
El Asesino de la Catana
- Clasificación: Homicida
- Características: Parricida
- Número de víctimas: 3
- Fecha del crimen: 1 de abril de 2000
- Fecha de detención: Dos días después
- Fecha de nacimiento: 26 de diciembre de 1983
- Perfil de la víctima: Su padre, Rafael Rabadán de 51 años; su madre, Mercedes Pardo, de 54, y su hermana María Mercedes, de 9, que padecía el síndrome de Down
- Método del crimen: Golpes con una espada de samurái y un machete
- Lugar: Murcia, España
- Estado: Condenado a 6 años de internamiento en un centro de menores y 2 de libertad vigilada el 1 de junio de 2001
Índice
- 1 José Rabadán – La policía busca a un joven de 16 años por matar a sus padres y su hermana pequeña
- 2 Detenido en Alicante el joven acusado de matar a su familia en Murcia con un sable de samurái
- 3 «Yo no estoy loco»
- 4 «Quería estar solo, que mis padres no me buscaran», confiesa a la policía el acusado del crimen de Murcia
- 5 El «asesino de la catana» planeó durante semanas la muerte de su familia
- 6 La policía detiene al «asesino de la catana» horas después de su fuga durante una excursión
- 7 El «asesino de la catana» cumplirá en un centro de acogida de Cantabria el resto de su condena
- 8 «Oyó de nuevo roncar a su padre y se levantó con la espada en la mano…»
- 9 Texto íntegro de la sentencia de José Rabadán
José Rabadán – La policía busca a un joven de 16 años por matar a sus padres y su hermana pequeña
Antonio Aguilar – Elpais.com
2 de abril de 2000
Efectivos del Cuerpo Nacional de Policía buscaban ayer a José Rabadán, de 16 años, como presunto autor de la muerte de sus padres y su hermana de nueve años en Murcia.
Los tres cadáveres, que presentaban graves heridas de arma blanca, fueron hallados ayer en el domicilio familiar del número 20 de la calle de Santa Rosa, en la capital murciana, después de que un vecino, que oyó gritar a la niña a primera hora de la mañana, alertara a la policía, tras efectuar sin éxito numerosas llamadas telefónicas, y a la puerta de la vivienda.
Otras fuentes afirman que el joven confesó su crimen a un amigo y que fue éste quien llamó a la policía. Dos vehículos policiales fueron a la casa y los agentes llamaron a la puerta sin obtener respuesta.
La policía logró entrar en la vivienda, un segundo piso, con ayuda de un coche escala de los bomberos sobre las cinco de la tarde. Hallaron rastros de sangre por todas partes y los cuerpos sin vida del matrimonio formado por Rafael Rabadán Martínez y Mercedes Pardo Pérez, de 51 y 50 años, respectivamente, así como el de su hija María Mercedes, de nueve, que padecía el síndrome de Down.
Según fuentes policiales, los cuerpos del padre y la niña estaban en el cuarto de baño, y el de la madre sobre la cama de la habitación de la pequeña. Las mismas fuentes han señalado que los cadáveres presentaban numerosos cortes de arma blanca en la cara, el cuerpo y las manos, como si hubieran intentado defenderse de su agresor.
El padre tenía la cabeza «prácticamente seccionada por un golpe de katana (espada samurái utilizada en artes marciales)». La policía atribuye los rastros de sangre en la vivienda a que los cadáveres fueron arrastrados y cambiados de sitio por el asesino.
Artes marciales
Tras la llegada del titular del Juzgado de Instrucción número uno de Murcia, Jaime Jiménez, se procedió al levantamiento de los cadáveres y su posterior traslado al Instituto Anatómico Forense. A continuación los agentes retiraron de la vivienda la katana con la que supuestamente se cometió el triple crimen, un hacha y otras armas y efectos de artes marciales.
La policía busca ahora al hijo mayor del matrimonio, José Rabadán, de 16 años. El joven, que dejó recientemente los estudios, practica artes marciales desde hace unos cinco años y, según fuentes de la investigación citadas por Efe, en su habitación se hallaron libros satánicos.
Algunos vecinos aseguraron que el joven fue visto en las inmediaciones de la vivienda poco antes de las siete de la tarde, más o menos cuando se procedía al levantamiento de los cadáveres, pero que al notar que era observado huyó. La calle Santa Rosa fue ayer un hervidero de personas que manifestaban su estupor por lo ocurrido, ya que la familia Rabadán era muy conocida y apreciada en el barrio.
Parientes de las víctimas han señalado que el joven no tenía ningún problema, que se llevaba bien con su familia y que a veces ayudaba al padre a engrasar el camión con el que se ganaba la vida como transportista para la empresa de construcción Vera Meseguer. «No tenían problemas, ni económicos ni de otro tipo», señaló un familiar. «Se le han debido cruzar los cables al chiquillo».
Otras fuentes familiares señalaban que el padre consentía todos los caprichos al joven, incluida la compra de la espada japonesa, a la que su madre se oponía.
Amigos del [de] José Rabadán que se encontraban en las inmediaciones del lugar del crimen apuntaron por su parte que el joven había estado con ellos la noche anterior y que había realizado una llamada desde su móvil, aunque nos sabían a quién. José Rabadán Pardo es moreno, con el cabello corto y acné en la cara. La última vez que fue visto llevaba un pantalón vaquero y la parte superior de un chándal.
Detenido en Alicante el joven acusado de matar a su familia en Murcia con un sable de samurái
Santiago Navarro – Elpais.com
4 de abril de 2000
«Actuó con serenidad y frialdad». Así describió ayer la actitud del joven José Rabadán, de 16 años, acusado de matar en Murcia a sus padres y a su hermana pequeña con un sable de samurái, el vigilante jurado que lo localizó en la estación de Renfe de Alicante sobre las ocho de la mañana.
Minutos más tarde, la policía comprobó que, efectivamente, se trataba del presunto autor del triple crimen, al que acompañaba otro menor, detenido como encubridor. Los dos amigos, que se disponían a viajar a Barcelona, fueron trasladados a Murcia y hoy declararán ante el juez.
