvieron acusado de robo de automóviles y pasó algún tiempo en el reformatorio. Se casó a los 20 años, pero su brutalidad provocó el divorcio. Siguieron otros tres fracasos matrimoniales; el último se rompió en 1972.
Tres años después montó su propio negocio de automóviles y pronto se hizo famoso debido a sus excelentes tapizados; entre sus clientes estaba Frank Sinatra. Siempre practicó el sexo en exceso; se acostaba con muchas chicas jóvenes y también con las amigas de sus hijos. Adquirió mucho antes que Sylvester Stallone el sobrenombre de «Italian Stallion» (el semental italiano).
Kenneth Alessio Bianchi nació el 22 de mayo de 1951; era hijo de una prostituta de Rochester que lo dio en adopción inmediatamente después del nacimiento. A los tres meses fue adoptado por Frances Bianchi, mujer de un obrero de una fundición, cuya hermana, Jenny, era la madre de Angelo Buono.
Kenny parecía ser un chico listo y normal, excepto por la tendencia que tenía a mentir descaradamente. Darcy O’Brien, en su libro sobre los estranguladores «Dos de la misma clase» (1985), apuntaba que el mentir no era algo de segunda importancia para Kenneth, sino algo esencial. También era un poco soñador. El médico dijo que su tendencia a caer en estados parecidos al trance se debía a una leve condición epiléptica. Un psiquiatra le diagnosticó «super-dependencia de su madre adoptiva». En la escuela destacaba en redacción, pero también era vago y un estudiante muy irregular que intentaba hacerse el enfermo tantas veces como fuera posible. Su madre adoptiva le mantuvo con grandes sacrificios tras la muerte de su padre. Esto ocurrió cuando contaba trece años.
El encanto y las buenas maneras de Bianchi le convirtieron en una bomba entre las chicas. Se casó a los dieciocho años, pero se divorció poco después al descubrir que antes de casarse, su mujer había dormido con otros hombres. La posibilidad de otro casamiento con una mujer madre de dos hijos, se esfumó cuando ésta le pilló con otra.
En realidad Bianchi tenía un irrefenable deseo de convertirse en agente de policía. Cuando el departamento del sheriff le rechazó, se empleó como guardia de seguridad. Pero su tendencia al robo le forzó a cambiar varias veces de trabajo, aunque nunca le pillaron con las manos en la masa y nunca fue oficialmente acusado. Finalmente, aburrido de Rochester y de una cierta sensación de fracaso, se trasladó a California en 1976, donde se instaló en casa de su primo.
Tuvo algún pequeño contacto con la policía, lo que le recordó que deseaba entrar en el cuerpo. Sin embargo, los departamentos de Glendale y Los Angeles le rechazaron. Probablemente se debió a las sospechas sobre su patente inmadurez y a que no aparentaba ser una persona en quien se pudiera confiar. Bianchi hizo planes para convertirse en psicoterapeuta. Empezó leyendo libros de texto al respecto, pero, al cabo de un tiempo, decidió acabar por la vía rápida. Puso un falso anuncio en un periódico de Los Angeles ofreciendo trabajo a diplomados en psiquiatría, y falsificó uno de los diplomas que le mandaron, asumiendo la titulación e identidad del verdadero licenciado.
Entretanto, Buono comenzaba a exasperarse con su primo y le pidió que se buscara un sitio propio para vivir, Bianchi encontró trabajo en una compañía inmobiliaria y alquiló un apartamento. Una de sus vecinas era Kristina Weckler, quien se convertiría en una de sus víctimas.
La novia de Bianchi le visitó, pero su sentido posesivo provocó líos y riñas. Lloró desconsoladamente con la cabeza en su regazo cuando la chica decidió abandonarle. Al poco de que una amiga más reciente le abandonase para irse con otro hombre, Bianchi irrumpió en su apartamento y le hizo un agujero en el diafragma. Se consoló con una nueva amiga, Kelli Boyd. La conoció en la compañía inmobiliaria.
Bianchi perdió su trabajo cuando encontraron marihuana en uno de los cajones de su mesa de despacho. Entonces alquiló una oficina y montó una consulta psiquiátrica. Pero los pacientes no aparecían por ninguna parte. En ese momento su primo Angelo le hizo una brillante sugerencia: ¿por qué no se hacían chulos? En una fiesta le dijo a una chica de Phoenix llamada Sabra Hannan que le garantizaría 500 dólares semanales como modelo fotográfico. Sabra tenía 16 años y en principio contestó que no, pero pocas semanas más tarde aceptó porque estaba escasa de fondos.
Se trasladó a la casa de Angelo. Los trabajos como modelo no se lucieron nunca realidad. Bianchi le preguntó si había pensado en dedicarse a la prostitución. Sabra reaccionó con indignación, pero después de una buena paliza con una toalla mojada y de ser obligada a realizar determinados actos sexuales, se rindió. Buono le dijo que si se escapaba se convertiría en «una gatita muerta».
Sabra fue la primera de sus prostitutas «estables». El papel de chulos les iba a los dos hombres que ni pintado. Les gustaba pensar de sí mismos que eran una especie de super-sementales que habían nacido para utilizar a las mujeres.
