
El asesino de Mitre
- Clasificación: Asesino
- Características: Intereses económicos
- Número de víctimas: 2
- Fecha del crimen: Sep. - Oct. 1978
- Fecha de detención: 17 de octubre de 1978
- Fecha de nacimiento: 1944
- Perfil de la víctima: Francisca Masoni Sans, de 70 años / Rafael Morante Esteve, de 9
- Método del crimen: Golpes con una maceta de albañil
- Lugar: Barcelona, España
- Estado: Fue condenado a dos penas de 30 años de reclusión mayor el 24 de enero de 1981
Índice
Una bellísima persona
Andreu Martín – Andreumartin.wordpress.com
1 de octubre de 2013
Esteban Romero Sánchez era (es) lo que se dice una bellísima persona. De esas que, cuando los vecinos se enteran de que ha cometido un doble asesinato estremecedor, aparecen en la tele diciendo «¡No lo puedo creer! ¡Pero si era una bellísima persona!».
Había sido dependiente de unos grandes almacenes de Barcelona y dejó su trabajo porque se había enamorado de una de sus compañeras y la administración de la empresa no permitía que los empleados se casaran entre ellos. Se fue a otros grandes almacenes, rompió su relación con la causante del traslado y se casó con otra compañera de trabajo. Tuvieron dos hijas preciosas.
Tal vez su peor error fue el de abandonar este otro trabajo poco pagado pero seguro para dedicarse a la venta de pisos bajo la promesa de que se iba a hacer de oro con las comisiones espléndidas que obtendría por cada venta.
No obstante, corría el año 1978, época de transición, hacía poco que había muerto el dictador Franco, se estaba discutiendo en las Cortes la nueva Constitución Española y, con todo el mundo a la expectativa de lo que pudiera pasar, se vendía poco.
Esteban Romero Sánchez veía pasar los meses sin vender ni piso ni aparcamiento y se iba endeudando y endeudando y su angustia aumentaba y aumentaba.
El día 17 de septiembre entró en el vestíbulo del edificio de la avenida del General Mitre donde él tenía instalado su despacho la señora Francisca Massoni Sans. Mientras visitaban el piso muestra, la buena mujer dudaba si comprar un piso o no, o comprar dos o no comprar ninguno, y no cesaba de hablar de la inmensa fortuna que tenía en el banco y de lo buenas que eran sus hijas queridas.
Siguiendo un impulso que jamás se puso explicar, en el aparcamiento en obras, Esteban Romero Sánchez agarró un pesado mazo que los albañiles habían olvidado y golpeó a la señora Francisca Massoni en la cabeza hasta matarla.
Luego, llamó a una de aquellas hijas queridas y pretendió fingir un secuestro.
«Si me pagan dos millones de pesetas, soltaré a su madre.» No le sirvió de nada, porque no le hicieron caso. Exaltado, él llegó a recriminar a la hija lo poco que quería a su madre, «parece mentira, con lo buena que es y lo bien que habla de usted», y terminaron regateando. Él ya se conformaba con quinientas mil pesetas, la hija le ofreció doscientas mil. «Por ahí ya no paso», dijo Esteban Romero Sánchez. Y le colgó el teléfono.
El dia 9 de octubre, volvió a intentarlo con un niño. Esteban Romero Sánchez asesinó a Rafael Morante Estévez, de 9 años, lo enterró en el mismo vertedero donde había enterrado a su primera víctima y pidió rescate a la familia como si lo hubiera secuestrado.
En aquella ocasión, una importante operación policial terminó con la detención del asesino.
Estos hechos tal vez no hubieran tenido ninguna trascendencia histórica de no ser porque en aquellos momentos, durante la redacción de la nueva Constitución, se estaba debatiendo el punto de la abolición de la pena de muerte. Los partidarios de la llamada pena máxima se agarraron a este horrible incidente para defenderla en una campaña sin escrúpulos. Se hizo muy famoso el llamado «Asesino de Mitre» y algunos periódicos publicaron en primera plana imágenes espantosas de los dos cadáveres, se crearon debates en radio y televisión y todo el mundo acabó hablando de Esteban Romero Sánchez, «Dios mío, si siempre me había parecido una buena persona».
Salvó su vida por los pelos. Eliminada de la Constitución la pena de muerte, en el juicio le cayeron dos penas de treinta años, de los cuales cumplió 20. Salió en libertad en 1998 y ahora posee un modesto negocio en algún lugar ignoto de España.
Un niño de nueve años, secuestrado y muerto en Barcelona
El País
19 de octubre de 1978
El niño Rafael Morante Esteve, de nueve años de edad, fue secuestrado y posteriormente asesinado, según informaron ayer a Alfons Quintá fuentes oficiales en Barcelona. El secuestro se produjo el pasado lunes, a la salida del colegio, a media tarde. El cadáver fue hallado anteayer, cerca de Sabadell. Anteriormente, el secuestrador había sido detenido por la policía, en el momento que cobraba el rescate. El presunto autor del crimen no estaba fichado por la policía y, según las informaciones habidas hasta anoche -en que continuaba siendo interrogado-, obró en solitario, con motivaciones propias de la criminalidad común.
El niño asesinado es hijo del subdirector del Banco de Santander en Barcelona. Pertenece a una familia acomodada, pero no asimilable a la alta burguesía o las altas finanzas. El presunto asesino es Esteban Romero Sánchez, de 34 años de edad, nacido en Cádiz, casado y separado de su esposa. Actualmente trabajaba en una oficina próxima al colegio del niño. Fue probablemente el hecho que el niño pudiese reconocer al secuestrador el que motivó la transformación del secuestro en un asesinato. Según fuentes oficiales, la muerte fue originada a golpes, producidos por algún objeto punzante, como una herramienta o un pico. El cadáver presentaba un aspecto particularmente dramático.
Todo parece indicar que la muerte tuvo efecto poco después del secuestro, en el interior mismo del coche con el que se cometió aquél, ya que aparecía manchado de sangre. A continuación -en la noche del lunes al martes- el asesino abandonó el cadáver en el descampado donde iba a ser hallado.
Fue al día siguiente al secuestro cuando Esteban Romero Sánchez intentó cobrar el rescate. Los padres del niño, al conocer el rapto, se pusieron en contacto de inmediato con la policía gubernativa, la cual les aconsejó que aparentaran entregar el dinero exigido: dos millones de pesetas. Pero, al mismo tiempo, se ponía en marcha un dispositivo destinado a seguir al delincuente.
