El «exorcismo» de Almansa

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El exorcismo de Almansa
  • Clasificación: Homicidio
  • Características: Su madre y una vecina sometieron a una niña de 11 años a un ritual y le extrajeron los intestinos con las manos porque «creían» que estaba embarazada por el demonio
  • Número de víctimas: 1
  • Fecha del crimen: 18 de septiembre de 1990
  • Fecha de detención: Mismo día
  • Fecha de nacimiento: Rosa Gonzálvez Fito: 5 de enero de 1954 / María Ángeles Rodríguez Espinilla: 1960
  • Perfil de la víctima: Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años
  • Método del crimen: Shock hipovolémico por la abundante pérdida de sangre
  • Lugar: Almansa, Albacete, España
  • Estado: Ambas mujeres fueron absueltas el 4 de febrero de 1992 al entender el Tribunal que en ambas procesadas concurría la eximente completa de la responsabilidad criminal de enajenación mental. Fueron internadas por un breve espacio de tiempo en una institución psiquiátrica y puestas en libertad
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Índice

El exorcismo de Almansa – La madre y una tía, acusadas de matar a la niña de 11 años «embarazada por el demonio»

Emili Gisbert – El País

20 de septiembre de 1990

El exorcismo de Almansa. Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años de edad, murió en la madrugada del martes en la localidad de Almansa (Albacete), después de que su madre, una tía carnal de ésta y dos vecinas, hermanas entre sí, la sometieran a un ritual satánico y le extrajeran los intestinos con las manos, según manifestó ayer el juez José Rafael Cuesta. La madre declaró ayer que su hija estaba «embarazada por el demonio».

Los vecinos de la vivienda de la calle de Valencia, número 4, de Almansa dieron aviso a la policía, que detuvo a las mujeres y confirmó la muerte de la pequeña, enterrada ayer entre el dolor de la población.

Rosa Gonzálvez Fito, conocida popularmente como Rosa la Curandera; su tía, Ana María Gonzálvez y dos vecinas, hermanas entre sí, María Mercedes y María Ángeles Rodríguez Espinilla fueron detenidas por la policía acusadas de someter a la pequeña Rosa, de 11 años, a distintas prácticas rituales que acabaron con su vida.

Una de las hermanas que supuestamente participaron en el ritual negro que le costó la vida a la pequeña Ana María tuvo que ser trasladada al Hospital General de Albacete con diversos hematomas y escoriaciones en su cuerpo. Portavoces del centro sanitario aseguraron que la paciente dijo a los médicos que la atendieron que había sufrido una paliza por fuerzas negras y exigió que no la tocasen porque Santa Lucía la curaría.

El magistrado José Rafael Cuesta afirmó a primeras horas de la tarde de ayer que las tres mujeres que habían prestado declaración se encontraban a disposición judicial y que no tomarían ninguna decisión sobre su situación legal hasta completar la investigación judicial. A primeras horas de la tarde, el padre de la pequeña Rosa, Jesús Fernández, que fue encerrado en una de las habitaciones de la vivienda familiar durante el ritual, prestó declaración ante el Juzgado.

El mutismo ayer en Almansa sólo fue roto por distintas declaraciones de vecinos y familiares de la víctima, que reconstruyeron los sangrientos acontecimientos.

Antonia, un ama de casa que vive enfrente del domicilio de la pequeña Rosa, aseguró ayer a este periódico que cerca de las 10 de la mañana del martes vio salir al padre de la pequeña, Jesús Fernández, corriendo de la vivienda. «Llevaba los ojos desencajados», afirma la vecina.

Según el testimonio de esta mujer, en horas no precisadas de la madrugada del lunes al martes, las cuatro mujeres que se encontraban en la vivienda familiar intentaron de forma ritual «extraer un dolor que la pequeña tenía en la barriga». Por su parte, el juez instructor de las diligencias en Almansa negó tajantemente que la pequeña estuviera embarazada.

De otro lado, Martín Toledo, de 28 años, y esposa [esposo] de María Ángeles Rodríguez Espinilla, una de las detenidas, afirmó a este diario que en la vivienda de la pequeña Rosa se practicaba de forma habitual el curanderismo.


Los demonios de Almansa

Emili Gisbert – El País

23 de septiembre de 1990

La muerte, el pasado martes, de la pequeña Rosa, una niña de 11 años sometida por su madre y tres mujeres a un ritual satánico, ha puesto de manifiesto la precaria distancia entre el curanderismo y la violencia criminal, saturada de ignorancia.

La localidad de Almansa, una población de la Comunidad de Castilla-La Mancha de 23.000 habitantes, industrial, rica y tranquila, está consternada ante el trágico suceso. No obstante, los almanseños reconocen que el curanderismo y el espiritismo han venido constituyendo una práctica aceptada entre los vecinos de esta ciudad.

La pequeña Rosa Gonzálvez falleció a primeras horas de la madrugada del pasado martes, después de que su madre, una tía carnal y dos vecinas, hermanas entre sí, la sometieran a un ritual satánico y le extrajeran los intestinos con las manos, según confirmó el juez José Rafael Cuesta.

La madre de la pequeña, conocida popularmente como Rosa la Curandera, pensó que su hija estaba «embarazada por el demonio» y, a pesar de que la pequeña no había superado la pubertad, decidió extirpar la supuesta posesión.

Los vecinos de la vivienda de la calle de Valencia número 4 de Almansa, donde ocurrieron los hechos, alertados por los gritos de la pequeña, avisaron a la policía, que detuvo a tres de las mujeres y confirmó la muerte de Rosa, que falleció desangrada.

El forense confirmó que a la niña le habían extraído los intestinos por la vagina y había muerto por un choque hipovolémico. «El cadáver carecía de signos externos de violencia», afirmó en una nota oficial el juez de Almansa, después de la autopsia a la que fue sometida por el médico forense, el doctor Gómez Sáez.

Al día siguiente la pequeña Rosa era enterrada en el cementerio de Almansa, en medio del dolor de los vecinos de la localidad y tras un cortejo fúnebre presidido por su padre, Jesús Fernández, que no participó en el ritual criminal y cuyo silencio parece ser la clave del misterio del exorcismo de la pequeña.

La muerte de Rosa ha dejado una estela de dolor en la localidad de Almansa, pero también ha puesto de manifiesto la afición y credibilidad que las prácticas de curandería y espiritismo tienen en esta población.

Martín Toledo, un joven de 28 años, casado con María Ángeles Rodríguez Espinilla, una de las dos hermanas detenidas y acusadas del asesinato de la pequeña Rosa Fernández, ha asegurado a este periódico que la creciente afición de su mujer a las prácticas curanderiles rompió la relación familiar.

Semanas después de que su esposa empezara a abandonar el domicilio sin causa justificada, Martín acudió al cuartel de la Guardia Civil y exigió ayuda para rescatar [a] su esposa. Pocas horas antes del asesinato ritual de la pequeña Rosa, Mercedes y Daniel, los hijos de Martín y María Ángeles, preguntaron a su padre. «¿A la mamá le pasa algo?». Tras el interrogatorio de Martín, los pequeños confesaron: «Nos ha metido los dedos en la garganta para sacarnos sangre».

Mejor en la cárcel

El esposo de la detenida asegura, días más tarde de los sucesos, que no sabe si prefiere que su esposa salga en libertad. «Quiero a mi mujer, pero nunca la volvería a dejar a solas con mis hijos», asegura Martín, que añade: «Por otro lado, nadie en Almansa admitiría la presencia de mi mujer, ni de las otras mujeres».

Esta población, cuya principal riqueza se basa en la industria del calzado, tiene una nómina de curanderos, aficionados al espiritismo y ponedoras de manos que se puede cifrar en cerca de 200 personas. Almansa acoge, según las estadísticas, una proporción realmente significativa de seguidores del ocultismo. Según ha podido comprobar este periódico, algunas consultas de conocidas curanderas de la población tienen más clientes que el ambulatorio de la localidad.

Conchica, de 58 años, es una de las curanderas de más prestigio de Almansa. En su domicilio, en la calle de los Bancos, una anciana, dos amas de casa y un joven, que lleva el brazo en cabestrillo, esperaban ser recibidos el pasado jueves. Seis sillas de enea componían el único mobiliario.

Algunas mujeres acudían a la vivienda y solicitaban la vez, para seguir con su tareas domésticas sin perder el turno. Conchica asegura que lo sucedido con la pequeña Rosa «es cosa del diablo». Esta mujer, que ejerce el curanderismo desde hace más de 20 años, asegura, sin despreciar la ciencia médica, que con sus poderes, ha logrado la curación de pequeñas dolencias.

Pero hay más. Una auténtica legión de personas se dedican, de forma altruista, en Almansa, a poner la mano. Bebés con fiebre, niños con dolores, adolescentes con tendinitis o adultos con dolencias menores acuden a las casas de estas personas y esperan que se produzca algún efecto curativo tras el contacto físico.

Un episodio de incultura

Francisco Moreno, presidente de la Asociación Divulgativa de Ámbito Cultural (ADIDAC), antigua Asociación Parapsicológica de Almansa, afirma que el mal no tiene ninguna legitimidad y subraya que lo ocurrido en la calle de Valencia es un episodio de incultura y violencia.

Estos testimonios y el hecho de que Almansa albergue varias sectas religiosas, no le quitan el sueño al alcalde de la población, el socialista Antonio Callado, que asegura que la ciudad, no tiene excesivas carencias.

Callado, descontento con que la localidad que preside sea noticiable por un crimen, asegura: «Los sucesos que hemos vivido deben constituir un aviso de que determinadas prácticas de curandería y espiritismo pueden acabar trágicamente».


Dos niños se salvaron de morir en el rito satánico de Almansa

Javier del Castillo – Tribuna

1 de octubre de 1990

Dos hermanos, Daniel y Mercedes, de 6 y 5 años de edad, respectivamente, se salvaron de la tragedia ocurrida en Almansa que costó la vida a otra niña de 11 años, víctima de un cruel rito exorcista. Ahora viven en la casa de su abuela, ajenos a lo ocurrido, convencidos de que su madre, María Angeles Rodríguez, que también intentó sacarles a ellos el demonio del cuerpo, está enferma.

Los vecinos del pueblo albaceteño siguen sin explicarse el horrible crimen y piden que se haga justicia con la presunta asesina y sus dos amigas.

«Menos mal que fui a buscarlos, menos mal…», repite angustiado Martín Toledo, un marmolista de 28 años que sigue sin explicarse la participación de su mujer en el sangriento exorcismo que conmocionó Almansa (Albacete) en la mañana del martes 18 de septiembre.

Sus dos hijos estaban encerrados en el lugar del crimen dos días antes. Él los sacó de la casa el domingo 16, mientras en los alrededores retumbaban los cánticos y salmos de su mujer, María Angeles Rodríguez, de una hermana de ésta llamada Mercedes y de la propietaria de la vivienda y amiga de la familia, la curandera Rosa Gonzálvez Fito, madre de la niña asesinada.

Aunque no le dejaron pasar a la finca número 4 de la calle Valencia, Martín tenía el presentimiento de que algo grave estaba sucediendo.

El estado de los pequeños y sus relatos no le dejaron dormir en días sucesivos. «Su propia madre -explica Martín- les había metido los dedos en la boca para sacarles el diablo o yo qué sé. No los noté muy asustados, pero me extrañó que no me dejaran pasar dentro de la vivienda cuando fui a buscarlos».

Al día siguiente empezaba el curso escolar y Daniel y Mercedes tenían que preparar la cartera. La madre siguió en la casa de la Rosa sin preocuparse de esas tareas. Es más, el lunes Martín volvió a buscarla y el padre de la pequeña Rosa Rodríguez Gonzálvez ni siquiera le franqueó la puerta. «Me dijo que me marchara, que allí yo no tenía nada que hacer. Él podía haber evitado la tragedia, pero le tenían como de recadero».

Martín Toledo no comprende lo ocurrido. Cuando cumplía el Servicio Militar en Valladolid, conoció a María Angeles, con la que se casó al año siguiente. Al tener asegurado su trabajo en Almansa, el matrimonio decidió establecerse en el pueblo, donde él trabaja de marmolista y ella se ocupaba de las tareas de la casa.

«A mi mujer la inició Rosa Gonzálvez Fito en la cosa de la curandería hace cuatro meses. Yo le decía: «No me gusta Rosa, no me gusta Rosa». Llevo casado con ella siete años y en los últimos cuatro días me temía que algo estaban preparando».

A pesar de no estar de acuerdo con las frecuentes visitas a casa de la curandera, pensó que María Angeles se limitaba a aprender prácticas de curanderismo. «Se ve que tenían todo preparado y que tenía que llegar el día del sacrificio. Porque no se puede llamar de otra forma lo que han hecho: ha sido un sacrificio brutal.»

Ahora se explica Martín la obsesión de su cuñada Mercedes -otra de las implicadas en el asesinato- por trasladar su residencia a Almansa. «Mi mujer y Mercedes hablaban con frecuencia por teléfono y el jueves por la tarde se presentó en casa. Ella tiene 26 años y a mí me tenia por su cuñado favorito. El domingo previo al suceso me dijo que quería tomarse conmigo unas cervezas y me sorprendió con que yo y María Angeles estábamos enfrentados y que estaríamos mejor separados».

Cuando piensa lo que les podía haber pasado a sus hijos, Martín se emociona, le tiembla la voz y se pregunta a sí mismo: «¿Cómo voy a poder perdonarla?» Sin embargo, quiere ayudarla, ingresarla en un psiquiátrico y que el juez le diga cuanto antes lo que realmente pasó entre esas cuatro paredes ahora ensangrentadas de la casa de Rosa Gonzálvez Fito.

«Después de la detención -recuerda- vi a mi mujer en los juzgados. Yo estaba sentado en los bancos del pasillo y ella dentro. No hacía más que mirarme y decirme: «Martín, por favor, perdóname». Estaba muy emocionada para lo que es ella. Siempre nos hemos llevado bien, por mucho que Rosa, la curandera, le metiera en la cabeza que chocábamos».

Sin embargo, la reflexión que hace inmediatamente es clara y rotunda: «Para que les hubiera pasado algo a mis hijos, mejor que le haya pasado a ella. Por supuesto. Ahora ya sólo tengo dos hijos y un puesto de trabajo».

Fanatismo

Al igual que este hombre, muchos almanseños creen que las tres mujeres que sacaron las vísceras de la pequeña Rosa por la vagina no eran conscientes de lo que estaban haciendo. Nadie sabe explicarlo, pero todos coinciden en que habían perdido la cabeza, estaban poseídas o habían tomado algún brebaje.

No se explica de otra forma la declaración de la presunta asesina y madre de la niña ante el juez, al que aseguró con absoluta serenidad: «Sólo hice lo que me mandaron».

Un vecino de Almansa, que prefiere ocultar su nombre, está convencido de que si Martín Toledo no rescata a sus hijos les habrían hecho lo mismo que a la pequeña Rosa. «La madre -comenta- les metió los dedos en la boca para que echaran sangre y devolvieran. Para hacerles un exorcismo se ve que tienen que tener el estómago vacío».

En este punto no hay coincidencia y otras vecinas de la calle Valencia dicen que a los dos hermanos les hicieron devolver porque «tenían palomas en el estómago».

Mientras la policía y el juez José Rafael Cuesta siguen practicando diligencias, Martín Toledo insiste en que fue la propia madre la que mató a la chiquilla. «Mi mujer no lo hizo, ni me explico cómo pudo asistir al sacrificio, salvo que estuviera bajo algún efecto extraño».

Para el marido de María Angeles, buena parte de la culpa de lo ocurrido la tiene Jesús Rodríguez [Fernández], padre de la víctima, por no avisar con antelación a la policía o pedir auxilio a los vecinos. «Se podía haber evitado esta tragedia», comenta el joven marmolista.

Otra persona que a punto estuvo de morir en la espeluznante madrugada del martes día 18 es Ana María Gonzálvez, tía de la víctima y hermana de la presunta asesina. «Su cuñado vino a buscarla a casa a las cuatro de la mañana -explica José Ibáñez, marido de Ana María- y yo le dije que la acompañaba. Ella me recordó que prefería ir ella sola y que me quedara en la cama, porque poco después tendría que irme al trabajo».

Lo que vivió Ana María Gonzálvez en casa de su hermana lo explicó a los psiquiatras que la atendieron en el Hospital General de Albacete. Los doctores Manuel Flores Peña y Carmelo Sierra López recogen la versión de Ana en un breve informe.

«Desde que llegó a la casa hasta el amanecer estuvo con su cuñado ante la puerta cerrada de la habitación, intentando calmar a su hermana mientras escuchaba los gritos de la niña diciendo que la estaban matando, aunque por momentos, permanecía en silencio o pedía el auxilio de su abuela».

«Cuando finalmente le permitieron entrar a ella sola -añade el informe-, observó que su hermana tenía en brazos a la niña y que había sangre y tripas por el suelo, pero no pudo observar más detalles porque enseguida su hermana la envolvió en su delirio acusándola de estar embrujada y de ser la causante del desfallecimiento de la criatura. Por ello, la cogieron y comenzaron a golpearla, tratando de arrancarle los ojos para con ello reanimar a la niña, que evidentemente había fallecido. Esta agresión duró unos quince minutos y fue rescatada por la fuerza pública».

Martín Toledo tiene su propia versión de lo ocurrido, aunque no fue testigo. «Se le echaron a ella como fieras y casi la matan. Mientras cantaban salmos y cosas raras, mi mujer la sujetaba en el suelo y Rosa le metía los dedos en los ojos, pues quería sacárselos para recuperar a la pequeña. Según parece, la madre decía que la niña estaba predestinada y tenía que morir. Esta mujer no sabe lo que ha hecho, pero ya tendrá tiempo de recapacitar en la cárcel. ¿Cómo se habrá atrevido a sacarle las tripas a la niña por la vagina…?»

Según el último parte médico, firmado por el doctor Daniel Romero Rodrigo, la paciente Ana María Gonzálvez -a la que no se puede visitar por orden facultativa, como reza en la habitación 615 del Hospital General de Albacete- sufre hematomas y erosiones parpebrales, hematoma retroorbitario y coroideo en el ojo derecho y persiste la diplopia (visión doble)».

Según el citado doctor, deberá permanecer otra semana más hospitalizada, «aunque dependerá de la evolución de las lesiones retinianas».

Tensión

El marido de la paciente, José Ibáñez, tiene miedo a hablar con los periodistas, porque le han dicho que el juez es capaz de meterlos a todos en la cárcel. Finalmente, accede, aunque sin entrar en pequeños detalles.

«Mi mujer llegó a la casa de su hermana y se encontró con todo el «cacao». Yo trabajo para el Ayuntamiento y me avisaron por la mañana de que mi mujer estaba en el hospital y mi sobrina muerta. Tenemos una hija que tiene cinco meses menos que Rosa; las dos niñas se llevaban como hermanas y siempre estaban juntas… Esto es una calamidad. Llevamos una semana de aquí te espero y mi mujer está la pobre magullada. Que no os pase a nadie, que a mi familia ya le ha pasado», termina diciendo entre sollozos José.

