
El Crimen de la Legación Alemana
- Clasificación: Asesino
- Características: Canciller de Alemania en Chile que fingió su propio asesinato para ocultar un desfalco
- Número de víctimas: 1
- Fecha del crimen: 5 de febrero de 1909
- Fecha de detención: 12 de febrero de 1909
- Fecha de nacimiento: 1870
- Perfil de la víctima: Exequiel Tapia, de 25 años
- Método del crimen: Apuñalamiento
- Lugar: Santiago, Chile
- Estado: Ejecutado por fusilamiento el 5 de julio de 1910
Índice
Guillermo Beckert
Última actualización: 14 de enero de 2016
Guillermo Beckert Trambauer (n. Nuremberg, Alemania, 1870 – f. Santiago de Chile, 5 de julio de 1910) fue canciller de Alemania en Chile a principios del siglo XX. Fingió su propio asesinato para ocultar un desfalco, matando para esto al funcionario de la embajada Exequiel Tapia.
Historia
En 1889 emigró a Chile. Realizó diversos empleos en ciudades del sur de Chile y Santiago. Ingresó en la Compañía de Jesús, y tras enseñar en el Colegio San Ignacio, de donde fue expulsado, regresó a la vida seglar.
Ingresó como Canciller en la Legación del Imperio Alemán en Santiago, con funciones de tesorero, contador, archivero y contable.
El viernes 5 de febrero de 1909 se inició un fuego en la legación Imperial Alemana ubicada en la calle Nataniel Cox N° 112, esquina de Alonso Ovalle en Santiago. Al remover los escombros se encontró el cuerpo del que se supuso de inmediato que era el canciller Guillermo Beckert Trambauer.
El Ministro Plenipotenciario de Alemania, Barón Von Bodman identificó el cadáver como el del canciller Beckert, pues aunque estaba calcinado e irreconocible, su reloj, colleras y anillos, además de otras pertenencias lo identificaban. En vista de tales evidencias, los médicos alemanes Westenhoffer y Aichell, certificaron su muerte.
La culpa del incendio y la muerte del canciller recayó de inmediato en el portero de la embajada Exequiel Tapia, el cual estaba desaparecido desde el incendio. El móvil era el robo, pues en la caja fuerte de la delegación faltaban 25.000 pesos. Además Beckert recibió varios anónimos con amenazas de muerte semanas antes del incendio.
Sin embargo, varias dudas surgieron en este caso. Beckert fue visto por un testigo la noche de su muerte.
Las pericias dentales realizadas por el doctor Germán Valenzuela Basterrica, descubrieron la verdadera identidad del cadáver de la embajada: se trataba de Exequiel Tapia. Beckert planeó el «crimen perfecto», pero fue atrapado al tratar de cruzar a Argentina por la zona de Lonquimay.
Su juicio duró un año, siendo sentenciado a su muerte por fusilamiento. Pidió el indulto al Presidente Pedro Montt, quien se lo negó. Fue cumplida su sentencia la madrugada del 5 de julio de 1910.
Crimen en Legación Alemana: Peritaje descubrió a canciller que simuló su muerte
Marcelo Garay Vergara – Lacuarta.com
17 de mayo de 2006
[El] procedimiento marcó [un] hito en la medicina legista al aclarar [el] famoso caso a comienzos del siglo pasado.
[Un] funcionario germano mató a [al] portero, lo vistió con su ropa y luego incendió [el] inmueble para hacer creer que era él quien había muerto carbonizado. Fue capturado cuando huía hacia Argentina.
Ciertamente los errores de identificación de los detenidos desaparecidos del Patio 29 del Cementerio General marcaron un antes y un después en la historia médico-legista de nuestro país. Aunque con efectos inversamente proporcionales, no muy distinto fue lo ocurrido a principios del siglo pasado, cuando avanzados peritajes científicos permitieron aclarar el crimen de la Legación Alemana (Embajada), ocurrido en febrero de 1909.
Aquella vez el entonces canciller Guillermo Becker Trambauer (38) simuló su propio asesinato para ocultar un desfalco y dio muerte al funcionario de la representación diplomática, Exequiel Tapia, de 25 años, un exsargento 1° del Regimiento Cazadores.
