
La Masacre de Floresta
- Clasificación: Asesino
- Características: Policía - Apodado «El Trotador»
- Número de víctimas: 3
- Fecha del crimen: 29 de diciembre de 2001
- Fecha de detención: 30 de diciembre de 2001
- Fecha de nacimiento: 1940
- Perfil de la víctima: Maximiliano Tasca, de 25 años, Cristian Gómez, de 25, y Adrián Matassa, de 23
- Método del crimen: Arma de fuego
- Lugar: Buenos Aires, Argentina
- Estado: Condenado a prisión perpetua el 10 de marzo de 2003
Índice
- 1 Juan de Dios Velaztiqui – La Masacre de Floresta
- 2 Un policía retirado discutió con tres jóvenes y los mató a tiros
- 3 El sobreviviente de la masacre de Floresta tiene miedo de declarar
- 4 El asesino era el famoso «trotador»
- 5 El día menos imaginado para un policía
- 6 Arresto domiciliario para el autor de la masacre de Floresta
Juan de Dios Velaztiqui – La Masacre de Floresta
Última actualización: 6 de enero de 2016
La Masacre de Floresta ocurrió el 29 de diciembre de 2001 en el barrio de Floresta, Buenos Aires, Argentina, cuando un policía, Juan de Dios Velaztiqui, mató a quemarropa a tres jóvenes dentro del minimercado de una estación de servicio, molesto por los comentarios que éstos hicieron.
Era la madrugada del sábado y cuatro amigos estaban sentados a la mesa mirando la televisión, donde mostraban escenas de los disturbios ocurridos la noche anterior. Esto a su vez tuvo lugar unos días después de la renuncia de Fernando de la Rúa a la presidencia, y horas antes de la renuncia de Adolfo Rodríguez Saá.
Cuando se vieron imágenes que mostraban cómo los manifestantes golpeaban a un policía, uno de los amigos hizo un comentario: «Por fin una vez le tocó a ellos». Al oír esas palabras, el suboficial retirado Juan de Dios Velaztiqui -que custodiaba el lugar- respondió: «Basta», extrajo su arma y disparó contra Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa, causándoles la muerte. Un cuarto joven que estaba con ellos se salvó porque alcanzó a huir corriendo. Todos tenían entre 23 y 25 años.
Velaztiqui intentó fraguar una escena de robo, moviendo los cuerpos y plantando un cuchillo, pero no fue convincente y terminó detenido.
En marzo de 2003, un tribunal oral condenó al policía a prisión perpetua por «triple homicidio calificado por alevosía».
En la Plaza Ciudad de Udine y la Plaza del Corralón hay murales con la cara de los tres jóvenes rodeadas de escudos y los colores del Club Atlético All Boys debido a la pasión que sentía Cristian Gómez y la simpatía de Maximiliano Tasca y Adrián Matassa por el equipo de Floresta. Existe un documental que reflexiona sobre la violencia policial, tomando como eje el caso.
Ante este hecho fatídico, la banda No Te Va Gustar compuso un tema bajo el nombre de «El oficial».
Un policía retirado discutió con tres jóvenes y los mató a tiros
Pablo Abiad – Clarin.com
30 de diciembre de 2001
Es un sargento de la Federal. Les disparó a sus víctimas a quemarropa. Fue su reacción ante la frase de uno de los muchachos, cuando miraban por TV los incidentes en Plaza de Mayo.
Hacía dos horas había terminado el cacerolazo con el que los porteños, también en el barrio de Floresta, protestaron contra la situación del país. En el barcito de una estación de servicio, en la esquina de Bahía Blanca y Gaona, un grupo de amigos se detuvo a mirar por televisión los incidentes de la Plaza de Mayo. Eran cuatro, sentados alrededor de una mesa plástica blanca, de patas rojas.
-Está bien. Si es lo mismo que hicieron ustedes la semana pasada… -dijo en voz bien alta uno de ellos cuando pasaron las imágenes de varios manifestantes golpeando a un policía. Le hablaba al custodio del lugar, un suboficial retirado de la Federal, sentado una mesa más atrás.
