
La Vampira de Barcelona
- Clasificación: ¿Asesina en serie?
- Características: Secuestro - Proxenetismo - Algunos expertos como Elsa Plaza y Jordi Corominas sostienen que los asesinatos de Enriqueta Martí fueron una invención de la prensa de la época
- Número de víctimas: ¿10?
- Fecha del crimen: 1902 - 1912
- Fecha de detención: 27 de febrero de 1912
- Fecha de nacimiento: 1868
- Perfil de la víctima: ¿Niños?
- Método del crimen: Desconocido
- Lugar: Barcelona, España
- Estado: Nunca fue juzgada. Murió en prisión el 12 de mayo de 1913
Índice
Enriqueta Martí – La vampira de Barcelona
Wikipedia – Enriqueta Martí
Enriqueta Martí i Ripollés (San Felíu de Llobregat, 1868 – Barcelona, 12 de mayo de 1913) fue una asesina en serie española, secuestradora y proxeneta de niños. Conocida popularmente como la vampira del carrer de Ponent o la vampira de Barcelona.
Biografía
De muy joven, Enriqueta se traslada desde su ciudad natal (Sant Feliu de Llobregat) a Barcelona, donde trabajará como niñera, pero pronto comienza a ejercer la prostitución, tanto en burdeles como en lugares dedicados a esta actividad, como eran el Puerto de Barcelona o el Portal de Santa Madrona.
En 1895 se casa con un artista, un pintor llamado Joan Pujaló, pero el matrimonio fracasó por, según Pujaló, la afición de Enriqueta por los hombres, su carácter extraño, falso, impredecible y sus continuas visitas a casas de mala vida. A pesar de estar casada, no dejó de frecuentar los ambientes de prostitución ni el mundo de la gente de mal vivir. La pareja se reconcilió y se separó unas seis veces. En el momento de la detención de Enriqueta en 1912, el matrimonio llevaba más de cinco años viviendo separados y no tuvieron hijos.
Enriqueta llevaba una doble vida. Durante el día mendigaba y pedía en casas de caridad, conventos y parroquias, vistiendo harapos y llevando en ocasiones niños de la mano que los hacía pasar por sus hijos. Posteriormente, los prostituía o los asesinaba. Sin embargo, no tenía ninguna necesidad de mendigar, ya que su doble trabajo como proxeneta y prostituta le daban suficiente dinero para vivir sin problemas.
De noche se vestía con ropas lujosas, sombreros y pelucas, y se hacía ver en el Teatre del Liceu, el Casino de la Arrabassada y otros lugares donde acudía la clase acomodada de Barcelona. Es probable que en estos lugares ofreciera sus servicios como proxeneta especializada en criaturas.
En 1909 fue detenida en su piso de la calle Minerva de Barcelona acusada de regentar un burdel donde se ofrecían servicios sexuales de niños entre 3 y 14 años. Junto a ella, fue detenido un joven de una familia de alta posición social. Gracias a sus contactos con altas personalidades barcelonesas que contrataban sus servicios como proxeneta infantil, Enriqueta nunca tuvo un juicio por el asunto del burdel y el proceso se perdió en el olvido judicial y burocrático.
Al mismo tiempo que hacía de proxeneta de niños, también ejercía la profesión de curandera. Los productos que utilizaba para fabricar sus remedios estaban compuestos por restos humanos de las criaturas que mataba, que llegaban incluso a ser desde niños de pecho hasta criaturas de 9 años. De esos niños lo aprovechaba casi todo, la grasa, la sangre, los cabellos, los huesos (que normalmente transformaba en polvo); por esta razón no tenía problemas para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas.
Enriqueta ofrecía sus ungüentos, pomadas, filtros, cataplasmas y pociones, especialmente para curar la tuberculosis, tan temida en aquella época, y todo tipo de enfermedades que no tenían cura en la medicina tradicional. Gente de clase alta pagaba grandes sumas de dinero por estos remedios.
Secuestró a un número indeterminado de criaturas. En el momento de su última detención se encontraron en su piso del barrio del Raval, en el número 29, entresuelo primera del carrer de Ponent (hoy Joaquín Costa), y en diferentes pisos de Barcelona donde había vivido, los huesos de un total de doce niños. Los forenses tuvieron mucho trabajo ya que quedaban pocos restos para examinar.
Enriqueta es posiblemente la asesina en serie más mortífera que ha habido en España. Si se llega a saber cuantas criaturas llegó a a secuestrar y matar, la cifra probablemente se dispararía. Lo que está claro es que llevaba muchos años actuando en Barcelona, porque entre la población se rumoreaba desde hacía tiempo que alguien se llevaba bebés. Muchos niños desaparecieron sin dejar rastro y había un temor fundado entre los barceloneses.
El entresuelo primera del 29 de la calle de Ponent
El 10 de febrero de 1912 secuestró a su última víctima: Teresita Guitart Congost. Durante dos semanas todo el mundo la buscó y, en esta ocasión, hubo una gran indignación popular, ya que se demostraba que el temor de la población era fundado y que las autoridades habían sido extremadamente pasivas con este tema.
Sería una vecina, Claudia Elías, la que pondría a la policía tras la pista de Teresita. El 17 de febrero vio a una niña con el cabello rapado mirando desde un ventanal del patio interior de su escalera. El piso era el entresuelo del número 29 de la Calle de Ponent. La señora Elías nunca había visto a esa niña. La pequeña jugaba con otra criatura y Claudia le preguntó a Enriqueta si esa niña era suya, y ella le cerró la ventana sin decir una palabra.
Claudia Elías, extrañada, comentó el hecho al colchonero de la misma calle, con quien tenía amistad, y le hizo saber que creía que esa pequeña era Teresita Guitart Congost y que le había hecho sospechar la extraña vida que llevaba su vecina. El colchonero se lo hizo saber a un agente municipal, José Asens, y éste, a su vez, se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot.
El 27 de febrero, con la excusa de una denuncia por tenencia de gallinas en el piso, el brigada Ribot y dos agentes más fueron a buscar a Enriqueta, que se encontraba en el patio de la calle de Ferlandina. Haciéndole saber la denuncia, llevaron a la asesina hasta su piso. Ella se mostró sorprendida, pero no opuso resistencia, probablemente para no levantar sospechas. Cuando entraron los policías, encontraron dos niñas en el piso. Una de ellas era Teresita Guitard Congost y la otra una niña llamada Angelita.
Teresita fue devuelta a sus padres después de haber declarado. Explicó cómo en un momento en el que se alejó de su madre, Enriqueta se la llevó de la mano prometiéndole caramelos, pero al comprobar que se la llevaba demasiado lejos de su casa, Teresita quiso volver y Enriqueta la cubrió con un trapo negro, la cogió por la fuerza y se la llevó a su piso. Nada más llegar a casa, Enriqueta le cortó los cabellos y le cambió el nombre por el de Felicidad, diciéndole que no tenía padres, que ella era su madrastra y que así debía llamarla cuando saliesen a la calle.
La mal alimentaba con patatas y pan duro; no le pegaba, pero sí la pellizcaba, y le había prohibido salir a las ventanas y balcones. Declaró también que las solía dejar solas y que un día se aventuraron a mirar en las habitaciones en las que Enriqueta les tenía prohibido entrar. En esta aventura encontraron un saco con ropa de niña llena de sangre y un cuchillo para deshuesar también lleno de sangre. Teresita nunca salió del piso durante el tiempo que estuvo secuestrada.
La declaración de Angelita fue más terrorífica. Antes de la llegada de Teresita a casa había otro niño, de cinco años, llamado Pepito. Angelita declaró haber visto cómo Enriqueta, a la que ella llamaba mamá, lo había matado en la mesa de la cocina. Enriqueta no se dio cuenta de que la niña la había visto y Angelita corrió a esconderse en la cama y se hizo la dormida.
La identidad de Angelita fue más difícil de concretar por las vaguedades de las primeras declaraciones de Enriqueta. La pequeña no sabía qué apellidos tenía y afirmaba Enriqueta que le habían explicado que su padre se llamaba Joan. La secuestradora sostenía que era su hija y de Joan Pujaló.
El marido de Enriqueta se personó ante el juez por voluntad propia para saber sobre la detención de su esposa y declaró que hacía años que no vivía con ella, que no había tenido hijos y que no sabía de dónde había salido la pequeña Angelita.
Al final Enriqueta declaró que la había cogido cuando era una recién nacida de su cuñada, a la que le hizo creer que la niña había muerto al nacer. Enriqueta Martí Ripollés fue detenida e ingresada en la prisión «Reina Amalia», institución demolida en 1936.
En una segunda inspección del piso, se encontró el saco del que hablaban las niñas, con ropa de niños llena de sangre y el cuchillo. También encontraron otro saco con ropa sucia que en el fondo tenía huesos humanos de pequeñas dimensiones, al menos una treintena. Los huesos tenían marcas de haber estado expuestos al fuego.
Encontraron también un salón suntuosamente decorado con un armario con bonitos vestidos de niño y niña. Este salón contrastaba con el resto del piso, que era de una gran austeridad y pobreza, y donde olía mal.
