Juan Blanco Villoria

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Juan Blanco Villoria

El loco

  • Clasificación: Homicida
  • Características: Enfermo mental
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 1959 / 1966
  • Fecha de detención: 6 de junio de 1966
  • Fecha de nacimiento: 1921
  • Perfil de la víctima: Miguel Kreisler Padín, de 58 años / Jacinto Alcántara Gómez, de 64
  • Método del crimen: Apuñalamiento
  • Lugar: Madrid, España
  • Estado: Considerado inimputable en 1960. Internado en el Psiquiátrico de Ciempozuelos. Se fuga el 5 de junio de 1966. Considerado inimputable en 1967. Internado en el Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel.
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Juan Blanco Villoria – Dos víctimas para un loco

José María de Vega – Quince años junto al crimen

En estos quince años que hemos permanecido junto al crimen, ¡cuántas veces hemos clamado desde aquí contra esa libertad que, bajo una piedad mal entendida, se otorga a los desdichados enfermos mentales! ¡En cuántas ocasiones hemos tenido que relatar trágicos sucesos de los que han sido protagonistas esos seres irresponsables! ¡Y también, cuántas veces hemos pedido una mayor vigilancia en los manicomios y centros psiquiátricos donde esos infelices esperan una curación a su dolencia, que raramente llega!

Nuestras advertencias y nuestras suplicas han sido siempre estériles; nuestros lamentos han llegado siempre tarde. Y El Caso ha tenido que albergar en sus páginas una y otra semana hechos de naturaleza criminal cuyos autores han obrado a impulso de lo que les dictaba una mente enferma, una obsesión morbosa, un instinto que desconocía el freno de la razón.

Uno de tantos sucesos de esa índole ocurrió en la tarde del 28 de diciembre (día de Inocentes) de 1959, y tuvo por escenario la principal vía madrileña, la castiza y populosa calle de Alcalá.

Poco después de las cuatro y media salía de su domicilio, en el número 109 de la calle de Don Ramón de la Cruz, el profesor del Liceo francés don Miguel Kreisler Padín.

Tenía el señor Kreisler cincuenta y ocho años de edad. Había nacido en Santander, era casado, tenía dos hijos de veintitrés y dieciocho años, respectivamente, y explicaba en el Liceo las asignaturas de Geografía y Filosofía. Era un caballero intachable, apreciadísimo por todos sus alumnos y sus compañeros del profesorado. Precisamente aquella noche debía asistir a una cena que daban en su honor los agradecidos discípulos.

Cuando llegó don Miguel a la calle de Alcalá, dos bocacalles antes de la plaza de Manuel Becerra, un hombre joven que le había venido siguiendo desde que saliera de su casa, en Don Ramón de la Cruz, se abalanzó sobre él. Por la espalda, y sin pronunciar palabra le asestó una tremenda puñalada con un cuchillo de monte, cuya hoja ancha y afilada tenía 30 centímetros de longitud.

Esta puñalada era ya de por sí mortal de necesidad; pero cuando el señor Kreisler se volvió, dolorosamente sorprendido, el joven le hirió otras dos veces con la misma arma: una, dirigiendo el golpe a la altura del pecho, y otra, sobre un hombro.

Se desplomó don Miguel Kreisler sin proferir un grito, y dos transeúntes que habían presenciado horrorizados la escena desarmaron inmediatamente al asesino, quien se había quedado inmóvil contemplando el resultado de su acción, y que no ofreció la menor resistencia a sus aprehensores, los cuales le entregaron inmediatamente a un guardia municipal que pasaba por el lugar del suceso.

Pocos minutos después era identificado como Juan Blanco Villoria, de treinta y ocho años de edad, soltero, natural de Hervás, en la provincia de Cáceres. Era maestro nacional y había cursado también estudios de náutica.

Se trataba de un desequilibrado. Cuando tenía doce años y cursaba el bachillerato, había sido discípulo de don Miguel Kreisler en el Instituto-Escuela de Madrid, magnífico centro de enseñanza que desapareció a raíz de nuestra guerra civil. De entonces databa -¡veintiséis años!- el odio hacia su antiguo profesor.

Durante todo aquel tiempo su cerebro, indudablemente enfermo, había alimentado un rencor, una animosidad que no le habían permitido descansar hasta que pudo hundir por tres veces el arma homicida en el cuerpo de don Miguel.

-Hace tiempo que había pensado en matarle -dijo cuando le detuvieron-. Lo pensé cuando aún era un niño. Ese hombre me perseguía…

Y esa manía persecutoria costó la vida de un hombre de bien, de un caballero intachable.

