
La Temible Bejarano - La Mujer Verdugo
- Clasificación: Asesina en serie
- Características: Tortura - Sadismo
- Número de víctimas: 3
- Fecha del crimen: 1878 / 1892
- Perfil de la víctima: Casimira Juárez / Guadalupe y Crescencia Pineda
- Método del crimen: Indeterminado - Distintos tipos de tortura
- Lugar: Ciudad de México, México
- Estado: Fue condenada a 10 años de prisión por los asesinatos de las hermanas Guadalupe y Crescencia Pineda. Anteriormente fue sentenciada a 13 años de prisión por la muerte de Casimira Juárez. Murió en la cárcel de Belén antes de cumplir su última condena
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Guadalupe Martínez de Bejarano
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Guadalupe Martínez de Bejarano (¿?- †¿?, prisión de Bélem en la Cd. de México) fue una asesina en serie mexicana, que a finales del siglo XIX, asesinó brutalmente a 3 niñas. La prensa de su época la apodó como «La Temible Bejarano» o «La Mujer Verdugo».
Es uno de los primeros asesinso [asesinos] seriales de la historia de México (contempóranea a Felipe Espinosa, Francisco Guerrero y Rodolfo Fierro), se puede considerar como la primera asesina en serie (mujer) de la que se tiene registro en México. Era una asesina organizada, hedonista motivada por satisfacción sexual, sedentaria y depredadora sexual.
Antecedentes
No se sabe mucho con respecto a su vida privada, sólo que estuvo casada con un hombre apellidado Bejarano, y que con él procreó al menos un hijo: Aurelio Bejarano Martínez. Pertenecía a un estrato social alto o medio-alto (se intuye por su modus operandi).
Crímenes
Atraía a sus víctimas, jóvenes y niñas pobres, ofreciéndoles empleo como sirvienta en su casa. Las conducía a su domiclio, ya instaladas, mostraba sus verdaderas intenciones: las esclavizaba y sometía a tortura con marcados tintes sexuales. Disfrutaba en especial de obligarlas a sentarse desnudas sobre un bracero ardiente (silla romana), también solía colgarlas desnudas por la muñecas, con una cuerda que iba al techo, las suspendía y entonces las flagelaba con un látigo para arrear ganado. Finalmente, las dejaba morir de hambre.
Víctimas
- Casimira Juárez: Niña asesinada en 1887 [1878] fue el primer crimen conocido de la Bejarano. Fue aprehendida y condenada por este crimen, pero la débil legislación penal de la época tan sólo la condenó a unos cuantos años de prisión.
- Guadalupe y Crescencia Pineda: Fueron dos hermanas asesinadas en 1892.
Condena y muerte
La policía detuvo a Guadalupe tras varias denuncias que hablaban sobre posibles personas secuestradas y torturadas en su casa. Pero ya era tarde, las hermanas Pineda estaban muertas tras meses o quizás años de abuso.
Al final de cuentas fue su propio hijo quien la hundió al identificarla como la responsable de los secuestros, vejaciones y muertes de las niñas. La Bejarano, se defendió culpando de todo a su hijo, pero no le creyeron.
La indignación pública pedía pena de muerte para la Mujer Verdugo, sin embargo, fue sentenciada a la risible condena de 10 años con 8 meses. Aurelio Bejarano también fue condenado a 2 años de prisión por su pasividad ante los hechos.
Guadalupe Martínez fue recluida en la cárcel de Belén para mujeres, su reclusión la pasó en solitario ante la amenaza que representaban las demás reclusas, quienes la aborrecían por sus terribles crímenes, donde murió por causas naturales antes de que su condena se cumpliera.
Obras artísticas inspiradas en ella
A pesar de lo terrible de sus crímenes, el nombre de Guadalupe Martínez de Bejarano se ha ido olvidando con el tiempo, hasta el grado de ser muy poco conocida actualmente. Aunque en su época su caso levantó revuelo y sirvió de inspiración a grabadores y compositores:
El grabador José Guadalupe Posada publicó varias ilustraciones sobre el caso, actualmente son estás las más reconocidas. El escritor y editor Antonio Vanegas Arroyo, por su parte compuso el «Corrido de La Temible Bejarano».
Guadalupe Martínez: «La Temible Bejarano»
Lasclavesdelmisterio.blogspot.com.es
En 1887 [1878], en la Ciudad de México, una mujer llamada Guadalupe Martínez de Bejarano fue detenida por la policía. Estaba acusada de torturar y asesinar a una niña de nombre Casimira Juárez. Por este crimen, que conmocionó a la sociedad mexicana de finales del siglo XIX, pasó un tiempo en prisión. Los periódicos, que dieron a conocer el caso con profusas ilustraciones, la bautizaron como «La Temible Bejarano».
