Gumaro de Dios Arias

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Gumaro de Dios Arias

El Caníbal de Playa del Carmen

  • Clasificación: Homicida
  • Características: Canibalismo
  • Número de víctimas: 1 +
  • Fecha del crimen: 12 de diciembre de 2004
  • Fecha de detención: 14 de diciembre de 2004
  • Fecha de nacimiento: 7 de abril de 1978
  • Perfil de la víctima: Raúl González
  • Método del crimen: Estrangulación con cable eléctrico
  • Lugar: Playa del Carmen, México
  • Estado: Condenado de 6 a 18 años de prisión. Muere de SIDA en la cárcel el 11 de septiembre de 2012
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Muere de SIDA Gumaro de Dios Arias «El Caníbal» de Playa del Carmen

Policiacasqroo.blogspot.com

El llamado «Canibal» de Playa del Carmen, en Quintana Roo, en Quintana Roo, murió ayer por la madrugada en una de las celdas de aislamiento en donde permanecía; el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) lo llevó a pasar a mejor vida.

Gumaro de Dios Arias, oriundo de la ranchería Azucena, perteneciente al municipio de Cárdenas, es el hombre que en el año 2004, un 14 de diciembre, asesinó a su compañero; lo descuartizó y «guisó» parte de sus miembros; «cocinó» las vísceras para tomarse un «caldo» y luego, asó parte de las costillas, el corazón, los riñones y el músculo de una pierna que comió. Ayer, la familia aguardaba trasladar los restos a su tierra natal para darle «cristiana sepultura».

La historia de este hombre da cuenta de una vida de abusos, lo que le llevó a una aparente venganza que le gustó; la muerte que dio a su amigo, del que luego confesaría era su pareja, fue cosa de un momento de arrebato; estaba drogado.

Los antecedentes de Gumaro, del que en definitiva no tenía nada «de Dios», señala que a los seis años fue atacado sexualmente por un primo; a su corta edad, allá en su tierra se descubrió su adicción a las drogas; a sus 14 años, su padre, se vio obligado a enviarlo al Ejército de donde se evadió, luego de que presuntamente acuchillara a su Subteniente, que lo traía de «encargo».

A su captura por haber descuartizado a su amigo, a quien llamó «El Pelón y/o El Guacho» de nombre Raúl González, confesó en una serie de entrevistas periodísticas que allá en su tierra, violó a un sobrino; que atacó sexualmente a una monja; que era el primogénito de once hermanos y que sus padres eran Candelario de Dios y Ana Arias.

Gumaro confesó también haber ido a parar a la cárcel pero por un simple robo de unas camisas y una grabadora; supuso era lo del niño y la monja, pero no; la había «librado» y compurgo una pena de un año, seis meses y nueve días; ningún familiar le visitó.

Partió pues a Chetumal, Quintana Roo; que mató a machetazos a un tipo en el 2004 allá en Mahahual. Ese año se enloquecería de tanta droga y alcohol.

Con oportunidad, Gumaro confesó el crimen de su amigo; de su pareja. Gumaro era homosexual pero también le gustaban las mujeres. Conoció a «El Guacho», un exmilitar adscrito al 31 Batallón de Infantería del que era desertor; tenía 19 años; era también drogadicto y acabaron siendo pareja; lo conoció en el Petén.

Se fueron a vivir a una palapa ubicada sobre la carretera Chetumal-Playa del Carmen, en unas instalaciones abandonadas propiedad de una inmobiliaria denominada «Residencial La Gloria».

Gumaro dice que el día que devoró en partes a su íntimo fue el 14 de diciembre; que estaban drogados cuando él recordó que «El Pelón» le debía 500 pesos; se los cobró y no le pagó, por eso lo atacó.

Tomó un grueso cable y golpeó sin piedad a su amigo, ya luego, lo remató golpeándole la cabeza con un block; lo colgó y ya luego con un cuchillo lo comenzó a destazar; le extrajo las vísceras y órganos internos y los cocinó.

Siguió destazándolo y en una parrilla asó el corazón, costillas y riñón. Del muslo izquierdo hizo filetes y los hizo en «barbacoa de borrego», según dijo.

Con la grasa, frió tortillas; que cercenó una pierna y la puso a cocer con verduras; que hizo tiras de carne cruda y se comió los testículos.

Dormía cuando fue detenido por la policía; Gumaro, dijo que solo quería saber a que sabía la carne humana, y confió en su momento, que sabía a pollo. Ayer murió de sida.