Juan Blanco Villoria, vistos los antecedentes que existían sobre su anormalidad mental, no llegó a comparecer ante ningún Tribunal de Justicia. El juez dictó auto de sobreseimiento en cuanto se refería a su responsabilidad penal.

Pero quedaba el asunto de la indemnización civil que se exigía a su padre -víctima inocente de aquel drama desencadenado por su desventurado hijo- y que se cifraba en cien mil pesetas a pagar a los herederos de don Miguel Kreisler.

El Juzgado de Primera Instancia aceptó esta petición y condenó al señor Blanco a pagar la indicada indemnización. Mas la Audiencia Territorial de Madrid absolvió al padre de Juan.

El loco homicida fue internado en el manicomio de Ciempozuelos. Aquí debía de haber terminado la historia de aquel niño de doce años que guardó durante otros veintiséis el rencor hacia su profesor del Instituto-Escuela.

Pero por desgracia no terminó ahí. Siete años permaneció Blanco Villoria recluido en el manicomio de Ciempozuelos, regentado por los Hermanos de San Juan de Dios. En aquel centro, magníficamente atendidos, conviven mil quinientos enfermos mentales. Millar y medio de desventurados, en distintos grados de perturbación, pero la mayoría de los cuales son personas pacíficas. Por ello, la vigilancia allí no es una vigilancia carcelaria.

Hay siempre, entre ellos, dos o tres locos peligrosos; pero por causa de éstos no sería justo endurecer el benévolo régimen a que están sometidos los demás. Los médicos de Ciempozuelos habían pedido reiteradamente a las autoridades superiores que los escasos dementes de cuya peligrosidad estaban ciertos fueran trasladados a otros centros dotados con mejores medios de seguridad. Pero tal petición no fue atendida. Se tropezó siempre con la eterna desidia de la burocracia española.

Juan Blanco decía a todo aquel que quería oírle que don Miguel Kreisler no sería su única víctima. Eran tres los profesores del Instituto-Escuela a los que su enfermiza mente había condenado a muerte. Una de aquellas sentencias había sido ejecutada ya, el día de Inocentes de 1959. Faltaban otros dos: dos hombres de los que su espíritu alucinado recordaba tan sólo los nombres y la circunstancia de algún suspenso recibido allá cuando él andaba por los doce años.

Un lunes por la mañana, el 6 de junio de 1966, cuando llevaba de más de seis años rumiando su insensata venganza, abandonó el sanatorio psiquiátrico de Ciempozuelos. Hasta entonces había observado una conducta tranquila y pacífica; su padre, el doctor Blanco, que por entonces ya alcanzaba los ochenta años de edad, le iba a visitar todos los meses, creyendo al ver el aspecto sumiso y resignado de aquel hijo que su locura estaba en vía de curación.

Pero no era así. Juan Blanco Villoria, cuando se escapó aquel lunes de principios de verano con dirección a Madrid, llevaba un propósito bien definido. En el bolsillo tenía veinte duros, con los que nada más llegar a la capital compró un cuchillo de cocina bien afilado.

En el manicomio tardaron algunas horas en darse cuenta de la fuga. Y cuando ésta fue advertida, lo comunicaron a las autoridades competentes ¡por correo! Otra, vez la burocracia, esa plaga, imponía aquel lentísimo procedimiento para avisar de la escapatoria de un loco peligroso.

El nombre que en su rencoroso corazón llevaba grabado con letras de fuego el maníaco homicida era el de don Jacinto Alcántara.

Jacinto Alcántara (quien esto escribe tuvo ocasión de honrarse, aunque brevemente con su amistad) era fundamentalmente un hombre bueno. Cordial, simpático, de maneras agradables, no en vano había desempeñado a las mil maravillas las funciones de jefe de protocolo -esa actividad tan próxima a la diplomacia- en la Secretaría General del Movimiento y en el Ministerio de la Vivienda. A la sazón lo era en el Ayuntamiento de Madrid.

Pero Alcántara era más que eso: era un artista. La cerámica que su padre, don Francisco -fundador y primer director de la Escuela Nacional-, elevó desde el rango artesano a las cumbres de un arte principalísimo, había tenido en él un cultivador excepcional. Educado en la escuela paterna, pero habiendo ampliado sus estudios en las principales capitales europeas, no tardó en destacar como un artífice genial.

