Graham Young

El envenenador de la taza de té

  • Clasificación: Asesino
  • Características: Envenenador
  • Número de víctimas: 3
  • Fecha del crimen: 1962 / 1971
  • Fecha de nacimiento: 7 de septiembre de 1947
  • Perfil de la víctima: 1 mujer y 2 hombres (su madre, su jefe y un compañero de trabajo)
  • Método del crimen: Veneno (antimonio y talio)
  • Lugar: Londres / Bovington, Gran Bretaña
  • Estado: Condenado a cadena perpetua en 1972. Murió en prisión el 1 de agosto de 1990
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Graham Young

Wikipedia

Graham Frederick Young: (n. 7 de septiembre de 1947 – 1 de agosto de 1990) fue un asesino en serie británico que envenenó a un total de tres personas hasta la muerte (a su madrastra, y varios años después a dos colegas de trabajo, Bob Egle y Fred Biggs) además de envenenar a varios otros colegas a los que sólo causó otros problemas de salud.

Primeros años y primer crimen

Nacido en Neasden, un distrito de la ciudad de Londres, Graham se mostró fascinado con la química y los venenos, mostrándose interesado en los efectos de estos elementos sobre el cuerpo humano desde muy temprana edad. En 1961 (cuando tenía 14 años), Graham comenzó a envenenar a su familia con diferentes tipos de elementos, produciendo serios problemas de salud en los afectados. Además, el adolescente Graham compraba muchos de estos elementos, entre los que frecuentaba el antimonio y la digitalis; mintiendo sobre su edad o simplemente alegando a los vendedores que los necesitaba para experimentos escolares.

En 1962 su madrastra muere envenenada. También, Graham había envenenado sistemáticamente a su padre, hermana y a su mejor amigo de la escuela. La tía de Young, Winnie, quien conocía la fascinación de su sobrino por la química y los venenos, comenzó a sospechar. También, hay que resaltar que Graham Young pudo haber pasado desapercibido si nadie conocía su fascinación por la química debido a que a veces sufría las mismas náuseas y síntomas que sufrían sus familiares, ya que a veces se le olvidaba recordar qué comida había envenenado, por lo que de vez en cuando, él mismo la ingería. Después de esto, Graham fue enviado a ser analizado por un psiquiatra, quien se quedó sorprendido ante la personalidad de Graham, por lo que recomendó contactar a la policía. Así, el 23 de mayo de 1962, Graham Young fue arrestado, cuando tenía 15 años de edad. Una vez detenido, Graham confesó haber intentado asesinar a su padre, hermana y su amigo. Los restos de su madrastra no podían ser analizados ya que había sido incinerada.

Finalmente, Young fue sentenciado a 15 años de confinamiento en el Hospital Broadmoor, una institución para criminales mentalmente inestables. Nueve años después, las autoridades del hospital liberaron a Young alegando que estaba «completamente recuperado». Sin embargo, durante sus años en prisión, Young había estudiado mucho sobre medicina e hizo varios tests, aumentando sus conocimientos sobre los efectos de los venenos en el cuerpo humano, tomando como conejillos de indias a varios internados del hospital, como así también a muchos miembros del personal hospitalario a los que dejó con algunos problemas de salud.

Young vuelve a matar

Después de ser liberado en 1971, cuando tenía 24 años, Graham trabajó en una tienda fotográfica en la ciudad de Bovingdon, Hertfordshire, no muy lejos de la casa de su hermana (a quien había envenenado cuando él tenía 14 años), ya que ella vivía en Hemel Hempstead, no muy lejos de allí. Sus nuevos patrones fueron informados acerca de que Young había estado internado en Broadmoor, pero inexplicablemente nunca fueron informados acerca del pasado de envenenador que tenía Graham. Poco después de que él comenzara nuevamente a trabajar, el capataz de Young, Bob Egle, enfermó repentinamente y murió. Young había hecho el té para sus colegas, envenenándolos con elementos tales como antimonio y talio. Debido a los envenamientos producidos por Young, muchos colegas caen enfermos y se habla de la posibilidad de un virus extraño, por lo que es apodado «Bovingdon Bug». Después de un tiempo, todos esas enfermedades y en algunos casos con requerimiento de internación fueron atribuidas a Young y a su té.

Durante los próximos meses, Graham Young envenenó a alrededor de 70 personas, aunque ninguna de ellas murió. El sucesor de Egle, quien había muerto a manos del veneno de Young, empieza a trabajar ahí pero poco tiempo después decide abandonar el lugar. Probablemente esa decisión salvó su vida. Unos meses después de la muerte de Egle, otro compañero de trabajo de Young, Fred Biggs, cae enfermo y es internado en el Hospital Nacional de Londres para Enfermedades Nerviosas. Fue demasiado tarde para salvar su vida, Biggs resistió varias semanas pero finalmente murió, convirtiéndose en la tercera y última víctima de Graham Frederick Young.

Después de la muerte de Biggs, era obvio que tantas enfermedades y dos muertes requerían de una investigación médica y policial en el lugar de trabajo. Inexplicablemente, Young habla con el doctor de la compañía y le insinúa si él no creía que se trataba de envenenamiento por talio, debido a los síntomas. Además, Young le había contado a un compañero de trabajo que su «hobby» era estudiar sustancias químicas. Este hombre fue a la policía, quien inmediatamente revisó el historial de Graham Young, destapando su pasado criminal, hasta el momento, encubierto.

Así, el 21 de noviembre de 1971 Young fue arrestado en Sheerness, Kent. La policía encontró talio en su bolsillo y antimonio, talio y aconitina en su apartamento. Además se encontró un meticuloso diario íntimo de Young, en el que éste llevaba un minucioso detalle de todas las dósis de veneno que suministraba, sus efectos y a qué personas estaba decidido a matar y a quiénes estaba decidido a dejar con vida.

El juicio en su contra comenzó el 19 de junio de 1972 en St. Albans y duró 10 días, Young se declaró inocente y explicó que su diario íntimo era una total fantasía que él había creado pensando en crear una novela. Sin embargo, ante tanta evidencia contra él, Young fue encontrado culpable y sentenciado a cadena perpetua. Tiempo después, se le adjudicó el apodo de El Envenenador de la taza de Té, aunque él quería ser recordado como El Envenenador del Mundo.

Mientras estaba en prisión, Young entabló amistad con el otro famoso asesino en serie Ian Brady. Allí compartieron su fascinación por la Alemania Nazi. En el libro publicado por Brady en 2001 The Gates of Janus Brady escribiría «Es difícil no tener empatía por Graham Young». También, Graham es mencionado en otro libro, en la autobiografía Pretty Boy de Roy Shaw (otro asesino), quien hablaría de la amistad que entabló con Young.

En 1990, Young murió en su celda de la prisión de Parkhurst cuando tenía 42 años. Oficialmente, se determinó que Young había muerto por un infarto agudo de miocardio aunque algunos conjeturan que otros presos fueron los responsables de su muerte.

Young en la cultura popular

En 1995 se estrenó una película llamada The Young Poisoner’s Handbook que está basada en la vida de Young. Además, la banda musical Macabre escribió una canción llamada «Poison» que habla de Young y sus crímenes, esta canción aparece en el álbum Murder Metal.


Pasión por el veneno

Última actualización: 17 de marzo de 2015

Si existe algún asesino que lo haya sido desde la cuna, ése es Graham Young, un joven frío y calculador. A los once años sólo tenía una pasión: los venenos y sus efectos. Su familia, sus amigos y sus compañeros de trabajo fueron víctimas, en algunos casos mortales, de sus experimentos.

El comienzo

Con tan solo catorce años, Graham Young estaba obsesionado con el nazismo, el veneno y la muerte. Y cuando todos los miembros de su familia fueron enfermando de forma extraña, permaneció impasible.

La enfermedad de Chris Williams, un chico de trece años, sorprendió a todos. Se quejaba de calambres en el pecho y en las piernas y de fuertes dolores de cabeza. El dolor se hacía insoportable, luego disminuía y volvía a aparecer al cabo de pocos días.

El médico de la familia, Lancelot Wills, examinó a Chris varias veces durante 1961, pero no encontró nada que pudiera explicar ese dolor.

Finalmente, el doctor Wills mandó al adolescente al hospital Willesden, en el norte de Londres, donde un joven médico le diagnosticó jaqueca, es decir, fuertes dolores de cabeza que pueden provocar extraña y demasiado formal para su edad. náuseas. Pero Chris continuaba con vómitos y calambres, y su madre llegó a pensar que tal vez su hijo estuviera fingiendo.

Lo que le preocupaba a la señora Williams era que no hubiera ningún diagnóstico que pudiera explicar los ataques que sufría su hijo. Empezaron hacía un año, y le daban a veces entre semana y otras veces los fines de semana. Incluso tuvo un ataque agudo después de haber ido, un sábado de primavera, al zoo de Londres con un amigo del colegio.

Lo que su madre no sabía era que esos síntomas habían aparecido en casa del amigo de Chris. Se llamaba Graham Young y era un chico de trece años, torpe y reservado, con una manera de hablar extraña y demasiado formal para su edad.

La familia Young vivía en el n.º 768 de North Circular Road, en Neasden, al oeste de Londres. La madrastra de Graham, una mujer de treinta y ocho años llamada Molly, comenzó a tener dolores de estómago, pero al principio no les dio importancia.

Su marido, Fred Young, un ingeniero de cuarenta y cuatro años que había perdido a su primera mujer poco después de nacer Graham, estaba preocupado por Molly, y cuando también él empezó a sentir agudos calambres, se preguntó si los experimentos químicos de su hijo no habrían ido a parar a los pucheros de la cocina.

Fred nunca se había sentido muy unido a Graham, cuya fascinación por el nazismo, los venenos y la magia negra le molestaban sobremanera, pero sí que apoyó el interés de su hijo por la química.

En el verano de 1961, Winifred, la hermana de Graharn, se puso enferma, y, poco después, también él empezó a vomitar durante una visita que hicieron a su tía Winnie, que vivía cerca de allí. Todo parecía indicar que la enfermedad había afectado a la familia en pleno.

Winnie empezó a preocuparse. Adoraba a su sobrino, al que había criado, y le confesó a su marido, Jack Jouvenat, que sospechaba que los experimentos del chico podían ser la causa de las enfermedades.

Una mañana de noviembre de 1961 Molly hizo té. Winifred lo probó y le supo agrio, pero se lo bebió y se fue a trabajar. Al poco rato se desmayó en la calle y la gente que se hallaba en la estación de metro de Tottenham Court Road la ayudó a incorporarse y un compañero suyo de trabajo la llevó al hospital Middlesex, en Goodge Street.

