Florence Maybrick

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Florence Maybrick
  • Clasificación: Asesina
  • Características: ¿Envenenadora?
  • Número de víctimas: 1 ?
  • Fecha del crimen: 11 de mayo de 1889
  • Fecha de detención: Tres días después
  • Fecha de nacimiento: 3 de septiembre de 1862
  • Perfil de la víctima: James Maybrick, de 60 años (su marido)
  • Método del crimen: Veneno (Arsénico)
  • Lugar: Liverpool, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Condenada a pena de muerte el 31 de julio de 1889. Conmutada por cadena perpetua el 22 de agosto de 1889. Fue puesta en libertad en 1904. Murió el 23 de octubre de 1941
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Florence Maybrick

Wikipedia

Florence Elizabeth Maybrick, nacida el 3 de septiembre de 1862 en Mobile (Alabama, Estados Unidos) y fallecida el 23 de octubre de 1941 en South Kent, en el condado de Litchfield (Connecticut, Estados Unidos), estuvo en el centro de un célebre caso criminal de fin del siglo XIX en Gran Bretaña.

Biografía

Hija de un banquero de Mobile (Alabama) llamado William G. Chandler, se casó en 1881, a la edad de 18 años, con un negociante de algodón inglés llamado James Maybrick, entonces de 42 años. Los esposos primero vivieron en Virginia, pero en 1884 se instalaron en Aigburth, cerca de Liverpool, en Inglaterra.

La pareja tuvo un hijo y una hija, aunque James Maybrick continuó con una relación anterior, con quien también tuvo hijos.

James Maybrick era un consumidor regular de arsénico, que a veces mezclaba con otros venenos como la estricnina, la rutácea, la cáscara sagrada, la jusquiame negra, la morfina, el ácido prúsico, la papaína, o la iridine, y las razones que tenía este comerciante para mantener este consumo, es que o bien lo consideraba como un afrodisíaco, o bien lo usaba como remedio para curar una antigua afección, tal vez una enfermedad venérea, tal vez una malaria contraída en África.

El matrimonio no caminó bien. Al parecer, las exigencias sexuales de su marido provocaron en Florence Maybrick un rechazo creciente, aunque tenía reticencias en cuanto a solicitar el divorcio, puesto que en ese entonces la ley le haría perder la custodia de sus hijos. Debido tal vez a esta situación o a la incomodidad que sentía, en marzo de 1889 se fugó a Londres, donde habría pasado la noche en un hotel con otro comerciante de algodón de Liverpool, Alfred Brierley. En las disputas que siguieron a esos hechos, James Maybrick se violentó con su esposa y le dejó un ojo morado, y en consecuencia, la dama compró papel-matamoscas para con él recolectar veneno de uso cosmético, para luego supuestamente administrárselo a su marido.

Maybrick fue encontrado muy enfermo el 27 de abril, después de haberse administrado una doble dosis de estricnina, e inmediatamente fue tratado por los médicos de una dispepsia aguda, pero su condición igual se deterioró.

El 8 de mayo Florence Maybrick escribió una carta muy comprometedora a Brierley, que fue interceptada por Michael Maybrick, el hermano de James, quien se quedaba en Battlecrease. Y por sus órdenes, la esposa infiel inmediatamente fue separada de sus funciones en la casa, y comenzó a ser vigilada y supervisada en forma estrecha. El 9 de mayo una enfermera reportó que la señora Maybrick subrepticiamente había estado manipulando una botella con jugo de carne destinada a su marido, que luego fue analizada, encontrándose allí un medio grano de arsénico. La propia señora Maybrick más tarde declaró que su marido le había pedido que ella le pusiera la sustancia en la jarra, ya que no quería que le pillaran haciendo algo que le habían prohibido.

A pesar de que James Maybrick no llegó a beber nada de ese jugo de carne envenenado, igual murió el 11 de mayo de 1889, y un examen post mortem del cuerpo reveló arsénico en el hígado y los riñones, pero no en el corazón o la sangre. Florence Maybrick fue arrestada el 14 de mayo de 1889, culpada de muerte con premeditación, y juzgada a partir del 31 de julio de ese mismo año.

En el juicio, el abogado de la acusada argumentó que la causa de la muerte no había sido claramente establecida. Si efectivamente James Maybrick hubiera sido envenenado con arsénico, seguro se hubiera encontrado rastros de esta sustancia tanto en la sangre como en el corazón, lo que no había sido el caso. Por otra parte, como el fallecido por años había tomado arsénico con otras mezclas, bien probaba que eso era un remedio, cosa que insistentemente reiteró la acusada durante el juicio. Además, las sustancias peligrosas que el fallecido había tomado durante tanto tiempo, podía explicar la gastroenteritis que finalmente llevó a la muerte al enfermo.

El 7 de agosto de 1889, Florence Maybrick fue condenada a muerte por ahorcamiento. Ante este resultado, una campaña de opinión pública se desarrolló a su favor, apoyada e impulsada por los artículos de William Thomas Stead en la Pall Mall Gazette. Henry Matthews, la Secretaria de la casa, Hardinge Giffard, y Lord Chancelier, concluyeron que la acusada había intentado administrar arsénico a su esposo, con intención de matarlo, aunque admitían que no estaba probado que eso le hubiera provocado la muerte. La reina Victoria I finalmente conmutó su pena de muerte por pena de prisión de por vida, aunque la inculpada terminó siendo liberada en el año 1904.

Florence Maybrick retornó entonces a su país natal, donde se dedicó a escribir sus memorias. Instalada en South Kent en el condado de Litchfield, Connecticut, sobrevivió económicamente gracias a la generosidad de sus vecinos y a los cursos particulares que daba. Finalmente murió en la miseria en 1941.

El caso de Florence Maybrick fue retomado en varias obras literarias. Fue por ejemplo fuente de inspiración de Thomas Hardy en la novela titulada Tess of the d’Urbervilles.


Florence Maybrick

Última actualización: 20 de marzo de 2015

EL MATRIMONIO – Aficionado al arsénico

En 1880, Liverpool era una de las mayores ciudades portuarias del mundo, y el Sur norteamericano el centro del comercio del algodón. Hombres de negocios, aventureros y jóvenes adinerados surcaban el Atlántico con frecuencia. James y Florence Maybrick se vieron en el mar por primera vez.

Las relaciones de Florence Elizabeth Chandier y James Maybrick tuvieron un comienzo muy romántico. Se conocieron un día de primavera de 1880 en el salón de té del transatlántico Baltic, de la compañía White Star, reservado para los pasajeros de primera clase que realizaban la travesía de Nueva York a Liverpool.

La señorita Chandler, de diecisiete años, viajaba a París con su madre, la baronesa Caroline Holbrook von Roques, una aventurera bastante conocida en los estados del Sur de Norteamérica, y su hermano Holbrook Chandler. Maybrick era un rico comerciante de algodón británico de unos cuarenta años que hacía regularmente la travesía entre Liverpool y el puerto algodonero de Norfolk, en Virginia.

La atracción que ambos sintieron tuvo mucho de especial. La jovencita americana era pequeña y encantadora, de pelo dorado oscuro y seductores ojos violeta-azulados. El caballero inglés, aunque de aspecto mundano y modales corteses, delataba por su pálida apariencia unas costumbres menos vivaces. Sin embargo, les gustaba jugar juntos a las cartas; pronto descubrieron que tenían en común la afición por los caballos, y que a ambos les encantaba el deporte de la hípica.

Durante los ocho días de travesía, la señorita Chandler sorprendió más de una vez a las otras señoras de a bordo por el descarado interés que mostró hacia su compañero de viaje más maduro. Al llegar a Liverpool, Maybrick cambió sus planes y acompañó a madre e hija a París. Al poco tiempo se habían prometido.