En otra habitación cerrada con llave encontraron el horror que escondía Enriqueta Martí. En ella, había unas cincuenta jarras, botes y palanganas con restos humanos en conservación: grasa hecha manteca, sangre coagulada, cabellos de criatura, esqueletos de manos, polvo de hueso, etc. También botes con las pociones, pomadas y ungüentos ya preparados para su venta.
Siguiendo la inspección, se registraron dos pisos más donde había vivido Enriqueta: un piso en la calle Tallers, un tercero en la calle Picalqués, y una casita en la calle Jocs Florals, en Sants. En todos ellos se encontraron restos humanos en falsas paredes y en los techos. En el jardín de la casa de la Calle dels Jocs Florals encontraron una calavera de un niño de tres años y una serie de huesos que correspondían a niños de 3, 6 y 8 años.
Algunos restos aún tenían prendas de ropa, como un calcetín zurcido, que daba a entender que Enriqueta tenía por costumbre secuestrar niños de familias muy pobres y con escasos medios de buscar a su hijo desaparecido. Se encontró otra vivienda en San Felíu de Llobregat, propiedad de la familia de Enriqueta, donde también se hallaron restos de criaturas en jarrones y botes, y libros de remedios. La casa pertenecía a la familia Martí y era conocida en la población por el sobrenombre de «Lindo», pero estaba cerrada por la mala administración del padre de Enriqueta, según el testimonio del marido, Joan Pujaló.
En el piso de Ponent también se encontraron cosas curiosas: un libro muy antiguo con tapas de pergamino, un libro de notas donde había escritas recetas y pociones con una caligrafía muy elegante, un paquete de cartas y notas escritas en lenguaje cifrado y una lista con nombres de familias y personalidades muy importantes de Barcelona.
Esta lista fue muy polémica ya que entre la población se creyó que era la lista de clientes ricos de Enriqueta. La gente creía que no pagarían por sus crímenes de pederastia o de compra de restos humanos para curar su salud por el hecho de ser gente rica. La policía intentó que la lista no transcendiera. Pero corrió el rumor de que en ella había médicos, políticos, empresarios y banqueros.
Las autoridades, que tenían la Semana Trágica muy presente, y con el temor de que hubiese un motín popular, calmaron los ánimos de la gente, haciendo que el ABC publicase un artículo donde se explicaba que en la famosa lista solo había nombres de personas a quien Enriqueta mendigaba y que estas familias y personalidades habían sido estafadas por las mentiras y ruegos de la asesina.
Enriqueta fue encarcelada en la prisión «Reina Amàlia» en espera de juicio. Intentó suicidarse cortándose las venas con un cuchillo de madera, cosa que hizo estallar la indignación popular, porque la gente quería que Enriqueta llegase a juicio y fuese ajusticiada en el garrote vil.
Las autoridades de la prisión hicieron saber mediante la prensa que se habían tomado medidas para que Enriqueta no se quedara nunca sola, haciendo que tres de las reclusas con más carisma de la prisión compartieran celda con ella. Tenían instrucciones de destaparle las sábanas en caso de que se tapara para evitar que se abriese las venas con los dientes.
Pero Enriqueta nunca llegó a juicio por sus crímenes. Un año y tres meses después de su detención, y pasada la indignación popular, llegó su muerte. Sus compañeras de prisión la mataron linchándola en uno de los patios del penal. El proceso de Enriqueta se encontraba en fase de instrucción en esos momentos. El asesinato de la mujer no dio oportunidad de que en un juicio se supiese toda la verdad y todos los secretos que escondía. La secuestradora y asesina murió la madrugada del 12 de mayo de 1913, oficialmente de una larga enfermedad (cáncer de útero).
Hay algunos escépticos que creen que esa fue la auténtica causa de su muerte, así como consideran falso casi todo lo contado de este macabro caso, nada más que el producto de elucubraciones de periodistas y escritores ávidos de ventas, pero la realidad fue que murió como resultado de una brutal paliza. Fue enterrada con toda discreción en la fosa común del Cementerio del Sudoeste, situado en la montaña de Montjuïc de Barcelona.
Declaraciones de Enriqueta. Testimonios
Se le interrogó sobre la presencia de la Teresita Guitart en su casa y ella dio como explicación que la había encontrado perdida y famélica el día antes en la ronda de Sant Pau. Claudia Elías desmintió esto, porque la había visto en su casa muchos días antes de la detención.
Enriqueta cambió su primer apellido, Martí, por Marina. Con este apellido se hacía conocer y alquilaba los pisos, de los que casi siempre la echaban por no pagar el alquiler. Durante las declaraciones a la policía confesó su auténtico apellido, hecho que fue corroborado por el testimonio de su marido Joan Pujaló.
También fue interrogada por la presencia de huesos y otros restos humanos así como las cremas, pociones, cataplasmas, pomadas y botellas con sangre preparadas para vender que poseía en el piso, y también por el cuchillo de desguazar.
Enriqueta primero argumentó que hacía estudios de anatomía humana, pero le hicieron saber que los huesos, según los forenses, habían sido sometidos a altas temperaturas, es decir, habían sido quemados o cocidos y, presionada por los interrogatorios, acabó confesando que era curandera y que utilizaba a los niños como materia prima para fabricar sus remedios. Decía ser una experta y saber confeccionar los mejores remedios, y que sus preparados eran muy bien pagados por la gente adinerada y de buena posición social.
En un momento de debilidad fue cuando sugirió que investigaran las viviendas de las calles Tallers, Picalqués, Jocs Florals y su casa de San Felíu de Llobregat. En ese momento, ya se sabía condenada y quería beneficiarse de sus servicios como proxeneta de pedófilos. A pesar de ese momento de debilidad y de ira por la suerte que le esperaba, Enriqueta no delató ni un solo nombre de sus clientes.
En lo referente a Pepito, se le preguntó por su paradero y ella dijo que ya no estaba con ella, que se lo había llevado al campo porque se había puesto enfermo. Repetía la excusa que le había dado a la vecina, la señora Claudia Elías, cuando ésta le preguntó por el niño, extrañada de no verlo ni escucharlo. Pepito había llegado a sus manos, según ella, porque una familia le había confiado al niño para que se hiciera cargo de él. Sabían de la existencia del pequeño tanto por el testimonio de Angelita como el de la vecina Claudia Elías, que lo había visto en alguna ocasión.
El testimonio de su asesinato, explicado por Angelita, más las pruebas de la ropa encontrada en un saco, el cuchillo y algunos restos de grasa fresca, sangre y huesos, hicieron añicos la excusa de la asesina. Esos restos eran de Pepito. Tampoco pudo justificar cuál era la familia que le había confiado al niño, quedando claro así que el pequeño era otra criatura secuestrada.
Una inmigrante aragonesa de Alcañiz la reconoció como secuestradora de su hijo de meses, unos seis años antes, en 1906. Enriqueta, con una extraordinaria amabilidad para con la mujer exhausta y famélica por un viaje muy largo desde su tierra, consiguió que le dejara la criatura. Con una excusa ingeniosa se alejó de la madre para después desaparecer. La madre nunca recuperó a su hijo ni tampoco llegó a saber qué hizo con él. Es probable que lo utilizase para fabricar sus remedios.
Intentó hacer pasar a Angelita por hija suya y de Joan Pujaló. Incluso enseñó a la niña a decir que su padre se llamaba Joan, pero la niña desconocía completamente cuáles eran sus apellidos y no había visto nunca a su supuesto padre. Pujaló negó que la niña fuese suya, declaró que nunca la había visto y que Enriqueta ya le había mentido en el pasado con un falso embarazo y un falso parto. Un examen médico corroboró que Enriqueta no había parido nunca.
El testimonio final de Enriqueta fue que Angelina era realmente la hija que había robado a su cuñada Maria Pujaló, a quien había asistido en el parto, haciéndole creer que la criatura había muerto al nacer para quedarse con ella.
Enriqueta Martí en la literatura
- Los diarios de Enriqueta Martí de Pierrot
Novela que se centra en unos supuestos diarios que Enriqueta Martí escribió antes de comenzar su carrera de asesina. Ilustrado por el propio autor.
- El misterio de la calle Poniente de Fernando Gómez
En febrero de 1912 la desaparición de una niña de tres años conmocionó todos los rincones de Barcelona. La investigación y los descubrimientos posteriores mostraron a la opinión pública una serie de macabros asesinatos que estremecieron una ciudad que paseaba la resaca revolucionaria de la Semana Trágica. Parece ficción, pero no lo es. por las páginas de éste libro deambula una suerte de personajes que ayudan a conformar la historia. Individuos de carne y huesos, muchos de ellos incapaces de ser los protagonistas de su propia historia. vistos por separado sólo tienen el valor de lo anecdótico, pero en su conjunto convergen para perfilar fielmente el auténtico rostro de una despiadada criminal, Enriqueta Martí. Enriqueta Martí, mendiga de día y marquesa de noche, conoce el poder desde el lado más oscuro. La sangre fresca es su preciada mercancía, los niños sus proveedores y una burguesía enferma sus clientes.