Pronto fue designado para ocupar la Dirección de aquella misma escuela, instalada en el tramo final de la calle del Marqués de Urquijo, en ese trocito que va desde la rosaleda del Parque del Oeste hasta el paso a nivel de San Antonio de la Florida, y que hoy lleva, con toda justicia, el nombre de Francisco y Jacinto Alcántara.

El reconocimiento de su labor le llevó a la más alta jerarquía que puede soñar un artista: fue elegido miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y andaba por aquellos días de julio de 1966 preparando su discurso de ingreso, que había de leer antes de las vacaciones veraniegas.

Vivía Jacinto Alcántara en el paseo del Pintor Rosales, en una confortable casa, desde cuyas ventanas podía contemplar el alto horno de su amada Escuela de Cerámica. Aquel lunes 6 de junio, por la mañana, se presentó allí el loco fugado de Ciempozuelos preguntando por él, pero como no estuviera se marchó sin más.

Volvió por la tarde, a eso de las tres y media. A la criada que le abrió la puerta le dijo que era un bedel de la Escuela de Cerámica y que tenía que darle un recado urgente a su director. Este, que estaba trabajando en la redacción de su discurso de ingreso en la Academia, salió a su encuentro, avanzando confiadamente por el pasillo, y entonces Juan Blanco Villoria, sin pronunciar una sola palabra, se abalanzó sobre él y le asestó en el corazón una sola puñalada, una puñalada mortal, con el cuchillo que había comprado aquella misma mañana.

Se desplomó el señor Alcántara sin un grito, lo mismo que hiciera seis años antes don Miguel Kreisler en la calle de Alcalá. La esposa del ceramista, que contempló aterrada el final de aquella rapidísima escena, comenzó a gritar, mientras el asesino, con el cuchillo en la mano y sin dar ninguna señal de nerviosismo, se dispuso a bajar tranquilamente la escalera.

Los gritos de la señora de Alcántara fueron escuchados por un vecino y por el novio de la única hija del director de la Escuela de Cerámica, quienes no tuvieron dificultad alguna en desarmar al loco homicida y llevarlo en un coche a la Comisaría del distrito de Universidad. Allí dijo tranquilamente:

-Le odiaba desde niño.

Jacinto Alcántara, aquel hombre bueno, eminente ceramista, académico, que ya nunca leería su discurso de ingreso, murió instantáneamente. Su asesino fue otra vez internado, ya que la ley no alcanzaba a su cerebro desquiciado. Mas esta vez no volvió a Ciempozuelos, puesto que los Hermanos de San Juan de Dios se negaron rotundamente a ello. En lugar de eso, pasó al pabellón psiquiátrico, anejo a la Prisión Provincial de Carabanchel.

Pero todavía queda otro. Aún existe un tercer profesor del Instituto-Escuela, el admirable centro madrileño de la anteguerra, a quien Juan Blanco Villoria, aquel chico de doce años, ha jurado matar…


Asesinato en una calle madrileña

ABC.es

29 de diciembre de 1959

En plena vía pública se ha cometido un asesinato en la persona de Miguel Kreisler Padín, de cincuenta y ocho años de edad, casado, profesor de Enseñanza Media, que vivía en la calle Don Ramón de la Cruz, 109.

El agresor ha sido Juan Blanco Villoria, de treinta y ocho años, soltero, natural de Hervás, Cáceres, maestro nacional del pueblo de Sarrión, Teruel, y accidentalmente en Madrid, calle de Pardiñas, 81.

Esta tarde el agresor esperó a su víctima, la siguió, y al llegar a la altura del número 100 de la calle de Alcalá, se adelantó y le miró a la cara con el fin de no cometer un error.

Comprobado que se trataba de la persona que perseguía, sacó un cuchillo de los llamados de monte y le asestó dos puñaladas mortales.

Varios transeúntes cogieron a la víctima y la trasladaron urgentemente en un «taxi», que los llevó al Equipo Quirúrgico, muy próximo al lugar del suceso, y en el citado establecimiento benéfico se hizo cargo de Juan Blanco la dotación de un coche patrulla de la Dirección de Seguridad.

A última hora de la noche, el asesino pasó a disposición del Juzgado de Guardia.

Al parecer, Juan Blanco Villoria padecía manía persecutoria. En su época de estudiante había sido discípulo de la víctima. Ya entonces cambió de Instituto, porque, según él, los suspensos que tenía en sus exámenes eran consecuencia de la rabia que el profesor le tenía, y si llegó a terminar la carrera de Magisterio fue gracias a que escapó de la acción persecutoria del profesor.