Lucha cuerpo a cuerpo con el secuestrador
El lugar de pago del rescate era un parking de la calle Caspe. La entrega de los dos millones, en billetes de banco, fue efectuada por un familiar. Inmediatamente se puso en marcha el dispositivo policial, pero el secuestrador advirtió la existencia del mismo e intentó escapar. Se produjo una persecución entre el delincuente y el funcionario del Cuerpo General de Policía que le seguía más de cerca, mientras que los demás policías perdían la pista.
Cuando el policía alcanzó al delincuente -en el vestíbulo de unos grandes almacenes de la céntrica plaza de Cataluña- se produjo una intensa lucha. Fueron rotos cristales, muebles, vestidos. Ambos resultaron heridos, pero el policía pudo retener al delincuente. Poco después, hacían acto de presencia dos jeeps y una ambulancia.
Paralelamente, era hallado el cadáver del niño, en los alrededores del polideportivo del poligono de Ciudad Badía, cerca de Sabadell. En un primer momento se pensó en un accidente automovilístico, pero luego pudo averiguarse su identidad.
Anoche el presunto asesino estaba siendo interrogado en la Jefatura Superior de Policía de Barcelona. En medios policiales se guardaba total hermetismo sobre los hechos, pero fuentes oficiales insinuaron que el detenido podría estar implicado en otros delitos, pese a que no estaba fichado. En todo caso, una nota oficial, a emitir en el día de hoy, precisará los hechos y su alcance.
Finalmente, los padres del niño asesinado -José Morante y Rosa María Esteve- emitieron ayer el siguiente comunicado: «En la tarde del lunes dieciséis de octubre, a la salida del colegio fue raptado, y posteriormente asesinado, el niño de nueve años Rafael Morante Esteve. El único fin de este comunicado es alertar a la opinión pública y sobre todo a los padres de familia para que tomen las máximas medidas para evitar que se repita tan doloroso suceso. Expresamos nuestro más ferviente agradecimiento al Cuerpo General de Policía de esta ciudad que tan humana y profesionalmente ha llevado este caso. Firmado, familia Morante Esteve.»
Se encuentra el cadáver de una anciana enterrado en Ciudad Badía
Por otra parte, varios agentes de la Brigada de Investigación Criminal barcelonesa, acompañados por representantes del juzgado de guardia de Sabadell, localizaron ayer tarde el cadáver de una anciana que había sido enterrado en las proximidades del pabellón polideportivo de Ciudad Badía, informa Europa Press. Se da la circunstancia de que el lugar donde se hallaba la anciana se encuentra a quince metros de distancia del sitio donde fue hallado el cadáver del niño Rafael Morante Esteve. Se trata de un descampado utilizado por los vecinos para el depósito de basuras.
Aunque no ha podido ser identificado todavía el cadáver de la anciana -que tenía unos setenta años de edad-, parece ser que ambas muertes están relacionadas, dado que la iniciativa de búsqueda de su cadáver partió de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona una vez iniciadas las declaraciones del presunto autor del crimen del niño.
Los agentes se trasladaron a las 8.15 de ayer tarde al juzgado de guardia sábadellense para iniciar la búsqueda, con la oportuna colaboración judicial. Asimismo, se desplazaron a Ciudad Badía un coche de bomberos, una ambulancia de la Cruz Roja y una unidad de la Policía Municipal de Sabadeli.
El cadáver de la anciana se encontraba en avanzado estado de putrefacción.
Esteban Romero se confiesa autor de la muerte del niño de Barcelona y de una anciana
El País
20 de octubre de 1978
La policía de Barcelona difundió anoche una extensa nota oficial en relación con la detención de Esteban Romero Sánchez, supuesto autor del secuestro y posterior asesinato del niño de nueve años Rafael Morante Esteve y de una anciana de setenta años de edad, Francisca Massoni Sans, cuyos cadáveres han sido hallados en un descampado de Ciudad Badía, en Sabadell. La nota policial da cuenta de la denuncia presentada el día 16 de este mes por don José Morante en la Jefatura Superior de Policía de Barcelona por el secuestro de su hijo Rafael, hecho del que tuvo noticia por una llamada del secuestrador que le conminaba a entregar dos millones de pesetas.
Más adelante se relata la actuación policial que condujo a la detención de Esteban Romero momentos después de proceder a la retirada del rescate, hecho del que informó ampliamente El País en su edición de ayer, jueves.
La novedad informativa reside en los párrafos de la nota que a continuación se reproducen:
«Al día siguiente de su ingreso en el hospital clínico, Esteban Romero fue dado de alta. Una vez en los locales de la brigada de policía judicial, debidamente interrogado, se confesó autor del hecho, dando él mismo la siguiente versión: desde hacía unos quince días conocía a la víctima por pasar habitualmente por la puerta de la oficina en que trabajaba, sita en General Mitre, número 185 a la salida del juicio para dirigirse a su domicilio. Tras mantener con el niño numerosas conversaciones acerca de su familia, posición económica y otras circunstancias y debido a que tenía contraídas deudas que ascendían a unas 750.000 pesetas, gestó el secuestro e inmediata muerte del menor, que enterraría seguidamente para exigir a cambio de su devolución dos millones de pesetas a los familiares del mismo.
Intentó el hecho en dos ocasiones, pero no lo llevó a cabo por incomparecencia esos días del menor, hasta que concretamente el día 16, a las 18 horas, con la premeditación ya descrita, esperó en la puerta de la oficina a que llegase el niño. Habló con él breves momentos y, por no encontrar oportuna esta ocasión, por haber otros menores amigos de aquél en las proximidades, decidió entonces tomar su vehículo y esperarlo en la confluencia de la calle Elisa con General Mitre.
Tras unos minutos de espera, cuando pasaba por la acera el menor lo llamó, le abrió la puerta del coche y dijo que subiese un momento para dar una vuelta a la manzana. El niño subió instintivamente y como una vez en el interior del vehículo protestara, diciendo que quería irse a su casa, con un martillo que previamente había preparado le golpeó en el parital [parietal] derecho, dejándole inconsciente y tumbado sobre los asientos posteriores.