- La mala dona de Marc Pastor
Al inspector Moisés Corvo, bebedor y pistolero, le gusta la calle y la escucha. Y en la calle comienza a hablarse a voz baja de niños que desaparecen, hijos de prostitutas que callan por miedo. Corvo decide preguntar, incrustarse en esa Barcelona de 1912 que tan bien conoce. Por deber y por afición, que las tiene: las taberna, los prostíbulos. Pregunta a quien debe y a quien no, en el Chalet del Moro y el casino de la Arrabassada, hasta que los superiores le ordenan que abandone. Pero, a Corvo y a su inseparable Juan Malsano no los frena cualquiera, y menos ahora que comienzan a vislumbrar a una mala mujer, fría y calculadora, que sabe cuidarse muy bien, por lo que se ve. Pero no tanto. Ni los clientes para los que busca menores y chantajea podrán callar sus crímenes: mucho más crueles y depravados de los que Corvo era capaz de imaginar.
- El cielo bajo los pies de Elsa Plaza
El caso que conmocionó la Barcelona de 1912. Enriqueta Martí, llamada por la maledicencia popular «la vampira del Raval» y «la mala mujer», fue asediada por todo tipo de rumores desde el mismo momento en que la policía la detuvo, acusada de hacer desaparecer niños con los más aberrantes propósitos, desde convertirlos en objetos de placer de las clases más pudientes, hasta hacer ungüentos destinados a proporcionar la inmortalidad.
Sin embargo, cuando una joven e indómita periodista pone todo su empeño en discernir qué se oculta tras estos aparatosos casos de desapariciones infantiles y explotación infantil, no tarda en surgir antes sus ojos toda una trama que se bifurca por los escenarios más inesperados: de los arrabales parisinos a los lujosos pisos de la alta burguesía catalana, de los café concierto y los prostíbulos de los barrios más turbios a los casinos y salas de fiesta de postín.
Enriqueta Martí en el teatro
- La vampira del carrer ponent o Els misteris de Barcelona de Josep Arias Velasco.
- La vampira del Raval. Obra de teatro musical inspirada en el personaje de Enriqueta Martí, protagonizada por Pep Cruz, Mingo Ràfols, Roger Pera, Roser Batalla, Mercè Martínez, Lluís Parera, Jordi Coromina, Valentina Raposo y Óscar Muñoz. Música de Albert Guinovart y dirección de Jaume Villanueva. Se estrenó en diciembre 2011 en el Teatre del Raval.
Enriqueta Martí en el cine
- En la película Española Diamond Flash de 2011 dirigida por Carlos Vermut, el personaje de Enriqueta está inspirado en Enriqueta Martí. En la película, Enriqueta controla una organización que se dedica al secuestro de niños.
Bibliografía
- Marc Pastor La mala dona. ISBN 978-84-9867-217-6
- Miquel G. Aracil Vampiros: mito y realidad de los no-muertos. ISBN 978-84-414-1242-2
- Pierrot Los diarios de Enriqueta Martí. ISBN 978-84-96106-62-8
- Fernando Gómez El misterio de la calle Poniente. ISBN 978-84-8374-673-8
- Plaza, Elsa. Desmontando el caso de la vampira del Raval. Icaria. Barcelona. 2014. 256 pp.
La vampira del carrer Ponent
Pedro Costa – Elpais.com
1 de enero de 2006
Enriqueta Martí sembró de horror la Barcelona de 1912. Secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas. El relato de las dos niñas que liberó la policía fue recogido por la prensa de la época con buena dosis de morbo.
Tras el delicado nombre de Enriqueta Martí se esconde una de las personalidades criminales más feroces de la historia negra de España. Secuestradora, prostituta, alcahueta, falsificadora, corruptora de menores, pederasta, bruja y asesina son algunas de las actividades que ejerció durante su vida esa mujer a la que el pueblo de Barcelona bautizó como «la Vampira del Carrer Ponent».
Y todo empezó de una forma bien simple, con un desmentido oficial que trataba de negar la realidad, algo que ha venido sucediendo siempre a lo largo de la historia. El gobernador civil, nada menos que Portela Valladares, trataba de convencer a todos de que era «completamente falso el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición durante los últimos meses de niños y niñas de corta edad que según las habladurías populacheras habrían sido secuestrados ».
Pero el rumor, ese runrún que se extendía por calles y plazas, mercados y patios de vecinos, era completamente cierto. Eran muchos los niños que a diario desaparecían en las grandes ciudades durante aquellos años y los padres, para amedrentar a sus hijos, para hacerlos más precavidos, les contaban tétricos relatos sobre «el hombre del saco».
Por aquellos días de febrero de 1912, apenas tres años después de la Semana Trágica, la mayor parte de ciudadanos de Barcelona andaban preocupados por la desaparición de una niña de cinco años llamada Teresita Guitart sobre cuyos detalles y circunstancias se estaba extendiendo ampliamente la prensa.
Había ocurrido a la caída de la tarde del 10 de febrero en la calle de San Vicente. Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita, se había detenido a la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y le soltó la mano a la pequeña en la creencia de que subiría sola hasta el piso. Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin Teresita, preguntó extrañado: «¿Y la nena?». La buena mujer lanzó un grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, no había rastro de la niña.
Lo que había ocurrido era que Teresita, en lugar de subir a su casa, se alejó un poco, curioseando, y de repente sintió que una mano cogía la suya y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: «Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti». La pequeña, ilusionada, se dejó llevar un trecho, pero, al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su madre, soltó su manita y trató de regresar. Demasiado tarde. La desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la niña, la agarró en brazos para ahogar sus sollozos y protestas, y se perdió con su presa en las sombras de la noche.
Y Barcelona vivió más de dos semanas con el corazón en un puño pensando en la suerte que habría podido correr la infeliz Teresita Guitart. Todos los esfuerzos policiales resultaron, como casi siempre, nulos. Sería una vecina fisgona, una chafardera, la que descubriría el paradero de la niña desaparecida.
Se llamaba Claudina Elías, y un buen día se fijó en la carita de una niña que la miraba a través de los sucios cristales de un ventanuco y le pareció que su expresión era implorante. Era la casa de la vecina del entresuelo, en la que vivía con un niño y una niña, pero el deplorable rostro de aquella criatura de cabeza rapada no le resultaba familiar. «Mira que si se tratara de la desaparecida Teresita». Se lo comentó al colchonero que tenía la tienda en la misma calle de Poniente (hoy Joaquín Costa) y éste se lo hizo saber al municipal José Asens, quien se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot.
Y fue éste el que a primera hora de la mañana del 27 de febrero de 1912 llamó a la puerta del entresuelo 1ª del número 29 de la calle de Poniente. Le abrió una mujer que acababa de despertarse.
-Buenos días. Vengo a inspeccionar su domicilio, pues hemos tenido una denuncia de que tiene usted gallinas.
-¿Gallinas? ¿A quién se le ocurre? Eso es mentira.
-Si me permite .
Y el brigada Ribot penetró en el piso descubriendo al fondo del pasillo a dos niñas de corta edad. La dueña de la casa reaccionó y le dijo que sin una orden del juez no podía pasar. Pero era tarde. Ribot se acercó a la pequeña, que tenía la cabeza rapada.
-¿Cómo te llamas, guapa?
-Felicidad.
-¿No te llamas Teresita?
La niña vaciló y acabó diciendo: «Aquí me llaman Felicidad». Ribot preguntó a la mujer quién era aquella niña y ella respondió que no lo sabía, que se la había encontrado en la Ronda de San Pablo el día anterior y le había dicho que estaba perdida y que tenía hambre y ella se la había llevado a casa. «La otra es mi hija y se llama Angelita», añadió. No había ningún rastro del niño que la vecina decía haber visto en repetidas ocasiones.
Una vez en la Jefatura de Policía, que entonces estaba en la calle de Sepúlveda y cuyo máximo responsable era José Millán Astray, la secuestradora fue identificada como Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años y con antecedentes por corrupción de menores.
Había sido detenida en 1909 en su domicilio de la calle de Minerva, donde descubrieron que tenía un prostíbulo de menores de ambos sexos y de edades que iban desde los cinco hasta los 16 años. Con ella había sido detenido un cliente joven que resultó ser hijo de familia distinguida. Enriqueta fue procesada, pero la causa se perdió en los archivos gracias a las influencias ejercidas por una persona muy conocida y muy poderosa de la ciudad.
La vida de Enriqueta Martí estuvo siempre muy relacionada con la prostitución. Ella misma comenzó a ejercerla antes de cumplir 20 años, el día en que se dio cuenta de que siendo criada no se llegaba a ninguna parte. Fornicó en los lupanares de más baja estofa de la zona vieja y marinera de la Puerta de Santa Madrona hasta que un día decidió probar fortuna casándose con un pintor incomprendido y fracasado, Juan Pujaló, un pobre tipo que se alimentaba de alpiste, como los pájaros, porque lo había aprendido en un manual de naturismo. Diez años duró la relación, aunque hasta seis veces se separaron en este periodo. La última y definitiva había sido cinco años antes.