Gumaro de Dios Arias – «El Caníbal de Playa del Carmen»

Escritoconsangre1.blogspot.com

Gumaro de Dios Arias nació el 7 de abril de 1978 en La Azucena, Tabasco (México), hijo de Candelario de Dios y Ana Arias. Según declaró años después, hubiese preferido llamarse Bagdel, un nombre que escuchó entre alucinaciones, pero su abuelo materno fue quien lo bautizó. Tuvo diez hermanos.

A los seis años de edad fue violado por un primo suyo. Un extraño mecanismo de autodefensa lo hizo convencerse de que era una niña; jugaba con muñecas y se sentía atraído por otros niños, pero a veces también jugaba a ser pistolero. «Soy un chico malo, soy una mala mujer», decía a veces.

Cuando era adolescente, fue atropellado por un tráiler. Después de eso, su sexualidad se desbocó: mantenía relaciones sexuales con una yegua, fantaseando con que se trataba de una joven estadounidense con la cual iba a procrear hijos.

Gumaro de Dios padecía esquizofrenia, un leve retraso mental y además era muy holgazán; no quería ser campesino. Por eso a los catorce años su padre lo obligó a ingresar al Ejército Mexicano. Intentaba evitar que siguiera embriagándose o consumiendo drogas; Gumaro de Dios fumaba marihuana todos los días. También era conocida su bisexualidad en la ranchería Azucena en Cárdenas, Tabasco. La gente del pueblo afirmaba que era «el mismísimo diablo».

Mientras estaba enrolado, Gumaro de Dios se peleó con un subteniente y lo enviaron a un apando, arrestado. «Cuando salí, quise vengarme y entonces me lo topé», contaría tiempo después: tomó un cuchillo y lo apuñaló en el tórax y en las piernas. «Quién sabe si se murió, yo salí huyendo del ejército».

Para cuando regresó a la ranchería Azucena, Gumaro de Dios consumía cocaína, marihuana, heroína y cristal, además de inhalar solventes. En un arranque de frenesí, violó a su sobrino, de apenas un año de edad. El bebé estuvo muy grave, pero la familia no supo que había sido él.

En 2000 fue detenido y llevado al penal de Cárdenas. Gumaro creyó que había sido arrestado por la violación, pero luego supo que era por el robo de una grabadora y cinco camisas de lino. Estuvo en la cárcel año y medio. Cuando salió, rompió con su familia, quien nunca lo visitó en la cárcel, y se marchó a Chetumal, en el estado mexicano de Quintana Roo.

En 2004, Gumaro de Dios asesinó a un hombre en Mahajual, una zona maya cercana al mar. Sobre el crimen, declaró: «El tipo me jugó bronca. Traía un machete y me retaba. Lo dejé que se cansara de gritar. Luego, cuando se apendejó, le quité el machete y madres, que lo empiezo a cortar como pescadito. Vi cómo se desangró. Ahí lo dejé y me largué. Ese día en la noche se me apareció su espíritu. Yo le dije a mi Dios Jehová que me ayudara a ya no oír. Pero todavía lo escucho».

Después de esto Gumaro se trasladó a El Petén, un pueblo entre México y Belice, donde vivió algún tiempo en una obra en construcción. En ese lugar conoció a un viejo brujo maya, al que Gumaro se refirió siempre como «El Sabio». Al brujo le hizo la promesa de asesinar a tres personas.

También en El Petén conoció a un joven ex militar, Raúl González alias «El Compinche», «El Pelón» o «El Guacho», de diecinueve años. Raúl González pertenecía al 31º Batallón de Infantería. Era un desertor: abandonó el ejército por robarse un arma. En el brazo izquierdo tenía el nombre de una mujer tatuado.

Él y Gumaro de Dios se hicieron amigos, bebían y se drogaban juntos y terminaron convirtiéndose en amantes. González y Gumaro de Dios se mudaron juntos a una palapa ubicada a cien metros del kilómetro 216 de la carretera Chetumal-Playa del Carmen, una de las mayores zonas turísticas de México.

La palapa fue parte de una empresa inmobiliaria que comercializaba lotes para crear el fraccionamiento Residencial La Gloria, pero fue abandonada cuando los promotores enfrentaron problemas legales; luego quedó oculta por la maleza. Gumaro de Dios y Raúl González iban a la ciudad costera a robar en casas o a prostituirse con los turistas estadounidenses y europeos que habitualmente llenan Playa del Carmen.

El 12 de diciembre de 2004, día de la Virgen de Guadalupe en México, Gumaro de Dios y Raúl González se dedicaron a drogarse. También se compraron varias botellas de alcohol. En un momento, Gumaro de Dios recordó que González le debía $500.00 pesos, así que se los pidió para ir a comprar más alcohol.

