
Harv el Martillo
- Clasificación: Asesino en serie
- Características: Violador
- Número de víctimas: 5 +
- Fecha del crimen: 1949 / 1972 - 1974
- Fecha de detención: 24 de septiembre de 1974
- Fecha de nacimiento: 18 de mayo de 1927
- Perfil de la víctima: Laura Showalter, de 58 años / Leslie Laura Brock (19) / Kathy Sue Miller (15) / Eileen Hunley / Kathy Schultz
- Método del crimen: Golpes con un martillo
- Lugar: Varios lugares, Estados Unidos (Alaska), Estados Unidos (Minnesota), Estados Unidos (Washington)
- Estado: Fue condenado a un máximo de cuarenta años de prisión en Minnesota en 1975
Índice
- 1 Harvey Carignan
- 1.0.0.1 DESAPARECIDA – Sospecha en Seattle
- 1.0.0.2 Una pesadilla premonitoria
- 1.0.0.3 PRIMEROS PASOS – Movido por el odio
- 1.0.0.4 MENTE ASESINA – Matar al azar
- 1.0.0.5 Las víctimas de Carignan
- 1.0.0.6 Múltiples personalidades
- 1.0.0.7 AGRESIONES SEXUALES – “Harv el Martillo”
- 1.0.0.8 Cartas de amor
- 1.0.0.9 Deseos de vivir
- 1.0.0.10 Crímenes en California
- 1.0.0.11 Conclusiones
Harvey Carignan
Última actualización: 1 de abril de 2015
DESAPARECIDA – Sospecha en Seattle
Una muchacha de la localidad muere asesinada y Mary Miller prohibe a su hija que mantenga una entrevista de trabajo con un desconocido. Sin embargo, la tozuda Kathy se escurre para encontrarse con el misterioso anunciante…
El pequeño anuncio que aparecía en el Seattle Times el 1 de mayo de 1973 sería el primer eslabón de una cadena de horribles acontecimientos. Dicho anuncio ofrecía empleo en una gasolinera local. Kathy Miller, de quince años de edad, se fijó en él no porque estuviera buscando trabajo para ella, sino porque creyó que sería un empleo adecuado para su novio, Mark Walker.
Sin embargo, cuando a la mañana siguiente marcó el número indicado, Kathy se quedó sorprendida al oír decir a su interlocutor que estaba buscando chicas. Ella le dio su dirección y su número de teléfono y quedó de acuerdo para reunirse con él después de la escuela. Él la recogería con el coche a la puerta del Edificio Sears, de Seattle, y la llevaría a la gasolinera para rellenar el formulario.
La madre de Kathy estaba preocupada. No le gustaba que su hija hubiera dado el número de teléfono a un desconocido ni el modo en que habían concertado la entrevista. Le disgustaba especialmente el hecho de que la jovencita subiera al coche de alguien a quien no había visto nunca. Le rondaba el recuerdo de un artículo reciente sobre Laura Brock, una quinceañera que habían violado y asesinado cuando hacía autoestop. «Ya te lo digo, Kathy -le advirtió Mary a su hija-: no pienses en reunirte con él.» La adolescente, impaciente, así se lo prometió y salió hacia sus clases con un montón de libros debajo del brazo.
A las seis de la tarde la preocupación de Mary Miller se hizo más apremiante. Kathy se retrasaba demasiado. Sus temores aumentaron cuando observó que el anuncio el Times estaba recortado. Pidió un ejemplar a un vecino y llamó al número de teléfono que figuraba en él. Contestó una voz de hombre: «Kathy Miller… Sí; quedó en venir a la estación de servicio a las 2,45 de la tarde, pero no ha aparecido.» Mary se sintió seriamente inquieta.
A las ocho de la noche marcó el 911, número de emergencias, y una patrulla formada por dos hombres llegó a su casa. Les dio los detalles del anuncio y ellos le prometieron ocuparse de ello por la mañana.