Por eso la policía pudo descubrir que Angelita no era hija de Enriqueta porque así lo declaró el infeliz de Pujaló, que explicó que el fracaso de su matrimonio se debía a que «Enriqueta es muy aficionada a los hombres y acostumbra a frecuentar ciertas casas que a mí no me gustan». Posteriormente, los médicos comprobaron que efectivamente Enriqueta nunca había dado a luz.
¿Quién era, pues, Angelita y dónde estaba el niño que vivía con ella en la calle de Poniente? Enriqueta no fue nada explícita en sus declaraciones y siguió manteniendo que la niña era suya aunque semanas después reconocería que se la había quitado nada más nacer a una cuñada a la que hizo creer que lo había perdido en el parto. En cuanto al niño, explicó que se llamaba Pepito, que tenía cinco años y que se lo habían dejado para que lo cuidara. «Pero como se puso malito lo llevé fuera de Barcelona para que se cure».
Poco a poco, a base de testigos que se presentaban espontáneamente a declarar, pudo irse trazando la personalidad de la secuestradora. A pesar de que no tenía problemas económicos, solía mendigar y acudía, vestida como una pordiosera y acompañada casi siempre de un niño o una niña, a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos pidiendo limosna y comida.
Ésta era su ocupación por las mañanas, pero a media tarde salía de su casa elegantemente vestida con sedas y terciopelos y tocada la cabeza con pelucas y sombreros. ¿Qué lugares frecuentaba? ¿A quién visitaba?
Las declaraciones de las dos niñas, fundamentalmente la de Angelita, vinieron a demostrar que Enriqueta Martí era mucho más que una alcahueta secuestradora y corruptora de niños. Teresita contó al juez que aquella mujer, nada más llegar al piso, le dijo: «¿Verdad que sientes picor en la cabeza? Anda, hija mía, déjate cortar el pelito y te pondrás buena».
La niña se dejó hacer mientras la mujer le decía que a partir de ahora se iba a llamar Felicidad y que ya no tenía padres y que ella era su madre y que tenía que llamarla «mamá» cuando salieran a la calle. Pero nunca salió a la calle ni le estaba permitido asomarse al balcón o a las ventanas. Le daba mal de comer -patatas y pan duro-; no le pegaba, pero solía darle fuertes pellizcos.
Su única distracción era jugar con Angelita, porque ella no llegó nunca a ver a Pepito en la casa. A veces se quedaban las dos solas y era cuando tenían más miedo y todos los ruidos las asustaban.
Pero un día Angelita le dijo: «Vamos a ver qué tiene mamá en los sitios donde no nos deja entrar». Y entrelazando sus manitas penetraron casi a oscuras en las habitaciones prohibidas. Teresita tropezó con algo que resultó ser un saco. Lo abrieron y, al descubrir su contenido, lanzaron un grito de horror: había un cuchillo grande y unas ropas de niño manchadas de sangre.
La declaración de Angelita fue aún más sobrecogedora. Ella sí conoció a Pepito, un niño rubio de su misma edad con el que solía jugar hasta que un día «Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida».
Tanto impresionaron al pueblo de Barcelona las declaraciones de las dos pequeñas que se abrieron suscripciones populares para abrirles una libreta de la Caja de Ahorros y hasta fueron presentadas en público. En el teatro Tívoli, por ejemplo, se celebró una función en su honor y en los carteles se decía: «Teresita y Angelita asistirán a la representación desde un palco».
Pero lo más tremendo todavía estaba por llegar. Fue a raíz del registro que se produjo en el entresuelo de la calle de Poniente. Los del juzgado se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con gusto exquisito. El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y los sofás debían de haber costado una fortuna.
En un armario colgaban dos trajecitos de niño y otros dos de niña; había medias de seda y zapatitos a juego con los trajes. Y también fueron encontrados las pelucas rizadas y los finos trajes de confección que Enriqueta vestía en sus misteriosas salidas.
Un paquete de cartas llamó la atención de los funcionarios. La mayoría estaban escritas en lenguaje cifrado, y abundaban en ellas las contraseñas y las firmas con iniciales. Apareció también una lista, una relación de nombres, que daría mucho que hablar a la opinión pública.
En la cocina encontraron el saco del que habían hablado las dos niñas y, efectivamente, contenía un trajecito de niño y un cuchillo ensangrentados. En otra habitación descubrieron un saco de lona, aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había huesos de reducido tamaño que posteriormente se confirmaría que eran de criaturas infantiles.
Hasta 30 se contaron entre costillas, clavículas, rótulas . Todos ellos presentaban la particularidad de que tenían señales de haber sido expuestos al fuego, lo que, según los médicos, excluía que pudieran servir para estudios anatómicos y hacía suponer que más bien los pobres niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpecitos. Esta afirmación era en respuesta a la explicación que días más tarde daría Enriqueta justificando que tenía recogidos aquellos huesos para estudios de anatomía.
Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años, y la macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, rellenos, unos, de sangre coagulada; otros, de grasas, y el resto, con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis.
Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.
A partir de aquel descubrimiento no se hablaba de otra cosa en la ciudad más que de Enriqueta Martí, y los principales periódicos nacionales, que por entonces se componían de unas 16 páginas, le dedicaban a diario un par de ellas para contar, como si fuera un folletín, las novedades del caso bajo titulares como: «Los misterios de Barcelona».
Entre los testimonios de personas que trataron a Enriqueta o sufrieron sus actividades se contaban historias tan dramáticas como la de una mujer de Alcañiz que acababa de llegar a Barcelona a buscar trabajo con un bebé en brazos. La buena mujer se sintió desfallecer y se sentó en el umbral de una casa. Una desconocida, de tono amable, se le acercó; era Enriqueta.
-¡Qué nena tan bonita!, ¿quiere que le dé un rato el pecho?
-A mi hija nadie le da el pecho más que yo -respondió la baturra.
-Pues a mí me gustaría dárselo. Me parece que lo que usted tiene es hambre. Vamos a esa lechería, que le pago un vaso de leche. ¡Pobre mujer! Traiga, que ya le llevaré yo a la niña.
Y la mujer, que estaba desfallecida de hambre, siguió a la desconocida y entró con ella en la lechería. Enriqueta pidió un vaso de leche y exclamó de repente:
-Pero le sentará mejor con pan. Espere, que ahora mismo lo traigo.
Salió con el bebé en brazos y nunca regresó. Seis años tuvieron que pasar hasta que la desgraciada mujer de Alcañiz volviera a ver frente a ella, para identificarla, a la que le había robado a su hijo y sabe Dios lo que habría hecho con él.
Ante las abrumadoras pruebas, Enriqueta acabó reconociendo que era curandera y que vendía filtros y ungüentos. «Confecciono remedios utilizando determinadas partes del cuerpo humano». Y, de forma repentina, vociferó: «¡Que registren el piso! ¡Que piquen bien las paredes y encontrarán algo! Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables».
No tan sólo el piso de la calle de Poniente fue registrado a fondo, sino también los otros domicilios que Enriqueta había tenido durante los diez últimos años. Y el resultado fue aterrador: en un piso de la calle de Picalqués fue descubierto un falso tabique que ocultaba un hueco en el que aparecieron más huesos, entre ellos varios de manos de niño. Dice la crónica que «con los huesos fue encontrado un calcetín de niño que debió de pertenecer a un hijo de familia muy humilde, porque está zurcido y añadido desde su mitad con hilo de otro color».
En un piso de la calle de Tallers, en un escondrijo, hallaron huesos y dos cabelleras rubias de niñas de corta edad. En una torre de Sant Feliu de Llobregat aparecieron libros de recetas y nuevos frascos con sustancias desconocidas. Y finalmente, en el patio de una casa de la calle de los Jocs Florals de Sants descubrieron el cráneo de un niño de unos tres años, que todavía presentaba adheridos a la piel algunos cabellos y una serie de huesos que los forenses reconocieron como pertenecientes a tres niños de tres, seis y ocho años.
Diez fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta que se incluyeron en el sumario. Los periódicos escribieron frases como: «Esos huesos hablan de crímenes bárbaros, y esos emplastos y esas curas, de supercherías medievales». Y Millán Astray, jefe superior de policía, definió a la Martí como «una neurótica que se creía curandera, un caso de bruja antigua que hubiera sido quemada en Zocodover».
No cabe duda de que la Martí utilizaba a los niños que secuestraba en una explotación doble: como objetos de placer para sus degenerados clientes y como materia prima para elaborar sus potingues. Llegó a especularse, y así lo recogen el escritor Núñez de Prado y el abogado leonés Jesús Callejo, que el origen de las actividades como hechicera de Enriqueta podría estar en que «en una de esas orgías pederásticas, uno de los niños perdió la vida y a partir de aquel momento decidió extraerles la sangre y no desperdiciar ni siquiera el tuétano y los huesos de sus víctimas».
En aquella época, la tuberculosis hacía estragos, y estaba muy extendida la creencia de que el mejor remedio para detenerla era beber sangre humana y aplicarse sobre el pecho cataplasmas de grasas infantiles. Tan sólo dos años antes, un suceso había alarmado a España entera: el crimen de Gádor, en el que un curandero, Francisco Leona, había sacrificado a un niño de siete años, Bernardo González, para que el rico propietario Francisco Ortega curara la tisis que padecía bebiendo la sangre de la criatura y aplicándose sus «mantecas» sobre el pecho.
