Guadalupe Dejoz Preciados

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Guadalupe Dejoz Preciados

El caso del azafrán

  • Clasificación: Asesina
  • Características: Parricida - Su madre no consentía la relación con su novio
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 18 de enero de 1952
  • Fecha de detención: 30 de enero de 1952
  • Fecha de nacimiento: 1 de enero de 1930
  • Perfil de la víctima: Su madre, Nemesia Preciados Martínez, 43
  • Método del crimen: Golpes con una pesada cepa de enebro
  • Lugar: Villargordo del Cabriel, Valencia, España
  • Estado: Condenada a 30 años de prisión el 15 de mayo de 1953
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Guadalupe Dejoz Preciados – El misterioso caso del azafrán

Pedro Ortiz – Sentencia cumplida

Antes del acceso a las negociaciones en bolsa, de la emisión de pagarés del Estado a bajo precio, de las «matildes», del plazo fijo e incluso del oro, antes de todo esto, el azafrán era el tesoro de las familias.

Sobre todo de las familias campesinas que habían podido dedicar un pequeño trozo de tierra al cultivo de esta especia, no tanto para venderla, como para atesorarla. Ocupa muy poco espacio, su precio es muy elevado y no sólo sazona las comidas en determinadas fechas, sino que también impregna la vivienda de un olor característico y potente que hace las delicias de alguno. El azafrán era en la larga posguerra española algo más que una simple especia: el aval con el que una familia respondía ante cualquier evento económico inesperado y contrario a las arcas familiares.

Nemesia Preciados Martínez, una joven viuda de 43 años, nacida y domiciliada durante toda su vida en Villargordo del Cabriel, también confiaba en el azafrán. Nemesia tenía una hija de 21 años, Guadalupe, y sólo los cuatro brazos de ambas llevaban comida a la casa. La situación económica no era muy boyante, aunque tampoco puede decirse que les faltara a las dos mujeres comida o leña para el fuego y un techo para refugiarse del frío invernal de la meseta.

El azafrán, como siempre, la salvaguardia; el último extremo al que acudir. El extremo al que acudió Nemesia cuando los médicos le dijeron que tenía que operarse de apendicitis. El viaje a Valencia, la estancia en el hospital, la operación…, todo fue pagado con una onza de azafrán, que hasta entonces había permanecido oculta en un baúl de la vivienda de Nemesia. Pero en esta ocasión, la tantas veces mencionada especia serviría para algo más que para un recurso económico de última instancia: sería la clave para descubrir a un asesino; el asesino de la propia viuda Villalgordeña.

En 1952, el cinematógrafo de Villargordo del Cabriel apenas funciona los domingos y alguna otra fiesta. Sin embargo, este jueves, 17 de enero, se prepara en él una estupenda película. Hoy es San Antón, y por la mañana, los agricultores han sacado a sus mulos y burros a dar tres vueltas en torno al templo; alguien lo ha hecho también con algún cerdo e incluso con gallinas y corderos.

Y por la tarde ha habido un concurso de labranza en el que ha corrido el buen vino y la alegría. San Isidro, patrón de los labradores, se celebra también por todo lo alto en Villargordo, al igual que en todos los pueblos agrícolas.

Ya se ha dicho que también por ser una fiesta importante, el cine ha decidido proyectar una película. Las puertas del local se abrieron hacia las once de la noche y la película, con los dos cortes de rigor, se prolongó hasta entrada la madrugada del viernes, día 18. Entre los espectadores se hallaba también Guadalupe, acompañada por Francisco, su novio.

Francisco había nacido en Aldaya, tenía 24 años de edad y desde hacía tiempo salía formalmente con Guadalupe, aunque, todo hay que decirlo, el muchacho no era del agrado de su futura suegra. Quizá porque la mujer conocía la tragedia que siempre se había vivido en casa del muchacho: el abuelo murió un mal día en el que decidió ahorcarse; el padre fue ajusticiado tras la guerra civil «por sus numerosos y probados crímenes cometidos en la Guerra de Liberación», según se dijo; la madre de Francisco volvió a casarse y el padrastro también se suicidó arrojándose a un río y dejándose engullir por las aguas.

