
El Pelón
- Clasificación: Homicida
- Características: Necrofilia
- Número de víctimas: 2 +
- Fecha del crimen: 11 - 12 de marzo de 1952
- Fecha de detención: 13 de marzo de 1952
- Fecha de nacimiento: 1928
- Perfil de la víctima: Armando Lepe Ruiz / Hortensia López Gómez
- Método del crimen: Arma de fuego
- Lugar: México, D. F., México
- Estado: Condenado a 40 años de prisión en 1952. Puesto en libertad en 1982. Muere en 1985
Índice
Higinio Sobera
Wikipedia
Higinio Sobera de la Flor (n. Ciudad de México; 1928 – f. íb; 1985), popularmente conocido como el pelón Sobera debido a su costumbre de afeitarse la cabeza; fue un asesino en serie de México que en 1952 escandalizo a la conservadora sociedad mexicana de la época. Aunque soló se le conocieron 2 víctimas, por lo que sería más acertado clasificarlo como un doble homicida; popularmente, se cree que tuvieron que haber sido más, esto en base a fundamentos no tan descabellados.
Sus crímenes estuvieron marcados por la impulsividad, y la necrofilia presente en su segundo homicidio conocido fue el principal factor de escándalo en la sociedad. Su caso fue tratado por el mismísimo Alfonso Quiroz Cuarón y planteó una polémica sobre la imputabilidad en el código penal mexicano.
Todos los excesos y abusos del «pelón Sobera», eran siempre solapados por su familia, que los excusaba como simple excentricidad, muy común en cualquier joven de alta sociedad. Debido a este constante encubrimiento por parte de su familia es por lo que se cree que su número de víctimas fue mucho mayor de lo que se tiene confirmado; a esto se le suma el testimonio de supuestas empleadas domésticas que trabajaron para la familia Sobera de la Flor, que decían haber presenciado hechos que pudieran hacer sospechar la existencia de más asesinatos, como que en muchas ocasiones la ropa sucia de Higinio Sobera (que ellas mismas «lavaron o desecharon») se encontrara manchada de sangre. (Aunque estos «testimonios» jamás se pudieron certificar y pasaron a ser parte de las leyendas urbanas que rondan a este personaje).
Primer homicidio conocido
Con toda la luz del día, Higinio Sobera comete su primer crimen que se ha confirmado, el cual agresivo y muy violento.
Esa tarde, Higinio conducía por las calles de Ciudad de México, presumiendo su lujoso auto último modelo, como era de costumbre. Fue un pequeño incidente víal el que detono un brote psicótico, un desdichado conductor tuvo la desgracia de encontrarse en su camino: el mencionado conductor, que resultó ser Armando Lepe capitán del ejército y tío de la actriz Ana Bertha Lepe y hermano del Gral. Lepe (padre de la actriz), se le atravesó al vehículo de Sobera.
El enardecido Sobera, lo siguió hasta cerrarle el paso en la intersección de la avenida Insurgentes y calle Yucatán. Se bajó de su coche y sin mediar palabras le disparó. Sobera se dio a la fuga, llegó a su casa donde le confesó todo a su madre que rápidamente ideó un plan para que su hijo pudiera escapar del país. Mientras tanto la noticia del crimen y la intervención policial no se hizo esperar, debido a las circunstancias de hecho, así como a la importancia de los involucrados.
El plan de escape fue que Sobera se trasladara a un hotel, (así lo hizo se hospedó en el Hotel del Prado bajo un nombre falso y después su familia lo trasladaría lo más pronto posible a España donde seria internado en alguna institución psiquiátrica (este último paso debió haber sido ejecutado por la familia desde mucho tiempo antes). Y en un acto difícil de entender su madre le intercambia el arma por otra.
Segundo y último crimen confirmado
Ya instalado en el hotel del Prado, cegado por los efectos de su enfermedad (que posteriormente se diagnosticara como esquizofrenia) y por su apetito sexual, salió en busca de sexo. Eran las 8 pm. del 12 de marzo de 1952, cuando Sobera encontró a su segunda víctima conocida: Hortensia López, que esperaba el autobús en una esquina de Av. Reforma.