-¡Basta! -fue lo único que le contestó el expolicía. Y en cosa de segundos hizo un desastre: se levantó de su silla y, como enceguecido, sacó su arma y fusiló a tres de los jóvenes. Fuentes de la investigación informaron a Clarín que el autor de los disparos es el exsargento primero Juan de Dios Velaztiqui, tiene 61 años y está preso.
Hasta anoche permanecía en la comisaría 43, a cinco cuadras de donde ocurrió todo. No pudieron trasladarlo a la alcaldía de Tribunales, como pidió el juez que tomó la causa, porque los vecinos de Floresta tuvieron virtualmente sitiada la seccional durante todo el día: hubo, otra vez, balazos de goma y gases lacrimógenos.
Anoche, la estación de servicio donde se produjo el triple crimen estaba llena de graffiti garabateados con aerosol: «Mataron a tres inocentes». Dentro del bar había un manchón de sangre, estirado varios metros como si hubiera sido dibujado con pintura. Una mujer que vio lo que pasó explicó que, tras los balazos, Velaztiqui arrastró los tres cuerpos hacia la calle. Y que a uno le apoyó un cuchillo como para simular un enfrentamiento. Después se acercó a un teléfono público y, con absoluta frialdad, llamó él mismo a la comisaría.
Fue a las 4.10 de una madrugada caliente. Primero, tras la frase que lo ofendió, el expolicía se paró al lado de Maximiliano Tasca (25 años) y le disparó a quemarropa a la sien. Siguió con Cristian Gómez (25), a quien le habría dado en la nuca. Luego a Adrián Matassa (23), el único que alcanzó a ser trasladado al Hospital Alvarez, donde murió a las 9, con heridas gravísimas en el estómago. El cuarto joven -cuyo nombre de pila sería Ernesto- pudo escapar.
Velaztiqui trabajaba como guardia en la estación de servicio desde hacía un mes, contó a Clarín el dueño del lugar, que sólo dijo llamarse Jorge. Los vecinos describieron al expolicía como un hombre alto, corpulento, siempre con anteojos oscuros.
Hoy mismo podría ser interrogado por el juez de Instrucción Ricardo Warley. A diferencia de otros casos, el área de Prensa de la Policía Federal esta vez dijo no tener mayores detalles sobre el hecho.
Hasta unos minutos antes de la tragedia, las tres víctimas habían estado en el cacerolazo. Tasca llevaba un jean celeste, zapatos de gamuza y una camisa oscura. Gómez -a quien llamaban «Gallego», como a su padre- vestía una remera blanca y un jean azul, igual que Matassa. Habían pedido cervezas y Coca-Cola.
Sus nombres también quedaron, desde ayer, escritos en varias paredes del barrio: «Maxi, Cristian, Adrián». Desde temprano, sus amigos se reunieron frente a la estación de servicio y cortaron el paso de los coches por la avenida Gaona. Después fueron hasta la comisaría, en Chivilcoy al 400. Entonces empezaron los incidentes.
Mostrando el corte que le habría dejado un piedrazo, el subcomisario Carlos Norberto Sixto trató de convencer a los vecinos de que Velaztiqui ya no estaba ahí. Pero no le creyeron y terminaron rompiendo las puertas de vidrio de la seccional.
Más tarde llegó la Infantería. Unos cincuenta jóvenes les arrojaron piedras y petardos, a los que siguieron los correspondientes gases y balas de goma. Los choques se extendieron hasta las 7 de la tarde, cuando la Policía logró recuperar Gaona.
Los manifestantes iban y volvían de la comisaría a la estación de servicio, con la Infantería detrás. En algunas esquinas se encendieron fogatas para contrarrestar los efectos de los gases. Y una autobomba quedó averiada de tantos piedrazos.
«¿Cómo puede ser que repriman así a los vecinos que se quejan por esta masacre?», gritaba, de fondo, María Angélica Matassa, madre de una de las víctimas. Su hijo, Adrián, y sus amigos Maximiliano Tasca y Cristian Gómez van a ser velados desde hoy a la tarde.
