Gary Heidnik
  • Clasificación: Asesino
  • Características: Canibalismo - Secuestro - Tortura - Violación
  • Número de víctimas: 2
  • Fecha del crimen: 1986 - 1987
  • Fecha de detención: 24 de marzo de 1987
  • Fecha de nacimiento: 22 de noviembre de 1943
  • Perfil de la víctima: Deborah Dudley, de 23 años, y Sandra Lindsay, de 24
  • Método del crimen: Inanición - Exceso de tortura - Electrocución
  • Lugar: Filadelfia, Estados Unidos (Pensilvania)
  • Estado: Fue ejecutado por inyección letal en Pensilvania el 6 de julio de 1999
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Gary Heidnik

Última actualización: 31 de marzo de 2015

Engañó a las víctimas una a una. Las encerró en un sótano sombrío del que no había forma de escapar y las sometió a sus deseos maníacos, a sus exigencias sexuales y a su brutalidad. No le preocupaba lo más mínimo si morían o si seguían con vida por algún tiempo.

LA FUGA – La huida del infierno

Al principio nadie la creyó. Puede que esté drogada, pensaban cuando la oían contar terribles historias sobre secuestros, asesinatos y canibalismo. Las marcas de su cuerpo fueron lo único que convenció a la policía de que era necesario entrar en acción. Aún reticentes, fueron a investigar la casa del número 3.520 de North Marshall Street.

La noche del 24 de marzo de 1987 hacía muchísimo frío. Una joven negra buscaba ayuda desesperadamente. Necesitaba contarle a alguien lo que estaba sucediendo justo allí, en pleno centro de la ciudad de Filadelfia.

Sentada en un enorme Cadillac junto al asiento del conductor, Gary Heidnik intentó ocultar sus temores. Estaba terriblemente asustada y no sabía si tendría el valor necesario para llevar a cabo lo que tenía que hacer. Había pasado tanto tiempo planeando la huida lejos de aquel hombre sentado junto a ella, aquel monstruo que la mantuvo cautiva durante cuatro meses, que no estaba dispuesta a dejar escapar la oportunidad que él le había brindado inconscientemente.

Josefina Rivera había convencido a Gary Heidnik para que la dejara salir de su horrible prisión temporalmente, con el fin de que pudiera ver a sus hijos. (Él no sabía que los pequeños estaban adoptados hacía mucho tiempo.) A cambio, Josefina le había prometido entregarle otra mujer, otra fuente de diversión.

Heidnik confiaba en que ella haría todo lo que él quisiera. No sólo había conseguido que fuera su esclava, sino que tenía una confesión firmada por ella en la que aseguraba ser cómplice de un crimen. Estaba convencido, de que mientras conservara aquel documento incriminatorio, la tendría bajo su poder. Además, pensaba que nadie se preocuparía o tomaría en serio a una ingenua prostituta de color.

Por todo ello, Gary no tuvo dudas a la hora de dejarla en el vecindario, cerca de su casa. Habían acordado encontrarse a medianoche en la gasolinera de las calles Sexta y Girard. Antes de escabullirse corriendo, ella le prometió que acudiría al lugar indicado con una mujer para él.

Casi le faltó el valor necesario para emprender la huida. El miedo y la histeria se apoderaron de ella mientras recorría dando traspiés las cuatro manzanas que la separaban del único refugio seguro que conocía. Mucho tiempo atrás, antes de que Gary la sacara de las calles en las que ejercía su oficio, había estado viviendo con un joven, Vincent Nelson. Josefina discutió amargamente con él poco antes de abandonarle y caer en poder de Heidnik. Pero no importaba. Ahora tenía que confiar en alguien. Golpeó con fuerza la puerta de la casa de Vincent.

Nelson estaba estupefacto, indignado. No sólo hacía meses que no la veía, sino que actuaba como si tuviera derecho a presentarse así en su casa, llamando insistentemente al timbre y golpeando su puerta. De pronto, se dio cuenta de que estaba murmurando algo que parecía no tener sentido. La ayudó a pasar al interior e intentó entender aquellas frases entrecortadas por la confusión y la asfixia. «Prisionera… cadenas… tres chicas… asesinato… asesinato.. . sin la ayuda de Nelson morirían más … » El espeluznante pánico del que era presa la joven conmovió a Nelson. Era evidente que necesitaba ayuda.

Le prometió que él trataría con ese monstruo de Heidnik y la cogió de la mano mientras caminaban hacia las calles Sexta y Girard. Pero Nelson comenzó a intranquilizarse. Quizá Josefina no estaba loca. Quizá todo lo que le había contado había sucedido realmente. Cuando apenas faltaba una manzana para llegar a la gasolinera en la que se suponía que Heidnik debía de estar esperando a la joven, Nelson decidió llamar a la policía para que le ayudara a hacer frente a la situación, así que se detuvo en una cabina.

Le pidió a la policía que hablara con Josefina. Ellos le siguieron la corriente, aunque su historia les pareció increíble. Finalmente, les dijeron que esperaran junto a la cabina hasta que los agentes David Savidge y John Cannon pasaran a recogerles.

Vincent intentó explicar el motivo de su llamada: «Ella… ya sabe… hablaba realmente deprisa sobre ese tipo, sobre tres chicas encadenadas en el sótano de su casa y los cuatro meses que la tuvo como rehén… Decía que les daba unas palizas tremendas, las violaba y les daba de comer carne humana como si fuera un chiflado desalmado… Pensé que estaba loca. En realidad, no la creí.» Savidge y Cannon escucharon la historia y les llevaron a la comisaría.

Sólo cuando la policía vio las señales y quemaduras que Josefina tenía, especialmente en los tobillos, comenzó a tomarse en serio aquella espantosa relación de secuestros, torturas y asesinatos.

Cuando Josefina les contó que Heidnik estaba esperándola, los agentes se dirigieron a la gasolinera de las calles Sexta y Girard. Tal y como ella les había dicho, allí había un Cadillac de color claro aparcado. Los agentes desenfundaron las armas y se aproximaron al hombre que estaba sentado en su interior. Gary Heidnik no pareció alarmarse, pero demostró sorpresa. ¿Iban a arrestarle por no mantener los pagos de la manutención de sus hijos? ¿Por qué llevaban armas? Sadvige le puso las esposas. Le llevaron a la Brigada de Delitos Sexuales para someterle a interrogatorio.

Mientras tanto, la comisaría se había puesto en contacto con el sargento Frank McCIosky, quien aguardaba instrucciones en el vecindario de Heidnik. Le habían pedido que se mantuviera cerca del 3.520 de North Marshall Street y que no se moviera de allí hasta que hubiera novedades. McCIosky conocía sus obligaciones. Llamó a la puerta y golpeó con los nudillos en las ventanas, pero no obtuvo respuesta alguna, así que se situó frente a la casa y se puso a esperar. El sargento se sentía un poco nervioso e inquieto. Desde la comisaría le habían informado de que una mujer negra, totalmente histérica, afirmaba que había mujeres encadenadas en el sótano del 3.520 de North Marshall Street y que un hombre iba descuartizándolas poco a poco. Sin embargo, carecía de una orden de registro. Lo único que podía hacer era aguardar pacientemente en el exterior.

Cuatro horas y media más tarde, a las 4,30 de la mañana del 25 de marzo, el agente Savidge y otros muchos policías se unieron a McCIosky. Traían consigo la orden y una palanca para forzar la puerta de la casa de Gary Heidnik.

Toda la experiencia adquirida por estos hombres a lo largo de su carrera en la policía resultó inútil a la hora de prepararles para los horrores que encontraron en el interior de la vivienda.

Allí, bajo la pálida luz que alumbraba el sótano, hallaron dos mujeres de color acurrucadas bajo una manta sobre un raído colchón. Al verles, comenzaron a gritar y retrocedieron asustadas. Estaban encadenadas. Tan sólo llevaban puestas unas camisetas o vestidos muy cortos, por lo demás, estaban completamente desnudas. A los agentes les llevó un tiempo tranquilizar a las jóvenes, pues creían que Heidnik les había enviado para matarlas. Entonces, ellas señalaron hacia un montón de bolsas de plástico blancas apiladas en el centro de la habitación. Mientras todos recordaban el relato de Josefina sobre unos cuerpos descuartizados, McCIosky recogió con sumo cuidado una de las bolsas. «¿Aquí?», preguntó. «No, no, bajo la trampilla», sollozaron las chicas. Al quitar todas las bolsas, el sargento encontró un tablón y lo apartó dejando al descubierto un foso y, en su interior, otra mujer de color desnuda, completamente aterrorizada. También estaba encadenada y tenía las manos esposadas a la espalda. Las tres sufrían una grave desnutrición y falta de higiene. Los agentes llamaron a una ambulancia.

Acto seguido, Savidge subió a la cocina. En una cacerola de aluminio encontró una costilla humana y en el frigorífico, parte de un brazo. Pese a estar acostumbrado a ver cosas terribles, tuvo que correr al exterior para mitigar las náuseas.

Josefina Rivera había conducido a la policía hasta uno de los crímenes más espantosos de la historia de Filadelfia.

