Karl Hulten
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Asaltos y robos
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 7 de octubre de 1944
  • Fecha de detención: 10 de octubre de 1944
  • Fecha de nacimiento: 3 de marzo de 1922
  • Perfil de la víctima: George Edward Heath, de 34 años (taxista)
  • Método del crimen: Arma de fuego
  • Lugar: Londres, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Fue ejecutado en la horca el 8 de marzo de 1945
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Karl Hulten y Elizabeth Jones

Última actualización: 10 de abril de 2015

ASESINATO FORTUITO – Viaje sin retorno

Los últimos clientes de George Heath fueron una bala y una muerte lenta. Su asesinato fue el punto culminante de los espantosos días de violencia en la vida de un desertor del ejército y de su «amiga».

Todo empezó con un tiro en la oscuridad. Por una vez la noche parecía tranquila, pero con todo Bill Hollis esperaba oír el estrépito que indicaría la caída de las bombas V-1 que asolaban Londres en el otoño de 1944. El guardia nocturno Bill Hollis se hallaba efectuando su ronda habitual en la cochera Hudson, en Chiswick. Acababa de fichar cuando oyó un tiro lejano efectuado por «un revólver de gran calibre… amortiguado, como si lo hubieran disparado en un espacio reducido». Hollis alumbró el reloj con su linterna: eran las 2,30 de la madrugada del sábado 7 de octubre.

Se trataba de un sórdido y lamentable crimen con una única explicación: en la Gran Bretaña de la guerra un desertor del ejército norteamericano y una cabaretera se habían entregado a una auténtica orgía criminal. Empezaron asaltando a la gente a punta de pistola y terminaron segando la vida de un chófer por las escasas libras que éste llevaba en la cartera. El juicio por asesinato contra la famosa pareja, celebrado en enero de 1945, desterró las noticias de la guerra de las primeras páginas de los periódicos. El ambiente que les rodeaba de salas de baile, cines, perfumes caros, nombres falsos y coches robados, convirtieron el caso -como observó el novelista George Orwell- en la principal «causa célebre» de los años de la guerra.

El caso gozó desde el principio de enorme sensacionalismo. El conductor asesinado tenía una de las manos manchadas de tinta, por lo que los periodistas lo llamaron «el asesinato de los dedos con tinta». Pero al enterarse de que la víctima poseía un característico hoyuelo en el mentón, lo rebautizaron con el nombre de «el asesinato de la barbilla partida».

Durante los cuatro febriles meses del invierno de 1944-45 el asunto ocupó los titulares de los periódicos del Frente Nacional, quizá -siempre de acuerdo con George Orwell- “porque causaba cierta distracción en medio de las bombas y de la ansiedad provocada por la batalla de Francia».

Lo sensacional no era el asesinato en si, sino la pareja que lo había cometido a sangre fría. Se trataba de un soldado norteamericano llamado Karl Hulten, de veintidós años, que había desertado del ejército seis semanas antes del crimen. Y ella era una chica galesa, Elizabeth Jones, de dieciocho años, que se ganaba la vida haciendo strip-tease en los clubes del West End londinense. El azar hizo que ambos se conocieran en un sórdido café de Hammersmith la noche del martes 3 de octubre de 1944.

Hulten le dijo a la joven que era un oficial norteamericano llamado Ricky Allen y ella se presentó como Georgina Grayson. De modo que él la llamaba «Georgie» y ella se dirigía a él como «Rick». Aquella misma noche dieron un paseo en un camión de diez ruedas, propiedad del ejército norteamericano, que él había robado de las reservas de transporte de su unidad.

Las relaciones entre «Rick» y «Georgie» constituyen uno de los aspectos más curiosos del caso. Aunque el soldado manifestó que nunca llegaron a ser amantes, entre ambos se estableció una extraña compenetración. Por separado, uno y otra podían haber tenido un fuerte temperamento; pero, una vez juntos, algo así como una febril excitación se apoderaba de ellos, convirtiéndolos en violentos delincuentes. Cualquiera que se los topara se encontraría envuelto en un peligro mortal.

Desde el inicio de su breve relación -que duró menos de una semana- no dejaron de mentirse el uno al otro, intentando superarse. Según Hulten, «Georgie» le había hablado de su ambición de hacer algo excitante «como convertirse en la amante de un «pistolero». Al principio creí que me estaba tomando el pelo -comentaría Hulten-, pero ella insistía en que iba completamente en serio». Mientras salían de Londres por la carretera de Great West, Karl Hulten decidió seguirle el juego y declaró que «él había formado parte de una banda de Chicago». Para demostrárselo le enseñó una pistola automática, que llevaba oculta en el pantalón.

