Hera Bessarabo

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Hera Bessarabo

Hera Myrtel

  • Clasificación: Asesina
  • Características: Parricida - Introdujo el cadáver en un baúl y lo envió por tren a Nancy
  • Número de víctimas: 1 +
  • Fecha del crimen: 21 de julio de 1920
  • Fecha de detención: 5 de agosto de 1920
  • Fecha de nacimiento: 25 de octubre de 1868
  • Perfil de la víctima: Su marido, Charles Bessarabo
  • Método del crimen: Arma de fuego
  • Lugar: Paris, Francia
  • Estado: Condenada a 20 años de trabajos forzados el 21 de junio de 1922. Muere en 1930
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Hera Bessarabo

Brian Lane

(Francia, 1914 – 1920) «La verdad, la verdad … »

Méjico a comienzos de siglo: un país misterioso envuelto en el atractivo exótico de su historia azteca; una tierra de oportunidades para aquellos con el valor y la decisión necesarias para conseguir un sitio bajo el sol. Madame Bessarabo pasó los primeros años de su vida de casada en Méjico. Por aquel entonces era Madame Jacques.

Hera Myrtel nació en Lion, Francia, el 25 de octubre de 1868. Era una joven sensible y creativa que leía y escribía poesía con el mismo entusiasmo con que la devoraba, y hasta la bancarrota del negocio familiar trabajó como secretaria de su padre.

Cuando cumplió los 26 años, la señorita Myrtel viajó a Sudamérica y allí conoció a Paul Jacques, un viajante de sedas veinte años mayor que ella. Poco después de su regreso a París en 1904 convertida en Madame Jacques, Hera dio a luz una niña, Paule, y con el nombre de Hera Myrtel se convirtió en madre de una larga serie de obras literarias de dudosa calidad que hizo publicar a sus expensas. Obviamente estaba convencida de que eso le daba derecho a poseer un «salón», compuesto básicamente de jóvenes que, en su mayoría, acabaron siendo amantes suyos.

El matrimonio Jacques perduró casi veinte años antes de sucumbir dramáticamente el 8 de marzo de 1914. Pese a un intento previo de asesinato en el que su esposa envenenó la sopa que iba a tomar con un sublimado corrosivo, Monsieur Jacques había seguido viviendo en el número 107 de la Rue des Sévres, y la víspera del día en que pensaba partir hacia Méjico en un viaje de negocios se convirtió en víctima de un proyectil fatal disparado -según decidió la investigación oficial- por su propia mano. Al año siguiente Hera Jacques volvió a Méjico.

Cierto día, la policía de Ciudad de Méjico recibió la visita de una aparentemente muy preocupada Madame Jacques que, entre sollozos, contó una historia ridícula sobre cuatro jinetes enmascarados que se habían presentado en su rancho, habían sacado por la fuerza a su capataz de la casa y le habían pegado un tiro, alejándose al galope después de anunciar que aquello «saldaba la cuenta».

No se podía negar que Méjico era -y es- un lugar violento; y tanto los rancheros como los viajeros tenían que vérselas con un número de bandidos excesivo para su tranquilidad. La policía hizo cuanto pudo por dar con ellos y, aun así, los cuatro asesinos jamás fueron encontrados.

Pero aunque las autoridades se habían mostrado muy amables con ella, las murmuraciones locales no fueron tan caritativas con Madame Jacques.

El tiempo fue transcurriendo perezosamente y Madame conoció a un comerciante en maderas rumano llamado Bessarabo. La verdad es que Bessarabo no era su auténtico apellido, pero él lo encontraba preferible al mucho menos romántico «Charles Weissman» con que había sido bautizado.

Madame vendió la hacienda Jacques con una premura casi indecente y se trasladó a Ciudad de Méjico, donde su hermosura y la riqueza de Bessarabo la convirtieron en la reina de la colonia francesa.

Después de su matrimonio los Bessarabo y la joven Paule volvieron a Francia y a una existencia de alegrías civilizadas entre la buena sociedad parisina. Pero los buenos tiempos no iban a durar, y cuando el trueno ensordecedor de la «guerra que terminaría con todas las guerras» empezó a sonar sobre París, Madame se distrajo con un joven soldado francés mientras Monsieur buscaba refugio en los encantos de una joven mecanógrafa a la que había instalado en una discreta casita de campo.