PRIMEROS PASOS – Crueldad en Cleveland

En el colegio se burlaban de su peculiar aspecto y su padre le humillaba constantemente. Gary Heidnik se convirtió en un adolescente introvertido, interesado en las armas de fuego y el arte de la guerra.

Gary Michael Heidnik nació el 21 de noviembre de 1943 en el suburbio de Eastlake, en Cleveland, Ohio. El matrimonio de sus padres comenzó a fracasar cuando Terry, nacido diecisiete meses después de Gary, daba sus primeros pasos.

En la petición de divorcio, el padre de Gary, Michael Heidnik, acusó a su mujer de ser una bebedora empedernida y violenta. La madre, Ellen, una esteticista de origen criollo, acusó a su marido de «incumplimiento de sus obligaciones».

Cuando se separaron, ella se llevó a los niños y se casó por segunda vez. Los pequeños se quedaron a su lado hasta que Gary tuvo edad de ir al colegio. A partir de entonces vivieron con su padre, casado también en segundas nupcias.

Años más tarde, Gary contaba que su padre era un hombre terriblemente severo. Cuando su hijo mojaba la cama, él colocaba la sábana sucia en la ventana para que la vieran todos los vecinos. A veces, le colgaba sujetándole de los tobillos por la parte exterior de la ventana y le mantenía suspenso a unos seiscientos metros del suelo.

Aun así, los pequeños realizaron las mismas actividades que cualquier joven americano, Gary entró a formar parte de los Boy Scouts y comenzó a realizar pequeños trabajos, como pintar bocas de incendios, para sacarse un dinerillo durante el verano.

Su hermano Terry decía que los otros chicos se burlaban de Gary, apodándole «el cabezón», debido a que en una ocasión se cayó desde lo alto de un árbol haciéndose un enorme chichón en la cabeza.

Cuando Gary estudiaba el octavo curso, a los trece años, empezó a sentir fascinación por todo lo relacionado con el mundo militar. Comenzó a llevar prendas de uniformes de segunda mano y a leer manuales de guerra. También solía leer la sección económica de los periódicos y, a menudo, alardeaba delante de sus amigos de que algún día iba a ser millonario.

Cuando cumplió los catorce años, le dijo a su padre que quería ingresar en una escuela militar. Michael Heidnik no puso objeciones y reunió sus ahorros para pagar las cuotas de ingreso en la Academia Militar de Staunton, en Virginia.

Según uno de sus antiguos mandos, durante los dos años que estuvo en la academia, Gary obtuvo unas “calificaciones excepcionales”, pero después, cuando sólo le quedaban unos pocos días para conseguir el ascenso, el joven decidió, inexplicablemente, abandonar la academia.

Posteriormente, sin embargo, les contó a los psiquiatras que le asistieron que durante aquella época estaba bajo tratamiento por problemas mentales. Jamás dijo qué tipo de problemas, pero aseguró que no recibió medicación alguna. Su hermano Terry también estuvo bajo tratamiento en diversas instituciones mentales y, al igual que él, también había intentado suicidarse en varias ocasiones. (Gary llevó a cabo más de trece tentativas suicidas.)

Tras dejar la escuela militar, regresó al hogar paterno. Volvió a estudiar en el colegio de Cleveland, pero como odiaba la idea de vivir con su padre, dejó el colegio tan pronto como pudo e ingresó en el Ejército.

También mantenía una relación difícil y turbulenta con su madre. Después de divorciarse de Michael, se casó dos veces, en ambas ocasiones con hombres de color. (Puede que este hecho explique la curiosa costumbre de describirse a sí mismo como «de color» en todos los documentos oficiales.) Ellen Heidnik era alcohólica y, hacia el final de su vida, padeció de cáncer. Se suicidó en 1971 y Gary arrojó sus cenizas por las cataratas del Niágara. Un año más tarde decía seguir profundamente deprimido por la muerte de su madre y tuvo que recibir una medicación especial.

Jamás se reconcilió con su padre. Desde que se marchó de Cleveland en 1961, no volvieron a dirigirse la palabra. Cuando Michael Heidnik tuvo noticias de los asesinatos, dijo a la prensa: «¡Jesús!, debe haber perdido la cabeza… si de verdad ha hecho esas cosas, espero que termine en la silla eléctrica. Yo mismo conectaría el conmutador.»

EL SÓTANO – Los frutos de la tortura

Gary Heidnik, obsesionado con la pornografía y la prostitución, convirtió en víctimas de su particular degradación a las mujeres que capturó, hasta que la ley acabó con él.

Cuando Josefina Rivera acudió a Vincent Nelson en busca de ayuda, estaba aterrorizada e histérica, pero, poco a poco, se tranquilizó lo suficiente como para poder declarar ante la policía, y contó una historia tan espantosa e inverosímil como la trama de una película de terror.

Explicó que Gary había planeado convertir el sótano de su casa en una «guardería infantil». Decía que Dios se había puesto en contacto con él para pedirle que hiciera «venir al mundo a unos cuantos niños”. Así que decidió «coleccionar» mujeres y retenerlas en su casa para, «como abeja entre las flores”, ir de una en una intentando dejarlas embarazadas y fundar así su «nueva» familia. Después describió su encuentro con Gary Heidnik.

A los veinticinco años, Josefina Rivera utilizaba el nombre de «Nicole» cuando se aproximaba a algún posible cliente en la esquina de la Tercera y Girard, en un sórdido suburbio del norte de Filadelfia. Una gélida noche de noviembre recorría las calles, cuando un radiante Cadillac gris y blanco se detuvo junto a ella. Se alegró de verle, ya que estaba muerta de hambre y de frío. Era la víspera del día de Acción de Gracias y sólo podía pensar en una magnífica cena con pavo asado y salsa de arándanos. Tenia tantas ganas de terminar la jornada, que incluso le hizo una oferta especial, veinte dólares por un «rato».

Primero se detuvieron en un McDonald, donde Heidnik se tomó un café sin invitarla a ella a nada. Josefina se fijó en que llevaba una gruesa cadena de oro con una cruz y un reloj Rolex auténtico. Vestía una chaqueta de cuero con flecos en las mangas; aunque no iba demasiado aseado. Mientras le observaba, sus miradas se encontraron y un escalofrío recorrió su espalda al sentir sus ojos fríos como el mármol.

Heidnik sugirió que fueran a su casa en North Marshall Strect, un vecindario conocido como el «OK Corral», debido a un reciente tiroteo entre traficantes de drogas en una de sus calles. Cuando aparcaron en el garaje, Josefina quedó impresionada al ver un Rolls Royce de 1971. Le preguntó por el peculiar sistema de cierre de la puerta, y él le explicó que lo había inventado él mismo, que era la única persona que podía manejarlo.

La preguntó si quería ver un vídeo, y señaló un montón de películas pornográficas y de terror. La joven miró significativamente el reloj y respondió que no, tenía que marcharse pronto. Asustada ante el repentino arranque de ira de su cliente, simuló estar inquieta por sus tres hijos, quienes la aguardaban en casa en compañía de una “canguro”. Cuando la condujo al piso de arriba, ella apenas pudo salir de su asombro al comprobar que el descansillo estaba empapelado con billetes de uno y cinco dólares. Él la apremió para que caminara más deprisa y la llevó hasta una habitación con dos sillas, un aparador y una gran cama de agua. Heidnik le arrojó un mugriento billete de veinte dólares, se desnudó y se metió en la cama de un salto. Unos minutos después de finalizar la «sesión», cuando Josefina se acercó a por sus pantalones vaqueros, las fuertes manos del joven le rodearon el cuello y apretaron hasta dejarla sin respiración. La mujer llevaba en el negocio el tiempo suficiente como para saber que no debía desafiar a un cliente violento.

Cuando ella se dio la vuelta susurrando la rendición, él la esposó y la sacó a rastras de la habitación, después de arrebatarla el billete de veinte dólares. A continuación, empujó a la aterrorizada joven por varios tramos de escaleras hasta que llegaron al sótano. Era una habitación sucia y sombría con ventanas estrechas situadas en la parte superior de las paredes.

Hacía frío y había mucha humedad. Rodeó los tobillos de la víctima con una abrazadera de metal de las que se utilizaban para unir grandes tuberías, y la ató a una cadena que sujetó alrededor de una tubería de unos doce centímetros de ancho que cruzaba la habitación. Josefina pensó que aquella iba a ser su tumba y comenzó a gritar. Heidnik la abofeteó y le dio un empujón haciéndola caer sobre un mugriento colchón; entonces apoyó la cabeza sobre su regazo y se quedó dormido. Estaba satisfecho. Podía retenerla como prisionera todo el tiempo que quisiera.

Tres días más tarde, el 29 de noviembre de 1986, Heidnik salió en busca de Sandra Lindsay, una antigua novia con la que se había visto durante cuatro años.

Guardaba rencor a Sandy, como él la llamaba, porque había abortado el nacimiento de un hijo suyo, aunque él había llegado a ofrecerla mil dólares por tenerlo. Cuando la encontró se la llevó a su casa y también la encadenó en el sótano. Después sacó a Josefina del foso abierto en el suelo del sótano en el que la había encerrado como «castigo».