A las diez llamó a Mark Walker. El joven sabía que Kathy había salido aquella tarde. «Iba a solicitar un trabajo -dijo-. Al parecer, un hombre la tenía que ir a buscar frente a Sears a las 2,30.» No; no sabía de quién se trataba. Todo lo que podía decir es que era el propietario de una gasolinera y que iba a recoger a su novia en un coche de color morado.
Enloquecida, Mary volvió a llamar al 911. Pero el resultado fue el mismo, ya que poco podían hacer hasta que no entraran a trabajar por la mañana los detectives de la Juvenil y se abrieran las oficinas de la Compañía Telefónica. Así pues, hasta las once de la mañana del día siguiente, 3 de mayo, no logró la primera pista del paradero de su hija. La policía le informó de que el número correspondía a una gasolinera propiedad de Harvey Carignan, situada en el número 7216 de la Aurora Avenue North.
Harvey no se había presentado aquella mañana. Pero cuando la policía lo localizó en su casa, se mostró encantado de colaborar. «Esta chica -esta Kathy Miller- tenía que haber ido ayer por la tarde, pero no apareció”. Aquella noche hacía 24 horas que Kathy faltaba de su hogar y, por lo tanto, era oficialmente una persona desaparecida. Pero la policía no podía hacer nada más. No había pruebas contundentes que relacionaran a Carignan con la desaparición de Kathy y que les permitieran registrar su casa o su lugar de trabajo. Sólo podían investigar el estado de sus cuentas, que era limpio, o sus antecedentes, que eran muy sucios.
Carignan contaba con una ristra de condenas en su haber. En 1949, a los veintidós años, había asesinado a una mujer tras intentar violarla y estuvo a punto de no escapar a la ejecución. Los diez años siguientes los pasó entre rejas, pero la experiencia no sirvió para reformarle. Poco tiempo después de la puesta en libertad, Carignan tuvo de nuevo problemas con la policía al enfrentarse con una acusación de robo con allanamiento y atraco. La última estancia en la cárcel había terminado en 1969, cuatro años antes.
Ante este torvo informe, la policía no perdió más tiempo y asignó la investigación a la Unidad de Homicidios. El 4 de mayo, los detectives Billy Baughman y Duane Homan se encargaron del caso. Conocían la calle y tenían experiencia; y cuando leyeron los antecedentes criminales de Carignan se temieron lo peor. Su inquietud aumentó aún más cuando hablaron con el oficial encargado de su libertad vigilada: “Cuando las cosas van bien -dijo- Harvey es una buena persona; pero cuando le salen mal, se vuelve una fiera. Si tienen que detenerle, será peligroso. No irá por las buenas.»
Mientras tanto, se sucedían los datos inquietantes. El martes 8 de mayo los libros de Kathy aparecieron en un solar de Everett, 40 kilómetros al norte de Seattle. Además, hubo testigos que declararon haber visto a una muchacha que coincidía con la descripción de la desaparecida en la entrada del garaje de Carignan a las cuatro de la tarde del día de su desaparición. El propietario de una gasolinera de Texaco afirmó haber visto a Harvey al día siguiente en un estado lamentable. «Parecía no haber dormido en toda la noche. Tenía unos enormes círculos negros alrededor de los ojos y el rostro desencajado.»
Candy Erling, una joven empleada del mismo garaje, describió a los policías la técnica de Carignan para contratar nuevos trabajadores. Cuando ella fue a solicitar empleo a la gasolinera, Harvey alabó su traje sin espalda, le preguntó si era virgen y si tenía novio formal. Luego le prometió darle un coche si estaba dispuesta a acostarse con él.
Pero la policía sospechaba que tras ese aspecto de torpe mariposón se ocultaba algo considerablemente siniestro. Baughman y Homan tenían el recuerdo de Laura Brock, asesinada el 15 de octubre de 1972, quien fue vista por última vez en compañía de un hombre de mediana edad dentro de una furgoneta con la cubierta metalizada (descripción de uno de los muchos vehículos de la flota personal de Harvey).
Entonces se descubrió que a Carignan le habían puesto una de sus numerosas multas de tráfico en Mount Vernon, Washington, el mismo día y en la misma carretera donde ocurrió el crimen. Y comenzaron a pensar que podría estar complicado en más de un delito.