El vigilante de la estación de Renfe de Alicante manifestó que se percató de la presencia de ambos jóvenes alrededor de las 7.45. Ninguno llevaba equipaje, «y tenían aspecto de no haber dormido», matizó. «Estaban sentados en los bancos de la sala de espera. Entonces, observé cómo uno de ellos se acercó hasta una estantería y cogió un periódico que comenzó a mirar con nerviosismo», añadió.
El guarda se acercó a los jóvenes y les preguntó por sus nombres y hacia dónde iban. «Uno me dijo que era de Murcia y que iba a Barcelona con su amigo a ver a su abuela», relata. «Lo de Murcia me escamó, y también que viajaran solos. Le pregunté que si lo sabía su familia, y me dijo que sí, que sus padres iban en coche hasta Barcelona, pero que él prefería hacer el viaje en tren», prosiguió en su relato el vigilante.
El guarda optó por alertar a la policía de la presencia de los dos jóvenes en la estación, al sospechar que uno de ellos podría ser el autor del crimen de Murcia. Cuando llegó la dotación policial, los menores estaban en los aseos de la estación.
A la salida, los agentes le pidieron la documentación. Uno presentó el carné, pero el otro dijo que no lo llevaba y que no se acordaba del número del DNI. Al parecer, dio un nombre falso. Durante la conversación con la policía, José Rabadán, que vestía sudadera gris y un pantalón tipo chándal, «se comportó con naturalidad, muy sereno y hasta con frialdad», precisó el guarda.
La policía optó por trasladar a los dos jóvenes a la Comisaría Central de Alicante para concretar su identificación. Allí, los agentes comprobaron que se trataba del joven buscado por la muerte de su familia en Murcia. El otro detenido es O. J. S., también de 16 años, natural de una población de Asturias y residente en Alicante.
Fuentes policiales han señalado que el presunto asesino pasó la noche del domingo en el domicilio de su amigo, en la capital alicantina. Igualmente, la policía confirmó que los jóvenes tenían un billete para viajar hasta Barcelona en el Talgo de las cuatro de la tarde de ayer.
Alrededor de las 12.30, el juez de guardia de Alicante autorizó el traslado de los dos detenidos a la Jefatura de Policía de Murcia. José Rabadán llegó con aspecto cansado. Inmediatamente fue sometido a un interrogatorio, con la presencia de un abogado.
Hoy está previsto que pase a disposición del juzgado número 1 de Murcia. Ante la puerta principal de la Jefatura Superior de Policía Nacional y en medio de gran expectación, el joven descendió aparentemente tranquilo del vehículo camuflado de la policía que lo condujo desde Alicante.
Con la ayuda de los agentes, José Rabadán, que iba esposado, se abrió paso entre las decenas de reporteros que esperaban su llegada. Instantes antes y de forma totalmente desapercibida, los agentes habían introducido en las dependencias policiales a O. J. S., que acompañaba al presunto parricida en el momento de ser detenido en la estación de Renfe de Alicante. Fuentes de la investigación aseguraron ayer que este joven no pertenece al círculo de amigos habituales de José Rabadán.
José Rabadán pasará a disposición judicial hoy, martes, según indicó el juez que instruye las diligencias previas, Jaime Jiménez Llamas. Sobre la declaración del presunto autor material del triple crimen ante la policía no ha trascendido si José Rabadán ha confesado su autoría o no.
El joven estuvo asistido por un abogado de oficio y será el juzgado el que autorice o no la presencia de un especialista para determinar su posible alteración mental.
Manuales de brujería
El registro minucioso que la policía judicial practicó en el domicilio de las víctimas y del presunto parricida el pasado domingo arrojó todavía más misterio al suceso, ya que en la habitación del hijo mayor de la familia asesinada se hallaron diversos manuales sobre satanismo y brujería, así como un juego de rol llamado Fantasy VIII.
Los investigadores no han hallado aún «ningún elemento lógico» que les lleve a determinar el móvil del triple crimen. Pero fuentes policiales citadas por Radio Nacional apuntaron ayer la posibilidad de que el supuesto parricida estuviera participando en un juego de rol.
A finales del pasado verano, su padre le había regalado un sable de samurái (katana), arma con la que supuestamente acabó con la vida de sus progenitores y de su hermana pequeña, de nueve años. El triple crimen ocurrió en el domicilio de la familia, sito en el barrio de Santiago el Mayor, en la capital murciana.
Según diversos expertos consultados por este periódico, a José Rabadán se le podría aplicar la atenuante de minoría de edad. De esta forma, el joven tendría que cumplir como máximo cinco años internado en un centro de menores.
«Yo no estoy loco»
Pablo Ordaz – Elpais.com
6 de abril de 2000
Los vecinos describen al acusado como un joven mimado y solitario.
La puerta del 2º C está precintada con cinta azul y blanca de la policía. María, la vecina del 2º B, quiere ponerle cordura a la tristeza. Veintiún años de convivencia cordial con Mercedes y Rafael, y también con sus hijos, a los que ella vio crecer día a día, se merecen un epitafio certero, alejado del sensacionalismo de algunos medios.
«El chaval era lo que era hasta que hizo lo que hizo, yo sé lo que me quiero decir», explica María y tiene razón. Quiere decir, por ejemplo, que es mentira que José Rabadán fuese un chaval raro. Nunca lo fue. Mal estudiante, sí. Reservado, también. Pero nada más. Saludaba con una sonrisa al cruzarse por la escalera, no trasnochaba, ni bebía, y había empezado a fumar -un cigarrito de vez en cuando- hacía sólo unas semanas.
«El ordenador», explica María, «lo que le gustaba era el ordenador; se pasaba encerrado en su habitación las horas muertas».
Muchas noches cenaba solo en su cuarto. Su madre le llevaba allí la comida y lo veía enredado en las teclas, mandándole mensajes a sus amigos de Internet, enganchado a la videoconsola. Un chaval normal. Mimado, eso sí. Al padre, camionero, le iban bien las cosas.