Golpeó al niño con un martillo
Con la celeridad propia del nerviosismo del momento arrancó el vehículo, dirigiéndose nuevamente al garaje de su oficina y entró en el mismo. Al recobrar el conocimiento el niño y pedir socorro, con el mismo martillo le golpeó unas diez veces, aproximadamente, en la cabeza para darle muerte. Introducido en el maletero,y con el fin de que la sangre que manaba abundantemente de la cabeza no delatara la presencia de la víctima en el recorrido que iba a efectuar, al salirse por las juntas de la carrocería, cubrió el cadáver con la arena de la obra, colocando sobre el niño la esterilla de los asientos traseros del vehículo, con la que se ocultaba totalmente. Tras limpiarse él las manos y las partes exteriores del automóvil que habían resultado manchadas de sangre, se dirigió al valle Hebrón, carretera de Sardanyola, cuyo paraje conocía, con el fin de enterrar a la víctima.
Al llegar a dicho lugar, ante el temor de ser visto por varios vehículos aparcados en las proximidades, optó por trasladarse a Ciudad Badía, de Sabadell, a otro descampado existente frente al polideportivo de aquella ciudad y cuya zona conocía por ser socio del expresado club. Una vez en el lugar procedió a cubrir el cadáver con una esterilla de su propiedad, asientos de vehículo, bolsas y otros efectos que encontró en los alrededores y sobre todo ello con la pala que llevaba lo enterró, cubriéndolo totalmente con arena.
Seguidamente regresó a Barcelona, y desde una cabina telefónica de la calle de Fabra y Puig llamó a los padres del niño, a quienes comunicó el secuestro de su hijo y que si querían recobrarlo preparasen dos millones de pesetas y que ya recibirían instrucciones.
Localización de los dos cadáveres
A las diecisiete horas del día siguiente al del secuestro, la Guardia Civil de Ciudad Badía daba cuenta a dicha brigada de haber sido descubierto el cadáver de un niño, y trasladados al lugar inspectores y familiares, el fallecido resultó ser el menor de referencia. Comoquiera que los inspectores que llevaban a término estas investigaciones habían practicado otras gestiones tendentes a localizar a doña Francisca Massoni Sans, de setenta años de edad, cuyo secuestro había sido denunciado por su hija el pasado día 18 de septiembre, utilizando el presunto secuestrador idénticos procedimientos, se tuvo la convicción de que era autor de este hecho delictivo. Por este motivo se le interrogó al respecto, y aunque al principio negó su participación en el mismo, ante las evidencias que le fueron mostradas, tales como un zapato de la víctima, lugar donde los había dejado y otros extremos, terminó confensando la autoría del hecho e indicando el lugar donde había enterrado el cadáver, que resultó ser el mismo donde apareció el niño.
Trasladados los inspectores a la zona, acompañados del juzgado de Sabadell y con la colaboración de los bomberos y policías municipales de la localidad, procedieron a cavar en el lugar indicado por el detenido y descubrieron los restos de la víctima.
Esteban Romero Sánchez – El asesino de Mitre
P. Martínez Soler – 12 grandes crímenes de la historia judicial española
Hubo quien dijo que el asesino de la Ronda del General Mitre actuó presionado por la crisis económica que ya se había apoderado del país, acuciado por las deudas y porque le agobiaban los pagos de las compras efectuadas por las tarjetas de crédito.
La mayoría de la gente aseguró que el asesino era un psicópata. Pero uno de los médicos que intervendrían en el Juicio sentaría una frase lapidario en los anales de la jurisprudencia, al declarar:
«El psicópata no se hace, nace.»
Nos estamos refiriendo al hombre del que habló toda la Prensa nacional y buena parte de la extranjera a partir del 17 de octubre de 1978, cuando se le detuvo por el asesinato de un niño de 9 años, Rafael Morante Esteve, hijo de un subdirector del Banco de Santander, que vivía en la calle Elías, número 7, cerca de la inmobiliaria «Casa Propia», de la Ronda del General Mitre, 185-187, donde el asesino prestaba sus servicios como vendedor de pisos.
Aquel nefasto, controvertido, despiadado, sanguinario, criminal, abyecto, etc., etc. era Esteban Romero Sánchez, natural de Cádiz, de 34 años de edad, casado con Francisca Martín -ella embarazada en el momento de la boda-, padre de dos hijas y con deudas de casi 800.000 pesetas, que vivía en la Ciudad Meridiana, calle Rasos de Peguera, 7 y 9, 16.0, 4.ª.
Se le podría describir como un individuo de estatura media, semblante ovalado, barbilla fina, ojos pequeños y cabello corto.
Durante el juicio, el asesino de Mitre explicaría que tuvo complejos cuando murió su madre. «Mi padre me trataba peor que a mis hermanos. A todos los fue a ver cuando estaban en la «mili» y a mí no me visitó nunca en el campamento.»
En otra parte de su declaración, expuso: «A los catorce años tuve mi primer trabajo. Era de ascensorista. Sólo estuve dos días y después me coloqué en una oficina como aspirante administrativo. Después de seis o siete empleos como vendedor, me fui a Alemania a trabajar, pero aquello no me iba y a los dos meses regresé a Cádiz. Me puse a vender cursos de idiomas y estudiaba para entrar como técnico en «Dragados»…
»Luego vine a Barcelona, a trabajar en “El Corte Inglés“. Pero tuve que marcharme porque me había enamorado de una compañera y como en aquella empresa no admiten matrimonios, uno de los dos tenia que marcharse si pensábamos casarnos. Además, hice un curso de «marketing» para ascender a jefe de sección y seguía como dependiente.
»Después estuve en “Jorba» y como quería ganar más pasé a vender pisos.»
Éste es Esteban Romero Sánchez, descrito a grandes rasgos por él mismo, antes de convertirse en asesino. Y si hemos de juzgar por su «curriculum vitae» en nada se aparta de santísimos empleados de la Ciudad Condal que ponen su fe y esperanza en el trabajo y pugnan por sobresalir, aguantar o al menos ir resistiendo con el sueldo que perciben.
Existen infinidad de tensiones, momentos de crispación, nerviosismo hasta de enajenación. Los seres más cuerdos y consecuentes, dejándose dominar por una obsesión, acaban perdiendo el dominio de sí mismos y, si se presenta la oportunidad, son capaces de cualquier desatino, como le habría de ocurrir a nuestro personaje un aciago día 17 de septiembre de 1978, domingo, cuando se encontraba en el despacho de la inmobiliaria donde trabajaba y se presentó la señora Francisca Masoni Sans, de 70 años, llamativamente vestida, teñido el cabello de rubio platino, y alardeando de una posición social inmejorable, con dos hijas, una que estaba en Nueva York y otra que vivía allí cerca, muy bien situadas ambas, etc.