«Sandy, ésta es Nicole», dijo antes de marcharse. Regresó unas horas más tarde y se puso a cavar en el foso para hacerlo más ancho y profundo. A continuación abusó de ellas sexualmente y comenzó a idear un plan en el que ellas servirían para iniciar el proyecto de crear su guardería. Les prometió que pronto contarían con la compañía de otras mujeres.

A la mañana siguiente alguien empezó a llamar insistentemente a la puerta principal. Las cautivas sintieron por un momento el alivio de la esperanza al oír a Heidnik subir las escaleras corriendo para mirar por la mirilla.

Afuera estaba la hermana de Sandra, Teresa, y sus dos primos. Finalmente, dejaron de llamar y se marcharon de allí. El policía que les atendió posteriormente confirmó que la señora Perkins, la madre de Sandra, insistió mucho en que se buscara a su hija y que, después de haber enviado a su familia a seguir el rastro, se había decidido a llamar a la policía.

Cuando se fueron, Heidnik contó lo sucedido a sus prisioneras e hizo que Sandra escribiera una nota para su madre: «Querida mamá, no te preocupes. Te llamaré.» Le echó al correo después de que la firmara.

Gary siguió buscando mujeres de color para poder crear su guardería. La tercera víctima fue Lisa Thomas, a quien raptó el 22 de diciembre, y la cuarta, Deborah Dudley, cautiva desde el día de Año Nuevo de 1987. Ocho días más tarde recogió a Jacquelyn Askins. A todas las esposó y encadenó en el sótano, y cada día las obligaba a someterse a sus juegos sexuales. Las intimidaba a base de golpes y las amenazaba con privarlas de la comida. El día anterior a la fuga de Josefina Rivera capturó a otra mujer, Agnes Adams.

Josefina describió a la policía cómo Heidnik terminó por matar a Sandra Lindsay. La chica enfureció a su carcelero y éste la sometió a un período de castigo. La ató por las muñecas a una viga del techo y, estando allí colgada, la obligó a comer pedazos de pan empujando el alimento por su garganta y cerrándole la boca hasta que lo tragaba. La muchacha, débil y febril, estuvo colgada de la viga durante una semana antes de morir asfixiada con un pedazo de pan.

El carcelero asesino la desató e introdujo su cuerpo a patadas en el foso. A continuación alimentó a las demás cautivas con helado, que guardaba en una pequeña nevera que había en el sótano. Posteriormente, se echó el cadáver a los hombros y lo llevó al piso de arriba. Las aterrorizadas mujeres se abrazaron con fuerza mientras oían el sonido de una sierra eléctrica. Poco después, la casa se llenaba del olor dulzón que desprende un guiso de carne fresca.

Tanto Josefina Rivera como Deborah Dudley tenían un fuerte instinto de supervivencia, pero ambas lo manifestaban de distinta manera. Deborah se enfrentó a Gary. No se sometía fácilmente a su perversidad, y furioso ante su comportamiento, la desencadenó y la llevó al piso de arriba. Al cabo de unos minutos la mujer regresó a la celda -y a sus cadenas- en completo silencio, y Josefina la rogó que le contara lo que había visto. «Me mostró la cabeza de Sandra Lindsay en una cazuela. Ha puesto las costillas en una parrilla y ha guardado otras partes del cuerpo en la nevera. Me ha dicho que si no empiezo a hacerle caso, a mi me ocurrirá lo mismo.»

Pero la naturaleza rebelde de Deborah no se dejó intimidar por mucho tiempo; unos días más tarde se volvía a resistir a las demandas de Heidnik. Así que éste ideó un nuevo castigo. Obligó a Lisa Thomas, Jacquelyn Askins y Deborah Dudley a meterse en el foso, e hizo que Josefina echara agua sobre ellas. Cuando se llenó lo tapó con un tablón en el que había hecho unos agujeros. Después le ordenó que metiera un alambre, por el que pasaba corriente eléctrica, por uno de los orificios y que tocara con él a las chicas o a las cadenas. Ante esta agresión, Deborah emitió un grito escalofriante -«Me va a matar»- y quedó muerta flotando en el agua.

Esta vez, el asesino no quiso descuartizar el cuerpo. Desencadenó a Josefina y juntos llevaron el cadáver a un lugar remoto de Nueva Jersey, donde se deshicieron de él. Al regresar, la obligó a firmar una confesión en la que aseguraba que le había ayudado a matar a Deborah Dudley voluntariamente.

La chica ya había presenciado dos asesinatos, y se dio cuenta de que la única forma de escapar de aquel hombre era engañarle. Para conseguirlo, tenía que ganarse su confianza. Desde aquel momento la prostituta hizo todo lo posible por conseguir su propósito.

Comenzó a «flirtear» con Heidnik y él empezó a sacarla de casa y a llevarla con él a McDonald’s. Pero jamás la perdía de vista y permanentemente la amedrentaba. A menudo le decía que si la policía irrumpía alguna vez en el 3250 de North Marshall Street alegaría demencia y ella sería acusada de asesinato, o la amenazaba con matar a las demás chicas si escapaba.

Las compañeras de Josefina nunca vieron con buenos ojos su relación con el asesino. Consideraban sus coqueteos como una traición y sospechaban que estaba confabulada con el sádico carcelero.

En una ocasión, las chicas planearon sorprender a Heidnik atacándole con pedazos de tuberías, cristales o cualquier «arma» que pudieran encontrar entre la basura esparcida por el sótano. Pero él se enteró del plan y las golpeó brutalmente. Askins acusó a Josefina de haber alertado al asesino.

Además, tras la muerte de Sandra, él se fue volviendo cada vez más paranoico. Le aterraba pensar que las cautivas pudieran oírle o interpretar sus movimientos. Trató de insonorizar sus actos poniendo constantemente música a todo volumen en el sótano, pero después puso en práctica un sistema mejor. Ató una de las manos de sus víctimas a una viga del techo y les introdujo destornilladores en los oídos. Aquello serviría para que dejaran de curiosear su vida.

Josefina no tuvo que recibir este tratamiento, lo cual incrementó las sospechas de sus compañeras.

Pero a ella no le importaba; estaba decidida a escapar. Le suplicó a Hednik que le permitiera ir sola a visitar a sus tres hijos, y cuando obtuvo el permiso, corrió en busca de ayuda.

Los grados de asesinato en EE.UU.

  • Primer grado: El asesino tiene intención de matar, realiza un plan y lo lleva a cabo. El asesinato es premeditado.
  • Segundo grado: Conocido como delito de homicidio, como en incendios premeditados, robos o secuestros en los que el acto de matar no es deliberado.
  • Tercer grado. No hay intención de matar, pero sí intención de infringir graves daños físicos a la víctima.

DEBATE ABIERTO – ¿Se puede medir la mente?

Siempre que se discute sobre la inteligencia, los personajes más relevantes comienzan a opinar. Pero, ¿cómo se puede medir una cualidad intangible?

Gary Heidnik tenía un coeficiente intelectual altísimo, al igual que muchos hombres que han cometido horribles asesinatos. Ted Bundy, que mató a casi cuarenta mujeres, William Heirens y Nathan Leopold, ambos infanticidas, dieron resultados extraordinarios en las pruebas de inteligencia.

¿Pero qué es el C.I. o Coeficiente Intelectual? En contra de los que pudiera parecer no tiene nada que ver con ser una persona más sabia, comprensiva o imaginativa. Pero, ¿qué cualidad estamos midiendo?, ¿revela esta cualidad algo sobre la conducta de un individuo?

La inteligencia es una cualidad sobre la cual la mayoría de las personas se creen cualificadas para opinar, ya sea respecto de sí mismos o de los demás, pero para la que aún no hay una medida infalible. Básicamente, la inteligencia comprende una mezcla de facultades mentales, conocimiento y sabiduría, y como tal, es tan variada y compleja que no se puede evaluar de manera absoluta con un método sencillo. No admite una medida objetiva, como el peso o la distancia.

Sin embargo, existe un baremo comúnmente aceptado, se trata del C.I. o Coeficiente Intelectual. El nivel de C.I. se obtiene mediante un test en el que hay que elegir una respuesta entre varias posibles, una prueba especialmente ideada para medir la habilidad intelectual, no el conocimiento, que elimina variables, tales como el ambiente, la educación y otras por el estilo. Las pruebas varían en función de la edad del grupo para el que son planteados y en función de las habilidades específicas que se pretendan medir (por ejemplo, algunos se centran en las aptitudes verbales y, otros en las espaciales).

Los tests empleados con los niños en los colegios proceden del modelo creado por uno de los pioneros de las pruebas del C.I., el francés Alfred Binet. En cambio, los de los adultos se suelen desarrollar a partir del modelo de Wechster. Las diferentes versiones de estos tests fueron ideadas para confrontar numerosas habilidades intelectuales, lo cual proporciona una idea aproximada de la «inteligencia» de una persona.