La baronesa dio su consentimiento, y la pareja se casó discretamente en la iglesia de St. james, en Piccadilly, el 27 de julio de 1880. La madre de la novia asistió al acto junto a un pequeño grupo de amigos y parientes de Maybrick.

La pareja pasó la luna de miel en Bournemouth, y a los ocho meses, el 24 de marzo de 1881, nació su primer hijo, james. Durante los años iniciales de su matrimonio viajaron con frecuencia de Liverpool a Norfolk. En Norteamérica solían residir durante la época de algodón.

Maybrick se afanaba por consolidar firmemente la parte americana de su negocio, pero también tenía allí una amante desde hacía años, Mary Hogwood. Su joven esposa no conocia esta especial amiga de su marido, residente en Norfolk. Sin embargo, él no intentó nunca ocultar su otra, y peculiar, afición: tomar diariamente ciertas cantidades de arsénico.

Maybrick estaba cenando en Norfolk con un compañero de trabajo, cuando sobre su comida esparció un polvo grisáceo. El otro comensal le miró extrañado.

«Oh, me atrevo a decir que si supieras lo que es esto, te horrorizarías -comentó Maybrick-. Es arsénico. Todos ingerimos veneno en mayor o menor cantidad; por ejemplo, yo estoy tomando ahora suficiente cantidad de arsénico como para matarte. Encuentro que me fortalece.»

En marzo de 1884 los Maybrick decidieron afincarse de modo permanente en Liverpool. James alquiló una casa a la que llamaron Battlecrease. El edificio tenía tres pisos y estaba situado en la calle Riversdale, del próspero barrio de Aigburth. La casa se completó con un servicio de cinco personas, incluida una niñera de aspecto severo y con la lengua muy afilada, llamada Alice Yapp.

A Florence le encantaban las tardes en que tomaba el té con otras damas, aquellas que transcurrían jugando plácidamente a las cartas, y disfrutaba enormemente con las veladas musicales en que bailaba la polka. Su belleza, realzada por las joyas que lucía, le valió la admiración de las señoras al igual que la de los caballeros. En casa, cuando no jugaba con su hijo James, leía novelas o salía de compras.

Los Maybrick no pertenecían a lo que pudiéramos considerar la clase alta de Liverpool, pero james era miembro de los clubes más exclusivos, y a la pareja la invitaban a los acontecimientos sociales más importantes de la ciudad.

Poco después de establecerse en Liverpool, James Maybrick se dio cuenta de que había contraído una enfermedad, una variante de la malaria, probablemente debido al cenagoso clima de Virginia. Al doctor Arthur Hopper, un hombre que conocía desde hacía tiempo, le dijo que los medicamentos a base de quinina no le sentaban bien y éste le recetó entonces un preparado basado en otra droga: el arsénico.

También fue el doctor Hopper quien ayudó a nacer al segundo hijo del matrimonio, la niña Gladys Evelyn, el 20 de junio de 1886. Al poco tiempo su otro hijo, james, contrajo una enfermedad que con frecuencia resultaba mortal, la escarlatina. Mientras Florence cuidaba del niño, James se llevó a la pequeña a Gales para alejarla del peligro de un posible contagio. Durante la ausencia de James, Florence descubrió que éste tenía una amante en Liverpool. Y que le había dado cinco hijos, dos de ellos después de su boda. Este descubrimiento puso punto final a la vida en común del matrimonio.

El invierno fue muy tormentoso en el hogar de los Maybrick. Un farmacéutico de la localidad, Edwin Garnett Heaton, quien habitualmente elaboraba estimulantes para los caballeros del Cotton Exchange (la Lonja del Algodón), reparó en que james le llegaba a llamar hasta cinco veces al día para recoger un «tónico» a base de siete gotas de licor de arsénico.

En diciembre de 1888, un rico comerciante de algodón británico llamado Alfred Brierley, de treinta y ocho años de edad, cenó con los Maybrick y pronto se convirtió en un huésped asiduo de Battlecrease House. En la víspera de Año Nuevo, la latente hostilidad que separaba a la pareja estalló. James rompió su testamento, en el que dejaba a su mujer toda su fortuna.

«No me importa en absoluto mientras se cuide adecuadamente de los niños -le escribió Florence a su madre- mis propios ingresos me bastarán.»

A pesar de adoptar esta actitud desafiante, en realidad sus ingresos personales no ascendían más que a unos cuantos cientos de dólares al año. También poseía una enorme propiedad de dos millones y medio de acres en Virginia y Kentucky, que no se había cultivado durante más de cien años y, por lo tanto, no rentaba gran cosa.

Por si fuera poco, Florence se enfadaba con frecuencia con la niñera Yapp y esto empeoraba aún más la situación dentro de la casa, ya que la señorita Yapp se volvió doblemente arisca y desabrida. James Maybrick, a quien tampoco le caía excesivamente bien la niñera, empezó a quejarse permanentemente de dolores y molestias, especialmente dolores de cabeza, molestias en el estómago y en las piernas y los brazos.

El doctor Hopper le previno: no debía ingerir medicinas en exceso debido a su carácter hipocondriaco. Pero Maybrick ya estaba consultando con, al menos, otros dos médicos, e ignoró el aviso. Además, contaba con un nuevo proveedor de arsénico. Se trataba de un fabricante de paños 1lamado Valentine Blake, que experimentaba con la droga sobre un tejido sustitutivo del algodón.

«Es alma y vida para mí -le confesó James en enero de 1889-, pero los médicos sólo me lo recetan de vez en cuando.»

Valentine accedió a suministrar la droga a Maybrick a cambio de que éste le ayudase a comercializar su producto. En marzo de 1889 le dio 150 gránulos de arsénico -suficiente cantidad para matar a más de cincuenta personas- envueltos en tres paquetitos de papel. Parte del polvo era blanco y el resto, mezclado con carbón vegetal, era de color negro.

Florence escribió al hermano de Maybrick, Michael, a Londres, hablándole de «un tipo de droga que hacía enfermar a su marido». Cuando James fue a Londres, su hermano le preguntó por «ese extraño polvo» y él se enfadó: «Quienquiera que te haya dicho eso es un maldito mentiroso», fue su respuesta.

Mientras estaba en Londres, la amistad entre Florence y Brierley se hizo más profunda. Ella accedió a pasar un fin de semana con él «en secreto». Pretextando ir a visitar a unos primos lejanos, reservó habitación en el hotel Flatman de Cavendish Square, Londres, para tres días a partir del 21 de marzo de 1889. Una aventura tan temeraria trajo inmediatamente consigo lo que Florence describió como «complicaciones». El 29 de ese mismo mes, los Maybrick y algunos amigos asistieron al Grand National en Aintree. Brierley fue también, aunque acompañando a un grupo de amigos diferente. En seguida, Florence y él se perdieron entre el gentío que ocupaba la tribuna central.

A James le dejaron en compañía de una amiga muy parlanchina de Brierley llamada Gertrude Janion. No sabemos lo que le contaría, pero aquello desató en él una cólera furibunda.

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El comerciante de algodón

James Maybrick, el comerciante de algodón que encandiló a la coqueta Florence Chandler, provenía de una familia de costumbres victorianas de Liverpool, donde nació en 1839. James fue el tercero de los cinco hijos de un empleado municipal. Recibió una educación de tipo medio, y le animaron a entrar en el mundo de los negocios. Mientras ejercía de aprendiz en una oficina marítimo-comercial de Londres, tuvo relaciones con una mujer, y ésta le dio cinco hijos. Dos nacieron después de su matrimonio con Florence; aunque todos murieron a muy temprana edad.

Maybrick fundó su propia oficina comercial con su hermano Edwin en 1870. Finalmente, se convirtió en el Liverpool Exchange (abajo), lugar de encuentro de los corredores de comercio. Se ganó rápidamente la excelente reputación de ser un vendedor hábil y honesto. Poco después, durante una gira que efectuó por el sur de Norteamérica, estableció su cuartel general en Virginia. Allí contrajo la malaria en 1877, y por ello empezó a tratarse con arsénico. Era un hipocondríaco, y tras recuperarse de la enfermedad, siguió tomando el veneno como medida preventiva; frecuentemente lo ingería hasta dos veces cada noche.

