Harvey Glatman

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Harvey Glatman
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador - Tendencias sexuales sadomasoquistas
  • Número de víctimas: 3
  • Fecha del crimen: 1957 - 1958
  • Fecha de detención: 27 de octubre de 1958
  • Fecha de nacimiento: 10 de octubre de 1927
  • Perfil de la víctima: Judy Ann Dull, de 19 años / Shirley Ann Bridgeford, de 24 / Ruth Mercado, de 24
  • Método del crimen: Estrangulación
  • Lugar: Varias, Estados Unidos (California)
  • Estado: Fue ejecutado en la cámara de gas el 18 de septiembre de 1959
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Harvey Glatman

Última actualización: 1 de abril de 2015

DESAPARECIDA – Belleza peligrosa

Las chicas guapas llegan a Hollywood en busca de fama y de fortuna. Están impacientes por trabajar, y sucumben fácilmente a las promesas de fotógrafos sin escrúpulos.

En la esquina nordeste de Sweetzer Avenue se alza un pomposo edificio de apartamentos ornado con apliques de estuco. Sus propietarios pertenecen a esa clase de personas que no tienen problemas económicos. En la tarde del 1 de agosto de 1957, Robert Dull, un joven periodista de Los Angeles Times, llamó al timbre de la puerta para ver a su esposa, de la cual estaba separado. Ella había salido, cosa que no le sorprendió demasiado, ya que era una chica excepcionalmente bella y se cotizaba mucho como modelo fotográfico. Precisamente esa había sido la causa de su ruptura; Robert se negaba a que su mujer posara desnuda.

La compañera de piso, Lynn Lykles, le puso al corriente: «Judy se fue con un fotógrafo llamado Johnny Glynn hacia las dos de la tarde.» «¿Sabes adónde?» «No, pero dejó un teléfono… » «¿Serías tan amable de decirle que me llame al trabajo cuando regrese?»

Pasaron dos horas y nadie sabía nada de Judy. Habían llamado a su casa otros dos fotógrafos enfadados porque no había acudido a las sesiones de trabajo. A las 21 horas la telefoneó un agente joven, el cual manifestó su sorpresa por la ausencia de Judy en el restaurante, donde habían quedado citados para presentarle a un amigo suyo, abogado, que le iba a ayudar a aclarar sus problemas matrimoniales pendientes. Lynn le dio el teléfono de Johnny Glynn, pero a los pocos minutos volvió a llamar para decir que ese número era erróneo; le había contestado un mecánico que jamás había oído hablar de Johnny Glynn. ¡Le habían gastado una broma pesada!

Ambos empezaron a preocuparse de veras. Recientemente se habían sucedido una serie de desagradables asaltos a jovencitas en Hollywood. Hacía escasamente dos noches que Judy había comentado que alguien, un sujeto extraño, la siguió hasta su casa.

El agente visitó una serie de cafeterías de Sunset Strip que Judy solía frecuentar, y Lynn avisó al periódico, a Robert Dull. El ex marido se presentó en el apartamento a los pocos minutos, y llamaron a los padres de Judy, a sus amigos y a otros familiares, pero nadie había visto a la chica. Ahora ya estaban verdaderamente asustados y acudieron a la comisaría de Hollywood para dar parte de la desaparición. La policía contactó en vano con todos los hospitales de la ciudad para ver si había sido ingresada. El sheriff dio órdenes a los coches patrulla de la zona de Sunset Strip: debían estar atentos para localizar a una muchacha de unos diecinueve años, de pelo rubio, muy atractiva.

«¿Quién es ese tal Johnny Glynn?», preguntó el sheriff. Lynn describió al sospechoso. Hacía dos noches, un hombrecillo bajito, con cara de conejo y orejas de soplillo, llamó a la puerta de la casa. Ni Lynn ni Judy estaban en aquel momento, pero otra compañera, Betty, recién instalada en el piso, le atendió. Esta también era modelo, acababa de llegar de Florida, y, como estaba acompañada por un amigo, dejó entrar al hombrecillo. Se identificó como Johnny Glynn, fotógrafo profesional. Explicó que había conseguido el nombre y la dirección de Lynn en una agencia, y se mostró muy interesado por echar un vistazo a su álbum profesional de fotos. No obstante, cuando Betty volvió con el álbum de su compañera, el señor Glynn señaló una fotografía que había colgada en la pared y comentó: «Vaya, en realidad ése es exactamente el tipo de mujer que ando buscando. ¿Podría ver también su álbum?»