El final de la guerra no trajo consigo un alto el fuego en la batalla que libraban los Bessarabo, y cada vez que uno de los cónyuges se veía obligado a soportar la compañía del otro había terribles peleas. La tarde del 8 de julio de 1920 Hera Bessarabo se dejó dominar por un ataque de ira más violento de lo habitual, apuntó a su esposo con una pistola y -con unas palabras cuya traducción aproximada sería «Sal de aquí o acabo contigo»- disparó contra él. El disparo seguramente habría dado en el blanco de no ser por la rápida reacción de Charles, quien se arrojó al suelo del salón.

A estas alturas los observadores debían tener la impresión de que la difunta Gran Guerra se había trasladados la residencia de los Bessarabo. Y, de repente, una carta con matasellos sudamericano caída del cielo creó una conmoción todavía más violenta e hizo que el pánico se adueñara de la familia. Las puertas y las ventanas fueron reforzadas con cerrojos de seguridad nuevos que siempre estaban con la llave echada. Bessarabo habló con muy pocas personas durante las semanas siguientes y lo único que le dijo a sus escasos confidentes fue que un hombre del pasado quería acabar con su vida.

El 30 de julio una segunda carta hizo que el infortunado negociante fuera presa de un pánico todavía mayor. Charles Bessarabo desapareció dos días después de la llegada de esa carta.

Un hombre como Bessarabo no puede ausentarse mucho tiempo antes de que la gente empiece a hacerse preguntas incómodas, como por ejemplo «¿Dónde está?». Y parecía que lo más apropiado -al menos, como primer paso- era acudir a la persona que tenía más probabilidades de conocer su paradero: su esposa.

La amante de Charles Bessarabo habló con ella; su chófer habló con ella. Y cuando el chófer informó que su patrono había desaparecido, la policía también habló con ella. La respuesta que dio a todas esas preguntas fue la misma: su esposo se había ido a Méjico.

El calor de finales del verano de 1920 había hecho que el contenido de un baúl depositado en la consigna de equipajes de la estación de ferrocarril de Nancy empezara a anunciar su presencia en una zona considerable del departamento. El olor llegó a ser tan desagradable que los empleados llamaron a la gendarmería local para que se llevara el baúl antes de que hubiera algún desmayo.

El contenido del baúl resultó ser un cuerpo humano atado con cuerdas y envuelto en una tela impermeabilizada, desnudo salvo por un chaleco de franela roja: en la cabeza había un agujero de bala por el que estaban empezando a salir los sesos. Los restos fueron depositados en el mortuario para esperar la identificación.

A diferencia de lo ocurrido en la mayoría de «crímenes del baúl» famosos, la policía no tuvo ninguna dificultad para identificar el contenido del baúl de Nancy. El baúl había sido enviado en tren desde París por una mujer que dijo apellidarse Bessarabo, y la letra del formulario que rellenó era idéntica a la de Paule. Que su padre adoptivo hubiera desaparecido era una coincidencia que la policía no podía pasar por alto.

Madame Bessarabo fue invitada a la morgue para contemplar los restos encontrados en Nancy y se mostró muy segura de sí misma. «Ése no es mi esposo -declaró enfáticamente-. Mi esposo era un hombre joven y apuesto. Éste es viejo y feo.» Aun así, y fuera cual fuese la identidad del muerto, faltaba responder a la pregunta de por qué su hija había enviado un cadáver a Nancy metido dentro de un baúl.

Eso era algo que Madame podía explicar, aunque la explicación parecía tan fantasiosa e inverosímil como los jinetes apocalípticos que habían puesto fin a la vida de su capataz mejicano, ya que estaba relacionada con un agente secreto apellidado Becker y una sociedad secreta mejicana que había enviado las cartas amenazadoras a su esposo.