Mofándose de la ley
La gente pudo escuchar finalmente la historia de los asesinos que tantas horas de trabajo había costado detener. Pero la relataba un criminal que pretendía estar fuera del alcance de la ley.
De vuelta a Los Angeles, la investigación tomó un cariz más prometedor. El novio de Judy Miller, la segunda víctima, había identificado por una fotografía a Angelo Buono como el cliente que convenció a Judy para que entrara en su coche la noche en que desapareció. Beulah Stofer reconoció por el mismo sistema a los sujetos que habían obligado a Lauren Wagner a subir a un automóvil. Pero sin el testimonio de Bianchi el caso se quedaba cojo.
Estaba claro que Buono era un tipo violento, brutal y peligroso. Siempre odió a su madre: incluso de mayor se refirió a ella de manera obscena, lo mismo que hacía cuando hablaba de las mujeres en general. Desde que dejó el colegio tuvo líos con la policía. Pasó su diecisiete cumpleaños en un reformatorio. Su héroe era Caryl Chessman, el «Red Light Bandit» de los años cuarenta que asaltaba a las mujeres a punta de pistola para forzarlas sexualmente.
A los veinte años Buono se casó con una muchacha de diecisiete a la que había dejado embarazada. La abandonó a las pocas semanas. Tras pasar un corto periodo en prisión a causa de un robo, se casó de nuevo y tuvo otros cuatro hijos. Pero la violencia de su carácter llevó a su segunda y tercera mujer al divorcio. Su cuarta esposa se separó sin divorciarse siquiera.
Después de esto Buono decidió vivir solo en su casa de Colorado Street 703, en Glendale. Un amigo que hacía tiempo había compartido con él un piso le describió como un sujeto obsesionado por las chicas jóvenes. Buono alardeaba de que había seducido a su hijastra de catorce años, y uno de sus hijos admitió haber sido seducido por su padre.
Era un hombre obsesionado que se pasaba los días soñando con el sexo.
Entretanto, en la prisión de Whatcomb Country, Washington, el siniestro alter ego de Ken, «Steve», también contaba historias sobre el insaciable apetito sexual de Buono, y sobre su costumbre de matar a las chicas después de haberlas violado. Estos relatos tendían a contener ciertas rarezas, como si «Steve» intentase minimizar su participación en los asesinatos. Lo mismo podría decirse de sus posteriores declaraciones a la policía, aunque los acontecimientos descritos, a grandes rasgos, eran coincidentes con los hechos.
La primera víctima fue la prostituta Yolanda Washington, asesinada por venganza y violada por los dos primos. Encontraron tan agradable esta experiencia que dos semanas más tarde la repitieron con la quinceañera Judy Miller, una prostituta a ratos.
Haciéndose pasar por policías y diciéndole que estaba bajo arresto, se la llevaron a la casa de Buono. Allí la violaron. La chica habría estado contenta con que le hubiesen pagado unos cuantos dólares a cambio de las relaciones. Después la asfixiaron y estrangularon al mismo tiempo.
Según «Steve», la siguiente víctima fue la bailarina en paro Lissa Kastin. La detuvieron en su coche mostrándole una placa de policía. Le dijeron que la llevaban a la comisaría para interrogarla. Pero una vez en casa de Buono la esposaron y estrangularon las descripciones de «Steve» sugerían que Buono odiaba rabiosamente a las mujeres. También dejaban entrever que Bianchi había saboreado intensamente la sensación de ser el amo de la vida y la muerte. Se deshicieron del cadáver de Lissa Kastin dejándolo tirado cerca del circuito de golf del Chevy Chase Club, en Glendale.
Los asesinatos se reanudaron cuatro días más tarde, el 9 de noviembre. Bianchi se fijó en una chica atractiva que esperaba un autobús y se puso a charlar con ella. Le comentó que era estudiante de cienciología. Durante la charla apareció Buono en su coche haciendo como si no hubiese visto a Bianchi desde hacía meses. Le ofreció llevarle adonde quisiera. Jane King cometió el error de aceptar que la llevaran a casa. También murió en casa de Buono. Ambos quedaron muy sorprendidos al leer posteriormente en los periódicos que tenía 28 años; se habían figurado que era mucho más joven.
Cuatro días después, siempre según decía «Steve», Buono y Bianchi descubrieron a dos colegialas jovencitas. Eran Dollie Cepeda y Sonja Johnson. Se fijaron en ellas cuando subían a un autobús en Eagle Rock Plaza. Siguieron al autobús, y cuando las chicas se bajaron cerca de sus casas, las llamaron para que se acercasen al coche. Bianchi se hizo pasar de nuevo por un policía, advirtiendo a las chicas de que un peligroso ladrón rondaba por los alrededores.
Las dos chicas eran muy vulnerables. Acababan de robar bisutería por valor de 100 dólares de unos grandes almacenes. Por tanto, no iban a discutir las órdenes de unos policías. En casa de Buono ambas fueron violadas y asesinadas. Sus cuerpos fueron abandonados en un vertedero de basuras y escombros. La policía había estado en lo cierto. Quienquiera que hubiese abandonado allí los cuerpos debía conocer el área al dedillo.
