
El Francés
- Clasificación: Asesino en masa
- Características: Venganza pasional
- Número de víctimas: 6
- Fecha del crimen: 27 de noviembre de 1996
- Fecha de nacimiento: 1943
- Perfil de la víctima: Los hermanos María del Carmen, de 23 años, Rosa, de 15, y Antonio Delgado Juez, de 19 / Antonia de la Torre, de 90 años / Juliana Juez Juez, de 65 / Ángela Porres de la Torre
- Método del crimen: Arma de fuego (escopeta de cartuchos)
- Lugar: Burgos / San Millán de Lara, España
- Estado: Se suicida el mismo día disparándose en el corazón
Índice
Juan Medina Gordillo – El asesino de Burgos
Francisco Pérez Abellán
Un amor imposible desencadenó el asesinato de seis personas. El criminal vivió durante doce años de la generosidad de su suegra y unos vecinos a los que acabaría matando. El traslado de los jóvenes a la ciudad rompió el dominio que ejercía sobre ellos. El suicidio.
Juan Medina Gordillo, de cincuenta y tres años, nacido en la Línea de la Concepción (Cádiz), había probado la vida de emigrante en Francia. De su estancia de muchos años en el vecino país le quedó un regusto amargo y el apodo de «el Francés», con el que sería célebre.
En la capital francesa conoció a su esposa, Inocencia, «Ino», que había ido a trabajar a París procedente de un pequeño pueblecito de Burgos, San Millán de Lara, a 25 kilómetros de la capital. «Ino» se había decidido por emigrar después de ver el escaso horizonte que le proporcionaba el trabajo como sirvienta en España.
Tras terminar un largo período en casa de una familia de militares se decidió a dar el gran paso. Sería más o menos mediada la década de los cincuenta. En París las españolas tenían buena fama de cumplidoras y aunque «Ino» no había tenido la fortuna de poseer una educación que la preparara para andar por el mundo, las cosas le empezaron en seguida a marchar bastante bien.
Como era esforzada, y muy dispuesta, al poco se defendía con holgura. Una vez instalada conoció a Juan Medina con el que contrajo matrimonio. Fruto de aquella unión fue un hijo que en la época de los crímenes tenía veintinueve años.
Juan Medina, «el Francés», recordaba con cierto resquemor su pasado de emigrante. Había sido feliz aunque nunca se había adaptado por completo a la vida francesa. Su matrimonio funcionó al principio con los problemas más o menos comunes a todas las parejas, pero con el tiempo se puso en evidencia la gran particularidad de su carácter abúlico, reservado y lunático.
A consecuencia de ello las diferencias con su mujer derivaron en una total incomprensión. Harto de esa situación, Juan tomó la decisión más extraña de su vida: abandonó a su mujer y a su hijo en Francia para venirse a la casa de su suegra en el pueblecito burgalés de San Millán.
No tenía nada planeado ni sabía de qué iba a vivir. De hecho entró en la casa de su suegra y allí se benefició de su generosidad sin preocuparse del futuro. Por entonces San Millán era un pueblo que se desangraba quedándose sin habitantes. De los 400 que tenía cuando «Ino» se marchó a Burgos y luego a París, la población se había ido reduciendo hasta quedar en los escasos 40 vecinos que tenía cuando a «el Francés» le dio la locura asesina.
A Juan Medina no le gustaba trabajar. De hecho, en los quince años que vivió en el pueblo sólo se le recuerda una vez que estuvo un par de meses de peón de albañil. El resto del tiempo lo pasaba de acá para allá, haciendo recados o ramoneando sin empleo.
Lo que más le gustaba era salir de caza. Fuera de eso no se le recuerda actividad fija. De esta manera pasó diez años en el domicilio de su suegra, compartiendo casa y comida con ella y con uno de sus cuñados, Ángel. De vez en cuando, en fechas muy señaladas, venían a pasar unos días con la familia su mujer y su hijo.
En una de esas, Juan Medina, que había tomado muchas ínfulas en el hogar se enfrentó a su mujer promoviendo una agria discusión. Como resultado de la misma se produjo un fuerte enfrentamiento en el que salieron a relucir los grandes problemas de fondo. Su cuñado Ángel intervino para rebajarle los humos a la vez que le pedía que se marchara de la casa y dejara en paz a la familia.
