Herbert Rowse Armstrong

Volver Nueva búsqueda
Herbert Rowse Armstrong
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Envenenador - Parricida
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 22 de febrero de 1921
  • Fecha de detención: 31 de diciembre de 1921
  • Fecha de nacimiento: 1869
  • Perfil de la víctima: Katherine May Armstrong (su esposa)
  • Método del crimen: Veneno (arsénico)
  • Lugar: Hay-on-Wye, Gales, Gran Bretaña
  • Estado: Fue ejecutado en la horca el 31 de mayo de 1922
Leer más

Herbert Rowse Armstrong

Última actualización: 1 de abril de 2015

LA SOSPECHA – Un hogar desgraciado

El procurador, mayor Herbert Armstrong, ex oficial del ejercito y respetable padre de familia, era uno de los personajes más conocidos de la ciudad. Por eso resultaba insólito considerarle sospechoso de asesinato.

A primeras horas de la fresca mañana otoñal del 23 de octubre de 1921, el doctor Thomas Hincks, médico internista de Hay-on-Wye, ciudad de la frontera de Gales, recibió una urgente llamada telefónica. Aquella noche el señor Oswald Martin, de profesión procurador, había caído gravemente enfermo. ¿Sería el doctor tan amable de visitarle de inmediato, por favor?

El «doctor Tom», tal y como lo conocían en la localidad, era un hombre corpulento y cordial cuyo radio de acción se extendía desde las granjas de Hereford hasta las colinas al pie de Brecon Beacons; solía estar al corriente de los detalles más íntimos de las vidas de sus pacientes. Martin contaba unos treinta años y sufría las consecuencias crónicas de una herida de guerra; no poseía, sin embargo, historial de enfermedad ninguna. Hincks cogió su maletín y se dirigió rápidamente a casa del paciente.

Este se hallaba en cama, temblando de debilidad y bañado en sudor; había pasado toda la noche con constantes náuseas y diarrea y periódicamente le sacudían violentos retortijones. El doctor le diagnosticó un ataque agudo de bilis y le entregó a la señora Martin una receta para que se la llevara a su padre, que era el farmacéutico de la ciudad.

Sin embargo, la enfermedad, a pesar de la medicina, remitía muy lentamente, así que al día siguiente le pidieron a Hincks que volviera. Esta vez el paciente había conseguido sentarse y era capaz de hablar; le contó al doctor que comenzó a sentirse mal alrededor de las cinco de la tarde del 22 de octubre, poco después de volver de tomar el té con el mayor Armstrong. El mayor Herbert Rowse Armstrong era el otro procurador de Hay; su oficina se hallaba situada en High Street, enfrente de la de Martin y su socio Trevor Griffiths.

Armstrong, viudo desde hacía ocho meses, había invitado a Martin a tomar el té en Mayfleld, la gran mansión que poseía en el pueblo de Cusop Dingle, para discutir con él el reparto de una herencia. Habían comido tarta de frutas, y el anfitrión, después de untar una torta con mantequilla, se la había ofrecido a Martin diciéndole educadamente: «Perdone que se la dé con la mano.»

La torta fue el último alimento ingerido por Martin. Como el paciente se recuperaba con excesiva lentitud, el doctor Hincks tomó una muestra de orina para analizarla en su consulta. El resultado le dio que pensar: la muestra de Martin contenía el 33 por 100 de 0,06 gramos de arsénico.

Hincks, de cincuenta años y nacido en Hay, era un hombre cuidadoso y metódico. Entre sus pacientes, la mayoría de ellos granjeros, eran pocos los que padecían alguna enfermedad grave, así que él podía pasar el tiempo libre pescando en el Wye, escalando los Brecons o paseando a caballo. Estos recorridos campestres, como él mismo explicaría más tarde, le proporcionaban más de una ocasión para pensar; y durante los días siguientes sus pensamientos se dirigieron con frecuencia al mayor Armstrong y a la súbita muerte de su esposa, acaecida a principios de aquel año.