Había semanas que superaba sin problemas las 100.000 pesetas limpias y de ahí sacaba para muchos caprichos de José Rabadán. Un ordenador último modelo comprado hace un año por más de 300.000 pesetas, conexión a Internet, una videoconsola Play Station, la matrícula del gimnasio, dinero para los fines de semana, el sable de samurái…
Y otros lujos que Rafael ni llegaba a intuir. Mercedes, la gran protectora de su hijo, llegó a ocultarle que, durante dos meses seguidos, la factura del teléfono se había disparado hasta 100.000 pesetas por culpa de la afición a Internet. Lo que sí tenía José Rabadán era vocación de solitario. Y eso choca frontalmente con la presunción de que los juegos de rol estuvieran detrás del crimen.
Hace un año, José Rabadán ya intentó irse de casa. Le iba mal en los estudios y dejó el colegio. Se escapó, pero su padre salió a buscarle y dio con él. Se lo contó estos días a la policía, buscando quizás una justificación para su acción.
«Quería estar solo», relató en comisaría, «tener nuevas experiencias, vivir otras cosas». ¿Y por qué no te fuiste sin más?, le preguntó un comisario. «Porque mis padres», respondió seguro, «siempre me hubieran encontrado». ¿Y no sabes que te pueden juzgar? «La única justicia que temo es la de Dios, la que pueda venir de él». ¿No sabes que aquí también hay Justicia y te van a juzgar? «¿Y cuánto me puede caer…?»
Fue su primer acercamiento a la realidad, su primer síntoma de decaimiento tras la fuga y posterior captura. Su tranquilidad, su buen ánimo incluso, dejó helados a los agentes. Pero no fue chulería. «Si me pregunta qué siento hacia él», se sincera un agente con dos décadas de servicio, «no puedo decir nada negativo. Tengo lástima y una enorme incertidumbre por saber qué se le pudo pasar por la cabeza».
No hizo falta ser duro con José Rabadán. Desde el primer momento asumió los hechos, y no tuvo empacho en explicar los detalles y sus razones. Tampoco eludió referirse a Dios, su gran juzgador. «Yo creo», les explicó, «que la vida es como un vaso de agua. Si el cristal se rompe, el agua se desparrama, pero sigue existiendo». Quizás por eso, reflexionan los agentes, José Rabadán no ha caído todavía en la desesperación. El agua desparramada de sus padres, de su hermana, debe seguir fluyendo por algún lugar.
Hay más vecinos que comparten la opinión de María al rechazar la rareza de José Rabadán. Consuelo, de su misma edad, vecina de escalera, decía ayer muy enfadada: «Hay mucha gente que está saliendo en la tele diciendo que eran sus amigos y es mentira. Era un chaval normal». Tanto que Guillermo, éste sí su mejor amigo, no le dio importancia a su confidencia de hace una semana. «Voy a matar a mis padres», le anunció José Rabadán.
«¿Y por qué se lo dijiste?», quiso saber el comisario. «Porque», respondió rápido José Rabadán, «era una manera de obligarme, de ejecutar el plan que tenía decidido».
Otra de las obsesiones de la policía durante los interrogatorios era saber si detrás del crimen se escondía algún juego de rol, la emulación de algún héroe virtual. El hallazgo de dos libros en su cuarto –Ave Lucifer y El poder de la magia– desató las especulaciones. Incluso se le quiso hacer parecer a Squall, protagonista de una vídeoaventura –Final Fantasy VIII– que tenía en su cuarto. «¿Y te cortaste el pelo así?», le preguntaron, «¿por Squall?»: «¡Qué va…!».
Por si acaso, insistieron. Hablaron de magia, de kárate, de ritos satánicos… y resultó que José Rabadán había oído algo de todo, pero no sabía en realidad de nada. Ante Sonia, hablaba de farol. Queriendo impresionarla, le contaba por ejemplo que lograba encender velas negras con sólo concentrarse sobre ellas. Ante la policía, admitió que era mentira.
Ahora, sólo ante el futuro, un porvenir muy distinto al que había planeado, José Rabadán ni siquiera podrá desmentir a los que sin dudar lo tachan de samurái loco. «Él estaba convencido», dice un amigo suyo, «de que era un guerrero japonés, tenía un libro que se llama Dojo y que explica cuál debe ser el comportamiento de los samurái. Pero no era violento. Presumía y poco más».
Ayer pasó a disposición judicial. Los policías que lo han tratado durante estos días tardarán algún tiempo en recuperarse. Hubiera sido mucho más fácil si en algún momento, da igual del día o de la noche, consciente o inconscientemente, José Rabadán hubiera dado síntomas de locura, de mente enferma, de algún tipo de odio extraño. Tardarán tiempo en olvidar una de sus últimas frases.
-Yo no estoy loco.
«Quería estar solo, que mis padres no me buscaran», confiesa a la policía el acusado del crimen de Murcia
El País
6 de abril de 2000
RELATO DE UN CRIMEN. El pasado sábado, al despuntar el alba en Murcia, un aprendiz de soldador de 16 años mató con una espada de samurái a su padre, su madre y su hermana, una chica de 11 años con síndrome de Down. El terrible crimen, sin motivo aparente, desató todo tipo de especulaciones sobre su móvil.
El pasado martes, ya detenido, el supuesto autor de las muertes disipó las dudas en una habitación de la comisaría de Murcia. «Quería vivir una experiencia distinta. Estar solo. Que mis padres no me buscaran», confesó a los agentes. Luego se demoró en detallar cómo fue la noche del crimen y su huida. El juez ordenó ayer su ingreso en un módulo para menores de la prisión de Sangonera.
Se acostó temprano y vestido, su sable de samurái acariciándole el pantalón del chándal, oculto bajo las sábanas. No durmió apenas. Hacía una semana que José Rabadán, de 16 años, mal estudiante y aprendiz de soldador, había decidido quedarse solo en el mundo, vivir una nueva vida, disfrutar de libertad para viajar a Barcelona y conocer a Sonia, una muchacha de su misma edad de quien se había encandilado en sus charlas nocturnas por Internet.
Así, tranquilamente, sin aspavientos, un detalle detrás de otro, se lo fue contando a la policía la noche del martes, en una habitación de la comisaría de Murcia.