Tras salir de la cárcel, la asesina regresó a su casa. No tardó mucho tiempo en volver a las andadas. Esta vez, se ensañó con dos niñas: Guadalupe y Crescencia Pineda. «La Temible Bejarano» disfrutaba torturando a las niñas. Acostumbraba desnudarlas para después golpearlas con una cuerda mojada, dejándoles marcas sangrantes por todo el cuerpo. También las colgaba desnudas de una cuerda suspendida del techo, amarrándolas de las muñecas y alzándolas, para que el peso de sus cuerpos les lastimara los hombros. Una vez colgadas, las azotaba con una cuarta para caballos, hasta que las niñas se desmayaban. Como estos tormentos la aburrieron, inventó otro: les ponía los pies encima de un brasero, quemándoselos y dejándolas llenas de dolorosas ampollas que sangraban y se infectaban. Utilizaba además tenazas al rojo vivo para colocarlas sobre los cuerpos de las pequeñas. Sin embargo, el castigo más cruel consistía en colocarlas, también desnudas, sentadas sobre el brasero ardiendo. Las niñas proferían alaridos de dolor y lloraban a gritos mientras se quemaban sus genitales, los muslos y las nalgas. El metal hirviendo dejaba las marcas de fuego en la piel de las pequeñas, mientras la criminal se sentaba en una silla frente a ellas, gozando con su sufrimiento.
Cuando la policía volvió a detenerla, las niñas estaban muertas. Un juez la condenó a diez años y ocho meses de prisión. El grabador José Guadalupe Posada publicó varias ilustraciones sobre el caso en la Gaceta Callejera. Durante el juicio, se presentó a declarar el hijo de la asesina, Aurelio Bejarano Martínez. La señaló como la autora de la tortura y muerte de las niñas. En su respuesta, recogida por los medios impresos de la época, «La Temible Bejarano» le respondió:
«Bien se dijo que esta acusación que sobre mí has lanzado hará que concluya mis días en prisión, pero nada diré respecto de su falsedad, te perdono. Los hombres me condenarán, pero Dios, que ve en el fondo de los corazones, tendrá en cuenta el sacrificio que hago de mi libertad para que tú te salves. Que Él no te tome en cuenta la calumnia que arrojas sobre tu madre. ¡Quién sabe si tú fueses el que golpeó a Crescencia y ahora mirando el cargo que puede resultarte me achacas a mí tus obras!» Por supuesto, esto no era verdad. La mujer era la responsable de la tortura y asesinato de varias niñas.
En un periódico de la época se publicó un corrido en su honor, algunas de cuyas estrofas decían:
«Con una crueldad atroz, la terrible Bejarano
ha cometido la infamia, el crimen más inhumano.
Iracunda martiriza aquellas carnes tan tiernas
con terribles quemaduras en los brazos y en las piernas.
y a pesar de su maldad es digna de compasión,
por lo que debe sufrir encerrada en su prisión.
Y allá entra la negra sombra de su oscuro calabozo,
de la víctima inocente verá el espectro espantoso».
Fue ingresada en la Cárcel de Belén. Allí, sufrió el ataque de las demás prisioneras, que no toleraban el infanticidio. Se aisló hasta su muerte en prisión, viviendo siempre con el temor de ser asesinada.
La Temible Bejarano, torturadora de niñas en el Porfiriato
Necropsiadeley.blogspot.com.es
Con una crueldad atroz
la temible Bejarano,
ha cometido la infame
el crimen más inhumano.
Casimira Juárez murió el 17 de junio de 1878 en un hospital de la Ciudad de México debido a las muchas heridas que tenía su cuerpo.
Probablemente tenía entre 10 y 12 años, quizá un poco más. Los pocos registros que hay en la prensa acerca de su fallecimiento tienen que ver más con su verdugo que con su propia muerte.
Tal vez cuando fue adoptada la pobre huérfana pensó que su vida al fin iba a cambiar, para mejor.
O a lo mejor pensó que esa mujer viuda, con un solo hijo, únicamente la necesitaba para que limpiara su casa, lavara su ropa e hiciera la comida. Ese sería el peor de los escenarios.
Lo que seguramente no pensó fue que moriría sola, en una cama de hospital, tras meses sufrir las peores torturas que la sociedad porfiriana no hubiera sido capaz de imaginar.
Las colonias Roma y Condesa desde siempre han sido consideradas una muestra del desarrollo y la riqueza que trajo el Porfiriato a algunas zonas de la Ciudad de México.
Sin embargo no hay que olvidar que los barrios pobres de aquel entonces como La Bolsa, la Peralvillo, la Santa Ana, la Guerrero y Santa María La Ribera también son producto de las políticas económicas del régimen, que favorecían a unos y marginalizaban a otros.