El sobreviviente de la masacre de Floresta tiene miedo de declarar
Clarin.com
3 de enero de 2002
Se salvó porque salió corriendo. El sábado estaba junto a tres chicos que fueron fusilados por un policía que se enojó por un comentario ante la TV. El policía que les disparó no estaba borracho.
Se salvó por milagro de los tiros y es, quizá, el principal testigo del asesinato de los tres amigos de Floresta. Pero a cinco días de la masacre todavía no se conoce su versión sobre lo que sucedió. Pese a que la ofrecieron todas la garantías, todavía no se presentó a declarar.
Los investigadores dicen que el joven -su nombre sería Ernesto- está atemorizado por la situación. El acusado por el ataque es un policía que cumplía un servicio adicional en la estación de servicio de Gaona y Bahía Blanca. Ayer quedó desestimada un versión que había circulado en las primeras horas: un examen de alcoholemia determinó que el agresor no había bebido antes de disparar contra el grupo de amigos.
La masacre ocurrió el sábado a la madrugada. Maximiliano Tasca (25), Adrián Matassa (23) y Cristian Gómez (25) tomaban unas cervezas en el minimercado de la estación de servicio cuando en la televisión empezaron a pasar imágenes de los golpes contra un policía después del cacerolazo del viernes a la noche. Uno de los jóvenes hizo un comentario sobre lo que estaba viendo e inmediatamente el suboficial retirado Juan de Dios Velaztiqui -que custodiaba el lugar- se levantó de su mesa y les disparó.
Los tres jóvenes murieron por los balazos. Un amigo más, que estaba con ellos, alcanzó a escapar apenas empezaron los disparos.
El policía fue detenido, procesado por el triple crimen, y embargado en tres millones de pesos. Y ya está en la cárcel de Marcos Paz. El ataque fue visto a tres metros por una empleada del minimercado que todavía no sale del asombro pero recuerda todo con detalle. Eso quiere decir que el joven que se salvó no es el único testigo. Pero su testimonio es muy importante para los investigadores y por eso quieren que declare lo antes posible.
«El ministerio público tiene una oficina de protección a la víctima y a los testigos y aquí se darán todas la garantías a esta persona y a cualquier otro testigo que quiera declarar», dijo a la agencia Télam el fiscal Luis Bunge Campos.
Pero el joven todavía no apareció. No se hizo ver en las dos marchas que se organizaron para repudiar el crimen y los amigos y familiares de las víctimas evitaron dar datos precisos sobre el testigo.
«Él está muy mal y por ahora no va a hablar. Los padres le dijeron que se quedara en la casa», le explicó a Clarín uno de los amigos de las víctimas.
El policía Velaztiqui, de 61 años, se negó a declarar ante el juez Ricardo Warley, a cargo del caso. Pero frente a tanta evidencia, en apenas 36 horas -un tiempo récord- le dictaron la prisión preventiva por el crimen de los tres amigos.
En los primeros momentos corrió la versión de que Velaztiqui estaba alcoholizado cuando atacó a los jóvenes. Eso fue desmentido por la encargada del quiosco, quien contó que el acusado apenas había tomado un café y un helado. Un estudio -el resultado se conoció ayer- confirmó que el agresor estaba perfectamente lúcido cuando disparó.
Unos segundos después de los balazos, el policía arrastró el cuerpo de dos de los chicos hacia afuera, y enseguida hizo un llamado telefónico. Se cree que marcó el número del Comando Radioeléctrico, aunque eso no está comprobado. Un rato después, llegó un hombre en un Ford Falcon azul. Según los testigos, el policía ya había tirado un cuchillo junto a los cuerpos, para simular un enfrentamiento.
Horas después de la masacre fue relevada la plana mayor de la comisaría 43, que tiene jurisdicción en el barrio. Según fuentes de la propia Policía, fue un gesto que buscó «hacer más transparente la investigación».
Pero la Justicia no cree que los policías hayan intentado encubrir o ayudar de alguna manera al agresor. Ni en el juzgado ni en la fiscalía los están investigando, aclararon ayer fuentes del caso.