El médico forense no ha dictaminado aún sobre la personalidad psíquica del agresor, pero cuantas personas le han tratado y fueron testigos de la agresión coinciden en manifestar que el proceder del asesino acusaba anormalidad mental.


El académico de Bellas Artes, don Jacinto Alcántara, asesinado en su casa de Madrid

Manuel E. Marlasca – ABC.es

7 de junio de 1966

A las tres menos diez de la tarde de hoy ha sido muerto a puñaladas, en su domicilio, el académico de Bellas Artes y jefe de protocolo del Ayuntamiento de Madrid, director también de la Escuela de Cerámica, don Jacinto Alcántara y Gómez.

Esta sorprendente y sobrecogedora noticia se extendió inmediatamente por Madrid. A medida que fueron pasando las horas se fueron conociendo detalles del increíble suceso, que, desgraciadamente, resultó ser cierto.

El homicidio se había producido en el domicilio particular de la víctima, paseo de Rosales número 54, piso cuarto derecha, en Madrid.

A la puerta del citado domicilio, varios coches del Ayuntamiento permanecen estacionados. El alcalde de Madrid ha sido uno de los primeros en personarse en la casa de la víctima.

La portera de la casa. doña Eladia, está seriamente afectada. Todavía, a las tres horas de la mortal agresión, no concibe lo ocurrido.

-Yo vi al asesino.

Estas fueron sus primeras palabras para el periodista.

-¿Consiguieron detenerle?

-Sí. Un vecino de la casa y el novio de la única hija de don Jacinto le detuvieron en el portal mismo.

-¿Le preguntó a usted algo antes de subir?

-Sí. Me dijo que dónde vivía don Jacinto.

-¿Le notó algo extraño?

-No. Si acaso que ya había estado aquí otra vez preguntando por él, pero no subió porque le dije que no estaba.

-¿Le notó nervioso?

-No. Muy tranquilo. Me pareció un hombre educado. Yo le dije que no sabía si don Jacinto habría venido a comer, pero él subió.

-¿Cuándo se enteró usted que habían matado al señor Alcántara?

-A los pocos minutos de subir el desconocido, y, al tiempo que le veía bajar por las escaleras, oí gritos de la señora de Alcántara.

-¿Qué decía?

-¡Han matado a mi marido! ¡Han matado a mi marido!

La portera de la finca tiene una pequeña crisis nerviosa. Muy afectada, nos dice que cuando oyó estos gritos y vio bajar al desconocido, que minutos antes le había preguntado, pensó que éste sería quien habría agredido al señor Alcántara.

-Ni me dio tiempo a pensarlo. En seguida bajo un vecino y corrió a detenerle.

-¿Vio cómo le detuvo?

-Sí. Con la ayuda del novio de la única hija de don Jacinto, le metieron en el coche y se lo llevaron a Comisaría.

-¿No vio usted si llevaba un arma en la mano?

-No. Pero luego me han dicho que llevaba un cuchillo en el bolsillo.

A través de varias informaciones hemos tenido conocimiento de que el asesino llamó a la puerta de la casa, preguntó por don Jacinto, y, cuando lo tuvo delante, sin que mediara palabra, le clavó varias veces el cuchillo que llevaba preparado. Después, tranquilamente -«tan tranquilo como subió, bajó», nos dijo la portera-, bajó las escaleras, hasta que fue sorprendido por el vecino de la casa.

Cometió otro asesinato hace siete años

Don Juan Hinojosa, un joven de unos veinticinco años, es quien redujo y consiguió detener al agresor. Cuando llegamos a la casa, sita en el piso primero derecha, no está. Nos dicen que ha salido a firmar su declaración en la Comisaría.

-Con el nerviosismo se le olvidó firmar.

Esperamos unos minutos, hasta que en un coche rojo Seat 600, matrícula de Madrid número 485.557, hizo su aparición.

-Déjenme, por favor. Comprenda usted…

El señor Hinojosa se encuentra muy afectado. Fuma nerviosamente y sube corriendo las escaleras de su casa.

-Déjenme, déjenme -dice mientras sube.

El periodista insiste. Llama a la puerta de su casa. Una doncella sale a abrir. Frente a la puerta, don Juan Hinojosa permanece sentado en un sofá. Un joven, como él, se enfrenta con el periodista.

-No le consiento que hable con él.

-Perdone, no vengo a hablar con usted…

Don Juan insiste:

-Déjenme…

-Es mi obligación, lo siento.

-Si quieren noticia, les diré que el asesino es la segunda vez que mata, y que ayer se escapó del manicomio.