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El hogar

Battlecrease fue la casa donde se establecieron los Maybrick en 1884. Un edificio de piedra, con unas veinte habitaciones. Los muebles eran preferentemente de roble y oscuro nogal, maderas decorativas típicas en aquella época. El confort interior lo proporcionaba uno de los primeros sistemas de calefacción central aplicados en arquitectura; la luz provenía de candelabros de gas. Los salones se encontraban en la planta baja, y el dormitorio principal, en el primer piso. El servicio disponía de alojamientos en la parte de arriba, y trabajaba y comía en el semisótano.

La mayoría de las habitaciones tenían alfombras y las paredes estaban enteladas, sin mayores adornos artísticos. Los cuadros eran muy sosos, pero el jardín y el huerto trasero estaban bien cuidados y poseían gran cantidad de árboles frutales.

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PRIMEROS PASOS – Hija de la guerra

Florence Maybrick nació durante la guerra de Secesión, y careció de residencia fija. Desde niña, desarrolló un particular talento para el engaño.

Florence Elizabeth Maybrick vino al mundo el 3 de septiembre de 1862 en Mobile, Alabama. Fue la segunda hija de un vendedor de algodón llamado William G. Chandler, y de su ambiciosa y extravagante esposa, Caroline.

Tenía un hermano mayor Holbrook, que murió de tuberculosis a la edad de treinta años. Florence era una «niña de la guerra». La guerra de Secesión rugía en aquella época alrededor de Mobile. Su madre era una norteña, y ofendió profundamente a las damas sureñas al «atreverse» a contraer matrimonio con un Chandler. Las habladurías locales decían que Florence Chandler solía pasear a la luz de la luna con otros hombres por las orillas del Misisipi.

William Chandler murió repentinamente en 1863, cuando la niña sólo tenía un año de edad, y su madre se la llevó a vivir a Macon, en Georgia, otro de los estados pertenecientes a la Confederación. Aquí se casó con un capitán de navío sureño que murió durante una travesía al año siguiente.

Esta vez, Caroline se trasladó con los niños a Europa. Primero pasaron una corta temporada en Inglaterra y después viajaron a París. A finales de los sesenta el grupo había vuelto a EE,UU. y se establecieron en Nueva York.

Mientras su madre intentaba, y conseguía, hacerse notar entre la sociedad de alcurnia neoyorquina, Florence Maybrick se estaba transformando en una jovencita muy astuta, con un entusiasmo poco corriente por el engaño. Mentía de forma habitual y cuando se la enfrentaba con la realidad, se desmayaba, al igual que las damas mayores, para salir del enredo.

Tras conquistar a algunos caballeros, asegurándose de que estos romances fueran bien notorios, la madre de Florence se llevó los niños a Europa, esta vez a Alemania, donde se casó por tercera vez. Florence y Holbrook vivían en residencias o con parientes, mientras su madre «exploraba» el continente.

Posteriormente, Florence Maybrick le daría a esta época un aura que nunca poseyó: «Fui educada en EE.UU. y Europa, bajo la guía de amas e institutrices … », escribió. «Era demasiado «delicada» para la vida colegial.» Seguía contando sus aficiones -montar a caballo y hacer bosquejos de catedrales-, cosas todas ellas que tenían poco que ver con la vida de una chiquilla medio abandonada que nunca había conocido a su padre.

A los dieciocho años, la joven había desarrollado una especie de personalidad misteriosa en la que nadie confiaba, pero que fascinaba, encantaba y desconcertaba a todo el mundo.

«Sus ojos, -según un amigo americano de James Maybrick- parecían carecer absolutamente de expresión, de vida, como sí estuvieras mirando a los ojos de un cadáver…, entonces «crecían», adoptando la expresión de los de una niña asombrado, sorprendida».

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Madre sospechosa

La familia de Florence Maybrick estaba plagada de matrimonios trágicos. Su madre, la viuda del barón Von Roques, perdió en el plazo de un año a dos maridos en circunstancias que suscitaban profundas sospechas. En 1863, el padre de Florence, el apuesto y sanísimo William G. Chandler, súbitamente empezó a sufrir extraños síntomas en su casa de Mobile, en Alabama. Su esposa, entonces llamada Caroline Chandler, le cuidó personalmente, y no dejó pasar a nadie al cuarto del enfermo. William murió a los pocos días. Sus parientes, y la mayor parte de la ciudad de Mobile, suponían que Caroline lo había envenenado. No se consiguió probar nada, pero su viuda y sus hijos se trasladaron a otro estado.

A los pocos meses se casó con el capitán Franklin Bache du Barry, un oficial de la marina confederada, en el momento álgido de la guerra de Secesión. Du Barry murió durante un crucero con su esposa en 1864. Caroline, ahora la viuda de Du Barry, impidió que el cuerpo fuera llevado a tierra para realizar una autopsia; su esposo recibió sepultura en alta mar. Viajó a Europa con sus hijos, y en 1872, se casó con el barón Adolph von Roques, un oficial de caballería prusiano. Tras siete años de borrascoso matrimonio se separaron.

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EL ASESINATO – Intriga en Liverpool

El ambiente en la casa de los Maybrick se iba haciendo cada vez más insoportable. Paralelamente James empezó a sucumbir a una enfermedad cuyos síntomas los médicos no conseguían entender y las sospechas fueron haciéndose más fuertes.

Los Maybrick volvieron a casa después del Gran National y entonces estalló la tormenta en Battlecrease House. La niñera Yapp se llevó a los niños a su cuarto para darles la cena y desde allí oyó gritar a James Maybrick: «¡Este escándalo será del dominio público mañana! Florrie, nunca creí que llegaras a éste extremo.»

Poco después el servicio vio a la señora a la entrada, con el sombrero y la capa puestos. Su cara estaba blanca, el vestido roto y sus ojos enrojecidos por las lágrimas. La cocinera, Elizabeth Humphries, se encaró con el señor de la casa, pero él la apartó de un empujón. No está claro quien llamó a un taxi, pero llegó en el momento en que el marido decía con voz atronadora: «¡Por el cielo y el infierno, Florrie…. si cruzas el umbral de esa puerta jamás volverás a pisar esta casa!»

Finalmente, la señora Maybrick subió a dormir al vestidor; pero se les oyó discutir durante toda la noche. A la mañana siguiente, Florence presentaba arañazos en la cara y un ojo morado. Con este aspecto le contó a una amiga de la familia, Matilda Briggs, que quería separarse de su marido. Esta la acompañó a ver al doctor Hopper, el cual medió para conseguir una reconciliación.

Florence Maybrick, desanimada, alegó que tenía cuantiosas deudas en una casa de modas de Londres, de regreso a Battlecrease House. James aseguró que se haría cargo de ellas.

La reconciliación parecía posible, pero al día siguiente, domingo 31 de marzo de 1889, el enfado recomenzó hasta que Florence cayó desmayada. Su marido llamó urgentemente al doctor Richard Humphreys, que vivía en las proximidades, y permaneció arrodillado junto a su mujer, llorando: «Bunny, Bunny, aquí está tu Hubby … »

La enferma pasó una semana en cama, después fue a ver a Brierley. Este se mostró sorprendido por los arañazos, pero no pareció dispuesto a involucrarse más en el asunto.

El 13 de abril, Florence Maybrick entró en la farmacia de Woke, donde la conocían como cliente y tenía una cuenta a su nombre y compró una docena de hojas mata-moscas que contenían arsénico. Era un producto muy común por aquellos tiempos: unas hojas de papel secante impregnadas de arsénico sobre las que el mosquito o mosca se posaba y moría. También eran muy utilizadas por las jovencitas para limpiar y suavizar la piel de la cara. La señora Maybrick pagó las hojas mata-moscas al contado y dejó anotada en la cuenta para pagarlo otro día una loción. Una vez en casa puso las hojas mata-moscas en remojo en un balde con agua en su habitación. La niñera Yapp, al pasar por delante de la puerta, se percató de este detalle.