Francisco, pues, tenía en sus predecesores un rosario de muertes violentas y probablemente esta circunstancia fuera la que no gustaba a Nemesia, que no cesaba de enfadarse con Guadalupe por sus salidas con el novio.

Sin embargo, Nemesia no volvería a regañar a su hija. El motivo es tan grave, que todo Villargordo tembló en aquellas primeras horas de la madrugada del día 18. Acabada la película, los dos novios anduvieron juntos un rato y posteriormente se despidieron tomando cada uno el camino hacia sus respectivas casas. No era cuestión, tampoco, de que Francisco acompañara a Guadalupe a esas horas de la madrugada y que Nemesia les estuviera esperando en la puerta con lágrimas, gritos y escenas inoportunas. Guadalupe marchó sola a su domicilio.

Y pronto un grito estremeció al pueblo. Un grito que había salido de la garganta de Guadalupe y que se extendió como el fuego en la pólvora por toda la localidad.

-¡Han asesinado a Nemesia! ¡Su hija la ha encontrado muerta en medio de un charco de sangre!

El grito llegó también a la vivienda de Francisco, en la garganta de otro vecino. El joven se vistió rápidamente y se dirigió a la casa de su novia. Allí, tras atravesar una barrera de curiosos, encontró a Guadalupe con las manos en el rostro, tapándose las lágrimas y sentada en un rincón mientras una vecina la consolaba. Pronto llegó también la Guardia Civil y no tardarían en hacerlo el juez de Requena y el médico forense.

Nemesia estaba tumbada boca arriba, con la cabeza destrozada a golpes y en medio de un charco de sangre enorme. El cadáver se hallaba en una habitación contigua a la cocina, estancia ésta en la que también había unas manchas de sangre en dirección al lugar donde se encontraba el cuerpo sin vida de la viuda. En toda la casa olía a azafrán de forma penetrante.

Nemesia, sin duda, había sido asesinada. El asunto era lo suficientemente grave como para llamar al capitán de la Guardia Civil de Requena y que él personalmente se encargara de la investigación.

Eran las primeras horas de la mañana del día 18 cuando este capitán es localizado en la aldea de Portera, en donde se hallaba de inspección. El frío azotaba la mañana cuando el jefe de la Guardia Civil de la demarcación llega a Villargordo. Se dirige directamente a la casa de Nemesia y casi sin pronunciar palabra comienza la inspección ocular propia de los expertos en criminología.

El olor a azafrán seguía impregnando el ambiente de la casa y en él se fijó también el capitán. Su vista se dirigió, guiada por el olfato, hacia un baúl que se encontraba en la misma habitación que el cadáver. Las ropas que contenía se hallaban revueltas y algunas prendas habían caído al exterior, en el suelo de la estancia.

Desde allí, el capitán pasó a la cocina y clavó su vista en esas pequeñas manchas de sangre más grandes cuanto más cerca estaban de la primera habitación.

Después, el guardia civil apuntó en su libreta ciertos datos: la puerta que comunicaba la cocina con el corral se hallaba abierta e igualmente de par en par estaba el portón que facilitaba el acceso desde el corral a un callejón posterior. La tranca que lo aguantaba había desaparecido.

Sin embargo, el capitán también hubo de anotar que a pesar de la diligencia puesta en la inspección del lugar, no se había encontrado ningún objeto que pudiera haber sido utilizado como arma por el asesino. Habría que esperar al dictamen de la autopsia y confiar en que éste revelase detalles nuevos y esclarecedores. Mientras tanto, pensó, no estará de más hablar con Guadalupe.

La muchacha, todavía compungida y temblorosa por el dolor, no aportó en principio nada nuevo. Manifestó que había dejado a su madre con vida hacia las once de la noche, cuando ella y Francisco, su novio, se habían ido al cine. Fue al regresar a casa cuando descubrió el cadáver. El joven, posteriormente, ratificaría estas declaraciones.