La siguiente víctima fue una estudiante de arte que Bianchi había conocido cuando vivió en East Garfield, Hollywood. Kristina Weckler había despreciado el trabajo de Bianchi por aquel tiempo. Ahora Bianchi y Buono llamaban a su puerta… «¿Qué tal?… ¿Me recuerdas?» Bianchi le contó que había ingresado en el cuerpo de policía, y que alguien se había estrellado contra el coche de Kristina. Al pie de las escaleras la ataron, la metieron en el coche, y, en casa de Buono, la asesinaron. De nuevo, «Steve» se detuvo en la descripción de detalles verdaderamente horribles.
La orgía de asesinatos de la época de Acción de Gracias casi había terminado. El lunes 28 de noviembre de 1977 siguieron el coche de una pelirroja. Cuando Lauren Wagner aparcó frente a la casa de sus padres, Bianchi mostró su placa de policía y le dijo que quedaba arrestada. Mientras protestaba -y un perro de la vecindad ladraba- la forzaron a meterse en el coche y aceleraron. Lauren se dio cuenta de que el propósito era violarla, y fingió cooperar. Se comportó como si lo estuviera disfrutando, pero su teatro no fue aplaudido. La estrangularon de todos modos.
Tres semanas más tarde pidieron por teléfono una prostituta, Diane Martin, para uno de los inquilinos de los apartamentos Tamarind. Desde allí la llevaron a la casa de Buono; después de violarla se deslucieron del cuerpo abandonándolo en un edificio en construcción.
El último asesinato no estaba planeado. El 16 de febrero Bianchi llegó a casa de Buono. Se encontró un Datsun naranja aparcado a la puerta. Una chica llamada Cindy Hudspeth estaba hablando con Buono para encargarle unas esterillas para el vehículo. Los dos hombres asaltaron a la chica, la ataron por las muñecas y los tobillos y la violaron. Después vino la estrangulación. Finalmente, escogieron una zona empinada para estrellar el coche. Cindy estaba en el maletero. Con esto terminó el relato de los asesinatos. «Steve» lo había contado todo durante las sesiones de hipnotismo.
Tras el último asesinato, Bianchi fue interrogado dos veces por la policía por pura rutina. Era sólo uno entre miles de entrevistados; pero Buono se puso nervioso e irritable. Estaba cansado de la inmadurez, ingenuidad y descuidos de su primo. Así, cuando Bianchi le dijo a Buono que su novia le había abandonado y vuelto a Bellingham, Buono le insistió en que la siguiera para reunirse con ella. Al principio Bianchi no quería; la admiración que profesaba a su primo rayaba en la adoración.
Pero la opinión de Buono prevaleció. El 21 de mayo de 1978 Bianchi fue en coche hasta Belligham. Se reunió con Kelli Boyd y su hijo recién nacido. Encontró trabajo como guardia de seguridad. Muy pronto fue ascendido al cargo de supervisor. Pero la pequeña ciudad le aburría. Lo que más deseaba en el mundo era probarle a su primo que poseía la habilidad de un criminal consumado. A principios de 1979 el ansia de violar y matar se volvió insoportable. La mente de Bianchi recordó a una atractiva estudiante llamada Karen Mandic. La había conocido mientras trabajaba en una tienda.
Una semana después estaba arrestado y los «Estranguladores de Hillside» eran cosa del pasado.
Billy Milligan
Uno de loa casos más famosos de “múltiple personalidad” fue el de Billy Milligan. En 1977 fue arrestado acusado de violación en Columbus, Ohio. Posteriormente le confesó a un asistente social que él no era Billy, sino “David”.
Los estudios psiquiátricos no dejaban lugar a dudas: Billy era un caso genuino de “múltiple personalidad” (MPD).
Su padrastro había abusado de él durante su infancia. Billy se transformó en otra personalidad para escapar de la terrible experiencia. Finalmente, llegó a “dividirse” en 23 personalidades diferentes, incluyendo a una lesbiana, un caballero inglés que hablaba árabe, un experto en electrónica y un serbo-croata. (Nunca se ha encontrado la explicación de que Milligan fuera capaz de hablar el serbo-croata).
Todas estas personalidades eran tan individuales y distintas que sólo un formidable actor podría haberlas recreado. Posteriormente se descubrió que la violación había sido cometida por la lesbiana. Otra de las “personalidades” era la que había conducido a Billy a entregarse a la Policía. El caso Milligan tuvo una enorme publicidad a finales de los 70 pudo haberle dado a Bianchi la idea de hacerse pasar por un “múltiple”.
Informes sobre Bianchi
El reino de terror que impuso el “Estrangulador de Hillside” en Los Angeles impulsó a mucha gente a informar a la policía sobre las actividades sospechosas de sus compañeros de trabajo y conocidos. Había padres que llamaban al equipo especial expresando sus reservas respecto a los novios con quienes salían sus hijas. Un caso fue el de Mrs. Wanda Kellison, madre de Sheryl una de las chicas con quien mantuvo relaciones Bianchi.
Mrs. Kellison le dijo a la policía en febrero de 1978 que Bianchi tenía una forma muy extraña de mirar, y que sólo un infame era capaz de aceptar 400 dólares prestados de una chica, tal como Bianchi había hecho para comprarse un coche. Mrs. Kellison declaró lisa y llanamente ante los detectives que Bianchi podía ser muy bien el “Estrangulador”. Su hija le había contado que Bianchi hablaba constantemente del caso.