Un loco maniático

En la Comisaría de Universidad, que lleva las diligencias, tampoco dicen nada.

-Es a través de la Dirección General donde pueden enterarse de todo.

Uno se entera a través de muchos sitios. Por ejemplo, le confirman que, en efecto, el asesino ya mató otra vez, en el año 1959. Que su víctima, como ahora, fue un catedrático de Bellas Artes. Que él, al parecer, fue alumno de esta Escuela.

¿Rencor? ¿Manía? Más bien creemos que esto último. Su estancia durante largo tiempo en el manicomio de Ciempozuelos ratifica nuestra creencia. Es en este establecimiento precisamente donde nos informaron que el asesino llevaba allí cuatro años internado. Ayer, precisamente, se escapó.

Comienza entonces una verdadera lucha por el nombre del asesino. Dirección General, Comisaría, Juzgado de guardia…

-Su nombre es Juan Francisco Blanco Villoria, de cuarenta y cuatro años.

Recordamos entonces que la portera nos dijo:

-Iba bien vestido, y tenía una edad indefinida…

Juan Francisco Blanco Villoria, a los pocos minutos de su traslado a la Comisaría por el vecino de la casa de la víctima, fue llevado a los calabozos del Juzgado de guardia, donde prestaría declaración. De allí, nos dijeron, pasaría a prisión.

En la casa de la víctima

La puerta del cuarto derecha del Paseo del Pintor Rosales 54 permanece abierta. Desde el descansillo de la escalera se puede ver al alcalde de Madrid y a su señora.

-Por favor, comprendan ustedes, no es momento…

El mismo alcalde de Madrid es quien sale a recibirnos. Ha prohibido tajantemente la entrada de informadores.

-¿Dónde está el cadáver de don Jacinto?

-Fue trasladado al Depósito, pero posteriormente se le trajo a casa, donde ha sido instalada la capilla ardiente.

Luego nos enteramos que esto ha sido posible gracias a una gestión del mismo alcalde de Madrid, quien, desde que supo la noticia, no se ha separado de la viuda e hija de don Jacinto Alcántara y Gómez, asesinado por un loco en las primeras horas de la tarde de hoy.

La extraña razón del crimen

Don Serapio Blanco Turiño es el padre del asesino del académico don Jacinto Alcántara. Médico de profesión, ha sobrepasado ya los ochenta años.

-Mi hijo lleva entre ceja y ceja este crimen desde hace muchos años. Fue antes de la guerra española, cuando, examinándose en el Instituto, le suspendieron en francés. Ahora no recuerdo cómo se llamaba el profesor que le suspendió. El caso es que en 1959 le mató. Creo que en su casa, y también a navajazos.

-¿Su hijo fue internado en un manicomio?

-Efectivamente. Llevaba en Ciempozuelos desde hacía siete años.

-¿Cuándo fue la última vez que le visitó?

-Hace poco tiempo. Exactamente, el día 8 del mes pasado. Cada mes solía ir a visitarle.

Juan Francisco Blanco, encerrado en el sanatorio psiquiátrico, se aferró a la idea de matar al otro profesor.

-Don Jacinto estaba también examinando en el tribunal, pero creo que no le suspendió. Examinaba de dibujo.

-Entonces, ¿cómo se explica la agresión?

-La idea es mucho más antigua. Jacinto Alcántara y yo éramos amigos íntimos. Nos veíamos muchas veces, aunque últimamente, desde que me jubilé, abandonara las relaciones sociales. Hace ya muchos años, allá por el 1928, Jacinto hizo una excursión en viaje de prácticas por tierras de Zamora, de donde yo soy. Allí dibujó una aldeana vestida con el traje típico de la tierra. Y me la regaló. Poco después, a mi hijo le entró entre ceja y ceja que aquella mujer era su madre y que estaba muy mal dibujada, que era un insulto para ella. Esta idea fue germinando en su cabeza hasta que llegó el año de la guerra. Entonces conoció mejor a Jacinto, que formaba parte del tribunal de examen. Un día dijo que le iba a matar, palabras que volvió a repetir en el Juzgado.

Es doloroso para un padre reconocer que su hijo está loco. Pero don Serapio, a pesar del dolor, lo reconoce; lo reconoce sin paliativos.

-No se cómo se enteraría de la dirección de Jacinto. Además, últimamente, jamás me habló de la cuestión.


Don Jacinto Alcántara y el padre del asesino eran grandes amigos

ABC.es

8 de junio de 1966

El odio del homicida hacia su víctima surgió tras el regalo de un lienzo.