La élite política y económica de la época veía a las colonias pobres de la ciudad no sólo como fuentes del crimen, sino también de contagio moral.
La prensa porfiriana, según los intereses de la élite, pintaba a la clase baja como personas que frecuentemente cometían actos de violencia, mantenían relaciones prohibidas, tenían enfermedades venéreas y practicaban abortos.
Algunos criminalistas y autoridades encargadas de impartir la justicia llegaban tan lejos como para afirmar que los pobres eran criminales natos.
Por ello no es tan difícil de creer que nadie sospechara de las crueles torturas y castigos inhumanos a los que Guadalupe Martínez de Bejarano sometía a Casimira Juárez, la niña que había adoptado.
Ante sus vecinos la «mujer verdugo» era un alma caritativa que se había echado encima la tarea de criar y disciplinar a una criatura cuya naturaleza era viciosa y desobediente, con tendencia a la criminalidad.
La verdad es que la pobre niña, desde que entró a la casa de la horrible mujer y hasta que la sacaron sólo para llevarla a morir al hospital, padeció dolores que la mayoría de las personas no experimentan en toda una vida.
Su cuerpo estaba siempre cubierto por marcas de golpes, cortadas y quemaduras.
Pocas veces la mujer demonio le daba de comer y cuando la alimentaba se trataba de desechos descompuestos o brebajes preparados por la fiera que nadie en su sano juicio se atrevería a probar.
Sólo cuando la criatura estuvo lo suficientemente enferma como para que peligrara su vida Martínez de Bejarano hizo traer al doctor, quien en seguida ordenó que fuera llevada al hospital.
Allí, la niña aún influenciada y aterrorizada por las torturas de la mujer, se negaba a explicar qué le había pasado y contestaba con evasivas a todas las preguntas que se le hacían.
Sólo el trato amable de médicos y enfermeras, y quizá la conciencia de que su muerte estaba cerca, hicieron a la pobre Casimira revelar el origen de todo el sufrimiento.
La cruel bestia fue apresada y juzgada, sentenciada a 13 años de cárcel hasta que en 1886 volvió a ver la luz del sol.
No fue la única vez que mató.
Aunque José Guadalupe Posada la inmortalizó en grabados e inspiró más de un verso que ahora ya está olvidado, no se sabe mucho sobre la vida de Guadalupe Martínez de Bejarano.
No se sabe dónde vivía, en qué año y dónde nació, ni las fechas exactas de sus crímenes.
Lo que se sabe es que era una mujer viuda, de clase alta, que había estado casada con un hombre de apellido Bejarano y que tenía un solo hijo: Aurelio Bejarano Martínez, quien declararía en contra de ella en su juicio.
También se sabe que torturó y mató a dos niñas, una en 1878, otra en 1892, y que sus monstruosidades servirían para dar nombre a todas las mujeres que gozaban con el dolor y sufrimiento de los niños: las bejaranos.
Los habitantes en la Ciudad de México a finales del siglo XIX estaban acostumbrados a despertar con el pregón de aquellos que repartían la Gaceta Callejera, la publicación encargada de esparcir las noticias y tragedias que generalmente comunica la nota roja.
Con su particular lenguaje informaba de los crímenes a los que ya estaba acostumbrada la sociedad porfiriana: asesinatos por riñas, robos violentos, venganzas o asesinatos cometidos por amantes que se dejaron llevar por los celos. Esa mañana de mediados de mayo de 1892, sin embargo, fue diferente.
El impresor de la Gaceta no supo cómo, o no se atrevió, a condensar en un encabezado las atrocidades de la «mujer verdugo». «¡El crimen de la Bejarano!», gritó el voceador esa mañana.
Cuando murió en mayo de 1892, Crescencia Pineda tenía sólo 12 años.
Al igual que la niña que la precedió, Crescencia falleció víctima de la tortura a la que era sometida por «La Temible Bejarano».
En varios números de la Gaceta Callejera, José Guadalupe Posada ilustró las escenas del martirio que vivió la huérfana.
En uno de los grabados aparece la mujer arrodillada junto a la niña, quien está tirada en el suelo, sobre el estómago, atada de pies y manos, mientras la verdugo le quema la piel con cerillos.
En otro el ilustrador dibujó un brasero con carbón, y a la niña con las extremidades atadas mientras la temible Bejarano huye.
Se sabe que además de quemarles los pies la fiera disfrutaba amarrarles las manos y colgarlas de un gancho en el techo para, una vez desnudas, golpearlas con una cuarta de las usadas para entrenar a los caballos.