Por fin, el sábado 3 de junio por la mañana, dos muchachos de dieciséis años que circulaban con sus ciclomotores por la Reserva Tulalip, al norte de Everett, descubrieron el cadáver de Kathy Miller. El cuerpo apareció desnudo y envuelto en una bolsa de plástico. Estaba tan descompuesto que al principio fue imposible hasta determinar el sexo. En el momento de la autopsia se comprobó que la dentadura coincidía con los informes dentales de Kathy. Era patente que los daños en el cráneo los habían producido con un objeto contundente.
A pesar del hallazgo, no parecía que fuera inminente un arresto por parte de la policía. El amplio espacio de la reserva no suministró pistas y el registro del coche morado de Carignan resultó infructuoso. En una de las ventanillas aparecía la huella de una mano, pero el cuerpo de Kathy estaba tan descompuesto que no había posibilidad de obtener la huella de la suya.
Pasaba el tiempo. La publicidad que rodeaba el caso perjudicó al negocio de Harvey, quien comunicó a los detectives su traslado a Denver, en Colorado, en busca de trabajo. Al parecer, iba a escapar de sus garras.
Una pesadilla premonitoria
Cuando Kathy Miller tenía cuatro meses, su madre tuvo una pesadilla que la obsesionaría durante los años siguientes. Mary Miller la contaba así: «Soñé que tenía una hija con el cabello largo y oscuro. En mi sueño tenía catorce años y alguien la golpeaba. Tenía la cara cubierta de sangre. No sabía si estaba muerta, pero sí horriblemente herida. Había muchísima sangre y yo trataba de socorrerla como podía … »
Durante toda la infancia de Kathy, Mary la vigilaba estrechamente, preocupándose por su seguridad con un afán mayor de lo normal. Pero cuando su hija conservó el cabello rubio de su infancia, Mary comenzó a tranquilizarse; y al superar los catorce años la señora Miller creyó que el peligro había desaparecido. Y, sin embargo, antes de un año su pesadilla se había hecho realidad.
PRIMEROS PASOS – Movido por el odio
Hijo ilegítimo y no deseado por su madre, Harvey creció como un niño solitario y trastornado. Cuando se le contrariaba, su resentimiento se transformaba en furia.
Harvey Carignan nació en Fargo, Minnesota, el 18 de mayo de 1927. Era hijo ilegítimo y, al no tener padre, vivió dominado por su madre, Mary. Esta se casó cuando Harvey tenía cuatro años, pero el nuevo hogar de Backoo, en Dakota, no dejó en él dulces recuerdos de la infancia o de la vida familiar.
Harvey mostró muy pronto signos de desequilibrio. Tenía el problema periódico de mojar la cama y durante su infancia pasó mucho tiempo con distintas mujeres de la familia. Estas, a su vez, tardaban muy poco tiempo en devolvérselo a su madre. Este prematuro rechazo por parte de sus allegados alimentó en gran manera su resentimiento contra las mujeres.
Enseguida Mary Carignan se vio impotente para manejar a su hijo. Este había comenzado a realizar pequeños hurtos y sufría una versión infantil del baile de San Vito. Así que a los once años lo enviaron a un reformatorio para delincuentes juveniles en Mandan, Dakota del Norte.
El centro era una pesadilla y los chicos mayores pegaban a Harvey continuamente, hasta que por fin lo pusieron en distinta habitación. Cuando en 1946 salió de allí para alistarse en el ejército, Carignan había alcanzado un peligroso nivel de furia reprimida.
Su temperamento violento no tardó mucho en estallar. En 1949, cuando estaba destinado con la tropa en Anchorage, Alaska, mató a golpes a una mujer de cincuenta y ocho años, Laura Showalter, después de intentar violarla. Seis semanas más tarde atacó a otra mujer, Dorcas Callen, que logró escapar y pudo identificar al asaltante. Harvey Carignan confesó ambos crímenes y fue condenado a la horca. Sin embargo, el Tribunal de Apelación detectó un defecto de forma en la acusación de asesinato y Harvey Carignan fue condenado a quince años de cárcel por el asalto a Dorcas Callen.