Para sus clientes, Armstrong, oficial administrativo del Cuerpo de Ingenieros durante la guerra, era un hombrecillo atildado a quien le encantaba representar el papel de terrateniente. Pero sus amistades más íntimas -entre las que se contaba el doctor Hincks- sabían que a lo largo de sus treinta años de matrimonio había vivido dominado por su esposa, Katherine.

A Armstrong le gustaba mucho beber y fumar en compañía de sus amigotes, y disfrutaba con un buen partido de tenis -el jardín de Mayfleld tenía una excelente cancha de hierba-; pero las oportunidades de practicarlo comenzaron a escasear cada vez más. Cuando en 1910 el matrimonio se estableció en Mayfield, la señora Armstrong ofrecía a sus invitados veladas musicales en las que cantaba y tocaba el piano como una verdadera profesional; en los últimos años, sin embargo, dichas reuniones de sociedad habían dejado de celebrarse. En su lugar, la señora Arrnstrong se dedicó a tareas caritativas y, a pesar de la evidente prosperidad de la que gozaba su marido, educó a sus tres hijos en una atmósfera de autorrenuncia, y poco a poco su comportamiento hacia su esposo se hizo cada vez más dominante y excéntrico.

Primero prohibió cualquier tipo de alcohol en su casa. Si la pareja cenaba fuera y a Herbert le ofrecían una copa, antes de que éste pudiera decir una sola palabra era ella quien rechazaba la invitación; aunque en cierta ocasión dijo: «Herbert creo que hoy puedes tomar un vaso de Oporto. Quizá mejore tu resfriado.»

Después comenzó a racionarle el tabaco y habilitó una pequeña habitación de Mayfield exclusivamente para fumar; si le veía haciéndolo en cualquier otro sitio -incluso en la calle- le ordenaba apagar el cigarrillo o se lo arrancaba de la mano.

Por último, Armstrong sufría también en público una serie de humillaciones durante los partidos de tenis. En medio de uno de ellos, disputado en la cancha de su casa, Katherine hizo caso omiso de sus invitados al gritar: «Es la hora, Herbert. Son las seis en punto. Y no se puede esperar puntualidad por parte del servicio cuando es el señor el que se retrasa a la hora de las comidas.» En otra célebre ocasión, esta vez en casa de un vecino, le detuvo cuando estaba sacando con un perentorio: «Herbert, tenemos que irnos. ¡Es la hora del baño!»

Aparentemente el mayor Armstrong aceptaba este comportamiento sin una sola queja, pero el doctor Hincks, quien había presenciado personalmente alguna de estas anécdotas, comenzó a preocuparse por el estado mental de la señora Armstrong. En agosto de 1920 ésta había empezado a sufrir ciertos temblores en las manos que le impedían tocar el piano; y el doctor Hincks le diagnosticó una neuritis, enfermedad relacionada con un trastorno mental.

Al mismo tiempo, la señora Armstrong fue víctima de una depresión aguda y sus excentricidades aumentaron aún más. El 22 de agosto, el doctor Hincks la citó para llevarla a examinar al manicomio privado de Barnwood, en Gloucester. Estaba tan débil que apenas fue capaz de subir al coche y se quejó de «uno de sus ataques de bilis». En Barnwood se confirmó la demencia.

En la ciudad se produjo entonces un sentimiento generalizado de simpatía hacia el mayor, cuya vida social volvió a cobrar nuevas fuerzas. Pasaba gran parte del tiempo en el jardín de Mayfield, un tanto descuidado desde que no se celebraban en el partidos de tenis. Los dientes de león, los llantenes y otras malas hierbas se habían apoderado del césped y de la cancha, y Armstrong comenzó a utilizar todo tipo de herbicidas para acabar con ellas.

Alrededor de Año Nuevo los médicos de Barnwood comunicaron a Hincks que la salud de la señora Armstrong había mejorado lo suficiente como para poder abandonar el manicomio, y el 22 de enero de 1921 regresó a casa acompañada de una enfermera. Al cabo de una semana su estado empeoró de nuevo sensiblemente, y a principios de febrero el médico la visitaba a diario. Había perdido peso, su piel estaba llena de manchas y completamente descolorida, sufría temblores en las manos y cuando conseguía caminar, era con un extraño y convulso paso. La mayor parte de los alimentos le provocaban vómitos, y se mantenía a base de una dieta de gachas que su marido le daba con una cuchara cuando la enfermera no estaba de servicio.