El juez instructor del caso, José Rafael Cuesta, al que le queda un año para jubilarse y volver a su Gijón natal, ha declarado a Tribuna que las tres mujeres detenidas «seguían sometidas a una tensión emocional muy grande, incluso horas después de conocer la muerte de la pequeña Rosa. No es normal que a una madre -añade el juez- se le diga que ha matado a su hija y se quede impasible. Sólo se aplica en una situación en la que ella está todavía creyendo que ha hecho el bien».

A pesar de algunas primeras informaciones, en la habitación no se encontraron objetos religiosos ni armas blancas. «En otra dependencia -dice el juez- sí había una serie de imágenes y de estampas, pero en la habitación del crimen sólo quedaban vísceras, manchas de sangre y todo desordenado. Registramos la casa y sólo encontramos una horca de segar. Los cuchillos estaban en la cocina y la niña no presentaba ninguna incisión. Todo lo hicieron con las manos».

El informe del médico forense también explica que no hay en el cuerpo de la víctima signos de violencia. «La niña -afirma el juez José Rafael Cuesta- tenía hasta una sonrisa beatifica, sin ningún rictus de dolor en la cara. Antes o después de su muerte llegó a estar calmada.»

La pequeña Rosa no pudo comenzar el nuevo curso y el miércoles sus compañeros del Colegio Virgen de Belén fueron al entierro.

A pesar de numerosos intentos, el padre de la niña se negó a hablar con Tribuna. Vive en casa de los hermanos y no ha vuelto a pisar la calle desde el día del entierro. Aunque de una forma inconexa, un tío de la familia trata de explicarse lo ocurrido. «Estamos deshechitos. Somos una familia muy unida, que nunca ha dado que hablar en el pueblo. Nos ha pasado y no sabemos por qué lo hicieron. Si lo mismo la madre como la hija eran dos criaturas estupendas y dos bellísimas personas… Ha tenido que ser algo fuera de lo normal», tartamudea Terio, que ha dejado por unos días de atender la frutería que tiene en el mercado.

Exorcismos

Manuel de Diego -jesuita, párroco del pueblo albaceteño de Madrigueras y misionero durante diez años en África- cree que la Iglesia no debe inhibirse en un suceso relacionado con ritos satánicos.

«Dentro de la tradición de la Iglesia -dice este sacerdote- hay creencia en estos fenómenos. Existen espíritus del mal, que se llaman demonios y que Dios permite que se apoderen de personas, en las que originan fenómenos raros. Las manifestaciones pueden ser de psicópatas o similares. Hay formas de combatirlos y de ahí surgen los exorcismos».

«Yo pienso -dice el párroco de Madrigueras- que aquí no había posesión diabólica, sino una perversión mental de estas personas, que han estado manipuladas o llevadas por algún tipo de fanatismo. Supongo que la niña sería una niña normal. El demonio estaba en la locura de su madre o de las amigas».

La muerte de la niña para desembarazarla del demonio la considera «una perversión mental inexplicable». No obstante, cree que la Iglesia debería estar dispuesta a colaborar con el juez, en caso de que las detenidas aludan a influencias diabólicas.

Tomando como base las declaraciones realizadas en su presencia, el juez de Almansa encuentra un «sentido religioso intenso» en las presuntas asesinas de la niña. «Ellas creyeron que todo lo que estaba ocurriendo era debido a fuerzas extrañas. Incluso la hermana de la madre insiste en que sólo se le ocurría rezar para que no le pasara nada a la pequeña, mientras oía voces y cánticos. No se podía imaginar que le querían hacer mal a la niña».

«Cada uno tiene sus creencias -puntualiza el magistrado-, pero en el juzgado tenemos que ser completamente aconfesionales. Si nos dejásemos llevar por una confesión religiosa, nuestros actos no serían muchas veces ajustados a derecho».

El juez instructor del caso no descarta la posible reconstrucción de los hechos en el mismo lugar donde ocurrieron. «Comprendo que es muy fuerte, pero se hará si lo consideramos necesario».


Hoy se celebra en la Audiencia Provincial el juicio por el crimen de la niña de Almansa

Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

22 de enero de 1992

Se espera que al menos una decena de testigos presten declaración durante la vista oral, entre ellos el padre y la tía de la pequeña asesinada, que en el momento del suceso se encontraban a escasos metros, junto a la puerta cerrada de la habitación de la niña.

La Audiencia Provincial de Albacete será el escenario donde hoy, día 22 de enero, a partir de las 10 de la mañana, tendrá lugar la primera jornada de la vista oral sobre el denominado «crimen de Almansa»; periodistas de numerosos medios de ámbito local, regional e incluso nacional cubrirán el desarrollo del juicio. una vista oral, que si en principio, y según criterios exclusivamente técnicos podría llevarse a cabo en una sola jornada, puede ver ampliada su duración más de lo previsto por la cantidad de testigos citados a declarar.

Los informes médico-legales, sobre la salud mental de las procesadas, jugarán un papel primordial a la hora de dictar la correspondiente sentencia.

Según fuentes consultadas por La Tribuna, un buen número de personas serán citadas a prestar declaración hoy en la Audiencia Provincial como consecuencia del inicio de la vista oral del «crimen de Almansa».

Quizás, entre las personas a las que Rafael Cuesta Daviú, juez-instructor del sumario citó en su día a declarar, toma especial protagonismo el testimonio que Jesús Fernández Pina y Ana María Gonzálvez Fito. padre y tía respectivamente de Rosi Fernández Gonzálvez, asesinada brutalmente en la madrugada del día 18 de septiembre de 1.990 prestarán hoy en la Audiencia Provincial.

Habrá que recordar, que tanto Jesús como Ana María fueron en principio procesados, respectivamente, por un presunto delito de comisión por omisión. al menos por dolo eventual, y como presuntos autores de un delito del art. 338 del Código Penal.

Posteriormente, y en auto dictado por la Audiencia Provincial, de fecha diez de mayo de 1.991, ésta sobreseía ambos procesamientos. por lo que tanto Jesús como Ana María pasaban de acusados a testigos.

La Audiencia Provincial de Albacete, al declarar el sobreseimiento de la causa contra Jesús Fernández Pina y Ana María Gonzálvez Fito, dejó asimismo sin efecto las medidas cautelares adoptadas, quedando ambos en libertad por esa causa y dejando sin efecto, por parte del Juzgado Instructor, el embargo trabado sobre los bienes de los mismos, embargo, efectuado con el objeto de cubrir las responsabilidades civiles que les eran exigidas en el auto de procesamiento.

La importancia del sobreseimiento

Es curioso observar, que en la decisión adoptada por el Ministerio Fiscal para solicitar el sobreseimiento de estas dos personas, se tuvo en cuenta el nº 3 del art. 637 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que dice textualmente: «Procederá el sobreseimiento libre, cuando aparezcan exentos de responsabilidad criminal los procesados como autores, cómplices o encubridores», por lo cual otro tanto podría haber sucedido con las otras tres personas que quedaban procesadas vistos los informes psiquiátricos, que desde el punto de vista de la imputabilidad las declara enajenadas.

De haber sucedido esto, nos podríamos haber encontrado con que la vista oral que hoy se inicia, no se hubiera celebrado. No obstante, el Ministerio Fiscal no aplicó estos preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en cuanto a Rosa Gonzálvez y María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla, y obrando en consecuencia, solicitó la apertura del juicio oral, formulando sus conclusiones en sentido acusatorio, y siempre reservándose la posibilidad de modificarlas en el sentido procedente después de practicadas las pruebas correspondientes.

Daños irreparables en el cuerpo de la niña

Según las consideraciones médico legales que expresa el informe forense tras ser efectuada la autopsia a la niña (lógicamente integrado en el sumario) y al que ha tenido acceso La Tribuna, las lesiones que presuntamente le causaron a la niña su madre y sus dos amigas, «le provocaron un estado de profundo quebrantamiento»; asimismo asegura el informe forense que, «como el estado de shock no fue inmediato, la niña se pudo defender».

El informe forense (no exento de crudeza), dice textualmente:

«Se trata del cadáver de una niña, que en vida aparente se encontraba sana, que sufrió el ataque traumático con las manos por vía perineal (posiblemente en decúbito lateral izquierdo), originando heridas anfractuosas y desgarros de estructuras anatómicas que le provocan roturas de órganos y vasos, lo que le motivó inicialmente, una insuficiencia brusca de la circulación periférica a la que se une el dolor provocado por el desgarro de terminaciones nerviosas. Todo ello provocó un estado de profundo quebrantamiento con declinación súbita e intensa de todas sus funciones vitales: sensibilidad, motilidad, psiquismo, respiración, circulación y termogénesis que le condujo a la muerte. Como el shock no fue inmediato, la niña se pudo defender».

Conclusiones

Termina el informe forense haciendo sus conclusiones, «que de lo anteriormente expuesto se deduce:

– Se trata de una muerte violenta.

– La causa inmediata de la muerte es por shock hipovolémico.

– La etiología médico-legal tiene carácter homicida.

– La data de la muerte fue sobre las 4 y las 6 de la mañana».

Expectación informativa

Según ha podido saber La Tribuna, el juicio que hoy se inicia contra las tres presuntas causantes de la muerte de Rosi Fernández Gonzálvez, es esperado con gran expectación. Prácticamente la totalidad de las cadenas televisivas, además de los representantes de los medíos de comunicación hablados y escritos se darán cita hoy en la Audiencia con el objeto de poder informar a sus respectivos medios de lo que pueda dar de sí lo que ya se viene denominado como el proceso del año.

Se han habilitado varios bancos más en la sala donde se celebrará el juicio, pese a lo cual es previsible que muchas personas interesadas en seguir el juicio no podrán tener acceso al mismo por falta de espacio.


Todos pidieron la libre absolución de las autoras del crimen de Almansa

Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

23 de enero de 1992

Fiscal y Defensa coincidieron en pedir la absolución de las procesadas, por considerarlas inimputables dada su salud mental.

Con un despliegue impresionante de medios de comunicación, se celebró ayer en la Audiencia Provincial de Albacete la vista oral sobre el «crimen de Almansa», quedando dicho juicio visto para sentencia.

Los informes psiquiátricos van a ser determinantes para la suerte de las procesadas: el Ministerio Fiscal y la defensa solicitaron la inimputabilidad de los hechos a las acusadas, y por tanto la libre absolución de las procesadas: Rosa Gonzálvez, trastorno esquizofreniforme; María Angeles Rodríguez, alteración psicogenoreactiva; y Mercedes Rodríguez, trastorno mental transitorio.

La expectación con la que se esperaba la celebración de la vista oral del «crimen de Almansa», quedó reducida a cenizas al convertirse el desarrollo de la vista en un análisis exclusivo de la imputabilidad criminal de las procesadas en base a los informes psiquiátricos.

Poco o nada quedó ayer esclarecido en la sala de la Audiencia Provincial, en donde el Magistrado-Presidente, condujo con una rapidez no exenta de profesionalidad una vista que se nos antojaba de más larga duración debido a lo escabroso del tema.

Decimos que la vista arrojó poca luz sobre el asesinato de Rosa Fernández Gonzálvez, no porque la Vista se desarrollase con rapidez (esto quedaría como una mera anécdota del juicio), sino porque durante las casi seis horas que duró la vista, tanto por parte del Ministerio Público, como por parte de la defensa (el primero para tratar de justificar públicamente que las procesadas eran autoras de los hechos pero inimputables, y los segundos, agarrándose al clavo ardiente que suponía para ellos los resultados favorables de los informes psiquiátricos), se dedicaron, durante las seis horas, a dejar bien claro ante la opinión pública y la de la presidencia, que las procesadas eran exclusivamente unas «enfermas».

Los medios de información llenaron la sala

Tal y como se esperaba los medios de comunicación coparon prácticamente la insuficiente sala en la que se celebró la vista.

Ocho televisiones (Canal-9, Europa Press, Efe-Televisión, Antena-3, TVE, Tele-5, TVE-GM y Edimedia), cubrieron para sus respectivas cadenas el desarrollo de la sesión. Si a las cadenas de televisión, le sumamos los más de treinta representantes, tanto de medios escritos como hablados, queda patente la gran expectación que la vista había levantado.

Con buen criterio, Eugenio Cárdenas, presidente del Tribunal, había dado las órdenes oportunas de facilitar el acceso a los medios una hora antes de comenzar la vista. Destacar que, tanto en los momentos previos al juicio, como durante su desarrollo, no sucedió ningún incidente que perturbara el normal desarrollo de la sesión.

También hay qué señalar, que unida a la presencia de los medios de comunicación, la gran cantidad de estudiantes de Derecho que asistieron a la vista (tanto de la Facultad de la Universidad castellano-manchega como de la UNED), impidieron de alguna forma el que pudiera acceder la gran cantidad de público que se concentró a las puertas de la sala y que tuvieron que seguir las incidencias desde fuera.

Tribunal y desarrollo de la vista

La vista, que se inició bajo la presidencia de Eugenio Cárdenas Calvo y la presencia de los magistrados Francisco Pinoso Serrano y Ramón López Torres, además del Ministerio Fiscal, representado por Andrés López Mora y los abogados defensores: Tomás Gil, Domínguez Plata y Florentina Adiego, comenzó con la lectura del auto de procesamiento por parte de José Ignacio Fernández Luna, Secretario del Tribunal.

Después de la lectura, las respectivas partes hicieron públicas sus conclusiones provisionales, para pasar a continuación a prestar declaración las procesadas.

Rosa Gonzálvez, la madre de la niña, anunció que no deseaba prestar declaración; sí lo hicieron, y por este orden, María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla.

Se pasó a continuación a las pruebas periciales y testificales de los expertos médico-legales, para continuar con las declaraciones de los testigos citados por las partes: Jesús Fernández (padre de la niña); Ana María Gonzálvez (hermana de Rosa); Julia Llanos (la señora para la que trabajaba en Valladolid María Mercedes) y Martín Toledo (esposo de María Angeles Rodríguez).

Llegados a este punto, tras elevar todas las partes a definitivas sus conclusiones, se suspendió la vista hasta la tarde. Una vez reanudada, las partes realizaron su alegato final, quedando el juicio visto para sentencia a las 18,20 horas de la tarde.

Lectura pública de la sentencia

Una vez concluida la vista oral, sólo resta ahora que se dicte la sentencia para conocer si efectivamente se consideran inimputables las procesadas o por el contrario la Sala estima su responsabilidad criminal aplicándoles la pena correspondiente.

El presidente de la Audiencia Provincial, Eugenio Cárdenas, anunció que previsiblemente en el plazo de ocho a diez días se dará ésta a conocer, mediante su pública lectura en la sede del Tribunal.

El silencio de la madre

Tras finalizar por parte del secretario la lectura del auto de procesamiento de las inculpadas, comenzaron los interrogatorios. Con especial interés se esperaban las declaraciones de Rosa Gonzálvez, madre de la niña.

Al iniciarse el turno de interrogatorios, y tras ser informada por parte del presidente del derecho que le asistía a no declarar, sorpresivamente, Rosa Gonzálvez anunció con voz tenue que efectivamente no deseaba hacerlo.

La explicación del silencio de Rosa fue dada posteriormente por su defensor, Domínguez Plata, quien alegó que «Rosa no ha declarado debido a que en estos momentos no tiene conciencia ni recuerda los hechos». Añadió que «lo más importante no es que no haya declarado, sino recuperarla lo antes posible para la sociedad».

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Las declaraciones de las dos amigas de la madre, tan diferentes como la disposición de ambas

María Mercedes negó que hubiera sujetado a la niña, y aseguró que se dio cuenta que que estaba muerta cuando entró la policía.

El testimonio de María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla fue tan diferente como el día de la noche. El «no recuerdo, no recuerdo» de María Angeles, contrastó con la exactitud y crudeza con que, su hermana, María Mercedes, describió alguno de los momentos que se vivieron.

Las declaraciones de las dos hermanas, María Angeles y María Mercedes fueron tan diferentes como la disposición mostrada por ambas procesadas durante el transcurso de la vista. Mientras María Angeles vestía un luto riguroso, portaba gafas oscuras, el cabello encima de los ojos y mantenía una postura de gran abatimiento, a la vez que declaraba «no recuerdo, no recuerdo…», su hermana, María Mercedes, vestía con alegría (blusa color lila y pañuelo rojo al cuello), prestó gran atención a todo el desarrollo de la vista (asentía o negaba con la cabeza cuando se hablaba de ella), mascaba chicle y prestó declaración con un gran aplomo y dando detalles concretos de diversas situaciones; incluso en uno de los recesos de la vista, María Mercedes departió con los medios de comunicación.

«… en lo que pueda, si»

Tras la negativa de Rosa a declarar. el presidente del Tribunal invitó a manifestarse a María Angeles. Después de la negativa a declarar de la madre de la niña (que causó gran sorpresa), María Angeles asentía y aseguró a la pregunta que le realizó el Presidente de si estaba dispuesta a declarar que «en lo que pueda, sí».

María Angeles comenzó su declaración reconociendo que vivía en Almansa, que tenía dos niños y que conocía a Rosa desde hace tres o cuatro años. Asimismo manifestó que «Rosa pone la mano, más que nada para aliviar a la gente…». Afirmó con rotundidad que Rosa no cobraba por ello, que aceptaba obsequios, y que éstos consistían en pequeños detalles, «cualquier detalle», dijo.

Referente a diversos momentos que ella describe en las declaraciones efectuadas en el sumario, manifestó que no recordaba que Rosa estuviese poseída por los ángeles malos. El fiscal le leyó en su integridad su anterior declaración, reconoció fácilmente su firma, pero aseguró que no recordaba nada de lo declarado; no recuerda a qué se dedicaba Enrique «el de Villena»; no sabe quién es «Serguei»: no sabe a qué iban a Villena; no recuerda absolutamente nada de la excursión realizada a las Lagunas de Ruidera; no recuerda lo sucedido el domingo día 16, ni lo acontecido el lunes 17, no recuerda nada de nada.

«… ¡mamá acaba ya, mamá ya!»

La declaración de María Mercedes estuvo marcada por la exactitud y la firmeza con que respondió, tanto a las preguntas del fiscal como a las de su abogada defensora. Aseguró que ella no creía ni en espíritus ni en reencarnaciones, «ni en nada de eso».

Dio su versión completa de cómo y de qué manera se sucedieron los hechos durante el día 17 y 18 de septiembre, haciendo especial hincapié en que ella no sujetó a la niña, «solamente la cogía la mano y le hablaba del cole y cosas así» -dijo-. Justificó sus viajes a Almansa, debido a que quería solucionar en compañía de su hermana los graves problemas económicos que habían dejado sus padres tras su muerte.

Lo más sobrecogedor de la declaración de María Mercedes es cuando indicó que, «me di cuenta de que la niña estaba muerta cuando entró la policía, salí de la habitación sin ver una sola gota de sangre…, estaba como hipnotizada».