Empezó a hojearlo con detenimiento y su entusiasmo iba en aumento según pasaba las páginas. Al terminar, le pidió a Betty el número de teléfono de la que llamó su «modelo preferida». La chica, deseosa de hacerle un favor a Judy, se lo dio.

Al cabo de dos días, mientras las modelos desayunaban, Johnny Glynn dio señales de vida. Tenía un encargo urgente y quería que Judy posara para él por la tarde. La modelo no estaba muy entusiasmada; tenían un montón de compromisos pendientes y la descripción de Betty no la animaba mucho a conocer al extraño fotógrafo. Sin embargo, Glynn explicó que había prestado su estudio, y que tendrían que realizar la sesión en el apartamento de las chicas. Entonces Judy no lo dudó más y quedaron en verse por la tarde.

Johnny se presentó tan desaliñado y poco atractivo como la vez anterior; ni siquiera llevaba consigo el equipo fotográfico y alegó que un amigo había accedido a dejarle su estudio. Judy le dio su tarifa, y él aceptó no sin vacilaciones. Poco después salieron del apartamento llevando él el maletín de la modelo. Lynn Lykles sintió un escalofrío al verlos partir.

Hacia media mañana del día siguiente, se hizo público un comunicado en el que se daba por desaparecida a Judy van Horn Dull y se especificaba que podía haber sido secuestrada. También incluía su descripción -diecinueve años; 1,80 de estatura; pelo rubio de color dorado y piel morena- y la de Johnny Glynn -unos veintinueve años de edad; delgado; de 1,70 de estatura; con gafas de montura de asta; vestido con traje azul arrugado y unas marcadas orejas de soplillo.

El sargento David Ostroff se hizo cargo de la investigación. Comprobó la identidad de todos los fotógrafos profesionales de Hollywood y preguntó en todas las agencias de modelos. Nadie había oído hablar jamás de Johnny Glynn y nadie encajaba con su descripción.

Los titulares de los periódicos se hicieron eco de la desaparición de la preciosa modelo. Ostroff no descansó un momento durante las siguientes semanas, verificando una buena cantidad de pistas. Poco a poco se fue dando cuenta de que la profesión de modelo no era una de las más seguras de Hollywood. Varias chicas admitieron haber actuado «alocadamente» al aceptar trabajos con fotógrafos desconocidos. Estos personajes desaprensivos se aprovechahan de ellas, algunas veces a punta de pistola o amenazándoles con un cuchillo. La precipitación y los deseos de ganar dinero les costó, como poco, un buen susto.

Se interrogó a una serie de hombres; pero ninguno se parecía a Johnny Glynn. El sargento se acordó entonces de la desaparición de una joven y bella actriz ocho años antes, en octubre de 1949. Estudió a fondo el expediente de Jean Spangler, pero tampoco encontró ningún dato que ayudara a esclarecer la desaparición de Judy.

Incluso su marido, Robert, figuraba en la lista de sospechosos. La pareja últimamente no se llevaba demasiado bien desde que él había secuestrado a Suzanne, la hija de ambos, de catorce meses, mientras ella estaba trabajando. Pero tras unas mínimas pesquisas, quedó libre de toda sospecha.

Todo el mundo sabía que aún seguía amando a su mujer. De hecho, no perdía la esperanza de reconciliarse con ella. Tampoco ningún amigo de la modelo fue capaz de resolver el misterio. Tras seguir numerosas pistas falsas, el sargento Ostroff llegó a la conclusión de que Johnny Glynn era un nombre supuesto. El extraño hombrecillo no podía ser otra cosa que un pervertido sexual, y a estas alturas lo más probable es que Judy hubiera muerto.

¿O quizá simplemente se había ocultado antes de que se resolviera ante el juez la custodia de su hija? El día de la vista -el 9 de agosto de 1957-, alrededor del Tribunal se arremolinó una verdadera bandada de fotógrafos, pero la modelo no se presentó. Para Robert fue la prueba definitiva. Sabía que su mujer jamás se arriesgaría a perder la custodia de su hija por incomparecencia. Ante los periodistas, declaró que creía que Judy había sido asesinada.