Dos detectives noveles fueron enviados a entrevistarse con Bianchi. No sabían que éste ya había sido investigado previamente en dos ocasiones. Tampoco sabían nada de los intentos de Bianchi para ingresar en el cuerpo de policía de Los Angeles; esto hubiera permitido comprobar discretamente antes del encuentro sus huellas dactilares. Bianchi estaba muy orgulloso de cómo se las arregló durante la entrevista, pero Buono, preocupado por las irregularidades y descuidos de su compañero, empezó a presionarle para que abandonase Los Angeles.
Desenmascarado
La demostración de que Bianchi estaba fingiendo ser un caso de «personalidad múltiple» descansa en algo más que las pruebas a que le sometió el doctor Orne. Más tarde el otro-yo de Bianchi, «Steve», le contó al doctor Watkins que la primera vez que se mezcló en un asesinato fue cuando «Ken» se inmiscuyó con Buono en la muerte de Yolanda Washington. Sin embargo, una confesión más detallada que realizó durante una sesión posterior de hipnotismo reveló que ambos hombres habían participado en el asesinato desde el comienzo.
Prácticamente todos los sujetos de «personalidad múltiple» han sufrido violentos traumas en su infancia, incluidos abusos sexuales y brutalidades físicas. Una investigación del pasado de Bianchi mostró que no había pasado por ninguna de estas experiencias. Finalmente, la primera vez que fue interrogado, Bianchi declaró no conocer a Karen Mandic, la víctima de Bellingham, a quien había conocido mientras ambos trabajaron en los mismos grandes almacenes. A menos que «Steve» controlase la voluntad de Bianchi durante ese período, y en tal caso la personalidad de «Ken» hubiera sufrido rachas de amnesia, tuvo que haber mentido al negar conocer a Karen en su estado «normal».
Sedientos de sangre
Angelo Buono y Kenneth Bíanchi cerraron un pacto mortal: uno dominaba la relación y el otro aceptaba el sometimiento. Uno deseaba el poder, el otro añoraba ser amado. Los elementos que los unieron también se dan en otras parejas asesinas.
¿Qué fue lo que transformó a Kenneth Bianchi y Angelo Buono? ¿Qué les llevó de ser chulos a convertirse en asesinos múltiples? ¿Porqué llegó Buono, que no tenía dificultades para encontrar chicas con quien dormir, a arriesgar su vida y libertad dedicándose a los crímenes?
La explicación se encuentra con certeza en la relación que existía entre ambos primos: La brutalidad de macho de Buono y la casi afeminada pasividad de Bianchi. Un psiquiatra sugirió que existía una relación de tipo homosexual; pero no parece que la teoría tenga visos de ser verdad. Ambos estaban demasiado obsesionados con las mujeres. No obstante, la relación de Bianchi con su primo era la de un admirador incondicional, y cuando Buono insistió en que abandonara Los Angeles para ir a Bellingham, se sintió -tal como dice Darcy O’Brian en su libro «Dos de la misma clase»– como «Un amante rechazado».
El asesinato de las dos escolares de Bellingham no fue tanto un acto criminal impulsivo como algo de lo que poder alardear la próxima vez que viese a su primo. Un logro que Buono alabaría.
En Inglaterra cabe estudiar la psicología de las parejas de asesinos gracias al caso de Brady y Hindley, los «asesinos de los pantanos». En Norteamérica se conocen muchos casos célebres, siendo el más famoso el de Leopold y Loeb, los estudiantes de Chicago que asesinaron a un niño «a patadas». No menos famoso es el de Femández y Beck, los asesinos del «corazón solitario».
En tales casos siempre hay un elemento de la pareja que actúa como sujeto dominante, mientras que el otro suele someterse a la influencia del primero. El compañero «dominante» siente la necesidad de ejercer poder sobre la vida de otra persona, de saborear «el poder». De hecho, tal como ha observado el psicólogo Abraham Maslow, el sujeto «dominante» tiende a buscar un compañero sexual dentro de su propio grupo «dominante» para mantener con él relaciones permanentes. Los hombres de «alto grado dominante» están dispuestos a hacer uso sexual de personas de «grado medio» o «grado bajo», pero las desprecian demasiado como para formar una alianza permanente.
lan Brady, el «asesino de los pantanos», ignoró a la mecanógrafa que le adoraba, Myra Hindley, durante seis largos meses. No la encontraba interesante. El día que quedó con ella no perdió el tiempo. Después se desvaneció el interés sexual, pero a cambio disfrutaba enormemente de la relación «esclavo-señor». Incluso logró convertirla del catolicismo al ateísmo, y más tarde, en admiradora de las teorías del marqués de Sade.
El inevitable siguiente paso fue involucrarla en una serie de asesinatos precedidos de violaciones especialmente desagradables, con los que ella gozaba. Si no hubiera existido la relación con Myra es altamente improbable que Ian hubiese cometido algún asesinato. El mismo patrón es aplicable a los casos de Leopold y Loeb, o Femández y Beck (aunque aquí era Martha Beck el carácter «dominante», y su novio, Raymond Femández, el «esclavo»).