Higinio se acercó para hostigar a la mujer, quien lo rechazó y pidió la parada a un taxi, lo cual hizo enfurecer a Sobera. Entró junto con ella al vehículo y le disparó en 3 ocasiones causándole la muerte. Ordenó al chofer que condujera hacia la carretera Vieja a Toluca.
En el trayecto fueron interceptados por un policía de tránsito (y en una muestra de total incompetencia policiaca), el problema se solucionó fácilmente con la actuación de Sobera y 5 pesos de soborno. Después del incidente Sobera ordenó al taxista que bajara del vehículo y él mismo condujo hacia un motel que se encontraba sobre la carretera fuera de la ciudad, en donde sostuvo relaciones sexuales con el cadáver (necrofilia). Posterior a eso dejó abandonado el taxi y el cuerpo en un campo agrícola cercano a la carretera, y regresó hacia el Hotel del Prado.
Reclusión y polémica desatada
Higinio Sobera fue diagnosticado con una aguda forma de esquizofrenia y una grave serie de formas del trastorno de personalidad del grupo de los trastornos emocionales (poseía marcados rasgos antisociales, limítrofes y narcisistas). Aparentemente, él no tuvo ningún control sobre sus actos al momento de los homicidios, pero también era cierto que dichos eventos no le representaban ningún remordimiento y siempre se mostró frío y cínico al respecto; posterior a su detención, estando en el Ministerio Público rindiendo su declaración, Sobera mencionó: «Tengo hambre… ¿Porqué no toman el dinero de los que maté y se van a comprar unas tortas?…
A pesar de su estado mental fue sentenciado a 40 años de prisión (debido al vacío legal que existía en esa época en materia de imputabilidad), fue remitido a la máxima penitenciaria del país, en esa época el Palacio de Lecumberri; donde permaneció hasta el cierre de ésta en 1976 (25 años), fue trasladado al Reclusorio Sur de la Cd. de México donde permaneció sus últimos 5 años de reclusión.
En 1954, el afamado criminalista Alfonso Quiroz Cuarón, publica su obra «Criminalia, siglo XX» basado en el caso de Sobera. A pesar de que la familia de Sobera le proporcionó todos las comodidades en prisión que el dinero pudiera pagar (como una celda individual), el estado en que vivía era deplorable debido a que no recibía tratamiento para su enfermedad; «Se encontraba viviendo sobre sus propias heces, permanecía sobre ellas durante largo tiempo en estado de catatonia y en ciertas ocasiones presentaba episodios de coprofagia (se comía sus heces)».
Fue gracias a Quiroz que Sobera fue trasladado a un manicomio temporalmente hasta que su estado mejorara. En el artículo 5 del capítulo VII del código penal mexicano sobre imputabilidad del anteproyecto de 1949 (regente en esa época) se mencionaba que los infractores con un «trastorno mental permanente» debían recibir una reclusión ordinaria y sólo se les permitiría salir de ella para ser tratados durante los episodios psicóticos después de salir de ellos debían regresar a la prisión.
El caso del pelón Sobera, más allá del escándalo mediático que causaron sus crímenes nutrido por la amarillista nota roja, desencadenó una polémica sobre cómo se abordaba el tema de la imputabilidad en México. En palabras del propio Quiroz: «La política criminal aún no tiene la suficiente madurez, por lo menos no en México, como para poder razonar contra este tipo de conductas, por lo que la única alternativa que tiene es recluir al trastornado y siendo vigilado para ejercer control sobre su conducta…»
Su vida después de prisión
En 1982, después de 30 años de reclusión el pelón Sobera salió en libertad, ya nada quedaba del joven soberbio y prepotente, y mucho menos del peligroso criminal; ya solo quedaba un senil, lento e inofensivo hombre maduro de 54 años. Sus últimos años de vida los paso en un total ensimismamiento, muchas veces se le vio alimentando a los patos en Xochimilco. Falleció de causas naturales en 1985.