Cinco meses después de la desaparición, el 29 de diciembre de 1957, el mozo de cuadra de un rancho paseaba junto a su perro por el desierto, cerca de la autopista 60, a unos 300 kilómetros de Los Angeles. De pronto, el perro comenzó a ladrar. El muchacho se acercó para ver qué era lo que inquietaba al animal y se encontró con una calavera. Inmediatamente avisó a la policía; los agentes descubrieron el esqueleto a pocos metros del cráneo.

El ceñido vestido marrón y la ropa íntima indicaban que se trataba de una mujer. De la calavera pendían algunos retazos de pelo rubio. La causa de la muerte era un misterio.

¿Podía ser Judy Dull? La última vez que la vieron llevaba un vestido marrón, y el esqueleto era de la misma estatura que el de la desaparecida. Sin embargo, el forense estableció que la edad de la fallecida rondaría los treinta y pico años. Robert tampoco pudo identificar el anillo de perlas que llevaba el cadáver en uno de los dedos. El sargento Ostroff llegó a la conclusión de que no se trataba de Judy van Horn Dull.

Pues bien, estaba equivocado…

PRIMEROS PASOS – Deseos atormentados

Pequeño, flacucho y poco atractivo, Glatman, vivía en un mundo de frustración y fantasías sexuales.

Harvey Murray Glatman nació en 1928 en Denver, Colorado. Era un «niño de mamá> que no congeniaba con los compañeros de clase. Sin embargo, sobresalía como estudiante. A la edad de doce años, sus padres se fijaron que alrededor del cuello tenía unas extrañas marcas rojas.

Tras un extenuante interrogatorio, el jovencito confesó que había subido al desván, se había atado una cuerda alrededor del cuello y había tensado el lazo hasta experimentar fuertes sensaciones. Los padres consultaron al médico de cabecera, y éste les dijo que no se preocuparan, cuando chiquillo superara la pubertad, el agua volvería a su cauce. Lo que sí recomendó es que hiciera más deporte.

A las chicas de la escuela no les gustaba aquel muchacho delgaducho con grandes orejas, pero él intentaba atraer su atención robándoles los monederos. Después salía corriendo, y a una cierta distancia, se daba la vuelta y se los tiraba. La señora Glatman solía decir: «Es su forma de hacer amigas.» En realidad, el complejo de inferioridad de su hijo le incapacitaba para comportarse con normalidad.

A los diecisiete años, Harvey estaba harto de ese mundillo de frustración y sueños inalcanzables. Una noche, en Boulder, amenazó a una adolescente con una pistola de juguete y le ordenó desvestirse. La muchacha empezó a gritar; él perdió los nervios y salió huyendo, pero la policía le cogió de todas formas.

Enseguida le dejaron en libertad bajo fianza, y acto seguido rompió con su tierra natal y se trasladó a Nueva York, donde dio rienda suelta a sus «necesidades» agresivas atracando a punta de pistola a las mujeres. Llegó a ser conocido como el «Bandido fantasma». También se graduó en allanamiento de morada; pero la policía le echó mano enseguida y pasó cinco años en Sing Sing.

En la cárcel fue un prisionero dócil, que respondía positivamente al tratamiento psiquiátrico. En 1951 obtuvo de nuevo su libertad. Volvió a Colorado y se puso a reparar televisores. En 1957 se alineó en Los Angeles y su madre reunió suficiente dinero para ponerle una tienda de reparación de televisores. Ahora estaba solo; era uno entre los miles de habitantes anónimos de una gran ciudad y podría dedicarle la debida atención a sus pequeños «antojos».

AMORDAZADA – Atada y muerta

Shirley Bridgeford se hizo miembro de un Club de Corazones Solitarios; Ruth Mercado y Lorraine Vigil se convirtieron en modelos. Todas ellas pusieron sus vidas en manos de un maníaco sin darse cuenta.