A nadie escapaba que tras los aberrantes crímenes de Enriqueta Martí tenía que haber personas con suficientes recursos económicos para satisfacer sus pervertidas necesidades. Y es en ese punto donde aparece la famosa lista de nombres hallada en el tugurio de la calle de Poniente, una lista de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía, una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras personalidades.
La indignación y la furia comenzaron a apoderarse del pueblo de Barcelona, y la prensa más conservadora corrió a calmar los ánimos para evitar males mayores. Así, Abc llegó a decir que «los nombres y domicilios contenidos en esta lista son de gentes conocidas por su amor a la caridad, gentes que fueron víctimas de las socaliñas (que significa ‘engaños’) de la hechicera, que las conocía por haber acudido a sus casas a pedir limosna».
Pero cuando saltó la noticia de que Enriqueta había intentado cortarse las venas con una cuchara de madera en su celda de la prisión de Reina Amalia, la irritación popular se convirtió en cólera y las autoridades temieron que si fallecía estallara un motín, pues los hechos de la Semana Trágica de 1909 estaban cercanos.
Para evitar el suicidio de Enriqueta se tomaron todo tipo de precauciones. «La cama de la Martí está colocada frente por frente a las de sus tres compañeras de reclusión para que éstas no la pierdan de vista, cualquiera que sea la posición que aquélla adopte para dormir, y tienen orden de destaparle la cara si ven que se cubre la cabeza con las ropas de la cama para evitar que con sus dientes se seccione una vena de la muñeca».
Sin embargo, el interés por el tema comenzó a decaer al no producirse nuevos descubrimientos macabros y entrar toda la investigación en una fase rutinaria y farragosa. El periodista Luis Antón del Olmet concluía así la larga y espléndida serie de reportajes que dedicó al caso: «Estamos ante una de las criminales más tremendas y crueles de las que se tienen noticia. Movida por un fanatismo vesánico, ha ido matando niños durante diez años para sacarles las grasas y fabricar ungüentos. Es un caso inaudito, monstruoso, del que se hablará muchos años con estupor. Enriqueta Martí ha de tener leyenda, pero ¿será cosa de seguir glosando indefinidamente este suceso?».
Y para rematar la pérdida de interés por el tema, a mediados de abril, un transatlántico se hundió tras chocar con un iceberg. Se llamaba Titanic y las noticias sobre aquel desastre apartaron definitivamente de las rotativas a la Vampira del Carrer Ponent.
Meses después se supo que Enriqueta Martí había fallecido en el patio de la cárcel linchada por sus compañeras presas. Se especuló que antes de ser golpeada ya estaba muerta, envenenada por encargo de alguien interesado en su desaparición. Nada se pudo probar. Lo único cierto es que nunca llegó a celebrarse el juicio, que aquellas personas que figuraban en la lista, «tan amantes de la caridad», se acostaron aquel día más tranquilas y que Enriqueta Martí Ripollés se convirtió en leyenda.
Enriqueta Martí, la vampira que no fue
Núria Escur – Lavanguardia.com
30 de diciembre de 2014
Un nuevo ensayo desmonta la leyenda de la asesina en serie de la Barcelona de 1912 -A final del siglo XIX Barcelona era una ciudad con un 50% de analfabetos y 12.000 prostitutas- «La muerte de un hijo de diez meses, por desnutrición, la perturbó totalmente».
La primera vez que el escritor Jordi Corominas leyó una reseña sobre la tremebunda historia de Enriqueta Martí i Ripollés, nacida en 1868 -bautizada después «la vampira del Raval»- también creyó en su leyenda negra. ¿Por qué tendría que dudar del relato oficial?
Así quedó registrada en su memoria: «Nacida en Sant Feliu de Llobregat, fue a Barcelona y amó el pluriempleo. Sirvienta, probable prostituta, curandera, proxeneta, secuestradora, mendiga, lavandera, modista, madre sin hijos, progenitora huérfana, amiga de los ricos, princesa de los pobres, vampira por mitología y asesina en serie por caprichos de la propaganda». ¿Quién da más? se preguntaba el escritor.
Teóricamente -sobre el papel y en connivencia con el relato de las autoridades- Enriqueta Martí habría sido un verdadero monstruo. Todo habría empezado por el secuestro en 1912 -eso sí fue cierto- de una niña de cinco años, Tereseta Guitart.
Diecisiete días después la criatura aparecería con el pelo rapado y vestida con andrajos en su piso de la calle Poniente donde -contaban las crónicas- se encontrarían espeluznantes hallazgos: huesos, restos de sangre, extraños utensilios…
Se suponía que Enriqueta secuestraba niños y utilizaba sus flujos corporales para elaborar ungüentos que vendía a burgueses -a la salida del Liceu- o aristócratas -más arriba de Diagonal- con la promesa de «la eterna juventud». ¿Se les ocurre algo más espeluznante?
«Yo elaboraba artículos de crónica negra -explica Jordi Corominas a La Vanguardia– intentando buscar alguna rendija por la que comprender la vida de asesinos y víctimas». Hizo lo mismo en Radio Barcelona. Barajando información sobre crímenes locales siempre chocaba con el nombre de Enriqueta Martí. «Un día, habiendo aceptado ya la versión mentirosa, decidí meterme de lleno, bucear, en la hemeroteca. Precisamente, la de La Vanguardia». Y entendió por qué muchos cronistas miraban solamente la información escabrosa que se publicó los primeros días prescindiendo de realizar un posterior seguimiento riguroso.
«Enriqueta no era una asesina sino más bien paradigma de una Barcelona pobre y desesperada que era la que no acostumbraba a salir en los medios». A Corominas le fascina, de Enriqueta, que no deja de ser una víctima de una ciudad donde no se aplica ningún tipo de piedad, no se contextualiza, y donde la miseria era el factor común «por mucho que nos hayamos quedado con la narración del Modernismo oficial o con el esplendor de la burguesía de entonces».
La curiosidad de Jordi Corominas i Julián, sin embargo, iba más allá. Tras el impacto inicial, cotejó artículos como el publicado por Pedro Costa en El País. Empezó a investigar y, tras muchas horas de trabajo, llegó a la conclusión de que la historia de la Vampira del Raval no había sido más que el producto de una maquinaria periodística a favor del morbo y la truculencia. Repasó notas y archivos, releyó crónicas de la época en La Vanguardia y ABC y confirmó que «muchos de quienes volvieron a explicar el caso se limitaron a leer las reseñas de esos primeros días pero dejaron de investigar los últimos rastros del relato…». Porque la historia de Enriqueta no es como parece.
La lectura de Barcelona 1912. El caso Enriqueta Martí (Sílex) es doblemente interesante por cuando desmonta toda la maquinaria de la leyenda. Para Corominas, Barcelona, que no contaba hasta entonces con un gran asesino en serie local, la figura de Enriqueta «era una gran oportunidad para encajar en el parque temático barcelonés, una suerte de Jack el Destripador ambientado en la época de la Rosa de Foc».
El morbo y el sarcasmo estaban servidos. Incluso L’Esquella de la Torratxa publicó, como portada, el 8 de marzo de 1912, un dibujo cómico donde aparecía una monstruosa Enriqueta con un par de niños bajo el brazo y otros tantos a su paso, y una leyenda: «El plat del dia».
Rumores y falsedades que el ensayo se encarga de desmontar. No es el primero. Hace pocos meses la historiadora Elsa Plaza publicó otro con conclusiones parecidas a las de Corominas y un enfoque sociológico y de género. Enriqueta Martí, lejos de ser una asesina, sería una mísera mujer marcada por un hecho que le destrozó la vida: la muerte de una hijo, con apenas diez meses, a causa de la malnutrición. «Perturbada por esa situación -concluye Corominas- secuestró a Tereseta». Tal vez para buscarle una compañía a Angeleta, la otra niña que ella cuidaba, en el piso que compartía con el abuelo. «Pero la suya no era una mente analítica ni criminal. Hoy hubiera recibido atención psiquiátrica».
La leyenda de «la mala dona» ha generado varias novelas, obras de teatro, incluso un musical. El trabajo de Corominas rectifica y dignifica, en algo, su figura. La Barcelona de fin de siglo XIX -una ciudad con el 50% de analfabetismo y 12.000 prostitutas- era lugar idóneo para el relato siniestro. Pero aquella pobre desgraciada sobre la que se cebaron las crónicas de la época -y posteriores- ni siquiera murió, como se dijo, apalizada por sus compañeras reclusas -aunque falleció en prisión- sino víctima de un cáncer de útero.
«Su historia real no deja de ser dickensiana -continúa Corominas- y este es el contraste más salvaje con la versión oscura que hemos heredado. En realidad, lo único que tenemos es un ser anónimo, a quien siempre andan desahuciando, enfrentado a unas condiciones materiales de máxima miseria que la llevan a una serie de hechos alucinantes que tampoco podrían haberse sucedido con tanto impacto sin un elemento esencial: las apariencias».