En la búsqueda de experiencias excitantes la pareja puso rumbo a Reading. Pero en una solitaria carretera comarcal, Hulten detuvo el camión y asaltó a una joven que se dirigía a su casa montada en bicicleta; la bajó a empujones del sillín y la dejó tendida en medio de la carretera. La chica salió corriendo aterrada mientras los asaltantes vaciaban el bolso que colgaba del manillar. El producto del robo consistía en varios cupones para ropa y cerca de cinco chelines.

Para demostrar a su nueva acompañante que se trataba de un auténtico granuja y que el asalto a una ciclista solitaria era poco para él, Hulten alardeó de «trabajar» como jefe de una banda de gángsteres americanos que se dedicaba a actuar en Londres. Jones, de acuerdo con su propia declaración, no dio señales de estar impresionada, pero de hecho estaba aterrada, porque aquel soldado fanfarrón de chaqueta de cuero empuñaba de nuevo el revólver para advertirle que, si se atrevía a contarle a alguien su secreta vida de matón, utilizaría la pistola contra ella. A primeras horas de la mañana, después de conducir a la chica a su casa, añadió un último aviso: alguien -dijo- la vigilaría constantemente. Una vez dicho esto, se fue en el flamante camión robado.

Dos noches después, el jueves 5 de octubre, Hulten se citó con Jones y la llevó al cine. Después de cenar se metieron de nuevo en el camión del ejército y se dirigieron a Reading; en el camino, el «oficial» americano presumió delante de ella de que planeaba efectuar otro robo. En un punto determinado del viaje se metió en el aparcamiento de un pub y dio media vuelta, asegurando que alguien les vigilaba. Así que la pareja cambió de rumbo y se dirigió a Londres de nuevo.

Esta vez fue Elizabeth quien, en Marble Arch, sugirió que atracaran y robaran algún taxi. Después de seguir un rato a un taxista hasta Cricklewood, Hulten se puso delante del vehículo de éste, obligándole a parar. En ese preciso momento se dio cuenta de que un cliente ocupaba el asiento trasero del taxi, de modo que salió corriendo hasta llegar al camión, lo puso en marcha a toda prisa y se dirigió de vuelta a West End.

En Road Edgware la pareja divisó a una joven que llevaba una enorme maleta atada con una cuerda. Se detuvieron y comenzaron a hablar con ella; ésta les dijo que iba a Paddington para tomar el tren de Bristol. Karl Hulten se ofreció a llevarla hasta Reading, y la joven se montó en el camión mientras él colocaba la maleta en la parte trasera. La chica se sentó entre la pareja, y salieron de Londres a toda velocidad en dirección a Windsor.

En Runnymede, junto al Támesis, el conductor paró el vehículo con la excusa de que se le había deshinchado una rueda y los tres se bajaron del camión. De pronto, Hulten sacó una barra de hierro y la joven recibió un golpe en la cabeza que la hizo tambalearse hasta acabar rodando por el suelo; después, le rodeó el cuello con las dos manos y la arrastró por la tierra; luego le inmovilizó la cabeza y le puso una rodilla en la espalda. Simultáneamente le gritó a Jones que le ayudara a sujetarla y le registrara los bolsillos, ésta obedeció y halló en ellos unos pocos chelines.

Por entonces, la aturdida joven -Violet Hodge- había dejado de ofrecer resistencia. Los asaltantes la sacaron a rastras de la carretera y la arrojaron al Támesis; después, él lanzó también al agua la barra de hierro y luego se dirigieron a Londres; allí, en casa de Jones, en Hammersmith, ambos ocultaron la maleta y el bolso de la víctima.

A la medianoche del día siguiente la pareja se hallaba a la entrada de una tienda en Hammersmith Road, en espera de que se les presentara la oportunidad de atracar un taxi. Pasaron varios ante ellos, pero ninguno se detuvo; hasta que por fin un Ford V8 de color gris paró junto al bordillo. Al volante del vehículo se encontraba un hombre de unos treinta años llamado George Heath, quien les comentó que trabajaba como chófer contratado. Jones y Hulten, se metieron en el coche, y el Ford enfiló Harnmersmith Broadway, atravesó King Streel y pasó, delante de la casa de la chica, para salir fuera de la ciudad hacia Chiswick.