Su casa no estaba muy lejos de allí, un segundo piso sin ascensor del barrio obrero de Santiago el Mayor, donde al amanecer del sábado -entre las seis y media y la siete-, José Rabadán dio muerte sucesivamente, a golpes de sable y machete, a su padre, su madre y su hermana pequeña, una niña rubia de 11 años, afectada por el síndrome de Down.
«¿Y por qué lo hiciste?», le preguntaron una y otra vez los policías, intrigados por si detrás del crimen se escondía algún extraño juego de rol, tal vez un rito satánico: «Quería vivir una experiencia distinta. Estar solo. Que mis padres no me buscaran».
Los agentes insistieron: «Y a tu hermana, ¿por qué mataste a tu hermana?». La respuesta empezó por otra pregunta: «¿Y qué iba a hacer ella sola en el mundo…? La maté para que no sufriera».
José Rabadán -según su propio relato ante la policía- se levantó a eso de las cuatro de la madrugada. La casa estaba en silencio. Sólo se oían los ronquidos de su padre en la habitación de al lado. Decidió actuar, pero de pronto creyó percibir algo -un ruido desde el exterior, un gesto de su padre entre sueños- que lo hizo desistir. Volvió a la cama.
Dos horas después lo intentó de nuevo. Ahora sí. Su padre, Rafael Rabadán, de 51 años, camionero de profesión, dormía de lado, dándole la espalda. Se situó junto a su almohada, levantó la espada de samurai y la dejó caer con fuerza.
«¡Auxilio, auxilio!»
El informe del forense coincide con el relato del joven. Habla de un reguero de sangre, de un golpe detrás de otro hasta 16 o 17, de que el padre intentó defenderse, de que alcanzó a levantar las manos, de que el sable le amputó varios dedos.
Luego, José Rabadán fue a la otra habitación, donde su madre, Mercedes Pardo, de 54 años, descansaba junto a su hermana. El ruido ya la había despertado y ahora esperaba la muerte sentada sobre la cama.
Mercedes vio aparecer a su hijo ensangrentado, esgrimiendo la espada. «¡Auxilio, Rafael, auxilio!», intentó llamar a su marido. El primer golpe la dejó sin sentido. El informe del forense deja bien claro que muchos de los sablazos fueron inútiles, que Mercedes y Rafael murieron mucho antes de que su hijo dejara de blandir su espada. La misma que su padre le había regalado unos meses antes. La tercera en morir fue su hermana. «Para que no sufriera».
A José Rabadán le sobrevino entonces una duda. «Me dijo», asegura uno de los agentes que lo interrogaron, «que hubo un momento de la noche, entre la habitación de su padre y la de su madre, entre la muerte de uno y de otro, que creyó estar viviendo un sueño». El menor se repuso inmediatamente. Decidió seguir ejecutando su plan.
La policía, al descubrir los cadáveres la tarde del sábado, temió que la casa hubiera sido escenario de un extraño crimen ritual. Sangre por toda la casa, cuerpos destrozados y dos detalles inquietantes. El cadáver de la pequeña se encontraba dentro de la bañera. Y la cabeza del padre, embutida en una bolsa de plástico. ¿Qué quería decir todo aquello?
Ni obra de una secta, ni producto de las drogas, ni apelación desesperada a Satán. El joven le contó a la policía que su único plan era huir, dejar atrás su mundo anterior.
No quería, por tanto, que el olor de los cadáveres alertara a los vecinos, y éstos, a la policía. Así que decidió meter a su familia en la bañera, llenarla de agua y que así el olor tardara más en expandirse. Cogió el cadáver de su hermana y lo metió allí. Luego fue a por su padre. Le introdujo la destrozada cabeza en una bolsa y lo arrastró por la casa hasta el cuarto de baño, procurando no dejar un reguero de sangre. Intentó colocarlo junto a su hermana. No tuvo fuerzas y desistió. Por eso dejó el cadáver de su madre en la cama. Sin ninguna bolsa en la cabeza.
El machete oculto
Hay todavía otro detalle que despistó a la policía en un principio. Según el forense, se habían utilizado dos armas. ¿Dos asesinos? La explicación también la ofreció el propio menor. Hubo un momento en que creyó que la espada de samurai se había roto. Decidió rematar su ataque con un machete que tenía escondido en el armario.
La ropa del joven estaba ensangrentada, igual que la casa. Decidió cambiarse, pero no se mudó ni de camiseta ni de calzoncillos. No había tiempo que perder. Rebuscó por la casa y sólo encontró 15.000 pesetas. Así, ensangrentado por dentro pero limpio por fuera, con su teléfono móvil y sin las llaves de casa -«no pensaba volver nunca»- salió a la calle. Acababa de amanecer. Se echó a andar en dirección al centro de Murcia.
Caminó hasta que calculó que Sonia, su amiga de Barcelona, se había despertado. La llamó una y otra vez. Hasta una docena de veces. Hablaron tanto que casi consumió las 6.000 pesetas que aún le quedaban en su tarjeta de Movistar. Dejó de hablar al salir de la ciudad. Se puso a hacer autoestop.
Quería ir a Alicante y no tardó mucho en conseguirlo. No es difícil auxiliar a un chico con tan buena pinta. Primero lo cogió un vendedor de coches que lo llevó hasta Orihuela. Otro tramo lo hizo con un camionero italiano. Y, finalmente, una mujer joven lo dejó a las puertas de Alicante, junto a la circunvalación.
Ya era mediodía del sábado y aún tenía que llegar a la estación de tren, comprar un billete hasta Barcelona y partir luego hacia Terrassa, la ciudad de Sonia. Nadie sabía todavía que era un fugitivo. Vio a un chaval de su edad jugando con un palo junto a un árbol. Decidió preguntarle por dónde se iba a la estación. Se cayeron bien. El fugitivo le contó que tenía problemas, que había matado a un hombre. El otro lo consoló. Le dijo que a él tampoco le sonreía la vida. Que su padre estaba en la cárcel, y su madre, en un manicomio.
Decidieron seguir la aventura juntos.