Sin embargo, más preguntas del capitán le condujeron a una posible pista. Guadalupe recordó que unos días atrás un desconocido había estado en la casa intentando comprar azafrán.

-Estaba yo sola porque mi madre había salido a la compra. El desconocido insistió una y otra vez, pero yo no quise vendérselo a pesar de que sabía que teníamos azafrán precisamente por la ausencia de mi madre.

-¿Ese hombre ha vuelto a venir?

-No, yo no lo he visto más veces.

La roja especia, dijo Guadalupe, se hallaba en dos lugares distintos de la casa: en una cómoda situada en un dormitorio y en el baúl que había sido hallado revuelto. Precisamente todo el azafrán del baúl había desaparecido, mientras que el que se encontraba en la cómoda permanecía intacto, a tenor de las comprobaciones que la muchacha realizó delante del capitán. El ladrón asesino, supuso, habría encontrado la parte del azafrán del baúl y creyendo que ya tenía todo en su poder o temiendo que le faltara tiempo para mayores registros, se dio a la fuga sin sospechar que su robo hubiera podido ser mayor, aunque su crimen no pudiera superar más cotas de salvajismo.

El capitán, tras estas manifestaciones de Guadalupe, se hizo una composición mental de todo lo que probablemente hubiera ocurrido. El desconocido que se hizo pasar por comprador de azafrán sabía que en aquella casa había buena cantidad de la codiciada especia, porque así se lo había hecho notar involuntariamente días antes Guadalupe. Esperó a un día y una hora en la que pudiera actuar con tranquilidad, porque la mayoría de los habitantes del pueblo se hallaban de fiesta. Por la noche, todavía mejor, dado que quien no fuera al cine estaría durmiendo y los testigos desaparecerían por completo.

Así, aquella noche del 17 de enero, penetró en la casa por la parte posterior, por el callejón y saltando la tapia, que no era demasiado alta. Después no le costaría mucho trabajo abrir la puerta que comunicaba el corral con la cocina y penetrar en el interior de la parte habitable.

Quizá el ladrón no contase con la presencia de Nemesia en la casa, y se viera sorprendido por la mujer. Lo cierto es que arremetió contra ella con algún objeto contundente y la mató en el acto. Posteriormente revisó el baúl, encontró el azafrán y decidió que ya había conseguido un botín más que suficiente. Regresó por el mismo camino por el que había venido, aunque en lugar de saltar la tapia nuevamente decidió quitar la tranca del postigo y salir al exterior por la puerta, que quedó abierta.

Todo parecía casar de esta forma, e incluso la autopsia daba en cierto modo la razón a ésta teoría, ya que el dictamen establecía que la muerte de Nemesia debió producirse entre las once de la noche del día 17 y la una de la madrugada del 18. Por lo demás, el informe del forense señalaba que Nemesia había muerto como consecuencia de varios golpes que le habían propinado con un objeto contundente en la cabeza y que le produjeron tres grandes heridas en la parte superior del cráneo; otra en el temporal derecho con hundimiento de hueso y otra más en la región maxilar izquierda.

Sí, todo casaba. El asesino podría ser perfectamente el desconocido comprador de azafrán. Pero si esto era cierto, la tarea que se presentaba al capitán y a toda la Guardia Civil era más que ardua, porque difícilmente podría encontrarse a este comprador asesino con los pocos datos que se manejaban: apenas una descripción sin mucho detalle dada por Guadalupe, descripción que podría ser de más de un millar de personas en veinte kilómetros a la redonda.

El capitán había insistido una y otra vez a la muchacha para que intentase recordar más detalles del asesino, pero ésta se mostraba como si tuviera la memoria en blanco: de unos cuarenta años, moreno, más bien bajo, con chaqueta de pana… ¡Cuántos morenos de cuarenta años, bajos y con chaqueta de pana podría haber en Caudete y en Requena, y en Utiel y en Minglanilla y en la Venta del Moro, y en Las Cuevas y en Camporrobles…, por citar sólo las localidades más cercanas!