Quedó en libertad, pero pronto volvió a robar y permaneció entre rejas diez años más antes de que transcurrieran tres sin que se metiera en problemas. Se casó en dos ocasiones y logró un respetable nivel de vida con la gasolinera.
Pero la cárcel no le había reformado. Su violencia destrozó sus dos matrimonios y el que volviera a matar sólo era cuestión de tiempo.
MENTE ASESINA – Matar al azar
Cuando una persona crece odiando a la sociedad, ese sentimiento es indiscriminado y puede matar a cualquiera.
Nada puede describir mejor la perversa mentalidad de un asesino en serie que los brutales crímenes de Knowles y Carignan. Para ambos el crimen era un acto impersonal en el que no existía animosidad hacia la víctima. Formaba parte, en cambio, de su guerra en contra de una sociedad que los había rechazado.
El propósito de Knowles al matar era el de hacerse un nombre y destacar de la masa. Por este motivo vivía peligrosamente. Grabó cintas detallando sus crímenes a sabiendas de que podían emplearse como pruebas en su contra.
Harvey Carignan sufría el mismo desesperado afán de atención. «Puesto que no tenía amigos -dijo en una ocasión-, lograría una reputación que los demás no podrían ignorar, aunque no la admirasen. Si no querían o no podían amarme, era seguro que me odiarían. Tenía que ocupar el primer lugar en sus pensamientos.»
Como en el caso de Knowles, el resentimiento de Carignan era fruto del rechazo. En su caso el factor crucial fue la actitud de abandono de su madre, que provocó en él un intenso rencor hacia las mujeres.
Por otra parte, tenía también un impulso sexual feroz: siempre necesitaba mujeres. En una ocasión, alardeó delante de una de sus empleadas de sus supuestos éxitos: «Me dijo que les llenaba el tanque de gasolina y luego las llevaba a la habitación de atrás y se acostaba con ellas.»
Prefería a las ágiles quinceañeras, pero mientras perseguía jovencitas, Carignan buscaba desesperadamente una figura maternal.
En sus intentos por lograr una relación estable demostraba la misma combinación de encanto y astucia que Paul John Knowles, consiguiendo ocultar el más turbio aspecto de su personalidad.
Carignan era consciente de sus tendencias asesinas. Después de ser encarcelado concedió una entrevista a la televisión; le preguntaron si creía que lo iban a condenar a cadena perpetua y respondió: «No sería lo mejor para mí… pero sí para otras personas.»
Las víctimas de Carignan
- 31-7-49. Laura Showalter, apaleada hasta morir en Anchorage, Alaska.
- 15-10-72. Laura Brock, violada y asesinada cerca de Mount Vernon, Estado de Washington.
- 2-5-73. Kathy Sue Miller desaparece en Seattle. Su cuerpo fue hallado al cabo de un mes cerca de Everett, Estado de Washington.
- 4-8-74. Eileen Hunley desaparece en Mineápolis. Su cuerpo se encontró un mes después en Sherbourne, condado de Minnesota.
- 20-9-74. Kathy Schultz desaparece en Minneápolis. Su cuerpo fue descubierto al día siguiente en el condado de lsanti, Minnesota.
- Carignan es sospechoso también de la muerte de once mujeres en los alrededores de San Francisco entre 1972-1973.
Múltiples personalidades
Según sus propias palabras, Carignan oía voces desde su juventud. Hasta la edad de doce años, cuando entró en el correccional, tenía un amigo imaginario que, al parecer, le incitaba a la desobediencia. «Era un tipo que siempre me creaba problemas. En una ocasión había pintores en casa; me desafió a manchar la pintura; yo acepté la apuesta, lo hice y me metí en líos.» Cuando se hizo mayor, afirmó que las voces procedían de Dios. Es probable que Carignan sufriera un trastorno de doble personalidad y que en el momento de las agresiones su cuerpo obedeciera las órdenes de su «parte» más violenta.