El domingo, 9 de marzo de 1958, la policía de Los Angeles recibió la denuncia de la desaparición de una chica llamada Shirley Bridgeford, de veinticuatro años, divorciada y madre de dos hijos. La noche anterior había salido con un hombre, una «cita a ciegas»; y desde entonces nadie la había vuelto a ver.

Su acompañante acudió a buscarla con algo de adelanto el sábado por la tarde y se presentó como George Williams. Era un hombrecillo poco atractivo, con orejas de soplillo, pésimamente vestido.

El sargento Ostroff estaba seguro de que George Williams y Johnny Glynn eran la misma persona, y hasta que no consiguiese atraparlo volvería a actuar sin descanso.

A finales de julio desapareció otra modelo. El teniente Marvin Jones sospechaba que el hombre de cara de conejo era el responsable. El propietario de un pequeño edificio de apartamentos de West Pico Boulevard, en el distrito de Wilshire, en Los Angeles, denunció la desaparición de una de las inquilinas. Se trataba de Ruth Rita Mercado, de veinticuatro años, modelo y actriz de strip-tease.

Tres meses después, al caer la noche del lunes 27 de octubre de 1958, el oficial de policía Thomas F. Mulligan -motorista de la patrulla de autopistas de California- dejó la calzada principal y se metió por una oscura avenida cerca de la localidad de Tustin, a unos 50 kilómetros de Los Angeles. De pronto, el faro de la motocicleta iluminó a una pareja que forcejeaba en el arcén de la carretera, y al verse descubiertos, las dos personas se separaron. El agente detuvo la moto y entonces vio que la mujer apuntaba al hombre con una pistola. La chica no era muy alta, más bien rellenita, y tenía roto el vestido.

El policía sacó su revólver y les ordenó levantar las manos. Ambos acataron la orden de inmediato mientras la mujer gritaba: «¡Es un asesino! ¡Quería violarme!» El hombre no lo negó, ni intentó huir. Mulligan pidió refuerzos a Tustin y a los pocos minutos llegó un coche patrulla.

Entretanto, la joven -Lorraine Vigil- le contó al motorista lo sucedido. Una amiga de una agencia de modelos la había llamado aquella misma tarde para preguntarle si le interesaba posar para un fotógrafo. Lorraine trabajaba de secretaria, pero estaba decidida a introducirse en el mundo de las modelos. Aceptó sin dudar un momento; pero antes de que llegara el supuesto fotógrafo, su amiga la volvió a telefonear para ponerla sobre aviso. Conocía al hombre -un tal Frank Johnson-, pero a pesar de haber trabajado anteriormente con él, nunca se sintió del todo tranquila.

Cuando Frank entró por la puerta del apartamento de Wilshire, Lorraine comprendió lo que «intranquilizaba» a su contacto. Era un sujeto bajito, que no inspiraba confianza, vestido como si hubiera dormido con la ropa puesta. Arrancaron en dirección al centro de Los Angeles, pero en vez de tomar la dirección del estudio de Sunset Strip, Frank torció hacia el sureste. Ante las protestas de la joven, el inquietante hombrecillo le explicó que se dirigía a su propio estudio en Anaheim.

Sin embargo, cruzó el pueblo sin parar el coche y en una oscura carretera cerca de Tustin detuvo el coche pretextando que una de las ruedas iba baja de aire. Entonces sacó una pequeña pistola automática, ordenó a la mujer que se estuviese quieta, y acto seguido cogió una cuerda. Ella le rogó que no la atara y a cambio le ofreció hacer lo que él quisiera. En ese momento pasó un coche y Lorraine aprovechó para agarrar la manilla de la puerta y saltar del automóvil. Se enzarzaron en una lucha, y mientras ella intentaba apartar la pistola, el arma se disparó y le rozó el muslo.

Frank Johnson se quedó mirando asombrado el cañón humeante. Ella se abalanzó sobre él y consiguió abrir la puerta. Los dos cayeron sobre la calzada; el supuesto fotógrafo debajo y Lorraine encima. Le mordió con todas sus fuerzas y él tuvo que soltar la pistola. Ella la cogió y estaba a punto de disparar contra su atacante cuando apareció el agente Mulligan.

Frank Johnson fue trasladado a la comisaría de Santa Ana, donde se identificó como Harvey Murray Glatman, treinta años, de profesión técnico de televisores. Admitió los hechos, pero insistió en que todo había ocurrido a causa de un «impulso repentino».