Para el autor de este ensayo desenmascarador, Enriqueta fue sólo el chivo expiatorio periodístico que ocultaba las vergüenzas de Barcelona. No olvidemos que su cuñada le da a cuidar su criatura -Angeleta- porque la ha tenido viuda y teme el qué dirán.
El autor del ensayo descarta una por una las hipótesis. ¿Se demostró que existieran los famosos «ungüentos» milagrosos? No. ¿Restos de sangre en alguna toalla? Enriqueta sufría un cáncer de útero que le provocaba hemorragias vaginales ¿De qué eran los huesos que encontraron? Unos, probablemente extraídos de algún cementerio, y utilizados como amuletos mágicos, otros de animales usados para cocinar, gallinas y huesos de cerdo. Su día a día no era más que la suma de una vida desgraciada y una existencia misérrima que alguien quiso manipular, años después, como reclamo turístico.
El caso, tan sensacional como misterioso, queda registrado también en La vampira de la calle Poniente, donde Ginger Ape Books publicó sueltos y reseñas remitidas por las agencias de noticias en la prensa madrileña y crónicas del novelista Luis Antón del Olmet, uno de los forjadores de la leyenda, corresponsal especial del ABC que acabó por creerse aquella aquella feria de detalles macabros. Y, con él, todos sus seguidores.
Enriqueta Martí murió a los 45 años en la prisión Reina Amalia. Su historia acaparó la atención de toda España y esta fue la reseña inicial, el disparo de salida de una leyenda que hoy se está desmontando: «Barcelona 27, 2 tarde (Urgente). Un guardia municipal ha encontrado esta mañana a la niña desaparecida. Estaba secuestrada por una mujer de cuarenta años, llamada Enriqueta Martí, en una casa de la calle de Poniente. Cuando el público ha conocido la noticia, se ha agolpado frente al domicilio de la Enriqueta, y para evitar un asalto, han tenido que acudir las fuerzas del orden público. Ampliaré detalles».
La miseria de siempre
Catalina Gayà – Lavanguardia.com
4 de diciembre de 2011
Han pasado cien años, pero en algunos aspectos las cosas no han cambiado tanto en el Raval, que entonces era ‘el Chino’. De la gente hacinada en viviendas de ayer, a los pisos patera de hoy. La convivencia siempre fue difícil en este barrio de aluvión donde todo se mezcla y crecen leyendas como la de Enriqueta Martí. La sociedad miserable de 1912 tomó a esta mujer como chivo expiatorio de una serie de desapariciones y asesinatos de niños que eran esclavizados en fábricas o prostituidos.
Durante el Carnaval de 1912, el rostro de Teresita Guitart estaba grabado en la memoria de los barceloneses. Hacía días que la foto de la niña desaparecida se publicaba en periódicos obreros y anarquistas que abrían y cerraban según órdenes del gobernador civil, José Millán-Astray.
El hombre del saco se ensañaba en Barcelona, y Teresita era para muchos pobres la gota que colmó el vaso de esas desapariciones de niños. Teresita tenía 5 años, era hija de dos inmigrantes de Figueres y, como muchos obreros y niños que se esfumaban misteriosamente, era vecina del Distrito V.
En ese barrio maldito, las obreras mendigaban porque las dos pesetas que ganaban en la fábrica no les alcanzaban para alimentar a la prole, aunque los despojos provinieran de las inmundicias que se vendían en la calle del Arc del Teatre.
Mujeres con rostros desnutridos deambulaban con un pañuelo en la cabeza buscando comida en conventos o casas de socorro. Malvivían en pisos minúsculos junto a otras familias que habían llegado a Barcelona buscando el esplendor de la que se conocía como La Perla del Mediterráneo, y se topaban con La Ciudad de la Muerte. La esperanza de vida era de 41 años y el 17% de los recién nacidos morían antes de cumplir un año.
Una colmena sucia
Era esa una Barcelona miserable y enferma, en la que muchos pobres ocultaban el nacimiento de sus hijos varones porque sabían que si sobrevivían al tifus, la tuberculosis o la podredumbre del barrio acabarían en las filas del Ejército de su majestad de turno y morirían en Marruecos.
En esa Barcelona que había dejado la Setmana Tràgica había censadas 587.000 personas; en 1860 eran 190.000. En 40 años, la población casi se había triplicado. Los obreros y las gentes de mal vivir, según la moral burguesa, se amontonaban en el Distrito V. De las 6.401 casas que había en Barcelona, 2.103 estaban el este barrio.
Medio siglo de especulación había convertido el entramado de calles estrechas en una colmena sucia. Algunos hombres dormían en las azoteas, junto a los palomares o a los pellejos de los conejos. En su estudio sobre los barrios de la ciudad, el desaparecido periodista Josep Maria Huertas explica: «Era común que 40 o 50 personas vivieran en una casa».
En las fotografías de la época se ven músicos ambulantes, traperos, obreros con gorra y batas rayadas, niños hambrientos, cojos, lisiados (algunas crónicas denunciaban que no eran pocos los que habían aprendido a fingir enfermedades) que pedían limosna.
En 1912, a la población censada en el barrio se sumaba la gente de paso, la cercanía del puerto dio lugar a negocios como las Casas de Dormir, más conocidos como Hoteles del Hampa, en las que un catre costaba un real, y los que iban perdiendo la casa a medida que la Via Laietana se abría paso: se derrumbaron 2.199 viviendas sin que se diera solución a los que las habitaban. Entonces, hasta las tabernas malolientes se convirtieron en grandes dormitorios donde los bultos se confundían.
Escribe Paco Villar en Historia y Leyendas del Barrio Chino (La Campana) que el barrio «donde la miseria no se podía esconder» era el epicentro de todo tipo de violencia. Según la publicación Lo Missatger del Sagrat Cor de Jesús, había de 8.000 a 10.000 trinxerarires, golfillos que asaltaban a todo incauto que apareciera por el barrio. Por Carretas o Nou de la Rambla circulaba la morfina, había peleas a cuchillo, alcohol y cupletistas de 15 años que enseñaban pecho, cadera y lo que hiciera falta para ganarse el pan. A veces, morían asesinadas. En ese ambiente, la vida de una mujer, una niña o un niño no valía nada.
Imán de mujeres jóvenes
El distrito era imán de mujeres que ocupaban habitaciones sin luz ni ventilación. Esas jóvenes acababan en algún burdel de los cientos que había entre el puerto y la novísima plaza de Catalunya. Esas jóvenes aparecían inscritas en la Sección de Higiene Especial del Gobierno Civil y estaban obligadas a portar una cartilla que ponía que estaban sanas y que tenían más de 23 años, la mayoría de edad para una mujer. Muchas tenían 15, 16 o 17. Nunca más podrían dejar de ser putas y, por supuesto, nadie revisaba si los clientes tenían enfermedades venéreas.
En aquel Distrito V de 1912, las grandes fábricas habían desaparecido, sustituidas por carpinterías, imprentas, talleres. Aún hoy, muchos de esos comercios tienen en la fachada la fecha en que abrieron sus puertas: 1898, 1900, 1909, 1912, y lo utilizan como reclamo turístico.
El rescate de Teresita
El 27 de febrero de 1912, el comisario Ribot rescataba a Teresita Guitart en casa de Enriqueta Martí, en la calle de Ponent, 29 (hoy Joaquín Costa). Los periódicos de la época la describen como una mujer misteriosa que vivía sola. Estaba separada de un pintor lerrouxista y naturista, tenía un amante rico y no se le conocía oficio ni beneficio. Se lee en las crónicas que la mujer había retenido a la criatura y la había rapado. Fue Claudina Elías, una vecina, la que la denunció porque sospechaba que «había algo raro en esa mujer».
En casa de Enriqueta había otra niña: Angelita. Cuando la detuvieron, Enriqueta sostuvo siempre que a Teresita la había encontrado perdida por el barrio y que Angelita era hija de su cuñada, nacida fuera del matrimonio. Nunca la escucharon. Desde todos los rincones de España llegaron madres y padres pobres con la esperanza de que Angelita fuera su hija robada años o meses antes. La prensa hizo campañas para pagar los viajes. Ningún matrimonio pudo demostrar que Angelita era su hija.
El día que arrestaron a Enriqueta Martí, la policía sacó ropas ensangrentadas y huesos de su piso.
Empezó la caza de brujas y una leyenda que ha sobrevivido un siglo: Enriqueta Martí es, desde entonces, La Vampira del Raval. De ella se ha escrito que chupaba la sangre de los niños para elaborar pócimas milagrosas que luego vendía a los burgueses para que se curaran de sífilis o hemofilia. Se dijo también que comerciaba con vírgenes que servían, de nuevo a burgueses, para curar enfermedades venéreas. Ella será la mala mujer, la vampira, la bruja.
El juicio se alargó hasta ocho meses y el caso se cerró cuando Enriqueta murió de cáncer de útero en la cárcel de mujeres, según acredita el acta de fallecimiento.
La historiadora Elsa Plaza ha dedicado siete años al caso de Enriqueta Martí y ha escrito un excelente libro, El cielo bajo los pies (Edhasa), con el que aporta luz a la figura de esta mujer. En su casa del barrio de Horta, Plaza explica que desde 1912 hasta ahora se ha utilizado la figura de Enriqueta para que Barcelona tuviera una asesina en serie. «A Enriqueta nunca se la acusó formalmente de asesinato ni tampoco se encontró ningún cadáver de niño en su casa».