Miedo se escribe al revés
Había dos horas sagradas en la vida del acusado. Las seis y media de la tarde y las diez de la noche. Eran sus citas diarias desde hacía un mes con Sonia. Se habían conocido a través de Internet y desde entonces departían o chateaban -en el argot de la red- como antiguamente lo hacían los enamorados a través de una reja. Se fueron gustando el uno al otro. Él, encerrado en su habitación, le contaba a ella que sabía de artes marciales, de juegos de rol, de videoconsolas, de filosofía budista.
La policía, después de interrogarle a conciencia, cree que iba de farol. Sólo intentaba conquistarla. Quizá también por eso eligió un intrigante nickname, un sobrenombre para navegar por la red. Él era Odeim, o el mismísimo Miedo escrito al revés.
Una sensación, sin embargo, que no apreciaron en él los policías que lo detuvieron en la estación de Alicante. Fue el lunes por la mañana, justo dos días después del crimen. De 48 horas de huida junto a su nuevo amigo O. J. S. y en permanente contacto telefónico con Sonia. José Rabadán incluso llegó a contarle lo que había hecho, pero su amiga no se lo creyó del todo. Pero tampoco, por si acaso, quiso colaborar demasiado con la policía.
Los agentes de la Jefatura Superior de Murcia descubrieron pronto las intenciones de José Rabadán. Fue justo después de encontrar los cadáveres de su familia. Al bucear en su ordenador -un potente Pentium III a 450 MHz-, encontraron el teléfono de Sonia con el prefijo de Barcelona. Un agente se acercó a su casa y alertó a la madre: «Es posible que su hija esté en contacto con un muchacho de Murcia sospechoso de haber cometido un triple crimen. Es necesario que colabore con nosotros».
La policía estaba en lo cierto. Desde algún lugar del sureste -todavía Murcia o quizá Alicante-, él había estado en contacto con ella, planeando la visita por teléfono. José Rabadán y O. J. S. llegaron a vender el móvil por 1.000 pesetas a un inmigrante de Kenia y mendigar en una iglesia para conseguir dinero y seguir con las conferencias. Todo lo que les sobró de los billetes de tren -6.000 pesetas por cabeza- lo cambiaron en monedas de 20 duros. El fugitivo hablaba continuamente con su novia internauta. Y su compañero con Desiré, una amiga de Sonia.
Todo estaba previsto para el viaje. Incluso O. J. S. quemó junto a su chabola de Alicante la camiseta ensangrentada del supuesto homicida. Pero llegó la policía.
El «asesino de la catana» planeó durante semanas la muerte de su familia
EFE
8 de junio de 2001
Estas circunstancias se narran en la sentencia del Juzgado de Menores de Murcia, redactada tras el juicio de conformidad celebrado el pasado día 1 en Murcia, en el que la defensa y el ministerio público llegaron a un acuerdo sobre la condena que se le debía imponer al joven por el asesinato de su familia el 1 de abril de 2000.
La resolución hace un relato pormenorizado de cómo este joven acabó con la vida de sus padres, idea que surgió en José Rabadán «en fecha no determinada del mes de marzo». A partir de entonces, dice la sentencia, «fue planeando el modo de cómo llevarla a cabo, decidiendo que lo haría con una catana japonesa, de 71 centímetros de longitud de hoja y 2,5 centímetros de anchura, que le regaló su padre».
El viernes día 31 de marzo, agrega la sentencia, el menor «ya había resuelto que sería esa noche cuando llevaría a cabo sus planes, teniendo previsto que sería cuando empezara a amanecer, a fin de que entrara luz por las ventanas y ver con claridad los cuerpos sobre las camas».
«Una vez decidido el momento y la forma de matar a su familia», dice la resolución, se comportó de un modo normal. Tras cenar en solitario en su habitación, hacia las 20.00, y después de ducharse, se conectó a Internet desde las 22.30 hasta las tres de la madrugada del 1 de abril.
A esa hora, dice la sentencia, sacó la catana del armario, dejó la funda sobre una silla y se acostó, metiendo el arma en la cama. «Mientras esperaba que amaneciera, estuvo pensando lo que haría sin su familia, la forma de vida que llevaría, lo que haría».
El primero al que ocasionó la muerte fue a su padre, al que dio golpes con la catana, casi todos en cabeza, cuello y pecho, y luego hizo lo mismo con su madre, que llegó a despertarse, pero que no pudo levantarse a tiempo ante el rápido ataque, lo mismo que a su hermana, afectada del síndrome de Down.
Durante el ataque a su madre, la espada se partió, «y, comoquiera que advirtió la dificultad que suponía clavarla, se dirigió a su habitación, sacó un machete y se lo clavó a su hermana repetidamente por la cara y el cuello, y a continuación a su madre», dice la resolución.
La policía detiene al «asesino de la catana» horas después de su fuga durante una excursión
Elpais.com
25 de septiembre de 2003
La policía ha detenido esta tarde al joven de Murcia que asesinó a sus padres y a una de sus hermanas en 2000 con una espada, apenas tres horas después de que se fugara durante una visita organizada en el centro en el que se encontraba internado. El joven, conocido popularmente como el asesino de la catana, ha sido capturado cuando caminaba por un arcén de la autovía A7 en dirección a Murcia, según ha informado el alcalde de Elche, Diego Maciá.
José Rabadán Pardo, de 20 años, logró escapar en el transcurso de una excursión que contaba con permiso judicial.
El centro de menores de Las Moreras, en el que se encontraba internado, había planeado una visita a Elche tutelada por tres monitores y sin vigilancia policial como parte del trabajo de reeducación, y para que el joven y otros cinco compañeros disfrutaran de un día de descanso en el Huerto del Cura.
Tras conocerse la fuga, el ministro de Interior, Ángel Acebes, ha salido a la palestra pública para dejar claro que la evasión se produjo «en el ámbito de los educadores», recalcando además que el joven no era vigilado en ese momento por ningún miembro de las fuerzas de seguridad del Estado.