Se dio aviso de la detención a las comisarías circundantes para comprobar si el presunto violador estaba relacionado con otros delitos. Al leerlo, el teniente Marvin Jones se dio cuenta que el detenido vivía en su zona. De hecho, Glatman se alojaba a pocos portales de Ruth Mercado, en San Pico Boulevard.

La policía se acercó al bungalow de tablillas de madera blanca en el 1011 de South Norton Avenue. La casa tenía un aspecto ruinoso; el papel de alquitrán del techo estaba levantado y las ventanas protegidas con barras de hierro. El interior estaba repleto de fotografías de modelos, algunas atadas y amordazadas. También había una serie de trozos de cuerda y todo ello parecía indicar que Harvey Glatman estaba muy interesado por la «esclavitud».

Al día siguiente le preguntaron al detenido si quería someterse a un detector de mentiras y aceptó sin vacilar. Cuando se mencionó la palabra «Angela» -el nombre artístico de Ruth Mercado-, la aguja dio un repentino salto. A los pocos minutos, Glatman confesaba el brutal asesinato de la actriz. «También maté a otro par de chicas … », añadió.

Ahora la policía ya sabía lo que les había ocurrido a las tres modelos desaparecidas. Harvey lo soltó todo: al ver la fotografía de Judy Dull en el piso, comprendió que era la chica que siempre había deseado. Dos días más tarde, su sueño se convirtió en realidad; llevaba a Judy en su viejo Dodge negro de camino hacia su «estudio».

Una vez allí, Glatman le pidió que se cambiara de ropa y se vistiera con una rebeca de punto y una falda plisada. Entonces sacó un trozo de cuerda y le explicó que se trataba de unas fotos para la portada de una revista de detectives, por lo que tenía que atarla y amordazaría. La chica se dejó hacer.

El supuesto fotógrafo tomó algunas fotografías y no pudo contenerse más. La mandó tumbarse en el suelo y le quitó parte de la ropa. Después apoyó el cañón de una pistola automática en su sien y le dijo que si se resistía la mataría. Era un ex convicto y no lo dudaría, le pegaría un tiro. Ella asintió con la cabeza y Harvey volvió a guardar la pistola.

La sentó en el sofá y siguió sacando fotos. Acto seguido la violó dos veces, y finalmente le explicó lo que había decidido hacer: la llevaría a algún lugar alejado y la dejaría en libertad. La vistió con su vestido marrón y ambos se pusieron en marcha por la autovía de San Bernardino.

Poco después se internaron en el desierto donde Glatman la hizo posar para más «fotos sugestivas» y después le ató una cuerda alrededor del cuello, le dobló las piernas hacia atrás y anudó el extremo libre de la cuerda a los tobillos. Harvey comenzó a tirar con fuerza hasta que la víctima dejó de moverse. Estaba muerta y él se sentía apenado. Se disculpó con el cadáver antes de arrastrarlo a un lugar desolado y enterrarlo en una tumba poco profunda. El asesino fue un fetichista hasta el final; se llevó los zapatos de Judy «de recuerdo».

Después de las Navidades, se hizo socio de un Club de Corazones Solitarios y se inscribió como George Williams. En marzo de 1958, Shirley Ann Bridgeford quedó citada con él.

En cuanto la vio, supo que le desagradaba; por un momento tuvo miedo de que ella se inventara a un pretexto para no salir. Pero una vez en el coche, Ann se resignó con su acompañante.

Esta vez, el maníaco se dirigió a San Diego pasando por Long Beach. Detuvo el coche en una carretera comarcal del desierto de Anza y rodeó a la chica con su brazo por encima del hombro. Pero ella se negó a una relación «más íntima». Glatman se enfureció, aunque pudo controlar sus impulsos, ya que estaban demasiado cerca de la carretera general para emplear la fuerza. Sugirió ir a cenar mientras intentaba acariciarla, pero Shirley siguió resistiéndose y él se enfadó de veras. Paró el vehículo en una solitaria carretera de montaña y sacó su automática.