Madame le dijo a la policía que Bessarabo se habia puesto en contacto con ella varias semanas después de su desaparición y le pidió que se reuniera con él en la Gare du Nord de París a las once de la mañana, desde donde viajarían a Montmorency, localidad donde los Bessarabo tenían su residencia veraniega.

Madame llegó a la estación después de haber cargado dos baúles en un taxi -uno de ellos contenía papeles y documentos que su esposo deseaba examinar-, y Charles Bessarabo se presentó a la cita llegando en un taxi con otro baúl. Se quedó allí sólo el tiempo suficiente para saludar a su esposa y prometerle que volvería pronto.

El taxi regresó con el baúl, pero sin Bessarabo, y el taxista le entregó una carta en la que se le daban instrucciones de enviar el baúl por tren a Nancy, instrucciones que Paule cumplió más tarde. Madame creía que el cadáver era el del escurridizo agente enemigo Becker que había estado persiguiendo a su esposo, e insistió en que Bessarabo se hallaba sano y salvo en Norteamérica, ¡aunque no podía aparecer en público por miedo a la sociedad secreta!

Realmente, no era una gran defensa que exponer ante el jurado, especialmente cuando ya se había demostrado que Paule compró la tela impermeabilizada y la cuerda usadas para empaquetar el cadáver.

La acusación afirmó que Hera Bessarabo había matado a su esposo de un disparo durante un ataque de celos motivado por las infidelidades de éste -y, probablemente, agravado por la bebida y las drogas-, y que había dispuesto del cadáver con la ayuda de su hija.

De hecho, la teoría de la acusación no se alejaba mucho de la verdad. Lo sabemos porque el último día del juicio Paule Jacques, que hasta entonces se había mantenido en silencio, rompió bruscamente su mutismo para gritar: «La verdad, la verdad, tengo que decir la verdad.»

Su versión de la verdad -seguramente la más aproximada a los hechos de que podemos disponer- era que su padre adoptivo llevaba años convirtiendo la existencia de su madre en un infierno, y que una noche despertó sobresaltada al oír un disparo. Entró corriendo en la habitación de su madre y gritó «¿Qué has hecho?»

-Era su vida o la mía -dijo su madre-. No puedo revelar el terrible secreto de lo que ha ocurrido aquí esta noche, pero créeme: yo no le he matado.

Paule -quien, no cabe duda, había heredado muchos de los genes histriónicos de su madre- recordaría después que en el período de semivigilia anterior al disparo oyó dos voces masculinas, una de ellas familiar, pero no oída desde hacía mucho tiempo. ¡Era la voz de su padre, el antes difunto pero ahora reaparecido Monsieur Jacques! Después de una apasionada súplica en favor de su madre, Paule concluyó con estas palabras: «Puedo contarles todo lo que vi y oí aquella noche, pero no puedo contarles todo lo que sospecho … ; no, lo que sé, pues eso es mi reto. Sé que mi padre sigue vivo, y supongo que él fue la causa del crimen.»

¿Cuál era la verdad? ¿Quién era el cadáver del baúl? ¿Quién le mató, y por qué? ¿Y qué era todo aquello de la sociedad secreta?

El jurado francés se decidió por la respuesta más sencilla; de hecho, sus miembros opinaron que la verdad correspondía a las alegaciones expuestas por la acusación y emitieron un veredicto de culpabilidad con circunstancias atenuantes. Madame Bessarabo fue sentenciada a veinte años de cárcel. Su hija, inexplicablemente, fue absuelta. Pero la Justicia no se deja engañar con tanta facilidad, y un antiguo agente de policía que tomó parte en las investigaciones del caso ha contado que Paule Jacques «una huérfana infeliz, lleva una existencia miserable perdida en París».


El caso Hera Bessarabo

Colin Wilson y Patricia Pitman

Hera Myrtel, hija de un rico comerciante, nació en Lyon, en 1868. Tenía inclinación a la literatura y escribía poemas y novelas.

Hasta los 26 años ayudó a su padre en sus negocios, pero cuando éste se declaró en bancarrota, se trasladó a Méjico, donde contrajo matrimonio con un hombre de gran fortuna llamado Paul Jacques con quien tuvo una hija, Paule.