Como éste no tenía dinero, Gumaro de Dios se enfureció: tomó un cable eléctrico y empezó a azotar a su amante. Este intentó defenderse, pero Gumaro lo golpeó con un block de concreto en la cabeza una y otra vez, hasta dejársela aplastada; como seguía moviéndose, lo estranguló con el cable.

Una vez que estuvo muerto, Gumaro de Dios decidió disponer del cadáver: tomó un cuchillo y comenzó a cortarlo en pedazos. Le arrancó el tatuaje con el nombre femenino. Colgó el cadáver boca abajo hasta desangrarlo, para luego extraer las vísceras y órganos internos. Y entonces decidió comérselo. Se fue al mercado a comprar algunos ingredientes y regresó para cocinarlo.

Después de destazarlo, en una parrilla asó el corazón, algunas costillas y un riñón. También se hizo un caldo con las vísceras y cortó en filetes el muslo izquierdo, que cocinó con una salsa de chiles verdes, cebolla y tomate que «sabía a barbacoa de borrego», según declararía tiempo después. Frió unas tortillas con la grasa. Le cercenó una pierna al cadáver y la puso a cocer con chile habanero, limón y cebolla. También probó tiras de carne cruda y devoró los testículos, así como cuatro costillas.

Todo el fin de semana se alimentó con la carne humana. Las moscas empezaron a acudir enseguida y, como le dio asco verlas, ya no se comió las costillas restantes. Pero un joven al que conocían como «La Parca» se acercó a la palapa. Gumaro de Dios lo saludó y le invitó un pedazo de carne; el chico aceptó, hasta que se percató que se trataba de un trozo de carne humana y que el resto estaba tirado por todas partes. Salió huyendo de allí.

Los vecinos de la zona se acercaron a corroborar la historia y lo vieron desde lejos, mientras manipulaba los miembros humanos a la luz del día. Un taxista dio aviso a la Policía Municipal y a la Policía Judicial. El 14 de diciembre la policía lo encontró dormido junto a los restos del cadáver, recostado en una hamaca, abrazando el torso putrefacto, sin cabeza ni extremidades, de su antiguo compañero. También hallaron parte de los ingredientes utilizados para cocinar la carne, una hielera con cervezas, restos de inhalantes y un cepillo de dientes lleno de sangre y trozos de carne cruda.

Tras ser detenido por el asesinato de su compañero, confesó otro asesinato, así como la violación de un niño y una monja. La policía no sabía nada de esto. Lo que sí se sabía era que había estado en la cárcel por robo. Parecía un animal; tenía el cabello largo, la barba hirsuta y andaba semidesnudo. Sobre el asesinato, que acaparó los encabezados de periódicos y noticieros de todo el país, declaró riéndose: «Se me ocurrió sacarle todo lo de adentro: el corazón, el bofe, las costillas. Estaba bien rico, sabía a borrego, por eso me comí el riñón. Sólo dejé los pellejos porque estaban correosos».

Gumaro de Dios declararía que el asesinato lo perpetró bajo el efecto de enervantes, aunque reconoció que siempre tuvo curiosidad por probar la carne humana. Tras su detención, Gumaro de Dios aceptó los cargos de homicidio premeditado y no mostró arrepentimiento alguno por su conducta: «No me arrepiento de nada. Ya lo hice».

Fue trasladado al Penal de Playa del Carmen, donde los demás presos se negaron a compartir una celda con él. Durante su estancia en la cárcel municipal de Playa del Carmen, Gumaro de Dios comenzó a causar terror entre la población carcelaria; a mediados de 2006 cercenó parte de su oreja izquierda para comérsela porque, según dijo, «extrañaba el sabor de la carne humana». En diciembre de 2007 amenazó con «comerse al cocinero» de la cárcel porque los alimentos que preparaba «no tenían sabor».

Era temido en cualquier lugar del presidio; incluso por los reos de alta peligrosidad, entre los que se encontraban narcotraficantes, sicarios, violadores y asesinos. Nadie le hablaba y él se acercaba a los psiquiatras o periodistas que lo visitaban extendiendo la mano y diciendo: «Hola. Soy ‘El Caníbal’». Le dieron un tratamiento basado en antidepresivos y somníferos, que lo hacían dormir profundamente.

El juez penal Abraham Loeza Ortiz consideró que no era un delincuente, sino un enfermo mental, por lo que debía ser trasladado a un centro especializado antes de someterlo a juicio. Lo llevaron al Centro Federal de Readaptación Social del estado de Morelos el 20 de marzo de 2007; durante un año, lo sometieron a estudios psicológicos y psiquiátricos para determinar su situación legal. Luego lo llevaron al Centro de Readaptación Social de Chetumal, tras preparar una celda especial aislada para mantenerlo prisionero.