En 1990 se produjo un caso de agresión sexual en Wisconsin, pero con distintas características. En este caso era la víctima la que sufría el trastorno de múltiple personalidad. El hombre acusado de atacarla declaró que una de las más promiscuas personalidades de la mujer le había ofrecido mantener relaciones sexuales. La víctima, Sarah, de veintisiete años, aseguró tener cuarenta y ocho personalidades diferentes. Mark Peterson, el acusado, de veintiocho, dijo haber estado con la personalidad llamada Jennifer, «una chica de veinte años aficionada a bailar y a divertirse». Tres de las personalidades de la víctima testificaron en el juicio. Peterson fue declarado culpable de violación.
AGRESIONES SEXUALES – “Harv el Martillo”
En los años 1973-74 la policía de Minnesota se enfrentaba con una serie de depravados ataques a mujeres y niñas: dos de ellas fueron asesinadas y la tercera quedó como una sombra de lo que había sido.
Si Carignan tenía intención de dirigirse a Denver, nunca lo hizo. En vez de ello, se fue a Minnesota en la llamativa camioneta de cubierta metalizada y luego se trasladó a casa de uno de sus hermanos, en Minneápolis.
No tardó en reanudar sus violentas actividades. El 28 de junio Marlys Townsend estaba parada en una esquina cuando súbitamente cayó inconsciente a causa de un golpe en la nuca. Al recobrar el conocimiento se encontró en una camioneta en compañía de un hombre calvo y fornido que le pidió que le tocara los genitales. Ella luchó por alcanzar la puerta, pero el asaltante la agarró por el pelo. Por suerte, Marlys llevaba puesta una peluca y pudo escapar dejando a Carignan maldiciendo y aferrado al pelo postizo.
El ataque a Marlys supuso el comienzo de una larga búsqueda por parte de la policía de Minnesota. El siguiente ataque se produjo en la persona de Jerri Billings, una niña de trece años que se había fugado de su casa. El 9 de septiembre de 1973 la jovencita hacía autoestop en el noroeste de Minneápolis, cuando advirtió que Harvey Paul, como decía llamarse- no seguía el rumbo de la dirección que ella le había indicado, sino que se encaminaba a la zona desierta de Hennepin County.
Allí, Carignan la golpeó con un martillo en la cabeza, arrastrándola después hacia un maizal donde la forzó al acto sexual. Jerri estaba convencida de que el hombre iba a matarla. Pero, ante su asombro, la dejó vestirse y la condujo de vuelta a Crystal, una ciudad pequeña al noroeste de Minneápolis. «Vete -le dijo-, y no se lo cuentes nunca a nadie.»
Afortunadamente para Carignan, Jerri tomó en cuenta la amenaza y no denunció el ataque hasta el 29 de octubre. Entonces estaba en un reformatorio y, al ver en la capilla a un hombre que se parecía a su asaltante, decidió hablar. El pobre hombre, Karl Olafson, mostraba una curiosa semejanza con Carignan y la policía tardó un año entero en disipar las sospechas que recayeron sobre él.
Mientras tanto, los asaltos del asesino remitieron. En febrero de 1974 regresó a Seattle para intentar reconciliarse con su segunda esposa, Alice. Al no lograrlo, entabló una relación con Eileen Hunley, otra joven que recogió cuando hacía autoestop. Esta era miembro del «The Way», una secta fundamentalista a la que Harvey se unió inmediatamente. Al principio, Eileen sintió lástima por él. Lo creía un chico decente, piadoso y trabajador que luchaba por superar la dureza con que la vida lo había tratado. Pero en el verano ya estaba completamente desilusionada. Su compañero bebía en exceso y su violento temperamento le llevaba a encolerizarse con creciente frecuencia.
Eileen fue vista con vida el sábado 4 de agosto de 1974 en su vivienda de Minneápolis. Al día siguiente no fue a la iglesia y el lunes no apareció en la guardería donde trabajaba. Carignan se presentó al final de la semana diciendo que estaba enferma y que le había enviado a recoger el cheque de su paga. Pero los jefes de la chica sospecharon algo, se negaron a entregárselo y comunicaron a la policía su preocupación por la seguridad de la joven.
