Jean-Claude Romand

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Jean-Claude Romand
  • Clasificación: Asesino en masa
  • Características: Impostor que se hacía pasar por médico - Mató a su familia porque se iba a descubrir el engaño que había mantenido durante 18 años
  • Número de víctimas: 5
  • Fecha del crimen: 9 de enero de 1993
  • Fecha de detención: Mismo día (intenta suicidarse)
  • Fecha de nacimiento: 11 de febrero de 1954
  • Perfil de la víctima: Su mujer, sus hijos y sus padres
  • Método del crimen: Golpes con un rodillo de amasar - Arma de fuego (rifle calibre 22)
  • Lugar: Prévessin-Moëns, Francia
  • Estado: Condenado a cadena perpetua con posibilidad de libertad condicional tras 22 años el 2 de julio de 1996
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Jean-Claude Romand

Última actualización: 23 de enero de 2016

Jean-Claude Romand (nacido el 11 de febrero de 1954 en Lons-le-Saunier) es un ciudadano francés tristemente célebre por haber asesinado en 1993 a su mujer, a sus hijos, a sus padres y a su perro; y por haber ocultado durante dieciocho años su verdadera vida a todos sus allegados. Fue condenado en 1996 a cadena perpetua, con un cumplimiento de condena de al menos 22 años. Cumple condena en la prisión de Châteauroux (Indre).

El crimen

El 8 de enero de 1993 asesinó a su mujer con un rodillo de amasar, y más tarde a su hija Caroline, de 7 años, y a su hijo Antoine, de 5, empleando un rifle del calibre 22. Después de estos crímenes, limpió la casa, salió a pasear, y horas más tarde se dirigió a la casa de sus padres, en Jura, donde, después de comer, los asesinó del mismo modo.

Tras pasar la noche con su amante, en París, regresó a su domicilio y le prendió fuego consigo dentro, no sin antes haber tomado una buena dosis de barbitúricos. No obstante, fue rescatado por los bomberos y tras casi una semana en coma, consiguió salvar la vida.

Biografía

La investigación pronto reveló que Jean-Claude Romand no era la persona que creían sus vecinos y conocidos. No tenía trabajo, y había estado engañando a toda su familia y amigos durante años, afirmando ser médico e investigador en la OMS, cuando en realidad nunca había superado el segundo curso de Medicina, y vivía del dinero que había conseguido estafar a lo largo de los años en su círculo de allegados, llegando a vender a precio de oro medicamentos falsos contra el cáncer.

Al parecer, en la época en que cometió los crímenes, su familia estaba a punto de descubrir la verdad sobre él; además, había agotado todos sus recursos económicos. Acorralado, atrapado en su propia trampa, no encontró otra solución que el asesinato pues, según sus propias palabras, «su familia no aceptaría la verdad».

Libro

Este extraño suceso inspiró la novela El Adversario del autor francés Emmanuel Carrère. Gracias a una investigación rigurosa, el autor, que ha establecido relación por correspondencia con Jean-Claude Romand, y ha asistido a su juicio, trata de desentrañar el misterio de este hombre, dando algunas pistas de explicación para sus descomunales mentiras, pero dejando abiertos la mayor parte de los interrogantes que suscita este caso único en los anales judiciales.

Películas

La historia de Jean-Claude Romand ha sido objeto de diversas adaptaciones cinematográficas

  • L’Adversaire, basada en la novela de Carrère.
  • L’emploi du temps.
  • La vida de nadie, filme español dirigido por Eduard Cortés.

La tragedia de una simulación

Octavi Marti – Elpais.com

9 de enero de 2000

Jean-Claude Romand, un tranquilo funcionario cuarentón de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se levanta aquel 9 de enero de 1993 más temprano que de costumbre. En vez de inspeccionar el césped que rodea su casita en Gex, una pequeña localidad situada a 17 kilómetros de la frontera suiza y a muy pocos más de Ginebra, mata a su esposa Florence y a sus hijos Antoine y Caroline, de tres y siete años.

Luego va a la casa vecina, la de sus padres, y también acaba con ellos. El perro tampoco escapa a la exigencia asesina del funcionario, que hoy, por una vez, no marcha puntual hacia la oficina, sino que prende fuego a las casas después de ingerir todos los somníferos que quedaban en un tubo.

Años más tarde, el 1 de enero de 2000, Emmanuel Carrère publica L’Adversaire, un libro en el que se habla de todo lo que sabemos de Jean-Claude Romand. Carrère, que es un novelista muy estimable, asistió al proceso de Romand, en junio de 1996, y desde entonces intentaba escribir sobre un personaje que no comprende.