Higinio «El Pelón» Sobera, El Asesino Impulsivo
Claudia Fuentes – El Sol de Mazatlán
31 de enero de 2009
Mazatlán, Sinaloa.- El 12 de marzo de 1952 la noticia del homicidio de Armando Lepe Ruiz aparecía en todos los periódicos: un artero asesinato por una disputa de tránsito. Los testigos describieron el automóvil y el peculiar rostro del sospechoso, su fotografía apareció en las primeras planas de los diarios. Era difícil que existiera confusión, la cabeza rapada, los grandes ojos oscuros e impacientes, el cuerpo desgarbado. Todo apuntaba a Higinio «El Pelón» Sobera.
Higinio Sobera de la Flor, mejor conocido como «El Pelón» Sobera, nació en la Ciudad de México. Inició su vida criminal en la década de los cincuenta. Desde pequeño mostró trastornos de la personalidad muy marcados, sin motivo, hacía extraños ademanes con las manos y ruidos anormales con la garganta. Creía que todo aquél que se le acercaba, lo hacía con la finalidad de lastimarlo.
Ya de adolescente, Sobera gustaba de raparse completamente la cabeza de manera obsesiva ya que, según él, el crecimiento del cabello le provocaba intensos dolores de cabeza. «El Pelón» Sobera estuvo internado en el Hospital Floresta en donde los médicos le diagnosticaron esquizofrenia.
Pese a su enfermedad, trataba de llevar una vida de placeres; era poseedor de una gran fortuna heredada de su familia y podía darse muchos lujos. Tenía un automóvil último modelo, en el cual se trasladaba a los sitios que frecuentaba por las noches.
De su padre, un español establecido en Villahermosa, Tabasco, heredó un apetito sexual difícil de saciar. Pasaba las noches recorriendo los cabarets de moda del Distrito Federal buscando prostitutas. «El Pelón» Sobera era aficionado al alcohol y le gustaba la mariguana. Había estudiado Contabilidad en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
A la 1:00 de la tarde del 11 de marzo de 1952 los asesinatos de «El Pelón» Sobera comenzaban tras un simple accidente de tránsito. Cuando daba uno de sus acostumbrados paseos en auto, otro automóvil conducido por el capitán del ejército mexicano, Armando Lepe Ruiz, accidentalmente le cerró el paso,
«El Pelón» Sobera se sobresaltó y frenó mientras Armando Lepe pasaba frente a él. Tras los claxonazos se hicieron de palabras; preso de la furia, siguió a Lepe. Lo alcanzó en la Colonia Roma, el semáforo estaba en rojo, Sobera se estacionó junto al coche de Lepe, se bajó y sacó la pistola escuadra que siempre portaba y abrió fuego acribillándolo, posteriormente se dio a la fuga.
Tras cometer el homicidio, Sobera se fue al Bosque de Chapultepec, donde un vigilante le llamó la atención por escandalizar, pero no fue detenido. De vuelta en su casa, «El Pelón» Sobera se encerró en su cuarto. Su madre lo halló sentado en su cama, pensativo y con la mirada fija en el arma con la cual había matado a Lepe. Permaneció encerrado el resto del día. No comió, tuvo varios accesos de llanto, después se reía a carcajadas y luego pasaba lapsos en total silencio.
Pero su camino hacia el crimen había comenzado un día antes; la tarde del sábado 10 de marzo de 1952, en el departamento de perfumería de un lujoso hotel, amenazó con su pistola escuadra a una empleada sin motivo aparente. La joven, aterrorizada, observó a continuación cómo Sobera se sentaba en un sofá de la recepción del hotel recitando un monologo interminable, en el cual repetía varias veces que «tenía que matar a alguien».