La fórmula para calcular el C.I. se basa en una relación entre edad mental y la edad cronológica, multiplicadas por 100. La media ideal para un individuo es, por tanto, aquella en la que la edad mental coincide con la cronológica y el resultado de ambas es una puntuación de 100. Este fenómeno es conocido como «confirmación de la norma», y la idílica imagen del 100 siempre define la media, con independencia del test con el que se obtenga.

El 70 por 100 de la población tiene un coeficiente intelectual que oscila entre el 85 y el 115. Los genios potenciales son mucho menos del 1 por 100, y suelen obtener puntuaciones de 150 y superiores. Aquellos clasificados como subnormales, con unos resultados inferiores a 50, ocupan un porcentaje similar.

Aquí, el 95 por 100 de los adultos obtiene unos resultados que varían entre el 70 y el 130, mientras que la medida habitual en Estados Unidos es de 120 a 139 para los que obtienen resultados mayores, y de 70 a 79 para los que se encuentran en la línea fronteriza.

Los coeficientes intelectuales son el producto final de una serie de pruebas pensadas para medir las habilidades, las técnicas y las aptitudes que los psicólogos consideran partes fundamentales de la inteligencia. Los tests se centran en cuestiones tales como la aptitud y el razonamiento verbal, la resolución de problemas y las aptitudes espaciales y perceptuales.

A principios de siglo, el Ministerio de Información Pública de Francia le pidió a Binet que creara una prueba capaz de mejorar los métodos de enseñanza. El resultado fue el primer test fiable utilizado para medir la inteligencia. Analizaba el vocabulario de los niños, el reconocimiento de objetos familiares y la comprensión de mandatos. Binet buscaba las habilidades intelectuales que varían con la edad, y partía de la base de que los muchachos mayores lo harían mejor que los pequeños. La conclusión que quería confirmar era que aquellos que tuvieran mejores resultados que otros chicos de su misma edad debían ser más inteligentes.

Su teoría tuvo éxito y los cambios que a lo largo de los años han ido complementando el test original, particularmente los introducidos por la Universidad Stanford de California, han dado como resultado el modelo Stanford-Binet, aún en uso.

William Stern modificó y perfeccionó las ideas originales de Binet y se le conoce por ser el primero en establecer una proporción entre la edad mental y la cronológica, cosa que Binet no hizo. Esta idea es la que terminó por determinar el C.I. y la fórmula que conlleva. El C.I. de un niño se calcula de la siguiente forma: si un niño de siete años puede resolver problemas pensados para jóvenes de diez, se aplicaría la fórmula 10/7 x 100 y se obtendría un resultado aproximado de 142 (lo cual implica que es superior a la media en 42 puntos, es decir, que el muchacho es muy brillante). A un niño de diez años que se encuentre al nivel de uno de nueve, se le aplicaría la fórmula 9/10 x 100, y se obtendría un resultado de 90, algo inferior a la media de su edad.

Las pruebas para adultos han evolucionado bastante a partir del modelo publicado por el doctor David Wechsler en 1939. Este test, creado en Estados Unidos, estaba específicamente ideado para los adultos. El autor desarrolló un modelo a partir de su propia definición de la inteligencia: «es la capacidad global de un individuo para actuar con pleno propósito, para pensar racionalmente y para desenvolverse con efectividad en un ambiente determinado».

En su origen, fue ideado para prestar apoyo clínico e individual, pero su autor esperaba que también fuera útil como método de predicción que ayudara a los médicos a detectar psicópatas o asesinos potenciales entre individuos aparentemente normales. Este elemento que permitiría predecir pautas de conducta «anormal», se encuentra actualmente en todas las pruebas que miden el C.I.

El asesino de MENSA

Un miembro de MENSA, una agrupación de personas con un coeficiente intelectual excepcional, ideó el crimen perfecto. No tenía ningún motivo para matar a su vecina, excepto el que su familia era ruidosa y que sus perros ladraban. Envenenó a la víctima poniendo talio en la Coca-Cola. Estuvo a punto de salirse con la suya.

La agrupación MENSA de Florida se solía reunir los fines de semana para jugar al “crimen misterioso”. Uno de sus miembros, George James Trepal, con frecuencia inventaba argumentos en los que aparecía alguna muerte por envenenamiento, y en una de las reuniones demostró un excesivo interés en el reciente fallecimiento de Peggy Carr. Como otros muchos asesinos inteligentes antes que él, fue incapaz de mantener en secreto su crimen “perfecto” y se delató a si mismo en el transcurso de una conversación.

La policía cada vez sospechaba más del entusiasmo de Trepal. Se infiltraron en las reuniones de fin de semana de MENSA y comenzaron a estudiar al sospechoso. Tras dos años de investigación, tuvieron pruebas suficientes para arrestarle por el asesinato de la señorita Carr.

Le declararon culpable y recibió una sentencia de muerte en 1991.

LAS FINANZAS – El gran juego

A pesar de sus defectos, la extraordinaria inteligencia de Heidnik es un hecho indudable. Era manipulador y oportunista, cualidades que le ayudaron a hacer una fortuna en el complejo mundo financiero del mercado de la bolsa.

Gary Heidnik es un hombre muy inteligente. Cuando se le ha examinado, se han obtenido resultados de un coeficiente intelectual de 130 y 148 (dependiendo del test empleado), «un nivel próximo al de un genio», según el comentario de uno de los psicólogos.

Aprendió dos importantes principios desde muy pequeño. Se dio cuenta de que el dinero significaba libertad y que se podía obtener sin tener que trabajar.

Cuando ingresó en el ejército, a los dieciocho años, no tardó en convertirse en prestamista o, en sus propias palabras, en el «tiburón» de los demás soldados. El interés que cobraba por este servicio le proporcionaba bastante más dinero que la paga militar. Sin embargo, el negocio le salió mal, antes de que pudiera recuperar el dinero que le debían, el ejército le trasladó a una base en Landsthul, Alemania.

Fue una experiencia importante para él. Comprendió que el hecho de ser un empleado le impedía el control total de su vida. Después de abandonar el ejército, empezó, aunque no terminó, un curso como enfermero, y de ahí en adelante sólo trabajó como empleado durante cortos períodos de tiempo.

Desde muy pequeño, Gary se había interesado por las secciones financieras de los periódicos, y pronto aprendió que el mercado de la bolsa era un espléndido juego, un puzle matemático que podía multiplicar pequeñas cantidades de dinero hasta convertirlas en fortunas. Heidnik concentró toda su astucia en el juego y obtuvo grandes resultados.

No tenía especial interés en gastar el dinero de modo convencional. Y aunque no se sentía atraído por poseer propiedades o un nivel social determinado, le encantaban los coches y adquirió una «escuadrilla» que incluía un Rolls Royce y un Cadillac, Sus intereses eran íntimos y poco convencionales. Las prostitutas de color y los vídeos y revistas pornográficas absorbían la mayor parte de su tiempo. Se sentía cómodo con personas distintas a él en cuanto al color de piel. Pero no sólo le gustaba rodearse de gente de color: entre ellas escogía, con prioridad, a los que veía inferiores o con algún retraso mental. Se aproximaba a ellos desplegando una extraña mezcla de comprensión, desprecio y superioridad.

Todos estos sentimientos despertaban gran curiosidad, especialmente entre las mujeres. Le gustaba golpearlas o privarlas de alimento, pero también le encantaba comprarles pelucas espectaculares y ropas de lujo. Estas pobres chicas tenían pocas armas contra el hombre imponente y astuto que, simplemente, tomó posesión de ellas.

Sin embargo, las mujeres contaban con una peculiaridad que convertía a Gary en un ser vulnerable. Podían engendrar hijos. Él deseaba con toda su alma tener niños, pero la naturaleza misma de las jóvenes que elegía como compañeras hacía inevitable que los perdiera.

En 1977 dejó embarazada a una mujer de color analfabeta, Aljeanette Davidson. Tenía un coeficiente intelectual de 49, y él la dominaba totalmente y la retenía celosamente sin permitir que la viera un médico. La rescató una de sus hermanas, quien se presentó con una escolta policial para llevarla a un hospital. Estaba tan enferma y desnutrida que un parto natural fue imposible y hubo que practicarle una cesárea. Las autoridades la consideraron incapaz de cuidar a la pequeña y el Estado se quedó con la custodia.

Tuvo otros tres hijos con otras tres mujeres, pero las autoridades volvieron a intervenir. Entre los progenitores adecuados no se incluyen las prostitutas con retrasos mentales; por ello, el Estado se hizo cargo de los tres pequeños. Aunque Heidnik se obsesionaba cada vez más con la idea de tener descendencia, no vio razón alguna para elegir a una madre responsable.

La creación de una iglesia fue otra muestra de su compasión por las minorías marginadas. Decidió que la congregación estuviera compuesta de gente de color con alguna deficiencia física o mental, y todo parece demostrar que les trataba con amabilidad y generosidad.

Tony Brown, un amigo suyo negro algo retrasado, recorría el vecindario de North Marshall Street en una furgoneta y recogía a la gente que quería asistir a la iglesia. Después de escuchar la misa celebrada por el «obispo» Heidnik, éste invitaba a toda la congregación a tomar hamburguesas en un McDonald’s.