No tuvo más remedio que hacerle caso. Entonces fue cuando puso a prueba la hospitalidad de otra de las familias de San Millán, la de Amancio Delgado, su mujer y sus cinco hijos, que tenían la vivienda más humilde del pueblo, pero que a pesar de eso acogieron como huésped a Juan durante dos años.
En el transcurso de ese tiempo, el que habría de convertirse en asesino adquirió un gran ascendiente sobre los tres hijos menores: María del Carmen, de veinte años, Antonio, de diecisiete, y Rosa, de trece.
Tal vez las cosas habrían sido muy distintas si el padre, Amancio, no hubiera tenido que pasar gran parte del día en el monte cuidando un rebaño de ovejas. Esa circunstancia dejó campo libre a Juan para que fuera aumentando su dominio sobre la casa y los más jóvenes. Gracias a ello se estableció una relación muy íntima con las muchachas, especialmente con María del Carmen. Primero las tuvo como hijas, pero luego quiso conseguir algo más.
Al término de todos aquellos meses, también a la sopa boba de sus vecinos como antes lo estuviera a la de su suegra, Juan se vio obligado a hacer uso de sus ahorros y acabó comprándose un piso en Burgos y una vivienda en el pueblo.
Durante aquel nuevo período la influencia sobre las familias de su suegra y la de sus vecinos siguió en su apogeo aunque los jóvenes luchaban por librarse de su dominio.
Tres años más tarde, cuando María del Carmen cumplió veintidós, Antonio diecinueve y Rosa quince, la existencia había cambiado para todos. Los tres muchachos se habían trasladado a Burgos para trabajar allí, y allí también se había ido Juan Medina que vivía a caballo entre la capital y el pueblo, recorriendo la distancia de sólo 25 kilómetros en su viejo Dyane 6 de color azul.
Juan seguía sin tener un empleo fijo y definitivamente alejado de su mujer e hijo, trataba de inmiscuirse en la existencia de los tres jóvenes que había tutelado desde su más tierna adolescencia. Paralelamente dentro de sí había alimentado una pasión irrefrenable que le arrastraba: se había enamorado perdidamente de María del Carmen.
Y hubo un tiempo, allá en el pueblo, cuando ella apenas tenía margen de maniobra, en el que Juan Medina sin conseguirlo del todo, más o menos se salía con la suya. Pero ya en la capital, la joven iba a su vez tomando vuelo lejos del cerrado y asfixiante ambiente del pueblo. En Burgos capital se notaba más el abismo de la edad, pero sobre todo se ponía de relieve que el intenso amor que ella despertaba en Medina no podía ser correspondido.
No obstante continuaba la vieja intimidad familiar del pueblo y Medina frecuentaba el piso de los jóvenes en la calle Vitoria del barrio del Gamonal, a sólo tres portales del suyo, con tanta asiduidad que muchos vecinos pensaban que era allí donde vivía.
Pero esto no era obstáculo para que María del Carmen hubiera decidido darle un giro a su existencia al margen del dominio que él quería imponerle. Hasta se atrevió a echarse novio, un compañero de trabajo con el que empezó a salir ante el creciente enfado de Medina.
En abril de 1996, atormentado por sus pasiones, ya no podía más: se plantaba en el portal de la casa y vigilaba a la joven. Llegando a amenazarla de muerte. A ella y a su novio. Por eso, ella lo denunció a la policía. Medina fue detenido, pero al no tener antecedentes se le puso en libertad.
Desde entonces nada volvió a ser lo mismo. Medina seguía manteniendo un trato amable, poniéndose a disposición de los jóvenes para llevarlos al pueblo en su coche, pero tramando en silencio la que se descubriría una gran tragedia.
El 27 de noviembre de 1996, muy temprano, María del Carmen quiso advertir telefónicamente a sus familiares del pueblo para que estuvieran muy atentos porque algo muy grave podía pasarles. Su aviso no serviría de gran cosa. Probablemente Juan Medina la había amenazado de nuevo y había hecho extensible esa amenaza a sus padres y hermanos.