Más tarde, tras caminar sin rumbo fijo durante un par de horas, entró a un bar ubicado en la Avenida Juárez; a la entrada un camarero le pidió que se quitara la gorra, Sobera se enfureció; fuera de sí, sacó su pistola mientras profería improperios al mesero. Después bebió una copa de ginebra de un solo trago, arrojó unos billetes sobre la mesa y salió corriendo del bar, como si alguien lo persiguiera. Su mente se había derrumbado.
Un día después del primer asesinato, el lunes 12 de marzo, Sobera se fue a la calle. Se encaminó a Paseo de la Reforma. Allí estaba Hortensia López Gómez, una joven que acababa de salir de su trabajo y estaba esperando que pasara el camión que la llevaría a su casa.
«El Pelón» Sobera se le acercó haciendo uso de un lenguaje soez. La chica se molestó y, al ver que el autobús no pasaba y que Sobera no cesaba en sus avances, decidió parar un taxi. Uno se detuvo y Hortensia se subió. Pero Sobera hizo lo mismo. Pese a las quejas de la joven, el taxista no hizo caso y arrancó con ambos en el asiento trasero del automóvil.
Sobera ordenó al taxista que enfilara hacia la Avenida Chapultepec. Luego le propuso a la chica que tuvieran relaciones sexuales, quiso tocarla y besarla, pero ella se opuso. Hortensia comenzó a llorar y a suplicar. Preso de la furia, «El Pelón» Sobera sacó la pistola y le disparó a Hortensia tres veces a quemarropa, matándola en el acto.
El taxista trató de llamar la atención acerca de lo que ocurría: se pasó un alto y un agente de tránsito lo detuvo, recogiéndole la licencia. Pero «El Pelón» Sobera, abrazó el cadáver para ocultarlo de la vista del agente, mientras le daba un billete de cinco pesos le comentaba entre risas que su novia estaba un poquito tomada. Después partieron a la carretera a Toluca; en la entrada, Sobera le apuntó al taxista; hizo que se orillara y lo obligó a bajarse del vehículo.
El taxista se llamaba Esteban Hernández Quezada se presentó a la medianoche en el Ministerio Público. Presa del miedo narró lo que había ocurrido argumentando que no había ayudado a la chica porque pensó que era una pareja novios peleándose.
El agente en turno lo tomó por un borracho que le estaba inventando un cuento y le aconsejó que se fuera a su casa a dormir. Mientras tanto, Sobera había conducido hasta un motel ubicado en el poblado de Palo Alto, donde rentó una habitación y se metió con el coche. La gente pensó que era un taxista ligándose a una pasajera alcoholizada. Nadie notó que la chica estaba muerta.
La cargó en sus brazos y la subió al cuarto. Tras desnudarla, le limpió la sangre, la colocó sobre la cama, se desnudó él mismo y tuvo sexo con el cadáver. Tras terminar, se quedó dormido abrazando a la muerta toda la noche. Al despertar, nuevamente tuvo relaciones sexuales con el cuerpo inerte de la chica.
María Guadalupe Manzano López quien acompañaba a Lepe cuando fue asesinado, rindió la declaración correspondiente. Describió al atacante como un hombre joven, de barba crecida, aspecto desaliñado y con una cachucha de cuadros. Un testigo pudo dar la matrícula del auto: 76-115 del Distrito Federal.
Esa misma matrícula fue apuntada por un agente de tránsito apostado en la esquina de Insurgentes y San Luis Potosí, cuando «El Pelón» Sobera se pasó un alto durante su huida. Por el número de la placa, la policía averiguó que el automóvil estaba a nombre de Higinio Sobera de la Flor. Hallaron su fotografía en los archivos de Tránsito y comprobaron que efectivamente se trataba de un joven de veinticuatro años de edad.
La familia de Higinio lo puso sobre aviso, pero él no quería escapar sin su pistola, sólo se sentía seguro con ella. Su madre lo registró en el Hotel Montejo, ubicado en el Paseo de la Reforma, para después trasladarlo a Barcelona y recluirlo en el hospital psiquiátrico donde estaba recluido su hermano. Pese a las recomendaciones de su madre salió del hotel.