El crimen no sólo conmocionó al Chile de la época. También traspasó las fronteras y puso en jaque las relaciones entre el Gobierno de don Pedro Montt y el entonces Imperio Alemán. Y no sólo en el terreno político-diplomático, sino también respecto de la jurisprudencia internacional.
El incendio
Pasadas las 13:00 horas del 5 de febrero de 1909 las compañías de Agua y Hachas de Santiago recibieron el alerta de incendio en calle Nataniel Cox N°102, esquina de Alonso Ovalle. Las llamas consumieron por completo el edificio de la Legación Alemana. Sin embargo, el siniestro escondía algo más terrible: el homicidio de un hombre que de inmediato se supuso era el canciller Guillermo Becker Trambauer.
Fue el propio ministro de Alemania, Barón von Bodman, el primero en ingresar al lugar siniestrado y certificar que el cadáver hallado entre los escombros, completamente calcinado e irreconocible, pertenecía al canciller.
Para el funcionario no hubo duda. El canciller se había quedado trabajando en su escritorio y el cadáver vestía su ropa, cargaba su anillo de boda y otras pertenencias. Sólo una cosa inquietó al Barón: la ausencia del portero Tapia, pues sólo había un cadáver.
Una farsa
Pero ¿qué había ocurrido en realidad?
Al mediodía de ese viernes 5 de febrero, el canciller Becker y el portero Tapia se encontraban en la Legación cuando se declaró el incendio. La autopsia practicada esa misma noche y que «confirmó» que se trataba de Becker, y la extraña desaparición de Tapia, despertaron las dudas sobre un homicidio. El móvil parecía ser el robo, pues en la caja fuerte de las oficinas faltaban 27 mil pesos de la época.
El principal sospechoso era Tapia.
Además, una serie de cartas con amenazas de muerte recibidas por el canciller las semanas previas al incendio, reforzaban la hipótesis del asesinato. Se trataba de anónimos firmados por «Varios Chilenos», en los que se le instaba a desistir de una demanda que la representación alemana seguía contra habitantes de Caleu, por agredir a unos turistas alemanes.
Toda esa teoría se derrumbaría más tarde cuando, una vez aclarado el crimen, se descubrió que las misivas habían sido escritas de puño y letra por Becker. Eso sí, la primera duda acerca de que el muerto no era el canciller surgió cuando Otto Izacovich, conocido de éste, declaró haber visto al funcionario en el Portal Edwards, la misma noche del crimen. Según Izacovich, cuando le habló Becker le respondió con un seco «Yo a usted no lo conozco» y huyó raudamante a bordo de un coche. El testigo fue visto como un loco.
La dentadura
Sólo pericias dentales practicadas por el doctor Germán Valenzuela Basterrica permitieron conocer la identidad del cadáver hallado en las ruinas de la embajada: se trataba de Exequiel Tapia.
Becker había planificado el «crimen perfecto», pero no contó con que ya entonces la ciencia tenía algo que decir.
Fue atrapado cuando intentaba cruzar a Argentina por la zona de Lonquimay. Tras un año de investigación, fue fusilado la fría mañana del 5 de julio de 1910 en la expenitenciaría, luego de que el Presidente Montt no acogiera su petición de indulto.
Alemania cedió jurisprudencia
La detención del ex cancillar [excanciller] Guillermo Becker en la frontera de la Novena Región de la Araucanía, no sólo permitió aclarar un crimen complicado para las autoridades de la época. Su captura despertó, junto con un masivo interés periodístico nacional y extranjero, la creatividad del mundo de las letras.
Fue así que el poeta chileno Arturo Torres Rioseco dio vida al «Romance de Guillermo Becker», en el que narra en décimas la huida del asesino.
«Solo va Guillermo Becker, solo va, sin compañía; la barba que era de oro ya de carbón la tenía; las manos que eran muy blancas, lánguidas son y amarillas; en su semblante se nota una gran melancolía. Solo va Guillermo Becker camino de la Argentina», se lee en su obra.
