Juan Andrés Aldije Monmejá

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Juan Andrés Aldije

El Francés

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Robos
  • Número de víctimas: 6
  • Fecha del crimen: 1900 - 1904
  • Fecha de detención: 19 de diciembre de 1904
  • Fecha de nacimiento: 1850
  • Perfil de la víctima: José López Almela / Benito Mariano Burgos / Enrique Fernández Cantalapíedra / Federico Llamas de la Torre / Félix Bonilla Padilla / Miguel Rejano Espejo
  • Método del crimen: Golpes con una barra de hierro y un martillo
  • Lugar: Peñaflor, Sevilla, España
  • Estado: Ejecutado en el garrote vil el 1 de abril de 1906
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Juan Andrés Aldije – Cuando que te llevaran al huerto te costaba la vida

Juan E. Pflüger – Gaceta.es

Entre 1898 y 1904 dos vecinos del pueblo de Peñaflor asesinaron a martillazos a seis personas con el único objetivo de robarles.

Se cumplen 110 años de un crimen que conmocionó a la España de la Restauración gracias al exhaustivo seguimiento que hizo de él un joven periódico creado dos años antes, el ABC. Un periódico que, además de defender la monarquía, mantuvo desde su fundación -en 1903- hasta la Guerra Civil una especial preocupación por mostrar la crónica de sucesos como elemento diferenciador frente a sus rivales.

Los crímenes del huerto del francés fueron una serie de seis asesinatos cometidos en la localidad sevillana de Peñaflor por Juan Andrés Aldije Monmejá, conocido en la localidad como «el Francés» por ser natural de la localidad gala de Egen, y por su cómplice José Muñoz Lopera. Los asesinatos fueron muy espaciados en el tiempo. El primero, el de José López, natural de Jaén, se cometió en 1898. El último, único que se investigó y por el que descubrieron el macabro negocio que había montado «el Francés» fue el de Miguel Rejano Espejo, natural de Posadas (Córdoba) que tuvo lugar en 1904.

El único fin que perseguía Aldije, junto a su compinche José Muñoz Lopera, era robar a los incautos que se acercaban a probar suerte en su casa de juego ilegal tras haber realizado buenos negocios con la venta de sus productos agrícolas y ganaderos.

La forma de funcionar era siempre la misma. Muñoz Lopera contactaba con viajantes que hubieran realizado transacciones y tuvieran dinero en efectivo y les llevaba a la casa de juego de «el Francés». Ésta se encontraba en el municipio de Peñaflor, a unos 80 kilómetros de Sevilla. Allí, en la casa aledaña a un huerto de su propiedad, el de Egen tenía unas mesas dedicadas al juego de naipes y, si tenían suerte, les dejaría apostar en una ruleta que, decía el compinche, en la que se podía ganar grandes cantidades pues solamente apostaban los más adinerados.

Cuando los incautos eran llevados a la casa situada en las afueras de la localidad, junto a un huerto rodeado por una tapia, les conducían a través de un corredor oscuro donde, llegados a un punto convenido, le avisaban de que tuviera cuidado de no tropezarse con una cañería que sobresalía del suelo. Cuando la víctima agachaba la cabeza para ver el obstáculo en medio de la oscuridad, le golpeaban con una barra de hierro a la que habían bautizado como «el muñeco» y lo remataban con un martillo acabado en punta con el que le trepanaban el cráneo. Tras desvalijar a su víctima, enterraban los cuerpos en el huerto.

Así consiguieron robar 28.300 pesetas a sus seis víctimas. Como reconocieron en el juicio, los botines que consiguieron fueron de muy diversa importancia. A José López le robaron 3.000 pesetas, a Mariano Burgos 8.000, a Enrique Fernández Cantalapiedra 300, a Fererico Llamas 4.000, a Félix Bonilla 6.000 y a Miguel Rejano Espejo 7.000.

Fue la desaparición de Rejano, y el interés que pusieron su esposa y un primo de la víctima, lo que desencadenó una investigación que acabaría por destapar el primer crimen en serie del siglo XX en España.

Tras la desaparición de su marido, Francisca Márquez pidió ayuda a un primo de éste, era Juan Mohedano, el herrero del pueblo cordobés de Posadas. Un hombre fornido y reflexivo que, al conocer los pormenores de la desaparición de de su familiar decide desplazarse personalmente a Sevilla para intentar encontrarle él. Su sospecha, como aseguró en su declaración durante el juicio, era que Miguel Rejano había decidido correrse una juerga con los 28.000 reales con los que había acudido a Sevilla a comprar ganado.

Nadie sabe nada

El primer lugar al que acudió Mohedano fue a la pensión en la que se alojaba su primo en sus visitas a Sevilla. Era la Fonda del Betis, allí le dijeron que durante la primera noche que pasó allí el desaparecido había entrado en contacto con Muñoz Lopera, de Peñaflor, con quien se marchó al día siguiente para volver solo esa tarde, pagar la cuenta e irse definitivamente en compañía de un amigo de Mohedano apellidado Borrego (según otros testimonios Borreguero).

Al día siguiente Mohedano se entrevistó con Muñoz Lopera, quien le dijo que el único contacto que había tenido con su primo había sido una negociación para la compra de una ruleta de casino, pero que como el dinero que le había ofrecido era poco, no llegaron a completar la operación.