Cuando el coche abandonaba la glorieta de Great West Road, Hulten -que estaba sentado detrás del conductor- le ordenó que redujera la velocidad. Jones declaró que en aquel momento oyó un click y vio a «Ricky» sacar la pistola. El coche llegó a un stop y George Heath se dio la vuelta, alargando la mano para abrirle la puerta a Betty Jones. “Justo cuando estaba a punto de salir del coche oí un disparo y vi el fogonazo», declararía más tarde.

Heath se desplomó hacia la izquierda sobre el asiento del acompañante con la espalda llena de sangre a causa de la herida. «Entonces -declaró Jones-, vi a Ricky en la puerta, con la pistola en la mano, que decía: «Cámbiate de sitio o te doy otra dosis de lo mismo».» Heath murmuró algo y se arrastró hacia la izquierda, mientras su asaltante se introducía en el coche y se instalaba en el asiento del conductor. «Registrate los bolsillos», ordenó a Betty Jones, quien continuaba sentada detrás, como hipnotizada. Karl Hulten la miró y agarró de nuevo la pistola. «¿Me has oído lo que te he dicho… o continúo contigo?»

Jones se inclinó sobre el asiento e hizo lo que le ordenaba. El taxista herido aún seguía respirando, aunque con dificultad» ella le quitó el reloj y sacó de su americana la cartera, un encendedor, una pluma y un lapicero. Su compañero, mientras tanto puso el coche en marcha y salió disparado.

A unos 30 km de Londres, cerca de Staines, el asesino detuvo el coche y arrojó el cuerpo sin vida de George Heath a una zanja. Más tarde, durante el juicio, la chica declaró que, mientras Karl conducía el Ford V8 de vuelta a Londres, ella le había gritado: «Esto ha sido un asesinato a sangre fría. ¿Cómo has podido hacerlo?» Hulten le respondió jactanciosamente: «La gente de mi profesión está acostumbrada a este tipo de cosas.» A la mañana siguiente vendió el reloj y el encendedor de la víctima, y con los beneficios obtenidos se llevó a Jones a un canódromo de Whíte City. Ganaron siete libras, y por la noche cenaron y fueron al cine a ver Vacaciones de Navidad, una película de Deanna Durbin.

Al día siguiente, domingo 8 de octubre, por la noche, Betty Jones escogió a un hombre cualquiera de las Fuerzas Aéreas que se encontraba en un pub de Hammersmith y, después de tomar algunas copas juntos, le invitó a su casa. Allí se dispuso a hablarle del asesinato. «¿Qué hago?» le preguntó. «Haz lo que te dicte tu conciencia», le contestó el piloto.

A la noche siguiente encontraron el coche de George Heath aparcado en Lurgan Avenue, donde Karl Hulten se hallaba visitando a su novia, Joyce Cook. La policía aguardó pacientemente, y cuando Hulten apareció ante ella y se colocó al volante, un grupo de agentes lo sacó a rastras del vehículo y lo empujó contra una pared. De un bolsillo le sacaron la pistola automática -cargada y amartillada, aunque con la cerradura de seguridad- y seis cartuchos de municiones. Al principio, en la comisaría, el detenido les proporcionó un nombre falso: se identificó como el subteniente Richard Allen, pero tras unos momentos de reflexión, admitió su auténtica identidad.

Betty Jones fue localizada al poco tiempo del arresto de su compañero. Primero declararía que «Ricky» había pasado la noche del crimen con ella en su casa, pero pronto se retractó y la pareja fue acusada del asesinato de George Heath.

PRIMEROS PASOS – Una pareja perversa

Ella era caprichosa y obstinada. Había abandonado a su marido, y aunque alardeaba de odiar a los hombres, se unió a un voluble soldado que le ofrecía la oportunidad de vivir las experiencias más arriesgadas y violentas que jamás hubiera soñado.

Karl Hulten y Elizabeth Jones mataban en pareja, pero sus respectivos pasados no podían ser más diferentes. Entraron el uno en la vida del otro a causa de las azarosas circunstancias de la guerra, y se llegó a dudar de que hasta el momento del arresto supieran realmente cual era el auténtico nombre del otro.

El joven soldado americano se presentó como “Ricky” y le dijo que tenía el rango de oficial. En realidad, se trataba de un soldado raso del ejército norteamericano, un desertor del 51 Regimiento de Paracaidistas, que había abandonado su unidad poco antes de que ésta saliera de Europa.