La iglesia también saciaba su pasión por el dinero. En 1971 fundó la Iglesia Unida de los Ministros de Dios, y su constitución aprobaba la elección de por vida de un «obispo», que sería la persona responsable de los fondos de la iglesia y autorizada a invertirlos en «préstamos, acciones, juegos de bingo y otras empresas».

Más tarde redactó los estatutos de la congregación, y en ellos se contemplaba que: «Si la disolución llegara a ser necesaria, los fondos de la iglesia, o los beneficios de su venta, deberán ser entregados a las Fuerzas de la Paz y a la Administración de Veteranos», ¿estaba haciendo gala de un perverso sentido del humor o estaba demostrando su gratitud?

Gary tenía porqué estar agradecido a la Administración de Veteranos. Gracias a ella podía justificar sus ingresos ante quien le preguntara cómo se las arreglaba para sobrevivir en Filadelfia. En 1963 el ejército de EE.UU. le licenció con honores y le otorgó una pensión vitalicia.

Durante el tiempo que estuvo destinado en Alemania se quejó de tener náuseas, dolores de cabeza, mareos frecuentes y la visión borrosa.

Un médico se dio cuenta de que presentaba rasgos psicológicos poco usuales; sacudía la cabeza repentinamente y tenía espasmos involuntarios. Le prescribió Stelazine, un fuerte tranquilizante, para pacientes que sufren alucinaciones.

Poco después, le destinaron de nuevo a Estados Unidos, y en menos de seis meses le licenciaron con una pensión vitalicia por incapacidad mental.

Aquello significaba que, sin hacer nada, sin necesidad de trabajar, recibía casi dos mil dólares al mes. También se dio cuenta de que el motivo por el que se le otorgaba dicha pensión le permitía reclamar ayudas de la Seguridad Social, y ésta durante años le concedió dinero para mantener a la mujer que vivió con él sólo unos meses.

Siempre que Gary visitaba a los oficiales de la Administración de Veteranos realizaba cuidadosamente todos los tics nerviosos, y éstos se dieron cuenta de que tenía la curiosa costumbre de saludar rápido y llamando la atención en los momentos más inoportunos.

A menudo enmudecía durante largos períodos de tiempo o se remangaba una pernera del pantalón a modo de «señal», y descuidaba totalmente su higiene personal. (Durante el juicio su abogado tuvo que conseguir un mandato en el que se le exigía lavarse y cambiarse de ropa.) Gary mantuvo siempre estos tics y costumbres peculiares que terminaron por ser conocidas como «Heidnikismos».

La A.V. descubrió en él otras características como la agresividad, la predisposición a la violencia y el desprecio por las autoridades, pero le pasó desapercibido su insólito vigor sexual. Incluso a los cuarenta años seguía manteniendo relaciones sexuales cuatro veces al día, a menudo con cuatro mujeres diferentes.

Pero en aquella época Gary descubrió que tenía una misión. Un día, mientras nadaba en las cálidas aguas del océano Pacifico en California, Dios le ordenó que fundara una iglesia y que engendrara muchos hijos…

El obispo de la hamburguesas

La libertad de culto y el respeto por las creencias religiosas se contemplan en la Constitución de los Estados Unidos. Cualquier persona puede solicitar una licencia para crear un culto.

El 12 de octubre de 1971, las autoridades estatales aprobaron la solicitud de Gary Heidnik para crear una agrupación religiosa que terminaría llamándose la Iglesia Unida de los Ministros de Dios. Heidnik no tardó en convertirse en “obispo” y su hermano Terry en miembro del consistorio.

El obispo controlaba los fondos de la iglesia y podía ingresar dinero mediante “préstamos, depósitos, juegos de bingo, empresas de negocios y otros escarceos”. Bajo la ley de USA una agrupación religiosa registrada está exenta de impuestos, cuestión que Heidnik siempre tuvo mucho en cuenta.

La constitución de la iglesia proporcionaba ventajas a la hora de “adquirir edificios con fines religiosos, educativos, etc.”. También había una cláusula que hacía referencia a los herederos de los fondos de la iglesia, en el caso de que el grupo que la formaba se dispersarse. Esta cláusula causó muchos problemas tras el arresto del asesino.

El “obispo” tenía un amigo que los domingos por la mañana recorría las calles del vecindario recogiendo a los miembros de la congregación y los llevaba a la iglesia. Después, Heidnik pronunciaba un breve sermón mientras desde el equipo estereofónico se oía de fondo música espiritual. Al final, los asistentes se volvían a subir en la furgoneta para acudir a un McDonald’s, donde el “obispo” les invitaba a unas hamburguesas.

Al igual que en otras relaciones sociales mantenidas a lo largo de su vida, prefería que los miembros de su iglesia fueran personas con deficiencias mentales. Jamás aceptó dinero de estas personas haciendo colectas o peticiones, y parece evidente que siempre las trató bien.

Loco por los coches

La escuadrilla de coches privada de Heidnik contaba con:

  • Un lujoso Cadillac Coupe de Ville gris y blanco con sus iniciales, GBM, en la puerta.
  • Un Rolls Royce de 1871 que estaba restaurando.
  • Una furgoneta Dodge de color azul con el interior tapizado con piel de imitación. “Bugs Bunny”, como él solía llamarlo, el “furgón de la pasión”.
  • El Dodge Dart de 1972 empleado para transportar el cuerpo de Deborah Dudley.
  • Un Plymouth del 64.
  • Una caravana Serro Scotty de 1973.

Cuando le arrestaron, la policía encontró entre la documentación de estos coches una notificación de que su permiso de conducir había caducado.

PUNTO DE MIRA – La casa de los horrores

Parecía un edificio abandonado. Pero en su interior se escondía un monstruo que había convertido su casa en una fortaleza con cámaras de tortura. Este siniestro lugar también servía de «iglesia» a los vecinos de Gary Heidnik.

En 1983, Gary Heidnik compró la casa de North Marshall Street por 15.900 dólares, y la convirtió en una fortaleza con una puerta de acero y barrotes en todas las ventanas de la planta baja. Hasta el interior del desvencijado garaje estaba revestido de metal.

La casa, situada aproximadamente a un kilómetro de la calzada, tenía la entrada del garaje en una parte accesible, por lo que su propietario había levantado una alambrada de espinos para ahuyentar a los curiosos.

Tuvo algunas ideas originales respecto al diseño interior de la vivienda. El recibidor estaba empapelado con dinero y las paredes de la pequeña cocina estaban cubiertas con monedas de un centavo incrustadas en el yeso. Más allá de la cocina había un cuarto de estar escasamente amueblado con un sofá de color naranja, y frente al sofá, un cassette estéreo, un tocadiscos, una televisión y un video. Al lado, un armario repleto de películas de vídeo pornográficas y de terror, unido a una colección de libros pornográficos, con la particularidad de que en todas las fotografías de estas publicaciones aparecían mujeres de color.

Un estrecho tramo de escalera conducía hasta un sótano en el que había un colchón en una esquina y escombros por todas partes. Frente al colchón había una lavadora-secadora,, una pequeña nevera y una mesa de billar estropeada, con el tapete sucio y rasgado.

Una de las ventanas estaba tapada con tablones de madera desde el interior. El 27 de noviembre de 1986, el primer día de cautiverio, Josefina Rivera retiró los tablones haciendo palanca con un taco de billar y salió al exterior saltando por la ventana.

Limitada por una cadena de unos 300 metros, salió al jardín, pidió auxilio con toda su alma y ya se estaba quedando afónica cuando Heidnik la descubrió.

Los vecinos, acostumbrados a oír gritos, quejidos, e incluso disparos a cualquier hora, no hicieron caso de los chillidos de una mujer histérica en un jardín cercano.

El carcelero la golpeó y la metió corriendo en la casa tirando de su cadena como si ella fuera un pez que acabara de pescar. La introdujo en el agujero, colocó el panel de madera tapando la salida y lo reforzó con sacos de escombros; después, puso la radio a todo volumen.

A los policías que entraron a investigar en la casa después del arresto de su dueño les llamó la atención el mal estado en que se encontraba todo; de hecho, un agente de la propiedad valoró la casa, unos meses más tarde, en tan sólo 3.000 dólares. Heidnik todavía debía 14.000 dólares sobre el precio de compra de la vivienda.

LA HISTORIA – El gran abismo

Su obsesión por tener niños le llevó a raptar mujeres, a retenerlas contra su voluntad y a violarlas día tras día. Pero como ninguna quedó embarazada bajo el sadismo de su tratamiento, empezó a matarlas.

Mientras policía y psiquiatras estudiaban la tortuosa historia de Heidnik para preparar el juicio, se toparon con una personalidad extraña y trastornada. Cuando por fin fueron capaces de presentar una descripción coherente de él, el público estalló en gritos de protesta. ¿Por qué se había permitido que un hombre como él anduviera por las calles si los informes demostraban tan claramente que tenía el carácter de un asesino peligroso?

La prensa y el público basaron sus quejas en una minuciosa investigación de la historia de su vida llevada a cabo tras un arresto en 1986. Pero su vida había seguido unos pasos tan impredecibles, que era imposible esperar que cualquier fuerza policial o cualquier doctor hubiera podido mantenerle bajo vigilancia.

Gary Heidnik jamás tuvo un empleo fijo y prefirió vivir en vecindarios sucios, ruidosos y abarrotados en los que los gritos, los olores extraños y las costumbres poco usuales eran algo habitual. Las prostitutas y los traficantes de drogas estaban por todas partes y las fuerzas del orden poco podían hacer.

Cuando, en 1987, un olor nauseabundo, como una “niebla hedionda», se apoderó de las calles adyacentes al 3520 de North Marshall Street, la policía no se tomó las protestas vecinales demasiado en serio. Un agente fue a echar un vistazo, llamó a la puerta y se asomó a la ventana de la cocina, desde la que pudo ver una cacerola en el fuego. La multitud que le acompañaba le aconsejó que irrumpiera en la vivienda, pero mientras consideraba esta posibilidad Heidnik abrió la puerta.

«Gracias a Dios; está usted bien.»

«Estoy bien. Tan sólo se me ha quemado la cena, eso es todo.»

Después cerró la puerta. En otro vecindario aquel olor habría llamado la atención, no sólo por lo fuerte que era, sino por lo sospechoso del aroma. Aquí, en los suburbios, el policía se limitó a decir a los vecinos que no podía arrestar a un hombre sólo por ser un pésimo cocinero. No se molestó en averiguar qué se estaba cociendo en aquella cazuela. Se trataba de la cabeza de Sandra Lindsay.

En otra ocasión, los mismos vecinos le pidieron a la policía que investigara a aquel «extraño» sujeto, pero, por ignorancia, le proporcionaron el nombre mal escrito. Si los agentes hubieran rastreado minuciosamente los archivos, habrían descubierto que tenía antecedentes penales. Aquello les habría bastado para entrar en acción cuando la señora Perkins rellenó un formulario de personas desaparecidas con motivo de la pérdida de su hija Sandra, vista por última vez en compañía de Gary. En realidad, no pusieron mucho empeño en encontrar una prostituta negra por la que su madre no cesaba de llorar.

Si hubieran introducido en el ordenador de la policía el nombre de Heidnik correctamente deletreado, habrían descubierto que unos diez años antes le habían acusado de violación, secuestro, retención ¡legal e imposición de relaciones sexuales desviadas. Secuestró a Alberta Davidson, una mujer de color de treinta y cinco años, llevándosela de un centro para personas con retrasos mentales en Harrisburg, Pensilvania, donde llevaba ingresada unos veinte años. Heidnik fue a visitarla con su novia Aljeanette, hermana de Alberta, y ésta pareció encantada cuando él propuso salir todos juntos a dar una vuelta.

Unas horas después, viendo que Alberta no regresaba, el personal del instituto comenzó a preocuparse. Fueron a buscarla a la ruinosa casa de Heidnik en Filadelfia y, días más tarde, ayudados por la policía, encontraron a la pobre mujer encerrada en un cubo de basura en el sótano de la casa. El «encantador» novio de su hermana había abusado brutalmente de ella. Lamentablemente, el juez no la consideró capacitada para prestar declaración, debido a que su coeficiente intelectual era tan sólo de 30; por este motivo Gary Heidnik fue condenado por cargos menores de rapto y agresión.

En noviembre de 1978 Gary Heidnik comenzó a cumplir una sentencia de tres a siete años de cárcel en la penitenciaría del Estado, pero pasó la mayor parte de la condena en hospitales psiquiátricos, en los que tenía un largo historial como paciente. Entre 1962 y 1984 ingresó en veintiuna ocasiones en diferentes hospitales recibiendo tratamiento de numerosos médicos, aunque hubo en este tiempo un período de seis años en que desapareció sin dejar rastro, una muestra más de su irregular modo de vida. Nadie sabe dónde estuvo o qué hizo durante ese tiempo. No se encontró conexión alguna entre él y la desaparición de Aljeanette Davidson poco antes del arresto, pero hoy es el principal sospechoso de su asesinato.

Gary Heidnik seguía obteniendo grandes resultados en sus inversiones en bolsa, y la fortuna que reunió se convirtió en su secreto. Descuidaba tanto su aspecto personal como su casa y ponía especial cuidado en ocultarle al mundo cómo utilizaba la cuenta bancaria de la iglesia.

En 1971, cuando la fundó, los fondos de la misma ascendían a 1.500 dólares, y doce años más tarde, «el obispo» había multiplicado esta cifra convirtiéndola en 45.000. Siempre se mantuvo en contacto con sus agentes de bolsa, incluso cuando retenía a mujeres en el sótano o almacenaba costillas humanas en la nevera. Era, en palabras de los expertos en bolsa, «un astuto inversor».

Además, mientras iba creando su terrorífico harén personal, seguía asistiendo a su cita semanal con una enfermera de color; acudía como siempre a las subastas de coches y no faltaba a una sola reunión en el juzgado para discutir el pago de la manutención del hijo de su mujer, la filipina Betty Disto.

En 1985, entró en contacto con Betty mediante una «agencia matrimonial» y la convenció para que se marchara de su casa y viajara a los Estados Unidos. Se casó con ella en octubre de aquel mismo año, pero el matrimonio duró poco más de tres meses.

La inmigrante entró en su nuevo hogar del 3520 de North Marshall Street y sorprendida se encontró con que había una mujer de color durmiendo en su cama. «Es una huésped», le explicó Gary. Una semana después de la boda volvió a ver a su marido en el dormitorio haciendo el amor con tres mujeres negras colocadas en posturas extrañas. «Esto es normal en América», le «aclaró» su marido.

Gary Heidnik siguió disfrutando de su rutina familiar con otras mujeres, y empezó a golpear a su esposa y a privarla de comida.

En cuanto pudo, Betty huyó de allí pese a estar embarazada, y no le dijo nada a su marido hasta que no tuvo el pequeño. Le dio la noticia enviándole una postal. 

En marzo de 1986, Betty acusó a su marido de violación conyugal, atentado contra el pudor y delitos similares, pero como no compareció en el juzgado y se retiraron todos los cargos. 

En la vista celebrada para tratar la manutención de su esposa y su hijo, el juez se quedó muy intrigado. Aquel hombre era muy inteligente, pero también parecía evasivo y poco sincero, así que ordenó que se redactara un informe.

«Investiguen en los archivos de la Administración de Veteranos, así sabré con quién estoy tratando.» ¿Por qué un hombre perfectamente situado, cuya cuenta bancaria reflejaba grandes transacciones de dinero en efectivo, cobraba una pensión del Ejército por incapacidad? ¿Por qué recibía dinero de la Seguridad Social por la manutención de una mujer con la que no vivía desde hacía años?

Aunque mucha gente tenía serias dudas sobre Gary Heidnik, jamás pudieron intercambiar o compartir la información que poseían sobre él. Por este motivo continuó secuestrando mujeres de color con alguna deficiencia mental, siguió encerrándolas, golpeándolas, abusando de ellas e incluso matándolas, refugiado en el anonimato de un vecindario plagado de delincuencia y suciedad.

Puede que el juez del tribunal de familia, Philip E. Levine Jr., se hubiera encontrado con un retrato completo de este peligroso individuo, pero los hechos se le adelantaron y la policía le arrestó antes de que le presentaran el informe.

Un buen amigo

Tony Brown aseguraba orgullosamente ser el “mejor amigo” de Heidnik. Era miembro de su iglesia y el encargado de pasar a recoger al resto de la congregación. Brown le confesó a la policía que en el verano de 1985 fue a visitar a su amigo y vio en el sótano de la casa a una mujer encadenada.

Posteriormente, aseguró, le vio descuartizar a la misma mujer antes de enterrar sus restos en el patio. También declaró que cuando murió su “amiga” Sandra Lindsay, él se encontraba presente en el sótano.

Le arrestaron por complicidad, pero después se retiraron los cargos. La policía hizo excavaciones en el patio de Heidnik, pero no encontraron ni rastro de restos humanos. Las víctimas que el asesino escondía en el sótano jamás vieron por allí a Tony. El coeficiente intelectual de Tony Brown era de 75, levemente por encima del nivel de deficiencia mental.

Por debajo de la norma

La ley no define, o establece, un coeficiente intelectual concreto a partir del cual pueda hablarse de incapacidad mental. Sin embargo, se considera que un coeficiente de 70 evidencia ya un grado de incapacidad, y que por debajo de 50 se pone de manifiesto un retraso mental considerable.

Timothy Evans, quien murió injustamente por el asesinato de su mujer y de su hija en 1950, tenía el coeficiente intelectual de un niño de diez u once años; Derek Bentley, el muchacho de diecinueve años que en 1953 suscitó tanta polémica cuando le condenaron a muerte por asesinar a un policía, tenía un C, I. de 66 y leía como un niño de cinco años.

Aunque es probable que Evans y Bentley tuvieran una deficiencia intelectual demasiado pronunciada como para considerarles responsables de sus actos, los criminólogos han descubierto que las personas con un bajo C.I. son más propensas a convertirse en reincidentes y no deja de sorprenderles el hecho de que los asesinatos premeditados o especialmente cruentos suelen cometerlos individuos con un C.I. muy alto.