Jurisprudencia
Pero también desató una seria discusión. El homicidio de Tapia a manos de Becker se había cometido en el interior de la embajada, por lo tanto en territorio alemán. Además se trataba de un funcionario que, sin ser diplomático, prestaba servicios para el gobierno alemán. Por ello, previo al juicio fue necesario resolver ese aspecto jurídico ante las autoridades germanas. Con fecha 16 de febrero de 1909, el gobierno imperial alemán entregó a la jurisdicción chilena la responsabilidad de juzgar a Becker.
Pieza ósea de Exequiel Tapia es exhibida en el Museo Odontológico: [un] médico pidió [el] cráneo de [la] víctima
Al surgir las dudas acerca del crimen fue necesaria la realización de nuevos peritajes al cadáver carbonizado. Fue así que el juez que investigó el hecho, dispuso que se realizaran pericias dentales e hizo cargo de ello al doctor Germán Valenzuela Basterrica, quien gozaba de un gran prestigio como director de la Escuela Dental.
El médico había expresado su interés de realizar la pericia, luego de que en una conversación familiar se hiciera mención al crimen y a un detalle que le llamó poderosamente la atención: La viuda de Tapia había dicho al juez y también a la prensa de la época que su marido tenía completa su dentadura.
Una vez que contó con la autorización del juez, Valenzuela Basterrica se trasladó hasta la casa donde era velado el supuesto cuerpo de Becker. Tras un exhaustivo examen ocular y dactil a las piezas dentales del cadáver, en presencia de médicos alemanes, y al tanto de las fichas médicas del canciller en poder de un colega dentista que lo atendía, determinó que se trataba de Tapia.
Su conclusión fue elevada en un detallado informe al juez instructor. Fue irreprochable. Con toda la pulcra retórica de la época, el médico señaló que el cadáver no pertenecía al canciller.
En reconocimiento a su labor se dio impulso al desarrollo de la actual Facultad de Odontología de la Universidad de Chile.
El Crimen de la Legación Alemana
Santiago Benadava – Elmercurio.com
7 de enero de 2001
La tincada que dio la pista del Asesino.
En 1909, un incendio y un cadáver carbonizado fueron el comienzo de una pesquisa que llevó al descubrimiento de un crimen que conmocionó la apacible vida nacional.
El viernes 5 de febrero de 1909, alrededor de las 13.40 horas, se declaró un violento incendio en la sede de la Legación Imperial de Alemania, ubicada en Santiago, calle Nataniel Cox esquina de Alonso de Ovalle. El fuego consumió todo el edificio.
Extinguidas las llamas se encontró un cuerpo carbonizado con una argolla nupcial y restos de ropa. Estas especies y otras encontradas junto al cadáver fueron reconocidas como pertenecientes al Canciller Guillermo Beckert, funcionario subalterno de la Legación. No hubo dudas, el muerto era Beckert. Con el incendio de la Legación coincidió el desaparecimiento del portero Exequiel Tapia y de fondos existentes en la caja de caudales de ella.
El Ministro y el Subsecretario de Relaciones Exteriores expresaron al Ministro Plenipotenciario de Alemania, Von Bodman, las condolencias del Gobierno de Chile por este lamentable suceso.
Un hecho que causó desconcierto fue que Otto Isakovich, quien conocía a Beckert, declaró haber visto a quien le pareció el Canciller en el Portal Edwards ¡en la misma noche del incendio! Isakovich había hablado a esa persona, pero ésta le había dicho no conocerlo para luego alejarse. ¿Se trataba de una visión?
Se discutía si Beckert había muerto por accidente o asesinado. Las autopsias practicadas por dos médicos legistas chilenos fueron poco esclarecedoras, pero una nueva autopsia encargada a los profesores alemanes Westenhffer y Aichel, que enseñaban en la Universidad de Chile, demostró que la víctima había recibido una puñalada y sufrido un traumatismo en su cerebro. Beckert había sido, pues, asesinado.
El 9 de febrero se efectuó en el Cementerio General el sepelio del Canciller, al cual concurrieron el ministro de RR.EE., diplomáticos y otras personalidades. El ministro de Alemania, barón Von Bodman, hizo el elogio de quien fuera su colaborador y expresó que su patria recordaría con gratitud al que «murió en el ejercicio de sus deberes, víctima del puñal traidor de un cobarde asesino».