Al volver de Londres, James Maybrick redactó de nuevo su última voluntad, para sustituir el testamento que había roto en la víspera de Año Nuevo. En éste lo heredaban casi todo sus hijos, excepto un mínimo legado destinado a su mujer. Dejó escrito que tal borrador debería ser «considerado su última voluntad para el caso en que muriera antes de haberlo protocolizado con todas las formalidades legales».

La noche del viernes, 26 de abril, James mostró un humor excelente durante la cena que compartió con Florence y su hermano Edwin. Probablemente se debía a que había conseguido en Londres un nuevo frasco de su medicina particular.

Pero a la mañana siguiente la situación era otra, y muy diferente. Maybrick vomitó y se quejaba de falta de sensibilidad en las piernas. La medicina de Londres contenía estricnina, una sustancia que podía ser utilizada como estimulante, o como veneno, según la dosis ingerida y le comentó a la asistenta, Mary Cadwallader, que se había tomado una sobredosis. El lunes, 29 de abril, Maybrick consiguió que el doctor Humphreys le diagnosticara, a regañadientes, una «grave indigestión» a pesar de que Florence le había puesto al corriente sobre «ese polvo blanco» que su marido estaba tomando.

Durante los dos días siguientes, los síntomas del enfermo mejoraron y el martes 30 de abril fue a su oficina. Aquella tarde Florence Maybrick compró otras dos docenas de hojas mata-moscas en la farmacia de Hanson, situada en el cercano barrio de Cressington. Por la noche acompañó al hermano de James, Edwin, a un baile de máscaras.

La salud de James mejoró y empeoró intermitentemente a lo largo de los días siguientes. Un compañero de trabajo reparó en que añadía algunos polvos a su comida, después de lo cual se animaba. Pero la mejoría no duró mucho. Entre tanto, Florence escribió a Alfred Brierley, y le mandó un telegrama, en el manifestaba estar temerosa de que su marido pusiera anuncios en los periódicos para que le informaran sobre su paradero en las épocas en que ella no permanecía a su lado. Brierley contestó diciendo que sería más prudente dejar de verse por un tiempo, tal vez hasta el otoño.

El miércoles 8 de mayo Maybrick se encontraba tan mal que requirió los cuidados de una enfermera y Florence, asustada, mandó llamar a sus hermanos, Edwin Michael; después limpió su armario de medicinas. La niñera Yapp la vio trasvasar un líquido de un frasco a otro. Aquel mismo día, cuando la señora Briggs pasó a hacer una visita, la niñera la entretuvo unos minutos para hablar confidencialmente con ella.

«Gracias a Dios señora Briggs, que está usted aquí porque la señora está envenenando al señor.» Le contó lo de los frascos, y lo del papel mata-moscas que había visto en remojo. Sus sospechas adquirieron más cuerpo aquella misma tarde: Florence le entregó una carta dirigida a Brierley para que la echase al correo.

Según declaraciones de la niñera, dejó que Gladys, la hija de los Maybrick de dos añicos, llevara la carta hasta la estafeta y durante el camino, se le cayó en un charco por lo que tuvieron que comprar un sobre nuevo para meter la carta, pero en ese momento ciertas frases y líneas subrayadas «le llamaron mucho la atención».

Florence Maybrick llamaba a Brierley «querido», y le decía que su marido estaba «enfermo de muerte», después le tranquilizaba, debía descartar «cualquier temor de ser descubiertos ahora o en el futuro».

En vez de mandarla por correo, la niñera le dio la carta a Edwin Maybrick, quien a su vez se la enseñó a su hermano Michael. «Esta mujer es tina adúltera», exclamó éste y acto seguido puso al doctor Humphreys al corriente sobre las sospechas de la señorita Yapp. Al día siguiente, viernes 9 de mayo, Mary Cadwallader encontró una bandeja llena de hojas mata-moscas puestas en remojo en la despensa de la casa e inmediatamente las quemó.

El doctor Humphreys hizo un análisis de las heces y la orina de James para ver si contenían restos de arsénico, pero el resultado fue negativo. Le dijo a Michael que su hermano debía haber «cometido un grave error su dieta»

El sábado 11 de mayo el enfermo deliraba y su estado empeoraba por momentos. El doctor Humphreys repitió los análisis, pero ésta vez con una botella de Valentine’s Meat Juice que se encontraba en la mesilla de noche del paciente y descubrió que contenía arsénico. La revelación llegó tarde y esa misma noche Maybrick murió.

Michael y Edwin ordenaron al día siguiente que Florrie fuera encerrada en su habitación. En cualquier caso, iba a permanecer en el cuarto, porque también ella había enfermado. Los hermanos y el servicio registraron la casa. En el cuarto de juegos de los niños encontraron un paquete con la inscripción: «Veneno: arsénico para gatos.» llamaron a la policía para que se hiciera cargo del veneno y terminaran el registro de la casa. En los días siguientes hallaron ciento diecisiete medicamentos diferentes -todos con la etiqueta «J. Maybrick», procedentes de al menos veintinueve farmacias.

En Battlecrease House había suficiente arsénico para envenenar a más de ciento cincuenta personas. Los médicos descubrieron una fuerte inflamación de los intestinos y estómago del fallecido y concluyeron que su muerte se había debido a una sustancia irritante, pero ninguno de ellos especificó el tipo de veneno del que podía tratarse.

El martes 14 de mayo la policía informó a la viuda que se iba a proceder a su detención bajo sospecha de haber causado la muerte de su marido. A los pocos días fue trasladada a la prisión de Walton.

Se exhumó el cadáver de James para realizar un examen forense más detallado. El jurado del proceso de instrucción previo escuchó de la boca de los especialistas que se había encontrado arsénico en algunos órganos de la víctima. Pero la cantidad total no superaba la décima parte de un gránulo. Esto era mucho menos de la dosis media mortal, situada alrededor de los dos gránulos. A pesar de ello, el jurado estimó que Maybrick había sido envenenado deliberadamente por su mujer. El 6 de junio de 1889 Florence Maybrick fue inculpada oficialmente del asesinato.

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La niñera Yapp

Alice Yapp, de veintiocho años de edad, era la niñera de los hijos del matrimonio Maybrick. Nació en Shropshire, y se dedicaba al servicio doméstico desde hacía siete años. Entró en la familia antes de que se trasladara a Battlecrease House. Era una mujer severa y no toleraba las tonterías; trataba con una actitud imperiosa tanto a sus compañeros de trabajo como a los señores de la casa. La niñera Yapp estuvo a punto de casarse con el encargado de dar cuerda a los relojes de pared, pero éste la abandonó. Escondía su pena tras una fachada de hosquedad, y es casi seguro que sintiese una malsana envidia de su señora, Florence, debido a sus aires seductores. Su falta de decoro pudo muy bien haber incrementado el resentimiento de la señorita Yapp hacia «Florrie». También se cree que la niñera era una mujer a la que no le gustaba quedar al margen cuando se trataba de estar al tanto de los secretos y confidencias de los demás.

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Extraños síntomas

Durante las últimas semanas de la vida James Maybrick, sus médicos fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre el diagnóstico de a enfermedad. El doctor Richard Humphreys, un médico local, creía que se trataba de dispepsia crónica, es decir, una grave indigestión. Le prescribió al paciente una dieta especial para calmar los efectos de la insensibilidad que sufría en las extremidades.

El 3 de mayo, Humphreys le recetó morfina para aplacar los crecientes dolores que sentía en las piernas. Pero el remedio no hizo efecto. A los tres días, el médico le recetó el preparado de arsénico Fowler, un popular remedio casero en el que se combinaba el arsénico con carbonato de potasa.