El tiempo que pasó en prisión quizá ayudó a la Bejarano a planear nuevas formas de tortura que aplicó a su segunda víctima. Arrastrarla por el suelo pudo haber sido una de ellas. También encerrarla bajo el piso de duelas por horas dejando a la inocente a merced de los ratones y las plagas.
El peor castigo era el de la silla romana. La mujer encendía el carbón en el brasero, y una vez que alcanzaba la temperatura ideal para coser frijoles o hacer tortillas le colocaba una reja encima donde obligaba a sentarse a sus víctimas. Le gustaba oírlas gritar.
«Estoy aquí para acusar a mi madre» dijo el joven Aurelio Bejarano ante un escritorio del Ministerio Público en mayo de 1892.
Cuando detuvieron a la mujer y la pusieron en su presencia no consiguió pronunciar una palabra más.
Lo interrogó directamente el juez, lo inquirieron durante todo el proceso en el tribunal y los acribillaron con preguntas los reporteros, pero el adolescente no volvió a abrir la boca.
Su madre, en cambio, no paró de acusarlo:
«Bien sé que esta acusación que sobre mí has lanzado hará que concluya mis días en la prisión… pero nada diré respecto de su falsedad. Te perdono. Los hombres me condenarán; pero Dios, que ve en el fondo de los corazones, tendrá en cuenta el sacrificio que hago de mi libertad para que tú te salves… Que él no tome en cuenta la calumnia que lanzas sobre tu madre».
Cuando se supo que la segunda víctima de la verdugo era adoptada y que ya había cometido el mismo crimen 13 años antes, el juicio de las autoridades y de la opinión pública fue unánime: culpable.
El carruaje negro jalado por un solo animal en el que la temible Bejarano era llevada a la cárcel fue presa de la furia del pueblo. Insultos, escupitajos y hasta pedradas llovían contra el vehículo que transportaba a la mujer demonio.
Un pacto tácito del que era participe toda la sociedad había roto la Bejarano y el pueblo se quería encargar de remediarlo. Poco faltó para que la mujer fuera linchada por los habitantes de la Ciudad de México, pero pese a todo llegó sana y salva a su destino: la cárcel de Belén.
Ya en prisión tuvo que ser separada de las demás reclusas para evitar que éstas le hicieran pagar con la misma moneda sus crímenes contra las dos huérfanas.
En la cárcel vivió aislada. Incluso otra asesina célebre en la cárcel de Belén también la repudiaba:
«Está una Sra. que es Guadalupe M. Vejarano mujer demasiado instruida y que la creo digna de llevarme con ella, pero soy franca, me ororiza su crimen porque es verdad que yo lo soy pero habemos, criminales de criminales… (sic)», escribiría sobre ella María Villa, «La Chiquita» en su propio diario.
«La Temible Bejarano» murió en la cárcel antes de cumplir su condena de 10 años y 8 meses, pero no así su nombre.
Las nuevas Bejaranos
Los crímenes de Guadalupe Martínez dejaron una huella tan profunda en la sociedad porfiriana que su apellido fue utilizado para nombrar a las torturadoras de niñas.
La primera de ellas fue Antonia Ramírez, «la nueva Bejarano», quien en 1893 amarró y crucificó a su ahijada en un madero porque ese día se le olvidó persignarse. La niña de seis años y su hermano aún más pequeño habían sido encargados a la mujer por su madre, que estaba gravemente enferma e internada en un hospital.
Otro caso fue el de Tomasa Lugo, la tía verdugo, quien torturó de una manera nunca vista a su sobrina de 6 años, María Consuelo González.
Cuando la pequeña un día desfalleció en clase, la profesora al intentar levantarla la tomó por la cintura, lo que provocó que un desgarrador grito de dolor saliera de la criatura. Al examinarla, con horror descubrió que llevaba las enaguas y los calzones cosidos a la piel de la cintura.
La niña narró cómo su tía le cosió la ropa en la carne, azotándola cada vez que se atrevía a quejarse.
También contó que en otro de los castigos la tía verdugo le quemó la boca con una braza de carbón cuando la niña se negó a beber una asquerosa preparación, que a su vez era un castigo por no realizar tareas domésticas.
Del nombre de la Bejarano ya casi nadie se acuerda, tampoco de esta ronda infantil de la época pensada para mandar los niños a la cama:
Niño, sé malo,
que viene la Bejarano.
Niña, sé grosera, niña,
que viene y te quema.

Los crímenes de la Bejarano. Ilustración realizada por José Guadalupe Posada / Necropsiadeley.blogspot.com.es

Ilustración de uno de los crímenes de Guadalupe Martínez de Bejarano. Necropsiadeley.blogspot.com.es

Documento que recoge la sentencia del último juicio de la asesina en serie mexicana. Ilustración: José Guadalupe Posada / Necropsiadeley.blogspot.com.es