En los meses anteriores a la tragedia, Beckert y el ministro alemán habían recibido cartas amenazadoras, firmadas por «Varios chilenos», en que se les exigía retirar una demanda contra unos aldeanos de Caleu que estaban procesados por dar muerte a un ciudadano alemán y herir a cinco más al confundirlos con unos malhechores que asolaban la región.
Al día siguiente del incendio, el propio ministro recibió otro anónimo en que se le amenazaba con igual destino. En la casa de Beckert se encontró una carta, escrita por él, ante el temor de ser asesinado, para ser entregada al Presidente de la República. En ella encomendaba a la generosidad presidencial la suerte de su mujer y de un sobrino suyo. Todo parecía indicar que la muerte del Canciller y el incendio de la Legación eran una venganza tomada por los «Varios Chilenos».
Un forastero: Ciro Lara
Al día siguiente de que el fuego consumiera la Legación alemana, un forastero abandona el Hotel Melossi, situado en los altos de la exfarmacia «Andrade», donde se había hospedado la noche anterior con el nombre de Ciro Lara, y toma en la Estación Alameda el tren ordinario a Chillán.
En Curicó sube al tren y toma asiento al lado suyo Ismael Merino Corvalán, comerciante de esa ciudad. Traban conversación y Lara se muestra locuaz. Cuenta a Merino que es hijo único de una familia alemana adinerada y que viaja por placer. Se propone ir a Temuco para desde allí cruzar la cordillera y dirigirse al sur de Argentina. Merino le aconseja partir más bien del pueblo de Victoria y atravesar el paso de Lonquimay, para lo cual le ofrece su ayuda. Lara acepta.
Los dos compañeros de viaje alojan en Victoria, donde Lara completa sus aprestos para pasar al país vecino. Mientras tanto Merino no puede disipar ciertas suspicacias respecto de su nuevo compañero.
¿Por qué un hombre tan adinerado viaja en segunda clase? Merino comunica sus sospechas al Prefecto de Policía de Chillán, J. Alberto Arce, quien comisiona al subinspector Froilán Garretón para que entreviste a Lara. En particular, le interesa saber si el sospechoso es el portero Exequiel Tapia, presunto asesino de Beckert a quien se busca por todo el país.
El detective Garretón entrevista al forastero, quien dice llamarse Ciro Lara Mottl y se identifica con un pasaporte otorgado por el subsecretario de RR.EE.. El Prefecto de Chillán no se da por satisfecho. Envía un telegrama urgente al Director de Seguridad, Eugenio Castro, a quien pregunta, entre otras cosas, si el subsecretario había firmado un pasaporte a nombre de Ciro Lara.
En la noche del mismo día el Prefecto recibe respuesta: sí, el subsecretario había otorgado un pasaporte a nombre de Ciro Lara, solicitado por ¡el Canciller Beckert!, para un pariente suyo de ese nombre.
Se ordena de inmediato la detención de Lara. El Prefecto queda convencido de que Ciro Lara es Beckert. El subinspector Garretón vuelve apresurado a Victoria para detenerlo, pero a esas horas el pájaro ha volado.
Mientras tanto, pesquisas realizadas en Santiago dan a la investigación un sesgo dramático. Una semana antes del incendio Beckert había encargado unas patillas «que fueran como las del Emperador de Austria»; había llevado al Hotel Melossi una valija que contenía un arma; había solicitado un pasaporte a nombre de Ciro Lara, de quien dijo ser cuñado; había comprado un rifle de repetición, un revólver, 20 metros de mecha redonda, etcétera.
La investigación llevaba a presumir que el cadáver encontrado en la Legación y enterrado en exequias solemnes no era el del Canciller Guillermo Beckert. Faltaba, sin embargo, una prueba concluyente que confirmara esta presunción. Esta prueba la proporcionó el peritaje dental practicado por el doctor Germán Valenzuela Basterrica, director de la Escuela de Dentística de la Universidad de Chile.
El peritaje
El doctor Valenzuela Basterrica averiguó con el dentista que atendía a Beckert, Denis Ley, que el profesional había practicado a Beckert diversos trabajos: cinco extracciones, cuatro tapaduras de oro, una de platino y una corona de oro. En cambio, la mandíbula del cadáver que se creía de Beckert sólo revelaba un diente cariado. El cadáver encontrado en la Legación no podía ser, pues, el de Guillermo Beckert. Así lo comunicó al tribunal.
¿Y si el cadáver no era el de Beckert, de quién era? La lógica hacía presumir que habiendo sido dos los actores de la tragedia de la Legación -Beckert y Tapia- , y descartado que el cadáver fuera el de Beckert, el muerto debía ser Tapia, quien se encontraba desaparecido. Tomaría algunos días obtener pruebas concretas que confirmaran esta deducción.
Desde un comienzo el país había seguido con apasionado interés las informaciones sobre los misteriosos sucesos de la Legación alemana. El público devoraba los diarios y se agolpaba para leer en sus pizarras las últimas noticias del día. Con comprensible orgullo se celebraba que un profesional chileno, dotado de una de las cualidades más chilenas, «la tinca», hubiera dejado a salvo el honor de un pueblo comprometido por un crimen alevoso.
Camino de la Argentina
Ciro Lara está inquieto. Sabe que se le persigue. Con dos acompañantes parte de Victoria el miércoles 10 de febrero y pernocta en Curacautín y Malacalhuello. Lo persigue el subinspector Garretón acompañado por carabineros. La alarma es ahora general.
Se ha difundido por telegrama la filiación de Beckert, se han diseminado fuerzas policiales en los boquetes y atajos cordilleranos y se ha prevenido a la gendarmería argentina de la frontera. Los perseguidores, en búsqueda agotadora y con sus cabalgaduras exhaustas, recorren los barrancos y exploran caminos extraviados. Pero los fugitivos no aparecen. ¿Habrán logrado escurrirse burlando el dispositivo policial?
En la mañana del sábado 12, los carabineros Veloso y Becerra, que han pasado la noche en un cerro que domina una amplia extensión de terreno, divisan a los prófugos. Veloso se adelanta y al tiempo que apunta a Beckert con una carabina le grita: «¡Alto. Si se mueve lo mato. Boten las armas».
Los interpelados obedecen. Beckert propone a Veloso que lo deje libre a cambio de cuatro mil nacionales argentinos. El soborno es rechazado. Beckert insiste. Veloso se indigna y, apuntándole con su carabina, le dice: «¡Si me vuelve a hablar de plata lo mato en el acto!».
El detenido es conducido a Santiago. La identificación y captura del criminal ha tomado una semana.
¿Quién es Beckert?
Beckert había nacido en Nuremberg en 1870. En 1889 emigró a Chile. Desempeñó diversos empleos en el sur del país y en Santiago. Ingresó más tarde a la Compañía de Jesús y enseñó en el Colegio San Ignacio del cual fue expulsado, volviendo a la vida seglar.
Las referencias sobre su carácter y honestidad no son de las mejores. Casado con Natalia López, su fidelidad es frágil, pues mantiene relaciones sentimentales con una modesta joven de 16 años, Sara Neira, a quien escribe cartas apasionadas. Al tiempo del crimen, se desempeñaba como Canciller de la Legación, con funciones de tesorero, contador, archivero y contable.
El proceso seguido a Beckert estuvo a cargo del ministro de la Corte de Apelaciones don Eduardo Castillo Vicuña, quien lo sometió a varios interrogatorios.
Según Beckert, el 5 de febrero, cerca del mediodía, después que el ministro y su secretario se habían retirado de la Legación, había entrado el mozo Tapia en compañía de un desconocido. Este último le había presentado un documento para su legalización. Sintiendo pasos tras sí se había dado media vuelta y visto que Tapia, puñal en mano, se abalanzaba contra él. Había logrado esquivar la puñalada y desasirse del desconocido, quien le apretaba la garganta. Luchando contra ambos atacantes, había arrancado el cuchillo a Tapia y se lo había enterrado en el cuerpo. Luego había perdido el conocimiento. Al volver en sí se había encontrado tendido sobre el cadáver de Tapia. El desconocido había desaparecido.