A estas alturas ya se tenía en cuenta el hábito de Maybrick de ingerir arsénico. Humphreys pidió consejo a un tal doctor William Carter, un experto en casos de sobredosis de arsénico. Al principio también diagnosticó dispepsia, pero el 9 de mayo se mostró de acuerdo con Michael Maybrick: Florence se comportaba de forma sospechosa, y sería conveniente no quitar ojo a sus tejemanejes.

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Arsénico

Si se toma en muy pequeñas dosis, el arsénico -al igual que otros venenos, como la estricnina- posee efectos curativos. Quien lo ingiere habitualmente puede incluso desarrollar una cierta resistencia a sus efectos nocivos. En el siglo XIX, las mujeres de Europa y Estados Unidos, utilizaban lociones a base de arsénico para tratar las erupciones cutáneas.

Pero si se toma en dosis mayores, los efectos del arsénico resultan horrendos: convulsiones, coma y crisis cardíacas. Una sobredosis causa la muerte en un plazo entre las doce y treinta y seis horas. Si las dosis son menores, los efectos son menos intensos. Entonces es característica la pérdida de peso y cabello, una sed muy acusada, palidez amarillenta, y falta de sensibilidad en las extremidades. Aunque estos síntomas también pueden ser causados por otros factores -como la intoxicación debida a alimentos en mal estado-, la presencia de arsénico siempre es detectable tras la muerte, incluso si el cuerpo ha permanecido enterrado durante cierto tiempo.

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La opinión americana

Charlies Ratcliff, un amigo norteamericano de los Maybrick, consideraba que Florence estaba siendo acosada por el malevolente personal de servicio y la familia de James para «tapar» algún escándalo familiar. Unas tres semanas después de la muerte de Maybrick, Charlies le escribió una carta a uno de sus más viejos amigos, John Aunspaugh, en la que decía: «Me esperaba alguna tragedia en la familia, pero, francamente, creí que le ocurriría a la otra parte.»

La alusión parece referirse a que el marido estaba a punto de llegar al límite de su paciencia, y emprender una acción violenta contra los numerosos pretendientes de Florence. Ratcliff escribía que Edwin, el hermano de James, estaba «metido hasta el cuello», y que la policía había encontrado trece cartas amor que éste le había escrito a Florence. Adivinando el futuro, Ratcliff sostenía que el arsénico hallado en casa de los Maybrick no probaría la acusación de asesinato, pero que las cartas de amor adulteras significaban que «las cosas iban a ir mal para ella». También mantenía que Florence era «tonta» por haber confiado en sus sirvientes, en esas «serpientes femeninas».

Durante el juicio sólo se empleó como prueba la correspondencia mantenida entre Florence y Brierley, aunque los amigos americanos de la familia tenían la seguridad de que habían existido otros amantes antes que él. Florence creía que todos esos chismes impedirían que tuviese un juicio imparcial en Liverpool.

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PUNTO DE MIRA – Una solución venenosa

Los farmacéuticos de la época victoriana vendían muchos productos que hoy están prohibidos. Uno de ellos era un sencillo preparado para acabar con las plagas caseras.

Las hojas mata-moscas eran un producto muy común en la época de la señora Maybrick que se podía comprar en las farmacias.

Menos conocida era la posibilidad que existía de ponerlas en remojo para destilar el arsénico que contenían. El farmacéutico Thomas Woke, que le había vendido a Florrie el papel mata-moscas, declaró no haber oído jamás que pudiera utilizarse para preparar lociones para la cara o el pelo, poniéndolo en remojo. Otro farmacéutico, Christopher Hanson, dijo que estaba a la orden del día emplear el arsénico para darle mayor lustre al cutis, pero que nunca se obtenía la loción de las hojas mata-moscas.

Poco a poco se popularizaron otros métodos para acabar con las moscas. El abogado de Frederick Seddon se mostró muy sorprendido de que el papel mata-moscas aun existiera en 1910.

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EL JUICIO – El polvo blanco

Todo el peso de la moral victoriana cayó sobre Florence Maybrick. El juicio, uno de los más extraordinarios de la justicia británica, estuvo salpicado de pruebas contradictorias y presidido por un juez agotado. A pesar de ello, la imagen de trágica inocencia que pretendía ofrecer la acusada no cuajó.

E1juicio de Florence Maybrick -la primera mujer americana procesada en Inglaterra- comenzó el 31 de julio de 1889 en St. George Hall, en Liverpool, ante un jurado de doce hombres, presidido por el juez Stephen. A ambos lados del Atlántico el caso generó gran expectación. Fuera inocente o culpable, la señora Maybrick había atacado de plano las presunciones de la sociedad británica victoriana. Estos prejuicios eran indulgentes con las discretas infidelidades de un marido, pero muy críticos y prohibitivos cuando era la esposa quien se permitía las mismas alegrías.

La baronesa Von Roques se trasladó a Gran Bretaña inmediatamente después de la muerte de James y optó por los servicios de uno de los abogados más importantes para defender a su hija: Sir Charles Russell. La acusación estaba representada por John Addison.

La acusada -vestida con un elegante traje de luto, cubría su cabeza con un sombrero negro y su cara se escondía tras un velo del mismo color, sólo parecía desentonar el ondulante peinado de moda-, se declaró inocente con una voz clara que pudo ser oída sin dificultades por todos los que atestaban la sala del juicio.

En su primera alocución, Addison se dedicó a relatar la relación adúltera de Florence Maybrick con Alfred Brierley, y la charla que mantuvieron sobre la separación. Después contó con detalle los momentos finales de la enfermedad de James, preparando el terreno para su gran golpe final.

«Es algo verdaderamente curioso, justo cuando su esposo estaba mejorando, ella compró esas hojas mata-moscas. Uno se pregunta para qué las quería, y qué hizo con ellas.»

Después, el jurado, compuesto principalmente por tenderos y artesanos, escuchó todo lo referente a las cartas de Florence a Brierley, escritas el 6 y 8 de mayo, unos pocos días antes del fallecimiento de James. La acusación insistió mucho en la frase de que su marido estaba «enfermo de muerte». Era la prueba más clara de su intención asesina. La sala se llenó de murmullos.

El primer testigo en declarar fue Michael Maybrick, el hermano del fallecido. Llegó a Battlecrease House el 8 de mayo, tres días antes del fatal desenlace y contó al jurado que le había comentado a su cuñada que no estaba en absoluto de acuerdo con el tratamiento médico que estaba recibiendo su hermano; y cómo la reprendió por verter la medicina de una botella a otra.

El testigo principal de la acusación habló dirigiéndose directamente al jurado, en un tono que denotaba responsabilidad y orgullo personal. Describió a un hombre que intentaba poner orden en su hogar, haciéndole frente a la desobediencia y díscolas costumbres de sus otros moradores. Sin embargo, Michael Maybrick salió mucho peor parado en cuanto le empezó a interrogar el incisivo sir Charles Russell.

El testigo tuvo que admitir haber destruido la carta en que Florence le pedía ayuda para acabar con la costumbre de su hermano de tomar «el polvo blanco». También hubo de admitir que la acusación de adulterio fue recíproca entre los esposos.

«¿Estaba usted al corriente de que existían quejas por ambas partes?», preguntó sir Charles.

«Sí», respondió el testigo.

Esta pregunta era de la máxima importancia. Si existía infidelidad por parte de su marido, Florence Maybrick podía haber obtenido fácilmente el divorcio y una pensión, por lo tanto, no habría sido necesario asesinar a James para liberarse de él.