La desaparición de Eileen fue el primero de la serie de actos de violencia que se produjeron en Minnesota. El sábado 8 de septiembre, June Lynch y Lisa King, dos estudiantes de dieciséis años, fueron atacadas a martillados después de subirse en un Chevrolet verde conducido por un desconocido.
Seis días después, Carignan salía en el mismo coche del aparcamiento Sears, en Minneápolis, cuando una estudiante de enfermería, bajita y morena, estaba hurgando el motor de su coche intentando ponerlo en marcha. Él se ofreció a ayudarla, pero le dijo que tendría que ir a su casa a buscar las herramientas. Gwen estaba aún dudando qué hacer cuando de repente se encontró metida de un empujón dentro del vehículo.
La angustiosa experiencia de las horas siguientes fue como una repetición de la prueba sufrida por Jerri Billings. Carignan condujo hasta una apartada carretera de grava, donde la forzó y la sometió a vejaciones con el mango del martillo. En esta ocasión Harvey se comportó aún con más violencia: le dio un puñetazo en el estómago e intentó estrangularla antes de golpearle en la cabeza con el martillo en un intento por liquidarla.
Pero el asesino se equivocó. Gwen Burton recobró el conocimiento bañada en su propia sangre en una zanja de casi dos metros de profundidad. Salió de ella a rastras y atravesó reptando tres sembrados hasta llegar a la autopista, en un recorrido que duró tres horas y media. Y esperó aún más tiempo hasta que un tractor se detuvo para recogerla.
Sin embargo, la policía de Minneápolis había descubierto un rasgo común en aquella serie de delitos. Cuando el detective Archie Sonenstahl interrogó a Gwen, le sorprendió la semejanza con las vejaciones sufridas por Jerri Billings. También parecía comparable con el trato recibido por Marlys Townsend. Y el 18 de septiembre apareció una nueva posible víctima: en un bosque de Sherbourne County fue encontrado el cuerpo de una joven con el cráneo machacado -seguramente con un martillo-. Sonenstahl supo más tarde que era el cadáver de Eileen Hunley.
Por otra parte, las agresiones no cesaban. El 19 de septiembre dos quinceañeras, Sally Versoi y Diana Flynn, escaparon milagrosamente tras subir al Chevrolet verde. Dos días después unos cazadores de faisanes hallaron el cuerpo de Kathy Schultz, de dieciocho años, en Isanti County, una zona situada a unos sesenta kilómetros al norte de Minneápolis. Carignan había elegido astutamente a sus víctimas en un condado distinto con objeto de entorpecer las investigaciones. Sin embargo, su última atrocidad indujo a la policía a coordinar sus esfuerzos. Archie Sonenstahl se encargó de estudiar todas las pistas conseguidas.
El atracador, de acuerdo con las descripciones, era alto, medio calvo, con pelo castaño y canoso y un hoyuelo en la barbilla; usaba ropa de trabajo con los pantalones embutidos dentro de las botas. Fumaba, empleaba un lenguaje obsceno y era increíblemente fuerte. Además, conducía o bien una furgoneta con el techo metalizado o bien un Chevrolet verde con la tapicería negra. Este último dato proporcionó a Sonenstahl su primera pista sólida. La policía de Isanti había tomado un molde de las huellas de los nuevos neumáticos Atlas marcadas en el suelo junto al cuerpo de Kathy Schultz y, si coincidían con las de la furgoneta de techo metalizado o el Chevrolet verde, tendrían por fin alguna prueba concreta.
Casi inmediatamente encontraron a su hombre. El 24 de septiembre dos policías de patrulla de Minneápolis atraparon a Carignan cuando subía al Chevrolet verde. Consciente de que en el interior del vehículo descubrirían numerosas huellas, admitió tranquilamente haber subido en su coche a las chicas en cuestión. Pero esta jugada le perjudicó. Una tras otra, Lisa King, Sally Versoi, Diana Flynn y June Lynch lo identificaron como su agresor. Prepararon una serie de fotografías del asaltante y se las presentaron a Gwen Burton, que aún permanecía en el hospital. También ella lo reconoció al momento.