Los padres de Hulten eran suecos, y él había nacido en Estocolmo el 3 de marzo de 1922. Su padre los abandonó cuando Karl no era más que un niño, y a finales de 1923 su madre se trasladó con él a Estados Unidos para emprender una nueva vida, y una vez allí, se colocó como doncella de una mujer de Boston, en Massachusetts.

Al acabar la escuela, Karl fue de empleo en empleo: trabajó como oficinista, luego como mecánico de taxis y más tarde se matriculó en la Universidad local de Boston. Pero la guerra dio al traste con sus estudios y en mayo de 1943 el ejército lo llamó a filas. Después de un básico entrenamiento militar, ingresó en un regimiento de paracaidistas de élite y, como tantos otros soldados concentrados para el día «D», se trasladó a Inglaterra a principios de 1944.

Karl Hulten no estaba demasiado capacitado para servir en el ejército. En el juicio comentó que había reñido con uno de los oficiales y acabó desertando a finales de agosto de 1944 -o, cómo el mismo prefería explicar, “había salido sin permiso”-. Más tarde puntualizó: “Si eres un desertor, no tienes intención alguna de volver; pero cuando te has ausentado sin permiso acabarás volviendo”.

Hulten, sin que se enterara de ello la policía militar de la base cercana de Reading, probablemente demasiada ocupada para interesarse por un soldado problemático, continuó con sus entradas y salidas. En cualquier caso, se vio obligado a permanecer en Inglaterra cumpliendo la ignominiosa misión de supervisar los motores de los vehículos de su regimiento. Esto supuso la puntilla para el joven, quien volvió a “ausentarse sin permiso” llevándose consigo un camión del ejército de diez ruedas que sacó de la base ante las narices de los centinelas.

El auténtico nombre de ella era Elizabeth Maud Jones (de soltera Baker), pero le encantaba embellecerlo sustituyendo el de Maud por un exótico Marina siempre que se le presentaba la ocasión. Para su profesión, sin embargo, acabó abandonando el nombre verdadero y comenzó a utilizar el aún más sonoro y brillante de Georgina Grayson; y fue así como se presentó cuando conoció a Karl Hulten.

Betty Jones había nacido en Neath Gales del Sur, el 5 de julio de 1926. Cuando era aún una niña, sus padres se la llevaron a Canadá, donde la familia se instaló durante casi cinco años. Betty adoraba a su padre, pero al parecer no se llevaba tan bien con su madre, quien daba el afecto maternal a la hija mayor, que estaba inválida.

En el otoño de 1939, cuando Betty contaba trece años, su padre fue destinado a la ciudad de Usk, en la frontera galesa. Este hecho irritó de tal manera a la adolescente, que llegó a escaparse de casa en tres ocasiones para reunirse con él. Por una serie de razones sin aclarar, Betty pasó algún tiempo en un reformatorio situado cerca de Manchester, pero en noviembre de 1942, unos pocos meses después de su decimosexto cumpleaños, se casó con un soldado, el lancero Stanley Jones.

El matrimonio fue un desastre. Betty contó que la noche de bodas su marido le dio una paliza; ella se fue de casa anegada en lágrimas y nunca más volvió con él. En enero de 1943, aún con dieciséis años, se trasladó a Londres, donde se puso a trabajar como camarera. Como deseaba convertirse en bailarina, se las arregló para conseguir varios contratos en una serie de dudosos clubes nocturnos, en los que se dedicaba a hacer strip-tease. A cambio recibía una buena suma de dinero -cuatro libras y diez chelines a la semana-, pero su desnudo no obtuvo demasiado éxito, así que los contratos comenzaron a escasear para desaparecer por completo a principios de 1944. Betty se vio obligada a recurrir a la pensión de separación, que ascendía solamente a una libra, quince chelines y seis peniques semanales.

Al principio del juicio, algunos artículos de prensa señalaban que Georgina Grayson -alias Betty Jones- se dedicaba a la prostitución. Ella lo negó siempre categóricamente, aunque admitió que cuando conoció a Hulten, en octubre de 1944, sintió un curioso hormigueo en el estómago. «Aquello me inquietaba bastante -declaró él-, porque en el ejército siempre nos estaban diciendo que tuviéramos cuidado con esas cosas.» De hecho, la pareja insistió en que jamás llegaron a dormir juntos. «Nunca tuve relaciones sexuales con ella», afirmó Hulten. Y Betty Jones confirmó sus palabras: «No hubo nada de eso.»