Quizá nadie haya salido a recibir a la muerte con tan cumplido ademán de cortesía como don Jacinto Alcántara, cuando salió el lunes al vestíbulo de su casa donde le esperaba su asesino. Alcántara era un artista. Un pintor delicado; un conocedor de ese milagro de finura que es la mufla del ceramista. Un hombre que por la delicadeza y finura de su genio, tenía a su cargo esa cosa delicada y más vidriosa que el vidrio de un barniz, que es la jefatura de protocolo. Con toda esa manera de gentileza y cortesía que le era consustancial, Alcántara salió, pues, al umbral de su casa. Allí estaba Juan Francisco Blanco Villoria, el loco.

Realmente no se comprende cómo ante la evasión de un esquizofrénico con manía homicida, de un loco que ya ha asesinado a un hombre, que ya ha anunciado que en el programa de su insania hay otro nombre inocente, la Dirección de un establecimiento encargado de la reclusión de alienados, muchos de ellos criminales y peligrosos, puede confiar la tremenda noticia de una evasión a los lentos y rutinarios procedimientos postales.

¿Cómo puede conciliar el sueño quien tenga sentido de la responsabilidad sabiendo que por algún sitio, en una urbe de cerca de tres millones de habitantes, camina libre, desconocido, un obseso del asesinato?

En esta inmolación bárbara y estúpida hay algo del «fatum» que está en el origen de todas las tragedias que el hombre no se explica, pero hay algo también de la imbécil irresponsabilidad de una sociedad que cuando la Justicia se detiene ante el misterio del alma perturbada no encuentra, suprimido el concepto de la venganza injusta, el exacto concepto que la asegure contra estos seres terribles como Juan Francisco Blanco Villoria, que llevan en sus venas el misterioso morbo del crimen.

La muerte de don Jacinto Alcántara, que Madrid lamenta y reprueba, denuncia una tremenda indefensión del hombre moderno contra este tipo de delincuencia sin responsabilidad que es la locura. Los viejos manicomios no sirven para albergar a maníacos del asesinato. La misma rareza de estos casos de extrema peligrosidad nos priva de previsiones aceptables. Hoy, esta muerte injusta, cumplida, pero que no debiera haber sido inevitable, nos conmueve, nos alecciona y nos obliga a la reflexión y al remedio.

«¡Mataré también a don Jacinto!»

El infortunado académico don Jacinto Alcántara, asesinado el lunes en su domicilio por un demente, era un gran y viejo amigo del médico don Serapio Blanco Turiña, padre del homicida.

Al parecer, las patológicas razones que impulsaron a Juan Francisco Blanco Villoria a cometer su acción remontan su origen a 1933. En aquella fecha, don Jacinto Alcántara regaló un lienzo a don Serapio. El cuadro representaba a una campesina.

Juan Francisco Blanco, que ya entonces había dado muestras de enajenación mental, afirmó que el lienzo era un retrato de su madre, cosa que de ninguna manera podía ser cierta.

Don Serapio trató durante muchos años de disuadir a su hijo de esta idea, pero Juan Francisco continuaba afirmando que el lienzo representaba la imagen de su madre, y precisamente muy mal dibujada, lo que era un insulto para ella.

Durante el juicio celebrado contra Juan Francisco Blanco por el asesinato del profesor del Liceo Francés don Miguel Kreisler Padin en 1960, el loco homicida exclamó públicamente en la sala de la Audiencia:

-¡Mataré también a don Jacinto!

Don Miguel Kreisler Padin, en unión de don Jacinto Alcántara, como profesor de dibujo, había formado parte del Tribunal que examinó de francés a Juan Francisco Blanco durante sus estudios de Bachillerato. Juan Francisco fue suspendido y, al parecer, desde entonces alentó la idea de asesinar a su profesor.

El 28 de diciembre de 1959 era asesinado don Miguel Kreisler Padin cuando regresaba a su domicilio. Juan Francisco Blanco le asestó dos puñaladas, una en el pecho y otra en la espalda que ocasionaron la muerte de la víctima en el Equipo Quirúrgico, donde fue trasladado.

También en esta ocasión el asesino empleó un arma de muy parecidas características a la utilizada contra don Jacinto Alcántara: un cuchillo cuya hoja medía 30 centímetros de longitud.

Juan Francisco Blanco, en aquellas fechas, ejercía de maestro nacional en la localidad de Sarrión, de la provincia de Teruel, y se hallaba en Madrid para celebrar las Navidades con sus padres.