La policía amplió la investigación llegando hasta el actual propietario de la antigua furgoneta de Harvey, ahora pintada de nuevo. Aún había en ella restos de cabellos humanos y un mapa marcado con unos enigmáticos círculos rojos. Aunque no identificaron el pelo, uno de los círculos correspondía al lugar del rapto de Laura Brock, mientras que otro indicaba el punto de la reserva de Tulalip donde apareció el cuerpo de Kathy Miller. Parecía como si el asesino hubiera tratado de conservar una relación secreta de sus siniestras hazañas.
El juicio de Carignan por agresiones a Gwen Burton se inició en la sala del condado de Carver, en Chaska, el 19 de febrero de 1975. Desde la apertura los abogados prescindieron de negar los hechos, pero basaron su defensa en la afirmación de que Harvey estaba «sexualmente traumatizado» desde la infancia y que no era responsable de sus actos.
Carignan interpretó bien su papel en esta elaborada patraña. En el estrado contestaba a las preguntas con tono claro y cortés y declaró que Dios hablaba con él desde que cumplió los cuatro años. Hasta describió la apariencia de Dios: «Lleva una capucha y no le puedes ver la cara; en los pies calza una especie de sandalias con correas.» Harvey detalló también que Dios le había ordenado matar a tres mujeres y asesinar y humillar -eufemismo con el que se refería a las agresiones sexuales- a otras cuatro.
El juicio, pues, se desarrolló alrededor de un prolongado debate psiquiátrico. El doctor Hector Zeller, testigo de la defensa, alegó que Carignan odiaba a su madre por haberle rechazado. Sin embargo, «no quería matarla porque Dios no lo aprobaría. Así pues, transfirió su odio a otras mujeres. Cree ser un embajador de Dios encargado de la misión de matar a determinadas mujeres jóvenes».
El psiquiatra de la acusación, el doctor Dennis Philander, afirmaba por el contrario que Carignan podía muy bien ser un esquizofrénico paranoide; pero apuntaba que su comportamiento parecía demasiado estudiado como para haber obrado incontroladamente al cometer los crímenes. Su opción por obedecer «la ley de Dios» en lugar de la de los hombres era deliberada.
Los miembros del jurado podían haber basado su opinión en factores menos cerebrales. En su recuerdo estaba grabada la imagen de Gwen Burton caminando con dificultad hacia el estrado de los testigos. Con voz débil, describió los sucesos del 14 de septiembre y las consecuencias que habían tenido en ella. Dijo que había sido una deportista entusiasta, que nadaba, esquiaba y jugaba al balonmano. «Pero ahora ya no puedo hacer nada de eso.» Declaró que aún tenía débil el lado derecho, que empezaba a recuperar el equilibrio y que, cuando estaba cansada, se expresaba con dificultad.
El día 3 de marzo el jurado tardó tres horas en dictar el veredicto de culpabilidad. El alegato de enfermedad mental fue desestimado y en el siguiente juicio de Harvey no se volvió a mencionar a Dios. «No creo que debamos intentarlo otra vez; no ha dado resultado», le dijo a su abogado Joseph Friedberg. El segundo juicio fue por agresiones a Jerri Bilfings. Aquí el acusado se mostró natural y negó con toda sencillez haber estado con ella. El resultado fue el mismo, y el 5 de mayo Harvey recibió dos sentencias a treinta años de cárcel por sus agresiones contra Burton y Billings.
Al año siguiente, y tras el juicio por los asesinatos de Kathy Schultz y Eileen Hunley, Carignan acrecentó aún más su cuenta. Gracias a un trato, la sentencia de homicidio en segundo grado se redujo a cuarenta años. En el caso de Hunley, se negó a declararse culpable y fue condenado a cadena perpetua como autor de homicidio en primer grado.
Aunque parecían desoladoras, todas estas sentencias se aplicarían al mismo tiempo y él podría acogerse a la libertad condicional al cabo de diecisiete años. Cuando Harvey Carignan entró en los desapacibles límites de la prisión Stillwater, de Minnesota, comenzó a contar los días. Serán seis mil cuando, el 8 de mayo de 1993, consiga la libertad condicional.