MENTE ASESINA – Una vida tortuosa

La horrorosa naturaleza de sus actos podría hacer que se consideraran propios de una persona loca. Sin embargo, Gary era muy inteligente y cruel, y no estaba tan trastornado como para no entender las terribles consecuencias de su comportamiento.

Charle Peruto Jr., el abogado defensor, quería demostrar que Gary Heidnik no se había propuesto matar a Sandra Lindsay o a Deboráh Dudley. El argumento de la defensa consistía en la afirmación de que su cliente estaba tan desesperado por tener niños que su mente se trastornó. El largo historial del acusado como paciente psiquiátrico parecía corroborar dicho argumento. Pero el mayor problema con el que se encontró la defensa provino de los propios psiquiatras, que no consiguieron llegar a un acuerdo definitivo con respecto al diagnóstico.

El doctor Clancy McKenzie aseguraba que un trauma sufrido en la infancia había convertido a Heidnik en un esquizofrénico. Otros especialistas que subieron al estrado dijeron que es un hecho aceptado el que este tipo de experiencias no ocasionan esquizofrenia, y algunos añadieron que, de todos modos, el diagnóstico era erróneo.

Nadie pudo negar el hecho de que el acusado padecía alguna enfermedad mental, especialmente durante los veinte años que había recibido una fuerte medicación para estabilizar su estado emocional, pero esto no quería decir que fuera un demente. No quería decir que no comprendiera las consecuencias de sus propios actos.

Heidnik encerraba a las mujeres porque quería aumentar al máximo las oportunidades de dejarlas embarazadas. Sin embargo, el modo de tratar a las futuras madres no incluía una nutrición adecuada ni favorecía la fertilidad. Era extremadamente cruel con ellas y todas sufrían de inanición.

¿Se iban a convertir estos bebés en símbolo de su desafío contra el mundo? Después de todo, los niños que tuvo previamente se los habían “robado” las autoridades. ¿O eran aquellas mujeres un blanco fácil para satisfacer su necesidad de dominar a los demás? Era evidente que le gustaba tener a la gente bajo control, y en un estado de extrema vulnerabilidad. ¿Se trataba de un sádico al que le satisfacía someter a sus víctimas a una muerte lenta?

El juez Mariarchi, quien ya había presidido el juicio de Heidnik por el secuestro de Alberta Davidson, solicitó un análisis de la personalidad del acusado. Su autor fue James A. Tobin, un especialista en criminología.

“(Heidnik) me ha dado la impresión de ser un hombre que se considera superior a los demás, aunque debe rodearse de personas claramente inferiores para reforzar el contraste… No sólo es un peligro para si mismo, sino que también podría llegar a suponer un gran peligro para otros miembros de la comunidad, especialmente para aquellos a los que considera débiles y dependientes. Lamentablemente, creo que su aberrante comportamiento no cambiará en un futuro próximo”.

El pasado criminal de Heidnik puso de manifiesto que no le afectaba lo más mínimo la idea de matar a otro ser humano. Terry Heidnik estuvo a punto de morir después de ser agredido por su hermano, quién aseguró que su intención era matarle. En 1976, tras un pequeño altercado con un hombre que alquiló una habitación en su casa, Gary disparó contra el inquilino, Robert Rogers, con una pistola. Este esquivó el tiro y la bala solo le rozó el cuello. Se levantaron cargos contra el agresor, pero en menos de una semana se retiraron.

Poco después de este incidente Gary vendió la casa de West Filadelfia. Cuando los nuevos propietarios se pusieron a recoger las revistas pornográficas que había esparcidas por todas partes, se sorprendieron mucho al encontrar un gran zulo cavado en el suelo del sótano. No investigaron más porque no vieron nada siniestro en él. ¿Lo utilizaba Gary Heidnik con la misma finalidad que el de North Marshall Street diez años más tarde?

La inteligencia que había demostrado en la manera de llevar sus negocios de Wall Street es un ejemplo de su alto coeficiente intelectual, el cual hace difícil de creer que no supiera que las «esclavas del sexo» podrían morir bajo su tratamiento.

Sin embargo, junto a las astutas decisiones financieras, también sufría delirios paranoicos y visiones. Estando en prisión dijo: «el maligno me ha metido una galleta en la garganta», y no volvió a pronunciar una palabra en dos años y medio. Insistía en llevar ropas de invierno en pleno verano, y solía atarse una cuerda en los dedos de los pies porque creía que así evitaría que la gangrena se extendiera por todo su cuerpo. Estos eran sus habituales «Heidnikismos»

Pero psiquiatras y psicólogos no pudieron encontrar conexión alguna entre estas manías, estos signos de dolencia mental, y la mente de un demente. Los tics nerviosos, la depresión y los hábitos antisociales no implican el que una persona sea incapaz de entender un comportamiento moral. Su estado mental fue calificado de muchas maneras: esquizoide, esquizofrénico, desequilibrado… El jurado no quedó satisfecho, ya que ningún especialista diagnosticó demencia en los términos legales.

Gary Heidnik mató a dos mujeres y el resto de las cautivas presenciaron los asesinatos. Jamás mencionaron un posible arrepentimiento o desesperación por su parte; no derramó una sola lágrima por la perdida de las “madres” que había elegido. No dudaba que podría reemplazarlas por otras fácilmente. Tan sólo quería recorrer las calles, ofrecerle dinero a una prostituta y llevársela a su casa. Resultaba fácil conseguir mujeres para poner en práctica el proyecto de la guardería.

Verdaderamente loco

Menos de cinco meses después del arresto de Gary Heidnik, la ciudad de Filadelfia se estremeció al enterarse de otro horrible crimen. El 9 de agosto de 1987, un airado vecino de un bloque de apartamentos llamó a la policía. Dijo que el edificio estaba hecho un desastre y que ni siquiera tenía una instalación de fontanería en condiciones, pero nunca se imaginó que llegarían a caer gotas de sangre del techo. La policía se presentó y subió al piso de arriba del informador. Encontraron el cuerpo de una mujer encerrado en un armario y los restos de otras cinco mujeres muertas en un dormitorio. También descubrieron pedazos de un cadáver descuartizado.

Harrison «Marty» Graham, un hombre negro retrasado mental de veintinueve años, se confesó autor de los crímenes y admitió ser necrófilo.

Nadie tuvo que defender la evidente incapacidad mental subyacente a la conducta de Graham. A diferencia de Heidnik, él era claramente incapaz de distinguir el bien del mal, tampoco podía realizar ningún juicio de valor. Durante el juicio reía constantemente sin razón alguna y le pidió al juez que le pasara su juguete favorito, un cachorro de peluche, cuando lo presentaron como prueba. El juez Robert A. Latrone dictó una complicada sentencia para garantizar que el acusado, Harrison Graham, nunca pudiera abandonar los cuidados de una institución.

EL JUICIO – El loco

Al fin, Gary Heidnik tuvo que enfrentarse a un juicio. La prensa y el público airado le tachaban de loco peligroso. Pero, ¿bajo qué perspectiva contemplada la ley a este hombre y a sus horribles crímenes?

El juicio amenazaba con convertirse en un circo. Un circo repleto de reporteros y fotógrafos haciendo malabarismos para conseguir la última revelación sobre el «loco de Marshall Street». Sin embargo, la juez, Lynne M. Abrahams, era una decidida defensora tanto de la ley como de los derechos de las víctimas.

La prensa estuvo férreamente controlada durante todo el juicio, gracias a su celo. No permitió que los abogados hablaran con los periodistas antes del juicio. Y cuando éstos acosaron a Jacquelyn Askins, les obligó a desalojar la sala.

Les dijo: «Carecen del más mínimo sentido de la compasión. Si se tratara de su madre o de su hermana, ustedes serían los primeros en darle un puñetazo a alguien. Han empleado artimañas sucias y de mal gusto para acorralar a una víctima y deberían estar avergonzados. Carecen de sensibilidad, de sentimientos y del más mínimo sentido de la dignidad.» Sus palabras reflejan el tono que reinó en la sala durante el juicio. El presunto asesino estaba acusado de actos tan repulsivos que el público y el jurado podían comenzar el proceso gravemente influidos, y los artículos de la prensa podían haber llegado a ser realmente espeluznantes. Sin embargo, la juez Abrahams prohibió, bajo pena de prisión, cualquier demostración de alegría o de disgusto.

Los cargos contra Heidnik eran: asesinato, rapto, violación, asalto con agravantes, imposición de relaciones sexuales desviadas, exhibicionismo, retención ilegal, asalto, amenazas terroristas, poner en peligro la vida de otras personas, atentado contra el pudor, inducción criminal, y posesión y abuso de un cadáver.

La magistrada desconfiaba de aquellos argumentos que presentaban compasivamente al acusado como a un «hombre enfermo», y exigió que todos los testimonios que se refirieran al estado mental de Heidnik se basaran en los datos obtenidos por los test psicológicos, no en un diagnóstico final exclusivamente.