Temiendo dificultades con la justicia -prosiguió Beckert- había optado por huir. Al llegar al portal Edwards había oído a alguien que lo llamaba por su apellido. Era Otto Isakovich. Temiendo ser reconocido, había subido a un coche y partido al Hotel Melossi.
Reconoció Beckert haber inferido la puñalada a Tapia, pero negó haberle asestado un golpe en el cráneo e incinerado su cuerpo. También sostuvo con firmeza no haber puesto fuego a la Legación ni saber cómo el incendio había comenzado.
Los peritajes caligráficos demostraron que las cartas firmadas por «Varios Chilenos» habían sido escritas, en realidad, por el propio Beckert.
El mítico Ciro Lara
¿Por qué había asumido Beckert la identidad de Ciro Lara Mottl, cuya existencia no se pudo comprobar? Según Beckert, Ciro Lara no era un ser imaginario, sino una persona real que le había solicitado le consiguiera un pasaporte. Aunque había obtenido que el subsecretario de RR.EE. le otorgara el pasaporte para Ciro Lara, éste le había escrito para decirle que ya no lo necesitaba y para pedirle que le comprara un rifle con su dotación de balas. Al ocurrir los sucesos de la Legación, temiendo que no se creyera su versión sobre los hechos, había asumido una nueva identidad y utilizado el pasaporte de Ciro Lara para escapar a la acción de la justicia.
Demás está decir que todas las averiguaciones hechas para ubicar al tal Ciro Lara Mottl resultaron infructuosas. Beckert no pudo explicar cómo su argolla y un anillo suyo habían aparecido en los dedos del muerto y por qué una cigarrera, restos de ropas y otras especies que le pertenecían habían sido encontradas al lado del cadáver. El ministro sumariante sugirió que el reo había colocado deliberadamente estos objetos, a fin de hacer creer que el cadáver carbonizado era el de Beckert.
Las respuestas a las preguntas formuladas por el magistrado sonaban a inverosímiles: la ropa que llevaba Tapia se la había obsequiado, la mecha la había comprado para hacer una cama a un perrito; el traje de cazador y las patillas postizas las había adquirido para hacer una broma a su mujer de manera que no lo reconociera en el primer momento; el revolver Smith y Wesson lo tenía simplemente para «andar armado».
Los fondos de la Legación
Beckert dio la siguiente versión sobre la sustracción de fondos de la Legación: como tenía la convicción íntima de que tarde o temprano caería en manos de quienes le enviaban amenazas anónimas, había ido acumulando fondos de la Legación con miras a efectuar una inversión que después de su muerte produjera una renta segura a su mujer. Para alcanzar este resultado había falsificado la firma del ministro Von Bodman y adulterado cuentas de la Legación. Agregó que también había tenido ingresos que por ser «de procedencia vergonzosa» no podía declarar.
El 3 de abril de 1909 el ministro Castillo declaró cerrado el sumario y dispuso poner término a la incomunicación de Beckert, que duraba ya siete semanas.
El 10 de mayo el fiscal de la Corte de Apelaciones, Osvaldo Rodríguez Cerda, presentó al tribunal la acusación en contra del reo.
Según el fiscal, Beckert había confesado haber dado muerte a Tapia en defensa propia, pero esta eximente de responsabilidad no era verosímil y la premeditación con que se preparó y ejecutó el crimen estaba plenamente probada. Beckert había matado a Tapia, le había puesto prendas suyas y había dejado junto al cadáver especies que hicieran suponer que el muerto era el Canciller.
Beckert -agregó el Fiscal- había cometido el crimen con el propósito de hacer creer que había muerto, a fin de hacer desaparecer los documentos de la Cancillería y evitar que se comprobaran los desfalcos de dinero que había hecho para satisfacer sus excesivos gastos. Fingidamente muerto, podría gozar tranquilamente del dinero sustraído.
La acusación fiscal se refiere también a otros delitos que considera cometidos por Beckert: incendio premeditado de la Legación, falsificación y estafa de las letras de cambio, falsificación de las cuentas de la Legación, inducción a otorgar pasaportes falsos y uso de los mismos.
Por el delito de homicidio premeditado el fiscal solicita que se imponga al reo la pena de muerte, por el delito de incendio premeditado se le condene a la pena de muerte y por los demás delitos a otras penas privativas de la libertad y multas.