Las últimas horas habían sido especialmente tensas. Sobre las cuatro de la tarde, Medina, llevando oculta una escopeta de caza se presentó en el domicilio de los jóvenes.
Llamó insistentemente porque tardaron en abrirle. Penetró en la vivienda y disparó sobre María del Carmen, el objeto de sus amores imposibles, y sus dos hermanos, Rosa y Antonio. Los vecinos escucharon gritos y detonaciones. Asustados llamaron a la policía, pero el criminal actuó tan rápido que ni siquiera pudieron verle huir.
A continuación subió a su piso, a unos cincuenta metros del lugar del crimen. Es difícil retomar la historia desde el punto de vista de un asesino múltiple pero es el que aquí interesa. Juan Medina descargó sus iras golpeando la escopeta que quedó rota en su domicilio. Pero allí mismo tenía otra, esta convertida en retaco con los cañones recortados.
Comprendió que lo que había hecho no tenía marcha atrás y que sería cuestión de horas que la policía atara cabos y diera con él. Decidió seguir su escalada de horror. En su coche recorrió los kilómetros que le separaban de San Millán.
Nada más llegar se dirigió a la casa de su suegra, Antonia de la Torre, de noventa años, quien casualmente se encontraba en la cocina acompañada de Juliana Juez, de sesenta y cinco años, madre de los tres hermanos a los que ya había dado muerte.
Las mujeres se asustaron al verle empuñando la escopeta. Se abrazaron aterrorizadas. Los disparos las destrozaron a la vez. Pero Medina no tenía bastante. De allí salió deprisa dirigiéndose al domicilio de su cuñada Ángela Porras sobre la que disparó dejándola herida de muerte.
Unos obreros que asfaltaban la calle escucharon los disparos. Luego vieron salir al hombre pero no le vieron la escopeta que debía de llevar oculta. La mujer apenas susurró unas palabras cuando la recogieron los trabajadores en la puerta de su casa: «Mí cuñado me ha matado.» Murió más tarde en el hospital.
Medina ya había desaparecido. En el pueblo hubo un momento de pánico. El asesino andaba suelto y aunque nadie lo sabía entonces buscaba a otro de sus cuñados que no encontró. Mientras la Guardia Civil y la policía le seguían los pasos, él regresó sigilosamente a su vivienda de San Millán, se acostó en su cama y se disparó en el corazón.
Descubiertos los cadáveres y apenas asumida la magnitud de la tragedia, el pueblo entero, loco de dolor, se negó a que el asesino de seis de sus vecinos fuera enterrado en su cementerio. El cuerpo, reclamado por la madre, recibió sepultura en la Línea de la Concepción. Hasta el autor de tanta desgracia y tanto llanto tuvo al final una madre que lloró sobre su ataúd. En San Millán están convencidos de que todo esto quiere decir algo que no es fácil interpretar.
Un hombre asesina a seis personas en Burgos por una venganza pasional y se suicida
Miguel Calvo / Miguel González – El País
28 de noviembre de 1996
Medina mató a la joven que lo desdeñaba, a tres parientes de ésta, a su suegra y a su cuñada.
Juan Medina Gordillo, un gaditano de 53 años apodado el Francés, solventó ayer a tiros su amor no correspondido por una joven de 23, María del Carmen Delgado Juez. Medina mató con tres disparos de su escopeta de caza a María del Carmen y a sus dos hermanos en su domicilio del barrio de Gamonal, en Burgos.
Después, se trasladó a la localidad de San Millán de Lara, a 25 kilómetros de la capital burgalesa, y allí mató a la madre de la joven, a su propia exsuegra y a su excuñada. Después se encerró en su casa en San Millán y se quitó la vida de un disparo en el corazón.
Medina disparó a María del Carmen y a sus hermanos, Rosa y Antonio, de 15 y 19 años respectivamente, minutos antes de las cuatro de la tarde en el piso que éstos ocupaban en el número 177 de la calle Vitoria de la capital burgalesa.
Medina estaba enamorado de María del Carmen, y su constante acoso a la joven había motivado que ésta presentase una querella en comisaría. El Francés estuvo detenido en abril pasado acusado de amenazas contra María del Carmen y su novio, pero fue puesto posteriormente en libertad.