Después de someterla a varias pruebas, un médico descubrió, con gran asombro, que la paciente había ingerido belladona, un veneno mortífero que se extrae de la planta del mismo nombre.

Winifred ya había oído bastante. «No me sorprendería nada que fuera cosa de mi hermano y sus experimentos», le dijo a su padre. Fred registró toda la casa mientras Grahain lloraba en su cuarto. Sin embargo, no encontró rastro de ningún veneno, y la jovencita, avergonzada de acusar a su hermano sin tener pruebas, se disculpó.

En las siguientes semanas Molly empeoró. Parecía haber envejecido, y un fuerte dolor de espalda la hacía estar encorvado. A principios de año empezó a perder peso y un amigo suyo dijo que «parecía que se estaba consumiendo poco a poco».

El 21 de abril de 1962, sábado de Pascua, se levantó aún peor. Además de los dolores habituales, tenía el cuello rígido y erupciones en las manos y en los pies.

Su marido regresó a casa a la hora de comer y encontró a Graham en la cocina, mirando atentamente por la ventana. Fred siguió su mirada y en el jardín vio a su mujer que en ese mismo momento sufría una convulsión y se retorcía de dolor. En el hospital Willesden los doctores no tuvieron tiempo suficiente para encontrar la causa de la enfermedad, y Molly Young murió aquella misma tarde.

Toda la familia se hundió en un profundo pesar; pero aun así, Grahain insistió en que no había que enterrar a la muerta sino incinerarla, y siguió hablando, con su formalidad acostumbrada, sobre las últimas técnicas existentes. Por fin, su padre, profundamente apenado, cedió y la ceremonia tuvo lugar en el cementerio de Green Golders el jueves siguiente, 26 de abril. En la recepción que se celebró en casa de los Young, uno de los tíos del chico comenzó a vomitar después de comer un sandwich.

Al poco tiempo, Fred Young les dijo a sus hijos, que había terminado de pagar la hipoteca de la casa y que ésta pasaría a ser suya cuando él muriera. Días después volvió a tener dolores de cabeza y de estómago.

Una vez más, los médicos del hospital Willesden no encontraron ninguna causa orgánica que pudiera explicar su enfermedad y decidieron dejarle en observación. Graham iba a ver a su padre todos los días; le observaba fríamente y luego describía los síntomas que tendría al día siguiente. Sus predicciones siempre eran correctas y el padre comenzó a evitar sus visitas. «No vuelvas a traer a Graham», le dijo a Wmnie.

Fred volvió a casa, pero en seguida tuvo que ser internado. Esta vez los especialistas dieron con la causa del problema y se quedaron perplejos al descubrirla: el paciente sufría envenenamiento con antimonio o con otra sustancia metálica poco común. Una dosis más le hubiera matado.

La tía Winnie se enfrentó a Graham, quien negó haber envenenado a su padre. En la escuela John Kelly, el chico hablaba a todos de la enfermedad de su padre, incluso a un profesor de ciencias llamado Geoffrey Hughes, al que le preocupaba la obsesión que Young tenía con los venenos.

Una tarde, éste abrió el pupitre del jovencito y encontró varias botellas con veneno, dibujos de un hombre retorciéndose de dolor y redacciones sobre el veneno y el asesinato escritas por su alumno. Hughes y el director del colegio hablaron con un médico sobre las enfermedades de la familia de Young y decidieron que un psiquiatra examinara a Graham.

El examen se llevó a cabo en la escuela el 20 de mayo y el psiquiatra le pidió que le hablara sobre venenos, ya que le habían asegurado que era un experto en la materia. Young volvió a casa feliz y el psiquiatra se fue directamente a la policía.

El detective inspector Edward Crabbe, del Departamento de Investigación Criminal de Harlesden, fue a visitar al día siguiente, 21 de mayo, la casa de Young, mientras éste estaba en el colegio. En su habitación encontró veneno suficiente para matar a trescientas personas. También tenia libros como: Manual de venenos, Los 60 juicios más famosos y El envenenador del muelle; todos ellos versaban sobre los asesinatos más célebres. Cuando el adolescente llegó a casa, el inspector Crabbe le pidió que se quitara la chaqueta. En los bolsillos encontró un frasco con antimonio y dos botellas. Young mintió y dijo que no sabía lo que contenían estas últimas. Era talio.

En la comisaría de Harlesden le interrogaron durante horas, pero una y otra vez negó haber envenenado a su familia. Aquella tarde su tía Winnie flie a visitarle y llorosa le preguntó: «Ay, Graham, ¿por qué lo hiciste?» Pálido y asustado, Young permaneció en silencio.

A la mañana siguiente, 22 de mayo, lo confesó todo. Se le hicieron varios tests en el hospital Ashford Remand, aunque se podía adivinar, sólo por la conversación, su estado mental. «Echo de menos mi antimonio -le dijo a un médico-. Echo de menos el poder que me da.» El 6 de julio de 1962, en el Tribunal Superior de Justicia, Young confesó haber envenenado a su padre, a su hermana y a Chris Williams, su amigo del colegio.

El juez Melford Stevenson ordenó que fuera internado durante quince años en Broadmoor, un hospital psiquiátrico para criminales; sólo podría salir en libertad con la autorización del Ministerio Interior.

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Los primeros síntomas

Después del arresto de Young, las víctimas siguieron enfermas durante mucho tiempo. Chris Williams recordó que su amigo le había desafiado y que tras la pelea, jadeando, le dijo: «Te mataré por esto, Chris.» Comenzó a sentir dolores una semana después, y su compañero fingía preocuparse por él para poder estudiar los síntomas. En una ocasión, después de que Molly, su madrastra, le ordenara tirar a la basura un ratón muerto, dibujó una tumba con la inscripción: «En memoria de la odiosa Molly Young, RIP», que dejó a la vista de todos. También dibujaba lápidas en las que escribía: «Mamá y papá».

Fred Young tenía calambres todos los lunes, y más tarde recordó que todos los domingos llevaba a su hijo al pub.

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La madrastra

Young nunca fue acusado de la muerte de su madrastra, Molly, a la que él llamaba «mamá», pero poco después del arresto le contó a su tía Winnie y a la policía que le había estado administrando antimonio durante más de un año. Después del juicio, explicó que la tarde anterior a su muerte había puesto en la comida una dosis mayor de talio.

El patólogo Donald Teare diagnosticó que la causa de la muerte había sido una desviación de la columna vertebral. En el juicio de Young, en 1962, el doctor Donald Blair sugirió que el antimonio podía haber sido la causa de esa desviación, pero lo que no se descubrió fue la dosis mortal de tallo que se le había administrado. El cadáver de la señora Young había sido incinerado y fue imposible llevar a cabo un análisis forense.

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La confesión

La pasión que Graham Young sentía por los venenos quedó reflejada en la confesión que hizo en la comisaría de Harlesden en 1962. Al joven adolescente lo único que le importaba de todo el drama era el nombre completo y científico de los venenos que había utilizado; y a sus víctimas sólo las mencionaba de pasada.

«Me interesan los venenos, sus propiedades y efectos desde los once años -dijo Graham-. Una vez probé uno de ellos con mi amigo Williams… Se puso enfermo. Después le administré otras dosis…» «Luego probé con mi familia, poniendo tartrato de antimonio en las comidas… También puse en alguna ocasión una solución de tartrato de antimonio y pólvora en la comida de mis padres… Después de la muerte de mi madre, el 21 de abril, empecé a poner los venenos en la leche, el agua y la comida». Hablaba de todo esto sin remordimientos. Incluso él mismo llegó a enfermar tras ingerir veneno accidentalmente.

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PRIMEROS PASOS – Un chico solitario

La personalidad de Graham Young, un adolescente obsesionado con el nazismo y la magia negra, continúa siendo un enigma. El agradable entorno familiar en el que se crió no explica por qué se convirtió en un frío asesino obsesionado con la muerte.

Graham Frederick Young nació en Neasden el 7 de septiembre de 1947, en el hospital Honeypot Lane. Su madre, Margaret, contrajo una pleuresía durante el embarazo, y murió de tuberculosis cuando él tenía tres meses.

El padre, Fred, envió a su hija, Winifred, de ocho años a vivir con su abuela en Links Road, y a Young, con su tía Winnie Jouvenat y con su marido, Jack, al número 768 de North Circular Road, una casa con jardín muy confortable y moderna.

Graham se llevaba bien con los Jouvenat, a los que llamaba «tiíta Winnie» y «papá Jack», y quería mucho a su prima Sandra. Era un chico mofletudo, con pecas al que todos llamaban <Pudding».

Fred Young volvió a casarse el 1 de abril de 1950. Molly, su segunda mujer, era joven y atractiva y tocaba el acordeón en un bar. La familia volvió a reunirse. Fred, Molly y Winifred se fueron a vivir con Graham a North Circular Road, y los Jouvenat se trasladaron a Links Road.

A los cinco años Graham empezó a ir al mismo colegio que su hermana y su prima, el Braintcroft junior, en Warren Road, Neasden. Siempre fue un chico solitario, y aunque se llevaba bien con su madrastra y su hermana, no mantenía buenas relaciones con su padre. La familia empezó a preocuparse cuando a los nueve años comenzó a demostrar un vivo interés por la química.

Tras aprobar los exámenes pertinentes, le admitieron en el colegio John Kelly, de Willesden, y su padre le regaló un juego de química. Cada vez se sentía más fascinado por este tema, y no mostraba ningún interés por todo lo demás. Les contaba a sus amigos que tenía una madrastra severa y roñica que le dejaba en la calle mientras ella tocaba el acordeón en el pub.

Con once años leía constantemente libros sobre venenos y medicina que sacaba de la biblioteca. En una ocasión, Molly encontró en su uniforme del colegio una botella de ácido. Le dijo a su madrastra que lo había encontrado en la basura y lo había guardado porque le gustaba el olor del éter.

Leía libros sobre Hitler y el nazismo, y le gustaba llevar la esvástica. «Ninguno de nosotros tomó en serio esta obsesión -escribió su hermana Winifred en su libro Obsessive poisoner (1973)-. Creíamos que sólo se trataba de una afición pasajera.»

Young se gastaba todo el dinero en venenos, y le dijo al farmacéutico, Geoffrey Reís, que tenía diecisiete años, la edad mínima legal para poder adquirirlos. En abril de 1961 compró veinticinco gramos de antimonio, cantidad suficiente para matar a varias personas. «Me pareció un experto en el tema, y por eso creí que tenía más años», declaró el farmacéutico.