Ya padecía trastornos psíquicos y su padre afirmó que siempre se había comportado de manera extraña, tanto en indumentaria como en sus costumbres y manías.

Detenido en aquella ocasión por unos transeúntes, tras el juicio consiguiente fue recluido en Ciempozuelos, como enfermo de esquizofrenia.

También ahora, en su segundo crimen, se mostró pacífico tras la consumación del homicidio y no ofreció resistencia, a pesar de que en el bolsillo de la chaqueta ocultaba el arma empleada.

Al parecer -manifestó a don Juan Hinojosa Vacas y a don José Arrobas Vacas, que le condujeron en un automóvil hasta la Comisaría del distrito de Universidad-, había adquirido el arma homicida con los únicos veinte duros de que disponía.

Don José Arrobas de Vacas es, precisamente, prometido de la señorita Amalia Alcántara Muñoz-Cobo, hija única del infortunado don Jacinto, y se encontraba en el domicilio de su pariente don Juan Hinojosa Vacas, en el mismo edificio del extinto, cuando escuchó en la escalera los gritos de doña Rosario Muñoz-Cobos, esposa de don Jacinto, a la vez que sonaba el timbre de alarma de que está dotada la casa.

Los dos señores citados procedieron a la detención del asesino cuando descendía tranquilamente por las escaleras del edificio, una vez consumado su delito.

Tan sólo unos minutos antes se había presentado ante el piso de don Jacinto Alcántara. Vestía un pantalón gris y sahariana de cuero, y manifestó a la doncella que le abrió la puerta ser Conserje de la Escuela de Cerámica.

Al aparecer don Jacinto, vestido con un batín de casa, Juan Francisco Blanco esgrimió el cuchillo, de treinta centímetros de hoja, y asestó dos puñaladas en el pecho de la víctima; la primera atravesó el corazón del señor Alcántara, que cayó de bruces en el pasillo, tras esbozar unos pasos.

Al ruido, las personas de la casa salieron al vestíbulo, en tanto el asesino abría tranquilamente la puerta y se marchaba.

Mientras era detenido el asesino en la forma que hemos indicado, y la portera del edificio le reconocía como el hombre que momentos antes había preguntado por el domicilio de don Jacinto Alcántara, un médico examinaba el cuerpo del gran ceramista español, limitándose a reconocer su defunción.

El cadáver de don Jacinto Alcántara fue trasladado al Instituto Anatómico Forense, pero por expresa indicación del alcalde de Madrid, señor Arias Navarro, fue enviado nuevamente a su domicilio una vez cumplimentadas las diligencias judiciales.

Declaraciones del director del Manicomio

El doctor don Emilio Peláez Martínez, director del Manicomio de Ciempozuelos, ha hecho las siguientes declaraciones a un redactor de la agencia Cifra acerca del demente fugado que asesinó a don acinto [Jacinto] Alcántara:

-¿Causaba altercados el asesino del señor Alcántara?

-No, era un hombre pacífico. Jamás causaba ninguna preocupación. Siempre se encontraba solo. Era frío y poco cariñoso; puede decirse que no quería a nadie.

-¿Regresará aquí y será más severamente vigilado?

-Esto depende del juez. Ahora se le someterá a estudio y los peritos decidirán. Si vuelve se le cuidará expresamente, pero esto no es una cárcel.

-¿Cuándo notaron su falta?

-El domingo por la noche dimos inmediatamente el parte de fuga a la autoridad competente.

-¿El familiar que estuvo con él ha sido localizado?

-Estamos tratando de localizarlo.

-¿Es el que habitualmente viene a visitarle?

-Normalmente viene su padre, médico retirado, pero no creemos que sea él en esta ocasión. Nuestra norma es que los enfermos salgan a merendar y a pasear con sus familiares. Necesitan cariño.

-¿Profirió alguna amenaza contra don Jacinto?

-No. En su historial psiquiátrico no tenemos nada de esto, ni siquiera en el juicio que tuvo lugar por la anterior causa. Tenemos anotadas, sin embargo, amenazas contra médicos.

-¿El familiar con el que salió el pasado domingo podía saber algo?

-No. Estos individuos son enormemente cínicos. Es muy difícil averiguar qué piensan. Lo meditan todo lentamente, pero no dicen nada.

Traslado de los restos de don Jacinto Alcántara

A las cuatro y media de la tarde de ayer se efectuó el traslado del cadáver del académico don Jacinto Alcántara, asesinado en su domicilio por Juan Francisco Blanco Villoria.