Ambos abogados se encontraron, sin embargo, con una complicación inesperada: el juez Stephen, de sesenta años, parecía carecer de la energía y de la lucidez requeridas para entender las complejidades de las pruebas médicas. A pesar de ello, la acusación ganó muchos puntos con la prueba de la prueba de la compra del papel mata-moscas. No obstante defensa también salió airosa de la batalla; consiguió crear la impresión de un hogar repleto de maliciosas murmuraciones, traiciones, habladurías a espaldas de la señora de la casa y en el que se propagaban malintencionados rumores entre las personas que venían visita, como la señora Briggs.

El protagonismo, en todos los casos, le correspondía a la señorita Yapp, la niñera. Prestó declaración durante el segundo día juicio, 1 de agosto, viernes. Fuera de su feudo, Alice Yapp perdió la mayor parte de arisco autoritarismo; la acusación hubo pedirle varias veces que levantara el tono voz para que se le pudiera oír con claridad.

Su seguridad en sí misma volvió a quebrarse cuando le llegó el turno de preguntas a sir Charles. El ahogado defensor abrió y cerró su caja de rapé bien a las claras, e hizo ondear ostentosamente su toga al levantarse para interrogar a la testigo. Con ello consiguió que ella se diera cuenta de que en la sala del juicio ya no era todopoderosa, como en Batdecrease House.

Sir Charles abordó primero el que la niñera viera las hojas de papel mata-moscas en remojo en el dormitorio de Florence Maybrick.

«¿Tenía usted algo que hacer en la habitación?»

«No.»

Alice Yapp también declaró que la palangana empleada para el aseo matutino se veía directamente desde la puerta y que no había razón para no suponer que las hojas mata-moscas no hubieran permanecido allí durante todo el día.

Esto convirtió a la testigo en una fisgona, y además, dejó claro que la señora Maybrick no parecía querer esconder a toda costa lo que la acusación había considerado uno de los medios principales para cometer el asesinato. El ambiente de la sala se electrizó cuando sir Charles pasó a ocuparse de la carta dirigida a Brierley, interceptada por la niñera

Esta admitió no haber oído hablar nunca de Alfred Brierley antes de que le dieran la carta para echarla al correo. Cuando se le preguntó por qué la abrió, la señorita Yapp mantuvo un resentido silencio. Al cabo de un rato repitió la historia de que el sobre se había mojado y la dirección se había vuelto ilegible. Pero no supo explicar por qué la tinta de la carta no se había corrido si el suelo, efectivamente, estaba tan mojado.

«¿Abrió usted ese sobre deliberadamente porque sospechaba de su señora?», preguntó sir Charles.

«No señor, no lo hice», contestó Yapp en tono desafiante. No obstante, admitió que su señora sólo había permanecido en la casa tras el gran enfado que siguió al Grand National porque ella se lo había rogado.

En las conclusiones finales, sir Charles expuso que una vez inculpada su cliente, era necesario interpretar los hechos de acuerdo con el clima reinante en aquellos momentos. De la expresión «enfermo de muerte» matizó que era un empleo «exagerado del lenguaje», y preguntó: «Si Florence Maybrick era culpable de asesinato… ¿por qué no eliminó las pruebas que la acusaban -los frascos de medicinas-, mientras tuvo la posibilidad de hacerlo?»

El resumen del juicio del juez Stephen se convertiría en uno de los más controvertidos de la historia judicial británica. Comenzó el martes 6 de agosto, y estuvo repleto de errores e inexactitudes que los abogados hubieron de corregir. El juez empezó en un tono moderado, pero durante el segundo día se lanzó claramente contra la acusada.

«Han de recordar ustedes la infidelidad que cometió con ese hombre, Brierley… -comentó al jurado-. Resulta algo horrible si lo comparamos con el comportamiento de la gente normal e inocente… Es bastante fácil imaginarse cómo una horrible mujer en situación tan comprometida pudo ser asaltada por una tentación terrible, espantosa .. »

El jurado deliberó durante 45 minutos; declaró a la acusada culpable de asesinato y fue condenada a morir en la horca.

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Palabras fatales

Una de las pruebas más dañinas contra Florence Maybrick fue el comentario escrito en la carta dirigida a Brierley: «Está enfermo de muerte.» Sin embargo, el escritor norteamericano Trevor Christie, en su libro Etched in arsenic (1969), explica que la expresión era de uso coloquial común en aquella época en EE. UU., y especialmente en los estados sureños donde se crió Florence. Christie especifica que la frase se empleaba para referirse a una enfermedad seria y grave, pero no forzosamente mortal. Como ejemplo cita el pasaje del libro de los Reyes II, en el que Ezequiel está «enfermo de muerte» y se restablece tras elevar sus plegarias a Dios para recuperar su salud.

En cualquier caso, Florence Maybrick empleó aquellas palabras antes de saber si su marido iba a sanar. Asimismo, parece que ella no le mencionó a su abogado que aquella expresión era de uso común en EE. UU., dado que sir Charles Russell no supo cómo referirse a ella ante el jurado y terminó diciendo que era simplemente «exagerada».

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Misterio forense

Para conseguir la condena de Florence Maybrick, la acusación tuvo que probar una compleja serie de hechos interrelacionados. Había que demostrar que James Maybrick murió a causa de un envenenamiento con arsénico y que su mujer era quien le suministró la dosis mortal con la intención inequívoca de asesinarle. La cuestión se complicaba por el hecho de que James había sido un consumidor habitual de arsénico durante muchos años.

Los peritos médicos por parte de la acusación y de la defensa estuvieron de acuerdo en afirmar que Maybrick falleció de una gastroenteritis, y que en su cuerpo se había encontrado menos de medio gránulo de arsénico. Era menos de la cuarta parte de la dosis que podría resultar mortal para una persona normal. Fue imposible demostrar científicamente si ese medio gránulo era el resto de una dosis mortal administrada hacía poco tiempo, o el resto acumulado por la costumbre de ingerir arsénico durante años.

El experto en toxicología de la defensa, el doctor Charles Tidy, de la Universidad de Londres, manifestó que el paciente había mostrado muy pocos de los síntomas que se corresponden con un envenenamiento por arsénico y que, por lo tanto, no era posible establecer si ésta había sido la causa de la gastroenteritis. El experto de la acusación, el doctor William Stevenson, del hospital Guy, sostuvo que los efectos no son siempre idénticos, y que «Maybrick murió debido a una sobredosis de arsénico».

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El polvo blanco

Florence Maybrick hizo su declaración desde el banquillo de los acusados que perjudicó gravemente las tesis de la defensa. Entre lágrimas, admitió haberle dado a su marido unos polvos el 9 de mayo de 1889, dos días antes de su muerte. Insistió en que ella le suministró los polvos a petición de su propio marido.

«Se quejó de estar muy enfermo y muy deprimido y me imploró que le diese esos polvos», declaró ante la silenciosa audiencia. «Me dijo que el polvo blanco no le haría daño y que podía echárselo a su comida. Entonces consentí en hacerlo.»

La señorra Maybrick, siguió diciendo, que al ir a coger el polvo, derramó parte de la botella de Valentine’s Meat juice y que la rellenó de agua. Esta fue la declaración que confirmó las sospechas de la niñera Yapp: su señora había estado envenenando a su esposo.

Florence Maybrick también declaró que más tarde puso los polvos fuera del alcance de su postrado marido. Pero la admisión que resultó mortal para ella fue la de haberle administrado «un polvo blanco» a sabiendas de que era venenoso.

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MENTE ASESINA – ¿Qué vale una vida?

El envenenamiento se considera una de las formas más sutiles de matar; el arma preferida por las mujeres. Sin embargo, si Florence Maybrick asesinó a su marido, se aprecia muy poca sutileza en su comportamiento durante los días previos al desenlace final.

En la semana fatal de abril de 1889, compró arsénico en forma de veneno para gatos en una farmacia local, la de Richard Aspinall, en Leece Street, pero se negó a pasar por lo que ella llamó la «estúpida formalidad» de firmar en el registro, tal como lo exigía la ley.