Cartas de amor
Cuando se trasladó a Minneápolis, Hazvey Carignan desplegó todo su encanto y bombardeó a su lejana esposa, Alice, con cartas en las que le juraba amor eterno. Mientras la culpaba de su separación, continuaba asegurándole que estaba deseando perdonar y olvidar.
Ambos eran -le hacía saber Carignan- «unos pobres amantes atormenta dos, como Abelardo y Eloísa, Antonio y Cleopatra, Romero y julieta». Se extendía describiéndose como un hombre amante de la paz. En una carta le comentaba que sus sobrinos se habían reído viendo cómo un pájaro mataba a una serpiente en un programa de televisión. Se sintió horrorizado, decía, de ver que alguien «podía divertirse tanto con el espectáculo de la muerte».
Se describía además como una continua víctima de la vida. Le enumeraba su sueldo, el gasto del mobiliario y el modo en que administraba los 7,60 dólares que ganaba a la hora. Parecía que todo el mundo le perseguía. Le contaba que le había atacado una banda de cuatro jóvenes, que le pegaron tan violentamente con un martillo de orejas que temía perder la vista del ojo derecho.
Si en realidad dicho ataque tuvo lugar, Carignan nunca lo denunció a la policía de Minneápolis. En todo caso, es poco probable que tuviera ninguna repercusión, ya que la policía estaba demasiado ocupada investigando los crímenes que él mismo había cometido.
Deseos de vivir
En el juicio de Carignan, Gwen Burton describió el intento de salvarse tras el espantoso ataque que la dejó casi muerta. «Al principio, me tumbé para dormir. Entonces me acordé de que mi hermana me había telefoneado aquella mañana para decirme que estaba embarazada. Como quería conocer al niño, decidí que lo mejor que podía hacer era pedir ayuda.» Cada dos o tres pasos tenía que detenerse para descansar, de modo que tardó tres horas en llegar a la carretera; durante ese tiempo «sólo pensaba en tener la oportunidad de conocer al niño de mi hermana».
Crímenes en California
A Harvey Carignan se le suponía implicado en una serie de crímenes cometidos en California entre febrero de 1972 y julio de 1973. A raíz de ellos se produjeron once víctimas: cuatro asesinadas en San Francisco y las otras en condados próximos. Carignan fue multado por exceso de velocidad en el condado de Solno, que se encuentra en esa zona, un 20 de junio de 1973, cuando daba un largo rodeo desde Seattle a Minneápolis. Todos los cuerpos aparecieron desnudos; siete mostraban huellas de violación; y otro había recibido un golpe en la nuca. Solamente una de las víctimas -que había sido envenenada- se apartaba del patrón de los crímenes cometidos por Carignan. No se consiguieron pruebas definitivas y los asesinatos quedaron impunes.
Conclusiones
La apelación de Carignan fue desestimada el 11 de agosto de 1978. El 16 de febrero de 1983 lo trasladaron a la prisión de alta seguridad de Oak Park Heights, en Minnesota, donde se le conoce como «Harv el Martillo».
En 1983 Larry Wood, de la Cable News Network, entrevistó a Carignan en la televisión. Él describió frente a las cámaras su tierna infancia que, según afirmó, le habla formado el carácter. Habló también del asesinato de Eileen Hunley; declaró que la mató después de salvarla de una violación. Siguió negando tenazmente su participación en las muertes de Jerry Billings y Kathy Miller.
En 1983 Ann Rule, una célebre escritora de novelas de crímenes, hizo la crónica de los asesinatos de Carignan en una obra excelente titulada El asesino pide ayuda.
Los detectives Homan, Baughman y Sonensthal sufrieron todos ellos las consecuencias de la tensión del caso Harvey Carígnan. Homan padeció una enfermedad de la columna; Bauqhman, una úlcera, y Sonensthal tuvo un ataque al corazón. Baughman y Homan dejaron la policía en 1980.