El séxtuple asesino liquidó a sus tres primeras víctimas con otros tantos disparos de su escopeta de caza. María del Carmen y Rosa fallecieron en el acto, y Antonio murió tras ser trasladado al hospital General Yagüe.
Las detonaciones alertaron a los vecinos de los hermanos Delgado Juez, pero Medina actuó tan rápido que no pudieron verle. La vecina que avisó a la policía aseguró haber oído gritos y, más tarde un golpe seco que en principio no identificó como un disparo. Luego hubo algunos segundos de silencio y dos rápidas detonaciones más.
Traslado al pueblo
Tras matar a los hermanos Delgado, El Francés se dirigió, al volante de su vehículo, un viejo Dyane 6 de color azul, hasta San Millán de Lara, el pueblo natal de sus primeras víctimas y donde poseía una vivienda. Allí fue directo a la casa donde vivía su suegra, Antonia de la Torre, de 90 años, quien se encontraba acompañada por Juliana Juez Juez, de 65, madre de los tres hermanos fallecidos apenas una hora antes.
Las dos mujeres apenas tuvieron tiempo de abrazarse al ver al Francés dirigiéndose hacia ellas con la escopeta en las manos. Juan Medina disparó contra las dos, matándolas en el acto, y después se dirigió a la vivienda de su cuñada, Ángela Porres de la Torre, contra la que también disparó, dejándola herida de muerte.
Ángela falleció anoche en el hospital General Yagüe de la capital burgalesa mientras estaba siendo intervenida para intentar salvar su vida.
Tras disparar contra su cuñada, El Francés se echó al monte en busca de otro cuñado suyo, pastor de profesión, con la intención de acabar también con su vida. Para entonces, las fuerzas de seguridad ya habían montado un dispositivo en el pueblo para que nadie saliera de sus casas hasta que el homicida fuera localizado.
Al no encontrar a su cuñado, y con la Guardia Civil y la Policía Nacional pisándole los talones, Medina se refugió en su casa de San Millán. Allí lo encontró la Guardia Civil sobre las siete de la tarde. Estaba tendido en la cama y se había reventado el corazón de un disparo.
Dos escopetas
A su lado se encontraron varios cartuchos y una escopeta de caza de cañones recortados, distinta a la que utilizó para matar a los hermanos Delgado Juez en la ciudad de Burgos. La policía halló la primera escopeta, rota, en el domicilio de Medina en la capital burgalesa, donde debió detenerse a recoger la segunda escopeta en su camino hacia la localidad de San Millán.
El gobernador civil de Burgos, Víctor Javier Núñez, confirmó ayer ante los medios de comunicación que, según los informes policiales que le habían suministrado, Juan Medina, que frecuentaba el piso del barrio burgalés de Gamonal de la familia García Juez, también había amenazado al novio de María del Carmen, y atribuyó el móvil del crimen a una clara venganza pasional, tesis que también fue manejada a lo largo de toda la jornada por el círculo de conocidos de la familia.
Encaprichado de la joven
Los vecinos de San Millán de Lara confirmaron que Medina estaba encaprichado con María del Carmen, a la que hacía regalos y trataba de ganarse con atenciones hacia toda la familia. «Juan pasaba muchas horas con las chicas», comentaba un vecino. «Yo ya había dicho a sus padres que esto no podía acabar bien, aunque no imaginé que fuera a ocurrir algo así».
El hijo de Antonia y hermano de Angela, el cuñado del homicida al que Juan Medina buscó en el monte para darle muerte, era consciente de que había salvado la vida de milagro. «De haber estado yo aquí, sería otro de los muertos», murmuraba cabizbajo y con una cara inexpresiva.
El asesino había abandonado a su mujer y a su hijo en Francia
Manuel González – El País
28 de noviembre de 1996
«Parece mentira que agradezca así a mi madre que le diera cobijo cuando dejó a mi hermana en Francia y se vino aquí», se lamentaba ayer el cuñado de Juan Medina, hijo y hermano de dos de las víctimas de la locura del séxtuple homicida. Y es que El Francés, a quienes algunos vecinos describían ayer como un tipo extravertido aunque algo autoritario, tenía un extraño sentido de la familia.