El 1 de mayo volvió a visitar a Aspinall; le contó que había perdido el paquete que le compró y que necesitaba otro. El farmacéutico, embelesado por la gracia y el encanto de su clienta, accedió a su demanda, y con un tono estudiadamente descuidado, ésta la preguntó si el paquete que estaba comprando contenía suficiente arsénico como para matar a «un hombre, al igual que haría con unos cuantos gatos».

Lejos de ser sutil, Florence Maybrick era tan descarada como su madre, la baronesa Von Roques. Toda la familia conocía sus adulterios con una larga lista de hombres; se dice incluso que robaba objetos de la casa de sus amistades cuando iba de visita.

Como su madre, Florence Maybrick sabía desarmar a los caballeros con su equívoco comportamiento, como lo demostró con el despreciativo trato que otorgó al farmacéutico.

Sus simpatizantes han argumentado que no necesitaba matar al marido para liberarse de él, ya que las propias infidelidades de éste le daban derecho a divorciarse. Pero si, de hecho, lo envenenó, el motivo real parece estar menos claro.

Florence Maybrick creció sin conocer a su padre, y ni siquiera disfrutó de la compañía de un padrastro. La mayor influencia sobre la niña la ejerció la violenta baronesa Von Roques, que, ya de por si, era una mujer de armas tomar. Ella plantó en su hija la semilla de la rudeza y ésta se casó con un hombre que podía ser su padre, quizá se sintiese más «subordinada» que con otro esposo más joven. Su mente de niña frívola pudo considerar justificada cualquier tipo de venganza.

Sobre sus verdaderos motivos, Trevor Christie, el autor de «Etched in arsenic» (1969), escribió: «Es probable que ni ella misma supiera la respuesta… ¿Quién puede explicar cuáles fueron los motivos salvajes e irracionales que guiaron la mano asesina hasta cometer el crimen en el terrible momento de la decisión fatal?»

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Ecos de muerte

En 1884, el año que los Maybrick se mudaron a Battlecrease House, dos mujeres casadas de Liverpool, una tal señora Flanagan y otra llamada Higgins, fueron condenadas por el asesinato del hijo de la primera y el marido e hijastra de la segunda. Para cometer los crímenes se valieron de arsénico que obtuvieron destilando las hijas mata-moscas. Los juicios causaron gran sensación y ambas mujeres fueron ahorcadas aquel mismo año.

El día en que Florence Maybrick dejó en remojo las hojas mata-moscas en su cuarto, dos de las criadas estaban gastando bromas en relación con los casos Flanagan y Higgins y lo que habían visto en el cuarto de su señora. Al oír los comentarios, la niñera Yapp se acercó para echar un vistazo. Tras el arresto de la señora Maybrick, los vendedores de periódicos gritaban por todo Londres: «¡Otra vez el papel mata-moscas!» Uno de los titulares decía: «La teoría de las hojas mata-moscas: reminiscencias».

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DEBATE ABIERTO – La ciencia de la muerte

El arsénico es el rey de los venenos, pero resulta muy fácil de detectar. Muchos asesinos han aprendido esta lección a costa de sus vidas.

El arsénico es un elemento químico que la ciencia clasifica entre los semimetales. Junto con el antimonio y el bismuto, forma el trío que separa el grupo de los metales de los no-metales. El óxido blanco del arsénico se comercializó muy pronto, convirtiéndose en el arma preferida de los envenenadores.

Hasta los años cuarenta los médicos utilizaban el arsénico en preparados para calmar los dolores de estómago y en afrodisíacos. El arsénico era un componente habitual de las pinturas y cosméticos, -la reina Isabel I lo empleaba para blanquearse el rostro-, y aún se sigue usando para tintes, en la fabricación del papel y en la taxidermia. Muchos envenenadores famosos lo obtenían de los productos contra las ratas o las plagas caseras de insectos y también de las hojas mata-moscas.

Sin embargo, como medio para matar, el arsénico presenta desventajas. En el siglo XIX ya existían los análisis de Marsh, Reinsch y Gutzeit, mediante los cuales se podían detectar cantidades infinitesimales de arsénico en los tejidos humanos. El moderno procedimiento de cromatografía líquida a alta presión puede detectar el rastro de este veneno hasta en la milmillonésima parte de un gramo.

Administrarlo a las víctimas también presenta ciertos problemas. El óxido de arsénico es prácticamente insoluble en agua fría. Por onza de agua sólo conseguiría disolverse de medio gránulo a un gránulo. Hasta 55 gránulos por onza pueden disolverse en líquidos hirviendo, pero cuando se enfrían 43 gránulos se solidifican de nuevo, y el resto queda en el fondo de la copa formando una delgada película blanca.

El doctor John Glaister, un pionero en toxicología y patología forense, demostró que era imposible detectar 100 gránulos mezclados en una copa con dos cucharillas de cacao, leche y agua hirviendo. El arsénico no era perceptible por el sabor, el olor o la vista, pero al enfriarse el preparado, el arsénico sedimentaba y la leche se cortaba. Harold Greenwood, un abogado galés de cuarenta y cinco años nacido en Llanelly, administró a su víctima unas dosis cuidadosamente medidas, mezcladas con vino tinto de sabor ácido y fue considerado inocente de matar a su esposa, Mabel, en abril de 1920. Estas pequeñas dosis también podían ser administradas en trozos de tarta, como se demostró durante el extraordinario caso del mayor Herbert Armstrong, otro abogado galés. En abril de 1922 se le consideró culpable de haber envenenado a su esposa, Katherine -una mujer quejica, regañona y mentalmente trastornada-, en su casa de Hay on Wye. Los suicidas también han empleado el arsénico mediante duchas vaginales o lavativas.

A pesar de su fama, el arsénico no es mortífero en todos los casos. La dosis mínima mortal conocida es de dos gránulos, pero el doctor Glaister también cita el caso de una mujer que ingirió 230 para suicidarse. Al cabo de tres días, empezó a recuperarse.

El mayor inconveniente del arsénico es que sus huellas perduran largo tiempo en el cuerpo. Es fácil de localizar en los huesos, en el pelo y en las uñas de los dedos. Una vez que ha llegado hasta estas partes no es fácil eliminarlo, ni siquiera con agentes abrasivos muy potentes. Estos tejidos cuentan su propia historia al patólogo forense. El pelo y las uñas crecen de forma regular y de la misma manera se deposita en ellos el arsénico. Los análisis de un solo cabello delatan cuándo empezó y terminó el período de envenenamiento.

La mayoría de los cuerpos humanos, estén vivos o muertos, contienen una cierta cantidad de arsénico, ya que es un componente natural de nuestro cuerpo. Puede ser ingerido en pequeñísimas cantidades al utilizar ciertos jabones y detergentes, por exponerse uno al olor o al tacto de productos para matar las plagas caseras, o, en el caso de las personas que trabajan en el campo o en obras, a través del contacto la tierra, ya que ésta contiene arsénico en cantidades variables. Cuando se exhuma un cadáver que murió por envenenamiento de arsénico, el forense no sólo toma muestras del cuerpo, sino también de la tierra de la tumba y de los materiales del ataúd. Los resultados de los análisis se comparan con los del cadáver para detectar si el arsénico pudo ser absorbido después del entierro.

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Libertad escocesa

El caso más famoso de envenenamiento por arsénico en Gran Bretaña fue el de Madelaine Smith, la hija de veintiún años de edad de un respetable arquitecto de Glasgow. Fue juzgada en 1857 por asesinar a su novio, un joven francés nacido en Jersey y llamado Emile L’Angelier. El caso provocó un gran alboroto, pero no sólo por la acusación, sino también por el ardor con que los dos jóvenes enamorados se habían dirigido el uno al otro en sus cartas de amor en plena era victoriana. El caso contra la señorita Smith -quien al parecer deseaba poner fin a la relación y contraer matrimonio- parecía perdido. Pero su abogado, John Inglis, consiguió convencer al jurado de que no existía una sola prueba que la implicase directamente en la muerte. El veredicto fue de «no probado». En Inglaterra, posiblemente se la hubiera considerado culpable. En Escocia es muy probable que Florence Maybrick hubiera sido puesta en libertad por falta de pruebas.