Intento de robo
El joven ya había realizado otras excursiones permitidas por el juez, pero en esta ocasión anunció a sus compañeros que pensaba escapar tras hacer una llamada telefónica en una instalación de recreativos.
La policía puso en marcha un dispositivo especial de búsqueda para localizar al joven, que, vestido con una camiseta de color gris y un pantalón deportivo azul, se había fugado cuando visitaba con el grupo un punto de información del Ayuntamiento de Elche.
Rabadán no ha ofrecido resistencia a la patrulla de paisano que le ha detenido; antes, según ha informado la Cadena Ser, trató de robar a una mujer amenazando con matarla, pero no lo logró al huir la víctima sin hacerle caso.
Rabadán tenía 16 años cuando acabó con la vida de sus padres y su hermana (de 11 años y con síndrome de Down) el 1 de abril de 2000. El chico planeó el asesinato con semanas de anticipación, y lo llevó a cabo de madrugada (según dijo, para ver mejor los cuerpos) con una espada japonesa (la catana que propició su mote) de 71 centímetros de longitud de hoja y 2,5 centímetros de anchura que le había regalado su padre.
Para conocer a una chica
En las horas previas al asesinato, el joven actuó con total frialdad. Cenó solo en su habitación, se duchó y aguardó a que llegara la luz de la madrugada conectado a Internet. Cuando fue detenido explicó el motivo que le había llevado a cometer el asesinato: quería conocer a una joven de Barcelona con la que había establecido amistad a través de la Red, y como no deseaba que sus padres salieran en su búsqueda cuando marchara, decidió acabar de raíz con esta posibilidad. A su hermana la mató «para que no sufriera».
Rabadán fue condenado el 1 de junio de 2001 a pasar 12 años (cuatro por cada asesinato) internado en un centro terapéutico donde debía someterse a un programa de reeducación. Sin embargo, la Ley del Menor obligó a reducir a ocho los años de internamiento, más dos de libertad vigilada.
Hasta el momento el joven había tenido una conducta «fría» pero intachable en el centro, por lo que todos los informes pedidos fueron favorables a su participación en excursiones. La de hoy, que formaba parte de un curso de jardinería, era «una salida terapéutica» más.
Sin embargo, su intento de fuga puede ser interpretado como un delito de quebrantamiento de condena, castigado en el Código Penal con una pena de hasta un año de prisión, que el joven debería cumplir tras su actual sentencia en una cárcel normal, puesto que ya es mayor de edad.
El «asesino de la catana» cumplirá en un centro de acogida de Cantabria el resto de su condena
EFE
29 de diciembre de 2005
José Rabadán, conocido como el asesino de la catana por haber matado con este arma a sus padres y a su hermana hace cinco años en Murcia, pasará el resto de la condena que le queda por cumplir en una casa de acogida de la asociación Nueva Vida ubicada en Cantabria.
Rabadán, que cometió el crimen cuando era menor de edad y que ahora tiene 22 años, está internado en un centro de menores de Murcia y su paso a una situación de libertad vigilada se adelantará siete meses.
La decisión, a la que no se ha opuesto la Fiscalía, ha sido adoptada hoy por el Juzgado de Menores de Murcia a la vista de los informes favorables de la Dirección General de la Familia de la comunidad autónoma y del psiquiatra. El traslado se realizará en los primeros días del próximo mes de enero, en la forma que determinen los servicios correspondientes de la región de Murcia, según han indicado fuentes de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia.
Según los informes, Rabadán ha mantenido un buen comportamiento en los años de internamiento en un centro de menores de Murcia y continuar ingresado en este tipo de establecimientos sería «negativo» para su evolución y para su completa reinserción social. El joven, que tiene ahora 22 años, no podrá salir del centro de acogida de Santander sin la previa autorización judicial y deberá cumplir con puntualidad y responsabilidad en un puesto de trabajo que se le va a intentar conseguir.
Las razones del adelanto
Tampoco podrá salir de la comunidad cántabra sin autorización previa y deberá comparecer cada 15 días en el Juzgado de Menores de Santander o ante la persona que se designe como encargada de vigilar la ejecución del auto dictado ahora por el Juzgado de Menores de Murcia.
José Rabadán no hubiera quedado en situación de libertad vigilada hasta agosto de 2006, pero el Juzgado de Menores ha considerado conveniente adelantar este cambio de régimen para colaborar en la evolución positiva de su personalidad. Rabadán fue condenado a seis años de internamiento en un centro de menores y dos de libertad vigilada por el asesinato de sus padres y de su hermana con síndrome de Down, que cometió en 2000, cuando tenia 16 años.
El joven acabó con la vida de su padre, Rafael Rabadán, de 51 años, de su madre, Mercedes Pardo, de 54 y de su hermana María, de nueve años asestándoles varios golpes con una espada de samurái mientras dormían. Sus cuerpos fueron hallados en el domicilio familiar, en el barrio murciano de Santiago El Mayor. Según el informe psiquiátrico realizado al chico tras cometer el triple crimen, padece un grave trastorno.
«Oyó de nuevo roncar a su padre y se levantó con la espada en la mano…»
R. F. – Laverdad.es
13 de enero de 2008
En junio del 2001, cuando la juez de Menores Ascensión Martín condenó a José Rabadán a ocho años de internamiento y dos de libertad vigilada, lo hizo con una sentencia dictada in voce. Es decir, lo hizo en la propia sala de vistas y en presencia del propio acusado. Fue días más tarde cuando redactó una sentencia cuyo contenido, hasta día de hoy, apenas ha trascendido. Ahora La Verdad está en disposición de ofrecer un resumen de los hechos considerados probados.
«Se declara probado que desde fecha no determinada del mes de marzo del 2000, el menor José Rabadán Pardo, nacido el 26 de diciembre de 1983, concibió la idea de matar a sus padres, Rafael Rabadán y Mercedes Pardo, así como a su hermana de 11 años, Mercedes Rabadán, afecta del síndrome de Down, con los cuales convivía en el domicilio familiar sito en calle Santa Rosa n 20, 2º, de Santiago el Mayor. Y a partir de esa fecha fue dándole vueltas e imaginándose cómo sería la vida sin su familia, llegando a considerar tal idea como «algo positivo», tanto para él como para su familia: para él, porque cambiarían las circunstancias de su vida, y para su familia, porque así terminarían con el sufrimiento cotidiano del trabajo, los disgustos de la familia y los padecimientos de su hermana. Llegó incluso a contar sus planes, aunque en tono de broma, a sus amigos, según él, para «hacerse a la idea e irse obligando a ello».»