La historia no convenció al herrero quien, de vuelta a Sevilla, contactó con un ex policía convertido en detective privado llamado Rodríguez que se movía con soltura en los ambientes delictivos de la capital andaluza. En pocas horas localiza a las personas con las que estuvo jugando Rejano: José Borrego (o Borreguero), José Moya «el Peana» y otras dos personas más relacionadas con las partidas ilegales de baraja.

«El Peana» les confirmó que Muñoz Lopera era uno de los principales organizadores de timbas ilegales y que, cuando quería discreción por las cantidades que se iban a jugar, las organizaba en la casa del huerto del Francés, un buen amigo suyo que vivía en Peñaflor.

Mohedano se entrevistó después con el gobernador civil a quien puso en antecedentes de los avances realizados en la investigación particular. Se puso en marcha otra oficial que pronto se demostró lenta e ineficaz. Ante esa situación, el ex policía Rodríguez decidió publicar una serie de cartas al director en el diario El liberal en las que contaba la historia. Esta iniciativa llevó a que el juez de Lora del Río, de quien dependía administrativamente Peñaflor, tomase declaración a Muñoz Lopera y a «el Francés», que quedaron en libertad tras responder.

¿Una pista misteriosa?

La esposa del desaparecido empezó entonces, según su declaración, a recibir anónimos en los que se le pedía dinero -250 pesetas- a cambio de información sobre el paradero de su marido. Ante su negativa, según Francisca Márquez, una noche le dijeron de forma anónima, a través de la ventana de su dormitorio, que su marido se encontraba en Peñaflor, que estaba «enterrado en el huerto».

Este episodio novelesco se demostró después que fue una artimaña del ex policía Rodríguez para forzar a que se buscara el cadáver en el huerto. La argucia dio resultado y Mohedano fue autorizado a realizar él mismo la búsqueda en presencia de un cabo de la Guardia Civil. Para ello ideo un sistema muy ingenioso que consistía en introducir una vara de acero, que él mismo afiló y preparó en su herrería, hasta un metro de profundidad, para luego extraerla y olerla. Cuando estaba a punto de anochecer realizaron una cata junto a la zona en la que estaban los conejos y, al extraer la vara, el olor que percibieron fue inconfundible.

Decidieron no perder el tiempo y, en plena noche a la luz de unos faroles de carburo, excavaron hasta encontrar un cadáver. Se encontraba en avanzado estado de descomposición y no era el de Miguel Rejano. Ante ese descubrimiento, el juez decidió autorizar una excavación de todo el huerto, que tenía dos fanegas -algo menos de una hectárea y media- quedando al descubierto un total de seis cadáveres. El de Rejano salió en cuarto lugar, en la zona en la que se encontraban los frutales.

Muñoz Lopera fue detenido en el acto, pero cuando la Guardia Civil quiso apresar a «el Francés» este se había escapado e intentaba cruzar la frontera de Portugal. Cuando se enteró de que su familia podría sufrir represalias, se entregó para ser juzgado.

El juicio fue un espectáculo con todos los alicientes. Muñoz Lopera se puso en huelga de hambre, los dos acusados se pelearon en la sala y tuvieron que ser multados por desacato, las declaraciones no casaban ya que cada uno culpaba al otro de ser el autor material de las muertes…

Finalmente fueron condenados, cada uno de ellos, a seis penas de muerte. La tradición popular, a la que en España se le da demasiada credibilidad, ha dejado el mito de la respuesta que dio «el Francés» al escuchar la condena: «¿para qué seis, si con una es suficiente?».

Sea como fuere, la ejecución también fue un espectáculo. A las siete de la mañana del 31 de octubre de 1906 fueron conducidos los dos condenados al patíbulo. Para evitar problemas se había desplazado el verdugo de Madrid para ayudar al de Sevilla en la ejecución. Ambos se mostraron poco eficaces en sus funciones y tuvieron que dar varias apretones al garrote vil, lo que ocasionó que los dos condenados murieran entre fuertes convulsiones.

Y llegó el destape…

En 1977, en plena eclosión del cine del destape que caracterizó a nuestra Transición, se tomaron los macabros sucesos del huerto de «el Francés» para realizar una película que consiguió una buena ambientación. Pero, exigencias del guión, había que enseñar carne, y cuanta más mejor. Por eso el director, Paul Naschy, decidió que un casino ilegal daba poco juego y convirtió la casa de «el Francés» en un prostíbulo en el que las bellas de la época enseñaron sus encantos. Para encarnar a las pupilas del lupanar, Naschy contó con María José Cantudo, Agata Lys, Julia Saly y Silvia Tortosa.

Dos expresiones populares han quedado en la sociedad española, que nacieron de los crímenes de Peñaflor. La afirmación de «llevarse a alguien al huerto» cuando se convence a alguien con artimañas para que actúe como uno desea, incluso si se le obliga a ir en contra de sus intereses.

La segunda, «esto va a terminar como el huerto del francés», muy popular entre nuestros políticos de la Transición, quizá más por efecto de la película de Paul Naschy que por los sucesos de principios de siglo. En este caso, a lo que se referían nuestros próceres era a que las cosas no terminarían bien y podría acabar en tragedia.

 

Más información en: «Los crímenes del Huerto del Francés»

 

 


VÍDEO: PELÍCULA «EL HUERTO DEL FRANCÉS»


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