Cuando Romand salió del coma en que le habían sumido los somníferos se encontró con un grupo de policías estupefactos: habían descubierto que Romand no era ni había sido nunca funcionario de la OMS, que nunca había terminado los estudios de medicina, que nunca había podido, pues, ejercer como médico, que no tenía trabajo alguno conocido y que su esposa, familiares y amigos estaban convencidos de todo lo contrario.

Durante 18 años de matrimonio, Romand había salido de casa cada día a la misma hora. Iba a una oficina imaginaria, que sólo existía en una postal, una crucecita puesta en una fachada con decenas de ventanas idénticas.

La realidad era otra. Romand se subía al coche y se iba hasta un aparcamiento gratuito. Allí dejaba pasar las horas, dejaba que transcurriese la jornada laboral. A veces imaginaba congresos y viajes al extranjero y eso le permitía regresar más tarde, dos o tres días después, tras visitar de manera compulsiva los sex shops o casas de masaje ginebrinas.

«Una mentira, normalmente, sirve para recubrir una verdad, algo que puede ser vergonzoso pero es real. La mentira de Romand no ocultaba nada. Tras el falso doctor Romand no hay un auténtico Jean-Claude Romand», dice Carrère. En efecto, Jean-Claude Romand se metió en la piel de su personaje desde el momento en que no se presentó al examen de segundo curso de medicina. No lo dijo a sus padres para no decepcionarles y esa mentira exigió otras, una ficción completa, crear un personaje que sólo era su función social.

Romand creó durante 18 años una arquitectura social sobre el vacío más absoluto. Cuando una amante le reclamó el dinero prestado (nuestro hombre vivía del dinero que le dejaban sus colegas médicos para que él lo colocase en Suiza al 18%) todo el entramado se vino abajo. Pero Romand no quiso ver el terremoto en los ojos de sus padres, esposa o hijos. Ni tan sólo en los de su perro. Por eso les mató.

La justicia condenó a Romand a 22 años de cárcel sin derecho a reducción de pena. El proceso sirvió para encerrar el enigma Romand en una celda, pero no para resolverlo. Carrère pone al desnudo la extraña relación entre la personalidad social y lo que queda de nosotros una vez privados de títulos, funciones y uniformes. Por eso el enigma Romand interesa a tanta gente, porque es un poco nuestro propio enigma.


El hombre que engañó a todos durante 18 años

Sentadoenlatrebede.blogspot.com

17 de febrero de 2011

¿Serías capaz de inventarte tu titulación en medicina? ¿Conseguirías hacer creer a todos tus allegados que trabajas en una institución como la OMS? ¿Podrías hacer creer a tu mujer e hijos que tienes que viajar regularmente fuera de tu país? ¿Engañarías a tus conocidos asegurándolos que tienes acceso a una vacuna contra el cáncer para poder sacar beneficio económico de ello?

Y lo más importante, ¿Serías capaz de mantener todas esas mentiras, toda tu vida, durante 18 años? Esta es la historia de Jean Claude Romand.

Jean Claude Romand nació el 11 de febrero de 1954 en la pequeña ciudad Lons-Le-Saunier en el este francés, cercana a la frontera suiza. Su infancia no fue distinta a la de cualquiera de nosotros. Muy buen estudiante, no aficionado a los deportes y sin ningún síntoma de tener algún desequilibrio mental que pudiese llamar la atención a sus padres o profesores.

Una vez acabada la escuela elemental y el instituto donde también consiguió buenas calificaciones, decidió matricularse en la carrera de medicina. El primer curso lo pasó sin problemas y el comienzo del segundo también fue normal. Hasta que el día de su examen de Fisiología de 2º no oyó el despertador y no fue a realizar su examen. Ese día marcará el resto de su vida.

En vez de reconocer su error y prepararse para las recuperaciones decidió hacer creer que había aprobado su examen. Ningún compañero de clase se dio cuenta de que eso era mentira al ver las listas. A partir de ahí ideó un plan para mantener su embuste.

Se encerró en casa dejando de acudir a la Universidad; dedicándose a leer periódicos y ver la televisión, engordó hasta 20 kilos y en esas fecha se enamoró de su prima lejana Florence, con quién posteriormente llegó a casarse.