Beckert fue representado en su defensa por el joven abogado Pablo Ramírez Rodríguez, de 23 años, quien ocuparía más tarde importantes cargos públicos. La defensa sostuvo que la confesión prestada por Beckert era indivisible y que debía tomarse en cuenta la eximente de legítima defensa invocada por el reo al confesar el delito. Aun si no se aceptara esta eximente, agregó, no se podía concluir que el homicidio fuera premeditado.
En cuanto a los antecedentes y carácter del reo, recordó que el propio Ministro de Alemania «en un momento solemne para los dos países amigos» (¡el «funeral de Beckert»!) había afirmado que el ex Canciller [excanciller] era «hombre bueno, profundamente bueno e idealista».
El 2 de septiembre de 1909, siete meses después del incendio de la Legación, el ministro señor Castillo pronunció sentencia de primera instancia.
La sentencia condena a Beckert a la pena de muerte por el homicidio calificado de Exequiel Tapia y le impone otras penas por los delitos de incendio, falsificación de letras de cambio, adulteración de cuentas y uso indebido de pasaportes.
La Corte de Apelaciones confirmó en todas sus partes la sentencia pronunciada. La Corte Suprema rechazó los dos recursos de casación interpuestos por el reo. Sólo quedaba esperar el indulto presidencial.
La solicitud de indulto pasó al Consejo de Estado. Ni uno solo de los miembros del Consejo fue favorable al reo.
A pesar de que no faltaron voces en favor del indulto, el Presidente don Jorge Montt se negó a concederlo.
Últimos días
Notificado el «cúmplase» de la sentencia, el reo queda en capilla. Alguien que lo visita en su celda de la Penitenciaría lo describe así:
«Ha envejecido 20 años. Las barbas que caen sobre el pecho tienen largos mechones de cana como nieve, prendidos entre los líquenes de un árbol medio derribado… y los ojos, aquellos ojos fulgurantes cuyo brillo redoblaban los cristales de sus gafas de oro, están apagados y tienen una expresión de inmensa tristeza y profundo abandono. Ya no miran, imploran».
A pedido del reo se ha levantado un altar en su celda y se dice misa cada día. La Imitación de Cristo es su libro de cabecera. El condenado recibe visitas de personalidades políticas y de ex alumnos [exalumnos] suyos del colegio San Ignacio. Un emisario del reo insiste en el indulto ante el Presidente.
«No, mi amigo, responde el señor Montt, siento no poder complacer a Ud. Este hombre no sólo ha cometido un crimen horrible, sino que además ha comprometido con su diabólica trama y la torpeza del Ministro alemán el honor de Chile.»
«Se nos ha injuriado y humillado. Se debe aplicar la ley en su máximo rigor para enseñanza y ejemplarización».
Como en casos análogos, se abre un debate sobre la pena de muerte. Las más de las voces piden que prevalezca un sentimiento de piedad sobre los dictados de la estricta justicia y que se perdone la vida del reo. No faltan, sin embargo, opiniones en contrario.
Un lector de un diario se pregunta: «¿Si en vez de Beckert hubiera sido Tapia el verdadero autor del crimen, nos habríamos desvelado tanto por obtener su indulto?» Alguien recuerda las palabras de Alphonse Karr: «Si se desea abolir la pena de muerte, que los señores asesinos comiencen».
Temprano en la mañana del 5 de julio de 1910 el capellán Cotapos dice misa en la celda y da a Beckert la última comunión. En los alrededores de la Penitenciaría una abigarrada y densa muchedumbre aguarda los últimos momentos del condenado. Una ligera llovizna entristece más la escena.
A las 08.00 horas Beckert, que está al borde del colapso, es conducido en vilo y con la vista vendada al patíbulo. Cuatro fusileros calzados con alpargatas y comandados por un oficial se sitúan frente al reo. A una señal del oficial se oye una descarga; luego se da el tiro de gracia. Beckert queda inmóvil. Son las 08.10 de la mañana.
A las 07.30 horas del día siguiente el cadáver es conducido al Cementerio General y enterrado sin más ceremonia. Se le da un modesto entierro, bien diferente al que recibiera en la ocasión anterior.