El 22 de febrero, un mes después de su vuelta a casa, cayó en estado de coma y murió al poco rato. El doctor Hincks firmó el certificado de defunción, atribuyéndola a un paro cardíaco motivado por la enfermedad; la enterraron el viernes 25 de febrero en el cementerio de Cusop Dingle. Después de tantos sufrimientos, Armstrong parecía liberado y se dedicó a hablar de pesca con uno de los asistentes al duelo.

Entre una y otra visita a los pacientes, y mientras ponderaba todas estas cosas, al doctor Hincks se le presentaban los hechos cada vez con más claridad. La enfermedad de la señora Armstrong se había iniciado con “ataques de bilis”; y, en principio, él había supuesto que también la enfermedad de Oswald Martin consistía en un “ataque de bilis”. El temblor de las manos de la señora Armstrong lo atribuyó a una neuritis; y también Martin había sufrido temblores en las manos, pero con lo que ahora Hincks sabía era debido a una “neuritis periférica” uno de los síntomas del envenenamiento con arsénico. Los vómitos, las convulsiones de la señora Armstrong durante sus últimos días de vida, la decoloración de su piel… constituían claros indicios de que había ingerido arsénico. Si Armstrong había asesinado a su esposa, parecía evidente que también intentó matar a Martin, quien era un rival en los negocios.

Por otra parte, el mayor Armstrong era un pilar de aquella comunidad; no sólo desempeñaba el cargo de procurador, sino también el de funcionario del juzgado de Hay-on-Wye. Además, era paciente del doctor Hincks; así pues, éste debía estar completamente seguro de los hechos antes de comunicar sus sospechas a las autoridades.

El primer paso fue el de solicitar la opinión de otros colegas. Se puso en contacto con los médicos de Barnwood y junto con ellos examinó los informes de la señora Armstrong. Durante la estancia en el hospital se había producido una clara mejoría, que desapareció tras el regreso a casa. Además, el equipo médico de Barnwood podía haber errado en el diagnóstico, confundiendo una serie de síntomas fisiológicos con otros psicológicos. Un error bastante lógico dadas las excentricidades de la enferma.

Con todas estas pruebas, el doctor Hincks acudió a la policía y le contó cuanto sabía. Su reacción no fue sino la esperada. ¿El mayor Armstrong? ¿El célebre hombre de leyes? ¿El funcionario del Juzgado? ¿Un asesino? Pero también el doctor gozaba de un considerable prestigio. Hacia finales de noviembre la policía accedió a enviar el expediente al Ministerio del Interior y dejarlo en manos del fiscal del Reino.

Mientras, el mayor Armstrong, ignorante del interés que había suscitado, comenzaba a acosar al infortunado Oswald Martin con invitaciones a tomar el té.

El conquistador

El mayor Armstrong se preocupaba enormemente de su aspecto y presumía en público de ser un mujeriego. Cuando en 1915 fue destinado por el ejército a Boumemouth, conoció a una viuda de mediana edad llamada Marion Gale con la que entabló relaciones.

Después de que en agosto de 1920 su esposa ingresara en el manicomio Barnwood, a Armstrong se le abrió la posibilidad de entregarse a sus vicios aún con mayor libertad; comenzó a pasar algunos fines de semana en Londres, donde disputaba de los placeres de la carne. Sin embargo, pagó cara su afición al sexo femenino, pues en noviembre de 1920 contrajo la sífilis. El doctor Hincks le puso un tratamiento y en la primavera de 1921 estaba curado.

Poco después de la muerte de su esposa el mayor estuvo de vacaciones en Italia y en Malta, donde gracias a sus ojos, en constante observación, y a sus modales encantadores consiguió nuevas conquistas. A su regreso a Inglaterra viajó a Boumemouth; allí le pidió a la señora Gale que se casara con él. En el momento del arresto, Marion Gale aún no le había dado una respuesta definitiva.