«Es temido por tener un insaciable gusto por la carne humana», declaró a los medios de comunicación la Directora de Prevención y Readaptación Social de Quintana Roo, Verónica May Villanueva. Gracias a los exámenes médicos que le practicaron, se detectó que Gumaro de Dios padecía del Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida, SIDA. Pese a todo, su caso no recibió la atención mediática que el de otro antropófago mexicano célebre: José Luis Calva Zepeda, «El Caníbal de la Guerrero». Inclusive, casi no existen fotografías de Gumaro de Dios.

En una entrevista concedida al periodista Alejandro Almazán, que sirvió como base para su libro Gumaro de Dios, el Caníbal y que se incluye en ese volumen, se dio un interesante diálogo entre ambos:

«—A propósito: le prometiste al chamán tres vidas, llevas dos. ¿Sigues buscando a la tercera?

»—Ya la encontré (…) Es un cabrón que se siente bien chingón aquí. Nomás lo veo y me hierve la sangre, compa. Ya con ese me voy a tranquilizar y esperar que El Sabio me dé lo que me prometió, aunque la verdad (…) no sé cómo voy a encontrar al Sabio, ni su nombre me dijo (…) Dios quiere que no me muera. Yo digo que voy a vivir como ciento cincuenta años más (…) Pero no me preguntaste lo más importante: ¿qué siento al matar? ¡Ah! Pues nada, no se siente nada, es como matar a un pollo».

Gumaro de Dios murió el martes 11 de septiembre de 2012 en el Hospital General de Chetumal (Quintana Roo), víctima del SIDA. Tenía treinta y cuatro años de edad. Fue enterrado en la Ranchería Azucena del municipio de Cárdenas, Tabasco. Su caso inspiró la canción «Caníbal», interpretada por Kinky y Lupe Esparza, que sirvió como tema de la película argentina La hija del caníbal.

Como colofón, años después del crimen, la palapa donde Gumaro de Dios asesinó y devoró a un hombre volvió a ser una oficina de comercialización de lotes para otro proyecto de vivienda residencial. Aunque ahora, como un último guiño de humor macabro, en lugar de Residencial La Gloria, el proyecto se llama Fraccionamiento El Cielo.


Encuentro en prisión con un caníbal: los laberintos de Gumaro de Dios

Alejandro Almazán – RioDoce.com.mx

Playa del Carmen, QR. Tengo enfrente a Gumaro de Dios, un joven de 26 años que apenas en diciembre pasado asesinó y devoró a dentelladas a un ser humano.

No todos los días uno puede verle el rostro a un caníbal.

Su cara está reventada por las cicatrices de la viruela. Sus dientes, manchados por la nicotina, son macizos como las brocas. En sus ojos, de negro intenso, redondos como los de un mono, el tiempo se extravía; mira con una elocuencia tan profunda que parece fijar la vista en uno para siempre.

Y su voz es áspera, arrastra las vocales, seguramente por el desuso, pues ningún reo de esta cárcel le dirige la palabra, aun cuando muchos de los prisioneros son, hasta la raíz de los cabellos, tan homicidas como Gumaro.

Sólo habría que observarlo en esta especie de jaula en que se convierten los locutorios: de extremo a extremo, detenido, pero en movimiento como una bestia atrapada. En otras palabras: Gumaro atraviesa por el trance de la abstinencia. Qué difícil ha de ser para alguien que desde los 12 años supo lo que era dinamitarse el cerebro con crack. Quizá por eso aspira larga y profundamente, a todo lo que dan sus pulmones, el cigarro, como si con cada bocanada la ansiedad se hiciera pequeña.

Imaginaba a Gumaro como un hombre de poderosa inteligencia, parecido al doctor Hannibal Lecter, ese famoso siquiatra de novela negra al que el escritor Thomas Harris le arrancó la humanidad y lo convirtió en un auténtico desafío al sentido común.

Gumaro es un hombre excesivamente complicado para analizarlo mediante parámetros aplicados a la gente común. Pero que no haya terminado la secundaria, que proceda de una generación de chontales tabasqueños iletrados y que haya inmolado con drogas lo poco aprendido en la escuela, hace que uno tenga enfrente a un personaje al que lo único que le regocija es alimentarse del dolor de los otros.

Supuse, también, que estaría esposado o con una camisa de fuerza y, si no con una máscara de jugador de hockey, sí al menos con un bozal.