-Algún detalle más específico: el color de los ojos, el tamaño de la nariz, su acento al hablar…

-No, capitán, no lo recuerdo.

-¿Y cuándo dices que vino a tu casa?

-No sé, me parece que hace diez o doce días…

-¿Exactamente, cuándo?

Guadalupe dudó, quedó pensativa y dijo.

-Fue el pasado jueves; sí, el jueves día 10.

El capitán respiró profundamente. Conociendo la fecha exacta, podría averiguar más detalles sobre el asesino, dado que si preguntó en casa de Nemesia por el azafrán, haría lo propio en otras viviendas. Cabía interrogar y preguntar entre el vecindario.

La tarea le llevó varios días y no le dio ningún fruto. Nadie, absolutamente nadie, había recibido la visita aquel jueves día 10 de ningún comprador de azafrán. Nadie tampoco había visto que cualquier persona se acercase en casa de Nemesia con ese objetivo.

Y el capitán llegó más lejos y tampoco obtuvo lo que quería: ningún vecino había recibido la visita de extraños bajo ninguna excusa y nunca en los días próximos al jueves 10. Era como si el comprador de azafrán fuera invisible hasta que llamase a la puerta de Nemesia y hablase con Guadalupe. ¿Se lo estaría inventando la muchacha? Y de ser así, ¿con qué motivo? El móvil del asesinato había sido el azafrán y éste podría haberlo conseguido la muchacha de forma mucho más sencilla. No obstante, decidió interrogarla una vez más.

La joven, como siempre que había hablado con el capitán, se mostraba muy afectada por la muerte de su madre. E insistía una y otra vez en el desconocido de cuarenta años, moreno, bajo y con chaqueta de pana, al que consideraba el asesino.

Después, en su despacho, el guardia comenzó a ponerse nervioso, había detalles que no cuadraban. Ese vendedor que sólo Guadalupe había visto, esa insistencia de la muchacha en que el desconocido era el culpable, esa afectación tan exagerada que incluso parecía fingida…

Habría que interrogar nuevamente a Guadalupe, aunque al propio capitán le asustaba la idea porque sabía que la joven se cuadraba en sus anteriores declaraciones y nunca había conseguido sacarle nada diferente a lo que le dijo en la primera ocasión. Pero habría que volver a la carga… 0, mejor, intentarlo con Francisco, el novio. Una hora después los dos hombres se encontraban frente a frente.

Francisco no desdijo en absoluto las manifestaciones de Guadalupe y poco más pudo añadir. El no había visto a Nemesia en la noche del asesinato.

-Fui a su casa, es cierto, a recoger a Guadalupe para irnos al cine, pero la esperé fuera. Ya sabe usted que su madre no veía con buenos ojos nuestro noviazgo. Después, cuando acabó la película nos despedimos y dejé que la muchacha viniera sola a casa mientras que yo me fui a la mía. Me acosté y unos minutos más tarde me avisó un vecino que habían encontrado a mi futura suegra muerta.

Todo cabal. Todo concordante. Pero el capitán, harto de efectuar interrogatorios, había decidido fijarse en detalles mínimos. Y gracias a ello pudo percibir un ligero nerviosismo en el joven, que le hizo pensar que sabía más de lo que estaba declarando. Decidió volver a su despacho para aclarar sus ideas, aunque durante el viaje sólo pensó en el crimen.

Ahora le asaltaba una tremenda hipótesis: ¿No pudo haber sido Francisco el autor de la muerte de Nemesia? El móvil no había que ir lejos a buscarlo: las malas relaciones que suegra y yerno mantenían. Si desapareció el azafrán, bien pudo haber sido un intento de desviar la investigación hacia un ladrón. Guadalupe sabría que su novio era el asesino y estaba ocultándolo con ese invento del falso comprador de azafrán.