Y Esteban Romero, mientras escuchaba a la dama, no dejaba de pensar y considerar su propia situación doméstica, con deudas que no sabía cómo pagar, casi destruido su matrimonio, donde la relación sexual se había roto -por aquello de que cuando no hay dinero huye la felicidad-, sintiéndose empequeñecido, insignificante, inútil y hasta despreciable.
Doña Francisca Masoni Sans quería saber cómo eran los pisos que vendía «Casa Propia», y Esteban Romero Sánchez se encontraba allí para enseñárselos. Deseaba, necesitaba, le urgía vender alguno de los pisos, porque le apremiaba el dinero de la comisión para paliar, si cabía, una parte de sus graves problemas.
Ignoramos si doña Francisca Masoni Sans mostró desagrado o indiferencia por las viviendas o si Esteban Romero, desesperado, había concebido ya la idea de obtener algo más que una pequeña comisión. El caso fue que, cuándo mostraba a la señora el lugar en donde se encontraban los contadores, el destino puso al alcance de la mano de Esteban una maceta de albañil y la obcecación hizo el resto.
Cuando la mujer no se lo esperaba, dejó caer sobre su cabeza la herramienta de acero y le hundió el cráneo de un martillazo. Parece ser, según los forenses, que la mujer no murió del primer golpe, ni del segundo, sino que murió por asfixia, cuando Esteban Romero le enterró la cabeza en un montón de arena, para impedir la expansión del tejido cerebral liberado y la sangre derramada.
«Consummátum est.» (Todo está consumado.) – Esteban Romero Sánchez acababa de dar el paso que transforma a un hombre corriente en un asesino. Sus manos se acababan de teñir sangre, y eso no se lava con agua y jabón. Tenía un cadáver que era urgente hacer desaparecer y no podía correr riesgos.
Por esto echó arena en el portaequipajes de su «Seat 127» color rojo, y depositó allí a su víctima. Luego, se fue a su casa, dejando el coche en la calle, oculto el cadáver. Se iría al fútbol con un amigo, a ver al Barça, y por la noche, a su regreso, diría a su mujer que no le iba bien el coche, porque debió dejarse las luces encendidas y estaba casi sin batería, por lo que iba a salir a ver si arreglaba el desperfecto.
Lo que hizo fue dirigirse hacia Sabadell, concretamente a Ciudad Badía, en donde existe un polideportivo, con el nombre de «La Gradera», en donde enterró a su víctima.
Al día siguiente, con los datos que había obtenido de doña Francisca, telefoneó a la hija de ésta, diciéndole que pertenecía a «La banda de Cornellá» y que habían secuestrado a su madre, por lo que si querían volverla a ver era necesario que pagasen 2.000.000 de pesetas.
La señora Georgina, hija de Francisca Masoni, diría posteriormente: «Por teléfono me decía que mi madre estaba bien atendida. Su voz no parecía alterada y hablaba con corrección. Y al final regateó hasta cuatrocientas o quinientas mil pesetas.»
Pero el asesino no dio ninguna prueba de que la supuesta secuestrada estuviese viva. Y ni las llamadas, ni las dos cartas que envió Esteban Romero y que se recibieron los días 27 y 28 de septiembre, dieron el menor resultado.
La Policía, por supuesto, había sido advertida y estaba esperando un descuido del secuestrador, aunque éste, viendo que transcurría el tiempo y no lograba obtener el rescate empezó a pensar que su plan había fracasado, por lo que el día 3 de octubre, Esteban Romero desistió de realizar nuevas gestiones, convencido de no obtener cantidad alguna de la familia indicada.
«… al ver a aquel niño que pasaba cada tarde frente a las oficinas me volvía a asaltar aquella idea… Hablé varias veces con él: de fútbol, del colegio, de mis hijas. A mí siempre me ha gustado tratar con niños, ponerme a su altura.
»Una tarde, como me asaltaba tanto aquella idea, le dije que se marchara para ver si aquello se me iba de la cabeza.
»El 16 de octubre, al verle, me puse a dar vueltas a la manzana para que no nos encontráramos. Sin embargo, al regresar, todavía estaba en la calle. Le hablé y…»
Éstas habrían de ser las declaraciones de Esteban Romero con respecto a la realización de su segundo crimen, el asesinato de un niño de 9 años llamado Rafael Morante Esteve, una muerte verdaderamente horrible, despiadada y sin sentido.
El asesino de Mitre podrá decir a los periódicos lo que se le ocurra, porque siempre habrá gente capaz de pagarle por obtener información tendenciosa de «primera mano». Pero los hechos hablan por sí solos. Esteban Romero concibió la idea y la ejecutó. Previamente se había enterado de dónde vivía el niño, quién era su padre y dónde trabajaba. No pensaba cometer los mismos errores que había cometido con Francisca Masoni y por esta causa eligió el día 16, alrededor de las seis y media de la tarde, para cuando Rafael Morante volvía de su colegio, sito en la calle Caspe, salirle al paso y hacerle subir al coche, cuando estaba a punto de entrar en su casa de la calle Ellas, número 7.
El pequeño accedió y entró en el vehículo por la portezuela derecha, para lo cual bajó el asiento delantero a fin de facilitar al pequeño el acceso al asiento trasero, cuya situación, como Rafael Morante estaba de espaldas y con la cabeza inclinada, le golpeó con la maceta que llevaba dispuesta en la región occipital derecha. La terrible violencia del golpe privó del sentido al pequeño, que cayó sobre el asiento posterior.
Fue entonces cuando Esteban Romero regresó al aparcamiento del inmueble donde trabajaba, que se encontraba a unos treinta metros de distancia y cuya puerta abrió utilizando una célula fotoeléctrica que llevaba en el coche. Y una vez dentro del edificio sacó el cuerpo del niño, colocándolo en el maletero donde, al comprobar que aún vivía, debido a los gemidos que emitía le volvió a golpear varias veces, con saña despiadada, fracturándole el cráneo y provocando la salida de la masa encefálica. A continuación se dirigió hacia el montón de arena, la misma que había utilizado cuando dio muerte a doña Francisca Masoni, y con paladas de arena cubrió la cabeza de Rafael, para que empapara la sangre. Luego lo envolvió todo con un plástico que había dispuesto al efecto y cerró el maletero.