Pero la cárcel municipal de Playa del Carmen, perdida en la selva tropical quintanarroense, parece más de mera utilería, de juguete. Por eso Gumaro puede andar por toda la penitenciaría exhibiendo sus fornidos 1.65 metros envueltos en esos pantalones cortos de pescador y playera caqui, los mismos harapos con lo que fue arrestado en un paraje de Xcalacocos, el 14 de diciembre de 2004.

Y por eso uno se acobarda cuando el custodio cierra la puerta de los locutorios y traba el pasador. Se siente como si un ventarrón golpeara la espalda.

Tengo enfrente a Gumaro. El sol cae a la mitad de la jaula en un corte oblicuo, y sólo una pequeña barda que sostiene cinco barrotes nos separa.

«No te preocupes, anda muy tranquilo», me había dicho el director del penal, René Torres, antes de entrar. Y sí: conforme van transcurriendo las horas, la peligrosidad de Gumaro se distorsiona, se reduce.

«Sólo su sudor es el que huele a asesino», me advirtió don René mostrando su maltrecha dentadura.

Quién sabe si los homicidas, y en el caso de Gumaro también violador, exhalen un sudor que asemeja el olor del petróleo. Lo cierto es que las manos de Gumaro están sucias y pegajosas como si fueran de chapopote.

—¿Y de qué quieres hablar con un asesino que es un hijo de la chingada? —dice Gumaro, sacudiendo su cabeza como lo hacen los perros de caza—. La prensa sólo busca el escándalo.

—Quizá es una curiosidad malsana, pero quiero saber hace cuánto ya no eres un ser humano…

Gumaro se ríe como un niño travieso, pero con la mirada muerta. Después de apagar el cigarrillo abre esa bocaza con la que se tragó al joven con quien mantenía relaciones sexuales, y cuya identidad aún es un acertijo:

—Primero, hazme un favor —dice en tono suplicante.

—Si está a mi alcance, sí.

—Diles que me envíen a La Palma.

—¿Y para qué quieres ir allá?

—Es que aquí no me hallo, está muy chiquito, y allá quiero ser el rey del penal. En una de esas allá me como a un cabrón. ¿Les dirás? —recalca en un tono ligeramente altanero.

¿Quién bautizó a este pedazo de maldad como Gumaro de Dios? Dejémoslo en Gumaro, porque de Dios no tiene pizca alguna.

Cuando termina su sugerencia, se toca la rala barba con los dedos y dice:

—Anota, pues. Pero debe quedar muy claro que no tengo ningún arrepentimiento, porque la cabeza no me funciona bien.

*****

Nadie sabe a ciencia cierta por qué los caníbales se vuelven caníbales.

Los artículos especializados dicen que el canibalismo tiene varias motivaciones: un significado religioso, o por razones de sobrevivencia, o por un ritual que permite absorber los rasgos más destacados de la víctima, o por perversiones sado-sexuales, o por eliminar el cuerpo del asesinado.

Como quien dice: la pelota rueda porque es redonda y es redonda porque rueda. Y de todas maneras, los textos suelen terminar diciendo que nadie sabe por qué los caníbales se vuelven caníbales. Antropófagos, los llaman clínicamente.

El canibalismo ha existido siempre y no se encuentra confinado a zonas remotas: Karl Grossmann azotó a los habitantes de Berlín de 1913 a 1921; Ed Gein, un granjero de Wisconsin que conservó el cuerpo de su madre muchos años después de muerta, destazó a tantas mujeres que perdió la cuenta; Jean-Bedel Bokassa, emperador de África Central destronado en 1987, fue acusado de practicar el canibalismo durante 13 años.

Y aquí, a espaldas de la Riviera Maya donde los europeos y los estadunidenses absorben todo lo que el Caribe ofrece, está Gumaro, un joven que cuando fue detenido mantuvo su pulso sin alteración: 85. Los sicólogos que lo valoran suponen que tenía ese mismo número de latidos cuando se tragó a su amante.

«Yo pensé que si me lo comía —dice Gumaro con esa mirada que zumba— iba a comerme su poder».

—¿Cuál?

—Él sabía pegar muy bien el tabique, utilizaba bien chingón la cuchara, y yo quería ser un albañil de poca madre.

*****

Gumaro nació el 7 de abril de 1978, el día de San Juan Bautista. Hubiese preferido llamarse Bagdel —un nombre que hace poco arrancó de entre sus alucinaciones—, pero el abuelo materno impuso su dinastía en el primer nieto.

A los seis o siete años de edad —a Gumaro se le dificulta recordarlo—, un fortachón primo suyo lo violó. Desde entonces, supone, le atrajo la bisexualidad. Jugaba a las muñecas, pero también se creía pistolero. «Soy un chico malo, soy una mala mujer», se definió Gumaro cuando me saludó.