Tras abandonar a su esposa y a su hijo en Francia, donde residió durante muchos años, este gaditano natural de la Línea de la Concepción se volvió a España y se quedó a vivir durante más de 10 años con su suegra, con la que, al menos en un principio, mantuvo una relación no conflictiva.
Sin oficio conocido, algunos vecinos se preguntaban ayer de dónde sacaba el dinero para mantener su piso de Burgos, cercano al de sus tres primeras víctimas, y su casa de San Millán, que se había arreglado él mismo y donde cultivaba un pequeño huerto con productos que él mismo consumía.
Algunos habitantes de San Millán iban más allá y aseguraban que Medina era un vago que tenía sometidos a sus familiares políticos, de los que aprovechaba casa, comida y hasta la leña para calentarse. Los vecinos de San Millán se dedican fundamentalmente al cultivo de los bosques de pinos y a la venta de la madera.
Familiares entre sí
En la pequeña localidad de 20 habitantes casi todos son familiares entre sí, por lo que el crimen había caído como un mazazo. Todos los vecinos esperaron en la calle, llena de agentes de las fuerzas de seguridad, el levantamiento de los cadáveres.
Todos aseguran que conocían sobradamente el apego de Juan Medina hacia María del Carmen Delgado, y que sabían que ya habían tenido problemas policiales por ello. Algunas fuentes señalan que la joven llamó por la mañana al pueblo para avisar a otros de sus hermanos de que algo extraño podía ocurrir a lo largo de la jornada.
«Yo ya me barruntaba que algo raro pasaba cuando llamó esta mañana Mari Carmen y dijo que avisara a sus hermanos de forma urgente, pero no creía que fuera algo tan grave», comenta uno de los vecinos en la taberna.
Todo parece indicar que hubo una especie de preludio antes de la tragedia, pero lo cierto es que la primera referencia cierta fue la llamada de una vecina del número 177 de la calle Vitoria al Cuerpo Nacional de Policía. Desde un primer momento, la policía sospechó de Juan Medina como presunto homicida y barajó dos posibilidades, la de que se hubiera dado a la fuga y la de que se hubiera refugiado en San Millán.
Los tres jóvenes asesinados en Burgos llevaban una vida normal. «Yo apenas los conocía, porque debían llevar un año o dos viviendo aquí y hacían su vida, como cualquier otro», explicaba su vecina de abajo.
La locura del huésped homicida
Manuel González – El País
29 de noviembre de 1996
Antonia de la Torre y la familia Delgado Juez tuvieron durante años, a su asesino en casa. Juan Medina Gordillo, El Francés, el hombre que se voló el corazón de un disparo tras matar a seis personas el pasado miércoles, disfrutó durante años de la hospitalidad de sus víctimas tanto en Burgos como en la pequeña localidad de San Millán de Lara, a 25 kilómetros de la capital burgalesa.
Cuando Medina volvió de Francia, sin traerse más que el apodo, se quedó a vivir en San Millán durante diez años con su suegra, Antonia de la Torre, a pesar de haberse separado de la hija de ésta, Inocencia, que se quedó en el país vecino con el hijo de ambos.
Tras una década viviendo «de la caridad», de sus parientes, según relatan en el pueblo, su cuñado Ángel le invitó hace cuatro años a buscarse otro techo tras una fuerte discusión. El Francés se cobijó entonces durante dos años en casa de Amancio Delgado. Después se compró una casa en el pueblo, que ahora estaba arreglando, así como una huerta en la que había instalado un pequeño invernadero.
Así que durante doce años Medina convivió con sus víctimas: primero con su suegra, de 90 años, y su cuñada, Ángela Porres de la Torre, de 60. Después con los Delgado Juez, una familia numerosa a la que desde el miércoles le faltan cuatro de sus miembros: la madre, Juliana Juez , de 49 años; y los tres hijos pequeños, Rosa de 15, Antonio de 19 y María del Carmen, de 23.
Esta última era el objeto de la pasión imposible del Francés, un amor no correspondido que acabó en tragedia. Medina la mató junto a sus dos hermanos en el piso que ocupaban en la calle de Vitoria, en Burgos, sobre las cuatro de la tarde del miércoles.