La teoría era bonita, pero caía derrumbada rápidamente: Francisco estuvo todo el tiempo con Guadalupe en el cine, exactamente en las mismas horas en las que según la autopsia debía de haberse producido el asesinato. Más de una docena de personas testificaron que, efectivamente, la pareja había sido vista en el local cinematográfico.

Todos los caminos tapados. Todas las teorías reducidas a la nada. Todos los presuntos culpables evaporados. En estas situaciones, pensó el capitán, lo mejor es comenzar una vez más desde el principio. Como si nada se supiera, como si los datos de los que disponemos no existieran. En realidad, nada se sabe ni nada cierto existe.

Y el guardia civil volvió a pensar en aquel penetrante olor a azafrán que llenó su olfato el día en el que por primera vez entró en casa de Nemesia. El azafrán… El asesino fue el ladrón del azafrán. ¿O tampoco esto era cierto?

-Hay que investigar por este lado -se dijo en voz alta.

Por una vecina y amiga de Nemesia, el capitán había sabido que la viuda guardaba exactamente tres onzas y media de azafrán, repartidas entre la cómoda y el baúl. La misma vecina le había informado de aquella operación quirúrgica de apendicitis a la que Nemesia tuvo que ser sometida en Valencia unos meses atrás. La mujer se había visto obligada a vender una de las onzas para sufragarse los gastos.

Debían quedar, pues, en la casa de Nemesia dos onzas y media, y la cantidad que faltase para alcanzar este peso sería la que el ladrón asesino habría conseguido robar. La verdad, pensó el capitán, es que no podría ser mucho.

Pidió a Guadalupe que le prestase el azafrán de la cómoda el que había dejado el asesino. Después, sin que la muchacha tuviera conocimiento de su operación, el capitán se hizo con una balanza de precisión y pesó el pequeño montón de especia. La balanza señalaba ¡dos onzas y media! ¡No había habido robo!

-Hay que ir pensando en otro móvil.

Y las sospechas del guardia civil volvieron a recaer en Francisco. Quiso comenzar de nuevo, e interrogó más concienzudamente no a los jóvenes, sino a las personas que habían afirmado haberlos visto en la sesión de cine. Les pidió detalles: si los muchachos iban del brazo o separados, la ropa que vestían, la hora exacta en la que llegaron, la postura que adoptaron…

Dos de los datos obtenidos le resultaron dignos de un mayor análisis. Fue exactamente a las once, apenas unos segundos antes de que comenzara la película cuando la pareja llegó al cinematógrafo. La autopsia había señalado que la muerte se produjo entre las once de la noche y la una de la madrugada, pero el riesgo de unos minutos de más o de menos siempre se corre. Dependía de la rapidez de la pareja entre el momento del asesinato y su llegada al cine.

El otro detalle que le llamó la atención estaba relacionado únicamente con Francisco. El joven, a pesar de ser de noche, y a pesar del frío reinante en el pleno invierno, fue al cine con un jersey como prenda de abrigo única. No llevaba la habitual gabardina que el propio capitán le había visto puesta en días en los que las bajas temperaturas eran más altas que en la noche de San Antón. En realidad, el detalle podría ser ridículo, pero cuando en una investigación son pocas las pistas existentes, el investigador se agarra a un clavo ardiendo.

El capitán decidió jugar esta posible baza con astucia. Esperó al siguiente día y a un momento en el que el muchacho se hallara ausente de su casa. Entonces llamó a un crío de Villargordo.

-Quiero -le dijo- que me hagas un favor. Vas a ir a casa de Francisco y le pedirás a su madre la gabardina del muchacho. Has de decirle a la madre que es el propio Francisco quien te manda a por la gabardina y no yo, ¿comprendes?

El crío comprendió y poco después se hallaba delante del capitán otra vez con la gabardina de Francisco en la mano. El guardia civil cogió la prenda y la miró de arriba abajo. Luego la examinó más cuidadosamente y en una de las mangas vio unas extrañas manchas.  Decidió mandar la prenda al laboratorio de análisis de la Guardia Civil y al mismo tiempo solicitar al juez el correspondiente mandamiento para el registro de la vivienda de Francisco.