El joven, perezoso para la siembra y más bien poco inteligente, fue enviado al ejército a los 14 años en un intento paterno por endurecer a un muchacho que, o se la pasaba drogado o besaba tanto a mujeres como varones de la ranchería Azucena, en Cárdenas, Tabasco. A sus padres, Candelario de Dios y Ana Arias, les sacaba de quicio que el hijo mayor de los 11 que parieron fuera «el mismísimo diablo».

Un día se peleó con un subteniente y lo enviaron a un apando, arrestado. «Cuando salí, quise vengarme y entonces me lo topé», cuenta Gumaro. El resto demuestra su alma dura y lo que aprendió cuando mataba cerdos con su padre: lo apuñaló quirúrgicamente en el tórax y en las piernas. «Quién sabe si se murió, yo salí huyendo del ejército».

Para cuando regresó a la ranchería Azucena, Gumaro ya era un consumidor constante de mariguana, su nariz era un tubo aspirador de los cristales de la cocaína, sus venas ya sabían lo que eran los estallidos de la heroína y su boca ya tenía la costumbre de inhalar solventes. En resumidas cuentas: era un zombi.

Uno de esos días abusó sexualmente de su sobrino, quien apenas aprendía a caminar. Aunque el niño enfermó, la familia no supo nada del ultraje hasta una noche en que Gumaro llegó a la casa de madera, embriagado, con la playera hecha jirones.

—¿Qué te pasó? —le preguntaron.

—Me acabo de coger a una monja, y pues se puso agresiva.

«Luego les conté lo del sobrino», murmura Gumaro, encogido en hombros, como si quisiese ocultar aún aquel disparate. «¿Y qué crees que pasó? Me insultaron, me corrieron los cabrones».

Con esas costumbres, tarde o temprano Gumaro iba a caer preso. Y así fue:

En 2000 fue llevado al penal de Cárdenas. Gumaro creyó que había sido arrestado por violación, pero luego supo que el año, seis meses y nueve días a los que fue sentenciado eran sólo por el robo de una grabadora y cinco camisas de lino.

Una vez que abandonó la cárcel, y para evitarse problemas con su familia —la que nunca lo denunció, pero tampoco lo visitó en la prisión— Gumaro pensó que ya no era suficiente jugar al diablo en Cárdenas. Así que se marchó y llegó a Chetumal.

—Creo que de nadie es la culpa que esté medio loco —dice Gumaro, rascándose con desesperación el lóbulo de la oreja derecha.

De nadie. Por lo que escuché de él, ni del destino, ni de la suerte, ni de la pinche vida. De nadie.

*****

La primera vez que Gumaro asesinó a una persona fue hace un año. Hoy lo recuerda, indolente:

—El tipo me jugó bronca. Traía un machete y me retaba. Lo dejé que se cansara de gritar. Luego, cuando se apendejó, le quité el machete y madres, que lo empiezo a cortar como pescadito. Vi cómo se desangró. Ahí lo dejé y me largué. Ese día en la noche se me apareció su espíritu. Yo le dije a mi Dios Jehová que me ayudara a ya no oír. Pero todavía lo escucho.

Aquello sucedió a principios de 2004. Fue en Mahajual, una zona maya cara al mar que está a unos 150 kilómetros de Chetumal. De ahí, Gumaro se trasladó a El Petén, un pueblo entre México y Belice, donde vivió algún tiempo en una obra en construcción.

En ese lugar conoció a un viejo brujo maya, al que Gumaro le dice El Sabio, y a quien le hizo la promesa de asesinar a tres personas, una promesa de la que Gumaro hablará más adelante.

También en El Petén se encontró al joven que terminaría comiéndose. A ese sujeto Gumaro lo llama simplemente Guacho, porque era militar; un hombre, igual que él, a la deriva; un hombre al que algunos medios locales le asignaron una supuesta identidad: Raúl González El Compinche, de 19 años. Pero hasta la fecha las autoridades ignoran quién diablos era aquel destrozo humano, el cual había emigrado con Gumaro a una palapa cien metros adentro del kilómetro 216 de la carretera Chetumal-Playa del Carmen. Ahí se lo tragó.

Y de aquel tipo que le jugó bronca y macheteó, la policía apenas se está enterando.

*****

Gumaro utilizó mil 273 palabras para confesar su canibalismo ante el Ministerio Público Gerardo Peña. Mil 273 palabras extraídas de un libro negro. Mil 273 palabras sin embozo alguno y todos los detalles.