Ella salía a mendigar con hijos de otras mujeres (algunas eran prostitutas y otras no) porque había una red de mujeres que se ayudaban. Se demostró que Angelita era su sobrina. La historia de Enriqueta siempre ha sido contada por hombres. ¡Nadie pensó que la sangre que encontraron podía ser suya!».
En la mayoría de periódicos de la época se juzgó a Enriqueta desde ese 27 de febrero como la mujer que había robado, y asesinado, a unos 40 niños del Distrito V. Cuando se comprobó que los huesos hallados en una de las casas que habitó (en la calle de Picalquers) eran de animal, los periodistas casi arman un motín contra el médico que hizo dicho anuncio. Enriqueta era carnaza para una prensa amarilla naciente, el chivo expiatorio ideal al que cargar la desaparición de niños.
Coctelerías y ‘badulakes’
Esta cronista escribe este artículo y tiene grabada en su memoria la cara de Teresita Guitart. Desapareció en la esquina de la calle de Ponent (Joaquín Costa) con Ferlandina. Hoy en día, lo que se ve desde ahí es la culminación del proceso de cambio que empezó el Raval en los años 80: peluquerías fashion, una heladería italiana, badulakes, un bar inglés, döners kebaps, una tienda de muebles antiguos, un corrillo de borrachos y grupos de skaters y turistas sin rumbo.
En 1987, el entonces responsable del distrito, Joan Clos, inició un plan de rehabilitación e higienización de Ciutat Vella. Entraron las piquetas, el Chino murió y renació el Raval, lo que no significa que se eliminaran las desigualdades sociales. En 15 años cambió de fisonomía. Se dotó al Raval de espacios culturales como el Macba, el CCCB y el Cidob. En el 2001, se abrió la Rambla del Raval. También se ubicó ahí la Facultat de Geografía e Història de la UB y el capital privado lo escogió como la sede para la facultad de Comunicación de la Universitat Ramon Llull.
Estos cambios urbanísticos fueron acompañados por la llegada de nuevos vecinos con más poder adquisitivo -jóvenes españoles o europeos muy formados que salen del barrio cuando tienen hijos y que no suelen aparecer en los censos- y turistas de paso. Además, también se instaló en el barrio una nueva inmigración trabajadora de Asia y África que se sumó a los murcianos o andaluces que llegaron en los 50.
El barrio se debate ahora entre esa identidad cosmopolita -a veces, meramente plástica- que las administraciones planearon y el exceso de humanidad -muchas veces, pobre- que lo habita, y que ocupa pisos tan poco higiénicos como en 1912.
Sergi Martínez, profesor de Geografía de la Universitat de Barcelona, explica que ese plan «no tuvo en cuenta la entrada de la inmigración extracomunitaria». Según el Ayuntamiento, en el 2010 había 48.767 personas censadas en el Raval: casi el 50% españoles (25.047), seguidos de italianos (1.270), paquistanís (1.003), franceses (751) y marroquís (406).
Camas calientes
Hay ahora un Raval Nord y un Raval Sud. En el Nord, la operación maquillaje ha hecho que la miseria sea más de puertas adentro: hay camas calientes en la calle del Tigre, pisos patera en la calle d’En Roig, niños no escolarizados cuyos tíos los obligan a trabajar porque para eso los trajeron de Bangladés. Se ven ancianos que buscan comida en las papeleras frente a galerías de arte, coctelerías, tiendas de ropa, hoteles. Hay personas sin techo que comparten asfalto -los bancos han desaparecido a favor del urbanismo antipersona- con yonquis, traficantes de hachís y ladrones.
En el Raval Sud ha habido casos de presunta corrupción administrativa, asesinatos, operan redes de prostitución y el desalojo de vecinos no ha sido siempre pacífico. Ni el moderno Hotel Barceló Raval ni la Filmoteca o el conservatorio han cambiado la fisonomía de Robador, Sant Pau o Sant Ramon. Es más, en el siglo XXI, las chicas que ejercen la prostitución, muchas de origen africano o de países del Este, lo tienen más difícil que hace un siglo: ni siquiera tienen meublés donde trabajar, así que se exponen a los peligros y al acoso de la calle.
Ahora el Raval son los bajos fondos de Barcelona. En 1912, el Distrito V eran los bajos fondos de Europa. Poco antes de la detención de Enriqueta Martí, la policía había clausurado un burdel en la calle d’En Botella donde prostituían a menores. Violar a un niño o a una niña costaba 50 pesetas. Un obrero cobraba 4 pesetas al día. Se detuvo a la dueña, pero no se persiguió a los clientes.
La ciudad era un laboratorio del obrerismo, circulaban anarquistas, espiritistas como Gertrudis López de Avellaneda, feministas, higienistas, humanistas y esperantistas. Las sedes de estas asociaciones estaban en las fronteras del Distrito V. El barrio empezaba a conocerse como el Chino. Llegaban hombres de toda Europa buscando juego, cabareteras, lupanares. Desde Barcelona, se exportaban postales picantes o películas porno a Europa y América.
Igual que ahora hay dos Ravales, en 1912 también había dos distritos quintos. Aquel donde se asomaba la burguesía y el de la trágica miseria que era el día a día de los pobres. En 1912, la Barcelona burguesa y bohemia bajaba a la Rambla en tranvía eléctrico y hacía excursiones para husmear en la miseria tras hacer compras en los flamantes almacenes El Siglo. Por las noches, se divertían en los teatros y las salas de baile como El Edén Concert (Nou de la Rambla), la sede del libertinaje de esa Barcelona pecaminosa.
Enriqueta supo circular durante años entre ricos y pobres, y eso la convirtió en sospechosa de unos y otros. Sabía buscar en el zoco de vendedores en el cruce de las calles del Arc del Teatre y Migdia, donde se vendían paquetes de cigarrillos hechos con colillas y pedía comida en todas las instituciones benéficas de la ciudad. Se la veía bien vestida en el lujoso Gran Casino de l’Arrabassada.
Durante el juicio confesó que era alcahueta -llevó a una chica de 17 años a prostituirse a un burdel de Sabadell-, prostituta y ladrona de joyas. «Era alcahueta y practicaba abortos, pero no mataba a niños ni hacía pociones con su sangre ni pegamento con sus huesos. Se dijo que en uno de sus pisos había una habitación pintada de negro. En Barcelona se hacían fotos pornográficas. ¿Quién sabe si esa habitación no era para eso?», dice Elsa Plaza.
Una bruja reencarnada
La historiadora afirma que hay un detalle que cambia radicalmente la manera como Enriqueta ha pasado por la historia. El penalista y defensor de militantes anarcosindicalistas Eduardo Barriobero se ofreció para defender a esta mujer que, según periódicos y autoridades, era la reencarnación de una bruja.
En su ordenador, Plaza guarda una entrevista que el periodista de El Heraldo de Madrid Adelardo Fernández Arias, El Duende de la Colegiata, le hizo en prisión. El reputado periodista trata a Martí de «amiga» y se retrata junto a ella y al abogado Barriobero. ¿Por qué tan prestigioso abogado querría defender a La Vampira? En la entrevista, Enriqueta agradece al director de la prisión que la haya «ayudado tanto».
Elsa Plaza explica que todo el juicio fue un montaje: «Se quería tapar la miseria y la explotación. La punta de todo fue el descubrimiento de un prostíbulo infantil en la calle de Botella. Es cierto que desaparecían niños. Algunos eran enviados a Francia, donde los explotaban en las fábricas de cristal de las afueras de París», explica.
Los niños robados (o vendidos por los padres para aliviar la penuria económica) eran útiles: mendicidad, adopciones ilegales, pederastia o explotación en fábricas, donde la dureza del trabajo los lisiaba.
Podemos sospechar que algunas niñas fueran víctimas de la trata internacional para la prostitución. Aquí no hay muchos trabajos sobre el tema, pero sí los hay en Latinoamérica. Las europeas eran enviadas a Nueva York, Buenos Aires y Río de Janeiro. En 1903, ya se creó la junta contra la trata de blancas presidida por la infanta Isabel», explica Plaza.
En los diarios del 13 de mayo de 1913 se leía que Enriqueta Martí murió de madrugada, que la asistieron dos reclusas y que las mismas internas pidieron poder velar el cuerpo. Pese a que al fin esa información era precisa, un siglo después se escucha decir a guías turísticos, en lo que se conoce como el Raval modernista, que «la vampira fue asesinada por otras reclusas» o que se «suicidó mordiéndose las venas». Se paran frente al número 29 y algún vecino pide a los guías que cuenten la verdad.
Es invisible, pero está
El miércoles, a las 11.15 de la mañana, frente al número 29 de la calle de Joaquín Costa, el mismo edificio en el que vivía Enriqueta en 1912, había una mujer con un pañuelo en la cabeza y faldones largos pidiendo limosna. Esta cronista casi da un grito al verla. Era una vecina del barrio, una rumana, que saludaba a los vecinos y pedía caridad a los turistas que buscaban la ruta modernista. Por un segundo, esta cronista regresó a 1912 hasta que vio el sello de Starbucks en el vaso de plástico que le servía para guardar los pocos céntimos que recogía. Paco Villar escribe que en el Distrito V de principios de siglo XX «la miseria no estaba oculta a la mirada de nadie». En el Raval del principios del siglo XXI la miseria se invisibiliza, pero ahí sigue.