El asesino era el famoso «trotador»
Carlos Rodríguez – Pagina12.com.ar
11 de enero de 2002
Juan de Dios Velaztiqui, el sargento que hace dos semanas asesinó a tres muchachos en una estación de servicio, fue en la dictadura tapa de los diarios: arrestó a 49 hinchas de Nueva Chicago por cantar la marcha peronista y los hizo trotar varias cuadras. Lo apodaron «el Trotador».
El episodio, ocurrido en los últimos tiempos de la dictadura militar, quedó reflejado en los medios de prensa como una muestra del autoritarismo reinante, que no toleraba ni las expresiones más naturales del folklore político. «Hubo 49 detenidos en un estadio por entonar la marcha peronista», fue el título de la nota publicada por Clarín, el 25 de octubre de 1981.
Con su particular estilo, Crónica encontró enseguida el mote justo para el policía encargado del operativo: lo bautizó «el Trotador», porque los detenidos fueron obligados a trotar, hasta la comisaría más cercana, mientras llevaban las manos pegadas a la nuca, como en el cuartel. Hoy no se cumple ningún aniversario del suceso. El motivo del recuerdo tiene que ver con el protagonista del apriete contra los hinchas del club Nueva Chicago: el «Trotador» no era otro que el sargento primero de Caballería Juan de Dios Velaztiqui, el mismo que hace dos semanas asesinó a tres chicos en el barrio porteño de Floresta.
El acto contra de la libertad de expresión ocurrió el 24 de octubre de 1981, en la cancha de Nueva Chicago, en el barrio de Mataderos, una tarde en la que el equipo local le ganó por tres a cero a Defensores de Belgrano. Las crónicas periodísticas dijeron que se trató de «un episodio desacostumbrado» que se produjo cuando el equipo local «ganaba fácilmente y la hinchada festejaba», sin provocar incidentes. El problema fue que entre los «dale campeón» y el tradicional «Chicago corazón», parte del público coreó la marcha peronista, algo imperdonable en esos tiempos de rigurosa veda política.
Los cronistas deportivos, instalados en el palco de prensa, en ningún momento observaron algún incidente y cuando comenzaron las detenciones, el grueso de la hinchada local pidió la libertad de sus compañeros de tablón, con el tradicional grito «que los larguen». En la sede de Nueva Chicago, todos han escuchado alguna vez la historia de ese día. «Entre los detenidos estuvieron Tito Pezoa, Julio Palacios, el Cabezón Juan, Benito Barbeiro, pero a algunos los largaron enseguida y otros estuvieron un mes en la comisaría», recordó Mariano Batasarano, intendente del club, quien conoció la leyenda de boca de sus mayores.
A los «chicos» de la hinchada los fueron ubicando sobre la vereda opuesta a la del estadio, sobre la avenida Francisco Bilbao. Uno de los policías, que sería Velaztiqui, subió varias veces a la vereda, montado a caballo, para hacerles recordar a los detenidos que debían mantener las manos en la nuca.
En el procedimiento intervinieron por lo menos otros cuatro hombres de la montada, cuyos nombres no pudieron ser establecidos. Una vez alineados sobre el asfalto de Bilbao, los hinchas fueron llevados al trote hasta la Comisaría 42ª, en Avenida de los Corrales y Tellier, que hoy se llama Lisandro de la Torre.
Un vocero policial de la época, el subcomisario Quintana, había explicado en su momento que del total de «demorados», 40 fueron dejados en libertad a las pocas horas y nueve quedaron detenidos. Fuentes del club, a más de 20 años de lo ocurrido, confirmaron que los que quedaron detenidos fueron Vicente Escola, Raúl Enrique, Rubén Parapodio, Samuel Lío, Nicolás Rearte, Daniel Sánchez, José Paladino, Jorge Capelo y Miguel Aquino. Ellos fueron sancionados con un arresto de 30 días, acusados de infringir el edicto policial que sanciona la promoción de desórdenes en las reuniones deportivas. La policía nunca reconoció que los hubiera detenido por cantar la marcha peronista y alegó que «habían generado incidentes».
El subcomisario Quintana, de efímera fama, sostuvo ante los medios de prensa que ninguno había sido tratado con violencia, aunque la memoria colectiva de los hinchas de Chicago hace mención a «golpes, patadas, topetazos con los caballos y la orden del jefe (ése era Velaztiqui) de que mantuvieran el ritmo de marcha al trote a lo largo de las seis cuadras que hay hasta la seccional».