El martes 13, a primera hora, los familiares de Hortensia acudieron a denunciar su desaparición, el cadáver fue hallado horas después por unos campesinos, fue identificado por el bolso que traía las iniciales H.L. Al ser arrestado en el Hotel Montejo por el coronel Silvestre Fernández, entonces jefe del Servicio Secreto, no opuso resistencia, incluso se entregó, riéndose a carcajadas. «El Pelón» Sobera fue recluido en Lecumberri. Su familia pagaba 600 pesos (de aquella época) al mes para que su celda tuviera todas las comodidades.
Su celda era un desastre, pero lo peor era su apariencia, no se aseaba, su barba estaba crecida, las uñas estaban negras por la suciedad alojada debajo de ellas. Aparte de beber sus propios orines, se untaba y se comía su excremento.
«El Pelón» Sobera fue luego trasladado al Centro Médico. Allí, quedó un tiempo en estado catatónico. Luego fue llevado a la casa de su familia, donde permaneció al cuidado permanente de una enfermera. Años después, se le podía ver algún fin de semana a orillas del Lago de Chapultepec, llevando su vieja gorra a cuadros, eternamente atado a una silla de ruedas, arrojando migajas a los patos.
Higinio Sobera de la Flor: Bon vivant y asesino brutal
Mario Villanueva S. – Operamundi-magazine.com
5 de febrero de 2010
Higinio Sobera de la Flor nunca recibió tratamiento para su enfermedad mental, pese a que con su actitud la pedía a gritos. Una tarde, simplemente, algo sucedió en su cabeza y comenzó un periplo de violencia que culminó en asesinato y necrofilia.
—¡Mary, recuerde que no puede asomarse al ropero de la recámara del joven Higinio, todo lo que hay que lavar está en la cama!
—Está bien señora, nomás lo que está en la cama…
Mary, María López González, era una joven como de 20 años nacida en Nicapa, Pichucalco, Chiapas, que trabajaba en la casa de la familia Sobera de la Flor, en la colonia Roma Sur; estaba de entrada por salida y embarazada de la primera de las dos hijas que tuvo.
—Señora, ya me voy, terminé con todo lo que me encargó; vengo pasado mañana, ¿está bien que llegue a las 7 de la mañana?
—No Mary, acuérdese que es sábado y mi hijito se levanta más tarde; mejor la espero a las 9 y media… se viene desayunada, ¿eh?
—Está bien señora, nos vemos el sábado, Dios mediante…
Mary siempre se preguntó por qué los fines de semana había una bolsa con ropa de mujer para lavar –manchada de tierra o de un verde desteñido, como cuando uno se hinca y arrastra en el pasto—, y nunca lo hacía ella sino la señora de la casa en un hermetismo lacónico; le era más extraño que, frecuentemente, esos vestidos paraban en el ropero del joven Higinio… Le llamaba aún más la atención, pero nunca se detuvo en meditar, que algunos de esos vestidos tenían manchas de un rojo carmesí vivaz.
Mary vivía muy cerca de la casa de los Sobera de la Flor, en las calles de Bajío, cerca de Obrero Mundial.
—Mary, sólo a ti se te ocurre trabajar con esa gente, eres la única que se atreve, son personas muy raras, sobre todo el muchacho ése, siempre con su mirada perdida, profunda, con la locura saliéndosele como fuego de los ojos… ya ves todo lo que dicen de ellos, quién te manda…
—Ay Teresita, ¿qué puedo hacer con esta panza? La señora es bien buena gente, nadie me aceptaba así, en cambio ella hasta seis cincuenta me da cada que voy y luego hasta me convida de comer…
Más loco que una cabra
Higinio Sobera de la Flor nació en la Ciudad de México; su padre, de origen español, se dedicaba al comercio. Desde la infancia, Higinio mostró una personalidad inestable y extraña: de pronto hacía ademanes raros con las manos y ruidos guturales lúgubres, o bien emitía sonidos incomprensibles y presentaba una actitud defensiva porque creía que la gente quería atacarlo.