Después, condujo hasta San Millán, donde asesinó a su suegra y a la madre de los tres hermanos Delgado Juez. En aquel pueblo también mató a su cuñada, Ángela Porres, a la que disparó casi en la puerta de su casa y que fue recogida, herida de muerte, por los vecinos, mientras murmuraba: «Mi cuñado me ha matado». Después, se descerrajó el pecho con su escopeta de caza de cañones recortados.
Según cuentan en el pueblo, Medina era «un señor muy normal que no pegaba un palo al agua» y al que solía verse «muy de seguido» en compañía de los hijos de Amancio Delgado. «Ellos tenían sus tratos», explicaba un vecino, pero nadie en el pueblo dice conocer la denuncia por amenazas de muerte que el pasado 8 de abril María del Carmen interpuso contra Juan Medina.
Según fuentes jurídicas, El Francés estuvo a disposición judicial pero fue puesto en libertad por carecer de antecedentes y porque para amenazar de muerte a María del Carmen y a su novio utilizó una pistola de juguete. Juan tenía en regla la licencia para la escopeta de caza con la que perpetró los seis crímenes.
Si las relaciones entre El Francés y los Delgado cambiaron tras la denuncia ello no fue advertido por los vecinos. Todo lo contrario; su amistad parecía no haberse alterado. Juan llevaba y traía a las hijas de Amancio del piso de Burgos y seguía obsequiando a María del Carmen con regalos.
En opinión de Angel Santillana, párroco de San Millán de Lara, Juan Medina pretendía «sacar afecto» de las muchachas con esta actitud. Además, desde hacía un año, los hijos de Amancio habían alquilado un piso en la capital cuyo portal no dista 50 metros del bloque en el que Juan Medina tiene una vivienda de su propiedad.
Nadie sabe de dónde sacó Medina el dinero para comprar las dos viviendas y para los arreglos de la casa del pueblo. En los 15 años en que ha vivido en San Millán de Lara, Juan Medina ha fraguado un amplio consenso sobre su carácter poco dado al trabajo.
«Desde que vino al pueblo sólo le he visto trabajar dos meses que estuvo de peón de albañil en esa casa de ahí enfrente», cuenta Lorenzo, el dueño del bar del vecino pueblo de Campolara. Lorenzo conocía bien a la familia de Amancio, para la que periódicamente realizaba trabajos de empacado de hierba. «Siempre andaba por allí», dice refiriéndose al Francés, «hacía algún que otro recado pero sin hincarla. Era un Juan Lanas, que decimos por aquí».
Y es que los vecinos de San Millán no son nada suaves a la hora de ponerle adjetivos al escaso amor al trabajo del Francés, al que califican como un «chupasangre» de la familia de su mujer y de la familia Delgado Juez.
Quizá una de las razones que ayude a explicar la facilidad de Juan Medina para estar con los hijos de Amancio Delgado sea el hecho de que éste se pasaba la vida en el monte cuidando un rebaño de unas 300 ovejas. Amancio fue uno de los últimos vecinos de San Millán de Lara en enterarse de la tragedia que había acabado con la vida de su esposa y de tres de sus cinco hijos.
Sin embargo, la gente de la localidad no consideraba a Medina un hombre ni violento ni peligroso. Bien vestido y aseado, lo describen como un individuo afable y buen conversador. Sus vecinos de bloque en la capital burgalesa tampoco tenían queja de él. Una mujer que vive en el mismo rellano de la vivienda del Francés lo definía como un hombre «muy amable y que saludaba muy bien».
Los vecinos de San Millán cavaban ayer las seis tumbas para las víctimas de Juan Medina. Hoy se instalará en el pueblo la capilla ardiente y se celebrarán los funerales, una vez que a los cadáveres se les haya practicado la autopsia. Don Abel, el párroco del pueblo, explicó que no habrá en San Millán funeral por el asesino «para evitar la tensión». Es muy probable que el cuerpo del Francés, que nadie ha reclamado, acabe en una fosa común.