Los policías, a lo largo del trayecto, se subían con los caballos a la vereda para amedrentar a los vecinos, que pedían la libertad de los detenidos. Quintana, en sus declaraciones de época, había señalado como dato inquietante que los hinchas «llevaban bombos».
Hoy cuesta reconstruir cómo fue que comenzó una acción penal, contra el sargento Velaztiqui, en su carácter de jefe del operativo, por el delito de «vejaciones», contemplado en el artículo 144 del Código Penal con penas de hasta un año y seis meses de prisión, más tres años de inhabilitación permanente para ocupar cargos públicos. La versión más difundida es que la promovieron diez abogados que leyeron la noticia en los medios. La causa fue resuelta recién en abril de 1985, por el juez en lo criminal de sentencia Ricardo Giúdice Bravo, hoy miembro del Tribunal Oral Uno de la Capital Federal. Velaztiqui fue absuelto.
En su fallo, el magistrado sostuvo que se trató de «un procedimiento y dispositivo de seguridad que podrá ser criticado desde la óptica técnica y hasta administrativa (en el seno de la Policía Federal), pero que no trasciende a la esfera penal».
Aunque no parece una visión que concuerde con lo que ocurrió aquel día, el juez justificó su decisión recordando que «el particular clima de euforia» que se genera en las canchas «se traduce, en la mayoría de los casos, en desórdenes y agresiones». Lo esencial fue que, en su opinión, el trote y el hecho de tirarles el caballo encima -como ocurre siempre en las canchas–, no eran motivo suficiente como para configurar «la conducta dolosa propia del vejamen».
Ahora, a 20 años de un episodio que estuvo en boca de todos, el sargento Juan de Dios Velaztiqui enfrenta una acusación por triple homicidio de la que difícilmente podrá salir absuelto.
El día menos imaginado para un policía
Carlos Rodríguez – Pagina12.com.ar
11 de marzo de 2003
Velaztiqui fue condenado por «triple homicidio calificado por alevosía». La familia festejó en la sala y el tribunal suspendió la lectura del fallo. La alegría siguió afuera. Antes, el policía había pedido perdón.
La condena fue por aclamación. Cuando los jueces dijeron «perpetua», la palabra sonó reparadora para las familias de los tres chicos asesinados el 29 de diciembre de 2001 en Floresta y se produjo el estallido.
Algunos lloraron abrazados, otros convirtieron la bronca en insulto, un puñado optó por vivas y aplausos. Todos recorrieron todas las variantes del festejo, que adquirió tal dimensión que el presidente del Tribunal Oral 13, Oscar Rawson Paz, apenas pudo exponer la decisión de «condenar a prisión perpetua por homicidio calificado por alevosía al suboficial Juan de Dios Velaztiqui».
Dejó para otro día la lectura de los otros siete puntos del veredicto. En lugar de hacer desalojar la sala, medida usual cuando el público desborda, Rawson Paz fue inteligente: cerró la audiencia, hizo salir al imputado, y la celebración siguió varios minutos en el recinto y una hora en la calle.
Antes del cierre, Velaztiqui le había pedido perdón «a Dios Todopoderoso», a su familia, a la Policía Federal y recién después a los padres de los tres chicos asesinados aquel oscuro fin de año. A pesar de la dura condena, el policía podría lograr en siete años -cuando cumpla los 70- el beneficio de la prisión domiciliaria.
«Que se pudra en la cárcel. A mis amigos no me los devuelve nadie, pero este fallo nos hace creer en la Justicia», dijo un joven en medio de la euforia general.
Angélica Van Eek, la mamá de Adrián Matassa, uno de los jóvenes asesinados, tiene una apariencia monolítica, pero ayer se quebró: lloró abrazada con Vilma Ripoll, legisladora porteña por Izquierda Unida, asidua asistente a las audiencias.