«Le seguí pegando. Cuando estaba desmayado lo colgué. Estaba sangrando. Cuando despertó le pedí mis 500 pesos, otra vez, pero me dijo que se los había gastado en crack. Por eso le pegué con un bloc en la cabeza. Ahí me ganó la curiosidad de comérmelo», declaró Gumaro.

El asesinato de El Guacho —entre las siete y las ocho de la noche del 10 de diciembre de 2004, determinaron los patólogos— tiene sus orígenes semanas atrás.

Por lo que cuenta Gumaro, algo le estaba oprimiendo el pecho, cuando una noche llegó El Sabio, aquel brujo maya desdentado. Según Gumaro, el viejo chaman —hmèen, se dice en maya— le dijo que ese dolor era la ansiedad atorada, y que para expulsarla debía de rezarle a la naturaleza, escucharla y aceptar lo que le pedía.

—Y yo oí que la naturaleza quería que matara a tres personas —divaga Gumaro—. Y como ya había matado a aquel cabrón a machetazos, pues no se me hizo difícil.

La versión de Gumaro cuenta que el chamán le dijo que iba a quedar liberado. Además de eso, le ofreció un bono especial: le daría mucho dinero, le atraería mujeres y hombres para su desenfreno, y lo llevaría a Cancún a los antros de moda para que se embriagara hasta desplomarse.

—¿Y por qué le creíste al chaman? —le pregunté a este anti Dios maltrecho.

—Pues es lo que no entiendo. No sé si fue por codicia.

Los profesionales que han estudiado a estos monstruos de la vida real dicen que un asesino ansía lo que ve a diario. Y Gumaro, por sus declaraciones, anhelaba ser El Guacho, un tipo bisexual que algunas veces la hizo de latin lover con solteronas europeas.

*****

Los agentes del Grupo Jabalí han visto muchas muertes. Pero observar lo que yacía ante sus pies, el cadáver de El Guacho, ha sido lo peor.

El agente Alejandro Díaz describió de la siguiente manera la escena cuando descubrieron a Gumaro, dormido, al lado del cuerpo, adentro de una palapa de techo de cartón y malla de alambre:

«En el piso yacía un pectoral hasta el abdomen, en estado de descomposición. Ya no tenía vísceras, presumiblemente fueron arrancadas por la espátula ensangrentada que estaba a un lado. Los pies estaban cortados hasta los tobillos. A los brazos se les había arrancado la piel y las manos tenían escoriaciones; seguro el muerto fue colgado o amarrado con fuerza. Sobre la parrilla había una olla de aluminio con algo que se parecía a unas costillas cocidas y a un corazón».

Esos eran los despojos de El Guacho.

El Guacho, según Gumaro, había pertenecido al 31 Batallón de Infantería. Supuestamente abandonó al ejército por robarse un arma. En el brazo izquierdo se tatuó el nombre de una mujer, pero Gumaro le arrancó ese pedazo y ya ni siquiera recuerda lo que decía el grabado de tinta china.

Hacía meses que sostenían relaciones sexuales. Vivían en esa palapa abandonada, levantada al lado de un basurero. Sorteaban el día robando casas en Playa del Carmen o enamorando al turismo gay.

Aquel 10 de diciembre de 2004 tenían otro encuentro carnal aderezado con solventes, cuando Gumaro se acordó que El Guacho le debía 500 pesos. E, intempestivamente, tomó un cable y le descargó una sucesión de golpes.

Cuando lo colgó, El Guacho tuvo la certeza de que iba a morir.

Recuerdo bien lo que leí en las declaraciones ministeriales y lo que me contó Gumaro de aquel día:

El amasijo de carne que sobresalía del cuello y que no parecía una cabeza cuando Gumaro lo aplastó con un bloc de concreto. El estómago raspado por la espátula y Gumaro pensando: «¿Será un rico asado?»

El caníbal friendo unas tortillas con la grasa de las vísceras. Gumaro cortando una pierna al cadáver y poniéndola a coser con chile habanero, limón y cebolla. Gumaro mordisqueando tiras de carne cruda. Los huesos aserrados.

«Fue que se me ocurrió sacarle todo lo de adentro: el corazón, el bofe, las costillas. Estaba bien rico, sabía a borrego, por eso me comí el riñón. Sólo dejé los pellejos porque estaban correosos», declaró Gumaro, riéndose de su proeza.

Las moscas tenían un festín sobre una costilla y por eso Gumaro no se la comió, le dio asco.

Entonces llegó la policía. Un joven apodado La Parca había pasado por aquella palapa. En lugar de aceptarle a Gumaro un pedazo de carne, corrió y corrió hasta toparse con una patrulla.