Hecho esto, Esteban Romero descansó unos momentos en el asiento de su coche y luego lavó las manchas de sangre del asiento y de la carrocería, así como cuidó que no quedasen señales en el lugar. Hecho esto, tomó el vehículo y salió del inmueble de General Mitre aproximadamente a las ocho menos cuarto. Se dirigió una vez más hacia Ciudad Badía, adonde llegó cuando ya había anochecido. Comprobó que no había nadie por aquellos contornos y eligió un lugar a unos catorce metros, aproximadamente, de donde había enterrado días atrás a doña Francisca Masonis.
Extrajo, pues, el cuerpo sin vida del pequeño Rafael Morante y lo depositó en una especie de bache de escasa profundidad, tapándolo con arena, grava, esterilla y desechos de basura que había desperdigada por aquel con torno, dejando el cuerpo pésimamente enterrado.
Una vez hecho esto, Esteban Romero se marchó rápidamente y se dirigió a una cabina telefónica de la Avenida Meridiana, desde donde efectuó una llamada a casa de Rafael Morante. Se puso al teléfono doña María Rosa Esteve, madre del pequeño, la cual se encontraba angustiada por la desaparición de su hijo, ya que todas las gestiones realizadas para encontrarlo no habían dado resultado. Se había llamado al colegio de la calle Caspe, donde les dijeron que salió a su hora, como todos los días. Después se llamó a hospitales, casas de socorro, Policía, etcétera, sin lograr averiguar nada. Y cuando ya empezaban en aquella casa a pensar lo peor la llamada de Esteban Romero fue como el clavo ardiendo al que se agarra la desesperación.
El asesino, haciendo gala de la mayor frialdad, dijo: -Señora, hemos secuestrado a su hijo. El pequeño está bien y no le ocurrirá nada, a menos que no hagan ustedes lo que les digamos. Han de reunir dos millones de pesetas para ser entregadas a uno de nuestros compañeros. Mañana, sobre las diez de la mañana, le volveremos a llamar para darle instrucciones de cómo han de efectuar la entrega del dinero. Y, por favor, no llamen a la Policía o la vida del pequeño puede correr peligro.
Dicho esto, el asesino colgó el teléfono y regresó a su casa como si nada hubiera sucedido.
Sin embargo, José Morante, padre del pequeño Rafael, avisó a la Policía, la cual intervino inmediatamente el teléfono y tomó las precauciones necesarias. Horas antes de recibir la llamada del «secuestrador», José Morante, subdirector del Banco de Santander, había denunciado a la Policía la desaparición de su hijo Rafael. Ahora, y a pesar de lo que le dijo su mujer, que si la vida del pequeño estaba en peligro, él no hizo más que cumplir con su deber y avisó de la llamada telefónica.
La Policía aconsejó a José Morante que, si podía, reuniera la cantidad de dinero que le habían pedido. Y el atribulado padre no tuvo más remedio que acudir al Banco donde prestaba sus servicios, exponer el caso y obtener el dinero. Luego debía esperar, junto con su hermano Juan, abogado de profesión, quien se haría cargo de la entrega del dinero, porque José no estaba en condiciones de hacer nada, dado su extremado nerviosismo.
Sobre las diez de la mañana, en efecto, Esteban Romero Sánchez, el asesino de Mitre, volvió a llamar al domicilio de don José Morante. Pero se puso don José, tío carnal del menor asesinado, el cual quiso saber si su sobrino seguía con vida.
-¡Tiene usted mi palabra de ello, señor! ¡Está hablando con un caballero!
Esta cínica expresión no podía inducir a que don José creyera lo que decía aquel desalmado o que la Policía, que estaba escuchando la conversación a través del teléfono intervenido, cambiase sus planes. En principio, se tenía que hacer lo que indicó Esteban Romero, y fue que, don José debía dirigirse con su propio coche al parking de la Plaza de Cataluña, donde dejaría el vehículo y caminaría con el maletín que contenía el dinero hasta la cafetería «Navarra», donde recibiría una nueva llamada telefónica.
Don José se puso en camino y lo mismo hizo la Policía, con todo el sigilo que requería el caso, ya que Esteban Romero, por supuesto, vigilaba de cerca los movimientos de la casa de la calle Elías, 7, de donde vio salir el coche de don José con el maletín que contenía el dinero.
Lo sorprendente de todo esto es que Esteban Romero Sánchez quería aquel dinero para pagar deudas y una cantidad que se había apoderado de la empresa en que había trabajado antes y que ascendía a unas cuatrocientas mil pesetas. Para pagar una deuda, aquel individuo se había echado en la conciencia dos asesinatos. ¿No nos recuerda esto que, a veces, es peor el remedio que la enfermedad?
Pero aquel hombre alucinado por la muerte ya no podía echarse atrás. Cuando se sobrepasa el límite de seguridad uno ha de enfrentarse a lo que ocurra. Y ocurrió que, una cosa es planear crímenes en la oficina vacía de una inmobiliaria, acuciado por deudas o espectros y otra muy distinta haber de enfrentarse a la Policía.
Esto fue lo que sucedió. En la cafetería «Navarra», el abogado que llevaba el maletín con el dinero recibió instrucciones para dirigirse con su automóvil al parking «Saba», de Vía Layetana-Caspe, y dejar el maletín en el interior del vehículo, el cual dejaría aparcado en la tercera planta.
Don Juan siguió estas instrucciones con toda exactitud y se marchó, suponiendo, como así ocurrió, que la Policía se encargaría del resto.
Pero sólo un agente había podido seguir al abogado desde el aparcamiento de la Plaza de Cataluña hasta el otro parking de Vía Layetana-Caspe, aunque bien es verdad que aquel agente, dándose cuenta de lo que se estaba jugando allí, como era la vida de un niño, supo estar a la altura de las circunstancias.
El agente encargado de vigilar los pasos del abogado no pudo ponerse en contacto con sus otros compañeros, dada la precipitación de los hechos, y aguantó a solas en el parking donde había quedado el coche del abogado, con el maletín y los dos millones de pesetas.