Más tarde, Graharn acudió a un laboratorio a comprar los venenos, y firmaba en el registro con un nombre falso: «M. E. Evans.» Comenzó a llevar un frasco de antimonio al colegio. «Así se sentía más seguro», comentó Clive Creager, un campanero de clase. «Era peligroso. Era malo y yo le tenía miedo.»

El secreto deseo de poder que sentía le llevó a leer libros de magia negra y a experimentar con la pólvora que recogía de los fuegos artificiales. Un día su madrastra encontró en una chaqueta un muñeco de cera con alfileres clavados, símbolo del deseo de que algo malo le ocurriera a la persona representada en la figura.

Su familia y sus compañeros todavía recuerdan sus siniestros dibujos. «Me dibujaba colgado de la horca sobre un barril de ácido -contó Creager- y él aparecía quemando la cuerda.» Le gustaba dibujar a gente colgando de la horca y con una jeringuilla en el brazo en la que se leía: «veneno».

A principios de 1961 ya era un experto en venenos: conocía todos los síntomas y los efectos que éstos provocaban. llevaba botellas de veneno al colegio y sacaba de la biblioteca libros sobre crímenes y venenos que leía y releía en su casa con avidez. «Graham estaba totalmente obsesionado -dijo Creager-. En el colegio no llevaba una vida normal; no se interesaba por nada.»

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Sus héroes

Graham Young idealizaba a los asesinos. En el colegio se jactaba de que llegaría a ser tan famoso como el doctor Crippen y William Palmer, dos famosos envenenadores. En 1910 Crippen asesinó en Londres a su esposa, y Palmer, un hombre de Staffordshire, llegó a matar a trece personas, la última de ellas en 1855. A Young lo único que le importaba era que ambos habían utilizado veneno para matar a sus víctimas. Cuando su hermana le decía que ambos habían sido ejecutados, él contestaba: «Hoy en día no hay pena de muerte.» Winifred entonces le hablaba de la cadena perpetua, pero él se encogía de hombros y decía: «Eso no es nada.»

Young también le hablaba a su familia de todo lo que Adolf Hitler habla hecho por Alemania antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Apoyaba la persecución Nazi de los judíos y reproducía los discursos del fuhrer ante sus compañeros de clase.

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Broadmoor / Un preso adolescente

Considerado como una seria amenaza para la sociedad, Young fue internado en Broadmoor y allí continuó con su obsesión; encontraron desinfectante en el té de las enfermeras, y un preso murió envenenado con cianuro. Su padre, Fred, pidió a las autoridades que «no fuera puesto jamás en libertad», pero ocho años mas tarde, y para sorpresa de todos, se la concedieron.

En Broadmoor, Graham Young ocupaba una pequeña habitación en uno de los bloques del gigante edificio victoriano que albergaba a 750 internos del área de Berkshire.

La ventana de la habitación tenía barrotes y la cama estaba clavada al suelo, en el que sólo había una alfombra. Young tenía por entonces catorce altos. Se levantaba todas las mañanas a las siete, y las luces se apagaban a las ocho de la noche. Durante esas horas los internos confeccionaban alfombras, leían o jugaban al billar.

Graham fue uno de los internos más jóvenes enviado a Broadmoor durante el presente siglo. Su fama se había extendido por toda la cárcel-hospital, y su familia iba a visitarle para que no se sintiera solo.

Fred Young iba a verle, tratando de reprimir el odio y la repulsión que le inspiraba, pero después de unas cuantas visitas en las que padre e hijo permanecían en silencio, no volvió jamás. Su hijo no sólo había envenenado a Molly, sino que además le había causado a él una enfermedad crónica del hígado. Pero Winifred y su tía Winnie le visitaban regularmente. También lo hacía Frank Walker, el tío que enfermó en la recepción que tuvo lugar después del entierro de Molly. Su sobrino le pedía que le llevara cerillas, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de que contenían fósforo y que éste podía ser venenoso.

En Broadmoor había profesores que impartían clases, pero nadie estaba obligado a asistir a ellas. Las autoridades intentaron buscar un profesor particular que le quitara de la cabeza esa obsesión por el veneno y el nazismo; pero nadie quería trabajar en la cárcel-hospital.

El 6 de agosto de 1962, un mes después de su llegada a Broadmoor, un interno llamado John Berridge murió en pocas horas tras haber sufrido varias convulsiones. Los médicos diagnosticaron que la causa de la muerte había sido el cianuro. Se llevó a cabo una investigación que demostró que no había nada en Broadmoor que contuviese este veneno, excepto los matorrales de laurel que rodeaban el edificio.

Muchos presos confesaron haber matado a Berridge. Pero las autoridades, teniendo en cuenta que a menudo los enfermos mentales confiesan crímenes que no han cometido, estudiaron cada caso en particular y llegaron a la conclusión de que ninguna de las confesiones era cierta. El caso continuó abierto.

Pero muchos internos y parte del personal médico estaban convencidos de que una de las confesiones sí era cierta: la de Graharn Young que, con un lenguaje técnico, habló de los métodos para extraer cianuro de las plantas.

Young cubrió la pared de su habitación con fotografías de los líderes de guerra nazis. Se dejó crecer un bigote como el de Hitler y recitaba los discursos de su héroe. En las latas de té y de azúcar dibujaba calaveras y en las etiquetas escribía nombres de venenos.

Graham tenía acceso a la biblioteca y escogía libros de medicina, con los que amplió sus conocimientos sobre los venenos y la medicina en general. También leyó el libro de William Shirer, Auge y caída del III Reich, un clásico sobre el nazismo, así como las estremecedoras novelas de Dennis Wheatley sobre las ciencias ocultas, y Drácula, de Bram Stoker.

De vez en cuando bajaba al campo de deportes, pero nunca jugaba a nada; y utilizaba el taller para fabricar esvásticas. Llevaba una en una cadena al cuello y a veces la besaba con devoción, como si fuera una cruz, para desconcertar a la gente.

El superintendente de Broadmoor, el doctor Patrick McGrath, y el psiquiatra de la residencia, el doctor Edgar Udwin, se encargaron conjuntamente del tratamiento de Young. El doctor Udwin, nacido en Sudáfrica y que dirigía su propia clínica para niños con deficiencias mentales, trabajó con ahínco para que pudiera rehabilitarse e incluso ir a estudiar a la Universidad.

El personal sanitario estaba dividido entre la desconfianza que le inspiraba Young y el deseo de no convertirle en un proscrito. Se le dio un trabajo en la cocina, que suponía un riesgo, pero también era un gesto de confianza que el joven necesitaba.

Poco después, el café que tomaban las enfermeras apareció con un color extrañamente oscuro y descubrieron que contenía desinfectante. Nadie resultó afectado, pero el personal sanitario empezó a bromear con los internos que les daban problemas, diciéndoles: «Como no te portes bien, dejaré que Graham te prepare el café.»

A fines de 1965, transcurridos tres años en Broadmoor, Young solicitó la libertad. Su padre les dijo a las autoridades que su hijo «no debería ser puesto en libertad jamás»; de todas formas, la solicitud fue rechazada. Poco después, encontraron en una tetera un paquete entero de jabón y enviaron al chico al edificio de máxima seguridad conocido con el nombre de «el frigorífico».

Finalmente, aunque muy a su pesar, Graham se dio cuenta de que debía cooperar si quería que se le concediera la libertad algún día. El doctor Udwin comenzó a advertir gradualmente pequeños cambios en el comportamiento del paciente después junio de 1970, después de volver del «frigorífico»; y durante los tres años siguientes se mostró más amable y responsable hacia los demás.

Young hablaba cada vez menos sobre venenos, aunque el psiquiatra temía que el joven continuaba admirando las tácticas empleadas por los nazis en la exterminación de los judíos. No se sabe si éste sabía que el propio doctor Udwin era judío.

Los años pasaban lentamente. Graham aguantaba las burlas de los otros reclusos que le llamaban «el niño bonito» del doctor; e incluso antes de que se considerara la cuestión de su puesta en libertad, solicitó trabajo en los laboratorios forenses de la policía, así como una plaza en el programa de entrenamiento de la Sociedad de Farmacéuticos. Ambas solicitudes fueron rechazadas.

Luego escribió al Frente Nacional, un movimiento político fascista, del que se hizo miembro. Sin embargo, a sus ojos se trataba sólo de un grupo de derechas. En junio de 1970, después de haber pasado ocho años en Broadmoor, el doctor Udwin informó al Ministerio del Interior de que el paciente «había cambiado mucho» y que su obsesión por el veneno había desaparecido.

Graham Young, que iba a cumplir veintitrés años, estaba encantado y el 16 de junio escribió a Winifred, que se había casado y vivía ahora en Hemel Hempstead, para decirle que «el querido Edgar» esperaba lograr su libertad ese mismo año.

La familia no sabía que se estuviera considerando la puesta en libertad del preso, pero comprendieron que el Ministerio del Interior podría pronunciarse sobre el caso atendiendo a las recomendaciones de los psiquiatras y sin tener en cuenta, por consiguiente, la sentencia original.

Fred Young, que ahora vivía en Shecrness, Kent, estaba consternado por la noticia, pero el doctor Udwin les aseguró a Winifred y a su marido, Dennis Shannon, que su hermano estaba curado.

El 21 de noviembre, Young fue a pasar una semana con ellos. Todo fue bien, e incluso en una ocasión el recién llegado manifestó su arrepentimiento por lo que había hecho. Volvió en Navidades y trajo regalos y una tarjeta de felicitación en a que decía que el perro de la familia había recibido psicoanálisis y que ya estaba bien. La firmaba: «Sigmund Freud.»

A principios de 1971 el Ministerio del Interior se mostró de acuerdo en concederle la libertad, a condición de que aceptara seguir bajo tratamiento y de que se le pudiera localizar en una única dirección. El 4 de febrero fue puesto en libertad, pocas semanas después de haber dicho a una enfermera: «Cuando salga de aquí, voy a matar a una persona por cada año que he tenido que pasar en este lugar.»

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Carta a una víctima

El 17 de julio de 1963, cuando Young ya llevaba un año en Broadmoor, escribió a su víctima Chris Williams, diciéndole que esperaba que todavía fueran amigos. No le pidió perdón por haber intentado asesinarle ni por haber estado envenenándole durante casi un año.

«He hecho nuevos amigos, pero ninguno es tan amigo mío como tú -le escribió Young-. Tuvimos nuestras peleas y nuestros desacuerdos, pero siempre fuimos buenos amigos. Espero que sigamos siéndolo.»