La familia se trasladó a París, donde madame Jacques comenzó a ser conocida por su salón literario y sus numerosos amantes. A pesar de esto el marido demostró siempre ser muy complaciente.

Su matrimonio se prolongó durante veinte años, hasta que un día, en 1914, una criada vio cómo madame Jacques deslizaba unos polvos de color blanco en la sopa de su esposo. Avisó de lo ocurrido a Mr. Jacques quien hizo analizar el líquido, que contenía una dosis de bicloruro de mercurio. A pesar de esto el tolerante marido no denunció el hecho a la policía, y continuó viviendo con su mujer.

Poco tiempo después fue encontrado muerto y con un revólver a sus pies; se llevó a cabo una encuesta que dio por resultado un veredicto de suicidio. En 1915 madame Jacques volvió a Méjico para administrar las posesiones de su difunto marido, y pronto adquirió fama en el salón de Hera Myrtel en la ciudad de Méjico (esta vez utilizando su nombre de soltera), poeta y novelista mística.

Allí conoció a Weissman (que prefería hacerse llamar Bessarabo), un rumano de dudosa reputación. Se casaron y volvieron a Francia. De nuevo Hera Myrtel -ahora madame Bessarabo-, comenzó a ser conocida por su salón y sus amantes. Había, además, adquirido un nuevo vicio: drogas.

Su marido parecía tan complaciente como el primero pero pronto empezó a sospechar que su mujer quería librarse de él. Una noche intentó estrangularle mientras dormía y en otra ocasión le disparó con un revólver, aunque, afortunadamente, erró el tiro. Mr. Bessarabo recordó entonces un hecho, ocurrido en Méjico cierto tiempo antes: un hombre había sido hallado muerto cuando se encontraba en su rancho con Hera Myrtel y su hija. Las dos mujeres habían contado a la policía una extraña historia sobre una banda de bandidos enmascarados que habían huido a caballo. Las autoridades creyeron en su inocencia y se dio el caso por terminado.

Bessarabo pensando, con razón, que su vida estaba en peligro, buscó consuelo en brazos de otras mujeres, en especial en los de su secretaria.

En marzo de 1920 madame Bessarabo sufría un ataque de histeria a consecuencia de una misteriosa carta recibida de Méjico; la noche en que llegó la misiva mantuvo con su marido una violenta disputa, después de la cual Bessarabo permaneció encerrado tres días en su habitación. Desde entonces utilizaba un coche alquilado para ir a todas partes; evidentemente tenía miedo de ser asesinado. Unas semanas más tarde, el 30 de julio, llegó una nueva carta y otra vez discutieron marido y mujer.

A la mañana siguiente madame Bessarabo decía a la portera que se marchaban al campo a pasar una temporada y le pedía ayuda para bajar un pesado baúl hasta el coche que esperaba junto al portal. Después de colocar el bulto en el interior del vehículo madame Bessarabo y su hija partieron para volver aquella misma noche, diciendo que habían cambiado de idea. Mr. Bessarabo parecía haberse desvanecido.

Su esposa dijo al chófer que acudió a recogerle la mañana siguiente que había salido para un viaje de negocios y que volvería el día 2 de agosto, pero cuando el empleado se presentó en esta fecha y se enteró de que Bessarabo no había vuelto comenzó a sospechar que algo extraño había ocurrido y acudió a la policía. Dos agentes se presentaron en el domicilio del desaparecido -3 Place Bruyére- e interrogaron a madame Bessarabo sobre el paradero de su esposo; ésta se defendió contando una confusa historia: al parecer su marido la había ordenado acudir la mañana del sábado 31 de julio con un baúl de ropa a la Estación del Norte donde él la estaría esperando. Ella lo hizo así, pero no pudo encontrarle.

La historia no era muy convincente, y la policía continuó sus investigaciones hasta descubrir el baúl en Nancy. Al abrirlo apareció el cuerpo de un hombre con el rostro tan golpeado que era imposible identificarlo. Había muerto de un disparo en la nuca.