PRIMEROS PASOS – Una extraña pareja

Él era un hombrecillo dinámico, temerario y amante de los placeres. Ella era alta, reservada e hipocondríaca. A medida que su mutua felicidad se debilitaba, la amargura echaba raíces en ellos.

Herbert Rowse Armstrong nació en Newton Abbot, Devon, en 1869; era hijo de un funcionario que había «mejorado su posición» mediante el matrimonio con un miembro de la clase acomodada de la localidad. Los padres de Herbert murieron cuando éste era un niño; sus cuidados les fueron confiados a las hermanas de su madre, dos solteronas mayores que lo educaron en su propia casa y en el instituto de Newton Abbot. Herbert era un muchacho muy trabajador y a los dieciocho años ganó una beca para Cambridge, donde se graduó en 1891.

Tras su regreso a Newton Abbot, Herbert obtuvo un empleo en la oficina del procurador; en 1895 ya se había convertido en un procurador hecho y derecho. Pasó dos años en Devon y luego entró a formar parte de una sociedad de Liverpool; pero no logró acostumbrarse a la gran ciudad y a principios de siglo comenzó a buscar un empleo tranquilo en una zona rural. En 1905 encontró lo que deseaba.

Un procurador enfermo y de edad avanzada llamado Cheese solicitaba en un anuncio la ayuda de un empleado para dirigir su despacho de Hay-on-Wye. Armstrong se ofreció para el puesto; más tarde convenció al anciano de que le vendiera una participación en su bufete para acabar quedándose con él. Ni Cheese ni su esposa gozaban de buena salud, por lo que aceptaron; ambos fallecieron al año siguiente -de muerte natural- dejándole al recién llegado el despacho y la clientela.

Una vez que el futuro de Armstrong parecía firmemente asegurado, llamó a su prometida, la señorita Katherine Mary Friend, para que se reuniera con él. Se casaron en 1907 y establecieron su residencia en un hermoso pueblecito de las cercanías llamado Cusop Dingle.

Formaban una extraña pareja, tanto física como intelectualmente. Katherine era alta, morena y austera, y le gustaban la poesía y la música; mientras que Herbert -quien apenas medía 1,50 y pesaba 42 kilos- era un hombre de acción en miniatura, capaz de disputar un rudo partido de tenis y al que le encantaban las relaciones sociales con sus iguales de la localidad. Su rubia belleza y sus ojos azules -“célebres por poseer el color de los nomeolvides”- le ganaron la popularidad entre las mujeres, aunque muchos hombres le encontraban un tanto presumido y “algo pelmazo”.

Durante al menos los tres primeros años de matrimonio, los Armstrong vivieron íntimamente unidos y muy enamorados y tuvieron tres hijos, uno detrás de otro. En 1910 a la familia se le había quedado pequeña su casita de campo y entonces Armstrong compró Mayfield -una residencia cercana y más apropiada para el progresivo prestigio social que estaba adquiriendo en la comunidad.

Mucho antes de que llegaran de Europa los primeros rumores de guerra, Herbert se había convertido en un miembro activo de los Voluntarios de la localidad, y en 1914 se alistó en el Cuerpo de Ingenieros. A sus cuarenta y cinco años, se le consideró demasiado mayor para servir en el frente y pasó el período de la guerra como oficial administrativo en varios destinos a lo largo de toda Gran Bretaña. En 1918 volvió a casa con el rango de mayor, lo cual le proporcionó nuevas razones para darse importancia.

En su ausencia, su esposa se había puesto en contacto con el otro procurador de la ciudad, Trevor Griffiths, con la intención de que su marido se asociara con él; pero Griffiths estaba comprometido con Oswald Norman Martin, quien en 1918 fue declarado inválido de guerra.

Martin estaba casado con la señorita Davies, la hija del farmacéutico, y era evidente que pensaba establecerse en Hay de modo definitivo. Aunque las heridas sufridas durante la guerra imprimieron en él cierto aire de timidez, acentuado a causa de una parálisis parcial de los músculos de la cara y de un tic nervioso, Martin era un hombre concienzudo y Griffiths no vio razón alguna para disolver su compromiso.

El mayor Armstrong no parecía tener suficiente con su despacho de procurador, por lo que al poco tiempo de su regreso a Hay añadió a sus anteriores ocupaciones la de funcionario del Juzgado. Al deteriorarse la salud mental de su mujer, Armstrong descubrió que tenía más tiempo para dedicarse a los pequeños vicios que ella le prohibía (el alcohol y el tabaco) e incluso a aquellos que Kathenne ignoraba por completo (el adulterio). También se empeñó en arreglar los jardines de Mayfield, destruyendo las malas hierbas con los más variados herbicidas.

LAS PESQUISAS – Investigaciones secretas

La policía fue cuidadosa al lanzar sus redes sobre el procurador: cualquier pista sobre sus sospechas le daría a Armstrong la posibilidad de destruir pruebas vitales. El cuerpo de su esposa fue exhumado cuando estuvieron seguros de que le habían atrapado.

Aunque todas las pruebas circunstanciales en contra de Arrnstrong parecían firmes, la única capaz de demostrar que era un asesino yacía en el cementerio de Cusop Dingle. Sin embargo, no se podía dar la orden de exhumar el cadáver de la señora Armstrong sin contar con otras pruebas. La policía de Hereford obtuvo del Ministerio del Interior el permiso de investigar, aunque se le dieron instrucciones para que actuara con el máximo sigilo, así como la de estar plenamente seguros antes de efectuar un arresto. El primer paso consistía en reunir las pruebas proporcionadas por el doctor Hincks y las autoridades del manicomio Barnwood, y después tomar declaración a Oswald Martin.

Este le contó a la policía que Armstrong y él actuaban como procuradores respectivamente de la parte compradora y vendedora de una propiedad de Hay; y aunque su colega había aceptado de su cliente un depósito de 500 libras, no se había efectuado el pago completo de la suma acordada. Así, Martin le estaba presionando para que o bien le devolviera el dinero, o bien se acabara de abonar la cantidad total. Pero todo lo que Armstrong le ofrecía era una serie de entrevistas -amenizadas con té y tortas de mantequilla- para discutir el asunto.

Ordenaron a Martin que se comportara con la mayor naturalidad posible, aunque sin aceptar, bajo ninguna circunstancia, beber o comer nada en presencia del mayor.

Durante las siguientes semanas no le resultó fácil seguir dicho consejo e intentaba esquivar como podía lo que describió como «un bombardeo de invitaciones para el té en medio de las calles del pueblo» . En el tribunal mencionó conversaciones telefónicas mantenidas entre ambos.

-¿Podría venir esta tarde a tomar el té?

-No puedo tomar el té con usted -le decía Martin-. Pero sí podría pasar por su casa un poco después de las seis.

-Bueno, no importa -contestaba Armstrong-. Otro día será. Venga mañana.

Al día siguiente, Martin «se olvidó de la cita» y Armstrong le llamó «El té le está esperando desde hace media hora.»

Armstrong, dándose cuenta de las pocas ganas que Martin demostraba de ir a Cusop Dingle, intensificó las presiones, invitándole a tomar el té en su oficina, situada en frente de la de Martin, al otro lado de la calle. Por fin, Armstrong invitó a los señores Martin a cenar en Mayfield la víspera de Año Nuevo, y siguiendo el consejo de la policía, el procurador aceptó la invitación.

Afortunadamente, la policía, a pesar del obstáculo que suponía la necesidad de actuar con cautela, no había perdido el tiempo. Davies, el farmacéutico de la ciudad -y suegro de Martin-, confirmó que durante los dos o tres años últimos Armstrong había adquirido varios productos químicos para luchar contra las malas hierbas de Mayfield. Aún más significativa era la entrada del 11 de enero del registro de venenos, que señalaba la compra de 125 gramos de arsénico, efectuada una semana antes de que a la señora Armstrong se le permitiera abandonar Barnwood.