La carta continuaba: «Mi médico me ha dicho que no tendré que estar aquí quince años. Y que sí continúo progresando, podré salir en seis.»

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Lento tratamiento

Los detalles sobre el tratamiento médico que Young recibió en Broadmor son confidenciales. Lo que sí se sabe es que, al igual que otros muchos nuevos internos, durante el primer año de estancia allí sufrió fuertes depresiones y arrebatos de cólera, por lo que a veces tuvieron que administrarle sedantes. Estos le hicieron engordar, y a veces, le dejaban tan mareado, que era incapaz de hablar con claridad.

Su padre dio autorización a los médicos para que, llegado el caso, aplicaran a Young una terapia electro-convulsiva, aunque parece ser que nunca tuvieron que recurrir a ello. Graham prefería el contacto personal con los psiquiatras a la terapia de grupo. Muchas de las enfermeras, aunque dudaban de la recuperación del paciente, sentían pena por el joven que se había visto separado a la fuerza de su familia.

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Criminales locos

A menudo, los criminales que han sido internados en hospitales psiquiátricos se enfrentaban a condenas más largas que aquellos otros que cumplen la condena en la cárcel.

En estos hospitales los presos no son puestos automáticamente en libertad una vez cumplida la condena. Es necesaria la autorización del Ministerio del Interior o del Tribunal de Salud Mental. Para ello, el Ministerio del Interior recaba información de la Oficina Médica Regional y de un comité especial formado por un abogado, un psiquiatra y un asistente social. Si el Ministerio no le concede la libertad al paciente, éste puede entonces apelar al Tribunal de Salud Mental, y si éste tampoco se la concede, puede seguir apelando cada doce meses.

Si el tribunal accede a conceder la libertad, ésta puede ser absoluta o condicional. En este último caso, el paciente tendrá que acudir al hospital cada cierto tiempo, durante toda su vida.

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DEBATE ABIERTO – «Se ha escrito un crimen»

Graham Young alimentaba su morbosa curiosidad con la lectura de libros que hablaban sobre venenos.

Antes de ser arrestado en 1962 Graham Young ya había envenenado sin mucha dificultad a cuatro personas. Al hacerlo, no sólo confiaba en que nadie sospecharía de él, sino que además sabía que ante la justicia el crimen podía quedar impune. De hecho, un libro, The detection of secret homicide, de J. D. J. Havard, publicado en 1960, explicaba la facilidad con la que los envenenadores podían cometer los crímenes.

A ello contribuía, explicaba Havard, la enorme cantidad de sustancias venenosas que están al alcance de la mano, las leyes sobre cremaciones y el lento desarrollo de la ciencia forense. Los asesinos rara vez utilizaban métodos espectaculares, como había hecho John Haigh en 1949 matando a sus víctimas en un baño de ácido; sino que, por el contrario, intentaban que ni siquiera se sospechase que se había cometido un crimen.

«El volumen de venenos que se almacenan en las fábricas y la cantidad de recetas que se extienden en la Seguridad Social proporcionan todo lo que un asesino necesita», escribió Havard, convencido de que la principal «proveedora» de estos criminales era la sanidad pública.

Un veneno es una sustancia que puede dañar cualquier organismo si se ingiere en una determinada cantidad; pero, por otra parte, muchas de estas sustancias administradas correctamente tienen otros usos prácticos y curativos. La mordedura de una serpiente, que bloquea el sistema sanguíneo, puede ser tan venenosa como una simple aspirina. Algunos venenos, como la cocaína o la estricnina, destrozan el sistema nervioso y otros atacan a las células.

El antimonio, el «amiguito» de Young, se utiliza en algunos medicamentos. El talio, con el que cometió todos los asesinatos, empezó a comercializarse en 1920 como raticida, y más adelante se utilizó en las fábricas de alta tecnología.

Havard señaló que el más peligroso de todos los venenos era el talio, ya que provoca los mismos síntomas que los de una polineuritis, y además no deja rastro porque el cuerpo lo elimina rápidamente en forma de sal. Grabam Young conocía bien el tema.

The detection of secret homicide hacía un llamamiento a los toxicólogos, abogaba por una formación médica más extensa en este campo y pedía que se examinaran todos los casos de muertes acaecidas en circunstancias misteriosas. «Si no se tomaban medidas -escribió el autor-, los envenenadores siempre tendrán las de ganar».

No sabemos si Young, que leía tanto acerca de este tema, leyó alguna vez el libro de Havard, pero guardaba como un tesoro el libro John Rowland, El envenenador del muelle (Poisoner in the dock), publicado ese mismo año, donde se hacía una clasificación de los casos de asesinato según los venenos que en ellos se habían utilizado. Dedicaba un capítulo aparte a William Palmer, de Rugeley, Staffordshire, que titulaba «de todo un poco». A los doce y trece años Young leyó el libro sin importarle el hecho de que todos esos asesinos hubieran sido ejecutados.

Probablemente le cautivó la descripción que el autor hacía del modo en que Palmer escogía los venenos: «No le importaba cuál fuera, siempre y cuando acabara con la vida de la víctima.» Más tarde Graham pudo hacer lo mismo gracias a los conocimientos qué había adquirido en los libros sobre toxicología.

Young también admiraba al doctor Crippen, que había envenenado a su mujer en 1910, pero que no había podido huir de Inglaterra. Según Rowland, si Crippen se hubiera casado con una mujer más adecuada a su carácter, jamás hubiera cometido un crimen. «Hubiera sido un buen ciudadano, y no habría sido el centro de atención de la prensa de todo el mundo».

Tal vez Graham Young, un chico sombrío y rebelde, leyese esas líneas y decidiera que era preferible disfrutar, aunque fuera por un momento de tanto notoriedad, a llevar una vida monótona.

El envenenador del muelle no hacía referencia al talio y se desconoce dónde y cuándo conoció Graham Young la existencia de este veneno; pero unos meses antes de cometer los crímenes, en 1961, Agatha Christie publicó una nueva novela, The pale horse.

Uno de los capítulos de este libro de suspense menciona a una mujer que envenena con talio a siete personas que a continuación sufren varios síntomas, entre ellos los de la polineuritis. «No sabe a nada, es soluble y fácil de adquirir», dice uno de los personajes. Young siempre dijo que no había leído este libro, pero su hermana Winifred estaba convencida de todo lo contrario.

En 1972, el profesor Hugh Molesworth-Johnson consultó la novela de Agatha Christie antes de realizar la autopsia a una de las víctimas de Young. También se hizo referencia a él en el juicio que tuvo lugar un año más tarde. El marido de la autora declaró que su mujer se hubiera «afligido» mucho si algún criminal hubiera sacado provecho de sus libros.

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En libertad / De vuelta al trabajo

Una vez en libertad, Young encontró con facilidad un trabajo y un sitio donde vivir. Pero también muy pronto sus compañeros se convirtieron en el blanco fácil de sus diabólicas maquinaciones, especialmente aquellos que le ofrecían su amistad.

Graham Young llegó sin previo aviso a la casa de su hermana, Winifred, en Hernel Hempstead, pocas horas después de abandonar Broadmoor. Ella sabía que su puesta en libertad era inminente, pero nadie le había informado del día exacto, y su hermano tampoco la había telefoneado para decírselo.

Winifred alojó a su hermano en su casa y escribió a su padre a Sheerness, en Kent, para darle la noticia. Young disponía de cuatro días para estar con su hermana antes de trasladarse a Slough, a fin de asistir a un centro de entrenamiento del Gobierno. Se pasó el tiempo bebiendo y hablando con entusiasmo de Hitler. El lunes 8 de febrero comenzó su programa de entrenamiento como encargado del almacén y tres días más tarde, un compañero, Trevor Sparkes, de treinta y cuatro años, empezó a quejarse de fuertes calambres abdominales y de dolor en las piernas, pero el doctor no le encontró nada raro.

<Tal vez esto te siente bien», le dijo Graham, ofreciéndole un vaso de vino esa misma noche. Sparkes se lo bebió e inmediatamente tuvo vómitos, sudores fríos y convulsiones, que se le repitieron durante todo el mes de abril.

A principios de ese mismo mes Fred Young recibió la visita de un oficial de Broadmoor que le explicó que estaban estudiando la posibilidad de concederle la libertad a su hijo. Puesto que de hecho Graham ya se encontraba en libertad y ya había mantenido un breve y frío encuentro con su padre, éste se quedó sorprendido por la incompetencia burocrática y por la estupidez del desinformado visitante.

A mediados de abril, Young vio un anuncio en el que se solicitaba un encargado de almacén para una compañía de Bovingdon, en Hertfordshire, un pueblo a pocos kilómetros de la casa de su hermana. La compañía, John Hadland Ltd., estaba especializada en equipos fotográficos y de óptica. «He estudiado química orgánica e inorgánica, farmacología y toxicología», escribió Graham en su solicitud.

Cuando el 23 de abril acudió a la entrevista, el director Godfrey Foster ya había recibido el informe del centro Slough sobre el joven. El entrevistado quería hablar de temas científicos, pero Foster estaba más interesado en conocer su misterioso pasado.

Graham Young le contó que había sufrido una fuerte depresión tras la muerte de su madre en un accidente, pero que ya estaba completamente recuperado. El director le dijo que se pondría en contacto con él en cuanto tomara una decisión, y a continuación escribió de nuevo a Slough pidiendo al psiquiatra referencias personales del candidato.

El 26 de abril el centro le envió el informe del doctor Udwin que, aunque no llevaba sello ni de Broadmoor ni del Ministerio del Interior, no ocultaba la seriedad de la perturbación del paciente.

«Este hombre tuvo graves problemas de personalidad que hicieron necesaria su hospitalización durante toda la adolescencia -escribió el psiquiatra-. Sin embargo, se ha recuperado completamente y está plenamente capacitado para el ejercicio de sus funciones; el único problema es el ferviente deseo de recuperar el tiempo perdido.»

El doctor Udwin, convencido de que Young estaba curado, no mencionó la condena por envenenamiento. De haberlo hecho habría acabado con las expectativas del joven de conseguir un trabajo digno. Foster le ofreció el puesto y un salario de veinticuatro libras semanales, y Graham Young acudió a su nuevo trabajo el lunes 10 de mayo a las 8,30 de la mañana, vestido con traje y corbata.

El personal de Hadland le dio la bienvenida, y pronto muchos de ellos sintieron la necesidad de proteger a este joven solitario y reservado. El director del almacén, Bob Egle, de cincuenta y nueve años, le ofreció todo su apoyo, al igual que Fred Biggs, el encargado de otra sección.

Otro empleado, Jethro Batt, llevaba a Young a la pensión todas las noches. Sin embargo, entre los setenta y cinco empleados de Hadland, había algunos que le consideraban un joven extraño y obsesivo. Sólo parecía tranquilo cuando discutía de su adorado Adolph Hitler.

Se mostraba amable con los que le protegían y les daba cigarrillos que él mismo liaba, y se ofrecía a llevarles el té a sus puestos de trabajo. El carrito del té se dejaba todas las mañanas y tardes al final del pasillo, frente a la puerta del almacén donde trabajaba el joven.

Al principio vivía con Winifred y Dennis en Hemel Hempstead, pero luego se trasladó a una pensión en el 29 de Maynards Road por cuatro libras a la semana, en la que no estaba permitido cocinar, por lo que la mayoría de los días el huésped cenaba en un Wimpy cerca de allí y visitaba a su hermana dos veces a la semana.

El 3 de junio, el director del almacén, Bob Egle, enfermó y pasó unos días en cama con dolor de estómago. El 8 de junio, Ron Hewitt, un empleado de cuarenta y un años que solía discutir temas científicos con Young, sintió, poco después de beber el té, grandes dolores estomacales, así como un fuerte ardor en la garganta.

El médico de cabecera le dijo que había ingerido con-úda envenenada y le extendió una receta; pero los dolores continuaron. El 15 de junio todavía débil, volvió al trabajo. Pero continuó con dolores durante las tres semanas siguientes.

Egle también se sentía mal, y el 18 de junio se tomó una semana de vacaciones y se fue a Great Yarmouth con su mujer, Dorothy. Fred Biggs también se hallaba de vacaciones, y ante la falta de personal, Young tomó las riendas del almacén.

Egle volvió el 25 de junio, aparentemente recuperado. «No hay nada como la brisa del mar», comentó. Al día siguiente se le habían entumecido los dedos, le dolía la espalda y no podía moverse sin sufrir grandes dolores. Pasó toda la noche delirando.

A la mañana siguiente, el médico le llevó al hospital West Herts, pero pronto le trasladaron a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de St Albans. Se le había entumecido todo el cuerpo, quedando casi paralizado, y oía lo que le decían pero no podía hablar.

El miércoles 7 de julio, tras haber sufrido dos paros cardíacos, Bob Egle murió. Su mujer había permanecido todo el tiempo junto a él.

Dos días después, una vez realizada la autopsia, se determinó que la causa de la muerte había sido una bronconeumonía y una polineuritis. Durante la enfermedad de Egle, Graham Young se había interesado por la salud del enfermo y en una ocasión le mostró a la secretaria de Godfrey Foster un artículo sobre la polineuritis, comentando que los síntomas eran similares a los que presentaba su compañero.

El director eligió a Young para que representara al personal del almacén en la cremación de Egle, que tuvo lugar en Amersham el 12 de julio, y éste se pasó todo el día hablándole de la polineuritis y en concreto del síndrome de GuillainBarre, el mismo que se suponía que había padecido el fallecido.

Foster, que sabía que Young había pasado muchos años hospitalizado, se quedó impresionado por los conocimientos médicos de los que hacía gala. Recordando que Bob Egle había luchado en la Segunda Guerra Mundial, el empleado le dijo: «Es muy triste que Bob lograra escapar de los horrores de Dunquerque y no pudiera combatir un simple virus.»

En el otoño nombraron a Graham Young encargado del almacén durante un período de prueba. Se había convertido en una persona más tratable, aunque a algunos les irritaba que hablara constantemente del compañero muerto. Pero no estuvo a la altura de las nuevas responsabilidades, y se fue haciendo cada vez más impopular, sobre todo por su obsesión por el nazismo.

Siguió manteniendo contacto con la familia. Además de visitar a Winifred y Dennis, iba a ver a su prima Sandra a St. Albans, y de vez en cuando iba a Sheerness, donde vivían su padre y tía Winnie, que se sentían muy orgullosos de su éxito en el trabajo. La familia se enteró de la muerte de Bob Egle, pero les pareció normal que un hombre próximo a la sesentena sufriera una neumonía.

A principios de septiembre de 1971 Fred Biggs comenzó a tener vómitos y a sufrir calambres en el estómago. El 20 de septiembre, el director de importaciones y exportaciones, Peter Buck, tomó una taza de té con Young y uno de los oficinistas, David Tilson, y un cuarto de hora después sintió náuseas y dolor de estómago.

El 8 de octubre Tilson enfermó tras beber una taza de té durante el descanso, y dos días después sintió que las piernas se le entumecían. El viernes 15 de octubre Young y Jethro Batt, un empleado del almacén de treinta y nueve años, se encontraban solos trabajando.

«¿Sabes, Jeth, que es muy fácil envenenar a una persona sin levantar sospechas?, le dijo Young hablando de lo que él llamaha «una receta para morir». Cuando Batt salió de la habitación, Graham preparó el café. Batt lo probó y tiró el resto.

«¿Qué pasa? -le preguntó-, ¿crees que intento envenenarte?» Ambos se rieron, pero veinte minutos más tarde el compañero se sintió enfermo. Se pasó todo el fin de semana con fuertes dolores en las piernas.

El lunes 18 de octubre Tilson fue internado en el hospital de St. Albans con fuertes dolores por todo el cuerpo y caída alarmante de pelo. Batt mientras tanto se hallaba en cama sintiendo cada vez más dolores por todo el cuerpo.

Esa misma semana, en la fábrica, Graham Young le llevó una taza de café a una de sus compañeras, Diane Smart, de treinta y nueve años. «Este café es para ti, «Di». Bébetelo.» Poco después, ella vomitó y sintió calambres en el estómago, en las manos y en las piernas.

Mientras tanto, Jethro Batt se encontraba tan mal que le confesó a su mujer que se quería morir. Sufría alucinaciones y, como a Tilson, se le empezó a caer el pelo. Las medicinas no le hacían ningún efecto.

El jueves 21 de octubre Batt apenas podía moverse. Una semana más tarde Tilson abandonó el hospital, pero el 1 de noviembre tuvo que ser internado de nuevo. La última vez que le vieron los médicos tenía el pelo largo; ahora estaba casi calvo. El 5 de noviembre Batt también tuvo que ser internado. Se había quedado casi calvo.

Graham Young fue a trabajar el sábado 6 de noviembre para ponerse al día, y se encontró con Fred Biggs, que acababa de recuperarse de su último ataque; preparó el té para el convaleciente y para el director, pero éste rechazó el ofrecimiento porque ya se marchaba. Al día siguiente, Fred sufrió una recaída.

Foster creía que era un virus conocido con el nombre de Bovingdon Bug, que se había extendido por la zona, el causante de estas enfermedades. Algunos empleados pensaban que la causa eran los experimentos radiactivos que se estaban llevando a cabo en una pista de aterrizaje cercana. Otros creían que el agua estaba contaminada.

Los médicos que atendían al personal de Hadland estaban perplejos. Siete doctores examinaron a Biggs cuando éste fue internado el 4 de noviembre en el hospital West Herts, pero ninguno de ellos pudo encontrar la causa de la enfermedad. El 11 de noviembre se le trasladó al hospital Whittington, especializado en enfermedades víricas, pero se le empezó a caer la piel a tiras.

Ese mismo día, y a petición del director, fue a examinar la fábrica el doctor Robert Hynd, el médico oficial de la Salud Pública de Hemel Hempstead, junto con un equipo de inspectores. Pero no encontraron nada raro. Hynd volvió al día siguiente para hablar en privado con cada uno de los empleados y preguntarles si alguno de sus familiares había enfermado.

Fred Biggs fue trasladado al Hospital Nacional de enfermedades nerviosas de Londres, pero sin ningún resultado. El viernes 19 de noviembre murió. «Me pregunto qué fue lo que pasó -le dijo Young a Diane Smart-. No debería haber muerto. Yo le apreciaba mucho».

Ante el pánico general que cundió entre los empleados, el propietario, John Hadland, convocó una reunión en la cafetería. La presidía el médico de la compañía, Ian Anderson, que explicó que no había ningún tipo de contaminación radiactiva en la pista de aterrizaje y que tampoco había ningún metal pesado que pudiera resultar venenoso. A veces se utilizaba el talio, un metal químico, para fabricar lentes de alta refracción, pero los empleados de Hadland no lo usaban. Continuó diciendo que debía haberse producido un brote violento del virus que se había extendido por los alrededores, y que se estaban haciendo grandes esfuerzos para identificarlo. Luego pidió calma.

«¿Por qué han descartado que la causa pueda ser un metal pesado?», le preguntó alguien desde el fondo de la sala. Era Graham Young.

El doctor Anderson repitió las conclusiones a las que habían llegado los inspectores de la fábrica. Sin embargo, él mismo sospechaba que algún tipo de metal pesado podía ser la causa, pero no quería que cundiera el pánico. Young le hizo otras preguntas muy minuciosas sobre los síntomas.

Finalmente, Hadland dio la reunión por terminada. Anderson fue a ver a su interlocutor al almacén y se mostró admirado de sus conocimientos en el tema. Como siempre, Young se sintió muy halagado y aprovechó la oportunidad para hacer alarde de sus conocimientos en toxicología.

El doctor le contó esta conversación a Hadland y ambos se mostraron reacios a actuar sin pruebas. Pero cuando se quedó solo, el propietario meditó sobre lo ocurrido y llamó a la policía.

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Las víctimas

  • Bob Egle

Cincuenta y nueve años, encargado del almacén. Era un hombre bondadoso y tolerante que intentó ayudar a Young. El y su mujer, Dorothy, que estuvieron casados treinta y ocho años, vivían en Chesham, Hertfordshire, y planeaban irse a vivir a Norfolk para estar más cerca de su hija. Durante la guerra, Bob había estado en Dunquerque y Graham Young le hacía muchas preguntas sobre ello.

  • Fred Biggs

Sesenta años. Era un empleado a tiempo parcial en Hadland, y estaba encargado de los pedidos y la distribución. El y su mujer, Annie, vivían en Chipperfield., donde tenían una tienda. El matrimonio había ganado muchos premios de baile de salón, y Fred era el representante del pueblo en el consejo rural. Al igual que Bob, le daba cigarrillos a Young o le prestaba dinero para el autobús.

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¿Curado?

En el libro El envenenador de St. Albans (1974), el periodista Anthony Holden escribió al Ministerio del Interior, que concedió la libertad a Young y le consiguió un empleo sin haber consultado ni al personal médico de Broadmoor ni a los dos psiquiatras, los doctores Dvsh y Blair, que habían examinado al joven en 1962, y que no creían oportuno que se le concediera tan pronto la libertad. «Ni siquiera tuvieron en cuenta el informe de la enfermera a la que Graham Young había confesado su deseo de matar a tantas personas como años había pasado allí», escribió Holden.

Algunas enfermeras creían que el paciente podía ser puesto en libertad, mientras que otras pensaban que todavía no estaba curado y que sus constantes amenazas debían tenerse muy en cuenta. El periodista escribió que «probablemente, las amenazas de Young nunca llegaron a oídos de ningún funcionario del Ministerio del Interior».

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Libertad vigilada

Graham Young fue puesto en libertad, pero tenía que cumplir una serie de normas: comunicar sus traslados y acudir con regularidad a una clínica psiquiátrica. También debía mantenerse en contacto telefónico con el psiquiatra de Broadmoor, el doctor Udwin. Durante las trece semanas que pasó en Slough, Young acudió regularmente a una clínica y telefoneó al psiquiatra dos veces, pero después de dejar el centro, no volvió a hacer ninguna de las dos cosas.

En Slough, la policía de Thames Valley conocía el pasado criminal del joven, pero a la de Hertfordshire se le informó cuando Graham ya se había trasladado a Hemel Hempstead. El oficial encargado de la libertad vigilada nunca visitó la habitación de la pensión, por lo que ignoraba que guardaba en ella todo de venenos.

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El embaucador

Graham Young empezó a trabajar en Hadland con la clara intención de buscar más víctimas. Después de enviar su solicitud, intentó comprar antimonio y potasio en los laboratorios John Bell y Croyden, en el centro de Londres. Pero se negaron a vendérselos sin una autorización médica.

El 24 de abril, el día después de su entrevista en Hadland, Young volvió a Bell y Croyden adoptando un aire muy formal y le mostró al encargado, Albert Kearne, una nota con el sello de Bedford College, de la universidad de Londres. Esta autorizaba al «señor Evans» -nombre que ya había utilizado otras veces- a comprar antimonio. Graham Young firmó en el registro con una dirección falsa, recogió la autorización y se marchó de allí con 25 gramos de antimonio.

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Debate abierto / Mentes envenenadas

Algunos asesinos sienten un gran resentimiento, no contra sus víctimas en concreto, sino contra toda la raza humana. Uno de ellos planeó la exterminación de miles de personas.

E1 12 de julio de 1988, la policía de Merseyside arrestó a un estudiante universitario de diecinueve años, llamado Matthew Williams, como sospechoso de haber disparado una saeta de ballesta a través de la ventana de la habitación de un vecino.

En su casa de Alfred Road, en Birkenhead, los detectives encontraron productos químicos de los que se utilizan para fabricar explosivos, dos ballestas, una botella de cianuro, una bomba de clavos, una escopeta con los cañones recortados, varios cohetes de fabricación casera y libros sobre venenos, gases nerviosos y fabricación de bombas.

Al igual que Graham Young, Williams poseía un retrato de Hitler y había intentado envenenar a su familia. Su madre creía que la peculiar colección tenía que ver con los estudios de microbiología y química en la universidad de Leeds.

La policía encontró también los diarios que Williams había escrito durante varios años y en los que describía varios intentos de asesinato, el violento temor que sentía por el contacto físico, una serie de incidentes por resolver en los que habían explotado varias bombas y un incendio que tuvo lugar en la Universidad de Leeds en 1988 y que había causado daños por valor de ciento ochenta mil libras.

El odio y aborrecimiento que Matthew Williams sentía por sus semejantes se ponía de manifiesto en los diarios y en los libros y panfletos que coleccionaba. «Odio a la gente -escribió en 1985-, …asquerosos, ignorantes, una escoria que no debería existir. Tengo la intención de DESTRUIRLOS A TODOS utilizando los medios que estén a mi alcance.» Poseía mucha información sobre gases nerviosos, guerras bacteriológicas y productos químicos letales.

Williams parecía tener el firme propósito de aniquilar a la raza humana, y poco le faltó para tener los medio para hacerlo. El antrax es uno de los venenos más mortales conocidos por el hombre. Durante la Segunda Guerra Mundial se cultivó, y con él se experimentó en una remota isla de Escocia. Mató a todas las ovejas y acabó con toda la vegetación. De hecho, este veneno es tan peligroso que la isla actualmente está abandonada y prohibida la entrada en ella. Williams había ideado un plan para robar una barca, ir a la isla y coger las semillas mortales; pensaba utilizar moscas para esparcir el virus o contaminar las reservas de agua.

La enfermedad que produce este veneno provoca síntomas muy variados, como depresión, espasmos, contusiones e hinchazones, aunque generalmente provoca la muerte.

Matthew Williams ya había hecho explotar varias bombas y hasta había prendido fuego a varias casas, así que, de haber podido, seguramente habría llevado a cabo sus planes.

Al igual que Young, Williams tuvo que ir a juicio. El 27 de abril de 1989, en el tribunal de Liverpool, admitió los once crímenes que se le imputaban y que iban desde explosiones hasta envenenamientos. Fue condenado a cadena perpetua.

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Enemigo público

El juez Rose, que presidió el juicio de Matthew Williams, era consciente de la amenaza que «este joven científico» suponía para la sociedad. «Nadie ha salido perjudicado a pesar de que usted lo ha intentado», le dijo el juez.

«Un psiquiatra le ha descrito como una persona fascinante, pero en realidad usted no es más que un joven muy peligroso. Su historial revela un gran desorden de personalidad, y en justicia creo que lo que usted se merece es una condena a cadena perpetua.» Williams pasó toda su vida en la cárcel.

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La policía / Las pruebas

Ante las crecientes sospechas, la policía se decidió a actuar. Descubrieron el diario de Young, una crónica escalofriante de sus planes asesinos, y las autopsias de las víctimas proporcionaron las pruebas definitivas.

El detective inspector jefe John Kirkpatrick, de la policía de Hemel Hempstead, se dirigió a Bovingdon poco después de recibir la llamada de John Hadland, y comenzó a investigar las bajas que se habían producido en la empresa.

Hadland no mencionó ningún nombre por teléfono, pero Kirkpatrick se dio cuenta en seguida de que Egle y Hewitt habían enfermado pocas semanas después de que Graham Young comenzara a trabajar. Mandó por télex una lista con los nombres de algunos empleados, entre ellos el de Young, al archivo criminal de Scotland Yard.

Al día siguiente, sábado 21 de noviembre, se puso en contacto con Ronald Harvey, jefe del Departamento de Investigación Criminal de Hertfordshire, que en esos momentos se encontraba en Londres en una convención de médicos forenses.

Después de atender la llamada, Harvey volvió a su asiento y les comentó el caso a dos científicos que se sentaban junto a él: los doctores Ian Holden, de Scotland Yard, y Keith Mant. Tras escuchar la descripción de los síntomas, los dos médicos respondieron casi a la vez: «envenenamiento con talio».

Harvey desconocía este nombre. Cuando llegó a Hemel Hempstead, Scotland Yard ya había contestado diciendo que no tenía fichado a ninguno de los empleados de la lista. Kirkpatrick pidió que lo comprobaran de nuevo, poniendo especial atención en el nuevo empleado, Graham Young.

Mientras tanto, Harvey buscaba un libro llamado Pricks Thallium poisoning, que le habían recomendado los científicos, Holden y Mant Se lo mandaron de los laboratorios de la policía de Cheshire, y, finalmente, Scotland Yard encontró la ficha de Young y comunicaron a Hadland y a Foster que era un envenenador convicto.

La policía se enteró por Winifred, la hermana de Young, de que éste se encontraba pasando el fin de semana con su padre y su tía en Kent. Tres detectives fueron a registrar su habitación de la pensión.

Las paredes estaban cubiertas de fotografías de Adolf Hitler y otros líderes nazis. Sobre las mesas, estanterías e incluso en la repisa de la ventana tenía botellas, frascos y tubos. También había varios dibujos de calaveras, tumbas y figuras demacradas, que se llevaban las manos a la garganta o que portaban en las manos botellas de veneno.

A las 11,30 de la noche la policía de Kent rodeó la casa de Alma Road, en Sheerness, donde vivía la familia del asesino y llamaron a la puerta. Cuando Fred abrió, supo inmediatamente a qué venían.

«¿Se encuentra aquí Graham Young?», preguntó uno de los policías. Desde la puerta podían ver a Young preparándose -un sandwich en la cocina. El padre no dijo nada, pero le señaló con un movimiento de cabeza. Uno de los agentes le esposó, mientras que el otro le decía que era sospechoso de asesinato. Young palideció. «Graham, ¿qué has hecho?», preguntó Winnie entrando en el comedor.

«No sé de qué me están hablando, tía», contestó asustado.

Cuando se lo llevaban, Fred oyó que le preguntaba a uno de los agentes: «¿Por cuál de todos me arrestan?» Después de que los agentes se marcharan, el padre subió arriba, cogió el certificado de nacimiento y todos los documentos personales de su hijo y los rompió en mil pedazos.

A las tres de la mañana del día siguiente, domingo 22 de noviembre, los policías que registraban la habitación de Young encontraron una botella vacía que había contenido éter, y varios frascos con sustancias químicas, polvos y libros de medicina forense. Debajo de la cama encontraron lo que parecía ser el diario del asesino. Se titulaba: Sumario de un estudiante y oficinista (A students and officers Case Book).

El detective inspector Kirkpatrick y el sargento Roger Livingstone llegaron a la comisaría de Sheerness poco después de las tres de la mañana. La policía había cogido las ropas del detenido para examinarlas y le dieron una manta para que se cubriese.

«Está usted arrestado como sospechoso de asesinato», le dijo Kirkpatrick. «Sí, lo sé. Pero ¿ha dicho usted asesinatos, en plural?, preguntó Young.

«No», contestó el detective.

En el camino de Hertfordshire, Graham no paró de hacer preguntas a los detectives en su tono habitual, a pesar de estar arrestado e ir únicamente cubierto con una manta. Kirkpatrick le dijo que todavía quedaba mucho por investigar para aclararlo todo.

«Es algo que apreciaría mucho dadas las circunstancias», dijo el detenido.

El policía le preguntó qué quería decir con eso.

«Ya se lo explicaré más tarde», le contestó Young. Luego, Kirkpatrick le informó de que la investigación en la que estaban trabajando era sobre la muerte de Fred Biggs; el asesino dijo: «Me gustaría saber más sobre eso, inspector.»

Graham Young recordó a los dos agentes que era inocente hasta que no se demostrara lo contrario, y a continuación se jactó de haber cometido un crimen perfecto: En 1962 había matado a su madrastra, que fue incinerada. Kirkpatrick le invitó a que confesara todo lo ocurrido en Hadland.

«Es una historia terrible», dijo Young. El inspector le pidió que salvara las vidas de Tilson y Batt y él, mostrándose servicial, le dio los nombres de los antídotos.

A las 6,35 de la madrugada llegaron a Hemel Hempstead. El detective Harvey había estudiado el diario encontrado en la habitación del asesino. En él describía los envenenamientos de varias personas a las que se refería por sus iniciales.

«Son sólo producto de mi imaginación», dijo Young evitando esta cuestión.

«¿Administró veneno a alguna de estas personas?», preguntó Harvey.

«Claro que no.»

A continuación Young le explicó al policía cómo debía llevar a cabo la investigación. «Estas personas le ofrecieron su amistad -le dijo Harvey-, trataron de ayudarle.» El detenido, a su vez, preguntó: «Efectivamente, esta gente son mis amigos, así que ¿qué motivo tendría para envenenarles?»

Le dejaron dormir durante varias horas, le entregaron ropa limpia y el interrogatorio continuó a las 4,45 de la tarde. Como ya sucedió en 1962, de repente Young decidió cooperar.

Harvey comenzó con las iniciales que aparecían en su diario y el asesino fue identificando a las víctimas. Confesó que las había envenenado a todas y de nuevo se jactó de haber cometido el crimen perfecto, refiriéndose a la muerte de su madrastra. Habló de la fascinación que sentía por los venenos y describió con gran detalle los efectos que éstos tenían sobre los seres humanos. Pero se rió del inspector cuando le pidió que hiciera una confesión escrita de todas estas actividades.

Al día siguiente, lunes 23 de noviembre, después de que se realizara la autopsia al cadáver de Fred Biggs y de que no se encontraran restos de veneno en él, su cuerpo fue trasladado a los laboratorios forenses de Scotland Yard para ser examinado de nuevo. Aquella noche, a las 10, Harvey acusó a Graham Young del asesinato de Biggs. «No deseo hacer ningún comentario», le contestó, aunque al día siguiente dijo: «Todo ha terminado.»

Las cenizas de Bob Egle fueron exhumadas en Gillingham, Norfolk, y analizadas en el laboratorio de la policía. El forense encargado del caso, Nigel Fuller, llevó a cabo un examen exhaustivo antes de dar a conocer los resultados de las investigaciones: ambos hombres habían muerto envenenados con talio.

El 3 de diciembre Young fue acusado de la muerte de Egle. Era la primera vez en la historia de Inglaterra que un hombre era acusado de asesinato tras el examen de unas cenizas, y también era el primer caso de asesinato con talio.

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Cartas desde la cárcel

Mientras esperaba ser juzgado por asesinato, Graham Young escribía cartas a su familia en las que le decía que era inocente. También le comentaba que se aburría, que no podía beber alcohol y que tenía que jugar solo al ajedrez. «Por lo menos siempre gano», escribió a su hermana, Winifred. Quitaba importancia a los cargos de asesinato y se refería a ellos como «un desafortunado episodio» o «este asunto», y se quejaba de que su familia ya le había juzgado y le consideraba culpable.

«¿Por qué nadie contesta a mis cartas? -escribió a su prima Sandra-, Tal vez es que mi siniestro sentido del humor no les agrada?… Tal vez me dejen libre; las pruebas de la acusación son muy débiles. Un punto a mi favor es que NO soy culpable de los cargos que se me imputan.»

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El diario de un asesino

El diario de Graham Young es único en los anales del crimen; es un documento excepcional que descubre los secretos de un envenenador. Escrito a mano, utiliza iniciales como la F, para referirse a Fred Biggs; la J, para Jethro Batt; la D, para David Tilson, y la P, para Peter Buck.

21 de octubre. «Me avergüenzo de haber hecho daño a J… Mi mejor amigo en Hadland.»

1 de noviembre. «F no ha venido a trabajar hoy.»

3 de noviembre. «F está muy enfermo…. el derrame cerebral podría provocarle un coma. Sería mejor que muriera.»

3 de noviembre. «D ha perdido casi todo el pelo. Si empiezan a sospechar de mí, me mataré.»

10 de noviembre. «F debe ser muy fuerte.»

17 de noviembre. «F está respondiendo al tratamiento. Está resultando muy difícil.»

Biggs murió dos días después. Más tarde Young se vengaría de Diana Smart, una compañera del trabajo que le dijo que parecía que todos los males habían llegado con él. «»Di» me irritó tanto ayer, que la dejé en casa con un fuerte dolor de estómago», escribió en el diario.

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Pruebas

El profesor Hugh Molesworth-Johnson, del St. Thomas Medical School, realizó la primera autopsia al cadáver de Fred Biggs. Se preparó a fondo y mantuvo largas conversaciones telefónicas con un experto en envenenamiento con talio de Bélgica.

La autopsia se realizó en el hospital St. Pancras, de Londres, el 22 de noviembre. Aunque los síntomas propios de un envenenamiento con talio eran evidentes, en el cuerpo no encontraron restos de este veneno. Nigel Fuller, un experto de Scotland Yard, estuvo trabajando durante diez días hasta que encontró restos de talio en los órganos de la víctima. También encontró nueve miligramos de talio en las cenizas de Bob Egle. En 1962, cuando Molly, la madrastra de Young, fue envenenada, estas técnicas aun no se podían llevar a cabo.

Fuller también descubrió que en un frasco que el asesino llevaba en su chaqueta -a la que llamaba la dosis del éxito- había una cantidad mortal de acetato, y que en su habitación había antimonio y talio suficientes para matar a cientos de personas.

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Mente asesina / Atracción fatal

La única pasión de Graham Young fueron los venenos. Las personas, ya fueran familiares, amigos o compañeros de trabajo, no eran más que conejillos de indias para sus experimentos.

Graham Young aparentaba ser un buen chico. Iba impecablemente vestido, no le gustaban los chistes verdes y hablaba como un adulto más que como joven adolescente. Después envenenar a su madrastra, Molly, se mostró muy afectuoso con ella durante toda la enfermedad.

Pero en el fondo era un asesino calculador que podía observar impasible cómo su víctima se retorcía de dolor. Sin embargo, no era el dolor lo que le fascinaba, sino los síntomas que el veneno producía. Para él estos dolores eran un código privado del poder que ejercía sobre las demás personas: «Echo de menos mi antimonio», le había dicho al psiquiatra durante internado en Ashford después del primer arresto. «Echo de menos el poder que me da.»

Los psiquiatras que examinaron a Young en 1962 no tenían ninguna duda de que el veneno siempre sería para él un instrumento de supervivencia, y de que sus víctimas no eran más que simples conejillos de indias.

Uno de los psiquiatras opinaba que «no sentía rencor hacia sus familiares o hacia el amigo que había envenenado, y que incluso pensaba que sí les quería. Parece que simplemente eran las personas que tenía más a mano para sus propósitos». Su hermana, Winifred, confirma esta teoría al escribir: «Para él asesinar era como experimentar con ratas.»

Fue prisionero de su propia soledad. La pérdida de su madre poco después de su nacimiento, la relación distante con su padre y la separación de su tía después de que ésta le hubiera criado, le dejaron sin ningún puna de apoyo en la vida, y buscaba una firme lealtad en los demás.

En una ocasión retó a su compañero del colegio Chris Williams después de que éste se hiciera amigo de otro chico. Perdió la pelea y amenazó con matarle. Cuando sus padres le quitaban los venenos y las ratas muertas, dibujaba lápidas en las que escribía «mamá» y «papá». Para él, lo que ellos hacían era una traición.

En un momento dado, su desarrollo sexual se vio frustrado. No es una coincidencia que la afición por los venenos empezara en la pubertad, justo en un momento en el que no sabía cómo enfrentarse a esta nueva experiencia.

En Hadland, Diana Smart se dio cuenta de que las manos del muchacho eran extremadamente pequeñas, y cuando le dijo que las suyas eran mucho más grandes, Young contestó: «Te sorprendería saber lo que estas manos pueden hacer por ti, Diana.»

En otra ocasión ella le preguntó si alguna vez salía con chicas. «He tenido novias», contestó simplemente. «Ah, así que eres un misógino», dijo ella. «No, yo no diría eso», contestó irritado. De nuevo se agarraba a la única fuerza que podía sostenerle: la afición por toda clase de venenos.

Después del arresto en 1962 le confesó a su tía Winnie que había envenenado a su madrastra aunque no estaba acusado de este crimen.

Y en 1971 se introdujo medio desnudo en un coche de policía y se jactó de haber cometido, nueve anos antes, un crimen perfecto.

El día después de ser acusado del asesinato de Fred Biggs, confesó a Ronald Harvey lo que jamás había contado a nadie, excepto a los médicos, y recitó un pasaje de La balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde:

«Todos matan lo que aman;
unos lo hacen con una mirada
otros, con palabras acariciadoras;
el cobarde, con un beso;
el hombre valiente con una espada.»

Después de una pausa, añadió: «Supongo que se puede decir que yo lo hice con un beso.» Cuando el inspector le preguntó si sentía remordimientos, contestó: «Eso sería hipócrita. Lo que siento es un vacío en el alma.»

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Loco de atar

«Entre todos los asesinos, el envenenador es el más estúpido», escribió el criminólogo F. Tennyson Jesse en El asesinato y sus móviles (1962). «Tiene que ganarse la confianza de la víctima, y para ello debe mostrarse amable y agradable».

Su familia y compañeros no podían creer que Young les estuviese envenenando. El sabía aprovecharse de la ingenuidad y de la buena voluntad de aquellas personas que no querían acusarle sin pruebas. Además, se sentían culpable por el solo hecho de sospechar de él… Incluso John Hadland, el jefe de Young, consultó primero a su abogado antes de llamar a la policía.

El asesino se aprovechaba de la imagen que los otros tenían de él: su familia le veía como un chico solitario que no había conocido a su madre, los farmacéuticos creían que se trataba de un estudiante muy aplicado, y los psiquiatras de Broadmoor le veían como a un joven inmaduro. Graham Young era consciente de la debilidad que los demás sentían por él y se aprovechaba de ello.

*****

El juicio

Durante el juicio, Graham Young se mostró arrogante y se declaró «no culpable» simplemente para prolongar el proceso y suscitar el interés de la prensa. Pero el jurado no se dejó engañar y le condenó a cadena perpetua.

El 19 de junio de 1972 comenzó, en el Tribunal de St. Albans, el juicio de Graham Young por asesinato, presidido por el juez Eveleigh, con un jurado formado por doce hombres. El abogado defensor, sir Arthur Irvine, se hizo cargo del caso unos días antes.

Graharn Young fue acusado de los asesinatos de Bob Egle y Fred Biggs, del intento de asesinato de David Tilson y Jethro Batt, y de haber envenenado a Trevor Sparkes, sus compañeros en Slough, y a Ronald Hewitt, Peter Buck y Diana Smart, empleados de Hadland. Young negó todos los cargos que se le imputaban.

Impecablemente vestido con un traje oscuro, el acusado escuchó con calma al fiscal John Leonard. Este enumeró los extraños casos de enfermedad ocurridos en Hadland, describió el contenido del diario de Young, y habló de las pruebas que demostraban que Biggs y Egle habían muerto envenenados con talio.

Gracias a la ley que protege a los acusados, no se informó al jurado de las anteriores condenas que Young había recibido en 1962 y de su posterior confinamiento en Broadmoor durante ocho años, ya que ésta era una institución psiquiátrica para criminales muy conocida.

Durante veinte minutos Leonard estuvo leyendo el diario del inculpado al jurado. Si los hechos descritos en él se tomaban como ciertos, se demostraba no sólo que había habido intento de asesinato, sino que además se trataba de un hombre con una mente metódica capaz de seleccionar a sus víctimas.

La defensa se basaba en que no existía ningún móvil para los crímenes, pero cuando existen pruebas tan claras de asesinato, el fiscal no se detiene en investigar el móvil.

El diario era la prueba central de la acusación, ya que los informes forenses que determinaban que la causa de las muertes fue el envenenamiento con talio o el hecho de que Young tuviera en su poder diversos venenos, así como que le gustara hacer dibujos macabros y sus espontáneas confesiones a la policía, no eran pruebas suficientes para demostrar que Graham hubiera envenenado sistemáticamente a todo el personal de Hadland.

La explicación del asesino fue muy simple; el diario era un producto de su imaginación basado en los misteriosos acontecimientos que habían tenido lugar en Bovingdon.

El lunes 26 de junio, seis días después de que comenzara el juicio, el acusado comenzó su declaración. Declinó la invitación que se le hizo para sentarse en el estrado, y se quedó de pie apoyado en la barandilla.

Su actuación estaba muy estudiada; pidió varios aplazamientos, que le fueron concedidos, y recurrió a un lenguaje muy sutil que en ocasiones parecía adquirir un tono de burla.

Explicó que el diario era «la exposición de una teoría que yo desarrollé de una forma un tanto fantástica para mi propio entretenimiento. Había creado a un personaje con tendencias homicidas».

El diario señalaba que «R» (Robert Egle) era la víctima más propicia, pero Young matizó que no tenía importancia; la historia era ficticia y sólo una excusa para poder exponer sus conocimientos de química.

«Si me lo permite, señor Young, le diré que a lo largo de todo el proceso ha demostrado estar muy tranquilo», le dijo el fiscal.

«No estoy particularmente tranquilo, señor Leonard, es que soy una persona que no demuestra sus emociones», le contestó el testigo.

Le preguntaron sobre unos dibujos que la policía había encontrado, en los que aparecían dos manos vertiendo veneno en una taza con cuatro cabezas. Dos de éstas no tenían pelo, al igual que dos empleados de Hadland que se habían quedado calvos. El acusado contestó que sólo era «una fantasía de mi imaginación».

El jurado vio los dibujos y Leonard les explicó que los números que aparecían en ellos correspondían a dosis mortales de talio, y que Young había dibujado a sus víctimas con el aspecto «típico de los cómics de terror».

A continuación Leonard se dirigió al acusado: «Realmente no le importó que Biggs muriera. Incluso le satisfizo.» «No -contestó Young-. No veo qué satisfacción puede encontrarse en una muerte como ésa.» Después alegó que sólo había confesado para que le dieran ropa, algo de comer y para que le dejaran dormir.

Leonard le preguntó que por qué, si había comprado el veneno para realizar experimentos, no tenía, el equipo necesario para realizarlos. El acusado contestó que intentaba arreglarse con lo que tenía.

«Administró talio a cuatro personas, matando a dos de ellas y causando serias enfermedades a otras dos», le espetó el fiscal, John Leonard.

«Yo no he administrado talio a nadie -replicó Young-. Sólo realicé experimentos para satisfacer mi curiosidad sobre ciertos problemas químicos.»

La acusación continuó: «Para ser una historia inventada, se llega al final muy deprisa, ¿no cree?»

«Sí, pero es algo que ocurre a menudo en los diarios.»

«¿Tenía intención de publicarlo?» «No… -dijo Young-. Lo escribí sólo para mí.»

«Señor Young, usted está convencido de que no van a descubrirle y de que podrá librarse de la cárcel. Pero no va a ser así.»

«Esa es su opinión, señor Leonard, y espere que esté de acuerdo con usted.» Durante el interrogatorio el acusado cometió el error de querer responder a interlocutor con gracia y agudeza. A menudo lo hacía mejor que el fiscal, que se exasperaba, y en ningún momento mostró angustia propia de una persona acusada e falso. Pero su fría arrogancia no impresionó al jurado.

John Leonard leyó en alto una frase del diario : «¿Hay alguien capaz de enfrentarse a mí?», y le preguntó si creía que aquélla era propia de un serio trabajo literario.

«¿Quién le ha dicho que los envenenadores no tienen sentido del humor?», replicó Graham Young.

«Nadie, y no sé si lo tienen. Jamás he conocido a uno de ellos.»

El acusado hizo un gesto teatral. «Gracias, señor Leonard.»

En sólo una hora los abogados expusieron sus conclusiones finales. El jueves 29 de junio, mientras Young aguardaba el veredicto, les comentó a los dos guardianes que si le condenaban se cortaría el cuello. Cuando después de una hora y media de deliberaciones el jurado volvió con el veredicto, cuatro agentes escoltaban al asesino.

El jurado declaró que le encontraba culpable de los asesinatos de Bob Egle y Fred Biggs, del intento de asesinato de Jethro Batt y de David Tilson, y del envenenamiento de Ron Hewitt y Diana Smart y le absolvían de los envenenamientos de Peter Buck y Trevor Sparkes.

El juez le condenó a cadena perpetua y Graham Young no dijo nada. Sólo pidió ver a Winifred y a su tía Winnie, y les dijo: «Olvidaos de mí. Siento haberos causado tantos problemas.» Al salir, su hermana declaró que le pareció que tenía la mirada perdida.

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Ley sobre venenos

Tras el juicio de Graham Young se realizó una reforma de las leyes que controlaban la venta de veneno. Young se aprovechó de estas leyes y consiguió engañar a los farmacéuticos con relativa facilidad. La legislación original, The Pharmacy and Poisons Act de 1933 fue reformada tras el escándalo de la talidomida y dio paso a la Medicines Act de 1968, que regulaba el suministro y control de drogas y medicamentos.

Aunque en 1972 se revisaron las leyes sobre la venta de venenos, en la actualidad no difieren mucho de aquellas de 1933.

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Los supervivientes

Aunque algunas de las víctimas de Young sobrevivieron a los envenenamientos, sufrieron durante meses dolores y enfermedades tanto físicas como psíquicas. Al igual que Bob Egle y Fred Biggs, Jethro Batt y David Tilson fueron envenenados con talio, y durante cierto tiempo sufrieron ataques de locura, delirios y alucinaciones. También se les cayó el pelo y fueron víctimas de fuertes dolores y convulsiones.

Diana Smart y Peter Buck tuvieron calambres agudos y vómitos, al igual que Trevor Sparkes y Ron Hewitt, aunque el acusado fue absuelto de los cargos por envenenamiento de estos dos últimos. Por otra parte, Sparkes no pudo volver a hacer deporte, su mayor afición, y Fred Young nunca se recuperó de la enfermedad del hígado.

Además, todas estas víctimas estaban aterrorizadas y les llevó años sobreponerse, sus vidas no volvieron a ser como antes. Y en compensación a esto sólo recibieron una exigua compensación de la oficina para la indemnización de lesiones criminales.

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Conclusiones

Tras la sentencia, el jurado de St. Albans añadió una cláusula adicional en la que pedía una revisión urgente de las leyes gubernamentales que regulaban la venta de venenos.

Una hora después de que el veredicto se hiciera público, el ministro del Interior del gobierno conservador, Reginald Maudling, informó al Parlamento de que se habían empezado a realizar investigaciones sobre el tratamiento y supervisión de los presos enfermos mentales.

Graham Young fue encarcelado en la prisión Wormwood Scrubs de Londres, pero más tarde fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Parkhurst, en la isla de Wight, reservada a los criminales más peligrosos.

En 1972, John Bell y Croyden en Londres y Freeman Grieve en St. Albans, los dos laboratorios donde Young había comprado los venenos después de salir de Broadmoor fueron multados por no cumplir las leyes gubernamentales sobre la venta de venenos.

En enero de 1973, la investigación que sobre el caso de Graham Young realizó sir Carl Aarvold, concluía que éste fue puesto en libertad «de acuerdo con los formalismos vigentes en la época». Pero recomendaba que en el futuro se impusieran controles más rígidos antes de dejar en libertad a un enfermo mental, y que se estableciera un tratamiento especial y un control de seguimiento para aquellos que eran puestos en libertad. El nuevo ministro del Interior, Robert Carr, aprobó estas propuestas.

El 1 de octubre de 1975, Lord Butler realizó una segunda investigación en la que establecía la necesidad de promover cambios para realizar un seguimiento más estrecho de los criminales enfermos mentales dentro y fuera de las cárceles-hospitales. También pedía la creación de un comité independiente que, en colaboración con el Ministerio del Interior, estudiara los casos de remisión de condenas.

Graham Young permaneció en la prisión de Parkhurst, y en agosto de 1990 el ministro del Interior anunció que había muerto a los cuarenta y dos años de un ataque al corazón. Fue incinerado en la isla de Wight.

Young fue inmortalizado en cera y su figura se halla en la cámara de los horrores del museo de Madame Tussaud. Esto era algo que siempre quiso. Durante el juicio preguntó a los guardianes si sabían si el museo ya se había puesto en contacto con ellos para conocerlos detalles.

 


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