Poco después, un barquero se presentó a la policía y declaró que el día 1 de agosto había visto a dos mujeres actuar de una forma muy sospechosa en el lago de Enghien; alquilaron un bote, remaron hasta alejarse de la orilla y arrojaron al agua algo que parecía muy pesado. El lago fue dragado completamente, pero no pudo encontrarse nada. Madre e hija fueron arrestadas y madame Bessarabo confesó que había disparado a su marido por accidente; su hija Paule la había ayudado solamente después del mismo.

El juicio de madame Bessarabo y su hija Paule se celebró el día 15 de febrero en París. Las defendió el mismo abogado corso que había representado a Landrú, haciéndolo con la misma enorme habilidad que había demostrado en aquel caso.

Ridiculizó de tal modo las pruebas presentadas por la acusación que por un momento se creyó que había ganado la partida. Sin embargo, en el momento en que el jurado se retiraba a deliberar, Paule se levantó repentinamente y gritó: «¡Diré la verdad, tengo que hacerlo!»

Confesó que la noche del crimen se había despertado al oír un disparo y que al acudir a la habitación de su madre vio un cadáver cubierto de sangre sobre la cama. Sin embargo, su madre le aseguró que no era el cuerpo de su marido y murmuró algo sobre una sociedad secreta (durante el curso de la vista se había aludido frecuentemente a una extraña organización). Le dijo también que Bessarabo había huido con su secretaria y terminó haciéndole firmar un poder falsificando la rúbrica de su padrastro.

Paule aseguró que no tenía nada que ver con el crimen y que no había ayudado tampoco a transportar el cadáver. Como resultado de su confesión fue declarada inocente, mientras su madre era condenada a veinte años de prisión.

Muchos aspectos del caso no han podido ser aclarados todavía. ¿Era el cuerpo de Bessarabo el encontrado en el baúl? Nunca pudo ser identificado. ¿Qué misterio encerraban las cartas de Méjico que causaban al matrimonio tal terror? ¿Existía realmente la sociedad secreta a que se aludió tan frecuentemente durante el juicio. A la luz de las pruebas presentadas, parece probable.

Hay otro problema sin resolver. ¿Era madame Bessarabo realmente culpable del asesinato de su marido? Cualquiera que sea la respuesta atendiendo a su vida anterior la sentencia fue justa.


Madame Bessarabo

Ultima actualización: 8 de abril de 2015

Ella nació en Lyons, en 1869 en la casa de un comerciante en sedería.

En 1893, la futura madame Bessarabo fue a México, donde conoció a su primer esposo, un vendedor de sedas, M. Paul Jaeques, veinte años mayor que ella. Con él, tuvo una hija, Paule.

En aquellos años, madame Jaeques volvió de México y, para 1904 se la encuentra en la Rue de Sèvres, dueña de un salón literario, y publicando poemas y cuentos con el nombre de Héra Myrtel.

En la mañana del 5 de marzo de 1914, en su habitación del 107 de la Rue de Sévres, monsieur Paul Jacques, primer esposo de la futura madame Bessarabo, fue encontrado muerto, con un revólver a sus pies. Se pronunció un veredicto de suicidio, aunque había rumores de que M. Jacques temía ser asesinado por su mujer, quien semanas antes había tratado de envenenarle, echándole sublimado corrosivo en la sopa.

En 1915, la viuda Jacques, conocida en los medios literarios como Héra Myrtel, se llevó a su hija a México a dejar en claro los asuntos de su difunto marido. Mientras madre e hija vivían en la hacienda de un millonario, este fue muerto a tiros. Madame Jacques contó una historia de enmascarados que la policía le creyó.

En México conoció a cierto M. Weissmann, alias Bessarabo, comerciante en maderas rumano, quien también tenía intereses petroleros. Con él se casó, para volver con su nuevo marido y su hija a París, a reanudar su antigua vida de musa literaria, al parecer, de toda una sucesión de jóvenes amantes, lo que resulta casi increíble si se considera su temible apariencia, en bombasí, con una banda de terciopelo negro alrededor de su rudo cuello.