Cándida, que regenta el bar de San Millán de Lara en el que los vecinos lamentan el séxtuple crimen, no encuentra explicaciones a la tragedia. Aunque apunta una: «¿Que por qué? Pues porque tenía una escopeta, por eso».
El asesino múltiple
Rodrigo Pérez Barredo – Diariodeburgos.es
15 de mayo de 2011
Sólo unas pocas personas asistieron aquel 2 de diciembre al cementerio de la La Línea de la Concepción, en Cádiz, para despedir a un hombre que había muerto a mil kilómetros de allí. Aunque había expectación entre los medios de comunicación gaditanos, el sepelio pudo celebrarse en la intimidad.
No hubo escenas de desgarro ni dolor en el adiós a Juan Medina Gordillo. Sin embargo, éstas fueron las predominantes en otro funeral, celebrado días antes en San Millán de Lara, provincia de Burgos. Cómo no iba a haberlas entre los vecinos, familiares y amigos de seis personas, seis, todas asesinadas un helador día de noviembre por la ira y la sinrazón de aquel hombre vil, ebrio de venganza y despecho.
Juan Medina había llegado quince años antes a San Millán de Lara procedente de Francia, adonde había emigrado en su juventud y se había casado con Inocencia Porras, natural de este pueblo burgalés. De ahí que se le conociera como «El francés».
Durante años, vivió en casa de su suegra pese a la ausencia de su mujer, que permaneció en Francia con el hijo de ambos. En ese tiempo, y al decir de los vecinos, Juan trabajó entre poco y nada. Era un tipo más bien huraño, aunque correcto en el trato.
En los últimos tiempos había trabado especial relación con algunos miembros de la familia Delgado Juez, también originaria de San Millán. El cabeza de familia, Amancio, era pastor. Estaba con sus ovejas en el monte aquel 27 de noviembre, de ahí que fuera uno de los últimos en enterarse de lo sucedido, que le rompería para siempre el corazón y toda su vida.
«El francés», de 53 años, pretendía a María del Carmen Delgado, de 22, a quien agasajaba con regalos y acosaba con regularidad, a pesar de las negativas de la joven a entablar una relación. De aquella obsesión llegó incluso a producirse una denuncia; sin embargo, el roce frecuente entre Juan Medina y María del Carmen y sus hermanos continuaba.
Al parecer, la víspera del día de la tragedia se produjo una fuerte discusión entre el hombre y los hermanos Delgado, que además de verse en San Millán eran casi vecinos de portal en sendos pisos del barrio de Gamonal, en los números 171 y 177.
La matanza
Poco antes de la cuatro de la tarde de ese miércoles 27 Juan Medina se presentó en el piso de los Delgado. Iba armado con una escopeta de caza. Se encontraban en casa María del Carmen, su amor no correspondido; Antonio, de 19 años; y Rosa, de 15. Mató a los tres. Por fortuna, los otros dos hermanos, Mari Luz y José, no se hallaban en la casa, por lo que se salvaron de una ejecución segura.
Inmediatamente después salió en dirección a San Millán de Lara, adonde llegó encendido de sangre y de venganza. Accedió a la casa de su ya exsuegra, Antonia de la Torre, de 90 años, a quien también disparó a bocajarro.
El colmo de la mala suerte quiso que acompañando en ese momento a la anciana estuviera Juliana Juez, madre de los tres hermanos a los que acababa de quitar la vida a sangre fría. Aquella escalada homicida no concluyó ahí: antes de recluirse en la casa que había comprado en el pueblo segó la vida de su excuñada, Ángela Porras, y buscó sin éxito al hermano de ésta, Antonio, que se hallaba en el monte cuidando del ganado.
Al no encontrarlo, se refugió en su casa. Sabedor de que la Policía y la Guardia Civil no tardarían en dar con él habida cuenta del inmenso rastro de sangre, se disparó con la escopeta en el corazón. Cuando los agentes entraron en la casa lo encontraron muerto sobre la cama. El séxtuple crimen conmocionó a la sociedad burgalesa. San Millán de Lara vivió meses de luto y silencio. Todavía hoy, tantos años después, es difícil hablar de aquel día.
El recuerdo permanece indeleble, como una terrible pesadilla.