Pasados varios meses su mejor amigo Lucas decidió ver que le pasa a Jean Claude visitándolo en su casa, momento en el que Romand se inventó su segunda gran mentira; hizo creer a Lucas que padecía cáncer y por eso no había acudido a la Universidad en unos meses.

Esta mentira decidió mantenerla también con sus más allegados y además usarla para dar pena a Florence e intentar enamorarla. Eligió el linfoma como enfermedad, ya que ésta le permitía tener periodos de bajón y periodos en los que no notase ningún síntoma.

En los siguientes años cambió por completo sus horarios en la Universidad para pasar totalmente desapercibido y así mantener mejor la mentira inicial, a la vez que va acrecentándola. Comunicó a todos sus amigos que aprobaba las asignaturas y que había recibido una beca del gobierno francés para poder acabar sus estudios. Iba todos los días al vestíbulo de la Universidad, aunque nunca llegó a entrar en las aulas. Falsificaba los documentos de las notas para enseñar en su casa y siguió estudiando todas las asignaturas para poder conversar de todos los entresijos de las clases sin levantar sospechas.

Así consiguió vivir entre 1975 y 1986, momento en el que decidió «acabar» su carrera y comunicar a los suyos que había recibido una beca para trabajar en la sede de la OMS que hay en Suiza, a escasos kilómetros de la ciudad donde vivía.

Jean Claude se casó con Florence en 1984. Durante los años anteriores estuvo ayudándola en sus estudios de enfermería, ya que aunque Romand no asistía a las clases sí que seguía estudiando para poder mantener la mentira.

A los 3 años de haberse casado, ya tenían a sus dos hijos: Caroline nació en 1985 y en 1987 el pequeño Antonie. El nacimiento de su segundo hijo, ya trabajando en la OMS, hizo que Jean Claude preparase grandes regalos provenientes de sus jefes en la OMS. A partir de ahí, todos los cumpleaños habría regalos de sus jefes para los críos.

Los siguientes años trascurrieron de forma completamente normal. Jean Claude iba todos los días puntual a trabajar a su puesto en la Organización Mundial de la Salud, tenía frecuentes viajes de trabajo alrededor del mundo, volvía a casa hablando de sus avances en las investigaciones que llevaba… nada fuera de lo común.

¿Y como hacía para poder mantener su engaño sin fisuras? Lo consiguió entrando en la sede de la OMS para recoger papeles con el membrete y sello oficial, utilizaba todos los servicios que esta prestaba: Correos, agencias de viajes, el banco… consiguió los libros de la biblioteca y los estudiaba para poder mantener conversaciones sobre cualquiera de los temas relacionados con su trabajo.

Se negaba a atender médicamente a sus familiares y amigos como hacen tantos y tantos médicos. Cuando decía que tenía un viaje al extranjero, tras dejarle su mujer en el aeropuerto, buscaba un hotel cercano para pasar varios días y después volvía al aeropuerto donde compraba regalos que se suponía traía de todos los países que visitaba. Rusia, Japón, Sudáfrica… medio mundo recorrió. Prohibió a todos sus conocidos que lo llamasen al trabajo, sólo les dejó un buzón de voz y él contactaría con ellos.

¿Pero de qué vivían entonces tanto él como su familia? Romand ideó dos métodos diferentes para poder mantener una familia, mantener toda una vida. El primero, aprovechándose del respeto y casi admiración que tenía entre sus familiares y amigos debido a su posición, consistía en gestionar todas sus inversiones.

Así consiguió que sus padres, suegros y amigos cercanos le confiasen grandes sumas de dinero que él invertiría y luego devolvería con amplios márgenes de ganancias. El dinero que recibió fue suficientemente grande como para no pasar nunca apuros económicos.

Para su segundo método de recaudación se sirvió de su fama como respetable médico en la OMS. Dijo a sus allegados que estaba trabajando en una vacuna contra el cáncer, pero que al ser trabajos secretos, no tenían difusión pública. Él podría sacarlas de contrabando y bajo estricto secreto, pero eran muy caras. Muchos fueron los enfermos desesperados por su enfermedad que creyeron a Romand y pagaron grandes cantidades de dinero por unas pastillas que no pasaban de ser meros placebos.

Esta situación se prolongó durante 18 años; estafándoles, sugiriéndoles que él podría depositar dinero en la banca suiza, y así obtener enormes rentabilidades con lo que se evitaban pagar al fisco francés. Con este dinero sufragaba sus excesivos gastos: una mansión casi de lujo, un BMW cada año, restaurantes caros y escuelas particulares para sus hijos. El producto de sus engaños llegaron a ser hasta 2,5 millones de francos.