—Buen día, joven Higinio.
—Mmmm… burrsjamdi mmm ¡shhhhh!…
—Mary, no moleste al niño, mejor venga acá y póngase hacer algo de provecho. Por cierto, ya le dije que no se ande asomando en ese ropero.
—Sí señora, está bien.
—¡Bishito, bishito, bishito! Ven, ven chiquito… (risas incontrolables, tenebrosas y sin razón).
Su madre restaba importancia a todo eso y acusaba a sus vecinos de “mal nacidos que no tienen nada qué hacer más que inventar cosas de la gente de buena familia, como nosotros”.
—Pobrecito de mi hijito, lo que pasa es que la gente es mala, él es incapaz de hacerle daño a alguien, es muy tranquilo y cariñoso… la gente dice cosas feas de él porque le tienen envidia y porque él no es convencional, como los hijos prietos de toda esta chusma.
De por ahí de 1950, el reportero de nota roja Alberto Ramírez Aguilar, recordaba una anécdota acerca de Higinio Sobera de la Flor. Se refería a él como un personaje pintoresco, letal y más loco que una cabra. El reportero atesoraba como garbanzo de a libra un acontecimiento que hablaba más que arrojaba más información que cualquier test psicológico aplicado a El Pelón Sobera. Ramírez Aguilar gustaba de relatar que, en una ocasión, tal como acostumbraba, Higinio Sobera se fue de juerga. Ya de madrugada, acompañado de unos amigos casuales, al salir de una fiesta y subir a su auto convertible del año, comenzó una plática poco común mientras pisaba el acelerador a fondo:
—Tú eras piloto, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y no te da miedo volar?
—Al contrario, en el aire es cuando mejor me siento.
—Ah, ¿sí? Pues entonces vamos a volar todos…
Y en una curva pronunciada enfiló hacia el vacío; el auto volcó y los pasajeros sufrieron fuertes golpes; sorpresivamente, no hubo decesos. La policía no hizo más que decir que había sido una puntada de borrachos y una extravagancia de Sobera.
Noches de cabaret
Higinio Sobera ganó el mote de El Pelón porque se rapaba la cabeza, pues, decía, cuando le crecía el cabello le causaba fuertes dolores de cabeza; por eso también acostumbraba usar una gorra a cuadros. Reportes de la época, luego de que fue capturado por la policía capitalina, indicaban que Higinio estuvo internado en el Hospital Floresta, donde los médicos le diagnosticaron esquizofrenia Un hermano de él también padeció trastornos mentales, por lo que estuvo recluido por años en un manicomio de Barcelona.
Aunque estudió contaduría en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Higinio no necesitó trabajar, pues disfrutaba de la fortuna de su familia y se daba una vida de lujos. Herencia de su padre, El Pelón era un hombre lascivo, por lo que no resistía la tentación de pasar las noches en los centros nocturnos y cabarets de moda (uno de sus favoritos era el Waikiki), acompañado de prostitutas, a las cuales, de acuerdo con declaraciones de personas que lo conocieron y que fueron interrogadas tras la captura de Sobera, “era atento con ellas, con excepción de una, a la que lanzó desde su auto cuando éste iba en movimiento”. Gustaba del alcohol, del sexo y de todo tipo de drogas, aunque su favorita era la marihuana.
Vértigo homicida
La historia criminal de Higinio Sobera de la Flor fue vertiginosa. Cuando menos la conocida y registrada por las autoridades. Sucedió en un lapso de cuatro días. Arrancó la tarde del sábado 10 de marzo de 1952, cuando El Pelón Sobera apuntó con su pistola a la dependiente de perfumería de un hotel; luego se sentó en un sofá de la recepción y dialogó consigo mismo en un discurso repetitivo en el que sólo se le escuchaba decir: “Tengo que matar a alguien”.