«Querían tirarme por la ventana», declaró Ana María

Antes de la declaración de Jesús (padre de la niña), Domínguez Plata (defensor de Rosa) solicitó la suspensión de la prueba testifical de Jesús y Ana María con el fin de evitar daños morales a Rosa.

Tras unos minutos de receso se reanudó la vista y los interrogatorios.

Jesús reconoció que acompañaba a su mujer a Villena a casa de Enrique, pero que no sabía lo que allí sucedía porque nunca entró, que creía que Enrique «ponía la mano».

Reconoció asimismo que no entró a la habitación mientras sucedían los hechos y que lo hizo cuando le abrieron la puerta. Que no sabía si María Angeles y Rosa querían vivir juntas después de haber afirmado Mercedes que había oído de boca de su hermana que «Rosa es Jesucristo y yo la Virgen … y nos vamos a casar».

Terminó afirmando que no sabía por qué no pudo reaccionar, que solamente quería defender a su cuñada.

Por su parte, Ana María, en una breve intervención reconoció que no intentaron entrar en «la habitación».

«…Me daban empujones las tres -dijo-, querían tirarme por la ventana, no sé porqué no entré, solamente rezábamos…»

Para terminar la prueba testifical, se tomó declaración a Julia Llanos Martínez (dueña de la casa donde trabajaba Mercedes en Valladolid) y Martín Toledo (esposo de María Angeles Rodríguez Espinilla).

La primera afirmó que venían a Almansa de vacaciones, y que debido a una gastritis crónica que padecía. María Angeles le aseguró que Rosa se lo podía aliviar: y que ésa fue la primera y única vez que le pusieron la mano, y que sintió alivio pero cree que fue debido a la sugestión. Dijo que notaba triste y seria a Mercedes, que apenas le dirigía la palabra. y que lloraba mucho por las noches.

Por su parte, Martín Toledo, destacó que se llevaba muy bien con su esposa diciendo textualmente: «La encuentro ahora igual que el día que me casé».

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Los informes psiquiátricos, protagonistas en los alegatos finales de las partes

Andrés López Mora, representante del Ministerio Fiscal y los abogados defensores de las procesadas, Domínguez Plata y Florentina Adiego, aparte de las lógicas distancias que separan el ejercicio de la acusación de la defensa, coincidieron a la hora de reconocer que las procesadas eran inimputables, criminalmente hablando, de los delitos que se les acusaban. Ello no impidió, que Andrés López Mora, hiciera un extenso alegato culpando de los hechos acaecidos en Almansa, a un segmento de la sociedad a la que tachó de «ignorante». Además, acusó a María Mercedes de haber intentado hacer creer al tribunal que permaneció inactiva durante los hechos.

Tras realizar las partes las calificaciones definitivas al filo del mediodía, el Presidente del Tribunal suspendió la vista, reanudándose ésta a las 16,30 de la tarde. Tanto el Ministerio Fiscal como los abogados defensores, realizaron un extenso y amplio alegato en el que explicaron y razonaron sus conclusiones definitivas.

Un crimen fruto de la ignoracia y la subcultura

El Ministerio Fiscal, comenzó su alocución culpando del delito por el que tres procesadas se sentaban en el banquillo a «la subcultura y a un segmento de la sociedad ignorante». Añadió López Mora que, «practicaron la concentración para iluminarse y conseguir que las prácticas realizadas en la madrugada del día 18 de septiembre se encarnase el mal en Rosa, posteriormente en María Angeles, bloqueándose sus mentes y anulándose sus voluntades».

Acusó firmemente a María Mercedes de haber intentado hacer creer al Tribunal de que había permanecido inactiva durante el desarrollo de los hechos. «Fue ella -dijo- quien atrancó la puerta para que nadie pudiese entrar en la habitación».

«María Mercedes -recalcó- sujetó fuertemente los brazos a la niña, le hablaba del colegio, mientras Rosa la manipulaba y María Angeles la cogía por las piernas». Con estas afirmaciones, y con las lesiones que María Mercedes presentaba en el momento en que fue reconocida por el médico forense, el Ministerio Fiscal intentó demostrar su participación directa en la muerte de la niña.

Afirmó que las secuelas producidas por el trastorno mental transitorio sufrido no habían desaparecido, por lo que pidió al Tribunal que éste se asegurase de que se iba a cumplir el debido tratamiento ambulatorio. «Tengo -dijo- la ilusionada esperanza de que el tratamiento médico la conduzca a la cordura».

Participación en el horroroso crimen

Referente a las actuaciones de Rosa y María Angeles, el fiscal explicó claramente la participación de ambas en el horroroso crimen. «No obstante -dijo- es la obligación del Ministerio Fiscal, además de demostrar todas las agravantes, apreciar, si las hay, igualmente todos las eximentes».

Reconoció que los informes psiquiátricos emitidos por los especialistas sobre estas dos procesadas «eran contundentes» y no podían conducir a error alguno, «por lo tanto estas personas son inimputables de los delitos de los que hoy se les acusan».

Citó el Fiscal abundante jurisprudencia e hizo especial mención en que las secuelas que hoy todavía padecen, debido a los graves trastornos psíquicos que sufrieron durante los días 16, 17 y 18, y para proteger a la sociedad de estas personas, «solicito al Tribunal que sean internadas por un periodo no especificado de tiempo en un establecimiento destinado a enfermos de este tipo, del que no podrán salir sin la debida autorización».

Dejar de ser un peligro

Terminó Andrés López Mora, afirmando, que como representante del Ministerio Público, era su deseo que estas personas no recayeran en su enfermedad y que con un debido tratamiento médico, y tras asegurarse con rotundidad que estas personas habían dejado de ser un peligro para la sociedad, pudieran reintegrarse en ella.

Unanimidad de los defensores

Los abogados defensores de las tres procesadas, coincidieron básicamente en la exposición de los motivos que les llevaban a solicitar al Tribunal la libre absolución de sus patrocinados.

Domínguez Plata, defensor de la madre de la niña manifestó que «Rosa no es ningún monstruo, Rosa quería muchísimo a su hija. Simplemente es una enferma en la que concurre el derecho a ser libremente absuelta de los delitos de los que se le acusan». Finalmente pidió para su patrocinada el internamiento en un establecimiento para enfermos de su clase.

Tomás Gil, defensor de María Angeles Rodríguez, se limitó a explicar que los trastornos psíquicos sufridos por su cliente la llevaron a perder la consciencia de sus actos, a la vez que señaló que «nunca tuvo intención de hacer daño a la niña». Pidió asimismo, su internamiento.

Florentina Adiego, se mostró disconforme con las afirmaciones del fiscal para con su patrocinada e intentó demostrar su no participación directa en la muerte de la niña. Solicitó la libre absolución y el debido tratamiento ambulatorio para su cliente.


La niña del exorcismo de Almansa murió gritando; «¡Mamá, mamá, acaba ya!»

Pablo Muñoz – ABC.es

23 de enero de 1992

El juicio quedó visto para sentencia en una sola jornada.

Hace dieciséis meses Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años, perdía la vida en Almansa en un ritual exorcista en el que estuvieron presentes tres mujeres: su madre, Rosas [Rosa] Gonzálvez, y las hermanas María Angeles y María Mercedes Rodríguez Espinilla. Ayer, durante el juicio celebrado en la Audiencia de Albacete, volvía a revivirse el suceso, a través del espeluznante relato de la última, que reveló extremos aun no conocidos.

Antes, la madre de la pequeña había renunciado a prestar declaración, mientras que Mría [María] Angeles apenas si contestó algunas de las preguntas, alegando que no recordaba nada de lo ocurrido. No así su hermana.

Por ello, María Mercedes, que pasaba unos días con su familia en dicha localidad, explicó que el sábado 15 de septiembre de 1990 salieron a cenar las tres mujeres. A la salida del restaurante Rosa dijo sentirse mareada, por lo que decidieron ir a casa de María Angeles.

Al llegar, según esta testigo, «la madre de la niña comenzó a hablar como San Jerónimo. Pensé que era cosa de su trabajo… de eso de «poner las manos». Pasado algún tiempo, María Angeles se puso también enferma, y las dos se acostaron. Sobre las seis de la mañana, se marcharon juntas».

Según parece, el domingo 16, María Angeles no regresó a su domicilio en toda la jornada. Esta circunstancia provocó el enfado de su marido, Martín Toledo quien, supuestamente, llegó a decir que la iba a echar de casa.

«Yo me preocupé mucho, y por eso fui a casa de Rosa a buscarla -recuerda María Mercedes-. Era la noche del domingo y hasta las siete de la mañana mi hermana no regresó. Una hora y media después, llamó Rosa y se volvió a marchar. Antes me pidió que llevara a los niños al colegio. Cuando se fue, me di cuenta que no me había dado las llaves de la casa, pero me dijo que fuera a buscarlas a casa de la otra. Al llegar, me la encontré muy excitada, mojada, y con una estampa de la Virgen en la mano. Me ordenó que entrara y rezara, y comenzaron a destrozar muebles. Allí había siete personas, entre ellas la niña. Yo la agarraba y rezaba con ella. En un determinado momento, Rosa golpeó brutalmente a su madre. Ella solo decía: «¡Dejadme, yo no tengo el mal!»»

Eran las cuatro de la tarde del lunes. Rosa manifestó que se encontraba cansada y se subió al dormitorio. La acompañó María Angeles. Mercedes regresó a la vivienda de su hermana pero… volvió por la noche. Quería llevársela de allí.

En el camino un mal presagio: alguien le dijo que era el diablo. Una vez en la vivienda trató de entrar en la habitación donde estaban las dos mujeres, pero éstas se negaron diciéndole que era Lucifer.

Desnudas y abrazadas

A pesar de todo, abrió la puerta de una patada, y se las encontró desnudas, abrazadas, y diciendo: «somos Jesucristo y la Virgen y nos vamos a casar». Entonces, Mercedes se puso al lado de su hermana y fue atacada por las dos.

«Después -aseguró ayer la testigo-, Rosa me dijo que no era yo el diablo, sino mi hermana. Ya con la niña, nos fuimos al dormitorio de ésta y atrancamos la puerta. La tumbaron en su cama. Hubo una hora y media de silencio y «Rosi» se durmió. Después, comenzaron a romper estampitas, a clavar agujas en un muñeco y a orinar en el suelo, al tiempo que no paraban de cantar»…

«María Angeles -continúa la testigo- dijo entonces que tenía un aborto, y sangraba, pero Rosa dijo que ella no tenía al diablo, que era su hija la que estaba embarazada de Satanás… La despertaron, la sujetaron u le abrieron las piernas. Yo no podía mirar, pero tampoco reaccioné porque estaba como hipnotizada. Cuando la manipularon, al principio Rosa y luego mi hermana, la niña sólo dio dos gritos. Decía: «¡mamá acaba ya, mama acaba ya!» Me ordenaron que me acercara a ella y yo le susurré al oído. Cuando le hablaba noté que se quedaba blanca. Sólo me di cuenta de que había muerto cuando llegó la Policía. Ni siquiera recuerdo ver sangre…»

Mercedes no se explica por qué no reaccionó, pero alega que en los primeros momentos había siete personas en la casa y nadie lo hizo. «Yo no pensé de que le iba a hacer mal».

Por la tarde, las partes elevaron a definitivas sus conclusiones. El fiscal pide la libre absolución de las procesadas. al considerar que estos actos no les son imputables, ya que padecía transtornos psíquicos graves, tal como pusieron de manifiesto los psiquiatras. No obstante, solicita que sean internadas en un centro psiquiátrico, si bien María Mercedes Rodríguez, podría ser puesta en libertad y pasar revisiones periódicas en ambulatorios. Precisamente, la defensa de ésta considera que no participó directamente en los hechos y que no reaccionó porque padecía trastorno mental.


El fiscal pide tratamiento psiquiatrico para las tres acusadas de matar una niña

Julio M. Lázaro/Juan Manuel López – El País

23 de enero de 1992

La casa de Rosa Gonzálvez se convirtió en una cámara de los horrores entre el 15 y el 18 de septiembre de 1990. Mercedes Rodríguez Espinilla vertió ayer ante el tribunal un espeluznante testimonio del asesinato en Almansa (Albacete) de Rosa Fernández Gonzálvez, de 11 años, sacrificada por su madre con la ayuda de la propia Mercedes y de su hermana María Ángeles Rodríguez Espinilla. El fiscal pidió ayer en el juicio el internamiento en un psiquiátrico de la madre de la pequeña, Rosa Gonzálvez Fito, y de María Angeles, y el control médico de Mercedes.

El ritual de exorcismo comenzó tras la cena del 15 de septiembre entre las tres procesadas. Rosa Gonzálvez, la curandera de Almansa, especializada en «poner las manos», comenzó a sentirse enferma y se la llevaron a casa: «Allí Rosa comenzó a hablar como san Jerónimo y luego le cambió la voz y habló como nuestra madre fallecida», declaró Mercedes.

El lunes, Mercedes llevó al colegio a los hijos de su hermana, Daniel y Merceditas, y a la niña de Rosa, de 11 años. Al regresar a casa de la curandera le abrió la puerta su hermana María Ángeles: «Estaba toda mojada y tenía en las manos un cuadro de la Virgen. Me dijo que pasara». En la casa estaban, además, el padre de la niña, su madre y su abuela.

«Rosa bajó desnuda la escalera y nos dijo que nos quitáramos las prendas negras». Por indicación de la curandera caminaron sobre las baldosas negras del pavimento «para ahuyentar a los espíritus malignos» y entre rezos destrozaron el mobiliario. Al volver los niños del colegio, «les estuvieron metiendo los dedos en la boca hasta que les hicieron sangre». Mercedes se llevó a sus dos sobrinos pero no a la niña Rosa Fernández.

«La espada del mal»

Posteriormente, Mercedes regresó a casa de su vecina Rosa Gonzálvez, donde vio a ésta y a su hermana desnudas en una cama: «Decían que eran Jesucristo y la Virgen y que se iban a casar». Luego, acompañó a las dos mujeres al cuarto de la niña.

«Decían que la espada del mal estaba en la niña. Atrancaron la puerta y estuvieron una hora rompiendo cosas». Al ruido acudieron el padre y una tía de la niña. Rosa la curandera les ordenó que orasen y cantasen tras la puerta.

«Después María Ángeles dijo que le había venido un aborto del diablo y empezó a sangrar por la vagina», siguió la testigo. Lo que era una posible menstruación fue interpretado por la curandera de forma diferente: «Como María Ángeles había abortado, Rosa dijo que su hija estaba embarazada del diablo. Sujetaron a la niña entre las dos y su madre le metió la mano entre las piernas para sacar los engendros del diablo». Mercedes se limitó, según dijo, a «tranquilizar a la niña».

La niña Rosa Fernández murió por un shock hipovolémico por pérdida de sangre causada por la ampliación traumática y manual de la cavidad intestinal, que empezó a romper por el recto, no por la vagina, con la extracción de vísceras, quedando dentro sólo el hígado, el bazo y el estómago, según los forenses.

Cuando el padre de la pequeña pudo entrar y vio la macabra escena avisó a la policía. La tía de la niña fue agredida por Rosa y María Ángeles, que intentaron sacarle los ojos para «devolverle la vida» a la pequeña.

Durante el juicio, que ayer quedó visto para sentencia, se interrogó a Rosa Gonzálvez que dijo no recordar nada. María Ángeles Rodríguez indicó que su memoria se perdía a partir de la noche del 15. Las pruebas periciales continuaron con la presentación del informe psiquiátrico de las tres acusadas, que confirma que actuaron en un estado psicótico agudo con enajenación mental, por lo que los hechos no les pueden ser imputables. Los psiquiatras recomiendan el internamiento de Rosa González Fito y de María Ángeles Rodríguez Espinilla.


Absueltas las tres acusadas de matar a una niña en una sesión de exorcismo

Juan Manuel López – El País

5 de febrero de 1992

Las tres acusadas de matar a un niña en Almansa (Albacete) ha sido absueltas de los delitos de parricidio, asesinato y lesiones por los que fueron procesadas. La sentencia, que se dio a conocer en la Audiencia Provincial de Albacete, decretó la absolución de Rosa Gonzálvez Fito y de María Ángeles Rodríguez Espinilla por los delitos mencionados, al concurrir la circunstancia de eximente completa de enajenación mental, si bien quedará internadas en un centro psiquiátrico del cual no podrán salir sin previa autorización del tribunal.

De igual manera fue absuelta María Mercedes Rodríguez Espinilla del delito de asesinato al no probarse su participación en la ejecución de los hechos, y del delito de lesiones, por la eximente de trastorno mental transitorio, según la misma sentencia.

Por otra parte, las tres encausadas fueron condenadas a indemnizar con 45.000 pesetas a partes iguales a Ana María Gonzálvez Fito por las lesiones que le fueron causadas, y con 372.750 pesetas, al hospital General de Albacete por los gastos de curación de la lesionada. Rosa Gonzálvez y María Ángeles Rodríguez fueron declaradas solventes, mientras que Mercedes, hermana de la anterior, fue declarada insolvente.

Probable recurso del fiscal

El fiscal, Andrés López Mora, manifestó que es probable que recurra la sentencia durante los próximos días, en lo que se refiere a la absolución de Mercedes Rodríguez, sobre la que exprese su esperanza de que, una vez en libertad, «no vuelva a recaer y se pueda ver involucrada en hechos similares».

Tras conocer la noticia de su puesta en libertad, Mercedes manifestó a este periódico su intención de comenzar desde cero en Valladolid, donde vive una hermana, y olvidarse de todo lo ocurrido en Almansa, alejándose lo más posible de lo que calificó como «una larga pesadilla». Dijo que tenía esperanzas después del juicio y que procurará olvidar cuanto antes los hechos.


Las tres procesadas en el crimen de Almansa, absueltas de los delitos de parricidio y asesinato

Luis Bonete Piqueras – La Tribuna

5 de febrero de 1992

La sentencia, dada a conocer ayer, estima que no son imputables dado su estado mental en el momento de los hechos. Dos serán internadas en un centro psiquiátrico del que no podrán salir sin autorización judicial, y la tercera queda en libertad.

La Audiencia Provincial de Albacete hizo pública ayer la sentencia sobre el denominado «crimen de Almansa». En dicha sentencia se absuelve a las procesadas Rosa Gonzálvez Fito, del delito de parricidio y lesiones; a María de los Angeles Rodríguez Espinilla, del delito de asesinato y lesiones, al entender el Tribunal que en ambas procesadas concurre la eximente completa de la responsabilidad criminal de enajenación mental. En cuanto a la tercera procesada, María Mercedes Rodríguez Espinilla, es absuelta del delito de asesinato al no haber quedado probada su participación directa en los hechos; asimismo es absuelta del delito de lesiones por la eximente de trastorno mental transitorio.

El fallo del Tribunal, que fue dado a conocer públicamente ayer ante los medios de comunicación, recoge que tanto Rosa Gonzálvez (la madre de la niña), como María de los Angeles Rodríguez, serán internadas en un establecimiento destinado a enfermos de esa clase, del cual no podrán salir sin previa autorización del Tribunal.

En cuanto a la tercera procesada, María de las Mercedes Rodríguez Espinilla, el Tribunal decretó su inmediata puesta en libertad. Hecho éste, que se consumó inmediatamente después de leída la sentencia. A Mercedes le fue leída en las dependencias de la Audiencia; siendo acompañada por la policía a la prisión provincial, para instantes después salir de ésta con destino desconocido.

Por otra parte podemos destacar que el Tribunal condena a Rosa Gonzálvez Fito, María de los Angeles Rodríguez Espinilla y María Mercedes Rodríguez Espinilla a que indemnicen por terceras partes y solidariamente a Ana María Gonzálvez Fito (tía de la niña muerta) en 45.000 ptas., por las lesiones que le fueron causadas, y al Hospital General de Albacete, en 372.750 ptas, por los gastos de curación de la lesionada.

Se declaran de oficio las costas procesales, así como se reconoce la solvencia de las procesadas Rosa Gonzálvez y María Angeles Rodríguez, y la insolvencia de María Mercedes Rodríguez, aprobando los autos del Juzgado instructor en pieza separada.

La sentencia está firmada por Eugenio Cárdenas Calvo, presidente; y los magistrados Francisco Espinosa Serrano y Ramón López Torres.

«Tú no eres Rosi, eres Martín»

Los hechos probados reflejados en la sentencia, relatan con extrema crudeza los acontecimientos que se sucedieron en el domicilio de la c/ Valencia 4, en la madrugada del 17 al 18 de septiembre de 1.990.

«… en la madrugada del día 18, martes, el esposo de Rosa (Jesús) entró en el dormitorio, siendo agredido por María Angeles y Rosa, obligándole a que limpiara los orines que ellas habían hecho al tiempo que le decían que llevaba dentro el espíritu de Martín; ordenándole que se fuera y que subiera a Rosi (la niña fallecida), y él que se acostara en la cama, cosa que así hizo tras dejar a la niña con las tres procesadas; una vez la niña en la habitación la acostaron en la cama junto a María Mercedes»; «… como Mercedes se encontraba mal, la tumbaron en el suelo y les dijo, si quitáis el mal hacedlo», por lo que fue agarrada por los pelos por Rosa diciéndole «que el mal estaba en ella», «que era Martín», siendo golpeada en sus partes genitales por Rosa y María Angeles y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar; una vez conseguido esto dijeron que el mal ya había salido; ante ello se dirigieron a la niña, Rosi, dándole bofetadas, mandando le cambiara los ojos al tiempo que le decían que «ella no era Rosi sino Martín».

«He sacado uno; hay un nido»

Llegado un momento, y tras hacerle sangrar Rosa a María Angeles (tenía el periodo), Rosa dijo que «el mal estaba en la niña, que estaba embarazada del demonio», por lo que mientras María Angeles sujetaba a la niña por lo brazos, Rosa, su madre, empezó a meterle la mano entre sus piernas ante la lógica reacción de la víctima que se defendió a patadas, comenzando a arrancarle, por vía perineal, la vagina, ovarios e intestinos, mientras decía, «he sacado uno», «he sacado otro», y como llegó un momento en que estaba cansada, cambió la posición con María Angeles, que continuó sacando los intestinos de la menor diciendo, «aquí hay como un nido».

«En un determinado momento que no ha podido precisarse, Rosa indicó a la atónita, asombrada y paralizada Mercedes, que tomara de la mano a la niña y juntara su cara a la de ella notando, Mercedes, que la niña se estaba quedando pálida, circunstancia que advirtió a las otras dos procesadas, ante lo que Rosa contestó que «Rosi no iba a morir» ordenando a María Angeles que «continuara sacándole todo el mal que tenía dentro», cosa que así hizo.

«Mientras esto ocurría, Jesús y Ana María continuaban detrás de la puerta del dormitorio, rezando, siguiendo las indicaciones que les dirigía Rosa, sufriendo un estado de estupor e ideación paranoide, que no les permitía ni prever la situación de peligro en que la niña se encontraba. ni recabar ayuda ajena, persistiendo en dicha situación hasta las nueve de la mañana, en que pudieron entrar al dormitorio».

«Una vez dentro del dormitorio, María Angeles y Rosa, agredieron a Ana María, con la colaboración de Mercedes, al tiempo que le decían que «ella tenía la clave de todo, que la clave para que la niña volviera a vivir estaba en sus ojos»; ante tal circunstancia, Jesús salió corriendo de la habitación, hacia casa de una vecina desde donde llamó a la policía, que inmediatamente se presentó».

Ideaciones paranoides

Rosa Gonzálvez inició bruscamente a mediados de septiembre, un cuadro clínico caracterizado por: alteraciones seuroperceptivas (alucinaciones auditivas de contenidos amenazadores); ideación delirante e inquietud psicomotriz.

Del 17 al 20 estos síntomas pasaron a una fase aguda conviertiéndose en un trastorno esquizofreniforme.

María Angeles Rodríguez, debido a la estrecha relación afectiva con Rosa, al observar su perturbación mental, sufrió una alteración emocional que desembocó en una «psicosis reactiva breve» que alcanzó su grado máximo en la noche de autos.

María Mercedes, por la sintomatología de Rosa y María Angeles, desembocó en un «estupor psicógenoreactivo» que alcanza su grado máximo cuando se producen las manipulaciones en el cuerpo de la niña.


Las espantosas prácticas satánicas

Margarita Landi

Ahora que tanto proliferan las sangrientas ceremonias demoníacas alguien debiera reeditar Las siete columnas, genial novela de Wenceslao Fernández Flórez, tan injustamente olvidado, porque en ella todo gira en torno al diablo, en clave de humor, sí, pero con una lógica aplastante. En su comienzo da cuenta de la experiencia vivida por un anacoreta, Acracio Pérez, humilde aprendiz de santo, que un día se vio sorprendido por Satanás y, recordando el comportamiento de varios santos en semejante trance, sintió el impulso de enfrentarse al Enemigo y se armó cogiendo un nudoso cayado.

Satanás (patas de cabra, rabo con punta de flecha, orejas enhiestas y negra barba recortada en ángulo agudo) se hallaba sentado en una peña, a un metro del suelo, miró al ermitaño y con voz dulce le dijo: «Acracio, nada debes temer de mí.» Y la respuesta de éste fue: «No te temo.» «Pues suelta el garrote» -pidió el Maligno, provocando el enojo de su oponente, que barbotó: «¡Aléjate, tentador!» Pero tras estas enérgicas palabras tuvo que permanecer callado, porque su indeseable visitante habló y habló y habló…

-«Acracio, no vengo a tentarte. Lo aseguro. Suelta el garrote… ¿Crees que he vuelto a mostrarme en la vieja forma para sostener en la soledad de esta sierra una lucha a palos y puñadas con una criatura mortal? Óyeme y suelta el palo, te lo ruego; estoy tan amargado y tedioso… Ante ti se encuentra el más infeliz de todos los seres…»

Después de este preámbulo, el pobre diablo se refirió a su expulsión de la Gloria por su soberbia, henchido de soberbia, para ejercer de Príncipe de las Tinieblas; a sus triunfos: «Tú sabes bien, Acracio, que fui el amo del mundo durante eras y eras … » Y tras enumerar todas las «proezas» realizadas cuando los humanos creían en el Creador y reconocían la existencia del Maligno, que también tuvo sus mártires, que ardieron en las hogueras de la Inquisición, retorciéndose y blasfemando: «Fue mi epopeya. Los más grandes poetas se ocupaban de mí y en todas las almas estaba grabado mi nombre terrible» -Y Satanás, tras exhalar un profundo suspiro, siguió hablando tristemente:

-«¿Qué ocurre ahora? ¿Quién soy yo? ¿Qué conciencia turbo? Yo que siempre fui el Rival, ahora soy… (me avergüenza reconocerlo), soy apenas una interjección. Si los hombres no tuviesen necesidad de intercalar ecfonemas en sus frases, ¿me nombrarían alguna vez? Se me evoca al advertir un olvido, al recibir un pisotón, al protestar amablemente contra una broma. Soy como un sonido sin importancia, como un gruñido. Se dice «¡diablo!» como se dice “!córcholis!” o “¡caramba!”. Nadie me ama y nadie me teme, nadie cree en mí. Si fueses a contar en la ciudad que me has visto y hablado, se apresurarían a encerrarte en un manicomio.»

Ante la amargura de Satanás, inmensa y sincera, el anacoreta se atrevió a decir suavemente: «Tu lugar está en el infierno.» Y el Angel malo extendió sus brazos en lento ademán y dijo:

-«El infierno es esto; es la costra terrena sobre la que pululan los hombres; mi castigo consiste en no poder abandonarlos y en presenciar sus estupideces y sus mezquindades. Hablo y no me oyen, me muestro y no me ven… En la redondez del orbe no hay criatura más estimable que tú. Al principio desconfié; te vigilé durante diez años… No debes ofenderte, es que recordaba un reciente caso…»

El «reciente caso» era, ni más ni menos, esto: el Angel Caído había estado observando en un lugar apartado de los Apeninos a un hombre de vida impecable, vestido con tosca túnica, que castigaba su cuerpo y comía tan sólo frutas y raíces… Creyó que se trataba de un anacoreta y se presentó ante él, que le miró atentamente y murmuró: All right¡, poniéndose en seguida a dibujar su silueta en un libro de apuntes… Era un naturalista inglés que practicaba sus teorías en aquel solitario lugar. Tras referir este fallo, el diablo «resolló ruidosamente» y habló de nuevo:

-«¿Qué mundo es éste? Lo desconozco. He entrado en el cuerpo de varias criaturas por procedimientos puramente clásicos… Poseídos por mí se retorcieron convulsivamente y vomitaron espuma entre los dientes apretados… No lo hicieron mejor los endemoniados de pasadas épocas, pero fue inútil. La medicina declaró que sólo se trataba de unos epilépticos.»

Sí; así comienza esa gran obra de Wenceslao Fernández Flórez, Las siete columnas, novela que él, entrañable amigo, me mostró traducida al idioma japonés y cuyo «Capítulo previo» yo me he permitido resumir aquí, porque creo que puede ser un buen principio para mi exposición de varias prácticas satánicas que han impresionado a toda España. Porque, ¿cómo se sentirá ahora Satanás? Satisfecho, ¿no?

La niña mártir de Almansa

A tanto horror cabe añadir lo ocurrido el 18 de septiembre de 1990 en Almansa (Albacete): la niña de once años, Rosa María Fernández Gonzálvez, falleció tras ser sometida a un rito exorcista que duró cuarenta y ocho horas, en el que intervinieron su propia madre, Rosa Gonzálvez Fito, de treinta y seis años, y dos vecinas, María Mercedes y Angeles Rodríguez Espinilla, «porque estaba embarazada del diablo».

Almansa es una localidad de más de veinte mil habitantes que se encuentra a 77 kilómetros de Albacete y cuenta con veinte curanderas que, para librar de sus males a los enfermos, «ponen las manos». Una de estas «especialistas» es Rosa Gonzálvez Fito, de quien dicen sus «pacientes» que sus manos gruesas y fuertes «desprenden mucho calor y es experta en casos de cáncer y dolores musculares». Al parecer, desde hacía cuatro meses contaban con la ayuda de su vecina María de los Angeles, una vallisoletana casada con un marmolista almanseño, Martín Toledo, y cuya hermana, Mercedes Rodríguez, había llegado de Valladolid para colaborar en el bárbaro exorcismo.

Según las apariencias, el domingo día 16 María de los Angeles abandonó su domicilio llevándose a sus hijos; más tarde, su marido decidió ir a buscarla a la casa de Rosa y tras una discusión con ella, consiguió llevarse consigo a los niños, de cinco y seis años de edad, uno de los cuales le dijo a un vecino que tenía que ir a casa de su tía para que «me sacasen un pato del pecho». Martín Toledo, sospechando que algo extraño ocurría allí, regresó a la casa y esa vez logró llevarse a su mujer.

Pero al día siguiente, aprovechando la ausencia de su marido, que se había ido a trabajar, Angeles volvió al domicilio de Rosa y encontró en ella a la hermana de ésta y a la suya, Mercedes Rodríguez. Después de que fuera descubierto el asesinato, Martín comentó que la última vez que vio a su mujer ella le dijo: «No me toques, que me quitas energía», y en seguida exclamó: «Gracias a Dios que pude salvar a mi hijo y a mi hija.» Pero a ella no la pudo sacar de allí.

Las «fuerzas demoníacas»

Al parecer, la noche anterior a aquel domingo, Rosa Gonzálvez la Calandria no pudo dormir; se encerró en su alcoba, sin permitir a su marido que entrara, y él comentaría después que la oyó decir «muchas incoherencias y, a ratos, bailar y cantar».

Alarmado por las muestras que daba de sufrir evidentes trastornos mentales, a la mañana siguiente fue a pedir ayuda a su suegra, su cuñada y su hija, siendo todos ellos, con las dos amigas de Rosa, Mercedes y María de los Angeles, quienes pasaron todo el día tratando de calmarla, rezando constantemente, porque Rosa decía que estaba poseída por fuerzas malignas.

Tan enfurecida estaba, tan agitada, que de pronto se enfrentó a su cuñado, José Ibáñez, el esposo de su hermana Ana Gonzálvez, para acusarle de que él «era la causa de que los demonios la controlaran». Sin embargo, al atardecer se calmó un poco y consiguió calmar también a su hermana y acompañantes, que se retiraron a su domicilio.

Y ya en la madrugada del lunes, Jesús fue de nuevo en busca de Ana María para decirle que Rosa y sus dos amigas se habían encerrado en una alcoba con su hija y a él le golpearon hasta echarle fuera. Cuando los dos regresaron a la casa se vieron obligados a permanecer ante la puerta cerrada de la habitación, oyendo los desgarradores gritos de la niña, diciendo que la estaban matando y gritando también ellos para que Rosa y sus dos ayudantes dejaran de martirizar a la pobre criatura.

¿Qué estaba pasando allí dentro? Algo espantoso: aquellas tres mujeres enajenadas mezclaban sus cánticos a Cristo Jesús con sus invocaciones al diablo para que saliera del cuerpo de su víctima, porque en principio, al parecer, estaban seguras de que la niña estaba embarazada tras haber sido poseída por Satanás. Se supone que las hermanas Mercedes y María de los Angeles se ocupaban de sujetar a la pequeña Rosa María, mientras la madre de ésta se esforzaba en sacarle por la vagina los intestinos con las manos.

En aquella habitación de dos camas, en la que mezclaban estampas religiosas con símbolos demoníacos, cruces y velas, cánticos y alaridos enfurecidos, la sangre de aquel cuerpo inocente se estampaba en las paredes, encharcaba el suelo y salpicaba las manos, brazos y ropas de las tres «sacerdotisas del Mal», que en cierto momento rompieron algo de cristal y se hirieron los pies al pisarlo.

Cuando Ana María pudo entrar, vio a su sobrina muerta en una de las camas e inmediatamente fue atacada por su hermana Rosa, que la acusaba de estar embrujada y de ser la causa directa del «desmayo» de la niña. Acto seguido, las tres arpías se lanzaron contra ella, golpeándola y tratando de sacarle los ojos e, incluso, las entrañas «para meterlas en el cuerpo de la niña y así volverla a la vida … » ¡Vamos, que fue una jornada de trabajo completa! Una jornada de cuarenta y ocho horas.

Al oír los gritos de Ana María, Jesús Fernández el Pajero reaccionó, fue consciente de que lo que le estaban haciendo a su hija era mucho más que una paliza y salió de la casa para ir a pedir a una vecina que le dejara usar su teléfono para avisar a la Guardia Civil, lo que, al parecer, ya había hecho ella sin obtener respuesta; ella se había alarmado al oír los cánticos religiosos, las blasfemias y las invocaciones a Satanás, en las que se intercalaban los chillidos terribles de la niña. Como tampoco fue atendida la segunda llamada, decidieron recurrir a la Policía Municipal, consiguiendo que varios agentes acudieran un par de horas después, con dos voluntarios de la Cruz Roja.

Para lograr penetrar en la alcoba en que se había llevado a cabo el brutal sacrificio tuvieron que derribar la puerta. Uno de los sanitarios comentaría después:

«En la habitación había dos camas y en una de ellas estaba la niña desnuda, con la vagina abierta e inundada de sangre. La madre se hallaba en el suelo, llorando, y al fondo vimos a tres mujeres semidesnudas y muy manchadas de sangre, como las paredes, en las que había trozos de vísceras; en una mesa encontramos el útero y los intestinos… Uno de los policías municipales tuvo que salir a vomitar.»

El padre de la infortunada Rosi lloraba en la habitación de al lado, derrumbado ya por la tremenda tragedia que le había tocado vivir durante tantas horas.

El voluntario de la Cruz Roja también comentó que bajo el cuerpo de la niña habían puesto algo de ropa que se empapó de sangre, por lo que, cuando fue tendida en la camilla, «era como un trapo seco, se había ido en sangre, la habían vaciado por dentro y ni siquiera manchó las sábanas de la ambulancia» en la que fue trasladada al ambulatorio de Almansa, donde tan sólo pudieron certificar su defunción, que, según se sabría después, había tardado media hora en producirse.

Desde el centro sanitario, el cadáver fue conducido en la misma ambulancia al cementerio, donde le sería practicada la autopsia, tras la que el forense informó que la causa de la muerte había sido un shock hipovolémico.

Cuando llegó la Guardia Civil procedió a detener a la madre de la criatura inmolada y a sus dos vecinas y amigas vallisoletanas. Sorprendió la tranquilidad de Rosa Gonzálvez, que fue capaz de decir: «Lo hice y lo volvería a hacer»; y además: «Sólo hice lo que me mandaron», refiriéndose a «las fuerzas malignas» por las que «estaba poseída». Rosa y sus amigas se negaron, en principio, a declarar ante el juez.

En cuanto a la tía de la niña, Ana Gonzálvez, que tuvo que ser internada en el hospital, dio la impresión de tener trastornadas sus facultades mentales; al ser examinada por los doctores, interesados por las importantes lesiones que presentaba en los ojos y numerosos hematomas en todo el cuerpo, dijo que «unas fuerzas negras le dieron una paliza», insistiendo en que «no la tocasen, porque Santa Lucía la curaría».

Ana María Gonzálvez Fito, al día siguiente de su ingreso en el Hospital General de Albacete, pudo ser entrevistada por un reportero (A. Cuevas) de La Verdad, a quien ya no le mencionó a Satanás, como lo había hecho sin cesar anteriormente, pero le aseguró: «Tengo una pena muy grande por no haber ayudado a mi sobrina, porque me confundieron la mente.» Y al ser preguntado sobre cómo le hicieron sus heridas, respondió:

-Mi cuñado y yo queríamos ayudar a mi hermana, que no era mí hermana, que se le había metido seguramente alguien dentro, porque tenía otra voz y nosotros pensamos que nos lo hacían creer, que era cosa de la mente lo que le hacían a mi sobrina y que no pasaba nada. Teníamos que rezar para que mi hermana se pusiera bien y a su hija no le hiciesen ningún mal. Cuando ya nos convencieron y mi hermana me dijo que era ella, pudimos entrar; entonces vi a mi sobrina allí muerta y me acusaron de que yo se lo había hecho, que era una bruja. Echaron a mi cuñado de allí dentro y a mí quisieron ahogarme y sacarme los ojos. Menos mal que entraron mi cuñado y la Policía y nos sacaron.

Al referirse a quien les cogía la mente, se explicó así: «Yo me creía que hacíamos bien para ayudarlas a ellas a razonar, a quitarles el mal a las tres que hablaban, que no eran como mi hermana y las otras. Y se ve que lo que hacían es que nos cogían a nosotros la mente y nos creíamos que estábamos haciendo bien y no pudimos salvarla…» En cuanto a lo que se comentaba sobre el embarazo de la niña, Ana María dijo:

-No es verdad; no era mujer y tenía once años. Yo no oí nada de aborto allí dentro. De lo que pasó en la habitación no sabíamos nada. Mi cuñado me llamó diciendo que habían entrado a la nena y que le estaban reventando las narices y pegando. Me dijo que a él le habían cogido del cuello y que le empezaron a dar golpes, por lo que salió a llamarme.

El periodista preguntó también si Rosa y sus amigas creían que la niña estaba endemoniada y Ana María contestó:

-Yo no sé por qué la torturaron hasta matarla. La niña no decía nada. Sólo la oíamos chillar y la llamábamos: «Rosi, Rosi, Rosi…» Y le decíamos: «Rosi, pídele al Señor que venga a la mamá y la calme, para que se ponga bien y ya no haga ningún mal, que la mamá quiere que te hagan mucho bien.» ¡Ay, madre, que le hagan mucho bien y le han hecho mal, que no era la voz de mi hermana…! Era una voz de mujer, pero más fuerte. Decía que yo era una bruja, que mirase lo que había hecho para matar a su hija y que era a mí a quien tenían que matar.

Lo que dijo el juez

Cuando Rosa Gonzálvez fue detenida, con la ropa, manos, brazos y rostro profusamente ensangrentados, dicen que mencionó al diablo, igual que sus dos semidesnudas amigas y ayudantes; las tres se negaron, al principio, a prestar declaración ante el titular del juzgado de Instrucción n.º 1, Rafael Cuesta Daviú, quien diría días después a los periodistas que Rosa había declarado que «el mal de un hombre había entrado en el cuerpo de su hija y había que sacarlo de allí con las manos», señalando después que «ese hombre bien pudiera ser un pariente, el marido de una de las inculpadas, el tío…».

Añadió el juez que «aquella noche, después de sacar el mal del cuerpo, las tres mujeres quisieron llenar las entrañas de la niña con los intestinos de su tía para así devolverle la vida. Por sus declaraciones, parece que las tres creían que estaban tratando una transmigración de almas». Seguidamente, el señor Cuesta se refirió al informe del médico forense, en el que se explica que la niña Rosa María no había tenido ni siquiera la primera menstruación y no había rastro alguno de embarazo.

Refiriéndose a la cuarta mujer, Ana María Gonzálvez Fito, el juez instructor comentó que pensaba tomarle declaración en cuanto saliese del hospital y regresara a Almansa, y que hasta ese momento la consideraba fuera de toda sospecha, porque ella había llegado a la casa cuando la niña ya había muerto. Consideraba asimismo que las declaraciones del padre y de la Policía sobre lo que vieron al entrar en la alcoba donde asesinaron a Rosa eran «suficientes».

Refiriéndose a Jesús Fernández, padre de la víctima, el comentario fue: «En lo que atañe a su presencia en la casa de dos pisos en que se cometió el asesinato, creo que, en principio, los gritos de la niña pudieron confundirse con los alaridos, los cantos y las blasfemias de las tres mujeres… A ver si usted sería capaz de distinguir tales ruidos si salen mezclados con un par de discos de ópera sonando al mismo tiempo… Los cantos de esas tres mujeres continuaban cuando entró en el lugar del crimen».

Por último, el juez declaró que había interrumpido los interrogatorios hasta conocer el informe sobre los estudios que iban a realizar los psiquiatras sobre las tres mujeres detenidas, así como el dictamen pericial acerca de los análisis de uñas y cabellos. «El informe médico -añadió- pondrá en claro las declaraciones inconexas de las tres mujeres tomadas el día de su detención.»

El comentario final fue: «De momento me parece admisible la versión en la que el padre toma conciencia de la muerte de su hija cuando escucha los gritos de su cuñada desde fuera de la habitación, en la que no pudo entrar hasta que llegó la Guardia Civil y la Cruz Roja, a las nueve y media de la mañana del martes. Media hora después, la Policía encontró al padre caído en el suelo, derrumbado psicológicamente».

Estas declaraciones las hizo el juez Cuesta Daviú el jueves 20 de septiembre, o sea, dos días después de la muerte de la niña. Pero el viernes día 27 ocurrió algo un tanto impresionante, de lo que dio noticia la Agencia Efe y fue publicada en la prensa al día siguiente:

«Andrés López Mora, fiscal jefe del Tribunal Superior de justicia de Castilla La Mancha, ha pedido el procesamiento de cinco personas al juez encargado del caso de la niña de Almansa, Rosa Fernández Gonzálvez, asesinada por prácticas abortivas en un acto de curanderismo. El fiscal también ha pedido el informe psiquiátrico de todos ellos.

»Los cinco autos de procesamiento son los de los padres de la niña, Rosa Gonzálvez y Jesús Fernández, por presunto delito de parricidio; el de las hermanas María Angeles y María Mercedes Rodríguez, por asesinato, y el de la tía de la fallecida, Ana Gonzálvez, por la omisión del deber de impedir que se cometiera el delito.»


El infanticidio exorcista de Almansa

ManuelCarballal.blogspot.com

18 de septiembre de 2012

Hoy, 18 de septiembre del 2012 se cumple el 22 aniversario del caso más terrible y dramático acontecido en la historia criminal del ocultismo español.

Hoy, 18 de septiembre Rosa Fernández Gonzálvez debería ser una mujer de 31 años, sonriente y feliz, pero solo es una página negra, la más negra, del fanatismo homicida por causas esotéricas…

Resulta difícil imaginar un crimen más brutal, inútil y absurdo que el de Rosa Fernández Gonzálvez. Esta inocente niña de 11 años fue asesinada de la forma más brutal y salvaje que podamos imaginar por su propia madre.

La prensa, como siempre, confundió el tocino con la velocidad exprimiendo titulares como «Crimen satánico en Almansa». Muy al contrario, el terrible asesinato de Rosa no se produjo en un ritual satánico, sino en nombre de Dios. Los hechos se produjeron con todo su dramatismo en la madrugada del martes 18 de septiembre de 1990, en el pueblo albaceteño de Almansa.

Almansa es un pueblo rico en curanderos y espiritistas. Docenas de consultorios espiritistas que profesan gran fervor a la imagen de Santa Lucía atiborran el pueblo.

En una conversación con el Excmo. Alcalde de Almansa recuerdo que me manifestaba su molestia ante la invasión esotérica, porque todo el mundo sabe que lo importante de Almansa es su industria del calzado. Rosa Gonzálvez Fito, nacida el 5 de enero de 1954, era una de las más prestigiosas sanadoras espiritistas de Almansa.

Iniciada en el espiritismo por Enrique «El de Villena», un ex-empleado de una fábrica de zapatos que dejó su trabajo para dedicarse a la curación, Rosa Gonzálvez, «Hermana de la luz», «miradora» o «sanadora», atendía diariamente a multitud de enfermos. Su especialidad, la imposición de manos.

Los ingresos de esta curandera eran tan sustanciosos que su marido, Jesús Fernández Pina, nacido el 24 de junio de 1947, pudo permitirse el abandonar su trabajo de zapatero para hacer de secretario de su mujer. La triste protagonista de esta historia fue Rosa Fernández Gonzálvez, única hija del matrimonio, nacida en Albacete el 22 de abril de 1979.

El periodista del diario «La Tribuna» de Almansa y buen amigo, Luis Bonete, realizó un meticuloso seguimiento del caso desde el primer momento. A él se deben las imágenes televisadas en todos los canales, así como las fotografías tomadas durante la detención de las implicadas en este absurdo infanticidio. A su profundísima investigación se deben muchos de los datos desconocidos por el gran público sobre este patético caso.

Los dramáticos sucesos que desencadenaron la tragedia del 18 de septiembre comenzaron en realidad tres días antes, el sábado 15 de septiembre, cuando Rosa Gonzálvez, María de los Angeles Rodríguez Espinilla y su hermana Mercedes salen juntas a cenar. Mercedes había llegado dos días antes a Almansa, procedente de Valladolid, con la intención de pasar unos días con su hermana.

Al día siguiente, a eso de las 15:30, Rosa Gonzálvez telefoneaba a María de los Angeles, que se traslada inmediatamente a casa de la curandera. Durante toda la tarde intenta exorcizar del cuerpo de María de los Angeles el espíritu de su marido, Martín, que supuestamente la poseía y «le estaba haciendo mucho daño». Además de hacerlo con ella, también intentaba exorcizar a los hijos de su amiga quienes, supuestamente, portaban el mal.

Para ello, les metía los dedos en la boca, produciéndoles grandes arcadas para que «echaran el pato que tenían dentro». Sobre las 23:00, Martín, esposo de María de los Angeles, se presentaba en casa de Rosa con la intención de llevarse a su familia. Consigue llevarse a sus hijos, pero no a su mujer. Al día siguiente, lunes 17, volvió a casa de la curandera para intentar llevarse a su esposa.

En la mañana del lunes se encuentran reunidos en el número 89 de la calle de La Rosa, en Almansa, Rosa Gonzálvez, su marido, María de los Angeles, su hermana Mercedes, Josefa y Ana María Gonzálvez, cuñada y hermana de la curandera a quien Jesús Fernández había llamado al encontrar a su esposa como loca.

Todo el grupo se traslada al dormitorio del matrimonio, donde se inician una serie de ritos extraños con objeto de expulsar a los espíritus. La violencia histérica de la curandera se entremezcla con advocaciones religiosas, rituales mágicos, imágenes de Santa Lucía, etc.

Tras una agotadora sesión, a media tarde María Angeles y Rosa parecen calmarse. María Angeles asegura que la curandera le ha salvado la vida, a lo que ésta responde: «Yo no soy Rosa, soy un extraterrestre de otro planeta…».

Tras la sesión, Josefa, Ana Gonzálvez y Mercedes Rodríguez abandonan la casa, encerrándose María de los Angeles y Rosa en el dormitorio del matrimonio. Pero casi a media noche, Mercedes vuelve a casa de la sanadora, y ahí se inicia la recta final de este drama.

El periodista Luis Bonete reconstruye exactamente todo lo que ocurrió en la casa del matrimonio Fernández/Gonzálvez aquella noche:

«En la madrugada del día 18, Jesús entra en el dormitorio y sorprende a su mujer totalmente desnuda, con las hermanas Rodríguez. Las tres estaban cubiertas de excrementos y bilis. Tiempo antes, se había desarrollado otro ataque de histeria exorcista en la habitación. A golpes, obligan a Jesús a que limpie la habitación y a que despierte a Rosi, hija del matrimonio, que ya estaba acostada en su habitación. El padre conduce a la pequeña a la habitación, donde es desnudada y metida en la cama. Pero poco tiempo podrá dormir la pequeña, ya que un rato después es despertada por su madre y obligada a tumbarse en el frío suelo. Lógicamente, la niña comienza a tiritar. En ese instante, dice Mercedes: «Si vais a quitar el mal, hacedlo ya, porque la niña no se encuentra bien». Rosa, ebria de superstición, exclamó «¡Maldita sea! El mal está dentro de ti»».

La curandera y María de los Angeles atacaron a Mercedes dándole patadas en la vagina y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar. Al ver la sangre, la curandera interpretó que el mal ya había salido, dirigiéndose entonces hacia su hija, y comenzando a golpearla, asegurando que era ella ahora la poseída por el espíritu de Martín. Al escuchar los lloros de Rosi, su padre, que había sido expulsado de la habitación, entró nuevamente con la intención de rescatar a su hija… Ojalá lo hubiera hecho, porque aquella fue su última oportunidad de salvar la vida de la pequeña de la superstición homicida de las espiritistas.

Las tres mujeres atacaron con feroz violencia a Jesús, que nuevamente fue expulsado del dormitorio, saliendo además de la casa en busca de ayuda.

Ese momento es aprovechado por las tres mujeres, que se trasladan con Rosi al dormitorio de la pequeña. Tras atrancar la puerta con una de las camas y la cómoda del dormitorio, acuestan a la pequeña en la cama restante, reiniciando sus rezos, jaculatorias y exorcismos. A las 6:00, regresa Jesús con Ana María, hermana de la sanadora, pero no pueden entrar en el dormitorio, quedándose al lado de la puerta hasta las 9:00.

Dentro de la habitación, Rosa y las hermanas Rodríguez destrozan todos los muebles, se revuelcan por el suelo, gritan, caminan descalzas sobre clavos y cristales, se orinan… el espectáculo debió ser estremecedor para la niña, que, aterrada, vivía los últimos instantes de su corta existencia.

Mientras, en su locura exorcista, Rosa echaba colonia encima de María de los Angeles. Esta tuvo la fatal ocurrencia de decir que notaba que le venía el mal «por abajo»; que estaba entrándole un «aborto del Diablo». En ese momento, la curandera colocó una toalla en la vagina de Angeles y comenzó a golpearla en el vientre.

Al retirar la toalla llena de sangre, encontraron la prueba que necesitaban para confirmar sus sospechas sobre el «aborto del Diablo». Posteriormente, se averiguó que ésta tenía la menstruación ese día… Ante ese hecho, Rosa se vuelve hacia su hija y le dice: «Estas embarazada por el Diablo». Era el principio del fin de este drama.

Las tres enajenadas se precipitan sobre la niña y, mientras las dos hermanas la sujetan, Rosa le abre las piernas y le introduce sus manos en la vagina. Primero un dedo, luego dos; por fin, toda la mano de la curandera se introduce en la pequeña cavidad, rasgando la carne infantil a su paso. Rosi grita, patalea, se revuelve destrozada por el dolor, pero su madre no se detiene.

La vagina está desgarrada; ya son dos manos las que arrasan el interior de la niña. Minutos de dolor indescriptible. La curandera arranca los ovarios, los intestinos, la vagina… «Gloria al Espíritu Santo, gloria a Jesús, ¡Sal cabrón!» increpaba la sanadora mientras hurgaba con las uñas en las vísceras de su hija. En el nombre de Cristo, la curandera destrozaba, desgarraba, destruía, devastaba las entrañas de su hija con las manos. Durante unos minutos interminables, Rosi, con sólo 11 años, sufrió lo que ninguna narración puede describir.

Por fin, la masiva pérdida de sangre produjo un piadoso shock a la pequeña que le provocó la muerte, cesando así su inenarrable tormento. Aún después de muerta, y ya con mayor facilidad, Rosa continuó arrancando las vísceras de su hija por la vagina. Y cuando se sintió cansada cambió la posición con María de los Ángeles que continuó con su tarea mientras exclamaba a cada «demonio» extirpado: «Otro, otro, ¡Esto no se acaba nunca!»

A las 9:00h. de la mañana consiguieron entrar Jesús y su cuñada en la habitación. El espectáculo era dantesco. El padre salió disparado en busca de ayuda, y desde la casa de un vecino, llamó a la policía. Ana Gonzálvez se quedó en el dormitorio. Las tres mujeres se precipitaron contra ella. «Tú eres la clave; necesitamos tus ojos para que la niña reviva».

La curandera y sus ayudantes propinaron una brutal paliza a la mujer que estuvo a punto de perder los ojos en el ataque, el cual le produciría una contusión retiniana en ambos.

Cuando comenzaron a ser conscientes de la monstruosidad que habían hecho, Rosa y Angeles intentaron darse a la fuga, siendo detenidas por la policía: Rosa, en un bar cercano, y María de los Angeles, en un vehículo particular que asaltó en la huida. Mercedes fue detenida en el mismo lugar de la masacre.

Cuando en febrero de 1992 la Audiencia Provincial de Albacete dictó sentencia contra las acusadas, las tres mujeres fueron absueltas. Rosa y María de los Angeles fueron ingresadas en un psiquiátrico, liberadas de la acusación de asesinato por la eximente de transtorno mental transitorio.

Mercedes fue absuelta «por no haber participado activamente en los hechos».

Un absurdo que no merece la pena

A la hora de redactar estas lineas tengo ante mí, sobre la mesa del despacho, las fotos tomadas por Luis Bonete minutos antes de la detención de las asesinas de Rosi. Veo en estas imágenes la habitación revuelta, las estampas de la Virgen y de santos.

En una de las fotos, se ven los intestinos de la niña amontonados en un rincón de la habitación, el suelo manchado de sangre… el cadáver de Rosi, el rostro de la niña, con el ojo izquierdo entreabierto y la tez pálida como el papel, que murió de una forma tan brutal a causa de la ignorancia, la superstición y las creencias religiosas y esotéricas mal llevadas y peor entendidas. Y lo peor de todo es que soy consciente de que estos dramáticos casos no han cesado. ¿Quién será el próximo?

Poco después de que usted, lector, concluya la lectura de este artículo, en algún lugar del mundo algún ser humano encontrará la muerte de la forma más brutal a causa de la superstición esotérica, de una ignorancia hecha misterio. Y cuando los titulares nos recuerden casos precedentes, volveremos a pensar en Encarnación, en Rosa…, y yo me pregunto ¿de verdad vale la pena este absurdo?

A nosotros nos tocará encontrar la mejor forma de combatir esa brutal ignorancia esotérica que pudo llevar a una madre a arrancar las vísceras de su propia hija en el nombre de Cristo, los extraterrestres o los «Hermanos de la Luz»…


Rosa Gonzálvez: «La Exorcista de Almansa»

Última actualización: 11 de mayo de 2016

Rosa Gonzálvez Fito nació el 5 de enero de 1954 en Almansa (España). Era una de las más prestigiosas sanadoras espiritistas de ese pueblo. Su maestro fue Enrique «El de Villena», ex empleado de una fábrica de zapatos que dejó su trabajo para dedicarse a la curación. Rosa fue bautizada como «Hermana de la Luz», «Miradora» o «Sanadora».

Todos los días, mucha gente acudía a su consultorio para tratar sus enfermedades. Practicaba en ellos la imposición de manos y ganaba tanto dinero, que su esposo, Jesús Fernández Pina, abandonó su trabajo de zapatero para convertirse en el encargado de la agenda de su mujer.

Rosa Fernández Gonzálvez «Rosi», la hija única del matrimonio, nació en Albacete el 22 de abril de 1979. Era una niña alegre, que veía cómo su madre efectuaba supuestas curaciones, sesiones espiritistas y lectura del futuro. Pero eso no le molestaba, ni alteraba su infancia.

El sábado 15 de septiembre de 1990, Rosa Gonzálvez, su hermana Mercedes y su amiga María Ángeles Rodríguez Espinilla, salieron juntas a cenar. Mercedes había llegado dos días antes a Almansa, procedente de Valladolid, con la intención de pasar unos días con su hermana Rosa.

Durante la cena, Rosa dio muestras de agobio: decía sentirse enferma. Las dos mujeres que la acompañaban la miraron con preocupación: estaba demacrada, por momentos decía cosas incoherentes y además se notaba de mal humor. La consideraban una iluminada, una nueva profeta, y le demostraban su respeto a cada momento.

Al día siguiente, a las 15:30 horas, Rosa Gonzálvez telefoneó a su amiga María Ángeles, para que se trasladara de inmediato a su domicilio. Cuando llegó, le advirtió que estaba segura de que el espíritu de su esposo había tomado posesión de ella. María Ángeles se asustó mucho al creer que estaba poseída por «las malas intenciones» de su marido Martín.

Le pidió a Rosa que la ayudara. Ella accedió: el resto de la tarde, mediante diferentes ritos, intentó exorcizar del cuerpo de María Ángeles el espíritu de su marido, que a decir de Rosa, «le estaba haciendo mucho daño». Además de hacerlo con ella, también intentó exorcizar a los hijos de su amiga quienes, supuestamente, «portaban el Mal». Para ello, les metió los dedos en la boca, obligándolas a vomitar para que «echaran el pato que tenían dentro».

A las 23:00 horas, Martín, esposo de María Ángeles, se presentó en casa de Rosa con la intención de llevarse a su familia. Se llevó a sus hijos, pero no logró persuadir a su mujer para que lo acompañara. Al día siguiente regresó a casa de la curandera para intentar llevarse a su esposa.

La mañana del lunes, Mercedes regresó a casa de Rosa Gonzálvez, donde encontró a ésta y a su hermana desnudas en una cama: «Decían que eran Jesucristo y la Virgen y que se iban a casar», declararía tiempo después.

Ese día estaban allí Rosa Gonzálvez; su esposo Jesús; María Ángeles; su hermana Mercedes; y Josefa y Ana María Gonzálvez, cuñada y hermana de la curandera, a quien Jesús Fernández había llamado al encontrar a su esposa enloquecida, gritando incoherencias y asegurando que su hija, la pequeña Rosa, estaba poseída por el demonio.

Todo el grupo se trasladó al dormitorio del matrimonio, donde se iniciaron una serie de ritos extraños con objeto de expulsar a los espíritus. La violencia histérica de la curandera se entremezcló con rezos, rituales mágicos y el uso de imágenes de Santa Lucía.

Tras una sesión muy extensa, hacia las 18:00 horas María Ángeles y Rosa parecieron calmarse. María Ángeles aseguró que la curandera le había salvado la vida, a lo que ésta le respondió: «Yo no soy Rosa, soy un extraterrestre de otro planeta».

Tras la estrafalaria afirmación, Josefa, Ana Gonzálvez y Mercedes Rodríguez abandonaron la casa. María Ángeles y Rosa se encerraron en el dormitorio. A las 00:10 horas, Mercedes regresó a la casa. Ya era la madrugada del 18 de septiembre. Jesús entró en el dormitorio y encontró a su esposa totalmente desnuda, acompañada de las hermanas Rodríguez, quienes también se habían desvestido. Las tres estaban cubiertas de excremento y vómito.

Comenzó entonces otro episodio de histeria exorcista en la habitación. A golpes, obligaron a Jesús a que limpiara la habitación. Luego le exigieron que despertara a su hija, quien ya estaba durmiendo en su habitación. Jesús obedeció la exigencia de su mujer; tenía miedo y prefería no enfrentarla, por temor a ser agredido. Fue por la niña, la despertó y la llevó a la recámara matrimonial, donde las tres mujeres desnudas la esperaban.

Luego se marchó. Las mujeres también desnudaron a la niña. La metieron en la cama, tapándola con las sábanas. Luego se quedaron en silencio un buen rato. La niña se durmió. Poco tiempo después, Rosa despertó a su hija. La obligó a tirarse en el piso, pese a los ruegos de la niña, quien comenzó a tiritar.

Al notarlo, Mercedes dijo: «Si vais a quitar el mal, hacedlo ya, porque la niña no se encuentra bien». Rosa Gonzálvez, furiosa, exclamó, señalando a Mercedes: «¡Maldita seas! ¡El Mal está dentro de ti!» Rosa y María Ángeles atacaron a Mercedes, dándole patadas en el vientre y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar.

Al ver la sangre derramada, Rosa decidió que el Mal ya había salido de Mercedes, pero estaba convencida de que después se había introducido en su hija. Así que comenzó a golpearla, asegurando que la niña era ahora la poseída por el espíritu. La pequeña comenzó a llorar. Al escuchar el llanto, Jesús, su padre, entró nuevamente con la intención de rescatar a su hija. Pero las tres mujeres atacaron al hombre con lujo de violencia, tratando de sacarle los ojos con las uñas. Jesús salió del cuarto huyendo, y luego corrió a buscar ayuda.

Las tres mujeres tomaron a la niña y se trasladaron al dormitorio de la pequeña. Allí había dos camas; atrancaron la puerta con una de ellas, acostaron a Rosi en la cama restante y comenzaron el exorcismo. Rezaron, insultaron al demonio, dieron órdenes, golpearon a la niña, burlándose de su llanto. Eso duró toda la noche. A las 06:00 horas, Jesús regresó con Ana María, hermana de Rosa, pero no pudieron entrar en el dormitorio. Se quedaron por tres horas al lado de la puerta, escuchando los gritos, el llanto de la niña, los golpes que le propinaban, los insultos y los rezos entremezclados.

Adentro del cuarto, Rosa y las hermanas Rodríguez destrozaron todos los muebles, quebraron los espejos, caminaron descalzas sobre los cristales rotos, se revolcaron en el suelo, orinaron, defecaron y vomitaron. Rosa bañó con agua de colonia a María Ángeles, quien comenzó a gritar: «¡El Mal me está entrando por abajo! ¡Me está entrando un aborto del Diablo!»

Rosa Gonzálvez tomó una toalla y la colocó entre las piernas de María Ángeles; la retiró con manchas de sangre. Estaba menstruando, pero para la exorcista se trataba de un claro signo de que, efectivamente, un íncubo trataba de poseerla. Comenzó a golpearla en el vientre. María Ángeles, tratando de que la paliza cesara, gritó: «¡El aborto del Diablo se está metiendo en la niña!» Ante esa afirmación, Rosa Gonzálvez miró a su hija y le dijo: «Estás embarazada por el Diablo».

Las tres mujeres se lanzaron sobre la niña. Mientras las dos hermanas la sujetaban de las muñecas, Rosa le abrió las piernas y empezó a explorarla. Le introdujo un dedo, luego otro, mientras su hija gritaba y lloraba: «¡Mamá, acaba ya, mamá, por favor termina ya!» Enojada, Rosa Gonzálvez metió la mano completa. Las paredes vaginales de la niña se rasgaron. Rosi gritó, enloquecida por el dolor, tratando de librarse de aquella tortura, pero las mujeres la sujetaron con más fuerza.

Sudorosa y con los ojos desorbitados, Rosa González abrió la vagina con la otra mano, hasta que consiguió meter ambas manos en la vagina de la niña. Hizo palanca con los brazos, rasgando los labios vaginales, clavando las uñas, rasgando por dentro. Perforó el cuello del útero, también la matriz. Luego le metió varios dedos por el ano, rasgando el recto. Siguió metiendo las manos y parte de los brazos.

El ataque fue tan violento que Rosa Gonzálvez comenzó a arrancar los ovarios, jaló los intestinos y los sacó por la cavidad vaginal, mientras gritaba: «¡Gloria al Espíritu Santo, gloria a Jesús! ¡Sal, cabrón!» La escena duró interminables minutos. Rosi, con sólo once años de edad, sufrió de manera inenarrable. Se desmayó y la pérdida de sangre produjo un shock. Murió poco después.

Ya muerta la niña, Rosa continuó arrancando las vísceras por la vagina. Siguió así casi media hora. Cuando se sintió cansada, le pidió a María Ángeles que continuara con su tarea, mientras señalaba cada pedazo de víscera arrancada y exclamaba: «¡Otro Demonio! ¡Otro, otro! ¡Esto no se acaba nunca!» Los forenses asentarían que solo quedaron dentro el hígado, el bazo y el estómago.

A las 09:00 horas, Jesús y su cuñada lograron derribar la puerta y entrar en la habitación. La escena era escalofriante: sobre el piso estaban los trozos de vísceras y órganos internos de la niña, cuyo cadáver exangüe se encontraba sobre la cama, con la figura de un santo colocada a un lado, estampas con figuras religiosas regadas por todas partes y ropa ensangrentada por doquiera. Las mujeres estaban cubiertas de sangre, excremento, orina y vómito. Jesús salió de la casa para buscar ayuda, y desde la casa de un vecino, llamó a la policía.

Ana Gonzálvez se quedó en el dormitorio, aterrorizada, contemplando la escena sin poderse mover. Las tres mujeres se precipitaron contra ella, gritándole: «¡Tú eres la clave! ¡Necesitamos tus ojos para que la niña reviva!» Rosa y sus ayudantes le dieron una paliza a la mujer, quien estuvo a punto de perder los ojos en el ataque, causándole daño en la retina en ambos ojos. Pero consiguió huir de allí y salir de la casa.

Cuando el frenesí pasó y el cansancio se apoderó de ellas, comenzaron a ser conscientes de lo que habían hecho. Rosa y María Ángeles trataron de huir; Rosa se refugió en un bar cercano y María Ángeles asaltó a un conductor, que se detuvo a preguntarle si necesitaba ayuda: lo golpeó y le quitó el automóvil. La policía detuvo a ambas antes de que pudieran escaparse. Mercedes fue arrestada en el lugar del crimen.

Los vecinos llamaron además a la Cruz Roja. Los dos socorristas que llegaron al lugar no daban crédito a lo que veían. Según sus declaraciones, nunca habían presenciado algo así.

La policía se llevó a las mujeres con grandes esfuerzos, ya que se defendían y golpeaban a los agentes, tratando de arañarles los ojos o de morderlos. Ya en el hospital, donde fue ingresada con severos traumatismos, Mercedes les dijo a los médicos que la atendieron que había sufrido «una paliza por parte de las fuerzas negras» y exigió que no la tocasen, porque Santa Lucía la curaría.

El caso provocó la repulsa de la opinión pública española. Nunca se había visto un caso similar y los medios le dieron un enfoque amarillista al asunto. Los titulares mostraban el horror de la población ante aquel suceso.

El juicio, celebrado con la presencia de reporteros de varios sitios de España, fue transmitido por televisión. Durante varias semanas, la historia de Rosa Gonzálvez, bautizada ahora como «La Exorcista de Almansa», fue noticia de primera plana.

Al entierro de la niña asistió todo el pueblo. Jesús, su padre, sollozaba y se mesaba el cabello con desesperación. A todo el que quisiera escucharlo, le repetía que no había podido hacer nada, que la puerta había sido atrancada por dentro. Nunca respondió por qué no llamó enseguida a la policía, pudiendo evitar así la muerte de su hija.

En el juicio, las declaraciones estremecieron a los asistentes: «Rosa comenzó a hablar como san Jerónimo y luego le cambió la voz y habló como nuestra madre fallecida», declaró Mercedes.

«(El día del crimen) estaba toda mojada y tenía en las manos un cuadro de la Virgen. Me dijo que pasara. Rosa bajó desnuda la escalera y nos dijo que nos quitáramos las prendas negras. Por indicación suya caminamos sobre las baldosas negras del pavimento para ahuyentar a los espíritus malignos y entre rezos destruimos los muebles».

«Decían que la Espada del Mal estaba en la niña. Atrancaron la puerta y estuvieron una hora rompiendo cosas. Después María Ángeles dijo que le había venido un aborto del diablo y empezó a sangrar por la vagina. Como María Ángeles había abortado, Rosa dijo que su hija estaba embarazada del Diablo. Sujetaron a la niña entre las dos y su madre le metió la mano entre las piernas para sacar los engendros del Diablo».

Rosa Gonzálvez dijo no recordar nada de lo sucedido. María Ángeles Rodríguez afirmó que su memoria se perdía a partir de la noche del 15 de septiembre. En febrero de 1992, la Audiencia Provincial de Albacete dictó sentencia contra las acusadas. Increíblemente, las tres mujeres fueron absueltas.

Rosa y María Ángeles serían ingresadas en un hospital psiquiátrico, liberadas de la acusación de asesinato por la eximente de trastorno mental transitorio. Mercedes fue absuelta «por no haber participado activamente en los hechos».

María Ángeles se fue a vivir a Valencia, alejada para siempre de su familia. Mercedes se marchó a Valladolid tras el juicio.

Rosa Gonzálvez estuvo recluida un corto periodo, tras lo cual salió del hospital y se reintegró a la sociedad. No pudo volver a Almansa, pues los habitantes declararon públicamente que la lincharían si volvían a verla por allí.

Se refugió en otra ciudad española y pronto se convirtió en protagonista favorita de varios programas de televisión, en los cuáles contaba su versión del asesinato, cobrando además grandes cantidades por sus declaraciones. Los vecinos se limitaron a pintar una cruz invertida de color rojo, en la fachada de la casa donde aquella noche, ocurrió uno de los peores crímenes de la historia de España…


La endemoniada de Almansa

Juan Madrid

En la madrugada del martes 18 de septiembre de 1990, en Almansa (Albacete), moría la niña de once años Rosa Fernández Gonzálvez, víctima de un ritual exorcista protagonizado por su propia madre y dos amigas.

Prácticas satánicas

Rosa Gonzálvez Fito, de treinta y seis años, la presunta parricida, y las hermanas Mª de las Mercedes y Mª de los Angeles Rodríguez Espinilla, amigas de ésta, llevaban meses realizando diversas prácticas espiritistas en la casa donde residía la familia Fernández Gonzálvez.

Convencida de que su hija «estaba embarazada del diablo», Rosa Gonzálvez sometió a la niña a un macabro aborto tras el que falleció desangrada una vez que las «comadronas» introdujeron las manos en su vagina y, por ella, le extrajeran los intestinos.

Alarmado por los gritos que salían del piso de arriba de su casa, Jesús Fernández Pina, padre de Rosi, corrió a avisar a su cuñada, Ana Gonzálvez.

Cuando ésta acudió en ayuda de la niña, también intentaron sacrificarla: querían sacarle las entrañas para así dar vida a la chiquilla.

Al llegar la Guardia Civil al lugar de los hechos se encontraron con la niña muerta en una cama, su madre llorando en un rincón, las amigas de ésta postradas en otra cama y, por último, a la hermana de la madre, en estado inconsciente, tendida sobre el suelo. Tenía hematomas por todo el cuerpo y una contusión retiniana en los dos ojos.

Tanto la madre como las dos amigas fueron inmediatamente detenidas y puestas a disposición judicial.

Tras la autopsia practicada a la niña, Rafael Cuesta, titular del Juzgado de Instrucción nº 1 de Almansa, manifestó que Rosi no estaba científicamente embarazada y que empezaron a someterla a prácticas abortivas durante aproximadamente media hora, tiempo en el que le sobrevino una muerte lenta y dolorosa.

Posteriormente, el juez decretó el ingreso en prisión de las tres inculpadas. Aún no se ha dictado sentencia sobre este espeluznante crimen.

Basándose en el crimen ritual de Almansa (Albacete), Juan Madrid ofrece un relato novelesco del caso. Como la niña asesinada, también un niño es el protagonista que cuenta aquél lúgubre suceso.

Yo me llamo Pedro, pero todo el mundo me llama Pedrito. Otros me llaman Caparranas porque una vez me vieron cerquita del río con un saco de ranas que quería vender en el bar El Cruce. Yo creía que las ranas se comían, lo había dicho el maestro en las clases de Naturales. Dijo que en Francia la gente se come las ranas, mejor dicho, las ancas de rana, que son como el jamón de las ranas. Entonces me fui para el río y cogí un saco entero de ranas y las llevé al bar El Cruce que es también restaurante donde va mucha gente: camioneros, vendedores y personas de la capital que pasan en coche y paran allí a comer.
Yo me figuré que podría sacar algún dinero con las ranas, por lo que dijo el maestro, pero cuando me, vieron con el saco ya se empezaron a reír. Y luego, en el bar El Cruce, se murieron de risa y ya me empezaron a llamar el Caparranas. Hasta mi padre y mi madre y mi hermano mayor, Tomás, se rieron de mí. Mi padre me dijo más estudiar y menos hacer el zascandil, que me iba a poner en la tienda a despachar harina y azúcar y todas esas cosas que se venden en la tienda. Mi padre aprovecha cualquier cosa para decir que me va a poner trabajar en la tienda y eso de las ranas lo aprovechó otra vez para decir que yo en lo único que pienso es en hacer el zascandil y en bromas y no en estudiar.
Mi madre se estuvo riendo, nada más y se lo dijo a unas cuantas vecinas, que también se estuvieron riendo de mí. Los compañeros de la clase empezaron a llamarme Caparranas, Caparranas, Caparranas… pero le di un puñetazo en los morros al García, hijo del señor Obdulio, el sargento de los municipales, y se los puse como un tomate y le salió sangre. Ahora me llaman Caparranas, pero cuando yo no estoy delante.
La única que no se río cuando lo de las ranas fue la gordi, mi Rosita. Al revés, ella me dijo que qué buena idea, que íbamos a sacar mucho dinero y que lo podríamos ahorrar para luego, para cuando fuésemos mayores. Yo le dije que para qué dejar las cosas para cuando uno sea mayor, mejor gastarlo en el momento. Le dije que con el dinero que fuésemos a sacar yo le compraría unas zapatillas Adidas, blancas, especiales que cuestan nueve mil pesetas.

A ella le daban mucho asco las ranas, como a todas las chicas, pero me dijo que me iba a ayudar a pescar ranas y se vino conmigo a las charcas del río. Pero nada más verlas le empezó a dar el asco y a no poder tocarlas y se tuvo que ir corriendo porque decía que iba a vomitar. Yo no sé cuántas cogí, lo menos doscientas o más. ¿Sabe usted si en Madrid se comen las ranas? Bueno, las ancas, o sea, los jamones de rana… ¿Eh?… Si quiere usted… Bueno, no importa, sin la gordi me da lo mismo. Ella sí que estaba ilusionada con eso de que yo cogiera ranas. La pobrecita.

La gordi ha muerto, yo vi cómo la llevaban al cementerio en una caja blanca con muchas coronas y cómo iba la gente detrás, llorando. Fueron mi padre y mi madre y hasta el Tomás, mi hermano mayor, que para eso somos vecinos. Bueno, en realidad casi fue el pueblo entero. Todos los del colegio o casi todos y los maestros y las maestras y el señor director y el alcalde. Ya le digo, casi todo el pueblo fue al cementerio a despedir a la gordi.

Yo fui detrás, andando por la acera, fijándome en ustedes, los periodistas de Madrid y de Albacete y de todas partes, porque vinieron periodistas de todos lados. Hasta la televisión.

Don Felicísimo, el cura, dijo que la gordi, o sea, la Rosita, había sido un ángel que había muerto a los once años por el demonio, pero que seguía con nosotros y que teníamos que rezar mucho para ayudarla a que estuviera pronto con Dios, la Virgen y Nuestro Señor Jesucristo y los Angeles y que no se pasara en el Purgatorio mucho tiempo. Y se pusieron todos rezar.

Yo me puse a pensar en que lo que mató a la gordi fueron, precisamente, los rezos. No los de don Felicísimo, sino los de madre, doña Rosa, y los de esas dos amigas de ella, que eran hermanas, que llevaban tiempo en su casa con cara de espantás y venga a rezar, venga a rezar. Estoy señalando a doña Mariángeles Rodríguez la vecina, casada con don Martín Toledo, el marmolista, y de doña Mercedes Rodríguez, hermana de doña Mariángeles y que vive en Valladolid.

Esas dos señoras y la madre de la gordi sí que rezaban. Se conoce que las tres se pusieron a pensar o sea, que creyeron que la gordi tenía el malo en el cuerpo y se lo quisieron sacar con los rezos, el aceite, las estampitas y todas esas cosas que yo he visto hacer y que me contaba la gordi. Bueno, también querían sacarle el malo con las manos, poniéndole las manos por la barriga, que es costumbre de aquí, de Almansa y de toda esta parte.

Por esta región llaman al demonio el malo nunca lo llaman demonio o demo o Satanás. Lo llaman el malo. Y digo yo que como no pudieron sacarle el malo del cuerpo con las manos, la colonia, los rezos estampitas, pues se lo intentaron sacar por el culo.

Y no vea usted la cantidad de tripas que tiene que haber dentro. En el libro de Ciencias de la Naturaleza pone que tenemos ocho metros de tripas, además del estómago, el hígado que está a la derecha, según miramos nosotros, los riñones que son dos, el páncreas que segrega el jugo pancreático, el bazo y luego el aparato urinario-reproductor que está compuesto por vejiga urinaria, conductos y meato, útero y vagina, que es lo de abajo.

O sea que todo eso se lo sacaron a mi gordita por el culo, escarbando con las manos. Es que uno se pone a pensarlo y no se lo figura, vamos que no le cabe en la cabeza que doña Rosa, la mamá de la gordita, ayudada por doña Mariángeles y doña Mercedes se pusieran a escarbarle a la gordita y le sacaran todas las tripas y todo lo que tenía dentro.

Lo que tuvo que dolerle a mi gordita. Porque una cosa es meterse un dedo en el culo y otra, muy diferente, meterle una mano y ponerse a arañar dentro, ir formando un agujero grande, muy grande por donde saliera todo, todo lo que tenemos dentro. La dejaron hueca, a la pobrecita.

Ya les digo, metieron las manos y a pellizcos y a tirones, sin cuchillos ni tijera le fueron sacando las tripas y todo lo de más. Hay que figurárselo. Arrancarle la carne a pellizcas y con las uñas. Ahora comprendo los gritos que daba mi gordita que yo escuchaba desde mi habitación todo el lunes 17 de septiembre de 1990, y durante toda la madrugada. El martes ya no la escuché, pero claro, el martes ya estaba muerta, y fue cuando se descubrió todo. Eso debió dolerle mucho a la pobrecita.

¿Pero y quién se iba a figurar que le estaban haciendo eso? Yo creo que nadie. En la casa de la gordita siempre andaban con rezos y con estampitas para arriba y para abajo, porque doña Rosa, la mamá de mi gordita, era sanadora o sea, de esas que quitan el malo del cuerpo con las manos. Tenía como su consulta, podíamos decir, en su misma casa, ahí mismo, enfrente de la mía. De costumbre uno veía a la gente haciendo cola en la puerta de la casa de la gordita, esperando que doña Rosa las tratara con las manos y le quitara el malo del cuerpo, y no le llamaba la atención. El papá de mi gordita, el señor Jesús Femández, era el que daba la vez y el que cobraba las consultas, podíamos decir. Que hasta creo que dejó el trabajo para dedicarse nada más que a eso.

Don Felicísimo sigue rezando al lado de la tumba y mucha gente se pone de rodillas y se tapa los ojos con las manos como si lloraran. Veo a los compañeros de la clase y al Faustino García, el hijo del sargento de los municipales, que se da pisto y farda mucho, total porque su padre entró en el dormitorio de mi gordita el primero y vio la sangre y todos los intestinos por el suelo y las paredes. Seguro que se está inventando cosas.

Yo me pongo a pensar otra vez en mi gordita y se me saltan las lágrimas sin querer. Cierro los ojos con mucha fuerza para que las lágrimas no salgan y doña Venancia, la profesora de Ciencias Sociales, me pasa la mano por la cabeza y me dice:

-No llores más, querubín, que la Rosita está en el cielo.

-Sí, doña Venancia -le contesto yo y me aguanto las lágrimas.

-Anda, ¿por qué no te vas a tu casa hijo? -me dice.

Yo le digo:

-Quiero ver a los periodistas, doña Venancia.

Y ella se empieza a enfadar, como hace en la clase. Se le arruga la cara y la boca y mueve una pierna.

Yo me separo un poco para que no me dé un pescozón, pero veo que se calma poco a poco. Luego me fijo un poco y me parece que ella también está llorando. Pero sin lágrimas. Un lloro seco. La oigo decir:

-Qué pueblo este, Dios mío, qué pueblo.

No sé qué querrá decir doña Venancia. Pero a lo mejor es ese rollo que algunas veces nos mete sobre la incultura, el abandono y las supersticiones de los pueblos de España, que parece que estamos todavía en la Edad Media, dice doña Venancia cuando se enfada.

Yo no quiero que mi gordita esté en el cielo. Yo quiero que esté aquí, en el pueblo, conmigo. A mí eso de que esté en el cielo me importa poco. En el cielo no la veo. Yo en el cielo no veo nada. Sólo las nubes, los pájaros y algunas veces los aviones que pasan a Madrid o a París o países lejanos. Muchas veces la gordita y yo nos tumbábamos detrás de las piedras de la acequia y nos poníamos a mirar para arriba. Entonces la gordi siempre me contaba lo que veía. Casi siempre veía cosas raras.

Unas veces eran ángeles tirando del carro de Dios o a Nuestro Señor Jesús o a la Virgen de Belén, nuestra patrona. Yo, en cambio, veía a Sandokán asomado a su barco y gritándole a Yañez o veía palmeras de una playa que se movían al viento.

Yo le decía a mi gordita.

-Déjame que te dé un beso, anda. Y ella:

-Que no.

Y yo hacía como que me enfadaba y me ponía a mirar para otro sitio, como si no me importara ella. Entonces, cuando pasaba un ratito, ella se volvía a mí y me decía:

-Pero sin abrir la boca, ¿vale?

Y yo:

-Bueno, vale.

Pero no sé lo que me pasaba que cuando la besaba abría la boca y le daba con la lengua. La verdad era que le daba sin intención, pero casi siempre me ocurría. Y ella se apartaba y se hacía la enfadada y me decía:

-Naranjas de la China. Uno a la semana.

-Dos, gordita, dos -le decía yo.

Y ella, uno y yo, dos. Pero ganaba ella. Decía que con uno era bastante. Que aunque fuésemos novios, lo de los besos lo carga el maligno y que le había dicho su madre que una mujer tenía que ser pura como un lirio, como una azucena y no mancharse con el vicio que era peor que el barro que todo lo ensuciaba.
Su madre se lo tenía dicho y su madre sabía mucho. Para eso, su madre era hermana de luz o miradora o sanadora, que de estas tres maneras se dice. O sea, seguidora de la hermana Lucía, Santa Lucía, que es esa santa que tiene aquí en el pueblo todo el mundo, que es una santa muy bendita que se quita los ojos.
Según me decía a mi la gordita, su madre le contaba que la hermana Lucía, o sea, Santa Lucía, es la que lo ve todo y la que tiene facultades y poderes, dados por Nuestro Señor Jesús, para sanar desgracias y apartar el malo, imponiendo las manos. O sea, tenía la gracia.

En este pueblo hay más de doscientas mujeres que dicen que tienen la gracia. Lo de tener la gracia no se aprende, es como un don que da la hermana Lucía. Hay mujeres que tienen la gracia y hay otras, pues que no la tienen, Dicen ellas que para tener la gracia hay antes que haber sufrido mucho, haber tenido muchos dolores y muchas penas, porque la prueba de que alguna mujer tiene ese don de la gracia y es hermana de luz es precisamente esa facultad para recibir todas las penas y las desgracias del paciente. Esto quiere decir que el malo pasa del cuerpo enfermo al de la sanadora (también se dice miradora) y allí, en el cuerpo de la hermana de luz, pues ella lo combate y lo vence. Gana siempre la seguidora de la hermana Lucía y el malo (o el maligno, que viene a ser lo mismo) pues es vencido y sale huyendo. Así se acaban las enfermedades y todas esas cosas.

Mi gordita me decía que su madre era una de las mejores hermanas de luz de toda la región. Que venían a verla desde Madrid, desde Albacete y desde Alicante. Bueno, de muchos sitios y muy lejanos. Mi gordita estaba muy orgullosa de su madre y de esa gracia que ella tenía. Ella me lo explicaba todo cuando nos tumbábamos detrás de las piedras, en la acequia.

Me decía que su madre y otras hermanas de luz ponían las manos en el vientre de quien tenía el malo en el cuerpo y el malo pasaba a ellas. Y ellas, que eran hermanas de luz y tenían la gracia y eran miradoras, pues vencían al malo por esa facultad tan grande que tenían. El resultado era que el que tenía el malo se iba para su casa sano y el malo quedaba dentro de las sanadoras que empezaban a sufrir y a retorcerse y a rezar y a rezar para que el malo se les fuera del cuerpo. Había veces que las sanadoras tenían tanto malo en sus cuerpos de sanar gente, claro, que ya no podían más. Entonces, iban a Villena, un pueblo muy grande que está cerca de éste y veían a don Enrique.

Yo no he visto nunca a don Enrique, que le llaman don Enrique de Villena, igual que otro señor muy importante y antiguo que también vivía en Villena y que, al parecer, también se dedicaba a estas cosas y a escribir libros.

Bueno pues las sanadoras que ya estaban tan cargadas de malo, tan llenas de maligno de tanto curar y curar que ya no podían más, pues iban a ver a don Enrique de Villena y este señor las curaba, les sacaba todos los malos que tenían en sus cuerpos. Yo nunca he visto a este señor, ya lo he dicho, pero he oído mucho de él. La misma gordi me ha contado muchas veces que su madre, doña Rosa, iba mucho a ver a este hombre, lo mismo que todas las demás sanadoras de aquí de Almansa, como de otros lugares.

Parece que este señor es muy rico y muy misterioso y que es difícil verlo. Para mí que este señor es el jefe de todas las sanadoras, hermanas de luz o lo que sea. El jefe espiritual, se entiende. Una especie de arzobispo, si valen las palabras.

Es que, bien mirado, este pueblo, Almansa -que es bien bonito, bien industrial y laborioso- está lleno de estas cosas raras. Hay sociedades espiritistas, sociedades de parapsicología, masones y videntes, sanadoras, hermanas de luz a punta de pala.

No quiero decir que sea todo lo mismo, que se puedan echar todos en el mismo saco, que sus diferencias tiene que haber. Pero la verdad es que por cualquier lado que se mire hay un vidente, un mago (o lo que ea) una echadora de cartas o un tío que habla con los espíritus de los muertos. Me parece que todo esto da para pensar, ¿no? vamos, digo yo.

Hay señores que entienden de estas cosas, como uno al que llaman don Juan García Atienza y que escribe muchos libros sobre las cosas desconocidas y que no tienen explicación. Dice que en esta región de España, desde la Prehistoria y la Edad Media, ya estaba llena de fenómenos raros, de prácticas más raras todavía y de brujos, magos, alquimistas, nigromantes, batistas y otras cosas cuyas palabras yo no sé ni pronunciar.

El mismo don Enrique de Villena, el antiguo, no el moderno, que murió hace muchísimos años, en el siglo XV, fue acusado de mago, nigromante y alquimista y sus libros quemados y prohibidos por la Inquisición. Dicen los que entienden que no quemaron a aquel don Enrique de Villena porque era nieto bastardo de un rey, que si no…

Este señor -qué curioso que tiene el mismo nombre que el moderno don Enrique Villena- escribió muchos libros y estudió más que cualquier otro de por aquí, según parece. Como le quemaron los libros, pues no se sabe todo lo que hizo. Sólo de algunos se tiene noticia, como traducciones y esas cosas. Pero escribió uno que se llama Tratado de arrojamiento o fascinología, o sea, del mal de ojo. Siempre aparece lo de los ojos por todas partes: La hermana Lucía con los ojos arrancados, las miradoras… la luz.

Yo de esto no entiendo mucho -más bien nada- pero el señor Céspedes, el maestro de los mayores, dice que por aquí esto estaba lleno de conversos, judíos que disimulaban y que hubo persecuciones y matanzas a punta de pala. No sé si esto tendrá algo que ver con mi pueblo y con lo que ha pasado con la gordi, pero yo lo digo.

Don Felicísimo sigue que te sigue con los rezos, después seguro que suelta un discurso o como se llame eso que sueltan los curas en cualquier ocasión. Desde aquí veo a don Miguel, el enterrador, y el nicho donde van a colocar el ataúd blanco con el cuerpo de mi gordi. Es en la parte de arriba. En la lápida han puesto una cruz pequeña, después RIP y más abajo Rosa Fernández Gonzálvez, que era su nombre completo. Después, la fecha de su muerte: 18-9-90.

En realidad no es una lápida, es como una ventana, como la de su casa, por donde nos mirábamos por la noche. Me da la impresión de que se va a asomar en cualquier momento y que yo la voy a saludar con la mano, como siempre, mientras los demás duermen.

En realidad, cualquiera puede tener el malo dentro del cuerpo, si está enfermo: dolor de cabeza, cagalera, mala menstruación y cosas así. A mí me llevó mi madre a una miradora, a doña Encarna, cuando era bien pequeño, porque tenía unas cagaleras que me tenían flaco y de color amarillo.

Me acuerdo que mi madre me metió en la sala de espera que estaba llena de gente callada y seria, como si estuvieran en una iglesia. Todo el mundo daba la vez al siguiente y ya no decían nada más. No era como en la consulta de la Seguridad Social que todo el mundo se pone a charlar, comentando sus enfermedades y achaques. Allí, en la sala de espera de la sanadora, nadie hablaba. Recuerdo que era una habitación muy limpia con unas cuantas sillas y algunos cuadros colgados en las paredes, que eran láminas recortadas. Los cuadros eran de la Santa Faz, de Nuestro Señor Jesús y del bendito Papa Juan XXIII. Una puerta daba a la otra habitación, donde sanaba doña Encama.

Cuando nos tocó la vez, mi madre y yo entramos y nos presignamos. Mi madre explicó a aquella miradora lo que me pasaba y entonces ella me hizo bajar los pantalones hasta abajo de la barriga. Luego sentó en una silla y ella en la de al lado empezó como a rezar por lo bajinis. Al poco rato se mojó en la palma de la mano aceite y me la puso en la barriga.

El cuarto de la miradora estaba lleno estampitas de santos y vírgenes, de San Damián el bendito, de San Francisco Asís, del Santo Padre Juan XXIII y otros muchos que no me acuerdo. Pero sobre todo, aquella miradora tenía estampitas de Santa Lucía, de la hermana Lucía como la llaman ellas, que es la que manda, o sea, una especie de patrona de todas ellas.

Me acuerdo que hasta tenía una estampita de la hermana Lucía y que me daba poco de asco, porque esa santa, o lo que sea, lleva los ojos en la mano y, claro, esas cosas dan un poquito de repelús.

Doña Encarna, la sanadora, estuvo con la mano en mi barriga lo menos quince minutos sin abrir la boca ni decir nada. Luego terminó y le dijo a mi madre me tuviera tres días a agua y a caldo arroz, sin tomar nada más. También le dijo que me rezara las oraciones debidas a la hermana Lucía y a Nuestro Señor Jesús, que lo puede todo. Le habló a mi madre de que yo tenía un malo dentro que me había atacado, pero que se me quitaría con lo que ella me había mandado.

Tenía que cagar, con perdón, blanco en vez de negro y agüilla, que era lo que estaba haciendo hasta entonces a causa del malo ese que tenía en el cuerpo. Que cuando cagara blanco ya estaría curado y que volviera a los tres días a ver cómo estaba.

Me acuerdo que mi madre le preguntó: ¿Cuánto es, doña Encarna?

La sanadora respondió: yo no cobro dinero. Es designio del Altísimo lo que hago. Pero si quiere dar la voluntad…

Mi madre soltó tres billetes de mil pesetas, se volvió a presignar (a mí se me olvidó esa vez) y nos fuimos para casa.

Bueno, lo que tendría que ganar doña Encarna, porque aquel día me acuerdo la habitación de entrada estaba llena gente haciendo cola. No digo que todos dieran tres billetes de mil pesetas, pero con que se lo dieran la mitad, ya sería un capitalito lo que se llevaría doña Encama. Para mí que doña Encarna y todas las sanadoras ganan lo que los médicos o aún más, las tías.

El caso es que yo, a los tres días, empecé a cagar blanco que daba gusto verme y me puse bueno, como las rosas.

Yo sé distinguir a los periodistas. Son como los demás forasteros que vienen por Almansa a la cosa de las fábricas de calzado pero distintos. Para mí que los periodistas, por mucho que disimulen, se les nota enseguida.

Van mirándolo todo, pero con cara de distraídos, como si la cosa no fuera con ellos, como si pasaran por allí por casualidad y estuvieran echando un vistazo.

Pero yo sé que están atentos como garduñas, viéndolo todo y escuchándolo todo, preguntando aquí y allí como el que no quiere la cosa, con cara de haberse bajado del guindo, pero más listos que el hambre. Yo los distingo, ya digo, y no se me va uno. De tanto ver periodistas me puse a pensar que a lo mejor, de mayor, me hacía periodista. Ninguno parecía ser rico, porque iban mal vestidos y algunos sin afeitar y con los zapatos sucios, siempre con pitillos en la boca y mirando a las mozas mayores, hasta las que estaban en el entierro.