A finales de 1991 el engaño comenzaba a debilitarse. Romand cada vez tenía unos gastos más elevados, ya que dedicaba gran parte del dinero a agasajar a la amante que tenía desde un par de años antes. Comenzaron las sospechas de su esposa por un par de pequeños embustes en que lo pilló, y Romand tuvo que cambiar la estricta rutina que había llevado los años anteriores.

Así fue hasta el 9 de enero de 1993, cuando Jean Claude decidió poner fin a su doble vida. Se dirigió a su casa cercana a los Alpes suizos y tras asesinar a su mujer con el rodillo de cocina, mató a sus dos hijos de sendos disparos con el rifle de que disponía en casa.

Posteriormente se dirigió a casa de sus padres y tras cenar con ellos a modo de despedida, optó por acabar con la vida de sus progenitores con el mismo rifle con el que había dado fin a la vida de sus hijos. El siguiente paso era asesinar a su examante, pero a esta no pudo y la perdonó la vida.

Finalmente volvió a su casa e intentó suicidarse tomándose varios frascos de pastillas y prendiendo fuego a su casa. No lo consiguió, ya que las rápidas llamadas de los vecinos al ver el incendio hizo que los bomberos se personasen pronto y le salvasen la vida, además de que los medicamentos estaban caducados y no le hicieron el efecto que él deseaba.

Tras varios días en coma, finalmente lograron salvar por completo la vida de Jean Claude Romand en el hospital. Jean Claude también fue acusado de la muerte de su suegro acaecida varios años antes, que había muerto al caerse por las escaleras de su casa, curiosamente tras haberle perdido su dinero a su yerno. En principio se consideró un accidente, pero luego las sospechas recayeron sobre Romand. Tras la muerte de su suegro, la madre de Florence vendió la casa y dio también todo el dinero a Romand, para que este lo invirtiera.

Según sus palabras en el juicio, mató a todos sus seres queridos porque «su familia no aceptaría la verdad». Jean Claude Romand fue condenado a cadena perpetua por todos sus crímenes y desde 1996 está encerrado en una cárcel francesa, con un aislamiento de seguridad de 22 años.

Fuente: El adversario. Emmanuel Carrere, Anagrama.


Jean-Claude Romand, o el arte del embuste

Miguel Ángel Manzanas – NuevaTribuna.es

21 de noviembre de 2014

Verano de 1975. Universidad de Lyon-Nord. Apresurados, un nutrido grupo de alumnos abandona las aulas. Apenas veinteañeros, algunos muestran un semblante preocupado; otros, orgullosos de sí mismos, encienden sus cigarrillos con presteza. Acaban de terminar las pruebas de ingreso al tercer curso de la Licenciatura de Medicina. Jean-Claude Romand, por motivos aún no del todo esclarecidos, no se presenta al examen.

9 de enero de 1993. Sábado por la noche en la tranquila localidad francesa de Prévessin-Moëns, a escasos kilómetros de la frontera suiza. Un hombre golpea la cabeza de su esposa con un rodillo de repostería hasta causarle la muerte. Horas después, el hombre, tras ver con ellos una versión animada de Los tres cerditos, asesina con un arma de fuego a sus hijos Caroline y Antoine, de siete y cinco años de edad.

A la mañana siguiente, el hombre acude al domicilio de sus padres, en Clairvaux-Les-Lacs, en el vecino departamento del Jura. Allí, en primer lugar, descarga dos balas en la espalda de su padre; momentos después, y de frente, dispara sobre su madre. Los dos mueren en el acto.

El día siguiente el hombre se cita con su examante Corinne para cenar. En un momento dado, y con la excusa de una avería, salen del vehículo e intenta estrangularla. Ella se defiende; el hombre se disculpa y vuelve a casa. El hombre se llama Jean-Claude Romand.

Cualquiera que se precie de ser un iniciado en el mundo de crimen forzosamente ha de conocer la historia de Jean-Claude Romand, uno de los casos más incomprensibles y fascinantes que la historia de la criminología moderna ha conocido.

Casi veinte años después del quíntuple crimen, la tinta no deja de correr: numerosos son los artículos psiquiátricos, sociológicos o de cualquier otra índole que tratan de acercarse a la realidad de este hermético personaje; entre todas las obras, tanto audiovisuales como en papel, y por su doble carácter literario y analítico, hay que destacar la novela-documental El adversario de Emmanuel Carrère, quien reconstruye el caso con considerable rigor a la par que trata de sumergirse en lo más profundo de la mente de este asesino múltiple, con el que mantuvo una interesantísima correspondencia epistolar.