—Deseo manifestar que la verdad no me da miedo que me hayan arrestado por este muertito. Se lo pedía a mi Dios padre Jehová, ya debo muchas —finalizó Gumaro su declaración ministerial.

*****

El mundo interior de Gumaro posee muchos sonidos.

En las noches dice que la oscuridad le hormiguea entre sus párpados, y que entre su sueño agitado escucha lloriqueos.

—Nada más oigo: «Chi, chi, chi…» Por eso quiero que me lleven a un siquiatra, eso es lo que quiere mi cabeza —gime en tono ronco.

Gumaro no para de decir que es un «sicópata puro», aunque no sepa a ciencia cierta qué es un sicópata. Pero los que saben de esto, como Robert Reesler, ex jefe de la Unidad de Ciencias del Comportamiento Criminal del FBI, e inspirador de El silencio de los inocentes, creen que un hombre podría comer carne humana y aún así no padecer sicosis. «El individuo puede cometer actos muy repulsivos y pese a ello seguir siendo capaz de comprender las cosas, ver lo que lo rodea», ha escrito Reesler.

Que Gumaro sea trasladado al siquiatra de Mérida —Quintana Roo no tiene hospital especializado— o se quede en esta cárcel dependerá de la evaluación final. Y hasta donde se sabe, los médicos suponen que Gumaro está en la frontera entre la realidad y la locura.

*****

—Cuando tomo o me drogo se me mete la maldad —dice Gumaro, quien se ha sentado unos segundos, después de tirar algunos golpes al aire, creyéndose boxeador—. Por ejemplo, cuando ando briago me da por querer aventarme sobre un tráiler.

—¿Y cuando estás drogado?

—Me empiezo a hinchar, es cuando se me mete un güero fornido, ese cabrón es el que me calienta contra los demás.

—¿Y ese güero tiene nombre?

—No mames, estoy medio loco, pero tampoco platico con él. Nomás se me mete y ya. Entonces le rezo a mi Dios y me vuelvo un ángel poderoso.

—Ah, ¿sí?

—Sí, Dios quiere que no me muera. Yo digo que voy a vivir como 150 años más.

—¿Y por qué lo crees?

—Pues es lo que no entiendo, son sólo mensajes que recibo.

En esas estamos cuando entra un custodio. Es tiempo de que Gumaro tome su antidepresivo. Si ocurre lo de todos los días, dentro de un par de horas estará perdidamente dormido, los cinco reclusos con los que comparte la celda 7 podrán entonces conversar entre ellos sin ser interrumpidos, y las custodias dejarán de escuchar los insultos que Gumaro les lanza.

—¿Oye, o será que ya me voy a morir? —pregunta Gumaro.

—¿Por qué?

—Es que siento como que me pasan un machete por los brazos. ¿Crees que me voy a morir?

—Seguro ocurrirá un día —quisiera decirle más pero entonces empieza a rezar quién sabe qué y a golpearse en el pecho. Después de unos segundos me dice:

—¿Sabes que ya vino una hermana a visitarme?

—Sí. ¿Qué te dijo?

—Pues que qué me había pasado, por qué me había comido a ese güey.

—¿Y qué le contestaste?

—Pues que nada, que así son las cosas de la vida.

—A propósito: le prometiste al chamán tres vidas, llevas dos. ¿Sigues buscando a la tercera?

—Ya la encontré —dice, levantándose otra vez para caminar en los seis metros cuadrados de los locutorios—. Es un cabrón que se siente bien chingón aquí. Nomás lo veo y me hierve la sangre, compa. Ya con ese me voy a tranquilizar y esperar que El Sabio me dé lo que me prometió, aunque la verdad —dice acercándose a mi rostro—, no sé cómo voy a encontrar al Sabio, ni su nombre me dijo.

Luego le diría al director del penal que Gumaro trae en la mira a un reo.

—¿Y qué señas te dio del preso? —me preguntaría don René.

—Pues nada más que se siente bien chingón.

—Uy, va a estar difícil: aquí todos se sienten bien chingones.

*****

He conocido a muchos homicidas, pero creo que nadie tan perverso como Gumaro.

—Bueno, ya me voy, es que ando medio inquieto, no me hallo en esta jaula —dice Gumaro, aspirando otro cigarrillo y girando el cuello para que le truenen las vértebras cervicales—. Pero no me preguntaste lo más importante: ¿qué siento al matar? ¡Ah!, pues nada, no se siente nada, es como matar a un pollo.

Gumaro pide entonces que le abran la puerta. Lo veo irse, como gozando cada pedazo de vida que se le está cayendo. Yo, en cambio, salgo sintiéndome vacío, como si acabase de donar sangre.

 


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