Las investigaciones acerca de las últimas cenas ofrecidas por Armstrong a algunos invitados arrojaron también luces interesantes. En agosto de 1921 uno de ellos había caído gravemente enfermo después de cenar en su casa. Poco después otro invitado se vio atacado por un dolor abdominal. Se le operó de apendicitis, pero murió en el transcurso de la intervención.

Finalmente, una prueba presentada por Martin convenció a la policía de que realmente se trataba de un asesino. En septiembre recibieron por correo una caja de bombones. Aunque ellos no los probaron, sí se los ofrecieron a unos cuantos invitados, uno de los cuales, después de tomar uno, se puso también enfermo. Después de un registro encontraron los bombones que quedaban, y los análisis demostraron que se les había inyectado arsénico.

Se dictó una orden de registro y el 31 de diciembre de 1921 el mayor fue arrestado en Mayfield. En la mesa de su despacho encontraron una jeringuilla cuya aguja encajaba perfectamente en los agujeros practicados a los bombones de los Martin. Y en su bolsillo, un paquete que contenía la vigésima parte de una onza de arsénico.

Dos días más tarde, el 2 de enero de 1922, el cadáver de la señora Katherine Armstrong fue exhumado de su tumba de Cusop Dingle en presencia del doctor Toro Hincks y del forense Bernard Spilsbury. La autopsia y otras pruebas más demostraron que contenía 0,25 gramos de arsénico, casi el doble de lo que suponía una dosis mortal para un hombre cualquiera.

El 3 de abril de 1922, en el cercano juzgado de Herefordshire y ante el juez Darling, Armstrong fue procesado por el asesinato de su esposa. Dirigió la acusación el fiscal general sir Ernest Pollock; por su parte, sir Henry Curtis Bennett (uno de los mejores criminalistas de la región) se encargó de la defensa.

El juez Darling inició el juicio señalando que las pruebas relacionadas con la jeringuilla y la caja de bombones no debían ser tenidas en cuenta, puesto que no existía certeza absoluta de que fuera Armstrong quien había enviado el obsequio. Entonces, Curtis Bennett arguyó que tampoco debía ser admitida como prueba la anécdota de la «torta envenenada». Se trataba de una cuestión fundamental: si el juez no la admitía como tal, y si también la desestimaba el Tribunal de Apelaciones, dejaría de existir cualquier acusación en contra de Armstrong. Por otra parte, sin las pruebas relativas a Martin, parecía poco probable que el mayor fuera condenado por asesinato.

Darling, sin embargo, declaró que en ese caso en concreto una prueba tan fundamentada sí podía ser considerada como posible. Así pues, la defensa procedió a presentar una serie de testimonios médicos, el principal de los cuales fue el de recordar la demencia de la señora Armstrong, que la habría inducido a tomar ella misma el arsénico con intención de suicidarse. La acusación, no obstante, demostró que la señora Armstrong fue asesinada a causa de una definitiva y gran dosis de arsénico, ingerida menos de 24 horas antes de su muerte; y que ella habría sido incapaz de levantarse de la cama por su propio pie durante varios días para obtener veneno alguno.

Armstrong, como demostró la acusación, contaba con los medios y la ocasión de asesinar a su esposa. Los motivos eran sin embargo, algo más oscuros. Siempre había parecido un marido insólitamente obediente, sobre todo, teniendo en cuenta el carácter de su mujer. Se demostró que en un momento determinado ésta hizo testamento en favor de sus hijos y de una amiga , y omitiendo por completo a su marido: y que más tarde se redactó otro nuevo -quizá falsificado por Armstrong- en el cual ella le dejaba algún dinero: cerca de 2.000 libras. De hecho, el mayor estaba bastante necesitado, pues en las fechas del juicio, y a pesar de la propiedad y de la aparentemente próspera ocupación profesional, era casi insolvente.