Todo lo dicho anteriormente es aplicable al caso de los “estranguladores de Hillside”. Buono despreciaba relativamente a su primo, y se daba perfecta cuenta de la debilidad de su carácter y de la necesidad que sentía de ser estimado. Pero también le gustaba la admiración del héroe que le profesaba Bianchi, que estaba basada en sus proezas sexuales.
Es casi seguro que fue Buono quien sugirió la idea de hacerse chulos. El “dominar” a un “establo” de prostitutas alimentaba su ego. La pérdida de una de sus “esclavas sexuales” –cuando un cliente comprensivo la mandó de vuelta a casa en avión- fue un duro golpe para su orgullo personal. Y ser advertido y amenazado después por un matón musculoso fue un golpe aún más duro de soportar. Posteriormente, una prostituta le vendió una lista de clientes inútil; Yolanda Washington era amiga de esta prostituta. La rabia de Buono se disparó. Raptaron, violaron y asesinaron a Yolanda.
Innumerables casos de asesinatos por motivos sexuales revelan que la práctica crea adicción. La segunda víctima de los “Estranguladores”, Judy Miller, podría haber sido violada y asesinada sin más, pues la quinceañera no hubiese podido vengarse de ninguna manera. Pero el asesinato de Yolanda Washington había hecho sentir a Binachi y Buono que quitar la vida era el último y supremo acto de “posesión”.
Desde ese momento gozaron con el asesinato. Las prostitutas resultaron ser las víctimas menos apropiadas. Chicas respetables como Lauren Wagner, Cindy Hudspeth y Kristina Weckler, despertaron un sentido de “posesión” mucho mayor. Exactamente igual que las jovencitas como Dollie Cepeda y Sonja Johnson, aún en edad escolar.
La relación podría haber seguido para siempre si no fuera por el rechazo y desconfianza crecientes de Buono hacia su primo. Para Bianchi, la publicidad que despertaron los crímenes era algo tan deleitante como los propios asesinatos. Estaba encantado con la idea de ser el centro de atención.
Buono, mayor y menos inestable psicológicamente, veía en su primo una actitud demasiado aniñada y peligrosa. La vuelta de Bianchi a Bellingham fue para él como quitarse un peso de encima. Para Bianchi constituyó un rechazo brutal; deseaba encarecidamente probar su propia capacidad emprendedora y actitud despiadada.
Matar a dos y no sólo a una chica se convirtió en un verdadero reto personal. Era una forma de demostrar que había alcanzado el rango de criminal consumado por sí mismo.
Dominación
Tanto en grupos animales como humanos sus integrantes ocupan un cierto “orden jerárquico”. Una vez que tal orden se ha establecido, los de arriba tienen el derecho de amenazar a los de abajo sin sufrir, a su vez, una amenaza en sentido inverso. Los individuos “menos dominantes” pueden tomar represalias contra quienes están por debajo de ellos sin temor a sufrir venganza alguna.
Existen ventajas en esta relación para los dominantes y los dominados, pues asegura que se presta mayor interés a los miembros más experimentados y mayores del grupo, de quienes se espera que ejerzan el liderazgo y la función de protección. Pero la gente acostumbrada a la sumisión puede tener problemas de indefensión y superdependencia cuando falta el líder.
En algunos modelos jerárquicos está preestablecido en función de la posición que se ocupa si una persona en particular va a comportarse de forma agresiva o sumisa. En otros casos, las características personales de cada sujeto le llevan a establecer una relación “señor/esclavo”. Este suele ser el patrón de comportamiento de los individuos incapaces de aceptar en su propia personalidad la coexistencia de los sentimientos de debilidad y fuerza. Una persona muy dependiente y tímida puede desear negarse a los impulsos de su propia agresividad. En este caso puede resultarle gratificante unirse a una persona que desprecia su timidez y daña a los demás.
Ambos caracteres, el dominante y el sumiso, sufren de un precario sentido de la existencia, de forma que necesiten “asegurarse” relacionándose con gente que piensa y se comporta de manera opuesta. Tales sujetos unen sus fuerzas con una parte que rechazan de su propio “yo” dividido.
Esperanza y desesperación
El caso de los estranguladores ya había dividido las opiniones de la comunidad científica. Ahora eran los abogados quienes dudaban sobre cómo encarar la situación. Los detectives temían que los cargos contra Buono pudieran ser rebatidos… hasta que un juez “duro” marcó el camino legal a seguir.
Las noticias de que Kenneth Bianchi había acusado a su primo Buono de ser cómplice en los asesinatos de Hillside despertó profunda indignación entre el vecindario de éste. Empezó a recibir cartas amenazadoras; pero, a pesar de todo, parecía cada vez más lejano el momento en que tendría que enfrentarse a un jurado.
El 18 de abril de 1979, Bianchi convenció a otro experto, el doctor Ralph B. Allison, autor de “Mentes en mil piezas”, de que sufría la enfermedad de la «múltiple personalidad». A petición de Allison, «Steve» incluso reveló su nombre: Walker. En ese momento este detalle pasó desapercibido, pero más tarde resultaría de vital importancia. En el Time magazine de mayo de 1979 los norteamericanos pudieron leer que Bianchi había sido considerado como «personalidad múltiple» por dos de los psiquiatras más eminentes de Estados Unidos. Ken era inocente. Fue «Steve» quien mató a las víctimas.