Pese a la lluvia torrencial, el paseo de Rosales, donde vivía el académico, se encontraba repleto de madrileños que deseaban testimoniar así su cariño al durante tantos años director de la Escuela de Cerámica.

Actuales y antiguos alumnos de la misma se encontraban allí también para despedirle y numerosas coronas de flores daban muestras del cariño y simpatía que siempre gozó el finado entre los madrileños.

Desde la casa mortuoria, el cadáver fue trasladado al Santuario del Inmaculado Corazón de María, donde se rezó un responso, y a la salida se despidió el duelo.

Formaban en él, con los familiares, el vicepresidente del Gobierno, capitán general Muñoz Grandes; ministro secretario general del Movimiento, señor Solís; presidente de las Cortes Españolas, señor Iturmendi; alcalde de Madrid y presidente de la Diputación provincial al frente de las respectivas Corporaciones en Pleno, exministros señores Fernández-Cuesta, Asensio, Arburúa, Rubio García-Mina, Navarro Rubio, González Bueno y Sanz Orrio, exalcalde de Madrid, conde de Mayalde, subsecretario de Educación Nacional, directores generales de Bellas Artes y Administración Local y miembros de las Reales Academias.

Despedido el duelo, el cadáver fue trasladado al Instituto Anatómico Forense.


El asesinato de Jacinto Alcántara, pintor y director de la Escuela de Cerámica

Circuloculturalfranciscoalcantara.wordpress.com

Artículo de D. Fernando Alcolea sobre la muerte del hijo de Francisco Alcántara.

Jacinto Alcántara Gómez nació en Madrid el 16 de septiembre de 1901. Era hijo del célebre crítico, pintor y fundador de la Escuela de Cerámica, don Francisco Alcántara Jurado (1854-1930).

En 1926 Jacinto Álcantara sería nombrado director de dicha Escuela, ejerciendo a lo largo de su vida cargos directivos en diversas instituciones públicas, hasta que una fatídica tarde de junio de 1966 un desequilibrado acabó con su vida.

La sucesión de los hechos

En 1928 el joven artista Jacinto Álcantara y el médico Serapio Blanco Turino se encontraban realizando una agradable excursión artística por tierras de Zamora. Fruto de su amistad, el pintor le regaló al doctor un dibujo que retrataba una aldeana de la región.

Pero el hijo del médico, Juan Francisco Blanco Villoria (Hervás, Cáceres, 1921) de carácter perturbado, se obsesionó asegurando falsamente que la retratada era su madre y que estaba muy mal dibujada, por lo que tomó dicha cuestión como una grave ofensa ya que «era un gran insulto para ella».

Años después, asiste como alumno a la Escuela de Cerámica que dirigía Jacinto Alcántara, pero la situación en vez de mejorar, se agrava, y Juan Francisco llega a afirmar entonces que mataría a don Jacinto Alcántara.

Posteriormente el perturbado Juan Francisco Blanco Villoria asiste a las clases del Instituto que imparte el catedrático de Bellas Artes Miguel Kreisler Padín. Pero dicho profesor, ante la baja calidad de los ejercicios, suspende reiteradamente los exámenes de Blanco Villoria, por lo que este último jura de nuevo vengarse en un futuro, profiriendo amenazas de muerte a su profesor.

Las siguientes trágicas noticias nos llegan unos veinte años después, en 1959. Sabemos entonces que Juan Francisco Blanco Villoria es maestro nacional en el pueblo de Sarrión, en Teruel. Pero entonces ya padece fuertes episodios de manía persecutoria.

El 28 de diciembre de 1959 se dirige a la calle de Alcalá y en el número 100, cumple su promesa y asesta dos puñaladas mortales a su antiguo profesor Miguel Kreisler Padín que ingresa ya cadáver al Equipo quirúrgico.

Juan Francisco Blanco Villoria es dictaminado como loco y internado en el manicomio de Ciempozuelos. Pero el encierro no es eterno. En la madrugada del 5 de junio de 1966, Juan Francisco se fuga del frenopático y planifica su nueva agresión.

Dos días después se presenta armado con un cuchillo en el domicilio de Jacinto Alcántara, en la madrileña calle del Pintor Rosales. Todo sucedió muy rápido, tras llamar a la puerta, asestó varias puñaladas a su antiguo profesor, poniendo así fin a sus días.

En 1966 el Ayuntamiento de Madrid editó el libro Jacinto Alcántara Gómez: Homenaje del primer excelentísimo ayuntamiento de Madrid en el primer aniversario de su muerte.

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