Un matrimonio muy especial

En el estrado, Betty Jones describió entre lágrimas su «matrimonio de un solo día» con Stanley Jones, quien no pudo ofrecer su -particular versión de los hechos por hallarse «desaparecido en combate». Todo el mundo pensaba que era ella quien había abandonado a su marido y también que la joven no dudó un momento en aceptar la «pensión de separación» que el ejército concedía a las mujeres cuyos esposos estaban ausentes prestando sus servicios a la nación. La madre de la chica comentó lo siguiente acerca del matrimonio: «Ahora sabemos que por parte de Betty no existía ni un solo átomo de amor.» Por lo que respecta a Stanley Jones, se le dio por desaparecido o por muerto en una operación realizada en Arnhem el mismo día en que su esposa era acusada de asesinato.

LA SENTENCIA – Un disparo en el asiento trasero

Hulten fue arrestado cuando se hallaba al volante del coche de la víctima y pronto dio a conocer a la policía el paradero de su cómplice. Pero, a menos que uno de los dos confesara, tenían bastantes probabilidades de no ser castigados por el asesinato.

El interrogatorio del soldado Karl Hulten tuvo lugar en la comisaría de policía de Hammersmith y más tarde en el cuartel del Departamento de Investigación Criminal del Ejército Americano, en Piccadilly. Hulten reconoció que se había ausentado sin permiso de su unidad durante varias semanas y también admitió haber robado una pistola. Pero cuando le preguntaron acerca del Ford V8 donde le arrestaron, contestó que lo había encontrado abandonado en un descampado cercano a Newbury, en Berkshire.

En su declaración, efectuada ante el teniente Robert De Mott, de la 8.ª sección de Investigación Criminal de la Policía Militar, el detenido afirmó que había pasado la noche del asesinato con una tal Georgina Grayson, quien vivía en un piso de Hammersmith. Dos inspectores de policía británicos se presentaron allí a mediodía y la hallaron aún acostada; ella reconoció haber pasado varios días de aquella semana en compañía de «Ricky Allen». También explicó que su verdadero nombre era el de Elizabeth Maud Jones.

Entonces Hulten hizo una segunda declaración ante el teniente De Mott acerca de sus movimientos durante la noche del crimen, esta vez diciendo que había llevado a su novia al cine y que después, alrededor de las once de la noche, cenó en un café con «Georgina». El resto de la noche la pasó en su propia habitación. Aunque los testimonios de Hulten y de Jones presentaban ciertas diferencias de poca importancia, al principio los investigadores se inclinaron a pensar que era poco probable que Hulten hubiera asesinado a George Heath. Pero entonces la policía tuvo un increíble golpe de suerte.

Después del interrogatorio, Betty Jones acudió a recoger algunas cosas a una tintorería de Hammersmith Road. Allí se encontró con un policía, al que conocía con anterioridad, llamado Henry Kimberley, el cual se dio cuenta de su mal aspecto. Jones le explicó que había estado prestando declaración en relación con el asesinato de George Heath, señalándole un enorme titular del periódico acerca del caso de «la barbilla partida». «Conozco al hombre que han atrapado, le dijo a Kimberley, pero es imposible que lo hiciera él, porque estuvo conmigo toda la noche del viernes.» Pero continuó diciendo: «Si tú hubieras visto a alguien hacer lo que yo vi, no habrías sido capaz de dormir en toda la noche.»

A Kimberley le impresionó tanto el comentario, que informó de inmediato a su superior, el inspector Albert Tansill, y éste acudió rápidamente a casa de Betty Jones. Esta confesó que había mentido y dijo que quería contar la verdad. «Estaba en el coche cuando dispararon a Heath -declaró-. Pero yo no hice nada.»

Entonces la chica lo declaró todo ante la policía. Contó la historia del perverso atraco perpetrado cerca de Reading y proporcionó un detallado relato de cómo Hulten le había pegado un tiro a Heath antes de amenazarla a ella «otra dosis de lo mismo». Hulten, a su vez, confirmó parte de la declaración de Jones, aunque intentó en la medida de lo posible cargarla a ella con la culpa. Aludió varias veces a los deseos de la mujer de «hacer algo arriesgado» que la convirtiera en «la chica de un pistolero». Sólo por eso -declaró- alardeó ante ella de ser un mafioso de Chicago.