La acusación decidió que ya era hora de llamar a su propio experto en la materia. El doctor Martin T. Orne, de la Universidad de Pennsylvania, era un conocido especialista en hipnosis. En mayo de 1979, Orne empezó a estudiar las sesiones de hipnotismo de «Steve». Estaban grabadas en vídeo. Sin embargo, no encontró respuesta a la pregunta que más le preocupaba: ¿Bianchi estaba realmente bajo hipnosis o solamente fingía?
Lo que sí llamó la atención es que el carácter de «Steve» parecía desarrollarse durante las sesiones de hipnosis. Aunque su voz era aguda y convincente desde la primera sesión, daba la impresión de que cada vez se sumía más y más en su papel conforme progresaba el tiempo. Para el doctor Orne esto indicaba más la representación de un actor que un verdadero alter ego.
Avanzado el mes de mayo, el doctor Orne se entrevistó con un Bianchi tan dispuesto a cooperar como siempre. Al ser hipnotizado cayó rápidamente en trance. Orne decidió someterle a algunas pruebas. Los sujetos bajo hipnosis pueden ser sometidos a auténticas alucinaciones. Orne le dijo a Bianchi que su abogado defensor, Dean Brett, estaba sentado en una silla vacía. Bianchi reaccionó inmediatamente y de forma del todo inesperada; el doctor Orne jamás había presenciado una reacción de este tipo. Bianchi se puso en pie y le dio un apretón de manos a su abogado imaginario. En ese momento Orne quedó convencido de que Bianchi estaba fingiendo. Las personas que entran en verdadero trance se contentan siempre con hablarle a sus alucinaciones. Pero nunca intentan tocarlas.
El doctor Orne hizo, no obstante, otro experimento más. Dejó que se le escapase la idea de que las personas con «múltiple personalidad» suelen tener más de un alter ego.
En la siguiente sesión Bianchi «fabricó» de inmediato una nueva «personalidad»; un chico asustadizo llamado «Billy». Se le preguntó a «Billy» si conocía a «Steve», «Billy» respondió: «Ese es un tipo sucio.» Ahora Orne estaba completamente convencido de que Bianchi simulaba trance.
Pero fueron los detectives Frank Salerno y Pete Finngan los que finalmente hicieron el descubrimiento que desenmascaró a Bianchi. Escuchando una de las cintas de las sesiones del doctor Allison oyeron decir a «Steve» que su nombre era Walker. De pronto, los dos recordaron haber visto el nombre de Steve Walker entre los papeles de Bianchi.
La búsqueda sacó a la luz una carta dirigida al registrador de la Universidad del Estado de California, que estaba firmada de puño y letra de Bianchi con el nombre «Thomas Steven Walker». Pedía que le enviasen un diploma sin el nombre puesto. La investigación posterior localizó al verdadero Walker, un graduado en psicología de la Universidad del Estado de California que había contestado a una oferta de trabajo mandando algunos de sus certificados de estudios.
El anuncio había sido puesto en la prensa por Bianchi, quien después utilizó el nombre y documentos de Walker para obtener un título universitario de psicología.
Los psiquiatras de la defensa no se declararon totalmente convencidos de que Bianchi estuviera fingiendo, y por tanto, de que debiera ser sometido a juicio. El doctor Orne y un colega suyo, el doctor Saul Faerstein, realizaron otra sesión con Bianchi el 1 de junio de 1979, e insistían en que era un simulador. Su opinión fue la que prevaleció el día en que se celebró la vista para establecer la demencia de Bianchi. Fue el 19 de octubre de 1979.
En el transcurso de esa vista Bianchi admitió su culpabilidad en los asesinatos de Bellingham y otros cinco más ocurridos en Los Angeles. Ante el estrado lloró desconsoladamente y dijo estar profundamente arrepentido. Bajo las leyes del Estado de Washington el juez le condenó a cadena perpetua sin requerirse la formalidad de un juicio completo. Pero quedaban otros cinco cargos por asesinato en Los Angeles que seguían sin tener un culpable responsable.
Bianchi accedió a testificar contra su primo y admitir su culpabilidad en esos cinco asesinatos a cambio de no sufrir pena de muerte, más la posibilidad de obtener la libertad condicional.
En diversos interrogatorios ante Salerno y Finnigan describió los asesinatos con tal lujo de detalles que quedó perfectamente claro que Ken, y no «Steve», era el auténtico culpable.
El 22 de octubre de 1979, Angelo Buono fue arrestado y acusado de los estrangulamientos de Hillside. Se le internó en la prisión del condado; Bianchi ocupaba otra celda en la misma cárcel. Pero Bianchi empezó a echarse atrás en el trato. Decía que sólo lo hizo para salvar el pellejo y que en realidad era inocente. La razón era bien simple. La oficina del fiscal del distrito había decidido retirar la acusación por los otros cinco asesinatos que hubieran significado para Binachi la pena de muerte. Ahora no tenía nada que perder si se negaba a cooperar.