También cabe mencionar el filme homónimo de Nicole Garcia, en el que el omnipresente Daniel Auteuil se pone en la piel de Jean-Claude Romand para mostrarnos su peripecia vital.

Pero ¿quién fue -quién es- este enigmático francés? Jean-Claude Romand nace el 11 de febrero de 1954 en la pequeña localidad de Lons-le-Saunier, en el este de Francia. Hijo de una familia de prósperos madereros establecidos en la zona durante bastantes generaciones, tuvo una infancia rural y relativamente solitaria.

Notable estudiante, aparte de su carácter retraído, el joven Jean-Claude, durante su niñez y su primera adolescencia, no dio señales de padecer ningún trastorno mental, y, al parecer, tampoco experimentó ningún grave acontecimiento que pudiera haberle marcado negativamente.

Inicialmente orientado a la Administración de Montes, finalmente se decanta por el estudio de la Medicina. Aprueba el primer curso sin ningún problema. Jean-Claude hace amigos en la facultad, incluso se enamora de Florence, una prima lejana que también se había matriculado en Medicina y que terminaría estudiando Farmacia. Pasan muchas tardes juntos, entre dudas y libros de texto. Los fines de semana se reúnen en casa de algún miembro del grupo de amigos o salen a bailar: a los ojos de los demás, Romand es un joven estudioso, introvertido pero agradable, tranquilo, con un brillante porvenir.

Pero todo cambia cuando Jean-Claude no acude a los exámenes finales del segundo año. Los motivos de esta ausencia no están del todo claros; en todo caso, lo más lógico hubiera sido repetir el examen en la convocatoria siguiente. Pero no. En lugar de eso, Jean-Claude finge el aprobado. Y he aquí que comienza la cadena de imposturas que, dieciocho años y millones de mentiras después, conducirán al fatal desenlace.

Jean-Claude sigue asistiendo puntualmente a la universidad, acude a las clases, a las bibliotecas. Continúa estudiando como un alumno más: si no quiere ser delatado, tiene que adquirir los mismos conocimientos que sus compañeros. Eternamente matriculado en segundo curso de Medicina, teje la mentira con finísimo olfato, con rigor estadístico: si su interlocutor afirma realizar las prácticas en el hospital A, él afirma realizarlas en el hospital B. Y viceversa. Nadie de su entorno se percata de la situación, nadie sospecha. ¿Por qué sospechar? Florence tampoco. Ni sus padres, orgullosos de la prometedora carrera de su hijo.

Pasan los años. En 1984, contrae matrimonio con Florence. En 1986, Jean-Claude «termina» sus estudios de medicina; tras aprobar el examen de médicos residentes de París, será nombrado responsable del INSERM de Lyon, para finalmente aceptar una plaza de maestro investigador en la sede de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra: todo mentira.

Así, cada día, el falso médico Jean-Claude Romand se despierta, desayuna con sus hijos -Caroline nacerá en 1985, Antoine en 1987- y se marcha a su jornada laboral, que no será otra cosa que un periplo errante por aparcamientos, parques, sex-shops y por la propia sede de la OMS. Su mujer, empleada de farmacia, se congratula del éxito profesional de su marido.

En ocasiones, Romand finge asistir a congresos internacionales; esos días se aloja en cómodos hoteles, generalmente próximos al aeropuerto, donde pasa los días dormitando y viendo la televisión. A sus supuestas vueltas, colmará de regalos a sus hijos: regalos comprados realmente en algún aséptico comercio del aeropuerto de Ginebra.

Llegados a este punto, cualquier lector mínimamente avezado podría plantearse una doble pregunta. En primer lugar, ¿cómo fue posible que, durante dieciocho años, Jean-Claude Romand fuera capaz de sostener tal mentira, la mentira de su vida, ante tanta gente? Esa pregunta parece responderse por la elevada capacidad intelectual de Romand, por su infinita capacidad para desdoblarse y no contradecirse, así como por un trastorno narcisista de la personalidad -así lo declararon los psiquiatras en el juicio- que le permitiría no venirse abajo, no ceder ante la inexorable verdad; de ceder, en cambio, ante ese ser otro, ante la apariencia, ante ese gusano del mal que le corrompía por dentro.