Se trataba de un agente del Cuerpo General de Policía del Grupo Especial de la Brigada Regional de la Policía Judicial (antes Brigada de Investigación Criminal), llamado también José. Las órdenes que tenía el agente eran seguir a quien recogiera el dinero y de este modo llegar, si era posible, hasta donde se encontraba el niño secuestrado.
En aquellos instantes nadie sospechaba que el pequeño Rafael Morante Esteve estuviera ya muerto. Pero aquella misma tarde se descubriría su cadáver, gracias a un perro vagabundo que andaba entre las basuras del lugar donde fue ocultado el cadáver.
Esteban Romero, alrededor del mediodía, se acercó al vehículo del abogado don José, abrió con disimulo la portezuela, dejada deliberadamente abierta por orden telefónica suya, y tomó el maletín con los dos millones de pesetas.
Al huir fue seguido por el agente de policía, quien no perdió detalle, y de esta forma salieron al exterior donde Esteban Romero se dio cuenta de que le seguían y echó a correr. El agente, temeroso de perder su contacto, corrió tras él, logrando darle alcance en la Ronda de San Pedro, cerca de la Plaza de Cataluña.
La Prensa publicaría al día siguiente la información diciendo que fueron dos los secuestradores y que uno de ellos había logrado escapar. Pero esto no era cierto. El único secuestrador-asesino, al verse acorralado, luchó desesperadamente contra el policía, entablándose entre ambos una tremenda pelea que acabó dentro de los «Almacenes Rodríguez», haciendo saltar estanterías y mostradores, género, y espantando a la clientela.
De un periódico de la ciudad sacamos la siguiente información del suceso:
«Un agente de la Brigada de investigación Criminal resultó con heridas de consideración después de una espectacular lucha «cuerpo a cuerpo», desarrollada contra un presunto delincuente, a la una de la tarde de ayer, frente a los «Almacenes Rodríguez».
»Durante el enfrentamiento -que se produjo cuando el policía procedió a la detención del individuo-, una parte de los tejidos expuestos en el establecimiento quedaron manchados de sangre. Asimismo, y dada la hora en que se produjo el suceso, presenciaron la pelea un gran número de clientes de los almacenes y vecinos de la Ronda de San Pedro, donde éstos se encuentran ubicados.
»La dirección de «Almacenes Rodríguez» procedió a llamar a comisaría, presentándose poco después varios «jeeps» de la Policía Armada, cuyos ocupantes consiguieron detener al individuo en cuestión.
»Por otra parte, hizo acto de presencia una ambulancia que trasladó al presunto delincuente a un centro hospitalario, dado que resultó asimismo con heridas de diversa consideración. Según han afirmado testigos presenciales, el agente de policía pudo levantarse por sí mismo, siendo introducido en uno de los coches de sus compañeros para recibir asistencia médica. (Las heridas recibidas por el agente necesitaron bastantes puntos de sutura y estuvo sin poder prestar servicio once días.)
»Aunque en la Jefatura Superior de Policía no se ha hecho pública la versión oficial de los hechos, dado que se encuentran en el obligado período de investigación, el suceso podría estar relacionado con el secuestro de un niño de nueve años a cargo de una pandilla de «quinquis». En este sentido, el individuo detenido ayer sería el encargado de recoger el rescate de 2.000.000 de pesetas exigido para devolver al niño a su familia. El encuentro entre el representante de ésta y el presunto delincuente se tendría que haber producido ayer mañana en la Plaza de Cataluña»
Sin embargo, el secuestrador, según informaciones facilitadas a ‘Europa Press’, se habría percatado del dispositivo montado por la Policía -al parecer alertada del suceso- en la plaza citada.»
La noticia que recogemos termina diciendo:
«Como consecuencia de ello, el delincuente se dio a la fuga, consiguiendo salvar el cerco policíaco», cosa que nosotros sabemos perfectamente que no es verdad, ya que Esteban Romero había sido llevado al hospital en ambulancia, como consecuencia de la espectacular pelea entablada en el interior de los «Almacenes Rodríguez».
El Diario de Barcelona del jueves 19 de octubre de 1978 la describió así:
«Se inició entonces una feroz pelea entre el hombre que recogió los dos millones y el inspector, que se introdujeron a mamporrazo limpio en el interior de los ‘Almacenes Rodríguez’.
»El policía pudo utilizar su pistola ante la feroz agresividad del hombre, pero era consciente del riesgo que corría si le daba muerte de perder la pista del pequeño, por lo que optó por utilizar solamente los puños.
»Fue una tremenda pelea entre ambos, pues rodaron por los suelos, derribaron estanterías y se dieron los dos una buena cantidad de golpes contra estas estanterías y paredes, aparte de los susodichos puñetazos. Por suerte, el inspector del Cuerpo General de Policía es hombre joven, bien preparado, que al fin y a la postre dominó al presunto secuestrador, después de quedar ambos heridos. El secuestrador quedó tendido en el suelo y el inspector aún pudo sostenerse hasta la llegada de sus compañeros para detener al hombre y guardar los dos millones de pesetas.»
Ésta fue otra versión de la misma noticia, porque no siempre se ven los mismos hechos de igual manera, dependiendo de la imaginación, la preparación, la observación directa o la información de segunda mano.
Lo trágico sería la noticia que aquel mismo día publicaba El Correo Catalán, cuyo título decía: «Ciudad Badía: Un perro encuentra un niño muerto. Un niño no identificado por el momento, de edad aparente entre ocho y nueve años, fue encontrado muerto por un perro en un descampado de Ciudad Badía (Barberá del Vallés), según informa nuestro corresponsal J. F. López Brañas.
»El trágico hallazgo se produjo ayer a las cinco de la tarde en el descampado conocido como «La Gradera», frente al polideportivo de Ciudad Badía.
»El cadáver del niño presentaba una herida en la cabeza y otra en el costado izquierdo. Aunque se desconocen las circunstancias de su muerte, el jefe de la Policía Municipal manifestó a nuestro corresponsal que podría haber sido atropellado por algún vehículo y posteriormente abandonado en el lugar donde se le encontró. Según informó también un teniente de la Guardia Civil parecía que el niño había muerto en la noche del lunes.»
La noticia terminaba diciendo que ni en Ciudad Badía ni en Barberá del Vallés se tenían noticias de haberse perdido ningún niño, por lo que debía deducirse que el pequeño muerto pertenecía a otra localidad.