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Conclusiones

La ejecución de Florence Maybrick se fijó para el día 26 de agosto de 1889. Aun no existía el Tribunal de Apelación, pero se lanzó una campaña pública masiva pidiendo el indulto para la condenada. Una enorme cantidad de cartas y de peticiones se recibieron en el Ministerio del Interior y en el palacio de la familia real. Muchos consumidores habituales de arsénico manifestaron que James Maybrick no había muerto de una sobredosis, sino a causa de una reducción de las dosis de arsénico a las que estaba acostumbrado.

El Ministerio del Interior repasó todas las pruebas científicas, y concluyó que había razones suficientes para estimar que Florence Maybrick intentó asesinar a su esposo. No obstante, también se dijo que cabía una pequeña duda acerca de la causa exacta de su muerte.

El 22 de agosto de 1889 la sentencia de muerte fue conmutada por la de prisión incondicional de por vida. La reina Victoria firmó la declaración de indulto a regañadientes.

El 1 de septiembre de 1889, Alfred Brierley desembarcaba en Estados Unidos con la intención de iniciar allí una nueva vida.

En la primavera de 1890, el juez Stephens sufrió un ataque al corazón. En 1893 fue internado en un asilo para deficientes mentales. Murió un año más tarde.

El Departamento de Estado americano puso en marcha una larga campaña propagandística para forzar la liberación de Florence Maybrick. Su caso fue seguido muy de cerca en Estados Unidos. El Gobierno de Gran Bretaña desatendió las peticiones personales formuladas por el presidente Cleveland y el presidente McKinley.

Sir Charles Russell, el abogado defensor de la señora Maybrick, siguió luchando por su liberación, incluso después de ser nombrado ministro de Justicia en 1895. Murió en el año 1900. En 1901 el Ministerio del Interior empezó a considerar la posibilidad de poner en libertad a Florence Maybrick.

En 1904, tras quince años de reclusión, «Florrie» obtuvo la libertad condicional bajo palabra, saliendo de la prisión de Aylesbury. Volvió a Estados Unidos, y durante un tiempo dio conferencias sobre la necesidad de una reforma penitenciaria. No había visto a sus hijos desde su arresto. Cuando le comunicaron la muerte de su hijo, respondió: «Ha estado muerto para mi durante veinte años».

Florence Maybrick, conocida en sus últimos años como «Old Mrs. Chandler», falleció el 23 de octubre de 1941 en South Kent, Connecticut, a la edad de setenta nueve años.

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Fechas clave

  • 03/80 – James Maybrick y Florence Chandler se conocen a bordo del transatlántico Baltic.
  • 27/07/80 – Florence y James contraen matrimonio en Londres.
  • 03/84 – La familia se instala en Battlecrease House.
  • 12/84 – Florence Maybrick conoce a Alfred Brierley.
  • 21/03/89 – Florence y Brierley se citan en un hotel de Londres.
  • 29/03/89 – Florence Maybrick amenaza con abandonar a Maybrick.
  • 13/04/89 – Florence Maybrick compra por primera vez hojas mata-moscas.
  • 27/04/89 – James empieza a mostrar síntomas graves de envenenamiento.
  • 30/04/89 – Florence Maybrick compra por segunda vez hojas mata-moscas.
  • 08/05/89 – La niñera Yapp lee la carta de Florence Maybrick dirigida a Brierley.
  • 11/05/89 – Muere James Maybrick.
  • 06/06/89 – Florence Maybrick es acusada de asesinato.
  • 31/07/89 – Florence Maybrick es juzgada por asesinato en St. George’s Hall, Liverpool.
  • 05/08/89 – La acusada admite haberle administrado a su marido «un polvo blanco».
  • 06/08/89 – El juez inicia el resumen del proceso, que se prolongaría durante dos días.
  • 07/08/89 – El jurado considera a Florence Maybrick culpable de asesinato. La sentencia es de muerte.

Florence Maybrick

Última actualización: 20 de marzo de 2015

Americana de 26 años convicta en 1889 de la muerte de su esposo, de 50, James Maybrick, comerciante en algodón.

Florence Maybrick, de soltera Florence Chandler, nacida en Alabama, contrajo matrimonio en 1881 en los Estados Unidos. La pareja se instaló en Aigburth, cerca de Liverpool, donde tuvieron dos hijos. Vivían confortablemente atendidos por varios sirvientes.

A principios de 1889 se convirtió en la amante de un tal Mr. Brierly, con quien pasó tres noches en un hotel de Londres. No se sabe con certeza si Mr. Maybrick conocía la infidelidad de su esposa, pero al menos lo sospechaba; el día de la famosa carrera hípica del Gran Nacional, encontró a su rival en el hipódromo y tuvo con él una discusión.

La consecuencia fue que aquella misma noche Florence Maybrick apareció con un ojo amoratado. Un mes más tarde, hacia el 27 de abril, Mr. Maybrick comenzó a sentirse mal; siempre había sido un hipocondríaco obsesionado por su salud, pero en aquella ocasión se quejaba con razón. Sufría frecuentes ataques de vómitos, continua diarrea y síntomas de inminente parálisis.

Las medicinas parecían no hacerle el menor efecto, lo cual no era sorprendente, puesto que durante toda su vida había estado tomando toda clase de productos farmacéuticos sin ninguna necesidad.. incluyendo dosis de estricnina y arsénico: «Suelo tomar arsénico… porque creo que me fortalece».

El 11 de mayo de 1889 falleció y casi inmediatamente se sospechó de su esposa. Varios familiares del finado que le habían visitado frecuentemente durante su enfermedad, declararon haber visto a Florence hacer algunas cosas extrañas, por ejemplo cambiar una medicina de un frasco grande a otro más pequeño.

El 8 de mayo una amiga de la familia, Mrs. Briggs, había telegrafiado al hermano de Maybrick: «Ven en seguida. Están sucediendo aquí cosas muy extrañas». Alice Yapp, una de las sirvientas, declaró haber visto el mismo día 8 varios paquetitos de arsénico vacíos, en el dormitorio de su ama; ésta se defendió diciendo que utilizaba dicho veneno para fabricarse algunos cosméticos (ver SMITH, Madeleine).

El 13 de mayo se practicó la autopsia del cadáver; en el estómago se hallaron pequeñas dosis de ácido prúsico, estricnina y morfina (que utilizaba la víctima como «reconstituyentes») y una mayor de arsénico. Al día siguiente la policía arrestó a Florence Maybrick, acusándola de la muerte de su esposo. (« … Oí ruido de pisadas subiendo las escaleras… entraron en mi dormitorio muchos hombres… «Mrs. Maybrick, queda usted arrestada como sospechosa de la muerte de su esposo.» No contesté; todos salieron»).

Sir Charles Russell se encargó de la defensa de Florence Maybrick, cuyo juicio tuvo lugar el 31 de julio bajo la presidencia del juez Mr. Fitzjames Stephen. Alice Yapp declaró haber interceptado, tres días antes de la muerte de su señor, una carta dirigida por Florence a su amante que contenía frases como: «está muy enfermo; morirá pronto», «estoy segura de que no sabe absolutamente nada», «por favor, no te vayas de Inglaterra hasta que pueda verte de nuevo». La defensa afirmó que Mr. Maybrick había muerto de causas naturales.

La acusada fue declarada culpable y condenada a muerte; al oír la sentencia declaró: «A pesar de todo, afirmo que soy inocente del crimen.» La sentencia fue conmutada por la de cadena perpetua. Florence Maybrick quedó en libertad en 1904, escribiendo después un libro titulado Mis quince años perdidos.

 


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