Por lo que se refiere al disparo efectuado contra Heath, el detenido insistió en que se trataba de un accidente. Su única intención era la de robarle y no disparó contra él, sino «en medio del coche»; pero la víctima se movió en el momento más inoportuno. La carrera en taxi fue idea de Betty Jones: «Si no hubiera sido por ella -añadió-, yo no hubiera disparado contra Heath.»

Mientras tanto, la prensa se dedicaba a reconstruir todo el asunto, anunciando el juicio como el más sensacional de los últimos años. Después de repetir incansablemente la etiqueta de «el caso de la barbilla partida», los periódicos hicieron aumentar el interés del público hasta límites insospechados. El número de plazas en la sala del juicio de Old Bailey tuvo que ampliarse para acomodar a un enorme contingente de periodistas. Cuando éste se inició el 16 de enero de 1945, todo el mundo anhelaba enterarse de más detalles acerca del pistolero de Chicago y de la bailarina de strip-tease.

Pero cuando se sentaron en el banquillo de los acusados, Jones y Hulten nada tenían que ver con la bravucona pareja descrita por los periódicos. A uno de los observadores le impresionó el aspecto de Betty Jones, quien, con la cabeza descubierta y el rostro mortalmente pálido, no parecía precisamente una increíble belleza, sino una «pobre fulana». Hulten, vestido con el uniforme del ejército y un gabán, no era más que uno de tantos jóvenes morenos sin nada que lo relacionara con la elegante y lujosa grandeza de un gánster americano. De hecho, nadie en el tribunal se sorprendió cuando uno de los testigos lo calificó de «tipo muy decente».

Al jurado le llevó tan sólo una hora pronunciar su veredicto de culpabilidad.

Una carta de George Bernard Shaw en The Times

El día antes del anuncio del indulto concedido a Betty Jones, The Times publicaba una carta firmada por el dramaturgo George Bernard Shaw en la que solicitaba un cambio en los procedimientos empleados por el Estado para llevar a cabo las ejecuciones. “Tenemos ante nosotros el caso de una joven cuya salud mental le inhabilita para vivir en una comunidad civilizada. Ha sido declarada culpable de robo y de asesinato; y, al parecer, su mayor ambición reside en ser lo que ella llama “la chica de un pistolero”, es decir, que, en su opinión, el robo y el asesinato constituyen profesiones románticas y encantadoras. Se ha ganado la vida como chica de strip-tease, espectáculo que (aunque yo nunca lo he presenciado) roza la decencia en los límites en que la policía lo permite…

Tenemos dos opciones evidentes: bien condenarla a muerte, bien reeducarla. Como no disponemos de una técnica reeducativa adecuada, hemos decidido condenarla a muerte: una decisión muy sensata…

Seguramente hoy en día existe la posibilidad de inventar una forma de eutanasia más civilizada que la soga y la trampa de la horca y el capellán de la prisión…”

Shaw reclamaba la eutanasia, controlada por el Estado, para evitar toda molestia, sea ésta leve o grave, añadiendo: “Si a la chica del strip-tease se le hubiera dicho simplemente que su caso se estaba discutiendo y repentinamente, una mañana cualquiera, la hallaran muerta en una celda bien confortable… la conciencia de la opinión pública se habría visto enormemente liberada”.

La víctima

  • George Heath. Treinta y cuatro años. Dotado de un inconfundible hoyuelo en la barbilla, sobrevivió a la batalla de Dunquerque, pero resultó herido durante uno de los bombardeos londinenses. Retirado del ejército por invalidez, alquiló un Ford V8 gris y comenzó a trabajar como chófer para la compañía Godfrey Davis, en el West End. Heath residía en Ewell, Surrey, con su esposa, Winifred. Durante el juicio salió a relucir la aventura que la víctima mantenía con otra mujer, cuya fotografía fue hallada en su cartera.

Fechas clave

  • 3/10/44 – Primer encuentro en un café de Hammersmith entre Elizabeth Jones y Karl Hulten; asalto y robo perpetrados cerca de Reading contra una mujer montada en bicicleta.
  • 5/10/44 – Secuestro de un taxi en Cricklewood; atacan y roban a Violet Hodge en Runnymede.
  • 7/10/44 – Asesinato de George Heath en su coche, en Chiswick.
  • 9/10/44 – Arresto de Karl Hulten
  • 11/10/44 – Arresto de Elizabeth Jones.

 


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