La segunda cuestión resulta obvia: ¿de dónde provenían los ingresos de Romand? ¿Cómo podía mantener la vida burguesa de la familia? ¿Cómo llevar el tren de vida de un médico prestigioso? La respuesta no sorprende: mediante la mentira. Usando como excusa su condición de empleado en suelo suizo, Jean-Claude Romand pidió a sus familiares -a sus padres y a los de Florence, principalmente- que les entregasen sus ahorros para invertirlos en condiciones muy favorables, dadas las bondades de la banca helvética.

No contento con ello, Romand, cuando se enteró de que el tío de su esposa padecía cáncer, afirmó formar parte del equipo de investigación de un novedoso tratamiento contra la enfermedad; las falsas pastillas que le vendió, supuestamente secretas y en fase de experimentación, tenían el elevadísimo valor de 15.000 francos -más de 2.000 euros- cada una.

Pero a finales de 1991 la cosa se complica. A raíz de un malentendido con su mujer en relación con el colegio de sus hijos, donde ella colabora en la asociación de padres de alumnos, Florence comienza a sospechar de su marido, a dudar de su credibilidad. Las deudas se acumulan: debe mucho dinero a su familia, a la de su mujer, a su examante Corinne. Ya no queda nadie a quien engañar. Está perdido. El día 9 enero de 1993 ya no aguanta más: remitimos al lector al segundo párrafo de este artículo.

Su mujer, sus hijos, sus padres. Las personas a las que más quería. Todos asesinados. A continuación, y de nuevo en casa, junto a los cadáveres de Florence, Antoine y Caroline, ingiere un puñado de comprimidos caducados y prende fuego a la casa. Las llamas se ven a la distancia; los bomberos acuden. El propio Romand abre la ventana, indicándoles su presencia. Entra en coma. Días después, se recupera. La policía descubre los cadáveres, la impostura. No hay duda: Romand es el asesino.

El 26 de junio de 1996, en la Audiencia Criminal de L’Ain, comienza el juicio. Según afirmó Romand, mató a sus seres más queridos para que no supieran que habían sido víctimas de una gigantesca mentira, porque, según él mismo afirmó, «no aceptarían la verdad». Escuchemos sus palabras tras asumir los crímenes:

«Ahora quisiera hablarte a ti, mi Flo, a ti, mi Caro, a ti, mi Titú, a mi papá, a mi mamá. Os llevo dentro de mi corazón y es esta presencia invisible la que me da fuerzas para hablaros. Lo sabéis todo, y si alguien puede perdonarme sois vosotros. Os pido perdón. Perdón por haber destruido vuestras vidas, perdón por no haber dicho nunca la verdad. Y, sin embargo, mi Flo, estoy seguro de que tu inteligencia, tu bondad, tu misericordia hubieran podido perdonarme. Perdón por no haber podido soportar la idea de haceros sufrir. Yo sabía que no podría vivir sin vosotros, pero hoy sigo estando vivo y os prometo que trataré de vivir hasta que Dios lo quiera, salvo si los que sufren por mi causa me piden que muera para atenuar su pena. Sé que me ayudaréis a encontrar el camino de la verdad, de la vida. Hubo mucho, mucho amor entre nosotros. Os seguiré amando de verdad. Perdón a quienes podrán perdonar. Perdón también a los que no podrán perdonar nunca. Gracias, señora presidenta».

El 6 de julio de 1996, Jean-Claude Romand fue condenado a cadena perpetua por el quíntuple asesinato, con un cumplimiento mínimo de 22 años de cárcel.

Actualmente cumple condena en la prisión de Châteauroux, donde es considerado un preso modélico por sus compañeros: cuando alguno de ellos padece un problema de salud, él no duda en aplicar sus conocimientos de medicina. Bibliotecario durante un tiempo, actualmente se dedica a la restauración de documentos para el Instituto de lo Audiovisual.

En 2015 se someterá a una vista para deliberar sobre su posible liberación. Jean-Claude Romand: hay quienes han querido ver en él a un simple vividor, a alguien con el único objetivo de lucrarse a costa de los demás. Pero la realidad es mucho más compleja. Se trata de alguien que sucumbió desde muy temprano a la llamada del mal, alguien que fue incapaz de defenderse de unas fuerzas terribles, inefables, desconocidas. Alguien que se dejó arrastrar por el vil juego del éxito y de las apariencias hasta las últimas consecuencias. Alguien que, en el fondo, nos hace recordar esa parte de impostura que hay en todos nosotros.

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