La extraña vida de Enriqueta Martí
Mari Pau Domínguez – ABC
10 de diciembre de 2017
¿Cruel asesina de niños? ¿O una víctima del sistema? Un siglo después de producirse uno de los casos más extraños de la crónica negra española, queda en el aire la respuesta sobre si Enriqueta Martí Ripoll secuestró o asesinó a diez niños de corta edad o, en cambio, fue protagonista de lo que no pasó de ser una leyenda urbana.
Barcelona, 17 de febrero de 1912. Entresuelo del número 29 de la calle de Poniente. Una niña se asoma a un gran ventanal que da al patio interior. Tendrá unos seis años. Está muy seria, se diría que triste. Su imagen impresiona; lleva la cabeza rapada y viste harapos. Permanece inmóvil hasta que se encuentra con la mirada incrédula de Claudia Elías, la vecina, y entonces retrocede asustada.
Aparece Enriqueta Martí, y la señora Elías, que jamás ha visto a esa niña antes, le pregunta por ella, a lo que Enriqueta responde cerrando la ventana de un portazo. La vecina no se da por vencida y lo que va comentando por el barrio llega a oídos de un agente de la municipal.
Diez días más tarde, la policía descubre que en el piso de Enriqueta se encuentra secuestrada Teresita Guitart, a la que toda Barcelona buscaba desde hacía dos semanas. El caso no acaba ahí ya que aparece una segunda niña, Angelita, de padres desconocidos. La niña, que ni siquiera conoce sus apellidos, es depositada en el domicilio del conserje del palacio de Justicia para que se hagan cargo de ella.
Al ser llevada a comisaría, la secuestradora inicia un reguero de versiones extrañas, incoherentes y contradictorias. No se inmuta al escuchar los gritos de alegría de los padres y hermanos de la pequeña Teresa en un cuarto contiguo al encontrarse con ella.
La policía da con el nombre de la detenida en sus archivos, en los que además de varias condenas antiguas, figura como sospechosa de ir en malas compañías y moverse entre mendigos y maleantes. Enriqueta es recelosa y parca en palabras. Tiene los ojos inertes y en el rostro una permanente expresión de querer enterarse de lo que no sabe. Y dice no saber nada. De sus palabras se desprende la inverosímil idea de que había recogido a Teresita ese mismo día al encontrarla sola por la calle. Pero la realidad, aquello a lo que Enriqueta se niega, es bien distinta y no va a ayudar a su inocencia.
Desapariciones de niños
La tarde de su desaparición la niña jugaba junto a sus padres. Al verla, la mujer se quedó quieta, como detenida en el tiempo, con la mirada puesta en el movimiento de los adornos que la pequeña llevaba en su largo cabello.
Aguardó a que se alejara de su madre un solo instante que ella supo aprovechar para ofrecerle caramelos y llevársela de la mano. Cuando Teresita se dio cuenta de que se estaban alejando demasiado y quiso volver ya era demasiado tarde, Enriqueta le cubrió la cabeza con un enorme trapo negro y tiró de ella violentamente hasta su casa.
«Te llamarás Felicidad», le dijo a la asustada niña mientras la preparaba para raparle el pelo. «A partir de ahora no tendrás padres, yo seré tu madrastra y así me llamarás, ¿me has entendido?», le gritó, provocando el llanto de la criatura, que sólo calló al ver aparecer a otra niña, también rapada y mal vestida. La mujer les prohibió asomarse a balcones y ventanas para que nadie las viera.
Aquellos días de encierro cambiaron el paraíso infantil de Teresa por un prematuro infierno adulto en el que la compañía de Angelita mitigaba la angustia. Apenas eran alimentadas con patatas cocidas tan duras como el pan que de vez en cuando les llegaba a la mesa.
En qué pocos días Teresita se tornó en una niña triste y adormecida por las circunstancias para que dolieran menos… Su compañera de penas sufría la ira de «la mala mujer que le daba pellizcos en las piernas. Unos atroces pellizcos» que recordaría Angelita cerrando los ojos, como si le tuvieran que doler para el resto de su vida. Su carácter avispado, sus ojos negros y alegres, contrastaban con el amargo silencio de Teresita. Aunque a ambas los días de soledad en aquella casa lóbrega y miserable se les hacían igual de largos y eternos.
– Es mala, muy mala -se desahogaba Angelita con su nueva amiga-. Cuando yo llegué a esta casa había un niño un poco más pequeño que yo, Pepito se llamaba. Lo trataba mal. Un día entré en la cocina y tenía un cuchillo de cortar carne en la mano, lleno de sangre, y nunca más volví a ver a Pepito. Su ropa también estaba llena de sangre.
– ¿Y ella no te vio? -preguntó aterrorizada Teresa.
– No, me escondí del miedo que me entró -hablaba en voz baja.
– ¿Por qué lloras?
– Porque Pepito era muy bueno y simpático. Si lo hubieras conocido… Parecía un ángel rubio. Conseguía muchas limosnas porque la gente lo quería. Sshh, ¡cuidado, que viene!
Las dos niñas se abrazaron fundiéndose en su desgracia.
¿Una mendiga rica?
Enriqueta era considerada una profesional de la mendicidad, no en vano se la conocía en todos los centros y rectorías donde se repartían limosnas. Durante el día se la veía desastrosa, nauseabunda como una mendiga de la peor especie.
Sin embargo, por las tardes iba vestida con plumas en el sombrero y trajes de seda que le confeccionaban a medida varias modistas, «demasiado lujosos», llegaron a decir, y que solían rematar en su casa. Pero ella respondía «que aún no eran lo bastante para las habitaciones en que se habían de lucir». Nada menos que setecientas pesetas gastó en vestidos días antes de la detención. Toda una fortuna destinada a una vida extraña.
Lo que se encontró en el registro policial de su casa resultó definitivo para su acusación. Vestidos de niña y un cuchillo manchados de sangre; ropas de cama también ensangrentadas; correspondencia abundante, escrita con iniciales y contraseñas; y lo peor: un saco de lona lleno de ropas, en cuyo fondo había huesos humanos pertenecientes a un cuerpo de poca edad, y frascos llenos de sangre coagulada, recetas misteriosas y extrañas, fórmulas absurdas y otros detalles macabros que delataban prácticas de superstición y de hechicería.
El viernes 1 de marzo, Enriqueta fue trasladada a la cárcel de mujeres a las doce de la noche para evitar altercados callejeros. Barcelona estaba indignada con ella pero aún habría de sufrir otra conmoción al hallarse restos humanos de niños, cráneos, trozos de cabelleras, zapatitos y un calcetín en domicilios anteriores de Martí. En el de la calle Juegos Florales, una mezcla de tierra, de sangre y de vísceras corrompidas envolvían el hallazgo cruel.
Ajustó cuentas con la vida
«La vampira del Raval» se fue convirtiendo en una sombra de sí misma. En la cárcel decían que el recuerdo de sus terribles crímenes la torturaban pero nadie, puede que ni siquiera ella misma, podía adentrarse en las remotas esquinas de su mente. Pasaba horas tumbada en el camastro de su celda, ensimismada, con una mueca de angustia en la boca y sin querer hablar con nadie. El ambiente tétrico de la prisión, aquellas paredes sucias, el hedor y la humedad…
Se quejaba amargamente de que nadie pudiera entender que el dolor por la pérdida de su hijo la llevara a buscar la compañía de niños pequeños. Esa era su versión de los hechos, contrapuesta a la de los médicos, que certificaron que jamás había estado embarazada.
Un día no pudo más. Como no disponía de ningún objeto a su alcance al habérselos requisados para evitar un suicidio pensaría la manera de llevar a la práctica sus intenciones. No volvería a cometer el error de la cuchara de metal que le encontraron escondida entre la camisa y el corsé, y que pretendía usar como punzón. Cogió sus cabellos y los anudó fuertemente bajo la barbilla haciendo de ellos un dogal con el que ahorcarse. Tiró y forcejeó llamando a la muerte pero eran muy cortos. Se dejó caer extenuada sobre la almohada llorando de rabia.
Pero la vida iba a hacerle el trabajo sucio de llevársela de este mundo y, así, estrenando el año 1913, el mismo 1 de enero, Enriqueta cayó gravemente enferma. Diagnóstico: cáncer de matriz. A los pocos días se señaló la vista oral para mayo. «Como la procesada continúa en estado gravísimo, el acto se celebrará en el salón de vistas de la cárcel de mujeres, acudiendo la enferma en su cama».
Así se dejó previsto, aunque la reclusa jamás llegó a asistir al juicio. A las seis de la tarde del lunes 12 de mayo, Enriqueta Martí Ripoll falleció llevándose consigo la verdad de sus extraños crímenes. Su muerte empezó a marcar la estela de una leyenda.