El lado policiaco del tema es algo que no debe pasar por alto el historiador de la, criminología, y Faralicq, en general, es bastante preciso en sus datos. Sin embargo, en otros aspectos, no facilita la labor del historiador, al suprimir los nombres. Sólo sentí que ello tenla importancia en uno de los casos mencionados.

Habría sido terrible no saber que monsieur B. era M. Bessarabo, que madame B. era Héra Myrtel y que Mlle. J. era su hija, Paule Jacques, nacida de un primer esposo. Aunque el resto fue considerado como una sucesión de faits dívers (con excepción, quizá del caso del administrador del piso del hotel, Jobin, cuya coqueta mujer se vio involucrada), ésta había de llegar a ser algo así como una cause célébre.

Tenemos la fortuna de contar, entre otras fuentes, y en inglés, con las memorias del prefecto de policía de la época de Faralieq, hombrecillo siempre parpadeante, con una barba cuidadosamente recortada, quien recibió la C.B.E. por alguna clase de servicios durante la Gran Guerra o en ocasión de una visita real.

Por él, así como Faralicq (una vez que sabemos quién fue Mme, B.) podemos colegir que la presencia del cadáver de Bessarabo en un baúl en Nancy resultó de un disparo hecho por su mujer el 30 de julio (no el primero hecho en ese mes: diez días antes, le había fallado la puntería) y de las subsiguientes y frenéticas actividades de ella misma y de su hijastra, quien había salido a su madre y que, por ninguna buena razón, lo odiaba.

Madame Bessarabo, quien consumía drogas, frecuentemente había amenazado a su segundo esposo. Dos años antes, una noche él habla despertado con las manos de ella en su garganta. Él sabia perfectamente que ella había asesinado a su primer esposo, y había expresado el temor de que le llegara el turno. Deseaba abandonarla, pero al parecer ella estaba en condiciones de extorsionarlo por alguna irregularidad en sus tratos de negocios.

Madame Bessarabo, en cambio, había confesado que había sido su mano la que hiciera el disparo fatal, aunque bajo extrema provocación y casi por accidente, y sólo habla admitido la complicidad de su hija en lo que nosotros llamaríamos ayuda después del delito (trasladando el cofre, etc.).

Cierto, el 18 de enero de 1921, un mes antes de su juicio, súbitamente negó su confesión y volvió a un relato anterior acerca de una pandilla armada, pero entonces era demasiado tarde para detener los procedimientos, y quizá su abogado logró asegurar al Parquet, o departamento de Acusación Pública, que ante el tribunal su cliente alegaría lo ya estipulado, lo que no significa que no haya aconsejado también la retractación. Aunque más conocido por su bella voz conmovedora elocuencia, el pequeño, pero apuesto corso, era también un hábil estratega, y acaso haya planeado todo aquello para confundir al jurado.

El defensor era Vincent de Moro-Giafferi, último de los grandes ténors du barreau (tenores de la barra). Con el tiempo, él mismo encabezaría la defensa de Landrú, cuya acusación ya tendría sus propias confusiones por el número de desapariciones que se le imputaban, aunque la mayoría de las desaparecidas ya habían sido localizadas para entonces, excepto las diez anotadas en aquel embarazoso cuadernito.

En el caso de Bessarabo, lo que Moro no podía tener esperanzas de controlar era el comportamiento de la hija de la acusada, Paule Jacques, quien ya había dicho a un testigo del fiscal: «Me gustaría enseñarle cómo usamos los revólveres en México.» También había insinuado vagamente que en el caso había un secreto concerniente a su madre, que ella no tenia el derecho de revelar sin consentimiento de aquella.

Efectivamente, se hablaba de unas bandas armadas en el tribunal, que inició el juicio el 15 de febrero. Hasta llegó a dudarse de que el cadáver encontrado en el cofre de Nancy fuera, a fin de cuentas, el de M. Bessarabo.

Sin embargo, el coup de théâtre ocurrió después de los juramentos formales, cuando el jurado estaba a punto de retirarse. Interrogada acerca de si tenia algo que decir en su defensa, Paule Jacques lo contó todo. Esto dio por resultado su liberación, y veinte años de cárcel para su madre.

 


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