En lo que concernía a la policía, no había diferencia alguna. Las joyas encontradas en casa de Bianchi le relacionaban con algunas víctimas, mientras que una mota de pelusa encontrada en el párpado de Judy Miller era del mismo material esponja de poliester localizado en la casa de Buono. Poco a poco el caso contra Buono iba permitiendo condenarle en juicio.
Lo que pasó entonces cogió a todos por sorpresa. En julio de 1979, el ayudante del fiscal del distrito, Roger Kelly, propuso retirar los diez cargos de asesinato contra Buono. Sostuvo que el testimonio de Bianchi era tan dudoso y contradictorio que carecía de valor en juicio. Sugirió que Buono fuese juzgado más adelante por los cargos de proxenetismo, violación y sodomía. Entretanto debía ser puesto en libertad bajo fianza de 50.000 dólares. Esto significaba que Buono, incluso si le consideraban culpable por estos delitos, sólo pasaría cinco años en la cárcel.
El juez George decidió hacer pública su decisión el 21 de julio de 1981. La semana antes la moral de la policía estaba bajo mínimos. Nadie dudaba que si la fiscalía no estaba segura de poder conseguir una condena, el juez no tomaría en consideración los cargos contra el acusado.
El día del juicio, Buono y su abogada defensora, Katerine Mader, se sentían optimistas. Pero pronto se vio que su confianza era excesiva. Aparte de que el testimonio de Bianchi fuera o no fidedigno, otras pruebas, como la fibra de poliester de Judy Miller, dejaban claro que la acusación contra Buono no carecía de fundamento. Así se expresó el juez George denegando la petición de la fiscalía. Y el juez añadió aún más: si la fiscalía del distrito mostraba la más mínima falta de entusiasmo en el caso, lo trasladaría a la fiscalía general.
Buono tuvo que cancelar la cena que pensaba celebrar con sus abogados defensores. El fiscal del distrito decidió retirarse del caso y dos fiscales de la fiscalía general, Roger Boren y Michael Nash, fueron encargados de la acusación contra Buono.
El juicio comenzó en el juzgado de Whatcomb County de Los Angeles el 16 de noviembre de 1981. Terminó el 14 de noviembre de 1983. Fue el juicio por asesinato más largo de la historia de los Estados Unidos.
La acusación llamó a declarar a 251 testigos y presentó más de mil pruebas ante el tribunal. Pero aunque los legajos del juicio llenarían finalmente cientos de volúmenes, el juicio en sí no reveló nada sorprendente.
Hasta junio de 1982, no se llegó a la declaración de Bianchi. Al principio su testimonio fue vago y ambiguo. Pero cuando el juez le hizo notar que estaba incumpliendo su pacto legal prejudicial y que sería enviado al penal de Walla-Walla en Washington (famoso por su dureza, su testimonio se fue concretando a pasos agigantados. Bianchi se pasó cinco meses testificando. Sus declaraciones resultaron fatales para su primo.
La defensa de Buono empleó la táctica de desacreditar a los testigos de cargo y también las pruebas, pretendiendo que el testimonio obtenido bajo hipnosis era inadmisible. El juez declaró que Bianchi había estado fingiendo el trance y la «múltiple personalidad». La defensa tuvo un argumento más sólido cuando pretendió desacreditar todo el juicio basándose en que uno de los testigos de cargo -el novio de Judy Miller- había estado internado en una institución para enfermos mentales. La moción fue denegada. El juez llamó la atención a la defensa por no estudiar detenidamente el sumario del caso.
En sus conclusiones finales el abogado de la defensa, Gerald Chaleff, afirmaba que Bianchi había cometido los asesinatos en solitario y que su primo era inocente.
El juez apercibió al abogado por pretender que todo el caso contra su cliente era una vulgar conspiración.
El jurado se retiró a deliberar el 21 de octubre de 1983. Tras una semana de deliberaciones sobre el veredicto, la defensa empezó a sentir que las cosas iban por mal camino. La acusación, sin embargo, se sentía más optimista. Posteriormente se supo que uno de los miembros del jurado, resentido por no haber sido elegido presidente del mismo, estuvo obstruyendo insistentemente la votación final. Finalmente, el 31 de octubre, el jurado declaró a Buono culpable del asesinato de Lauren Wagner.
Durante las dos semanas siguientes también le consideraron culpable de los asesinatos de Judy Miller, Dolores Cepeda, Sonja Johnson, Kristina Weckler, Kimberly Diane Martin, Jane King, Lissa Kastin y Cindy Hudspeth. Sin embargo, muy probablemente influenciados por el hecho de que Bianchi había conseguido evitar la ejecución, decidieron que Buono no sufriese la pena de muerte. El 4 de enero de 1984 el juez ordenó que Bianchi volviese a Washington para cumplir su sentencia. Después sentenció a Angelo Buono a cadena perpetua, añadiendo la mención de que sentía profundamente no poder imponerle la sentencia de muerte. El juez George se dirigió a los sentenciados en su últimas conclusiones: «Estoy seguro, señores Buono y Bianchi, que ustedes sólo sufrirán su merecido castigo reviviendo una y otra vez las torturas y asesinatos de sus víctimas, ya que son incapaces, y así lo considero personalmente, de sentir ninguna sensación de remordimiento.»