El décimo y último día de juicio, sir Henry Curtis Bennett, durante un discurso final formidable, calificó dichos motivos de «endebles». Después, y mientras el jurado se retiraba a deliberar, salió a dar un paseo, confiando plenamente -como diría más tarde- en que su cliente saldría absuelto. Las apuestas realizadas en privado entre los abogados y procuradores del tribunal estaban también de acuerdo con su opinión, pero a su regreso el jurado pronunció el veredicto de culpable.

La revisión del caso ante el Tribunal de Apelaciones de lo Criminal consistió en un lacónico y escueto comentario del juez Avory que resumía la postura de sus colegas: “El hecho de hallar un paquete con 0,25 gramos de arsénico en el bolsillo de un procurador es, cuando menos,, algo raro”.

La apelación fue desestimada y dos semanas más tarde, el 31 de mayo de 1922, el mayor Herbert Rowse Armstrong fue ejecutado en la cárcel de Gloucester. No había confesado y sus brillantes ojos azules permanecían tan impasibles como de costumbre. Su muerte supuso un problema para los cálculos del verdugo, el señor Ellis: su frágil esqueleto exigía una cuerda aún más larga de lo normal para conseguir la definitiva dislocación de las vértebras.

Los verdugos también mueren

El verdugo que ahorcó al mayor Armstrong se llamaba John Ellis, de profesión barbero, quien ejerció como verdugo entre 1916 y 1923, año en el que se retiró, poco después de la controvertida ejecución de Edith Thompson, condenada a muerte, junto con su amante, por el asesinato de su marido. La infortunada mujer chillaba y sollozaba de terror en la celda y al parecer la experiencia de aquella ejecución traumatizó a Ellis. Poco después abandonó el puesto de verdugo y se dio a la bebida; en 1924 intentó suicidarse, cosa que consiguió llevar a cabo, esta vez con éxito, en 1931.

DEBATE ABIERTO – Efectos venenosos

En nuestra vida cotidiana nos hallamos rodeados de venenos. Algunos constituyen artículos de uso restringido de cuyo peligro se nos advierte; otros se encuentran ocultos en artículos inocuos, como herbicidas o blanqueadores.

Según el doctor Keith Símpson, célebre patólogo y una de las máximas autoridades en toxicología, entre 130 y 195 mg de arsénico en una sola dosis pueden matar a un hombre maduro. El denominado «Rey de los Venenos» es capaz de actuar de forma instantánea o bien paulatinamente. Pero, sea cual sea la forma de administrarlo, sus efectos son terribles. Un buen trago de un frasco de herbicida que contenga arsénico diluido le rasará a uno la garganta; a esto seguirán un dolor abdominal insoportable, náuseas, vómitos y diarrea. Al cabo de unas horas o como mucho, de unos pocos días, se producirá un paro cardíaco o bien la muerte en medio de convulsiones.

Sin embargo, el envenenamiento mediante arsénico puede ser realizado también de un modo sutil. Muchos asesinos han acabado con sus víctimas -y con éxito- añadiéndolo en cantidades diminutas a tortas y pasteles. A pesar de ello, Rasputín, consejero del zar durante la Primera Guerra Mundial, no llegó a sucumbir a estas pequeñas dosis de arsénico y al parecer consiguió desarrollar una total inmunidad en contra del veneno.

Después de cierto período de tiempo, el arsénico va destruyendo el cuerpo y normalmente acaba matando, causando una debilidad que se va haciendo gradualmente más y más preocupante. El paciente desarrolla a menudo ictericia y luego se vuelve pálido y anémico; las uñas se le hacen quebradizas, se le cae el pelo, sufre picores y la piel se le llena de manchas.

Por fin, se obstruye la entrada de sangre al corazón y la víctima acaba muriendo. El arsénico, sin embargo, no constituye el veneno perfecto, puesto que se puede detectar con facilidad después de la muerte, principalmente en el cabello y en las uñas.

El cianuro es un veneno aún mis poderoso. Una vez disuelto en agua se vuelve incoloro, y un sorbo puede dejar muerto a quien lo pruebe. Curiosamente, el efecto del cianuro se deriva de su contacto con los jugos gástricos del estómago.