Abandonó trastornado el lugar, salió tranquilamente, como si nada hubiera sucedido. Después de unas horas de deambular, entró a un bar de avenida Juárez; pidió una bebida. El mesero le pidió que se quitara la gorra. Higinio enloqueció: “¡Tú mejor te callas, meserito hijo de la chingada!”, mientras con la pistola le apuntaba a la cara. Sobera fue invadido por un delirio de persecución, tomó su trago apresuradamente, aventó el dinero en la mesa y corrió hacia la calle sin dirección ni sentido. Volteaba hacia un lado y otro, con las pupilas dilatadas, transpiraba frío, la gorra lucía desarreglada.
Domingo 11 de marzo. Después del mediodía. La rutina semanal se mantenía. El auto cruzaba las calles marcadas por el habitual recorrido. Era muy temprano aún para encontrarse con las amigas públicas que le ofertaban caricias y “amor desinteresado”. Desafortunado encuentro para otro automovilista al interrumpir accidentalmente el trayecto de Sobera de la Flor.
El capitán del Ejército mexicano, Armando Lepe Ruiz, tío de la actriz Ana Bertha Lepe, al escuchar cómo Higinio pitaba desesperadamente, le gritó: “¡Le estoy pidiendo el paso, idiota!”. El Pelón Sobera reaccionó encrespado, siguió el auto de Lepe hasta alcanzarlo en la esquina de Insurgentes y Yucatán. El semáforo se iluminaba con la luz roja. Higinio bajó de su convertible, desenfundó la escuadra y gritó: “¡Chinga tu madre!”. Se escucharon las detonaciones de cada bala que entraba en el cuerpo del militar; la acompañante de la víctima, María Guadalupe Manzano López, no pudo hacer más que cubrirse el rostro con las manos, un proyectil lesionó su dedo anular derecho.
Sobera huyó del lugar. El capitán fue llevado a un hospital, donde murió unos instantes después de ser ingresado. Ante el Ministerio Público de la Octava Delegación, Manzano López rindió su declaración y describió al homicida como “un hombre joven, de barba crecida, aspecto desaliñado y con una cachucha que le tocaba la cabeza”.
Apareció un testigo ocular. Señaló las placas 76-115 como las del auto conducido por el agresor. Un oficial de tránsito del crucero de Insurgentes y San Luis Potosí confirmó el dato, porque Sobera de la Flor se pasó el alto en su huída. Los registros de la oficina de Tránsito señalaron que las placas pertenecían a Higinio Sobera de la Flor. La fotografía archivada correspondía a un hombre de 24 años.
Fuera de la realidad
Antes de ser apresado, Sobera de la Flor tuvo incidentes con la policía, pero nunca fue detenido. Luego de matar a Lepe, El Pelón Sobera condujo hacia el Bosque de Chapultepec, donde un vigilante lo amonestó por escandalizar. Después regresó a casa y se recluyó en su habitación. El cuadro era tétrico. Su madre entró y se topó con Higinio aturdido, con la mirada perdida, sentado a la orilla de su cama, con el arma homicida en la mano, fuera de la realidad. Parecía que las sensaciones y las emociones se habían escapado de aquel cuerpo y que sólo daba cabida a impulsos: gritos sin sentido, risas descontroladas, silencios fúnebres… La señora De la flor hizo caso omiso, pensó que se trataba de uno de esos momentos de desequilibrio repentinos.
Por la prominencia del personaje asesinado, la muerte de Armando Lepe Ruiz acaparó los espacios de los medios de comunicación. La policía publicó la fotografía de El Pelón Sobera. Su identidad no se podía esconder. La madre de Sobera solapó a su hijo, escondió la pistola asesina y le dio otra. El plan era recluir a Higinio en el mismo psiquiátrico que su hermano en Barcelona. Un hotel de avenida Reforma fue un escondite temporal para Higinio quien, inquieto, lo abandonó para continuar saciando su hambre criminal.