Las respuestas de uno y otro lado llegaban con prontitud y casi de forma simultánea. Pero la que más esperaba el capitán era la del laboratorio y éste, efectivamente, le decía que aquella mancha era de sangre, aunque diluida por la acción del agua.

Con los triunfos en su poder, el guardia civil fue a la casa de Francisco. Fue registrada ésta y ,en un armario se halló una camisa que tenía una mancha oscura, similar a la de la gabardina, en su puño derecho. Este hallazgo y la seguridad del capitán en sus suposiciones pronto derrumbaron la primera integridad del muchacho. Poco después, tanto Guadalupe como él quedaban oficialmente detenidos. Habían transcurrido casi dos semanas desde que se cometiera el asesinato. 0, mejor, el parricidio. La pareja de novios no tardó en confesar su crimen.

Faltaban pocos minutos para las once de la noche de aquel fatídico día de San Antón Francisco estaba esperando en la calle, frente a la puerta del domicilio de Guadalupe, a que saliera ésta. La muchacha, por su parte, ya estaba dispuesta para ira al cine excepto en un detalle: cuando quiso coger la llave para no despertar a su madre cuando regresara a casa, aquélla había desaparecido del lugar de costumbre. Pensó que había sido Nemesia quien la había cogido y decidió pedírsela. La respuesta de la madre, enfadada por su nueva salida con Francisco, fue oída también por éste desde la calle.

-¿Llave? Veinte palos te voy a dar en vez de la llave. Y a ese sinvergüenza que te espera también le arreglaré las cuentas.

-Bueno, bueno. Pero ahora me das las llaves y ya me darás después los veinte palos.

Francisco seguía oyendo desde la calle la disputa entre madre e hija. Estaba acostumbrado, pues si no era por un motivo, era por otro, pero las dos mujeres solían entrar siempre en discusiones. Esta vez, el muchacho decidió intervenir.

-¡Es lo mismo que no te dé la llave -gritó a su novia-, tú vente y ya veremos después cómo entras!

No obtuvo respuesta. El silencio se prolongó durante unos segundos y por fin oyó la chillona voz de Nemesia.

-¡Ay, mi hija, lo que me ha hecho!

-¡Ven Paco, ven! -le gritó casi al mismo tiempo Guadalupe.

Francisco supo que algo grave estaba ocurriendo en el interior de la casa de su novia. En dos zancadas penetró en la vivienda y vio a las dos mujeres forcejeando bajo el umbral de a puerta que separa la cocina de una habitación. Madre e hija sostenían en sus manos una pesada cepa de enebro, la cual parecían disputarse; la cepa, sin duda, había sido cogida por una de las dos de ese cajón de leña que se hallaba junto a la chimenea de la cocina.

El joven intentó en principio mediar entre las dos mujeres, para que la discusión, ya muy violenta, cesase. Agarró a Nemesia por los brazos y la inmovilizó mientras le espetaba a Guadalupe:

-¡Vete, vete ahora y sal de aquí, que yo la sujeto para que no pueda hacerte daño!

Sin embargo, la muchacha hizo caso omiso a las palabras de Francisco. Por el contrario, se adueñó de la cepa y la levantó sobre su cabeza.

-¡No puede ser! ¡No me puedo ir ahora y que todo siga igual!

Guadalupe descarga con fuerza el madero sobre su madre, que quedó inerte en el suelo, mientras de la cabeza le manaba abundante sangre.

Francisco no se explica qué le pudo pasar entonces. Su mente se nubló y su enfado aumentó de súbito. Arrebató el madero a Guadalupe y con él golpeó varias veces a la mujer, que se hallaba tendida en el suelo.

Tras los golpes, Francisco se calmó y corrió a la puerta de la calle para cerrarla con la cadena interior. Después regresaba al lugar del asesinato. En el suelo, junto al cadáver de Nemesia, estaba la cepa con la que la habían matado.