La inhalación de gas cianhídrico o el ingerir cianuro en estado sólido impide la absorción de oxigeno por parte de la sangre; la víctima morirá a causa de la parálisis de los aparatos circulatorio y respiratorio. Un fuerte olor a almendras amargas indica la utilización de cianuro. A veces, este aroma permanece en el ambiente varias horas después de la muerte.

Entre los clásicos venenos obtenidos por medios naturales se encuentra el ácido oxálico, producido por las hojas de ruibarbo, acederas y patatas que se vuelven verdes después de una intensa exposición a la luz durante su crecimiento. Una cucharada de té colmada de cristales de ácido oxálico (algo más de cinco gramos) puede matar a un adulto sano y robusto. Posee un gusto amargo, pero la gente a menudo lo ha confundido con las sales de Epsom o el Crémor Tártaro, que saben de forma similar. Incluso en el caso de hallarse diluido, este ácido causa la muerte en unos veinte minutos.

El terrible veneno conocido como «paraquat» se encuentra en los herbicidas para jardines. Para su uso se disuelve en agua y la solución obtenida es embotellada en frascos de limonada o en recipientes parecidos a éstos. Por eso muchos niños han bebido «paraquat» creyendo que esta solución era limonada. Sus terribles propiedades no se manifiestan que modo inmediato, pero una vez ingerido no hay antídoto en contra. La muerte sobreviene por asfixia, pues el «paraquat» destruye las membranas del pulmón, o por un fallo del riñón y del hígado. En cualquier caso, se trata de una muerte lenta y muy dolorosa.

En nuestra época quizá la forma de envenenamiento más frecuente proviene de los alimentos en malas condiciones. Bacterias tales como el temido bacillus botulinus pueden infectar el pescado o la carne en conserva si durante el proceso de envasado las latas no han sido convenientemente cerradas. Esto provoca una enfermedad conocida como botulismo. Por el contrarío, la forma más común de envenenamiento de alimentos causada por la bacteria de la salmonella no produce una toxina, sino que mata mediante graves diarreas y la inflamación del sistema digestivo.

Asesinato impune

A pesar de pertenecer a la élite búlgara, Georgi Markov acabó convirtiéndose en un disidente. Era amigo personal del dictador de Bulgaria, Todor Zhivkov. Por eso, cuando Markov huyó a Londres y comenzó a trabajar en la Sección Internacional de la BBC, Zhivkov se tomó el asunto muv a pecho. Los ataques de Markov en contra del corrupto régimen búlgaro aumentaban cada vez más, así que el dictador ordenó al servicio secreto que lo asesinara. La orden fue cumplida en el Puente de Waterloo, en Londres, donde le pincharon con la aguda punta de un paraguas y le introdujeron bajo la piel una píldora venenosa de dos milímetros de longitud.

El arma utilizada, de la familia del ricino, era un veneno orgánico muy potente que no dejaba huella ninguna, además de ser desconocido para la policía británica.

Fechas clave

  • 8/20 – Enfermedad de la señora Armstrong.
  • 22/8/20 – La señora Armstrong ingresa en el manicomio Barnwood.
  • 11/1/21 – El mayor Armstrong compra 125 gramos de arsénico.
  • 22/1/21 – La señora Armstrong regresa a su casa.
  • 2/21 – La enferma empeora.
  • 22/2/21 – Muerte de la señora Armstrong.
  • 8/21 – Oswald Martin y su esposa reciben unos bombones envenenados.
  • 9/21 – Armstrong discute con Martin algunos aspectos legales sobre una propiedad.
  • 22/10/21 – Oswald Martin cae enfermo después de tomar el té con el mayor Armstrong.
  • 31/12/21 – Arresto de Armstrong.
  • 2/1/22 – Se exhuma el cadáver de la señora Armstrong.
  • 3/4/22 – Comienza el juicio de Armstrong en el juzgado de Hereford.
  • 13/4/22 – Armstrong es declarado culpable y condenado a muerte.
  • 31/5/22 – Armstrong es ahorcado en Glocester.

 


MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS


Uso de cookies.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies