El parricidio de Vimianzo

Volver Nueva búsqueda
Parricidio de Vimianzo
  • Clasificación: Asesinato
  • Características: Manuel Martínez N. asesinó a su esposa, Teresa Zuloaga, porque esta le pidió que dejara a su amante
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 11 de octubre de 1911
  • Fecha de detención: Unos días después del crimen
  • Perfil de la víctima: Teresa Zuloaga, de 55 años, esposa de Manuel Martínez N.
  • Método del crimen: Degollación con un cuchillo de cocina
  • Lugar: Vimianzo, La Coruña, España
  • Estado: Manuel Martínez N. fue condenado a cadena perpetua en la Audiencia de La Coruña, el 12 de noviembre de 1912. No cumpliría más de veinte años de prisión, pues le beneficiaron varios indultos
Leer más

El parricidio de VIMIANZO

Carlos Fernández

6 de noviembre de 2017

Vimianzo, a 66 kilómetros de La Coruña, camino de Finisterre, es el centro de un valle dominado por los montes Sangro y Faro. Su monumento más destacado es el castillo de los Moscoso, con sus recintos, fosos, patios y torres almenadas que permanecen como en los días relatados por la Crónica de Vasco da Ponte, en los que Pedro Madruga tuvo en su recinto prisionero al obispo de Tui, Diego de Muros. Vimianzo, tierra de Bergantiños, zona rica en memorias históricas, iba a ser también, a finales de 1911, marco de un parricidio, hecho violento, usual en una tierra apasionada y convulsa en la que no queda a salvo ni una institución tan venerada como la familia.

Manuel Martínez era un labrador de 60 años, fuerte, callado, trabajador, que vivía en la parroquia de Corneira, en el término de Vimianzo, con su mujer y una criada. Dedicado a las faenas del campo, las relaciones de Manuel con su esposa eran cordiales hasta que la pasión del aburrimiento hizo que se fijase en su criada y la asediase sexualmente. La criada era María Allo, una joven de aspecto rústico, pelo castaño recogido en moño, ojos negros, de regular estatura, obediente –cual si temiese que al mínimo error la devolviesen a su casa–, cautelosa, simpática en cuanto se tenía trato con ella.

Teresa Zuloaga, de 55 años, era la mujer de Manuel Martínez. Denotaba todavía cierta prestancia femenina, rodeada de un halo de tristeza que a veces semejaba un trastorno nervioso. Ella fue la que, cansada de las faenas del hogar, sugirió a su marido tomar una criada para servicio. A la vista de lo sucedido, se arrepentiría.

Es el 11 de octubre de 1911 cuando Manuel, como cualquier día del año, se levanta pronto para iniciar sus faenas en el campo. Su mujer, Teresa, lo ha hecho al mismo tiempo, bajando a la cocina para lavar algo de ropa. Manuel procedió a aparejar los bueyes, desayunando al terminar la operación en compañía de su mujer. Pronto comenzaron a discutir, como venía siendo habitual desde hacía tiempo, por la cada vez más fuerte relación amorosa que Manuel venía manteniendo con la criada, María, la cual no estaba presente. Teresa le dijo que, de seguir así, y ante el escándalo que se estaba produciendo en el vecindario de Corneira, habría que echar a María de casa. Manuel reaccionó airadamente y le dijo a su mujer que era una envidiosa, que estaba mal de los nervios, que debía de ir a un médico a consultarse y que seguramente acabaría en un manicomio.

Teresa le contestó que el loco era él si creía que una chica joven y agraciada como María iba a enamorarse de un viejo de 60 años por el físico. María sólo buscaba el dinero que él tenía. Un dinero que, además, en su mayor parte era de ella. Manuel se puso colérico, la llamó «vieja loca» y «ramera» al tiempo que cogía un cuchillo, produciéndole una herida en el cuello que, partiendo de izquierda a derecha, seccionó las fibras del músculo esternocleidomastoideo, tráquea, carótida y vena yugular interna, que le produjo la muerte instantánea.

Acto seguido salió de su casa y comenzó a dar gritos a los vecinos diciendo que Teresa se había suicidado. Acudieron aquéllos a la casa y vieron el horrible espectáculo de Teresa caída en el suelo en medio de un charco de sangre. Personado en el lugar de los hechos el juez de instrucción de Corcubión y tras las primeras averiguaciones, da orden de prisión contra el marido de la víctima sobre el que días más tarde dictaría auto de procesamiento.

El juicio

El juicio contra Manuel Martínez comienza a verse en la Audiencia de La Coruña el 12 de noviembre de 1912 en medio de una gran expectación, estando la sala llena completamente, dándose el caso de vecinos de la zona de Vimianzo que esperaron toda la noche en las afueras del edificio del Parrote.

Forman el tribunal el Sr. Sanz, presidente, y los magistrados Delgado y Santullano. Representa al ministerio fiscal el Sr. López Infantes, ejerciendo la defensa D. Manuel Casás Fernández. El Jurado popular, elegido mediante sorteo, estuvo constituido por José Mareque, presidente; Manuel Argomil, Juan Accido, Francisco López Reyes, José Vázquez, José Martínez Francisco García, Vicente Blanco y Gabriel Sambade.

A las once de la mañana comienza el fiscal calificando los hechos como parricidio sin atenuantes ni agravantes y pide para el acusado la pena de cadena perpetua. Casás niega el hecho en sus conclusiones provisionales y sostiene que Teresa Zuloaga se suicidó.

Cárcel del Parrote, en La Coruña, hacia 1900.

Cárcel del Parrote, en La Coruña, hacia 1900.

En la prueba testifical declara el acusado. Dice que el día de autos, tras desayunar en su casa, se dirigió a una finca que distaba unos 90 metros de aquélla. Antes entró en su habitación para coger unos cigarrillos, en donde vio a su mujer que se estaba peinando. Cuando ya estaba en el prado, oyó gritos que le parecían partir de su casa. Corrió a ella. Llamó a la puerta de la habitación donde estaba su mujer, que se hallaba cerrada, y nadie contestó.

Muy alarmado, salió de la casa a avisar a los vecinos. Tras acudir éstos, con un martillo derribaron la puerta, entrando en la habitación. Dice que vio a su mujer, ya cadáver, en un charco de sangre, de lo que deduce que ella misma se suicidó.

Se refiere el fiscal a continuación a las relaciones amorosas que sostenían el acusado con la criada, María Allo. Manuel, con gran habilidad, las niega.

–¿No entraba María en su casa con gran frecuencia?
–No señor.
–¿No mantenía usted tratos íntimos con ella?
–No señor. Es falso.
–¿No vino María con usted una vez a La Coruña y desde esta capital no la condujo a Vimianzo en el mismo caballo en que usted cabalgaba?
–No señor. Fue que una vez, viniendo de Vimianzo, la encontré en la carretera, pidiéndome ella que la dejase ir a la grupa, porque se hallaba muy cansada, a lo que accedí.
–¿Tenía usted buenas relaciones con su esposa?
–Sí señor, y nunca tuve problemas con ella por cuestión de amores con otras mujeres.
–¿Recuerda usted haberse quejado al juez diferentes veces de que su mujer se embriagaba y de que tenía que llevarla a casa en lamentable estado?
–Recuerdo.
–¿Notó usted en los últimos tiempos alguna alteración en el estado mental de su esposa?
–Sí, señor… No sólo hacía gestos y muecas raras, sino que en ocasiones la sorprendí hablando sola.
–¿Cómo siendo tan fácil abrir la puerta de la habitación donde estaba su mujer, y de donde habían partido los gritos, no se apresuró usted a entrar en la misma, queriendo además tanto a su mujer como dice y llevándose tan bien con ella?
–No me di cuenta. Además, temía que hubiese algún extraño en la casa y por eso llamé a los vecinos para que me ayudasen, no para que me sirviesen de testigos.
–Al llamar usted a los vecinos, ¿era para que le ayudasen en caso de que estuviese allí alguna persona extraña que pudiese agredirle a usted?
–Sí señor, así fue.

Dijo también Manuel Martínez que el cuchillo que aparece como pieza de convicción, lo usaba Teresa, pues «le tenía mucho cariño», ya que lo había traído él cuando estuvo en Buenos Aires. Era un cuchillo con el cual cortaba el pan y hasta lo llevaba a veces a su habitación.

Añadió el acusado que él era inocente y que fue su esposa, cuyos nervios habían sufrido últimamente gran deterioro, quien tomó la determinación de suicidarse.

Comparecieron a continuación los peritos Juan Carrera, José Búa y Gaspar Araújo, médicos militares; Arturo Román, forense de Corcubión; Manuel Sendón, Enrique Villardefrancos y José García Ramos, forense de La Coruña.

Para el Sr. Carrera no se trata de un suicidio, basándose en la traza del cuello y en la forma en que se produjo la herida.

Dijo también que las mujeres se suicidaban, generalmente, o valiéndose de veneno o ahorcándose. Señala que no tenía Teresa fuerza suficiente para asestarse un corte que le seccionase la laringe y que, si fuese ella la que se hubiese herido, el tajo no hubiese sido tan profundo. Reparó también en el hecho de haber aparecido un orinal lleno de sangre cerca del cadáver, manifestando que Teresa, mujer no muy fuerte, no hubiese tenido ni la fuerza ni el valor suficiente para recogerla.

El doctor Búa admitió las posibilidades del crimen y del suicidio, aunque se inclinó más por lo primero. Dijo que por lo deficiente de los elementos de deducción, no podía hacerse en conciencia una afirmación rotunda, aun cuando la vista del cuchillo no induce en realidad a creer en el suicidio. Gaspar Araújo sentenció categóricamente que no se trataba de un suicidio. Entiende que el asesino debió de poner una rodilla en la espalda de la víctima, y que sujetándola por el pelo le infirió entonces la puñalada mortal. Estuvo conforme con estas deducciones el doctor Villardefrancos.

Discrepancias

Interviene a continuación el abogado defensor, Sr. Casás, quien con gran habilidad logra que el perito, señor Carreras, reconozca que en caso de tratarse de un homicidio resultaba extraño que no se hubiesen observado señales de violencia o lucha ni manchas de sangre en el brazo y en las manos del acusado. Tras esta declaración se suspende el juicio hasta la tarde. A las cuatro y media se reanuda la sesión, continuando el abogado defensor interrogando a los peritos médicos. Dice García Ramos que por los síntomas que presenta el cadáver y la posición que ocupaba al ser hallado en la habitación parece un homicidio. En cuanto a la sangre hallada, manifiesta que pudo ser causada por una hemorragia.

También se añade, y coincide con lo dicho por el acusado sobre el estado mental de la víctima, que presentaba un estado anormal de las meninges que pudiera causar trastornos en aquélla. Sin embargo, hay discrepancias en este aspecto entre los peritos militares, Búa y Araújo, y los civiles.

Desfilan a continuación los testigos propuestos por la acusación. Las declaraciones de María Allo, la amante del acusado, causan gran desilusión entre el público, que esperaba una confirmación de las relaciones amorosas que mantenía con Manuel. Dice María que se presentó pulcramente vestida, un poco nerviosa y con aire de cándida paloma, que las relaciones entre sus amos eran cordiales, no observando en doña Teresa ningún síntoma del que pudiese deducir que estaba mal de los nervios. Negó rotundamente que el procesado sostuviera con ella relaciones amorosas y que su trato fue únicamente el relacionado con su labor de sirvienta.

Comparece a continuación Cándido Blanco, el cura párroco del lugar donde habitaba el matrimonio. Dice el reverendo que había oído rumores de que las relaciones entre ambos esposos no eran buenas, así como que Manolo mantenía una pasión amorosa con la criada. Aunque no era su intención meterse en la vida privada de las personas, sí intentó conciliar al matrimonio y, sobre todo, por el escándalo que se estaba produciendo entre sus feligreses, que Manuel suspendiese sus relaciones amorosas con María, lo cual irritó al varón, que le dijo que se dedicase a atender las cosas de la iglesia.

Antonio Álvarez es el cabo de la Guardia Civil del puesto de Vimianzo. Dice en su comparecencia que al enterarse del crimen sospechó de inmediato del acusado. Entra raudo al quite el abogado defensor D. Manuel Casás, quien protesta ante la presidencia de que el testigo no está declarando sino acusando, hecho todavía más grave pues se trata de un guardia civil, y que acusa, además, sin pruebas fidedignas. El presidente de la Sala acaba apercibiendo al guardia.

Lee a continuación Casás un oficio que el testigo dirigió al Juzgado de Corcubión como resultado de las gestiones para averiguar si el procesado maltrataba a su mujer y en el cual manifiesta que nada pudo confirmar de cuanto se decía, punto éste en el que está conforme el cabo Álvarez.

Declaran a continuación los testigos José Lema Agra, Mariano Romero y Perfecto Vázquez, que son los vecinos que acompañaron a Manuel Martínez a su casa y vieron como éste derribó la puerta. Afirman que Manuel estaba muy nervioso cuando fue a pedir auxilio y que cuando tiraron la puerta abajo y entraron en la habitación, aquél lloró desconsoladamente al ver a su mujer tirada en el suelo en medio de un charco de sangre.

Otros testigos vecinos del pueblo fueron David Lema, Pedro Pérez, Domingo Lema, Vicente García, José Martínez Castro, Andrés Barcia, Consuelo y Esperanza Lema, Manuel Pérez y Jesús Martiño. En una forma de declarar muy gallega, manifiestan haber oído mucho sobre las relaciones ilícitas que mantenían Manuel y María, pero que en realidad nunca les habían visto juntos en actitud amorosa. Uno de ellos concreta: «En deitados nunca os vín» («nunca los vi en la cama»).

A continuación, comparecen los testigos que presenta la defensa: Ricardo Méndez, María Alvite, Manuela Barcia, Laureano Pardiñas, José Lema, José Souto y Perfecto Manso.

Todos afirman conocer al matrimonio y que, a pesar de las habladurías de algunos cotillas del pueblo, nunca lo habían visto mantener una riña, reinando «una gran armonía entre ellos». Uno de ellos añade que Manuel era «tan bondadoso» que cuando comían él servía lo mejor para Teresa y a veces se quedaba casi sin comer para que ella lo hiciese a gusto. En cuanto al supuesto crimen, creen incapaz de ello a Manuel Martínez, que además tenía unas convicciones morales muy sólidas. En vista de ello, el fiscal y la defensa renuncian al resto de la prueba testifical, suspendiéndose a las siete de la tarde el juicio hasta la mañana del día siguiente.

Prueba documental

El día 13, a las diez y media de la mañana, se reanuda el juicio. Al igual que el día anterior, el público abarrota la sala. Ya desde una hora antes, los pasillos de la Audiencia rebosaban de gente que comentaba con gran interés las vicisitudes del proceso. Al reabrirse el juicio, el secretario, Sr. Cornide, da lectura a la prueba documental, consistente en las siguientes diligencias sumariales:

–Reconocimiento de la ropa que vestía Manuel Martínez el día de autos, que no aparece manchada de sangre.
–Resultado de la autopsia del cadáver de Teresa Zuloaga, quien, según los médicos, falleció por la herida, que era mortal de necesidad y que la víctima no pudo causarse a sí misma.
–Una carta que la supuesta amante de Martínez le dirigió a aquél, citándolo en su casa, para un viaje que ambos pensaban realizar a La Coruña.
–Oficio del alcalde de Vimianzo diciendo que Manuel y María tenían relaciones ilícitas y que aquél reñía con su esposa por tales amores.
–Oficio del cabo de la Guardia Civil del puesto de Vimianzo en parecidos términos a los del alcalde.
–Otras diligencias sin importancia.

Comienza seguidamente el informe del fiscal. El Sr. López Infante pide un veredicto condenatorio en nombre de la ley y del pueblo. Apoyado en las abrumadoras pruebas que hay en contra de Manuel Martínez, desde la propia autopsia y otros informes de los peritos médicos hasta el de importantes testigos, afirma que Manuel Martínez es el autor del horrible parricidio.

Pasa a continuación a analizar en detalle la forma en que debió de realizarse el crimen. Afirma el Sr. López Infante que el acusado se valió de una estratagema para borrar toda huella que pudiera hacer creer en el crimen.

Explica cómo el agresor pudo fácilmente cerrar por fuera la vivienda saltando después por la ventana. Examina después los informes de los peritos médicos, que explican que no pudo ser Teresa la que se clavó el cuchillo, sino que por el contrario fue agredida por otra persona y que ésta fue Manuel Martínez. En cuanto a la sangre que contenía un recipiente, señaló el fiscal que no podía ser de una hemorragia tal y como había demostrado el perito.

–Señores del Jurado –dice el fiscal–, los móviles del crimen son fruto de la pasión: las relaciones ilícitas que el acusado mantenía con la joven sirvienta María Allo y que eran de dominio público en la localidad, tanto que hasta el propio cura párroco tuvo que reconvenirles por el escándalo que ello estaba causando.
»Unas relaciones tanto más repelentes por cuanto la víctima siempre había mostrado hacia la criada un exquisito trato, al mismo tiempo que intentaba que su esposo volviese a la normalidad matrimonial. Frente a la cordura de la víctima, Manuel sólo respondió con la violencia. Y ello merece el castigo que marca la ley. Por eso pido para él la pena de cadena perpetua.

Informe del abogado defensor

Tras suspenderse la sesión, se reanuda a las cuatro y media de la tarde de dicho día con la intervención de Manuel Casás, abogado defensor.

Estaba Casás en el apogeo de su carrera profesional. Tenía 45 años y aunque su protagonismo político y literario vendría después –tres veces alcalde de La Coruña, presidente de la Real Academia Gallega, hijo predilecto de la ciudad…–, ya había publicado varias obras y obtenido diversos premios, tanto dentro como fuera de Galicia. Su primer libro, Concepto de la Patria y de la Región, era representativo de sus ideas políticas. En 1912 estaba preparando varios trabajos sobre las causas de la delincuencia infantil, uno de sus temas preferidos, que presentaría dos años después en el II Congreso Penitenciario Español a celebrar en La Coruña.

Comienza Casás su discurso de defensa censurando la labor que determinadas gentes, más o menos apasionadas, hacen en contra de algunos elementos que deben ser absolutamente imparciales.

Como ejemplo de su estilo oratorio, he aquí algunos párrafos de su defensa:

–Es preciso abrir las ventanas de la conciencia; dejar salir el aire impregnado de sangre que exhala el cuadro fatídico trazado por la palabra del fiscal y oíd la palabra de la defensa, que es la voz que ahuyenta la muerte y canta la vida, aun de alguien al que se supone que se la ha quitado a otro. Porque, fijaos bien señores del Jurado, si contestásemos con el ojo por ojo y diente por diente estaríamos aplicando la ley de la selva, la ley del más fuerte, pero nunca la ley de Dios.
–Hoy no puede haber colores en mi fantasía; hoy sólo vemos un cuadro triste y lúgubre que espanta, cruzado por una ancha franja de negro que flota sobre la cabeza del reo.

Impugna a continuación Manuel Casás los razonamientos expuestos por el fiscal y expone su tesis del suicidio apoyándose, entre otras pruebas, en las reseñas publicadas del suceso por algunos periódicos. En cuanto a los informes de los peritos médicos, lee varios casos de otros juicios anteriores en los que los suicidas, aun después de haberse seccionado por completo el cuello, dan algún pequeño grito, creyendo, por lo tanto, que no era inverosímil que Teresa, aun después de haberse herido, hubiese gritado.

Acerca del cuchillo con que se supone se quitó la vida Teresa Zuloaga, hizo el abogado un diseño y unas deducciones que fueron seguidas con gran atención. Después examinó hábilmente las declaraciones de los testigos, manifestando su sorpresa ante la coincidencia de muchas de ellas, en cuanto a que Manuel no pudo abrir la puerta donde se hallaba su esposa, a su sincera impresión cuando la vio muerta, a sus normales relaciones con ella y a la inexistencia de una pasión amorosa con la criada, «Es raro –dice– que todas estas personas estén desinformadas, sean tontas o mientan». Finalmente, se dirige al Jurado, diciendo:

–Vuestra labor es difícil, penosa, terrible. Meditadlo bien, olvidad las insinuaciones de los prejuicios y de las preocupaciones; desechad las impresiones de fuera; pensad que en vuestra augusta función de administrar recta justicia sólo debéis atender a los resultados de las pruebas practicadas en el juicio.
»Si el remordimiento de la duda os acosa, aplicad la célebre máxima in dubio pro reo y absolved a Manuel Martínez.

El informe de Casás, elocuente, apasionado y hábil, fue seguido con gran atención por el público y jurado y, a juzgar por los gestos de unos y otros, parece haber causado buena impresión.

Manuel Casás Fernández, posteriormente alcalde de La Coruña, presidente de la Real Academia Gallega.

Manuel Casás Fernández, posteriormente alcalde de La Coruña, presidente de la Real Academia Gallega.

A las nueve de la noche se suspende la sesión hasta el día siguiente.

Comienza el día 14 a las diez y media de la mañana.

El presidente de la Sala, señor Sanz y Camps hace un breve e imparcial resumen del informe pericial y de las pruebas testifical y documental que se han practicado durante los debates del primero, tocando bien los puntos esenciales que eran objeto del juicio.

Invitó al Jurado para que, dejando a un lado cualquier pasión política o personal emitiese un veredicto en favor o en contra del procesado conforme al dictado de la conciencia.

El veredicto

Después del resumen efectuado por el presidente de la Sala, se retira a deliberar el Jurado Popular, regresando al cabo de veinte minutos y dándose lectura al veredicto:

Los jurados han deliberado sobre las preguntas sometidas a su resolución y, bajo el juramento que han prestado, declaran solemnemente a la única pregunta:

–¿Manuel Martínez N., es culpable de haber inferido con arma blanca, en la mañana del 11 de octubre de 1911, y hallándose en su casa, sita en la parroquia de Corneira, término de Vimianzo, una herida a su legítima esposa, Teresa Zuloaga, en el cuello, por debajo de la laringe, que partiendo de izquierda a derecha interesó tan importantes vasos que la produjeron la muerte instantánea?
–A lo que respondemos: Sí.

Al término de la lectura del veredicto popular, la impresión del público que llena la sala es grande. Una hermana del procesado que se hallaba en las primeras filas comenzó a llorar dando grandes gritos y tuvo que ser sacada de la sala.

Abierto el juicio de Derecho, el fiscal, señor López Infante, pidió que se impusiese al acusado, Manuel Martínez N., la pena de cadena perpetua, accesoria de interdicción civil y pago de costas. Señaló además la suma de 3.000 pesetas como indemnización a los herederos de Teresa Zuloaga.

El defensor repite sus palabras finales del discurso anterior y encomienda a su patrocinado a la benevolencia de la Sala.

Retirado a deliberar el Tribunal de Derecho condena a Manuel Martínez N. a la pena pedida por el fiscal, esto es: cadena perpetua, así como una indemnización de 3.000 pesetas a los herederos de la víctima.

Ala una de la tarde termina el juicio. Manuel Casás abraza a su defendido y le anuncia que recurrirá al Supremo que acabará confirmando la sentencia, aunque Manuel Martínez no cumpliría más de veinte años de prisión, pues le beneficiaron varios indultos.

Uso de cookies.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies