Georg Karl Grossmann

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Georg Grossmann

El carnicero de Berlín

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Convertía a sus víctimas en perritos calientes humanos para venderlos en la estación de ferrocarril
  • Número de víctimas: 26 - 50 +
  • Fecha del crimen: 1913 - 1921
  • Fecha de detención: 21 de agosto de 1921
  • Fecha de nacimiento: 13 de diciembre de 1863
  • Perfil de la víctima: Mujeres jóvenes (en su mayoría prostitutas)
  • Método del crimen: Desconocido
  • Lugar: Berlín, Alemania
  • Estado: Fue condenado a muerte. Se suicidó ahorcándose en su celda el 5 de julio de 1922
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Georg Grossmann: El vendedor de perritos calientes

Brian Lane – Los carniceros

No cabe duda de que Georg Grossmann fue un personaje tan desagradable que nadie habría esperado toparse con él fuera de los más salvajes excesos de sus compatriotas, los hermanos Grimm. Grossmann era un monstruo de la vida real, y estaba dominado por perversiones tan depravadas que se las diría dignas de engendrar obras de ficción.

Grossmann nació en Neuruppen el año 1863 (casualmente, el mismo en que murió Jakob Grimm) y fue un degenerado sexual y un sádico desde temprana edad. Cuando dejó este mundo, a los cincuenta y tres años, ya había cumplido tres largas condenas de cárcel con trabajos forzados por abusos deshonestos infligidos a víctimas infantiles. En uno de los casos el resultado de sus malos tratos fue la muerte. Durante su juicio se revelaría que Grossmann también solía permitirse devaneos con la bestialidad y la necrofilia.

El mes de agosto de 1921, uno de los inquilinos del bloque donde vivía Grossmann -situado cerca de la estación Silesia, una terminal de ferrocarriles berlinesa- oyó gritos y unos golpes terribles procedentes de la cocina de Georg Grossmann, y consideró su deber llamar a la policía. Cuando llegaron los agentes los ruidos ya habían cesado: no se oían golpes ni gritos. Lo único que se salía de la normalidad era el cadáver de una joven muerta, pero aún caliente preparada como para ser consumida en una barbacoa campestre.

Grossmann llevaba ocho años viviendo en aquel apartamento, y su ocupación de él se remontaba a 1913, justo antes de que empezara la Gran Guerra. Su deshonroso historial de tropiezos con la policía motivó que Georg no fuese invitado a participar en el conflicto. Durante ese período el inquilino del apartamento se convirtió en una especie de recluso y se apoderó de la cocina, llegando al extremo de prohibirle la entrada incluso al Propietario. El número de chicas de la calle que pasó por allí para satisfacer el apetito de Grossmann era tan grande que transcurrió bastante tiempo antes de que sus vecinos se dieran cuenta de que ninguna salía del apartamento. Cierta idea de la magnitud que alcanzaron las actividades del Barbazul alemán puede darla la cantidad de restos humanos que fueron descubiertos en la habitación de Grossmann al ser arrestado: el examen indicó que durante las tres semanas anteriores había matado y desmembrado a por lo menos tres mujeres.

Como en el caso de su contemporáneo Fritz Haarmann, la fuente de víctimas de Grossmann era la estación del ferrocarril donde -y eso es algo más que una mera coincidencia-, vendía salchichas preparadas por él mismo. Como Haarmann, el Carnicero de Berlín sabía sacar provecho económico de sus placeres y convertía a sus víctimas en perritos calientes humanos. La degradación de Grossmann era tal que es casi seguro que ahorraba dinero consumiendo sus propios productos. En cuanto a los restos invendibles, se limitaba a arrojarlos al río Spree.

Decir que su juicio, la subsiguiente sentencia de muerte y la estancia en prisión enloquecieron a Georg Grossmann sería un auténtico desafío al sentido común, pero no cabe duda de que agravaron el desequilibrio mental que ya sufría, provocándole ataques de manía violenta que terminaron haciéndole ahorcarse en su celda, con lo que escapó a las manos del verdugo.

Cuántas mujeres -todas sus víctimas eran del sexo femenino- fueron presa del horrible Grossmann jamás podrá calcularse, pero en el caso de Haarmann incluso los cálculos más conservadores hablan de una cifra que excede el total de cincuenta víctimas.

 


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