Esta última imposición judicial dejó casi sin argumentos al abogado defensor A. Charles Peruto Jr. Este sabía que no podía presentar a su cliente como inocente, pero esperaba poder demostrar que era un demente. También quería probar que su defendido no tenía intenciones de matar a Sandra Lindsay ni a Deborah Dudley.

El testimonio psiquiátrico tuvo lugar después de que las víctimas subieran al estrado. El 20 de junio de 1988, día que comenzó el proceso en el City Hall de Filadelfia, el fiscal del distrito, Charles Gallagher, llamó a declarar a su primer testigo, Jeanette Perkins, la madre de Sandra Lindsay. La mujer describió, con una voz carente de toda emoción, el momento en que la policía fue a su casa para comunicarle que los miembros humanos encontrados en la nevera del número 3520 de North Marshall Street podían pertenecer a su hija.

Josefina Rivera subió al estrado después. Estuvo hablando durante tres horas, y contó al tribunal que Gary quería crear su propia guardería en el sótano porque «la ciudad siempre le quitaba a sus hijos».

La testigo describió cómo capturaba y trataba a las mujeres de su «harén». Al principio las alimentaba con galletas, harina de avena, pollo, pan y agua. Después de matar a Lindsay, las obligó a tomar comida para perros mezclada con restos humanos.

Solía meter a las prisioneras en un agujero cavado en el suelo que tapaba una pesada lámina de pizarra. Cuando ellas gritaban suplicando aire para respirar, él ahogaba sus lamentos a golpes. Ponía música religiosa a todo volumen de día y de noche para evitar que los vecinos oyeran los gritos de las chicas. Las condiciones higiénicas eran espantosas. De vez en cuando las entregaba ropas sucias de niño pequeño para que se limpiaran. A veces escogía a una de las cautivas y, sin quitarle las cadenas, se la subía arriba para bañarla. Después abusaba sexualmente de ella, antes de arrastrarla de nuevo hasta el sótano.

Rivera admitió haber conducido a la policía hasta el remoto lugar de Nueva Jersey en que estaba enterrado el cadáver de Dudley, pero dejó bien claro que le había obligado a participar en este asesinato bajo la amenaza de matar a todas sus compañeras.

Jacquelyn Askins presentó la imagen más patética de todas las que comparecieron en el estrado. Era tan menuda que Heidnik le encadenaba los tobillos con unas esposas. La defensa insinuó que el hecho de que el acusado le pusiera la cadena más larga en los tobillos era una muestra de que debió de sentir compasión hacia ella. Cosa que la testigo negó entre sollozos. Después habló de las brutales palizas que las propinaba y de las desviadas exigencias sexuales que se veía obligada a satisfacer.

Los psiquiatras del equipo de Peruto tenían que presentar una imagen convincente del acusado como un demente para poder echar por tierra el testimonio de las víctimas, quienes ponían de manifiesto la existencia de un sadismo deliberado. El primer especialista, el doctor Clancy McKenzie, sólo consiguió demostrar que él mismo tenía una personalidad bastante inestable, y aprovechó el interés del público reunido en la sala para exponer sus propias teorías sobre la esquizofrenia. Describió al inculpado como un individuo que en ocasiones demostraba tener la capacidad mental de un bebé de diecisiete meses. Edad a la que sufrió el trauma, alegado por la defensa, de la llegada de su hermano pequeño.

Este bebé era el que dañaba a la gente, el que almacenaba carne humana en la nevera. El doctor explicó que Heidnik quería alimentar a sus hijos con sangre, porque el niño siempre quiere devorar a la madre.

El doctor McKenzie no era miembro de la Asociación Americana de Psiquiatría y jamás había publicado un solo estudio. Ni siquiera conocía la definición legal de la locura, y la defensa se vio obligada a reconocer que su testigo estaba mal de la cabeza.

La labor de McKenzie no contribuyó a progresar en el estudio psicológico de Heidnik, pero el resto de los expertos tampoco lo hicieron mejor. Jack Apsche, el segundo especialista, había pasado meses rastreando las admisiones de ingreso de Heidnik en diferentes hospitales y estudiando su historial médico. Pero la juez Abrahams le advirtió que no admitiría su testimonio si se basaba en los dictámenes de otros médicos. Lo cual significaba que o presentaba los datos en los que basaba su propio informe, o había que llamar a declarar al doctor que lo había emitido, ya que la juez no aceptaría ninguna conclusión a la que Apsche hubiera podido llegar estudiando los informes de otros especialistas. «No puede adjudicarse el dictamen de otro médico -señaló-. Usted no sabe si su colega estaba borracho o ido en el momento de dictaminar.»

Los psiquiatras no se pusieron de acuerdo sobre el diagnóstico, y ninguno pudo ofrecer una imagen clara de la existencia de una personalidad esquizoide o esquizofrénica. También se llamó a declarar a la psicóloga de la Administración de Veteranos, que había preparado un informe sobre Heidnik a petición del juez Levin, magistrado del tribunal de familia, en el que hacía hincapié en su carácter violento y agresivo.

Cualquier triunfo que Peruto pudiera haber conseguido en la lucha por alegar la demencia de su cliente, quedó destruido por el testimonio del agente de bolsa de Heidnik, quien reconoció que, aun estando hospitalizado o en prisión, Gary siempre se mantuvo al corriente de cuanto sucedía en la bolsa. Pero más perjudicial, si cabe, fueron las declaraciones de una ex novia del acusado. Shirley Carter explicó que fue durante mucho tiempo socia de Heidnik, a quien describió como una persona sumamente inteligente, y a continuación presentó una carta de su ex novio repleta de astutos consejos financieros y de ingeniosas frases en las que se ponía de manifiesto que sabía que podía engañar a la Administración de Veteranos y a la Seguridad Social para sacarles dinero regularmente.

Todo ello contribuyó a fortalecer el argumento de la acusación de que el inculpado no estaba incapacitado mentalmente, sino que se fingía enfermo, y que comprendía perfectamente la gravedad de sus actos. El fiscal Gallagher dijo: «Heidnik se llevó a estas mujeres a su casa. Las torturó y abusó de ellas en repetidas ocasiones. Mató a dos de ellas, descuartizó uno de los cadáveres, lo cocinó y se lo dio a comer a las demás.» Dejó bien claro que el hecho de que alguien se comporte de modo extraño o inusual, no es garantía suficiente para que la ley le considere demente.

Peruto pronunció su propio alegato ante un jurado impasible: «¿Cuál era el propósito de Gary Heidnik? Su propósito era criar diez niños, no matar a nadie… Asesinato en tercer grado implica negligencia temeraria en el cuidado de la vida humana… Este es un caso clásico de asesinato en tercer grado… No quiero un veredicto basado en prejuicios… Quiero que ustedes declaren al acusado no culpable por razones de incapacidad mental.» La defensa también intentó que el jurado dudara del papel de Josefina…

Las supervivientes

  • Josefina Rivera utilizaba el nombre de «Nicole» y pasó el día de su veintiséis cumpleaños en el sótano de los horrores. La vida en las calles la enseñó a sobrevivir. Capturada el 26-11-86.
  • Lisa Thomas, diecinueve años, negaba estar ejerciendo la prostitución cuando Heidnik la recogió, pero admitía haber aceptado de él 50 dólares «para ropa». Capturada el 22-12-86.
  • Jacquelyn Askins, dieciocho años, una prostituta que Heidnik recogió en una sórdida zona del norte de Filadelfia. Capturada el 18-1-87.
  • Agnes Adams, veinticuatro años, trabajaba en un club de strip-tease con Josefina Rivera, quien estaba con Heidnik cuando la recogió. Ya había estado antes en su casa. Capturada el 23-3-87.

Las víctimas

  • Deborah Dudley. Veintitrés años, probablemente ejercía la prostitución. Nadie sabia dónde la había recogido Heidnik. Capturada el 1-1-87
  • Sandra Lindsay. Veinticinco años, más conocida como “Sandy”, fue amiga íntima de Heidnik durante casi cuatro años y sufrió un aborto de un hijo suyo. Se consideraba que era ligeramente retrasada mental. Capturada el 29-11-86.

Fechas clave

  • 10/61 – Gary Heidnik se alista en el ejército.
  • 30/8/62 – Gary ingresa en el hospital militar de Landsthul, el primero de más de veinte registros.
  • 30/1/63 – El ejército licencia a Heidnik concediéndole una pensión.
  • 12/10/71 – Las autoridades estatales aprueban la solicitud de Gary para crear la Iglesia Unida de los Ministros de Dios.
  • 1972/78 – No hay registros de ingresos para recibir tratamiento psiquiátrico en este periodo.
  • 22/3/78 – Aljeanette Davidson da a luz a la hija de Heidnik.
  • 26/11/86 – Encuentro de Gary con la prostituta Josefina Rivera.
  • 29/11/86 – Heidnik tiene cautiva a una vieja amiga, Sandra Lindsay.
  • 22/12/86 – Encierro de la adolescente Lisa Thomas.
  • 1/8/87 – Captura de Deborah Dudley.
  • 18/1/87 – Secuestro de Jacquelyn Askins.

 


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