-¿Tienes algo en la casa para cortar esto, Guadalupe? -preguntó el muchacho, que en un momento de frialdad consideró indispensable deshacerse del arma con la que se había cometido el crimen.

Pero Guadalupe no disponía en la casa de herramientas para cortar la leña, por lo que Francisco decidió depositar la cepa en el corral, tirándola sobre el montón de leña que allí había. Muy astuto habría de ser el que encontrase entre aquellos maderos esa cepa tan especial.

Después, la pareja de novios decidió ponerse de acuerdo. Primero abrieron la puerta que comunica la cocina con el corral y después retiraron la tranca del postigo para abrir también este portón y simular así que el asesino había huido por el callejón de la parte posterior de la vivienda.

Pero aún faltaba algo: había que inventarse un móvil. -El azafrán, Paco. En casa hay azafrán.

La joven fue hacia el baúl que se hallaba en la misma habitación que el cadáver de su madre. Revolvió el baúl, tiró algunas prendas por el suelo y cogió el azafrán. Lo llevó a otra estancia de la casa donde en una cómoda había más cantidad de la misma especia. Juntó los dos pequeños paquetes.

-Así creerán que el asesino ha sido alguien que ha venido a robar el azafrán.

Para mayor énfasis, Guadalupe pensó en inventarse un falso comprador sobre el que recaerían las sospechas.

A las once menos dos minutos, la pareja se hallaba en la calle en dirección al cine. Fue al llegar a la esquina cuando Francisco se dio cuenta, a la mortecina luz de una bombilla pública, que en la manga de su gabardina y en el puño de su camisa quedaban restos de la sangre de Nemesia. Los novios fueron a casa de él, donde de forma rápida lavaron ambas prendas únicamente con agua, en un afán de destruir cuanto antes las pruebas. Francisco siguió con la camisa puesta, pero decidió dejar en casa la gabardina para que se secara.

Acabada la función cinematográfica, los dos jóvenes se retiraban a descansar. El grito de Guadalupe despertó a medio Villargordo del Cabriel.

Los días 11 y 12 de mayo de 1953, poco más de un año después de que se cometiera el asesinato, Guadalupe y Francisco eran juzgados en audiencia pública por el juez de instrucción de Requena. Curiosamente, la amistad y la unión que les había llevado a defenderse mutuamente tras el asesinato de Nemesia, se trocó durante la causa en un odio tremendo, porque los abogados de cada uno de los jóvenes decidieron cargar la culpa sobre el que no era su defendido. Así, la buena relación de los dos muchachos acabó en acusaciones mutuas.

El fiscal pidió 30 años de prisión para ella, atendiendo a su minoría de edad, como culpable de parricidio, mientras que solicitó para Francisco 20 años de prisión como culpable de homicidio. Por su parte, el abogado defensor de Guadalupe solicitaba doce años y un día de cárcel para su defendida, ya que aunque aceptaba que había sido un parricidio, argumentaba diversas atenuantes que disminuían la pena.

La petición del fiscal fue aprovechada por el defensor de Francisco. Si el Ministerio Fiscal había aceptado como parricida, razonaba, y por tanto como autora de la muerte de su madre a Guadalupe, su defendido no podía ser acusado de «homicidio con circunstancias agravantes», pues «si la primera había matado a la víctima, el segundo no la había matado; un delito excluye al otro». El defensor de Francisco se refirió además a la ausencia de testigos oculares, «por lo que no puede afirmarse tajantemente si hubo uno o dos agresores».

El día 15 de mayo de 1953, se firmaba la sentencia: Guadalupe era condenada a treinta años de prisión mayor, por parricidio y atendiendo la atenuante de su minoría de edad. Francisco era condenado a 20 años de prisión por homicidio. Ambos, a pagar conjunta y solidariamente sesenta mil pesetas de indemnización a los herederos de Nemesia. Este dinero fue a parar a manos de la abuela de Guadalupe.

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