Asimismo fue planeando el modo como lo llevaría a cabo, decidiendo que lo haría con una catana japonesa de acero, de 71 centímetros de longitud de hoja y 2,5 centímetros de anchura, que poseía y que le había regalado su padre, ya que era aficionado a las artes marciales y a las armas blancas. De hecho tenía en su poder gran cantidad de armas, como machetes de gran tamaño, espadas japonesas, estrellas ninja, puños americanos, navajas de tipo mariposa, un cuchillo picahielos de gran tamaño, hachas, catanas de acero y de madera….
El viernes 31 de marzo ya había resuelto que sería esa noche cuando llevaría a cabo sus planes, teniendo previsto que sería cuando empezara a amanecer, a fin de que entrara luz por las ventanas y ver así con claridad los cuerpos sobre las camas.
Una vez decidido el momento y la forma de matar a su familia, José se comportó de un modo normal, saliendo con sus amigos durante toda la tarde y conectándose a Internet (…), chateando con una amiga llamada Sonia y con otros usuarios. A las 20 horas cenó en solitario en su habitación, como asimismo solía hacer y, tras ducharse, se volvió a conectar a Internet hasta las tres de la madrugada del 1 de abril.
A esa hora sacó la catana del armario, dejó la funda sobre la silla y se acostó, metiendo el arma en la cama, y mientras esperaba a que amaneciera estuvo pensando lo que haría sin su familia, «la forma de vida que llevaría, lo que haría, hasta que a las 6,30 horas se despertó y comprobó que sus padres dormían, pero aún no había suficiente luz. Nada más volver a la cama pensó que su padre se había despertado, porque dejó de roncar, y en ese momento pensó que había perdido la oportunidad de matarlo y se sintió enfadado consigo mismo y con ansiedad.»
«Pero al poco rato oyó de nuevo los ronquidos de su padre y, ya completamente decidido, se levantó de la cama con la espada en la mano…». (El resto del relato se omite por su truculencia).
Texto íntegro de la sentencia de José Rabadán
Se declara probado que desde fecha no determinada del mes de marzo de 2000, el menor J. R. P., nacido el 26 de noviembre de 1983, concibió la idea de matar a sus padres, R. R. T. y M. P. P., así como a su hermana de 11 años, afecta del Síndrome de Down, M. R. P., con los cuales convivía en el domicilio familiar sito en (…) Santiago el Mayor (Murcia). A partir de esa fecha, fue dándole vueltas e imaginándose cómo sería la vida sin su familia, llegando a considerar tal idea como «algo positivo» tanto para él como para su familia: para él, porque cambiarían las circunstancias de su vida, y para su familia, porque así terminarían con el sufrimiento cotidiano del trabajo, los disgustos de la familia y los padecimientos por su hermana.
Llegó incluso a contar sus planes, aunque en tono de broma, a sus amigos, según él, para «hacerse a la idea e irse obligando a ello». Asimismo, fue planeando el modo como lo llevaría a cabo, decidiendo que lo haría con una catana japonesa de acero, de 71 centímetros de longitud de hoja y 2,5 centímetros de anchura, que poseía y que le había regalado su padre, ya que era aficionado a las artes marciales y a las armas blancas; de hecho tenía en su poder gran cantidad de armas como machetes de gran tamaño, espadas japonesas, estrella ninja, puños americanos, navaja tipo mariposa, cuchillo picahielos de gran tamaño, hacha, catanas de acero y de madera…
El viernes 31 de marzo de 2000 ya había resuelto que sería esa noche cuando llevaría a cabo sus «planes», teniendo previsto que sería cuando empezara a amanecer, a fin de que entrara luz por las ventanas y de ver con claridad los cuerpos sobre las camas.
Una vez decidido el momento y la forma de «matar a su familia», J. R. P. se comportó de un modo normal, saliendo con sus amigos por la tarde y conectándose desde las 18.30 horas a Internet, como solía hacer habitualmente a esas horas, ‘chateando’ con una amiga llamada Sonia y con otros usuarios.
A las 20 horas cenó en solitario en su habitación, como asimismo solía hacer, y, tras ducharse, se volvió a conectar a Internet desde las 22,30 hasta las tres de la madrugada del sábado día uno de abril.
A esa hora sacó la catana del armario, dejó la funda sobre la silla, y se acostó metiendo el arma en la cama; mientras esperaba a que amaneciera, estuvo pensando lo que haría sin su familia, la forma de vida que llevaría, lo que haría, etcétera, hasta las 6,30 horas, cuando se levantó y comprobó que sus padres dormían, pero aún no había suficiente luz. Nada más volver a la cama pensó que su padre se había despertado, porque dejó de roncar, y en ese momento pensó que había perdido la oportunidad de matarlo, «sintiéndose enfadado consigo mismo y con ansiedad».
Pero al poco rato oyó de nuevo los ronquidos de su padre y, ya completamente decidido, se levantó de la cama y con la espada en la mano se dirigió a la habitación de matrimonio donde dormía su padre, comprobando que éste se encontraba durmiendo de lado hacia la ventana y de espaldas a él; se acercó a la cama, cogió la espada con las dos manos, la puso sobre la cabeza del padre para calcular el golpe y la descargó con fuerza en la cabeza dos veces, produciéndole dos heridas incisas paralelas, muy profundas, desde la región parietal a la boca, que afectan fundamentalmente a hemicara y cráneo derecho y producen fracturas óseas (cráneo y sexta vértebra cervical) y salida de
masa encefálica; al llevarse el padre las manos a la cabeza como reacción instintiva a la vez que José le asestaba los golpes, le produjo al menos seis cortes en los dedos de la mano izquierda, que prácticamente le seccionaron los dedos. Y al girarse hacia arriba, aprovechó para asestarle al menos cinco golpes en el cuello, provocándole cinco heridas incisocontusas, paralelas desde la mandíbula hasta la zona clavicular con sección de epiglotis, tráquea y estructuras vasculares y nerviosas profundas. A continuación, y manteniendo la catana con ambas manos, se la clavó al menos en cinco ocasiones en el pecho, ocasionándole cinco heridas incisopunzantes que penetran en la cavidad torácica seccionando los pulmones y la tráquea. Dichas lesiones determinaron el fallecimiento inmediato del padre, y todas ellas presentaban signos de vitalidad (…).