Y como todo sucedió en el mismo día, el hallazgo del cadáver y la captura del asesino, no fue necesario realizar muchas pesquisas. Unos padres habían perdido a un hijo y un asesino fue capturado por la Policía.
En la sentencia quedaría perfectamente claro que Esteban Romero, en el momento de la comisión de ambos delitos, estaba perfectamente normal.
«No consta -dice la sentencia- que el procesado, al tiempo de la realización de los hechos, padeciera enfermedad mental de clase alguna que pudiera anular o disminuir sus facultades de conocimiento o voluntad, apreciándosele una inteligencia en una media superior a la media normal.»
No estaba loco, por tanto; sólo agobiado por la situación económica que se le iba agravando por momentos y que un individuo como Esteban Romero debía encontrar solución… ¡de cualquier manera!
Pero, ¿cómo? Para un empleado que perciba un sueldo, ya resulta harto difícil ir tirando. Pero nuestro personaje sólo percibía comisiones si vendía los pisos; mientras, es lógico suponer que recibiría cantidades a cuenta, lo que no deja de ser una trampa en la que cualquier vendedor está cayendo continuamente.
No es de extrañar, pues, que Esteban Romero se diera a toda clase de «soluciones», cada cual más absurda. Pensaría en letras de cambio, en préstamos, hasta en la posibilidad de cometer alguna especie de usurpación, robo o secuestro… ¿Por qué no? Y esto le debió parecer sencillo y hasta realizable. No se necesitaba una organización muy grande. Allí mismo, en la obra, podría encontrar un rincón para tener secuestrada una persona por unos días. No queremos suponer que de primeras tuviera intención nuestro hombre de asesinar a sus víctimas antes de pedir el rescate.
Lo meditaría bien y pronto caería en la cuenta de que si conservaba con vida al secuestrado, podría ser delatado y el camino de la Cárcel Modelo sería más rápido. No. A grandes males, grandes remedios. Hombre muerto no declara. Se le mata, se le entierra y está uno libre de poder actuar sin tanto riesgo.
Naturalmente, la muerte debió imponer un poco al hombre que hacía cábalas y cálculos para burlar una difícil situación económica, y eso era lo que estaba haciendo en las largas horas de la soledad de su despacho en la inmobiliaria: jugar mentalmente a cometer el mal, procurando no ser descubierto.
Aquí no podemos considerar, como han hecho algunos criminólogos, que los problemas sexuales y de impotencia que sufría Esteban Romero fueran el estímulo que le indujo a matar, primero a una mujer de 70 años y luego a un niño de 9. Esos problemas podían, en todo caso, coadyuvar a la infelicidad conyugal, pero creemos que más daño hacía a su matrimonio el no poder aportar el dinero que su mujer necesitaba para seguir adelante.
Se apuntó que Esteban Romero llevaba diez años a su esposa, y ésa podía ser razón de «enfriamiento» conyugal. Pero carece de sentido. Si existía distanciamiento no era, precisamente, de índole sexual. La verdad, dicho por la propia Francisca Martín, era la difícil, angustiosa e insoportable situación económica. Y esto, aparte de que a Esteban Romero le gustaba leer tebeos de «El Capitán Trueno», nos puede conducir a un individuo, no psicópata, pero sí algo entre esquizoide, infantil o meso-normal, lo cual no rebate la tesis del forense.
Alguien escribió que «Esteban había sufrido un cambio en la conducta, aunque no se revelara ante sus próximos, excepto en la esposa». Y pudiera ser que haya existido algún tipo de desviación sexual, tanto hacia la homosexualidad como en sus relaciones con otras mujeres.
Y en tal estado psíquico, una mujer de edad, alardeando de grandeza, se presentó ante Esteban Romero y le habló de «millones». Aquello sí que pudo provocar el choque psíquico que Esteban Romero necesitaba para transformar su «secuestro simple» en un crimen alevoso y desesperado. Una víctima de la que podía obtener dos millones de pesetas. Una maceta de albañil, un montón de arena y un coche con el que podía hacer desaparecer el cadáver. ¿Por qué no?
El Ministerio Fiscal, en sus conclusiones definitivas, calificó los hechos como constitutivos de: Un delito de robo con homicidio -robo del contenido del bolso de doña Francisca Masonis- del artículo 501, número 1., del Código Penal, y otro delito de inhumación ilegal, del artículo 339 del mismo Cuerpo Legal. Por otro lado, de un delito de robo con homicidio del artículo 501, número 1. del Código Penal y otro delito de inhumación ilegal del artículo 339 del mismo texto.
En otro apartado, el Ministerio Fiscal lo calificó como una falta de lesiones del artículo 582 del repetido Código, y estimando como responsable de los mismos en concepto de autor al procesado con la concurrencia en el delito de robo con homicidio del hecho a la agravante de alevosía del número 1. del artículo 10 del Código Penal y la agravante de desprecio de sexo del número 13 del artículo 10.
En resumidas cuentas, y para abreviar, Esteban Romero Sánchez fue condenado a dos penas de 30 años de reclusión mayor. El sumario que se instruyó, con relación a la muerte de la señora Francisca Masoni Sans, de 70 años de edad, y del niño Rafael Morante Esteve, de 9 años, fue calificado por el Ministerio Fiscal de la Audiencia de Barcelona y la sentencia se dictó el 24 de enero de 1981, ante la Sección 3. El ponente fue don Eloy Muñoz.
Y transcribimos una parte de esta sentencia condenatoria, en la que dice:
«Que en la realización de los expresados delitos de robo con homicidio han concurrido las circunstancias agravantes siguientes:
»a) La de alevosía, 1. del artículo 10, estimada como genérica y, por tanto, con los efectos de la regla 2. del articulo 61, en los dos, ya que se dan los elementos objetivos y subjetivos que la integran, al emplear el culpable medios encaminados a asegurar el resultado, atacando a sus víctimas cuando éstas estaban descuidadas y por la espalda, lo que motivó el que las mismas no pudieran defenderse y el agresor no corriera riesgo alguno. (Aquí nos agradaría hacer un inciso y preguntar a quien corresponda: ¿Qué riesgo podía correr el asesino con una mujer de setenta años y un niño de nueve, si, por añadidura, empuñaba una maceta de albañil, cuyo efecto contundente hemos comprobado sobre un muro de piedra?) elemento objetivo y, a su vez, dichas circunstancias fueron buscadas a propósito para cometer los atentados contra la vida -elemento subjetivo.