Antes del entierro se me acercaron dos y me preguntaron que cómo me llamaba. Los mayores, siempre que quieren hablar con un niño, empiezan por preguntar cómo nos llamamos. Algunas veces, los mayores son bastante tontos.

Bueno, yo le dije cómo me llamaba y ahí empezó la conversación.

-Vamos a ver, chaval. ¿Dices que la niña estaba en tu misma clase? ¿Es eso verdad?

Vi cómo los dos se miraban. Uno de ellos, el más bajito y un poco gordo, sacó un cuadernillo y un bolígrafo y se puso a apuntar cosas. El otro, el del bigote y las gafas, no sacó nada.

-Sí, señor. La Rosita estaba, en mi clase. Séptimo de básica. Yo repito curso, sabe.

-Ya. Y dices que vives enfrente, ¿no?

-¿Puedes contarnos lo que viste, Pedrito? -interrumpió el otro.

-Sí señor, pero no vi nada. Escuché cosas, pero no pude ver nada de nada. Estaban en la habitación -señalé con el dedo-. Esa es su habitación. Tiene una ventana que cae enfrente de la mía.

-Cojonudo -dijo el periodista de las gafas y el bigote-. Dime, majo, ¿y has hablado de esto con otros periodistas?

-No, señor. Nadie me ha preguntado nada.

Noté cómo se le encendían los ojos a los dos periodistas.

-Una exclusiva -dijo por lo bajo el gordo-. Dabuti, tío… Ahora, piensa un poco y cuéntanos con tus palabras, a tu aire, todo lo que oíste el domingo y el lunes.

-¿Usted no apunta? -le dije al periodista con gafas.

-Yo, no, chaval. Yo lo apunto todo en la cabeza -se señaló la calva y me sonrió-. Como nos digas cosas interesantes, te vas a llevar un regalito – miró al otro-, ¿verdad, tú?

-Ya lo creo -añadió el gordo- Pero empieza de una vez.

-Bueno – empecé yo-, estuve con la Rosita el sábado, ¿no?, y me dijo que su madre y esas dos amigas que…

-María de los Angeles Rodríguez, la vecina, y su hermana María Mercedes, que vino de Valladolid -interrumpió otra vez el gordo-. Sigue, anda.

-Pues eso, que el sábado me dijo que su madre y esas dos hermanas, amigas de su madre y sanadoras también, pues le habían dicho que tenía el malo en el cuerpo y que el domingo se lo iban a quitar. Ella no me dijo qué malo era el que tenía, sólo eso, que tenía un malo muy grande.

-¿Tú sabes que el juez ha dictado cinco autos de procesamiento? -me dijo el de las gafas-. Han procesado a la madre, Rosa Gonzálvez, al padre, Jesús Femández, por presunto delito de parricidio, y a las hermanas María de los Angeles y Mercedes Rodríguez, por presunto asesinato. La tía de la niña, Ana Gonzálvez, tiene el quinto auto de procedimiento, por omisión en el deber de impedir que se cometiera un delito. ¿Sabías eso?

-No, señor.

-Anda, sigue, chaval. No te entretengas -señaló el gordo.

-Bueno, pues sigo – continué yo-. Los ruidos, los rezos y las voces empezaron el domingo por la mañana. De la ventana salían voces roncas y ruidos como si arrastraran muebles, pero yo no me extrañé, sabe, la madre de Rosita es una miradora muy importante y siempre hay esos follones en su casa. Casi siempre se escuchan rezos y jaculatorias, esas cosas, y a nadie le extraña. Fue por la noche del domingo cuando empezaron las cosas más raras.

Los dos periodistas adelantaron las cabezas. Yo continué:

-Se empezaron a ver las luces de las velas que se reflejaban en las persianas.

-¿Y escuchaste a la niña gritar? -preguntó el de las gafas.

-No, todavía no. Los gritos empezaron el lunes por la tarde. Gritos y golpes y más rezos. Decían, ¡Vete, maligno, vete!

-Eso decían, ¿eh?

-Sí, eso mismo.

-¿Y el padre? ¿Lo viste?

-Salió dos o tres veces. Hacía su vida normal. Pero yo me fui el lunes al colegio y no me enteré de nada. Cuando volví, miré otra vez para su ventana y seguía echada, cerrada. Entonces me fui para la acequia y estuve allí mirando las ranas y pensando. Luego, cuando me acosté, fue cuando los gritos eran más fuertes.

-Según parece, el padre de la niña fue a ver a Ana María, la hermana de su mujer, para decirle que se habían encerrado en el cuarto de la niña y que no lo dejaban pasar, que le habían empujado. ¿Sabías tú eso?

-No, yo estaba durmiendo y después me fui al colegio.

-De todas maneras, te has fijado en muchas cosas.

-Es que de mayor quiero ser periodista -les dije.

-¿Sí? – dijo el más gordo-. Pues no te lo recomiendo. Mejor te dedicas a otra cosa.

En cambio, el de las gafas me dijo:

-Pues sigue fijándote así en las cosas y terminarás por ser periodista. Pero no se te ocurra ir a una Facultad de Ciencias de la Información. Terminarás de relaciones públicas en cualquier hotel o en algún gabinete de prensa ministerial.

Y seguimos hablando.

Bueno, si ese dinero podría ganar doña Encama, la miradora que me puso las manos de pequeño, el dineral que ganaría la Rosa Gonzálvez, llamada La Calandria, que era la mejor miradora o hermana de luz que había en toda Almansa. Al menos, la que más gente tenía esperando, porque yo desde mi casa veía cómo entraba y salía el personal a que doña Rosa, la madre de mi gordi, le pusiera las manos.

Ocho años llevaba la señora ganando buenos dineros, ayudada por su marido, el bueno de Jesús, él siempre tan apocadito, tan poca cosa, el pobre, que hasta dejó el trabajo en la fábrica de zapatos para atender el negocio domiciliario. El bueno de don Jesús era el encargado de dar la vez y de hacer recados, con su carita de poca cosa que tiene el pobre hombre.

Me acuerdo que mi gordita me dijo que unos días antes de ocurrir lo que ocurrió, su madre y doña María de los Angeles fueron a Villena a ver a don Enrique, que es, como ya he dicho, una especie de arzobispo de las hermanas de luz, si se puede decir, poco mas o menos. Su madre ya estaba con mucha energía del malo encima, según parece, y fue allí a que la sanaran. Y digo yo que a lo mejor fue a ver a don Enrique de Villena a pedir consejo, ¿no? Esto es de propio caletre y no tengo fundamento para demostrarlo.

Bueno, sigo con lo que iba. A mí la gordi me lo tuvo que explicar muchas veces porque yo no me enteraba del todo. Ella sabía muchas cosas de ésas por estar en su casa y ver cosas, ¿no? Me decía que para descargarse del malo había que buscarse otra mujer y estar con ella todo el rato haciendo su ceremonia para unir todas las fuerzas positivas y vencer a la fuerza negativa que es el malo, o sea, el maligno, el mismo Satán.

Mi gordi me dijo, ya digo, que las dos hermanas, la María de los Angeles y la Mercedes (la de Valladolid) la estaban ayudando a su madre, uniendo sus fuerzas positivas, para quitarle a ella, a mi gordi, el malo que llevaba encima.

Ahora mismo me estoy acordando de otra fecha, la del 15 de septiembre, sábado, cuando la romería de la Virgen de Belén, patrona del pueblo. Yo le cogí la mano a mi gordi cuando no nos veía nadie. Ella me dijo que no nos podíamos ver el domingo, que su madre y dos amigas se iban a unir para quitarle el malo.

Y yo le pregunté: ¿Y qué malo tienes tú, gordita?

Y ella: Yo qué sé.

Y yo: ¿Y no nos vamos a poder ver?

Y ella: No, tengo que estar con mi madre y con las amigas de mi madre.

Y yo: ¿Me das un beso?

Y ella me contestó que naranjas de la China, que tenía el malo, que si acaso, después, cuando se lo quitaran del cuerpo.

Y yo me quedé sin el beso de la gordita y sin volver a verla nunca más. La he visto en la caja, pero no a ella. A ella ya no la veré jamás.

El entierro se estaba preparando y el periodista de las gafas me dijo:

-Espera un poco, chico, que irás al entierro. ¿Y qué me dices de la tía de la chica? ¿Esa Ana Gonzálvez, la mujer de Martín Toledo, el marmolista?

-Pues que la vi entrar el martes de mañana con el padre de la chica que la había ido a buscar. Los dos entraron en la casa, pero ya encontraron a mi Rosita muerta. Luego vinieron los municipales y se supo todo.

-Como vas a ser periodista te lo voy a contar -dijo el de las gafas-. Un periodista de «La Verdad» de Murcia, llamado Cuevas, le pudo hacer una entrevista a Ana María en el Hospital General de Albacete -sacó un trozo de periódico y empezó a leer-: «Tengo una pena muy grande por no haber ayudado a mi sobrina, porque me confundieron la mente… Mi cuñado y yo queríamos ayudar a mi hermana (la madre de mi gordita, esto lo digo yo) que se le había metido alguien dentro, porque tenía otra voz y nosotros pensamos que nos lo hacían creer, que era cosa de la mente lo que le hacían a mi sobrina y que no pasaba nada. Teníamos que rezar para que mi hermana se pusiera bien y a su hija no le hiciesen ningún mal. Cuando ya nos convencieron y mi hermana me dijo que era ella, pudimos entrar. Entonces vi a mi sobrina, allí, muerta y me acusaron de que yo se lo había hecho, que era una bruja. Echaron a mi cuñado de allí dentro y a mí quisieron ahogarme y sacarme los ojos»… -el periodista se detuvo y me miró.
Añadió:

-¿No te parece muy raro todo esto. Le echa las culpas a la tía -yo me encogí de hombros. No sabía nada de eso- y luego le intenta sacar los ojos. Qué manía con los ojos, ¿verdad? ojos, todo está relacionado con ojos… ¿no es raro?

-Siga usted, por favor. Y continuó:

– «… menos mal que entraron mi cuñado y la policía y nos sacaron».

-El juez, don Rafael Cuesta Daviú, titular del Juzgado de Instrucción nº 1 – dijo el periodista gordo, para no ser menos – manifestó que Rosa Gonzálvez había declarado que «… el mal de un hombre había entrado en el cuerpo de su hija y había que sacarlo de allí con las manos…» añadiendo que… «ese hombre bien pudiera ser un pariente, el marido de una de las inculpadas, el tío…» -el periodista gordo dejó de leer-. ¿Sabes tú algo de todo esto, chaval? ¿Te suena algo?

-No, señor. No sé nada de eso.

Se me quedó mirando y el otro, el de las gafas, añadió:

-La autopsia ha puesto claro que la niña era virgen, ni siquiera había tenido la menstruación.

Yo me puse colorado.

Ahora, en el entierro, me acuerdo de los periodistas y de todo aquello, de aquel sábado, que fue, a lo mejor, cuando ya empezó todo. Había un follón grande en la casa de la señora María de los Angeles. Les dijo a sus dos hijos, que tienen seis y cinco años, que tenían también el malo dentro y se puso a meterle la mano en sus bocas para que vomitaran. Hay que ver. Les gritaba que iba a salir un pato que se habían tragado. Todo eso se lo ha contado a los periodistas -yo lo he escuchado – Martín Toledo, el marmolista, que dijo que se llevó a los niños, dando a su mujer por desvariada. También contó que su mujer y la hermana de su mujer le acusaron al hombre de ser él el culpable de lo que le estaba pasando a la gordi. Será posible.

Algunas veces me pongo a pensar si no seré yo el culpable de que la gordi hubiese tenido el malo dentro. Era inocente mi gordi. A lo mejor los besos que nos dábamos la había llenado de barro y ya no era pura o un lirio y se había quedado sin fuerza positiva. Quién lo sabe.

Todo el domingo y todo el lunes me los tiré esperando a mi gordi, sin saber que la estaban matando. Allí, esperando, me enteré de que don Jesús, el padre de mi gordi, había despedido a todos los pacientes de su mujer que venían el lunes a que le pusiera las manos, Pasa el lunes y llega la noche y entonces empiezan los cánticos cada vez más fuertes. Dos noches con los cánticos, con las luces apagándose y encendiéndose, con las velas, con las voces, con los gritos de… «¡Gloria a Dios, gloria a Dios, gloria a Jesús!… Sal, cabrón, sal…»

¿Qué pasó allí dentro, en el cuarto de mi gordita? No lo sé. Lo único que sé es que la tumbaron desnuda en la cama y con un bolígrafo le marcaron sus partes bajas, donde tenían que hurgar. Luego le empezaron a echar colonia en los ojos, la nariz y la boca para que saliera el jodido malo. Pero no salía. Lo tenía en los bajos y tenían que hurgar. Mientras, van cantando y rezando y todas esas cosas y diciéndole a mi gordita pobre, – lo asustada que estaría- que no se preocupara.

Le taparon la cara con una almohada para que no gritara y le sujetaron las piernas. La madre le empezó a meter la mano por el culo. Primero los dedos, después la mano y esas manos van desgarrando, desgarrando, bien adentro, bien adentro, pellizcando, arrancando trocitos de carne. Era una cosa como de escarbar y escarbar.

Y le hacen un boquete que va de parte a parte desde el culo hasta sus zonas bajas y la vacían de todo. Se queda huequecita, la pobre, sin sangre, sin nada. Sólo los pulmones y ya estaban empezando a roérselos.

Lo que le tenía que haber dolido todo eso a mi gordi.

Y a las cinco de la mañana, cuando todavía vivía mi gordi, veo salir al alelado de su padre que echa a correr a la casa de Ana María, la tía. Al poco, vuelven los dos y entran en la casa.

La tía de mi gordi, doña Ana, pudo entrar al cuarto -que tenían atrancado con la cama- y ve a mi niña muerta, vacía de todo. Son las seis treinta de la madrugada del martes y aún no ha amanecido todavía por estas tierras. Los periodistas contaron que doña Rosa, doña Mariángeles y tía Mercedes estaban medio en pelotas llenas de sangre por todas partes y se la tiraron encima para sacarle ojos y dárselos a mi gordi para que reviviera. Dijo doña Ana que la empezaron a llamar bruja y causante de todo. Ya he dicho que doña Ana notó que las tres mujeres en aquella habitación tenían voces extrañas, voces roncas de hombre.

Entonces fue cuando el bendito don Jesús, el padre de mi gordi, se decidió a llamar a la Guardia Civil. Y ésta que es buena. La Guardia Civil – que no sabe lo que le diría a la Guardia Civil – le contesta que eso es asunto de los municipales, no de ellos. De modo y manera que el pobre de don Jesús, el poca cosa de don Jesús, llama al cuartelillo de los municipales, con lo que el padre de García, Obdulio, el sargento y sus compañeros actuaron.

Yo los veo venir por la calle y me digo: aquí pasa algo y quiero salir a ver pero mi madre me dice que a dónde voy tan temprano que venga a la cama. Y mi hermano Tomás, que ha dormido poco por eso de la romería, me dice que me va a partir la boca. Bueno, de modo que me vuelvo a subir y veo al Juan, que es un municipal muy simpático que me da pellizcos en la cara cuando me ve y me llama buena pieza.

Lo dicho. Entran en la casa, empujan la puerta del cuarto de mi gordi que está en el piso de arriba y ven lo que ven.

Habían colocado la cama de la gordi transversal a la puerta y otra cama, perpendicular, para que nadie pudiera pasar.

El policía Juan me contó que en la cama transversal estaba la gordi muerta, las piernas cruzadas y con sangre en la barriga.

Su madre, doña Rosa, vestida con bermudas y camiseta de manga corta, toda manchada de sangre. Las otras dos hermanas estaban en bragas y enseñando las tetas subidas en la otra cama, atacando a la María, la tía de mi gordi, que le querían sacar los ojos.

La sangre estaba por toda la habitación: por las paredes, por el suelo, por muebles… sus vísceras y sus intestinos y todo lo que tenía dentro, debajo de cama. También había por la habitación trocitos de carne, cristales rotos, una guitarra destrozada -la de mi gordi, que le habían regalado por Reyes- una jofaina con orines y agua, donde nadaban fotografías rotas, platitos con aceite por todas partes, palomillas de aceite que daban luz y santos y santas las paredes. Muchas estampitas pegadas en las paredes de mucha gente bienaventurada.

Pero lo que más destacaba en la habitan era una estatua de más de medio metro con la Hermana Lucía -o sea, la Santa Lucía tan conocida- esa santa que lleva los ojos en la mano.

Dice Juan que cuando él vio aquella situación, las tres mujeres hablaron con él como si tal cosa. Le dijeron que se fuera un momentito, que estaban reviviendo a la niña, que enseguida terminaban, que no fastidiara. Pero Juan, y el padre de García, el Obdulio -así farda y se chulea el muy bobo- retiraron a las dos hermanas del cuerpo de Ana María (que casi la dejan ciega) y uno fue a llamar a la Cruz Roja.

Los dos municipales vomitaron y es lógico. ¿No creen? Y bajaron a las tres mujeres al coche para llevarlas al cuartelillo. A las que iban en bragas, las taparon. Este pueblo es muy religioso y muy católico y decente y la gente que ya se agolpaba en la calle se podría escandalizar.

Yo bajé cuando la ambulancia de la Cruz Roja se llevaba ya el cuerpo hueco de gordi y no la pude ver. Luego escuché decir que la pobre no manchó nada la camilla. Haber, se había dejado la sangre en su habitación, qué iba a soltar ya, la pobre.

Recuerdo que también se llevaron a la abuela de Josefa, una viejecita la mar de simpática.
Y ahí empezó todo esto de los periodistas y a salir el pueblo en la televisión.

Ahora don Felicísimo está hablando del demonio. De lo malo que es. De cómo entra en los cuerpos y en las mentes de las personas para burlarse de Dios y de sus buenas obras.

El cura dice que hay que rezar mucho para no sufrir las tentaciones de Satanás, que es más listo que el hambre y que siempre acecha por doquier. Dice que hay que ser muy bueno, rezar y acudir a la Iglesia para vencer al demonio y que no te domine. Yendo a la Iglesia, sigue don Felicísimo, haciendo caso de nuestros sacerdotes y de las enseñanzas de nuestra Santa Iglesia Católica, pues se logra desterrar a Satanás.

Si me pongo a pensarlo, don Felicísimo llama demonio, Satanás, Lucifer y las hermanas de luz, a lo mismo, lo llaman el malo, el maligno, pero viene a ser lo mismo.

Creo que doña Venancia, la profesora de Ciencias Sociales, tiene razón. Aquí todavía queda mucha barbarie, mucha incultura y mucha miseria sexual y moral.

Y yo mismo me pongo a pensar que tengo que tener el maligno en persona dentro del cuerpo, como mi gordi, porque en lo único que pienso desde que murió es en salir de aquí, de este cementerio, de este pueblo lleno de rezos y de estampitas.

Salir de aquí y no volver jamás.

 


ABC: ENTREVISTA A JUAN IGNACIO BLANCO


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