—Mary, Mary, ya vio, es el joven Higinio que está en todos los periódicos, lo busca la policía, parece que hizo algo muy grave, ¡qué bueno que usted se fue de esa casa a tiempo! ¡Le debe la vida a su niña!
Era lunes. Mientras caminaba, en una parada de camión, Sobera de la Flor vio a Hortensia López Gómez, una jovencita que se dirigía a su casa. La atacó con palabras vulgares. Hortensia, agobiada por el acoso, paró un taxi. Lo abordó, pero él también tras ella. Esteban Hernández Quezada, quien conducía el taxi, le pasó inadvertida la situación, al creer que solo era una pareja en riña. Higinio le decía que fueran a tomar algo e indicaba al chofer tomar avenida Chapultepec; Sobera de la Flor subió el tono de sus proposiciones, ahora indecorosas, la invitaba a tener sexo, trataba de tocarla y besarla, Hortensia se resistía y contenía los ataques. Ya no soportaba la situación, soltó en llanto, impotente, suplicaba que aquello terminara.
Furioso, El Pelón Sobera disparó tres ocasiones sobre Hortensia, quien falleció inmediatamente. El taxista se pasó un alto para que lo detuviera un policía. Detuvo el auto tras la indicación del oficial de tránsito. Astuto, Sobera abrazó el cuerpo frío de la joven, guiñó el ojo y sobornó al policía, en tanto justificaba que su novia había bebido de más. El taxista no tuvo más alternativa que seguir las órdenes de Higinio y lo llevó rumbo a Toluca. Los papeles cambiaron. Todo indicaba que él sería la nueva víctima.
Antes de llegar al lugar indicado, Sobera de la Flor ordenó detener el auto, obligó a bajar al chofer y huyó en la unidad robada. El taxista intentó denunciar antes las autoridades lo que había vivido, pero el Ministerio Público lo creyó alcoholizado y le respondió que se fuera a su casa a descansar, que al día siguiente tendría despejada la memoria y sabría dónde encontrar su auto.
Necrofilia
En un motel, El Pelón Sobera metió a la joven muerta. La desnudó, quitó todo rastro de sangre, la acostó, él se desnudó y tuvo sexo con el cadáver. Abrazó a la difunta, se quedó dormido. Despertó y repitió el ritual.
La mañana del martes 13 de marzo de 1952, después de que unos campesinos dieron aviso a la policía de Cuajimalpa de que un taxi abandonado tenía dentro a una joven asesinada, el coronel Silvestre Fernández, jefe en turno del Servicio Secreto, aprehendió a Higinio El Pelón Sobera de la Flor en el Hotel Montejo de avenida Reforma. Hacía alarde de haber asesinado a Hortensia e incluso hacía bromas de mal gusto sobre la situación.
Sobera de la Flor fue recluido en Lecumberri, El Palacio Negro. Los días que pasó fueron deplorables: totalmente fuera de sí, comía su excremento, dejó de asearse y bebía sus orines. Un día fue llevado al Centro Médico, pues se encontraba en estado cataléptico. Tiempo más tarde regresó a la casa de su familia, una enfermera lo vigilaba día y noche, sus últimos días de vida los pasó amarrado a una silla de ruedas.
“No era feo”, me decía Mary, mi abuelita, cuando la imagen de El Pelón Sobera le vino a la memoria en una ocasión en que fui a visitarla y platicábamos de su juventud. Pero también decía de mí: “El gordo es hermoso”.
Luego de un breve silencio, dijo: “Nunca noté nada raro, parecía amable, casi no hablaba; lo veía poco en la casa…”, fue lo último que Mary recordó de aquélla época. Comenzamos a hablar de su pueblo natal. Dos meses después, el 30 de noviembre de 2007, Mary cerró sus ojos para no volverlos a abrir.
VÍDEO: LA HISTORIA DETRÁS DEL MITO – CRÍMENES LEGENDARIOS (3/8)
VÍDEO: LA HISTORIA DETRÁS DEL MITO – CRÍMENES LEGENDARIOS (4/8)