»b) La de desprecio de sexo, 16 del artículo 10, sólo en la muerte de la señora, por cuanto se atentó contra la integridad física de la mujer, la cual, por la dignidad, función social y familiar que representa en la comunidad y por su debilidad física merece toda clase de respeto; de ahí la protección penal de la misma cuando ella no haya provocado el suceso, o sea, inherente al delito; siendo compatible con la alevosía porque en la forma en que ocurrieron los hechos y se le dio muerte no influyó naturaleza femenina.
»c) La de ofensa o desprecio que por razón de su edad merecían las dos víctimas, 16 del artículo 10; por cuanto la misma supone una agravación de responsabilidad, por no guardar el debido respeto a los ancianos, tal como la norma de cultura enseña en los – Países civilizados; y en sentido contrario, infracción de la misma norma en cuanto los -niños sólo deben merecer respeto y cuidado de las personas mayores; agravante compatible también con la alevosía porque la edad de las víctimas no fueron elementos integrantes de la acción alevosa; y,
»d) La de premeditación conocida, 6.’ del artículo 10, con relación a la muerte del niño; al darse los requisitos que la integran: 1.’, serenidad de ánimo para el mal, revelada por resolución firme, reflexiva y meditada de la ejecución; 2.’, persistencia en la resolución de delinquir; 3.’, espacio de tiempo suficiente para hacerse cargo con fría razón de las consecuencias del acto; y 4.’, prueba completa de la premeditación, ya que de otra forma no sería conocida sino sospechada; todos cuyos requisitos aparecen plenamente probados, al ejecutarse el hecho de forma reflexiva y meditada, con pleno conocimiento del mal que iba a ejecutar, en cuya idea persistió durante espacio suficiente de tiempo, sin que desistiese de su propósito. Y dada la concurrencia de las circunstancias antes citadas, procede imponer las penas en su grado máximo, conforme a la regla segunda del artículo 61 del referido Código; no siendo de apreciar circunstancias modificativas en los delitos de inhumación ilegal, por lo que en la imposición de las penas se tiene en cuenta la facultad que le concede la regla 4.’ de este último artículo citado y del 63.
»Que no teniendo el procesado enfermedad física ni psíquica, conociendo perfectamente el valor y efecto de sus actos, determinándose libremente para su realización, comportándose en su vida familiar, social y de trabajo con toda normalidad (?), no puede estimarse ni la eximente ni la atenuante de enajenación mental, 1.’ del artículo 8 y 1.’ del artículo 9, esta última invocada por la defensa, en base a que el procesado es un psicópata, calificación que ha de ser rechazada, teniendo en cuenta las siguientes razones: que la palabra psicopatía, de la que se usa y abusa en la actualidad, derivada de las voces griegas ‘psique’ (alma) y ‘pathos’ (sufrimientos o padecimientos), empleada en 1893 por un psiquiatra alemán y que acogía a las personalidades antisociales comprendidas bajo el concepto de moral insanit o locura moral, de principios del siglo XIX, sirve para designar aquellas personas con variantes anormales de carácter, de los sentimientos o de la voluntad; que no puede ser confundida con la psicosis o enfermedades mentales, que quiebran las leyes y normas que rigen la continuidad del sentido vital y sólo existe en lo somático y afecta a procesos orgánicos; por cuyo motivo, los psicópatas no pueden ser estimados como enajenados y declarados exentos de responsabilidad criminal; pudiéndose estimar como atenuante el amparado de la circunstancia 1.» del artículo 9, cuando aparezca probada y sea grave, por afectar el núcleo del carácter, limitando la inteligencia y la voluntad en relación con el delito cometido; por lo que si ésta sólo afecta a rasgos caracterológicos o no guarde relación con el delito, el sujeto es totalmente imputable, como ocurre en el presente caso, porque las supuestas discusiones familiares, no probadas, como los actos contrarios a la moral con algún familiar de la mujer, tampoco probado, no guarde relación con el núcleo del carácter ni con los delitos cometidos, cuya finalidad era el ánimo del lucro.
Sentencia que fue aplicada y Esteban Romero Sánchez la está cumpliendo, con tiempo suficiente para reflexionar en si hubiese sido mejor decir a sus acreedores: «Señores, no puedo pagar. Hagan ustedes lo que mejor les parezca.»
Este consejo gratuito que damos a nuestros lectores no crean que es de perogrullo. Cuando las circunstancias obligan a un individuo a enfrentarse con la realidad, dándose cuenta de que se ha estirado más el brazo que la manga, lo mejor es reconocerse en quiebra, ruina o descalabro. A las personas que se les debe dinero y no se les puede pagar, les sienta como un tiro que alguien les salga con ésas. Pero ya han tenido en cuenta la morosidad de algunos de sus posibles clientes y se han cubierto en pérdidas y ganancias. No obstante, amenazan con embargo, desahucios y otros procedimientos legales, por si de esta manera asustan al moroso y, al menos, cobran algo de lo perdido.
El diálogo entre comerciantes no es, precisamente, de sordos. Se entienden muy bien los que aluden al dinero. Y estamos seguros de que nadie, por 800.000 pesetas, dejaría que un hombre asesinase a un niño y a una anciana. Eso es seguro.
Piénsese además que, según las leyes biorrítmicas, a cada período de decaimiento sucede otro de bienestar. Y siempre es así. Se va la tempestad y viene la calma.
Si Esteban Romero Sánchez hubiese tenido serenidad humana, y no la que alardean los personajes de «El Capitán Trueno», posiblemente, no se habrían perdido dos vidas. Él habría encontrado otro trabajo, se habría ido a Alemania o estaría de dependiente detrás de cualquier mostrador. Se dice que era un buen vendedor… ¡Y precisamente es lo que falta ahora, dada la situación económica!
En definitiva, nuestro «secuestrador» eligió la peor solución. Apostó por el perdedor.
Como todavía es joven, Esteban Romero Sánchez podrá salir de prisión. Le aconsejamos que piense en que la vida merece vivirse, y él, además de la suya, debe otras dos vidas, una de ellas muy valiosa. ¿No podrá, algún día, salvar algo tan prometedor como la vida de un niño? No es un consuelo, lo sabemos, pero lo parece.