Inmediatamente, el menor se dirigió a la habitación donde dormían su madre y su hermana, y se encontró a su madre sentada en la cama, la cual, al verle llegar con la espada en la mano, comenzó a gritar pidiendo auxilio a su
marido, lo que no impidió que J. R. P. le asestara varios golpes de catana en la cabeza y el cuello, causándole, entre otras, una amplia herida inciso-contusa de 13 centímetros de longitud que se extiende desde la región zigomática izquierda hasta la región temporal, que secciona planos musculares y el hueso zigomático, varias heridas en el cuero cabelludo, una de las cuales fractura el cráneo, y una herida inciso-contusa en pabellón auricular izquierdo.
Asimismo, y como consecuencia de la posición de defensa que adoptó la madre, tratando de protegerse con los brazos, le ocasionó heridas inciso-contusas en ambos brazos y en las manos, con sección casi completa. Uno de los golpes del menor al clavar la espada provocó que la punta de la misma se partiera al dar con un hueso, al parecer la escápula, (saltando un trozo que fue posteriormente encontrado por la Policía tras un mueble), y trató de clavársela
de nuevo, resbalando sobre la piel. Después, se dirigió a su hermana, que se había despertado y lloraba sentada en la cama, y de un golpe de catana prácticamente le seccionó el cráneo, dejándola tumbada en la cama, donde le asestó varios golpes con la espada en la cabeza y en el cuello.
También, como consecuencia de la postura de defensa adoptada por la niña, en uno de los golpes de la espada, le amputó casi en su totalidad la mano derecha. Como quiera que advirtió el menor la falta de punta de espada
y la dificultad que suponía el clavarla, se dirigió a su habitación, sacando del armario un machete, y con dicha arma regresó al cuarto de su hermana, clavándole el mismo repetidamente por la cara y el cuello, y a continuación se lo clavó a su madre en la espalda repetidas veces.
Todas las heridas presentaban signos de vitalidad (las víctimas aún estaban vivas), causando el fallecimiento de la madre especialmente las infringidas en región torácica por afectar al corazón y otros órganos vitales; y causando el fallecimiento de la hermana todas las heridas craneales y cervicales, por destrucción de centro neurológicos (…).
A continuación, el menor decidió llevar los cadáveres a la bañera y ponerlos dentro con agua con la finalidad de que no olieran y tardaran más en ser descubiertos, por lo que tras colocar unas bolsas de plástico en las cabezas de su padre y su hermana «para evitar que se esparcieran», los trasladó hasta el cuarto de baño, metiendo el cuerpo de la niña en la bañera, donde echó agua; no así el del padre al no poder con el peso.
Después, tras sentarse durante uno o dos minutos, se lavó la sangre, se vistió, cogió un teléfono móvil y 15.000 pesetas que encontró en el armario de sus padres, y se marchó de su domicilio sobre las siete horas.
El menor, ya lejos de su casa, llamó en varias ocasiones al 091 para decir lo que había hecho y a un amigo a quien también se lo contó, a fin de que este fuera a la Policía, y a una amiga de Barcelona que conocía a través de
Internet, para comunicarle que pensaba ir a verla.
A continuación hizo autostop hasta Alicante, donde conoció a un joven con el cual hizo amistad y planearon marcharse a Barcelona el lunes día 3 de abril, lo que no llegaron a efectuar al ser detenidos por la Policía.
Los cadáveres fueron encontrados por la Policía sobre las 17 horas del día 1 de abril, cuando se relacionaron las llamadas de J. R. P., y las de un amigo esa mañana con las sospechas de los vecinos, que habían oído gritos a primeras horas y no habían visto a la familia desde el día anterior.
El menor formaba parte de un grupo familiar normalizado de clase media, sin dificultades económicas, y pese a haber abandonado la Educación Obligatoria a principios del curso 99-2000, por las dificultades encontradas en 3º
de la ESO, no había abandonado su formación, encontrándose hasta la fecha de los hechos realizando un Curso de Garantía Social, rama de soldadura, teniendo expectativas de trabajo.
En cuanto a su estado psíquico, según el doctor García Andrade, el menor padece un cuadro de psicosis epiléptica idiopática, que se acompañó de un estado crepuscular en el que se desencadenó una crisis de automatismo orgánico
sin posibilidad de control, dando lugar a un homicidio múltiple, inmotivado e incomprensible, que únicamente se entiende a través de una interpretación neuro-psiquiátrica, y del que deberá ser sometido a tratamiento y
control, si bien estos pueden ser realizados en régimen ambulatorio una vez equilibrado farmacológica y electroencefalográficamente.
Según el Doctor Barcia Salorio, el menor es epiléptico, confundido por creencias absurdas pero fascinantes para él; se justifica un hecho de locura vecino a la ofuscación y arrebato, lo que llevó a una conducta absolutamente desconectada de su personalidad y biografía, por lo que tiene claramente el carácter de lo patológico y se aconseja someterlo a un tratamiento adecuado, farmacológico y psicológico en un centro terapéutico, pudiendo más adelante seguir el tratamiento ambulatorio.
Hechos así relatados por el Ministerio Fiscal, se declaran probados por conformidad entre las partes, y que fueron reconocidos por el menor acusado J. R. P., en el acto de Audiencia, por lo que ésta sentencia se dicta de conformidad entre las partes en cuanto a los hechos, la calificación jurídica y la medida.
VÍDEO: LA CRÓNICA NEGRA – JOSÉ RABADÁN