Posteriormente al juez George se le preguntó si los actos cometidos por Buono y Bianchi no eran suficiente como para considerarlos dementes. El juez respondió: «¿Por qué hemos de considerar dementes a las personas que simplemente eligen no adecuarse a nuestros hábitos de comportamiento?»
El juez George
El juez Ronald Marc George, el hombre que impidió que se retirasen los cargos de asesinato contra Buono, nació en 1940. Su padre era francés y su madre húngara. George fue educado dentro de la tradición liberal europea; estudió primero en Hollywood y después en Ginebra; y cursó derecho en la Princeton University y en la Stanford Law School. George empezó a trabajar en el equipo del fiscal general de California. El primer contacto con la mentalidad criminal tuvo los efectos de un duro golpe a su liberalismo. En consecuencia, dejó de creer que los criminales son las infortunadas víctimas de la sociedad. Al igual que el psicólogo criminalista más importante de su tiempo, el doctor Ralph Allison, se convenció de que la mayoría de los delincuentes son mentirosos empedernidos.
En 1970, George defendió la pena de muerte ante la Corte Suprema de los Estados Unidos. Fue elegido como magistrado de la misma en 1977.
La escritora Darcy O’Brien, una amiga personal de George, escribió que, cuando el Fiscal del Distrito de Los Angeles decidió retirar los cargos contra Buono, “el juez se sintió asqueado”, y decidió dar el inusual paso de denegar la petición. De esta forma, prácticamente, tomó a su cargo la responsabilidad de la acusación contra Angelo Buono. O’Brien recogió las diversas opiniones de la “comunidad jurídica”: “…ésta se encontraba dividida entre la consideración de que su actitud constituía un paso adelante valeroso o una muestra de arrogancia”. Los que criticaban su decisión creían que el juez George había perturbado el sistema jurídico.
Un nombre famoso
Una de las testigos del juicio de Bianchi y Buono fue Catherine Lorre, la hija de 27 años de Peter Lorre, el famoso actor de cine.
En su libro “L.A. Crime», Marvin J. Wolf y Katherine Mader (la abogada de Bianchi) describen como Bianchi le contó a la policía el intentó de raptar a Catherine Lorre en 1977. Bianchi y Buono la detuvieron en una calle de Hollywood mostrándole sus placas policiales. Catherine les enseñó su carnet de conducir, y también una foto suya en el regazo de su padre.
Temerosos de que la hija de un famoso atrajese en exceso la atención de la policía, Bianchi y Buono dejaron que la chica se fuese. Catherine identificó sin vacilar a los dos hombres durante el juicio.
Imitadora
En junio de 1980, Bianchi fraguó un plan descabellado para salir de la cárcel. Una mujer llamada Verónica Compton le escribió pidiéndole ayuda en un libreto sobre un asesino múltiple femenino que inyectaba semen masculino a sus víctimas -todas mujeres- para que la policía pensase que el criminal era un hombre.
Ms. Compton visitó a Bianchi en la prisión. Pronto compartían fantasías asesinas y también cartas de amor. Bianchi la persuadió para llevar a cabo realmente la trama de su obra, en Bellingham. Esto, mantenía, probaría que el “Estrangulador de Hillside” seguía en libertad.
En Bellingham, Ms. Compton invitó a una mujer joven, Kim Breed, a su habitación de hotel a tomar una copa. Una vez allí, Ms. Compton intentó estrangularla; pero Kim la volteó atléticamente sobre su cabeza y escapó. Ms. Compton fue arrestada y condenada a cadena perpetua por intento de asesinato.
Fue llamada a prestar declaración en el juicio de Bianchi y Buono. Hervía de rabia y resentimiento porque Bianchi había dejado de interesarse por ella. Su testimonio destilaba el sabor a venganza. Pero después de admitir que una vez tuvo la intención de poner un negocio de depósitos de cadáveres y dedicarse a la necrofilia (realizar actos sexuales con los cadáveres) el jurado ya no le prestó atención.
Conclusiones
Angelo Buono pasó su primer año en la cárcel de Folsom, California, en continuo aislamiento. Temía que le mataran, y se negó a abandonar su celda sin ventana; ni siquiera salía al patio para hacer ejercicio. Por el contrario, le rodeaban los cientos de volúmenes del sumario de su juicio. Tenía la intención de leerlos todos.
Kenneth Bianchi fue mantenido apartado de los demás reclusos de la prisión de Walla Walla, Washington. Su fascinación por las personalidades siguió manifestándose. Se cambió legalmente el nombre a Anthony D’Amato –apellido italiano- y después de nuevo a Nicholas Fontana. No obstante, estos cambios no evitaron que el resto de los reclusos supiese que él era uno de los “Estranguladores de Hillside”.
Bianchi insistía incansablemente en que se le trasladase a otra prisión. Los encargados de Walla Walla estaban dispuestos a conceder el traslado a una cárcel menos dura: la de Reno, Nevada. Su madre adoptiva buscó casa en Nevada para poder estar cerca de su hijo y visitarle a diario. Las maletas de Bianchi ya estaban hechas cuando se enteró el delegado del fiscal general del Estado de Los Angeles. El traslado no se efectuó.