Omar Tasca y Silvia Yrigaray, los papás de Maximiliano Tasca, se pusieron de pie y gritaron como si fuera el gol que trae algo de justicia en el marcador. Elvira Torres y Juan Ramón, los padres de Cristian Gómez, se felicitaron con Enrique Matassa, el papá de Adrián. Todos estaban desencajados por el llanto. «Recién mañana vamos a empezar el duelo, hasta hoy sólo vivíamos para escuchar esto», dijo Elvira Torres a Página/12, aludiendo a la soñada «prisión perpetua».
La contracara era el rincón donde estaba el condenado Velaztiqui, cuya reacción ante el fallo pasó desapercibida para la mayoría, porque estaba cercado por cuatro policías y dos miembros del Servicio Penitenciario Federal.
Un intento de fuga no era el motivo de tanta prevención: querían evitar una posible agresión en un recinto donde las pasiones estaban desatadas. El más corpulento de los custodios era el sargento Miguel Angel Magallanes, uno de los responsables del operativo de seguridad. Cuando era llevado a la sala, minutos antes de la lectura de la condena, una mano había cruzado el rostro de Velaztiqui. El certero bofetón lo tiró una chica, hermana de uno de los jóvenes asesinados.
Desde la apertura del último día de sesión, a las 9.30, la tensión se instaló en la sala de audiencias del noveno piso de Lavalle 1171. Se escucharon insultos dirigidos a Velaztiqui o a la Policía Federal. La coincidencia general era que, si la condena que parecía inevitable era menor a la perpetua, las cosas «se podían poner feas» por la reacción popular. Eran las expresiones públicas del personal de seguridad.
Tal fue la crisis que provocó el fallo que tanto los familiares como sus abogados se confundían y hablaban a veces de «prisión» y otras de «reclusión». Sólo recordaban que Rawson Paz dijo la palabra «perpetua», pero todos saben bien las diferencias que hay entre una calificación y la otra. Los jueces recién hoy entregarán a las partes la notificación formal del veredicto y en unos días darán a conocer los fundamentos.
Por lo que pudo saberse ayer, los jueces Rawson Paz, Pedro Aquino y Rodolfo Urtubey desecharon el pedido del fiscal Julio César Castro para que sean investigados los policías que tuvieron participación directa en la investigación del caso, a los que la parte acusadora señaló como presuntos partícipes de delitos que podrían ir desde incumplimiento de los deberes de funcionario público hasta encubrimiento, pasando por falso testimonio. En ninguno de los ocho puntos se pide la investigación de los cuatro policías que concurrieron a la audiencia, Miguel Angel García, Diego Almada, Leonardo Lallana y Carlos Sixto. Al menos los dos primeros parecían haber incurrido en reticencias y en alguna mentira flagrante.
Tampoco se habría tenido en cuenta la solicitud de que se investigue y se le impute a Velaztiqui el intento de homicidio de Enrique Díaz, el joven que acompañaba a los tres chicos asesinados. Díaz fue el único sobreviviente de la masacre. Pudo escapar sano y salvo del maxikiosco de Gaona y Bahía Blanca, donde compartía la misma mesa donde quedaron apilados los cuerpos de sus amigos. Y todo porque Maxi Tasca, el primero en caer, se había burlado dos veces de un policía golpeado por la multitud enardecida tras la caída del fugaz presidente Adolfo Rodríguez Saá. Esa fue la supuesta afrenta que Velaztiqui no pudo tolerar.
«Hijo de puta», fue el saludo de bienvenida que recibió el acusado cuando ocupó su lugar en la sala, al lado del defensor oficial Mariano Maciel. Esta vez, al imputado lo hicieron ingresar por una puerta interna, para evitar que cruzara por el lugar asignado al público, colmado por familiares y amigos de los tres chicos. Igual, a la salida del ascensor, cuando lo traían a la tarde para que escuchara el fallo, un cachetazo le sacudió los anteojos oscuros.
Otro incidente similar se produjo en la calle, donde la barra de Floresta, que siempre acompaña a los padres en su demanda de justicia, hizo la vigilia habitual. Un hombre joven se acercó a los manifestantes y les gritó «zurdos». El insensato provocador fue silenciado a golpes y la policía tuvo que darle amparo.