Después le ordenó que pasara al asiento trasero y se quitara la ropa. Ella se resistió tercamente y en un ataque de ira, el asesino agarró su ropa y la hizo pedazos. Después la violó. Satisfecho de su hazaña, condujo el Dodge al interior del desierto y se detuvo al final de un camino. Sacó su equipo fotográfico y extendió la sábana en la que había asesinado a Judy sobre la arena.

Acto seguido, obligó a la chica a sentarse en ella e hizo algunas tomas. Cuando se cansó de obtener fotografías, la colocó boca abajo, anudó una cuerda a su cuello y la estranguló. Esta vez ni siquiera se molestó en cavar una tumba; simplemente cubrió el cuerpo con un poco de maleza. Antes de marcharse cogió sus zapatos de recuerdo.

Entre el primer y el segundo asesinato transcurrieron casi siete meses. Tal como les ocurre a casi todos los maníacos sexuales, sus deseos se volvieron cada vez más impetuosos, y al ver un anuncio en el periódico en el que una modelo fotográfica se ofrecía para posar desnuda, no se lo pensó dos veces. Era una oportunidad demasiado buena para desaprovecharla. Llamó a la puerta de «Angela» la tarde del día 23 de julio de 1958.

Ella no parecía muy dispuesta a dejarle entrar, pero él sacó su pistola automática y consiguió meterse en la casa. Al igual que Judy Dull, «Angela» -Ruth Mercado- era una chica menudita como le gustaban a Harvey. La obligó a entrar en el dormitorio y a quitarse la ropa; después la maniató y la violó.

Acabado el acto, le dijo que se iban de gira. Subieron al coche, y se dirigieron hacia San Diego, más allá de Escondido. Al alba, se encontraban a unos 70 kilómetros del lugar donde había asesinado a Shirley Ann.

Esta vez Glatman decidió tomarse algo más de tiempo para disfrutar de su ingenioso plan. Era poco probable que les interrumpiesen en un lugar tan apartado. Pasaron el día completo en el desierto. Durmieron, comieron, bebieron e hicieron fotografías; después Harvey la violó otra vez. Ruth había llegado a la conclusión de que no tenía nada que perder cediendo a los caprichos de aquel loco, pero el maníaco había decidido que ella no debía sobrevivir a la aventura.

Veinticuatro horas después de haberla raptado, mientras la mujer se hallaba boca abajo en la mortal sábana blanca, Harvey la liquidó por el mismo método; estrangulándola. En esta ocasión, se guardó la ropa interior de recuerdo.

Así es como terminó la confesión de Glatman, que había durado más de dos horas. Los detectives visitaron el desierto de Anza aquella misma noche. Con la ayuda del asesino localizaron los huesos de Shirley Ann y Ruth Mercado.

Harvey se declaró culpable de las muertes de ambas modelos en noviembre de 1958 ante el Tribunal de San Diego. Su abogado le propuso que se declarara culpable y mentalmente incapaz, pero él se negó a pasar por loco. Dijo que prefería morir antes que pudrirse el resto de su vida en la cárcel. El 18 de septiembre de 1959, el juez del Tribunal Supremo, John A. Hewicker, envió a Harvey Glatman a la cámara de gas de San Quintín.

Las víctimas

  • Judy Ann Dull, modelo de 19 años. Mantuvo una relación conyugal con Robert Dull, un joven periodista de Los Angeles Times.
  • Shirley Ann Brigeford, 24 años, madre divorciada dos veces. Estaba convencida de que se quedaría “para vestir santos” y animada por una amiga contactó con un Club de Corazones Solitarios.
  • Ruth Mercado, 24 años, actriz de strip-tease y modelo nudista. Se anunciaba en los periódicos. Ruth vivía sola con un perro pastor escocés y algunos periquitos.

Maniatada

Harvey Glatman pertenecía a ese extraño grupo de enfermos mentales a los que les encanta las cuerdas. Parece ser que el motivo de este apego era el sentido de inferioridad que le atormentaba. Estaba convencido de que ninguna mujer normal le encontraba atractivo. Desde muy niño, Harvey soñaba con maniatar a las mujeres, y finalmente, la simple visión de una cuerda se transformó en algo seductor y excitante. Más tarde admitió que hasta después de atar y amordazar a la víctima permanecía impotente.

 


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