En la calle también festejaba Sandra Bravo, la encargada del maxikiosco y principal testigo de cargo. «Esto es espectacular, es lo que estábamos esperando todos, que finalmente se hiciera justicia». Además de participar de la celebración, Sandra era felicitada por todos. Ella fue la que frustró, con su testimonio inicial, a horas del hecho, toda posibilidad de que el triple crimen fuera presentado por Velaztiqui como un supuesto enfrentamiento.
Elvira Torres, la mamá de Gómez, lloraba y reía. «Yo le deseo a Velaztiqui que viva muchos, muchísimos años, pero que se pudra en la cárcel». Angélica Van Eek hablaba por un megáfono para «felicitar a los jueces del Tribunal Oral 13, al fiscal y también al defensor Maciel porque estuvo horas hablando al pedo y no le sirvió de nada».
Omar Tasca convocó a una nueva marcha que se realizará el sábado 29 de marzo, cuando se cumplan los primeros 15 meses de la muerte de los tres pibes. «Queremos agradecer a los vecinos de Floresta, a los amigos, a los periodistas y a todos los que nos ayudaron a conseguir justicia», dijo Tasca, alma mater de las movilizaciones. «Nuestros hijos no descansaban en paz, esperaban justicia. Ahora vamos a empezar a elaborar el duelo», repitió Elvira. «Lo que viene ahora es duro. A ellos los sostenía la sed de justicia y ahora tienen que volver a mirarse por dentro. Va a ser duro», sentenció un allegado a las tres familias.
Arresto domiciliario para el autor de la masacre de Floresta
Eldiario.com.ar
6 de Agosto de 2012
El expolicía federal Juan de Dios Velaztiqui, quien en 2003 había sido condenado a prisión perpetua por el crimen de tres jóvenes en el barrio porteño de Floresta, fue beneficiado con un arresto domiciliario, informaron familiares de las víctimas.
La morigeración de la detención que venía cumpliendo en la cárcel le fue concedida en los últimos días y se ejecutó el viernes último, dijo a Télam Angélica Van Eek, madre de Adrián Matassa, uno de los muchachos asesinados.
«No lo podemos creer. Él fue condenado a perpetua en 2002 y solo lleva cumplidos diez años preso. El lunes averiguaremos en Tribunales por qué se le dio este beneficio y si se puede apelar la decisión», afirmó la mujer.
Velaztiqui tiene actualmente 72 años, por lo que se estima que fue beneficiado por la ley 24.660, que prevé que el Juez de Ejecución Penal podrá disponer el cumplimiento de la pena impuesta en detención domiciliaria cuando el interno sea mayor de 70 años o padezca una enfermedad incurable en período terminal.
El triple crimen ocurrió el 29 de diciembre de 2001 en una estación de servicio ubicada en Bahía Blanca y la avenida Gaona, del barrio de Floresta.
Allí, cuatro amigos miraban por televisión imágenes en las cuales varios manifestantes golpeaban a un policía en Plaza de Mayo, tras un cacerolazo en las horas previas a la renuncia del entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá.
En esas circunstancias, según distintos testigos, Maximiliano Tasca, de 23 años, comentó: «Está bien; eso es por lo que hicieron ustedes la semana pasada».
Al escuchar la frase de los amigos, Velaztiqui reaccionó y dijo: «Hasta acá; basta», extrajo su arma y disparó contra los muchachos.
Cristian Gómez, de 25 años, y Tasca murieron en el lugar, mientras que Adrián Matassa, de 23, falleció a la mañana siguiente en el Hospital Álvarez y el único que pudo escapar corriendo fue Enrique Díaz.
En un juicio oral realizado en 2003, Velaztiqui fue condenado a la pena de prisión perpetua por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 13 porteño, que lo halló responsable de «homicidio calificado por alevosía».
Durante el tramo final de la audiencia oral y pública, el expolicía dijo: «Agradezco la labor del equipo del defensor oficial y pido perdón a Dios Todopoderoso, a mi esposa, hijos, nietos y a la institución Policía Federal por mi fracaso y desgraciada actuación», lo cual fue repudiado por los familiares de las víctimas.